Las trincheras devastadas por el paso de las décadas, los búnkeres poseídos por la vegetación, las chabolas de los soldados arruinadas, las fortificaciones decrépitas, todo eso sigue ahí, agazapado enmedio del bosque, como si la guerra, lejos de haberse terminado, hubiera entrado en un estado de letargia, pero dispuesta a volver. Los pinos han crecido dentro de las zanjas en donde la tropa se protegía del fuego enemigo. Las zarzas, el romero y el tomillo florecen al inicio de esta primavera de 2018 entre las piedras de los parapetos, en la boca del búnker cubierto por un sombrero de lirios. En los barracones del XV Cuerpo, tan maltrechos, han crecido higueras que asoman por encima de las paredes y ascienden hacia el cielo al tiempo que proveen de un nuevo techo a las antiguas construcciones.
Desde las trincheras de Santa Magdalena de Berrús se ve la línea del tren Madrid-Barcelona. Desde otro asentamiento se divisa el río, lejos, solo en donde el sol arranca de él unos reflejos de plata vieja. Si uno se detiene y se calla, escucha un rumor de viento en los árboles que es el mismo rumor que debía escuchar el soldado de guardia. Mirando hacia el noreste, surge la tremenda chimenea de la central nuclear que entonces no estaba y ahora sí. Es un centinela cilíndrico, serio. Hoy ningún penacho de humo gris corona su cabeza. Debe ser por ese viento que se ha levantado.
En otro punto, en uno de los picos de la Sierra de Pàndols, un monumento conmemora a los soldaditos de la Quinta del Biberón. Es un cerro (en la cota 705) tomado hoy por la paz y un sol agradable, blanco y apacible. Antaño fue el escenario de una carnicería en la que aquellos jóvenes soldados dieron su sangre por una causa que, probablemente, les resultaba tan lejana como escurridiza. O acaso incomprensible: ¿la patria? ¿la libertad? La patria o la libertad... me imagino esos conceptos en el corazón de un adolescente obligado a enfundarse un uniforme y a cubrirse la cabeza con un casco muy frágil para meterse luego en un hoyo de polvo o de barro, con un fusil en las manos, a los dieciseis, para defender... ¿qué cosa? Así son las guerras: con una apariencia de nobleza en la retórica de sus motivos. Y con un insoslayable aspecto de estupidez en sus consecuencias. La retórica pertenece a los señores y las consecuencias solo para los soldados, la carne de cañón reclutada entre la clase más baja de ambos bandos.
Por fortuna, en una de las caras del cubo de hormigón que hace de monumento en la cota 705, a alguien se le ocurrió inscribir un poema breve que habla de hermanos en vez de enemigos. No está mal. Muchas veces he visto, en lugares como este, inscripciones que usan grandes palabras para celebrar acontecimientos que solo fueron de muerte, de pena, de hambre y de tristeza. Y de piojos.
Desde ese observatorio alto, iluminado por un sol lejano e indiferente a toda cuita humana, se distinguiría, con unos simples prismáticos, el punto desde donde el general Franco observó los movimientos de la batalla, en el Coll del Moro, en la salida de Gandesa y en dirección a Alcañiz. Dicen que el general solo estuvo allí unos días y luego se largó, en cuanto se dio cuenta de que la batalla iba para largo y las posiciones de sus tropas no estaban nada bien distribuidas por el mapa.
Cada vez que visito esos sitios contemplo las indicaciones que orientan al viajero. Un consorcio de la Generalitat catalana se encargó de señalarlos, aunque es obvio que, des de hace muchos años, se olvidó del mantenimiento y ahora el tiempo ha vuelto a la carga, impasible, taciturno, a lo suyo.
No comprendo porqué el ejército no participa en la conservación de esa memoria, que es la suya. El ejército que estaba allí era el ejército español. Eran los soldados del ejército español los que se agazapaban en esas trincheras, los que comían y fumaban y se rascaban los piojos, los que lloraban. Ese ejército no era ni extraterrestre ni extranjero. Esos soldados defendieron la constitución española con su vida. ¿Porqué hay que ceder la preservación de esa memoria a un gobierno regional que, además, últimamente, se muestra tan desleal con la constitución como lo hicieron los sublevados del 36?
La paz no creo que sea el resultado de una derrota militar, ni la consecuencia de la aniquilación del enemigo. Creo que la paz es construir un escenario de concordia y de diálogo que prevenga la guerra, porqué todos sabemos que estamos en España, en esa España fratricida y cruel. Me gustaría ver, en los escenarios de la batalla final de la guerra española, signos de voluntad de concordia. Eso les ayudaría, a muchos, a comprender el significado del término "guerra civil", y entenderíamos todos lo que pasa cuando España lucha contra España (o Cataluña contra Cataluña, como hoy). En esos casos solo mueren españoles (amén de voluntarios extranjeros, claro está), y mueren bajo el fuego de otros españoles.
A día de hoy, cuando tan fácil y tan barato parece enfrentar a catalanes contra catalanes, alguien debería empezar a hablar de la pedagogía de la paz, de la democracia y del diálogo. De la política, vamos, de la política de la bondad para todos.