23 de jul. 2020

La estatua de Puigdemont en una plaza de Gerona


Me detuve a contemplar la estatua que había rodado por el suelo. Quedó boca arriba, contemplando las nubes de la tarde con unos ojos vacíos, un mohín de ausencia y algo de muñeco grotesco. En su tiempo fue una personalidad aplaudida, venerada, admirada. Tras muchas décadas de coleccionar cagarrutas de paloma, ahora yacía en el césped del pequeño círculo ajardinado a sus pies. La aparente grandeza que mostró encima del pedestal, con su nombre en caracteres góticos, se había tornado en gesto ridículo. Una vez en el suelo, la estatua se había humanizado. Eso no lo pensaron los iconoclastas.

Por estos días encontré el documental "Aspectos y personajes. Barcelona 1964". En él aparecen los ricos y los famosos de aquél año. Entre ellos, la nobleza. Contemplo al Conde de Güell y al Marqués de Sentmenat. Filmados en traje, paseando por la calle, son tipos de un vulgaridad estricta, sin atisbo de nobleza. Hombrecitos grises. Quizás una cierta altivez en el gesto delata el vestigio de una aristocracia que no consigue evadirse del paso de los cuerpos por el tiempo. El conde envejeció como un plebeyo. Parece un limpiabotas endomingado.

Uno está condicionado a pensar las grandes figuras del pasado como hombres apuestos cuando no decididamente bellos, erguidos, insolentes en su juventud y su porte. El escultor es, invariablemente, mentiroso y adulador, nada más lejos de un artista.

A lo largo de mi vida habré visto a algunos que quizás, quién lo sabe, podrían tener estatua en el futuro. Hablo de personas con las que tuve algún trato y que consiguieron medrar en la cosa social, ya sea por una habilidad innata o por un testarudo, constante y laborioso ejercicio de sociabilidad que incluye la farsa, el teatro y la ocultación meticulosa de la ramplonería. A uno de esos siempre se le echaba de menos una ducha, al otro le asaltaba la halitosis, otro era fabulosamente tacaño, de esos que, sin saber cómo, siempre consiguen levantarse de la mesa sin pagar y sin embargo hablan mucho de los defectos morales de los demás.

También contemplo (por suerte no tuve trato alguno con ninguno de ellos) a esos políticos recién puestos en libertad a medias y que algunos tratan de héroes: es más que probable que, en el futuro, alguno de ellos se convierta en estatua en el Paseo de Gracia, o en la plazoleta de su pueblo natal. Si fuese Junqueras en Sant Vicenç del Horts aparecería grácil y esbelto. Si es Turull, con una buena mata de pelo y gesto imperial, si es Cuixart con las facciones amables y menos neanderthales, y con el peinado corregido, más apropiado a un hombre de su edad (en el pedestal no se nombrarán sus malas prácticas empresariales). Si es Rull, alto y con mirada inteligente. Si es Romeva, torso desnudo de atleta griego, sobra decirlo, versión del David con pantalones de Cortefiel.

En Lisboa hay una escultura en bronce de Pessoa, el poeta. Tamaño natural, quizás algo más alto de lo que la naturaleza le dispuso. Está sentado en la terraza de un bar. A uno le vienen ganas de tumbarlo al suelo, no por un arrebato de iconoclastia si no por una íntima convicción: la de que al poeta portugués le gustaría ese acto algo gamberro, algo etílico, perpetrado tras una tarde-noche de borrachera recitando sus poemas entre otros de Baudelaire o de Mallarmé. Hablando de Baudelaire, su escultura en el Jardín de Luxemburgo de París es más napoleónica que no la del hombre atormentado y politoxicómano que fue, el que murió enloquecido por el cruel avance de la sífilis. Si un amigo suyo resucitase y se diese de bruces con esa estatua parisina se partiría de la risa y quizás luego le partiría la cabeza de piedra a martillazos (y luego regresaría raudo a la tumba, claro). Imagínese usted que, por un capricho divino, vuelve a la vida dentro de dos siglos y, durante su paseo errático y zombificado, se encuentra con la estatua de Carles Puigdemont inmortalizado como un Julio César peludo, híbrido de César y de Paul McCartney, en la plaza de la Independencia de Gerona.

La naturaleza es sabia, y una de las formas que tiene de comunicarnos su sabiduría es que nos hizo mortales. Por eso las estatuas son puro aburrimiento, y por eso mismo no resucitamos: a mi me daría un pasmo de muerte si, tras resucitar, me chocase con la escultura de aquel al que vi arrastrarse como un gusano y mentir sin manías para conseguir la Creu de Sant Jordi, y que es capaz de hacer lo mismo para lograr su efigie en piedra, plaza mayor, enfrente de la iglesia.

7 comentaris:

  1. Como acérrimo beatlemano macartnimaníaco me veo obligado a protestar enérgicamente por la comparación. :DDD

    Ese señor del que usted me habla no ha aportado a la sociedad ni una diezmillonésima parte de lo que el Macca.

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    1. Bueno, no pretendía ofender a los seguidores de los Beatles, como te puedes imaginar, no tengo nada en contra de McCartney, un tipo que me cae muy bien. Cosa que no puedo decir del otro.

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  2. No hay estatua que no esté condenada a derrocarse. No se salvará ni la de fray Junípero Serra, al tiempo.
    Todas tienen su lado oscuro, sin excepción. La tiene Teresa de Calcuta, la tiene Gandhi, incluso Vicente Ferrer, pero su lado oscuro queda mitigado por los actos que han aportado.

    No concibo la estatua de ningún político, estos si que no han aportado nada bueno a la sociedad, acaso ser menos peor que su contrincante, pero poca cosa más.

    Ahhh, y cuanto más alto los ponen, tanto de alto caen. Todo es esperar.
    Salut

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    1. He estado viendo fotos: la escultura de Hussein derrocada por las tropas americanas, las gigantescas estatuas de Lenin que se vendieron a peso en Asia Central tras la caída del imperio soviético...
      https://ep01.epimg.net/cultura/imagenes/2018/03/23/actualidad/1521822589_230864_1521822708_noticia_normal.jpg

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  3. Interesante el documental, aparecen dos de mis "iconos" del arte contemporáneo.

    Subirachs por aquella época ya esculpía pastiches infumables y con aristas, y Tapies ya tenia ese rictus en la cara mezcla de asco y altanería.

    Nunca me han gustado las esculturas de notables y genios. Siempre he intuido que en esas figuras habia algo de trampa e impostura que no se correspondían con el personaje real.

    Siempre he preferido las alegóricas que no reflejaban a nadie determinado. Al menos, las esculturas de Frederic Marés no suscitarán odios ni iras.

    Por cierto, ¿ os habéis fijado que el ilustre marqués de Sentmenat intentaba disimular la calvicie de forma bastante aparatosa, con algo similar al alquitrán pegado al cráneo ?.

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    1. A los "personajes" del documental hay que verlos con detalle: la aristocracia catalana es la viva imagen de una decadencia patética. Cuando apareció Subirachs di un respingo: el tipo que haría esa monstruosidad en la Sagrada Familia años más tarde ya estaba allí con sus cosas insoportables.

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    2. Lo de Subirachs son todo aristas vivas, no se que le pasaría a este buen hombre con la geometría curva, pero la conclusión viendo sus pastiches, es que odiaba las curvas y las formas redondeadas.

      Recuerdo que en su momento, hubo hasta alguna manifestación en su contra delante de la Sagrada Familia.

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