21 de jul. 2020

Un concejal en Julio, y César en los Idus de Marzo


Hoy he ido a la oficina de correos de mi ciudad provinciana y triste. La normativa exige que los clientes esperen en la calle, en una hilera batida por el sol, como plantas deseosas de fotones, de incandescencia rubicunda. El astro asomaba por encima de un edificio abandonado, ajado, carcomido. La dejadez que nos acecha. Algunos, quizás los más mayores, se reservaban su lugar en la cola y luego se ocultaban al albur de una sombrita escasa y menguante, pegados a una tapia insomne, como dragoncitos de pared. Una señora mayor, teñida de rubio, se secaba el sudor de la frente con un pañuelito antiguo y separaba un poco las piernas, lo justo para airearse sin insinuar nada sucio, solo para facilitar la circulación de un aire tan ausentado como casto entre ellas.

De vez en cuando las miradas se cruzan. Diría que hay algo de estupor, de miedo. De cansancio. Una madre le da el móvil a su hijo de diez años para que se entretenga jugando a algo. Una mujer latina y trigueña le susurra algo erótico a un novio lejano por el aparato pegadísimo a la boca. Me imagino a un hombre reclinado a diez mil quilómetros de acá, quizás en Quito, quizás en Guayaquil, escuchando esa voz como un arrullo que le habla desde la inhóspita Cataluña, la vernácula y bilingüe, la incomprensible y hostil Cataluña, la antipática Cataluña. El hombre allende los mares se despereza, se palpa los genitales por encima del bañador exiguo, escucha una música vagamente latina en la radio del vecino. El mundo siempre suena porque le tiene tanto terror al vacío como al silencio, como a la muerte, como al hambre, como a la soledad, a la sed, al desamor. Quién beba de mi fuente no pasará sed nunca más, dijo el mesías más exitoso de la historia, quizás sin sospechar la lectura pornográfica de su divina palabra.

Tras una media hora que podría haber durado dos horas o dos días, accedo al local y me llevo el libro que compré por Amazon. Las pocas librerías de esa ciudad triste y provinciana exhiben, en sus escaparates, los libros de unos aficionados a la sedición (ese deporte tan español) y por eso me voy al Amazon, aún a sabiendas de lo que implica mi elección. A nosotros nos abandonaron todos: la derecha, la izquierda, los demás. Y los libreros. Yo, en correspondencia, abandono a las librerías.

Luego, más tarde, me siento en una terracita un poco más abajo de la oficina de Correos. Hay un par de mesitas libres. Son mesas cuadradas, de aluminio, abolladas por todas partes, como si hubiesen pretendido detener una estampida de los toros de Miura en Pamplona. Me sirven el café con hielo correcto pero sin arte. Un cubito, una tacita. La camarera, muy joven y muy mona y enfundada en un negro estricto, me mira como quién mira a un leproso de la antigüedad. Para ella soy antiguo, claro está, nada que objetarle a esa mirada: hace muchos años que dejé de ser un mozo y a ella, por ahora, solo le incumben los mozos.

Hay una mesa cercana en la que hablan cuatro hombres. Tres de ellos, de edad provecta. El más joven, quizás de cuarenta, lleva la voz cantante y la eleva más allá de lo necesario. Yo intento leer "Los idus de marzo" de Thornton Wilder, la novela epistolar sobre los últimos días de Julio César, pero la voz del cuarentón me interrumpe y por fin me rindo y le escucho. El tipo se dedica a la política local y uno concluye que me hallo ante un concejal. Digo yo que debe ser concejal del partido que gobierna en esa ciudad provinciana y triste. Cuenta, el chico, que el otro día en un plenario vía videoconferencia, un concejal de la oposición se duchó durante el plenario y se olvidó de apagar la cámara del ordenador, y que luego de la ducha regresó a su silla y les mostró a todos su cuerpo mondo y lirondo, y cuenta con gran lujo de detalles y delectación que el alcalde puso unos ojos como platos ante la desnudez del concejal opositor y jajajá, y todos se ríen. Uno de los que se ríe luce un lacito amarillo en el pecho de su camiseta verde azulada y venga risas y más risas, y el lacito palpita.

Me gustaría poder volver a mi lectura sobre las cuitas de Julio César a pocos días de su asesinato a las puertas del Senado. Thornton Wilder intentó establecer paralelismos entre Julio y Mussolini, para lo cual hizo un esfuerzo increíble de documentación, de erudición, de sensibilidad, de arte. Todo eso me lo interrumpe un chavalote concejal que se jacta de su sentido del humor, conspicuo, que interrumpe a los demás sin prudencia alguna. A veces, si la circunstancia lo exige, eleva su voz una octava más allá, para imponerse sin tapujos. Me pregunto si no debería dejar a Julio César de una vez y aceptar lo que hay, la realidad de hoy, a ese concejal que se pretende listo e ingenioso y que, cuando por fin se queda solo en su mesa, descubre que los demás se han largado sin pagar y debe afrontar la cuenta. La suma del total solo la ha murmurado la camarera embutida en tela negra, pero él se encarga de proclamarla para todos (y todas): ¡Doce euros!

Al concejal del gobierno local que contaba lo cachondo que es ver al concejal opositor desnudo por la pantalla del Meet y que se detiene en relatar lo mucho que le divirtió la visión de un hombre ("en pilota picada", ha repetido cuatro veces y con gran entusiasmo), le llegó su Idus de marzo en julio, el mes de Julio César, por pura casualidad de la buena. ¡Doce euros! como doce puñaladas. Menos mal que el concejal con nombre de un patriarca de Israel pudo contemplar a un hombre desnudo antes de experimentar la traición trapera a la que le sometieron sus más allegados. ¡Doce euros del ala!


10 comentaris:

  1. Dotze euros és una traició en tota regla hahaha

    ResponElimina
    Respostes
    1. Tenint en compte el sou d'un regidor del govern local, 12 euros és com una punyalada o dos.

      Elimina
  2. A nosotros nos abandonaron todos: la derecha, la izquierda, los demás. Y los libreros..."

    Si, y los libreros.
    Desde que vetaron a Gregorio Morán en la librería Calders (Pasaje Calders , antes Parlamento) no la he vuelto a pisar.

    ResponElimina
    Respostes
    1. Yo te diré algo más sobre la librería Calders. Les encargué un libro y poco después supe de su opción política. Jamás fui a recoger el libro encargado. Eso no les perjudicó, ya que lo devolvieron y listos. Pero deben saber que cuando optan por una opción excluyente excluyen a muchos. Y los excluyentes no son, precisamente, los que compran libros. Allá ellos. No se venden ni tan solo los libritos de los "presos polítics".

      Elimina
  3. El jacarandoso tema de conversación del concejal, nos da su talla mental.
    No desentonaría como tertuliano en los programas de telebasura.

    No solo son los últimos de la clase, hay alguno además que es idiota sin redención posible.

    ResponElimina
    Respostes
    1. Pues este concejal es el líder de uno de los dos partidos que gobiernan a una población de casi 200.000 personas.

      Elimina
  4. Yo también soy más de Amazon aunque mis motivos son otros (ya no queda espacio físico en mi casa para más libros, mientras que en un lector electrónico caben miles). Pero ya hace mucho tiempo que dejé de frecuentar esas librerías "de toda la vida" escoradas hacia ya sabemos dónde, si quiero ver libros físicos, hojearlos y a veces hasta comprarlos voy a sitios como fnac o la Casa del Libro (y Altair si busco guías de viaje).

    Debería empezar a quemarlos como hacía Pepe Carvalho pero... tampoco tengo chimenea, ni sería capaz, creo yo.

    ResponElimina
    Respostes
    1. No me he pasado al digital pero debería, el papel se me amontona, se llena de polvo y empiezo a pensar que algún día terminará en contenedores, lo cual es triste. Y tampoco tengo chimenea.

      Elimina
  5. Me pasé al digital hará unos siete años, por el mismo motivo de J.Vicente, falta de espacio físico en casa.

    Al principio me costó algo acostumbrarme a formato, pero descubrí que podía señalar páginas y hacer marcas para párrafos determinados, y sobre todo, el poder viajar en vacaciones ahorrándome un par o tres kilos de peso en el equipaje.

    Sigo conservando lo que tenia en papel.

    ResponElimina
    Respostes
    1. he hecho un par de intentos con el digital y no me encuentro con él. Quizás con el tiempo. Al fin y al cabo, yo fui de los que juré, al principio de los teléfonos móviles, que jamás tendría un teléfono móvil y ya ves.

      Elimina