Un escritor sueco, recientemente muerto, se pregunta en sus memorias qué rastros va a dejar nuestra civilización. ¿Bach? ¿Beethoven? ¿Algún edificio emblemático? Nada de eso, concluye con pesimismo: lo que vamos a dejar son residuos nucleares y bolsas de plástico flotando en los océanos, islas de basura por donde antaño navegaban fantásticos piratas, corsarios y siniestros balleneros atraídos por el abismo, amén de delirantes marinos temerosos del horrible Kraken. Ese será nuestro legado a la posteridad, dice el sueco: masas ingentes de basura mortal.
La lectura del autor nórdico me llevó a pensar en el asunto de las ruinas, esos trastos viejos que el pasado nos deja para que soñemos despiertos en una antigüedad que a veces asusta y otras enamora. Me gustan las ruinas. Hace unos años me descubrí una afición nueva, que consiste en penetrar en edificios abandonados provisto de una cámara fotográfica.
Hace poco conocí el término ruinporn. Se refiere a un género de reportaje gráfico que consiste en exhibir ruinas. Me pregunté si la exposición de las casas en ruinas y la pornografía son conceptos próximos. Me respondí que posiblemente sí, porque el asunto de la impudicia está presente. Las actrices y los actores de la pornografía muestran su yo más íntimo, más desprovisto, más rudo. Nada hay más profundo que la piel, dijo Oscar Wilde.
Quién practica el ruinporn cuenta un relato de la degeneración y la decadencia sobrecogedor, es una crónica del desasosiego. Se narra la desolación, el abandono y la soledad, la terrible soledad y la degradación de la casa deshabitada. Suelen escogerse mansiones burguesas, masías señoriales, falsos castillos del siglo XIX o del XX -cuando todavía permanecía el sueño de un mundo bien ordenado en clases, grupos y categorías. La caída de lo que estuvo arriba siempre es más sugerente que la más que previsible y sosa destrucción de lo que nació casi destruido: pocas veces he visto fotos de bloques obreros abandonados.
Pero... (ahí está la inevitable conjunción adversativa) en las ciudades próximas a la central nuclear de Chernóbil -como Prípiat-, hay quien ha sacado instantáneas magnificas del ruinporn, por la vertiente soviética y obrerista. A la ciudad de Prípiat, que está en Ucrania, la conocí en uno de los textos más estremecedores de nuestra contemporánea Svetlana Alexievich, "Voces de Chernóbil". La ciudad abandonada muestra esa arquitectura comunista que se produjo en Polonia, Rusia, Rumanía, Albania… Sin embargo, lo que he aprendido mirando fotos de las ruinas de Prípiat es que se parece a muchos barrios, siempre periféricos, que uno puede ver en París, Lión, Madrid, Barcelona, Terrassa, Sabadell y Bilbao. Es la misma arquitectura de los bloques de San Adrián de Besòs o de Bellvitge, o del municipio de Badia del Vallès, antaño suburbio de Sabadell. Edificados por arquitectos a sueldo de la burguesía catalanofranquista, son construcciones fabulosamente similares a las de las afueras de Kíev, Budapest y Bucarest. Para los obreros del mundo había un cánon arquitectónico, ya fuesen estos del bloque socialista o del otro. Hoy, ya casi extinta la clase obrera, aquella arquitectura prosigue, ahora dirigida a los pobres en general, tanto si trabajan como si no.
Me doy cuenta de que la mayoría de las estrellas de la pornografía actual proceden de aquellas zonas, las que pertenecieron al bloque comunista de Europa. La exhibición de culos, coños y pechos de jóvenes búlgaras o ucranianas es, en realidad, una exhibición del desastre, una mirada descarnada sobre la miseria, el ocaso de la civilización de la hoz y el martillo.
Cuando mis padres hubieron fallecido, tuvimos que sacar todo lo que había en el piso en el que habían vivido. Era un piso de alquiler y el arrendador nos impuso un plazo de un mes para entregar las llaves de la vivienda, que debía devolvérsele vacía, tal como se la había entregado 40 años atrás a mis progenitores. Mi hermano y yo llevamos a cabo el encargo manual y artesanalmente, lentamente. Creo que el propietario llegó a irritarse: tardamos más de tres meses en devolverle las llaves. Durante este tiempo saqué bastantes fotos de las estancias, progresivamente desnudas. También hay algo pornográfico en ese registro de las fases del proceso de aniquilación, fue un streep-tease como el de las mujeres del Este.
Finalmente ya solo estaba la piel del piso y nada más. Las paredes lisas, de un blanco que en algunos rincones viraba hacia el amarillo y en otras hacia el gris. Son los mismos colores que asoman en la piel de los cadáveres cuando llevan unas horas en esta condición definitiva. Cuando ya casi no quedaba nada, apareció el eco. Los pasos y las voces -muy escasas porqué casi no hablábamos, no podíamos- reverberaban con tristeza, con una solemnidad triste. La última foto muestra un espacio desolado (¡qué palabra tan bonita!) e irreconocible. Podría ser el salón o cualquier otra estancia de lo que fue una casa llena de vida, sonidos y olores. Solo hay una sórdida colchoneta de espuma enfundada en una tela de un azul desleído), arrinconada. Es ahí donde dormí la última noche, una de las noches más importantes de mi vida.
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Otra versión de este texto se publicó en La Charca Literaria el 22 de noviembre de 2016. En aquella ocasión, el título era ligeramente distinto: "Pornografía y ruinas". Situar la palabra "pornografía" en el título de cualquier texto que se cuelga en la red cosecha gran número de visitas. Cualquier palabra del campo semántico del sexo lo consigue. Esa era la hipótesis que pretendía validar. Entonces se comprobó que la hipótesis era buena.
Las fotografías que abren y cierran el texto están tomadas en un pueblo catalán que creció al lado de una explotación minera en la cuenca del Llobregat. Un terrible accidente con muchos muertos provocó el cierre de las minas y hoy es pura pornografía industrial y obrera. Se puede visitar a cuenta y riesgo del visitante. El riesgo no es igual a cero, ya que se desmorona por momentos. Bueno, como toda Cataluña.
Me doy cuenta de que la mayoría de las estrellas de la pornografía actual proceden de aquellas zonas, las que pertenecieron al bloque comunista de Europa. La exhibición de culos, coños y pechos de jóvenes búlgaras o ucranianas es, en realidad, una exhibición del desastre, una mirada descarnada sobre la miseria, el ocaso de la civilización de la hoz y el martillo.
Cuando mis padres hubieron fallecido, tuvimos que sacar todo lo que había en el piso en el que habían vivido. Era un piso de alquiler y el arrendador nos impuso un plazo de un mes para entregar las llaves de la vivienda, que debía devolvérsele vacía, tal como se la había entregado 40 años atrás a mis progenitores. Mi hermano y yo llevamos a cabo el encargo manual y artesanalmente, lentamente. Creo que el propietario llegó a irritarse: tardamos más de tres meses en devolverle las llaves. Durante este tiempo saqué bastantes fotos de las estancias, progresivamente desnudas. También hay algo pornográfico en ese registro de las fases del proceso de aniquilación, fue un streep-tease como el de las mujeres del Este.
Finalmente ya solo estaba la piel del piso y nada más. Las paredes lisas, de un blanco que en algunos rincones viraba hacia el amarillo y en otras hacia el gris. Son los mismos colores que asoman en la piel de los cadáveres cuando llevan unas horas en esta condición definitiva. Cuando ya casi no quedaba nada, apareció el eco. Los pasos y las voces -muy escasas porqué casi no hablábamos, no podíamos- reverberaban con tristeza, con una solemnidad triste. La última foto muestra un espacio desolado (¡qué palabra tan bonita!) e irreconocible. Podría ser el salón o cualquier otra estancia de lo que fue una casa llena de vida, sonidos y olores. Solo hay una sórdida colchoneta de espuma enfundada en una tela de un azul desleído), arrinconada. Es ahí donde dormí la última noche, una de las noches más importantes de mi vida.
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Otra versión de este texto se publicó en La Charca Literaria el 22 de noviembre de 2016. En aquella ocasión, el título era ligeramente distinto: "Pornografía y ruinas". Situar la palabra "pornografía" en el título de cualquier texto que se cuelga en la red cosecha gran número de visitas. Cualquier palabra del campo semántico del sexo lo consigue. Esa era la hipótesis que pretendía validar. Entonces se comprobó que la hipótesis era buena.
Las fotografías que abren y cierran el texto están tomadas en un pueblo catalán que creció al lado de una explotación minera en la cuenca del Llobregat. Un terrible accidente con muchos muertos provocó el cierre de las minas y hoy es pura pornografía industrial y obrera. Se puede visitar a cuenta y riesgo del visitante. El riesgo no es igual a cero, ya que se desmorona por momentos. Bueno, como toda Cataluña.