29 d’oct. 2021

El retorno del Sindicato Vertical

Uno tiende a reproducir lo que ha vivido. Aunque luego haya leído mucho, estudiado mucho, intentado deconstruirse mucho: uno termina por repetir los viejos esquemas anclados en el pasado. Lo he visto infinidad de veces en docentes con amplia formación en psicopedagogía, psicología del aprendizaje, métodos avanzados e innovadores de pedagogía... un día entras en el aula y descubres que señala con el dedo acusador al alumno que trabaja poco o se mueve mucho. Un día entras en el aula del profesor avanzado y descubres que impone castigos como de tiempos de la postguerra y, en ese instante, crees que el chico era más de Vox que de izquierdas, aunque suela anunciar a los cuatro vientos y sin que nadie se lo haya preguntado: soy de izquierdas, innovador y muy moderno.

Ese fenómeno debe explicar que muchos de los líderes del procés catalán repitan, en cuanto se despistan, mecanismos autoritarios, cerriles, abusones y predemocráticos: ahí tienen a la señora Borràs, atrapada en el instante de blindarse para evadir la acción de la justicia. Blindada como un Panzer alemán, Borràs pretende usar mecanismos de una ética democrática igual a cero. Para mantenerse en el poder a toda costa, caiga quien caiga. Ahí tienen al señor Puigdemont, perdido y solo en la niebla de Waterloo, maquinando un Consell de la República que él elige a su antojo entre los más fieles, al margen de cualquier democracia homologable. Con el propósito explícito de crearse una ensoñación de poder (quizás una ensoñación de su existencia) y el menos explícito de asegurarse una fuente de ingresos más que dudosa, ya que su pseudodemocracia es de pago, y antes de votar se debe pasar por caja.

Que la inmensa mayoría de esos líderes vivieran su infancia en el franquismo no debe ser una coincidencia, un simple azar: como el maestro supuestamente deconstruído que vuelve a los métodos de cuando era niño e iba al cole, el líder nacionalista recupera el pensamiento del dictador: usar la democracia para cargársela, abandonar la razón para tirar de emociones primarias (una, grande y libre = països catalans lliures i independents) y colonizar todo el cuerpo social.

Ahí está ese sindicato con todo el aspecto del Sindicato vertical: la Intersindical-Confederació Sindical Catalana (Intersindical-CSC), que ha conseguido grandiosos éxitos en las elecciones sindicales del sector público y en concreto en la educación. Ese extraño sindicato, liderado por un hombre de pasado turbio y que se presenta tal como así, se lo juro:

Per a la Intersindical-CSC és bàsic que els Països Catalans siguin reconeguts no només de fet, sinó també de dret, com a estat plenament sobirà i com a marc de relacions laborals. Cal que aquestes relacions (convenis, lleis, pactes laborals, formació, seguretat social…) es decideixin i negociïn a partir de les característiques i necessitats reals del poble treballador català.
Ahí lo tienen: quien tuvo, retuvo, y el eco del sindicato franquista resuena en cada palabra de un párrafo tan corto, tan lleno de tópicos sin contenido alguno. Si el franquismo era un intento de regresar a las esencias patrias de los siglos tenebrosos, la Intersindical catalana es, sencillamente, un proyecto de emular al sindicato falangista: dirigido des del poder y pensado para diluir las reivindicaciones laborales en el marasmo tenebroso de la cosa nacional. Llevar al trabajador hacia la tiniebla medieval, licuarlo en ella, disolverlo en el sueño del señorito feudal con las cuatro barras de sangre.

En resumen, y para hacerlo breve: el nacionalismo no es progresista ni lo ha sido nunca. El nacionalismo solo nos lleva a la guerra, y la guerra solo es muerte. El nacionalismo es la antesala de la muerte.

28 d’oct. 2021

BENDITO RAYO, VALLECANO


Aunque a mi el fútbol me interesa algo menos que la oscilación del precio del centollo en la Lonja de Palafrugell, les confieso que tengo una alegría cuando el Barça pierde ante un equipo pequeño. Es decir, pobre. La deriva del Barça, en crisis de dineritos y de resultados, compensa esas décadas ominosas de Messi/Guardiola en las que todo lo ganaba y que tanto influyó en la cosa del "procés".

La relación entre aquel Barça y el procesismo es obvia, tal como lo expresaba Arcadi Espada en el postfacio de 2018 a su imprescindible "Contra Catalunya."

No es casual que la desinflamación del procés suceda en paralelo a la caída del Barça, superado por un club tan simpático como el Rayo Vallecano, por el que siempre manifesté mis preferencias futbolísticas, aunque solo fuese por llevar la contraria y ejemplarizar mi preferencia por los pequeños. Y les repito: el fútbol me interesa algo menos que el régimen de borrascas en Burkina Fasso.
 
Las derrotas sucesivas del Barça de ahora son violines a los oídos de los catalanes que no somos procesistas ni nacionalistas: nos auguran un tiempo de reflexión y de calma: si tenemos en cuenta la relación entre Barça y procés, podemos afirmar que los nacionalistas están en declive, por fin. Y que dure. Es muy importante que el Barça pierda contra equipos como el Rayo, ya que eso es, por fin, el baño de realidad que el catalán procesista pide como agua de mayo. Tras las ilusiones, las ficciones nacionales y toda la demás irracionalidad postmoderna del independentismo catalán, perder contra el Rayo implica un reencuentro con la realidad.

Bendito rayo que nos cayó del cielo.


27 d’oct. 2021

Nuria toma el sol

A las cinco de la tarde me avisan: una alumna se ha desmayado en clase.

El aula está en silencio. La chica, tumbada en el suelo. Un compañero le levanta los pies y las demás, a su alrededor, forman un coro mudo. Observan. En las paredes, la decoración de Halloween le da a la escena un aire como de comedia barata, con ínfulas de terror serie B. Sin embargo, la chica está mal.

Le tiembla la mandíbula, balbucea palabras incomprensibles. Una mano araña a la otra, como si ambas manos se odiasen mutuamente y sin perdón. Cuando compruebo que me escucha y puede hablar le pido que se levante y, con la ayuda de dos compañeras de clase la llevamos al patio. En el patio pasa un aire fresco de tarde de otoño, los árboles solo han empezado a amarillear y la hierba está fresca, reluciente: llovió hace pocos días. Al fondo, una urraca y dos cotorras verdes brincan entre las hojas.

Nuria cuenta que lleva muchas horas sin comer y entonces me doy cuenta de que está muy delgada, muy pálida. Los labios de un rosa demasiado claro, las mejillas blancas, las manos escuetas y exangües, las uñas rotas.

El sol de repente, sale de atrás de un olmo y le da en la cara a Núria, que parpadea perpleja ante el disco de fuego pálido, como si recordase que vive en la Tierra. Tiene los ojos tristes, con lágrimas. Y mocos en la nariz.

Una luces naranjas asoman tras la puerta. Sí, he llamado a la ambulancia, le digo. Tienen que atenderte las profesionales, yo solo soy un docente. Nuria tiembla como la oscuridad ante la llegada del alba. O como la luz en el atardecer de octubre. Yo iba a las visitas de la psiquiatra, me cuenta camino de la ambulancia amarilla. Pero la psiquiatra se puso de baja y no hay suplente, añade luego, cuando entra en el vehículo y se sienta en la sillita de plástico azul. La atiende una médico musulmana, que le cuenta lo que debe saber con una delicadeza y una ciencia que me emocionan. La sanitaria lleva un velo azul marino profundo que le cubre la cabeza y le habla con dulzura y con seguridad.

Me quedo en la calle mirando a la ambulancia que se aleja, en silencio. Las luces naranjas doblan la esquina y luego nada.

Este relato solo pretendía tratar de colores: rosa, verde, blanco, azul, amarillo, naranja. Se me olvidaba el gris de la sudadera de Nuria.

26 d’oct. 2021

Juan Nubes

Juan deambula por los pasillos del instituto. Nadie se explica como se las apaña para salir de clase sin que nadie se de cuenta, pero claro, Juan es silencioso, discreto, se diría que flota a unos centímetros del suelo de forma que sus pies no pisan ni hacen ruido.

A veces le veo, al fondo, bajo las luces de los viejos fluorescentes. Veo antes que nada sus grandes ojos, ampliados por esas gafas de miope intenso. Su mirada nunca mira al frente: mira al techo o hacia adentro, o a ambos lugares a la vez.

Le pregunto adonde va y él sonríe un poco. No hace falta hablar mucho. Dócil, da media vuelta y vuelve a clase, no pretende discutir ni tan solo poner excusas. Hay veces en las que me temo que se disolverá en el aire, suavemente, como una brizna de niebla. Me pregunté quien era Juan y de donde salía. Me contaron una historia larga, de dramas superpuestos que el conlleva así, con ese aire tenue de su presencia vaporizada. En clase, por lo visto, suele despistarse.

-¡Siempre está en las nubes! resume su profesor, como si eso fuese un defecto, algo que se debe corregir a fuerza de partes de incidencia.

Juan se sienta solo y en primera fila. Debe ser consciente de que los demás deben verle para asegurarse a sí mismo que existe. La mirada de los demás lo afianza y le certifica en el mundo. De lo contrario, piensa él, es posible que desaparezca como el olor de una flor cuando sopla la brisa.

Juan piensa que le es indiferente al mundo y, en correspondencia, a él le resulta indiferente el mundo. Ayer se le olvidó la contraseña del ordenador y estuve un rato con él, a ver si le regresaba la memoria. La contraseña, al fin, constaba de tres nombres: las tres personas más importante en su vida. Me alegré de eso, indicaba un cierto apego y, de nuevo, son los demás quienes le convierten en un ser.

A muchos profesores Juan les pone nerviosos, con su mirada ausente y esa media sonrisa escasa que le sonríe a algo o a alguien que no está, o que solo él tiene la suerte de poder ver. Algunos dicen que Juan es un mueble en la clase, alguien que no aprovecha el tiempo, que no atiende, que solo calienta la silla.

Yo veo en él a una nube que se humanizó. Bueno, se humanizó un poco. No me puedo imaginar un cielo sin nubes.

24 d’oct. 2021

En la trinchera con el general Rojo

La última batalla parece algo ineludible, siempre está por llegar. Algo que no llega nunca. Algo detenido en el tiempo, como si el descenso del ave rapaz en el aire se detuviera congelado, convertido en instantánea. Pienso en eso, en si el general pensaba cosas como ésta mientras contemplaba los meandros del río Ebro, allá abajo y al fondo, en el puesto de observación avanzado de La Figuera por donde voy dando saltitos como de petirrojo brincando entre las zanjas de la trinchera de hormigón des de la que Vicente Rojo dirigió la batalla. Quizás el general hizo gestos parecidos a los míos, entonces, y en cosas así ando pensando. La espera de la batalla debe de ser larga, una eternidad aguda, punzante, y con ese olor a chaqueta de cuero, los prismáticos golpeando en el esternón a cada paso, las gafas que se te resbalan por la nariz.


Al general Vicente Rojo se le ve marcial, sobrio y algo desmejorado en las fotos de los días previos a la batalla. El gesto serio y la actitud del que se ha comprometido a cumplir con su cometido, como el trabajador que acude al trabajo. Rojo se consideraba a si mismo un hombre católico, pero dio palabra de defender a España, a quien le dio su juramento. En aquellos tiempos había un sentido de la lealtad y de la ley, y de la palabra dada que hoy nos resultan extemporáneos, habituados como estamos a ver a pequeños aficionados al discurso facilón, a la épica barata de las emociones y las medias mentiras, al uso de los conceptos ñoños y la bufandita amarilla en el cuello de señoras y señores bien. Estamos habituados a las expresiones "tengo derecho a ser libre de tomarme una caña en donde me apetezca".

Vicente Rojo es el general de la República Española por excelencia: buen estratega, planificador, el tipo que volvió loco a Franco aún disponiendo de un ejército menor y peor provisto. Los movimientos del general Rojo en la batalla del Ebro se estudiaron en las academias militares durante años, y un historiador militar lo nombra "el general que humilló a Franco", aunque Franco, al final, le arrolló. El general rifeño, el sedicioso, tuvo que usar a los bombarderos italianos para derrotar a Rojo.

Vicente Rojo se fue a Francia tras la guerra. Tras el fin de la batalla, vinieron las guerras personales, la supervivencia, la tristeza, la distancia, la nostalgia del país perdido. Vio el hacinamiento de los presos republicanos y protestó airadamente ante Negrín, que no supo darle respuesta. Luego emigró a la Argentina, en el mismo barco en el que iba José Ortega y Gasset. El exilio de Vicente Rojo es difícil: al gobierno argentino no le apetecía acoger a refugiados españoles y no le dio ayuda alguna. Rojo malvivió escribiendo artículos en la prensa y para publicaciones militares. Llegó a escribir una novela, unas memorias y un libro de pensamientos y aforismos que se perdió, y del que se sabe que lleva el título tan sugerente de "Platillos volantes".

Así pues me imagino como andaría Vicente Rojo por el refugio observatorio de la Figuera por el que me paseo ahora, 80 años después, intentando pensar las cosas que pensaba el general pero sabiendo lo que él, entonces, no sabía: lo del exilio, su vida como escritor en otro continente, y por fin el regreso humillante a su país, el país al que sirvió en nombre del juramento dado a la legalidad, a la defensa de la legalidad.

Vicente Rojo tuvo un sobrino que se llamó como el, Vicente Rojo, que vivió en México y allí desarrolló una carrera como artista gráfico, campo en el que fué un referente todavía imprescindible. Cuando el general andaba por el cerro de La Figuera no sabía nada del sobrino que se iba a llamar como él. Ante sus ojos los suaves meandros del río, allá abajo y al fondo, entre la neblina azulada, al fondo, entre los olivos y las vides. La inminencia de la batalla, el viento frío que azota la ermita de la Virgen del Molar, tan sola y tan austera, testigo del desastre final.

Encontré el libro: "El hombre que se creía Vicente Rojo", de una escritora catalana que se llama Sonia Hernández. Ejemplo de novela breve, inteligente, de estilo sobrio, profunda, algo oscura, reflexión sobre el arte y sobre el papel de la literatura en esos tiempos. Hernández no habla del general si no de su sobrino, el artista, del que ahora contemplo fotos de su obra y me parece tan equilibrada, tan luminosa, tomada por un sentido del orden gravitacional, tan gráfica, tan filosófica. Hay una divertida anécdota que aúna al pintor Rojo con Max Aub y con otro pintor muy raro, Josep Torres Campalans, que ahora no voy a contar pero que me remite de nuevo a una época antigua y mucho más interesante, con pintores que leían filosofía y tratados de arte y escritores que fueron generales, generales que perdieron una guerra y lo hicieron con dignidad, sin lamentos.

Un viento frío arrulla el cerro de La Figuera mientras doy tumbos por las ruinas del observatorio del general, mientras intento sentir algo de lo que él sentía cuando miraba hacia abajo esperando la última batalla, inminente, ahora ya inaplazable, y aunque yo se cosas que el no sabía, él si sabía que esa sería la última, y lo que decidió fue eso: que la batalla le encontrara lo mejor preparado posible para afrontarla, bien situado, seguro de si mismo, dispuesto a la derrota, sin lamentos, los dos pies en la tierra y la mirada perdida hacia el fondo, el río, la neblina azul que reverbera encima del paisaje como si la banda azul del arco iris se hubiera desprendido del arco, ese cielo tan enorme y tan terrible que cubre el tramo bajo del Ebro. La guerra dice quienes son los hombres, de qué está hecho cada uno. Por eso se debe escribir sobre la guerra. Y sobre el amor, y sobre la miseria y el olvido. Y sobre el arte.

21 d’oct. 2021

EL REY QUE QUERÍA LA REPÚBLICA

Amadeo de Saboya, duque de Aosta nacido en Turín, rey de España accidental con el nombre de Amadeo I por breve tiempo, era hombre sensible, delicado y de ideas republicanistas. (Hay una cinta fascinante, Stella Cadente, que cuenta con grandes dosis de poesía visual su breve reinado español, en uno de los mejores papeles que le he visto desarrollar a Alex Brendemühl). Tras el fiasco aconteció la primera república española, presidida por Estanislao Figueras.

Amadeo no veía bien la monarquía: era un hombre de cultura exquisita, lector de filosofía y con muchas aficiones artísticas. En resumidas cuentas, se parecía poco a los Borbones. Vivió mal en España y des del principio supo que no le gustaba el clima político español, demasiado airado y violento. No le tocó vivir en una buena época y el hombre, sabiamente, aceptó la renuncia y regresó al bello valle de Aosta, lugar en el que a muchos nos hubiese gustado haber nacido.

Lo que viene luego todos lo conocen. O eso creo.

Actualmente, en España tenemos el privilegio de tener a dos reyes, del mismo modo que en Roma tienen dos Papas y en Cataluña dos presidentes (uno en Pineda de Mar y el otro en Waterloo, aunque según Tv3, Cataluña tiene 132 presidentes, pero eso ya es otro asunto). No todo el mundo puede presumir de tener dos de lo mismo, ya que eso es muy español. Se cuenta que los españolitos que regresaban millonarios tras expoliar Venezuela entraban en las joyerías de Madrid y de Barcelona y siempre se compraban dos de lo más caro: dos Rolex, dos collares de diamantes, dos pulseras de oro macizo.

Uno de los dos reyes de España hace lo posible y lo imposible por agradar, por reivindicar el papel activo y relevante de la corona, por mostrarse útil, por ofrecer un perfil medio bajo y medio eficaz. El otro, inexplicablemente refugiado en un país árabe, hace lo posible por promover la república española. Creo que a los Borbones siempre les ha traicionado el subconsciente, hay algo freudiano en esa saga y no me extraña, tras tantos siglos de endogamia. Es muy posible que, en sus sueños más internos, el rey emérito desee terminar con todo y ansíe, secretamente, una España republicana. Aunque el trabajo de rey sea una ocupación bastante cómoda, le hubiese gustado bastante más no estar atado a ninguna ocupación. El emérito tuvo unos años de cierta dedicación, los famosos de la transición y del golpe de estado de Tejero. Pero luego ya pasó todo y entonces se enfrascó en los yates y el lúgubre cobro de comisiones, aparte del deporte de matar animales. Si uno echa cuentas, descubrirá que se ganó el sueldo (?) durante unos 10 años, bastante menos de los 35 que me exigen para optar a una pensión.

Intento discernir lo que puede sentir el otro rey, Felipe, pero quizás esté cansado. Y lo comprendo. Tengo casi casi su misma edad y me jubilaría ya mismo si las circunstancias se pusieran a favor. Todo el mundo intuye que las monarquías europeas han entrado en periodo de descuento, nadie lo duda aunque algunos pidan que el árbitro les de algo más de prórroga, por si se obra un milagro.

A mi, Felipe no me cae mal, y además no se puede demostrar que las monarquías europeas funcionen peor (ni mejor) que las repúblicas europeas. Dicho de otro modo: prefiero una monarquía europea, tipo Holanda o Suecia, que una república como la de Moldavia o la de Togo. Pero por principios éticos, prefiero una república, aún sabiendo que, en España, el Presidente electo podría ser alguien como José María Aznar, hombre al que le encantaría, sin duda, patear el trasero del rey y mandarle a la silla de pensar en cualquier país extranjero, incluyendo Panamá.


 

20 d’oct. 2021

EL SEÑOR OTEGI EN SU TORRE DESMOCHADA

El peinado del señor Otegi solo es un poco batasuno, como si lo disimulase.

La sonrisa del señor Otegi tiene algo de chulesca, de machito español del norte, un cinismo socarrón y muy castellano viejo. A pesar de los juicios y los años de cárcel, el brillo de sus ojos nos dice: a mi no me doblega nadie, se necesitan doce como tu para arrodillarme a mi. Si Santiago Abascal y Arnaldo Otegi se encontrasen en un bar, encontrarían más cosas comunes que diferencias, aunque la coincidencia les dolería a los dos en su gónada patriótica.

El señor Otegi viste ahora camisas blancas y americanas azules, y calzado bueno. Le gustan los micrófonos y las cámaras, las busca y las encuentra. El señor Otegi intenta presentarse como un interlocutor importante, necesario. Pero le cuesta ocultar el alma, que asoma cuando menos te lo esperas. 

El señor Otegi debe pensar que los vascos nacionalistas son, no solo los buenos vascos, si no los mejores, y mucho mejores que los españolitos comunes. Esas ideas son viejas pero no se van. En siglos anteriores ya sucedió eso, con otros Otegis.

El señor Otegi está convencido de que siempre se cae de pie, y de que siempre será así. Puede que si, pero hay algo que el señor Otegi no sabe, o hace como que no lo sabe: que su tiempo se extinguió. Haría bien el señor Otegi en deslizarse hacia un lado, quizás una bonita casa de campo en la campiña verde, con vacas pastando y esas plantas que dan arándanos, con los cuales se elabora el Pacharán, esa cosa dulzona y magenta que induce al sueño tras vociferar un buen rato.

Haría bien el señor Otegi en retirarse, contemplar el paisaje y saborear el licor rosa y dulzón. Y dejarnos en paz. Su discurso ya no le interesa a nadie. O a casi nadie. Entonces, en su retiro rural, podrá dedicarse al ensoñamiento de la Euskadi mítica y mitológica que ya no existe, tal como Himmler soñaba con los caballeros teutones. Y podrá dejarse el peinado que quiera. Y podrá despeinarse sin temer que vengan las cámaras.

Allí, solo y libre, el señor Otegi podrá jugar a ponerse el pasamontañas negro y rememorar su juventud abolida.

19 d’oct. 2021

Lucy López y el Leviatán

Lucy tiene el pelo castaño, los ojos verdemarino y el perfil de una princesa renacentista. Pero es una chavala del barrio. Lucy no sabe lo que le pasa, solo sabe que está mal, que hay algo malo dentro de ella que no la deja vivir en paz.

Cuando era pequeña le dijeron que tenía dislexia y déficit de atención, y las pasó canutas en la escuela. No guarda recuerdos buenos del colegio del barrio.

Ha suspendido los dos exámenes que ha hecho hasta ahora, no tiene amigas aquí y se siente agobiada. Todos le hablan, todo es ruido, y por eso se esconde en el váter. Se sienta en el rinconcito blanco y se pone a llorar hasta que la mascarilla queda empañada en lágrimas.

A Lucy no le salen las palabras y yo pienso, en primer lugar, que no tiene ganas de hablar. Luego que no puede. Pero al fin me doy cuenta de que hay tantas palabras en ella que no le pasan por la garganta y no le caben en la boca. De modo que, cuando por fin pretende contar algo, estalla en un llanto gordo, redondo, rotundo. Se abraza a sí misma, sentada en esa sillita de plástico y lanza miradas verdeagua a su alrededor, buscando un asidero que no está, que se escapa. Hay tristeza, infelicidad. Hay, sobre todo, la mirada verde de alguien que está perdido en un mundo enorme, antipático, indiferente. Lucy ha descubierto por fin el mundo a donde la trajeron su padre y su madre. Él trabaja todo el día y ella toda la noche, para poder pagar los gastos, que son muchos.

Una de sus profesoras me dijo: Lucy es una niña consentida que no soporta la frustración.

Y puede que haya algo de eso, pero no es solo eso. Lucy descubrió al Leviatán en algún momento pero no sabe su nombre ni puede definir su contorno. El monstruo anda con ella a todas partes. Algo no funciona muy bien en ese lugar en donde los jóvenes más frágiles se pierden y se caen del camino.

-¿Esos nos van a pagar la jubilación? insiste la profesora, ¡Que Dios nos ampare!

Cuando por fin Lucy se marcha la veo andar hacia el poniente rosa y naranja, pequeña y endeble. La depresión es terrible en cualquier cuerpo, pero le puede quebrar a uno cuando la ve en una adolescente renacentista a la que la vida le duele tanto. Cuando Lucy se ha ido descubro una lagrimita asomando en mis ojos, y me acuerdo de las depresiones insondables de mi padre, que también anduvo con el Leviatán la mitad de su vida.

18 d’oct. 2021

Ericia y la muerte en la juventud

Ericia está sentada en las escaleras, entre la primera planta y la segunda. Unos lagrimones pesados y redondos resbalan por sus mejillas. Su mirada, de ojos de aceituna, está ausente pero es capaz de atravesar los muros. Sus ojos negros miran fijamente una negrura enorme. Y la negrura le devuelve la mirada.

Ericia no quiere vivir más. Llegó hasta los diecinueve a duras penas y ya no puede más. Está sentada y parece que no se podrá levantar. Su cuerpo se hunde sobre sí mismo. Sus manos están abandonadas a los lados, con las palmas vueltas hacia arriba, rendida. Ya no más lucha.

Su cabello de azabache contiene tota la negrura del espacio gélido, que le acaricia con un gesto de bendición. Ericia quiere descansar y llegó a la conclusión de que solo la muerte le ofrecerá el descanso que no le dieron sus familiares, sus profesores, sus semejantes.

Ericia no quiere seguir viviendo. Ericia quiere morirse a los diecinueve, morirse cuanto antes.

Por eso se tragó los quince comprimidos y me lo cuenta así, sin titubear, cuando le pregunto, manteniendo su mirada de acero negro en mis ojos, sin pestañear, sosteniendo media sonrisa cansada y grácil, sin vergüenza ni miedo. Ella sabe que llegó mucho más lejos que yo. Sabe que, en tan solo diecinueve años, viajó mucho más allá que yo a mis cincuenta y pico y vio mucho más mundo que yo. Ericia sabe que sus sueños son mucho más profundos que los míos y que jamás le alcanzaré. Ericia debe haber visto que soy un cobarde, que mis pies se retraen ante el abismo y sabe que los suyos no dudan en avanzar, aunque sabe que avanzará sola hacia el vacío. El vacío es su amigo, el vacío es su hogar desde que tiene uso de razón. Y Ericia es inteligente, incluso dolorosamente inteligente cuando me cuenta lo del vacío, cuando me habla de la nada y la muerte.

Ericia es una joven catalana de diecinueve años que no quiere vivir y desconfía de los Servicios Sociales (no me gusta su forma de trabajar, dice, sin especificar nada más). Yo fui un poco Ericia cuando tenía diecisiete y no recuerdo muy bien como dejé de ser ella algo más tarde, quizás a los diecinueve. Si lo supiese, se lo contaría. Pero no me acuerdo. Quizás todos fuimos Ericia en algún momento y luego no lo recordamos, por miedo más que nada, o por la pereza de recordar los paisajes inhóspitos.

Hoy he hablado de nuevo con Ericia y me ha parecido una joven de metal durísimo. Y a la vez más frágil que el tallo de un brote de maíz recién nacido. He recordado la frase del pensador sobre la vida entendida como un esfuerzo inútil, si, pero también he recordado como se reconstruyó Lisboa tras el incendio.




17 d’oct. 2021

A propósito de San Manuel Chaves y las dos Españas

A veces consulto los datos de este blog en el que están ahora mismo. En las últimas semanas, el blog agoniza dulcemente sin que sepa el porqué. Cuando digo que agoniza me refiero al número de visitas, que ha decaído en picado y ha llegado a los números del principio, cuando solo escribía mi diario para mi mismo y sin más intención.

Todo nace y todo muere, lo dijo el poeta. Quizás al blog le ha llegado el momento de morir, cuando todo se pierde como lágrimas en la lluvia de mentira que lanzaba Ridley Scott.

De modo que acepto la realidad. Voy a dedicar los últimos tiempos de este blog a recuperar los apuntes y entradas que más me gustaron, o los que menos se leyeron. Un buen epílogo, creo. Avanzo pues hacia el fin en una larga despedida, al estilo de los grandes del rock.  

14 d’oct. 2021

Lo que perdimos en el fuego de octubre del 2017

Algunos días atrás asistí a la presentación de un proyecto cultural en una villa al lado de la ciudad de Valencia. El ambiente, un sábado por la mañana de dulce calorcito otoñal, era distendido y agradable. La sala municipal es acogedora, diáfana. Me sorprende que no haya banderas en el escenario. Tras esos años terribles en Cataluña, uno siempre se teme que la guerra de las banderas será omnipresente, pero no es así. Aquí, en esa Comunitat Valenciana que algunos reivindican como perteneciente al ensueño romántico de los ectoplasmáticos "países catalanes", no hay banderas. Mucho mejor así. A mi me gusta la de Europa, pero no pasa nada.

Los ponentes se expresan los unos en valenciano, otros en castellano y otros en catalán. El diálogo fluye con facilidad. Me sorprendo de nuevo: nadie protesta, nadie murmura, nadie silba, nadie se remueve en su butaca azul. No hay gritos ni insultos. Todos los idiomas conviven en paz ya que todo el mundo comprende a los demás y por consiguiente no hay malestar alguno, ni ofensa ni desprecio. Solo ganas de entenderse entre lengua hermanas, hijas del latín y de la necesidad de la lengua franca. El acto transcurre con normalidad. Hay un par de mesas redondas. El conductor de una de ellas se permite cierto tono reivindicativo por la parte nacionalista, mezclada con un antifranquismo pertinente pero un poco al estilo catalán, ese estilo que pretende inducir a la sospecha de que todo lo español es franquista y todo lo catalán, antifranquista. ¡Como si no supiese nada del Tercio de Nuestra Señora de Montserrat o de los miles de franquistas de pura cepa catalana que prosperaron en la Cataluña de Franco -y que a día de hoy son furibundos independentistas! Ningún ponente le sigue el hilo al moderador que pretendía estropear el acto. Bravo.

Me relajo aún más en mi butaca azul, me hundo en ella: me doy cuenta de que puedo escuchar a esos ponentes sin ponerme de los nervios. No hay crispación ni nacionalismo: solo hay interés por la difusión de la cultura y de la memoria colectiva, sin insinuaciones malévolas, sin botiflers de por medio, sin ánimo de venganza, sin menciones a la represión del 1 de octubre ni demás sandeces trilladas hasta la náusea. Se habla de proyectos, de esperanzas, de vida. Eso es la democracia, me digo mientras sigo relajándome y añorando el tiempo en el que Cataluña era así, aquel espacio plural en el que a nadie se le ocurría gritar "en català, collons!" cuando alguien hablaba en la lengua de Machado, de Blas de Otero, de Luis Cernuda. Los catalanes somos afortunadamente bilingües aunque algunos pretendan lo opuesto: somos como los valencianos que hoy celebran la convivencia fértil entre las lenguas de España.

Se termina el acto y los conferenciantes y el público hablan entre sí en el vestíbulo. De nuevo se comunican en las dos o tres lenguas, sin fricciones ni tensiones, sin malas miradas, sin problemas. No parece nada difícil obrar así. Es más: parece no solo lo más fácil, si no lo más bello del mundo. Queremos hablar y entendernos, cada uno con su deje y su acento, reconociendo que todos hablamos lenguas españolas y que lo que nos importa es, ante todo, hablar y entendernos y compartir contenidos, ideas, esperanzas, deseos. Vivir.

Por eso, cuando preguntamos por un lugar al que ir a comer, nos responden en castellano y valenciano y catalán. Camino de Barcelona, llegamos a la Cofradía de Pescadores de Burriana, lugar que les recomiendo. No solo la comida es deliciosa: el camarero les atenderá en castellano y en valenciano, cambiando de lengua en mitad de cada frase. Y nadie le maúlla "en català, collons!".

Eso es lo que los catalanes perdimos cuando ardieron los contenedores de Barcelona. Eso es lo que nos quitaron aquellos políticos insensatos con sus bravuconadas patrióticas, medievales y antidemocráticas, en octubre de 2017. Eso es lo que debemos recuperar cuanto antes mejor, para vivir de nuevo en paz.

12 d’oct. 2021

Ni olvido ni perdón

De entre los muchos eslóganes que promovió el independentismo, ese "Ni olvido ni perdón" es el más desafortunado, por su potencial dañino y enemigo visceral de la convivencia. Aunque no hubo ideas buenas en este campo (la ramplona "Espanya ens roba" es poco más que una falacia destinada a mantener un viejo engaño que fue convenientemente desmontada) debemos aceptar que algunas de las frases son tan facilonas, tan destinadas a mover emociones primarias y pueriles, que han caído en el olvido con gran facilidad: Hola, nou país, Vam votar, vam guanyar, Independència per canviar-ho tot...

Todas esas frases, destinadas a quedarse grabadas en la mente para ser repetidas en los pasacalles coreografiados de la ANC, se han ido por el desagüe: no hay contenido, no hay propuesta racional. Tan solo ilusión, ensueño y propaganda vacía, sin propuesta política ni social que las ampare.

Pero luego está ese belicista "Ni olvido ni perdón" que impide la marcha atrás, la reflexión y el diálogo. Por desgracia, la frase la sigo viendo en artículos, twits y pintadas en la calle. Eso es un proyecto político: la violencia como método. Ahí están esos jóvenes "antifascistas" de la UAB, que aplican al supuesto fascismo de los demás una táctica estrictamente fascista. La violencia contra el diferente.

Imagínese usted que nos aplicásemos ese principio para todos los desencuentros de la vida: entre parejas, entre vecinos, entre colectivos distintos. No está la sociedad como para jugar a la guerra, mientras nos damos cuenta del riesgo de aumento de la agresividad en muchas partes.

Si no ando mal, el eslógan parte de una frase de las Madres de Mayo argentinas, y ellas le aplicaban la frase a los torturadores de una dictadura feroz y asesina. Trasladar esa idea al independentismo no solo implica un salto conceptual mal intencionado y recurrente (identificar a la España democrática con una dictadura cruel), si no que banaliza el sufrimiento de las mujeres argentinas cuyos hijos desaparecieron en las garras de los criminales. Solo por eso, el eslógan es lamentable.

¿Qué espacios nos deja, pensar así, para luego terminar aceptando que solo del diálogo saldrán las soluciones? ¿Acaso actuaron así en Irlanda o en la República Surafricana?

Aunque la desdichada frase se propuso en respuesta a los hechos del 1 de octubre del 2017, luego se ha extendido, como era de preveer, y se aplica a situaciones de cualquier clase, insistiendo en la idea de que Cataluña es una colonia oprimida y reprimida, contra lo que solo cabe esa actitud primitiva y violenta. ¿Como reconciliaremos una sociedad dividida por el capricho de unos pocos, si no estamos dispuestos al olvido o al perdón?

Y otra cosa, que no se me olvide: ese proyecto político (pues no es otra cosa) nos lo podemos incorporar todos: también los catalanes no independentistas que fuimos violentados des del gobierno autonómico, tratados de fachas, de ñordos, de botiflers, de colonos y de genocidas culturales. También nosotros podemos acogernos a tan lamentable eslógan. Y entonces... ¿qué sucedería? Me dirán que nosotros no tenemos derecho a ello, ya que somos los opresores, como debe ser una opresora mi vecina Mari, 73 años, de Jaén, pensión de viudedad, pisito de renta protegida, que mira durante 10 minutos las ofertas del súper y calcula si puede o no puede comprarse el pack de dos patas de pollo a 3 euros tras toda la vida en Cataluña, trabajando de sol a sol, criando a los hijos sola. Mari es, supongo, el paradigma indiscutible de una colonizadora y una genocida cultural... porque no es independentista.

El único proyecto político que alberga esa frase es una guerra civil de una intensidad todavía no calibrada, posiblemente sorda y oculta para los medios, un problema irresoluble. Para comprobar su capacidad maligna hagan una prueba muy simple: aplíquesela a cualquiera que les haya ofendido, contrariado o desagradado en algún momento.

Y luego piensen: ¿quiero vivir en un mundo sin olvido ni perdón? Y si es así, ¿la propuesta civil es la venganza? ¿El odio eterno?

Quizás uno entiende mejor que los griegos antiguos considerasen al olvido un regalo de los dioses, o que Jesucristo predicase el perdón como forma de convivencia, o lo que cuentan los budistas.

¿Se puede construir una sociedad en donde apetezca vivir bajo el eslógan "ni oblit ni perdó"? Creo (y espero que lo crean igual), que la respuesta es muy sencilla. Nadie quiere vivir en una sociedad así, en una Cataluña incapaz de aceptar la diferencia.

7 d’oct. 2021

La lírica de la muerte catalana


Cataluña desaparecerá muy pronto.

El idioma catalán morirá si Cataluña no obtiene un estado propio mañana o pasado mañana.
Cataluña, con sus esencias milenarias y sus tradiciones, tan bellas y profundas como ancestrales, morirá si no es un estado independiente.
Andorra es la demostración de todo lo anterior: un estado moderno, ejemplar, la envidia de Europa entera.
Así sería la Cataluña independiente.
Como una Andorra con costa y urbanizaciones clandestinas frente al mar.
La salvación de la lengua de Guerau de Liost.

Parece que la muerte de Cataluña y lo catalán es el discurso, la amenaza. Uno, si ha nacido en Cataluña, terminará por sospechar, aterrorizado, que podría morir en breve de no ser por la acción salvífica de una independencia ipso facto. Si uno deja de pensar en pueblos milenarios y patrias sacrosantas, temerá su muerte como individuo (individuo catalán, por supuesto) caso de no mediar una independencia santo súbito. Esa es la lírica catalana.

La lírica de la muerte es la prosa del independentismo.

Leo perplejo algunos artículos del señor Pau Vidal, alma pater del Manifiesto Koiné: el señor Vidal lleva muy mala vida, ya que cada día se levanta temiendo que ese será el último día de vida de la lengua catalana. Eso es muy malo. Cuando un animalito se siente amenazado, lo primero que hace es morder al vecino. Esa es la lírica mordedora del nacionalismo catalán. En vez de defender la lengua materna, odiar la lengua castellana. Incapaz de darse cuenta de que cuanto más odio proyecte sobre el castellano, más debilita al catalán.

No me apasionan los experimentos sociales ni me seduce la psicología de este tipo. Pero tras evidenciar ante los alumnos que entre ambas lenguas debemos evitar el conflicto, ser flexibles y despolitizar el asunto, descubrí que las cosas fluían mucho mejor en la clase. Menos tensión y mejores resultados. Odiar -y en consecuencia reprimir- al castellano solo trae conflictividad en un espacio que no fue nunca conflictivo. Esas alumnas y esos alumnos que en el patio y en la calle se entienden en ambas lenguas, ligan y se enamoran bilingüemente, viven mucho mejor el aula como un espacio de comprensión y de apertura. Tras contarles que no se reprime el uso del castellano, todo el mundo hizo su trabajo en catalán y aquí paz y después gloria.

Parece mentira que a nuestras edades y tras tantos siglos de historia no hayamos comprendido los efectos de la represión. Si usted quiere fomentar un sentimiento entre los jóvenes solo debe prohibírselo: es algo sencillo, básico, elemental. Deje usted margen para la elección sin problemas y verá como el enfrentamiento se desvanece.

Parece sencillo pero no lo es. Las autoridades prefieren la lírica trágica de la muerte y la desaparición, con las consiguientes medidas represivas para paliar lo que quizás es inevitable: con los años, también desaparecerá la lengua castellana; con los siglos desaparecerá la inglesa. 

Imagínese usted, señor Pau Vidal, que se indigna porqué le parece que la muerte debería obviar a los catalanes de pura cepa. Puede ponerse como quiera, pero la muerte es la muerte y todo lo que debe morir, morirá. Usted, yo, el idioma de su madre y la mía y todo lo demás. No nos vengan con más líos y conflictos. Vamos a simplificar y, a poder ser, sea usted un poco más amable con los diferentes.

Vamos a convivir en paz el tiempo que la naturaleza nos haya dado. Aléjese del nacionalismo y de los odios que conlleva esa ideología de muerte. La muerte nos llegará cuando nos toque, pero hoy estamos vivos y vamos a vivir. A convivir.

6 d’oct. 2021

Casado en el Club de la Comedia

Cataluña tiene por presidente regional al señor Pere Aragonès, a quien ciertas malas lenguas tratan de "Asombroso Niño Barbudo". En el Partido Popular, que siempre están al quite, han decidido que España también debe tener su propio y asombroso niño barbudo y por eso alguien le sugirió al desdichado Pablo Casado que se dejase crecer la barba, con la esperanza de que la pilosidad le eleve al sillón presidencial.

En los últimos días, el asombroso Partido Popular ha organizado una convención itinerante, tal como antaño lo hacían los circos con sus elefantes, sus monos y sus tigres, sus payasos y sus trompetistas, y ha paseado al maltrecho Pablo Casado por las mejores plazas. No le han faltado aplausos ni vítores, aunque debemos reseñar que no ha habido lanzamiento de prendas íntimas al escenario.

Al Partido Popular no se le ha ocurrido nada mejor para su gira que emular al Club de la Comedia, y con ese objetivo ha citado a notables monologuistas de la cosa cómica. Cómica y rancia, sobra precisarlo.

El señor Aznar, cuyo rostro enjuto ya no exige del bigote para aparentar edad, no ha perdido la ocasión de exhibir sus dotes actorales y se ha despachado en tono tabernario durante la gira circense, con improperios y sandeces de toda clase, la mayoría de las cuales son de consumo habitual en toda España con un codo apoyado en la barra mientras se sostiene una buena caña de cerveza. Al pobre señor Aznar le viene grande la jubilación: lo he visto otras veces. En la recta final, uno pretende pasar a la posteridad mediante la acumulación de barbaridades, excentricidades y burradas.

Digo yo que las chorradas que han soltado el probe Casado y el provecto Aznar obedecen a la estrategia de seducir al electorado de Vox, muy sensible a la puerilidad y al chiste facilón, como al nobilísimo arte de atraer la atención en la barra del bar. Lo que nos ha aportado Vox a la política española es solo eso: la bravuconada del bar elevada a discurso parlamentario o a campaña electoral, una crispación inútil y lamentable.

El malogrado Casado tiene las encuestas del ABC de cara, pero la realidad de espaldas. Alguien debería decírselo. Mientras juegue a comediante del Club de la Comedia Rancia no ganará elecciones algunas y, en cualquier caso, será Ayuso quien le quite la silla en un descuido la mar de tonto. España sigue huérfana de una derecha sensata y homologable en Europa.

Mientras el aciago Pablo Casado juegue a youtuber líder en ranciedad cómica y derechona, alguien de su partido debe contarle que no se le espera en el sillón de la Moncloa.

Dios nos guarde del infausto Casado, amén.

4 d’oct. 2021

Zoila, llena eres de poesía

Zoila tiene diecisiete años.

Zoila vive en ese barrio del sur, al lado de las vías del tren, cerca de la autopista que ruge día y noche. Zoila vive en uno de esos bloques amarillos y desconchados como si hubiesen emergido del fondo del mar tras permanecer dos mil años entre peces fantasmagóricos y algas traslúcidas. Zoila vive con su madre y sus dos hermanos, el menor tiene un año y medio y es el hijo del medio novio de su madre, un hombre tosco, de taverna. El hombre que es el medio novio de mamá le dice a su madre que la quiere pero también le pega, a veces, cuando llega muy caliente al piso en el bloque amarillento en el fondo de la ciudad, al lado de las vías del tren y de la autopista que siempre ruge.

Zoila es morena, menuda y tiene los ojos de aceituna. No conoció a su padre.

Zoila estudia un grado medio de Cosmética en el instituto del barrio. Terminó la ESO con notas bastante buenas, y tanto era así que algunas profesoras se sorprendieron de que Zoila, con la que le está cayendo en su casa, saque esas notas. Le dijeron que se matriculase en Bachillerato pero ella prefiere ponerse a trabajar pronto y por eso se inscribió en Cosmética. Zoila tenía un medio novio hasta hace poco, un chaval taciturno y vago que no la trataba bien y por eso Zoila le dijo que aire, que me dejes en paz, ya no quiero más novio.

Zoila tiene diecisiete años.

Zoila está embarazada.

Embarazada de tres meses. En cuanto lo supo se alegró de haberle dado puerta al medio novio: viendo lo que les hacen los maridos a las mujeres, prefiere ser madre sin marido, sin padre.

Pero Zoila está triste y siente que algo se rompió. No tiene ganas de ir a clase. El mundo, de repente, ha pasado de ser pequeño y hostil a ser enorme y hostil. Las calles, las gentes, la nubes del otoño: todo es muy atroz, muy grande y lejano. Las distancias se han ensanchado y el horizonte, oscurecido, se ha marchado hasta detrás del horizonte. 

Zoila mira la parte del cuerpo que rodea el ombligo. El ombligo es el punto de un interrogante que quiere ensancharse.

Zoila no sabe que, en el instituto, hay unos profesores que ahora mismo hablan de ella. Uno de los profesores sugiere que Zoila debería abortar. Otro profesor, a su lado, da un respingo al escuchar el verbo, como si fuese el verbo del mismísimo diablo. Las dos Españas hablan de Zoila mientras ella camina, sola y en silencio, a las cinco de la tarde, deambulando por la plaza Picasso bajo un sol blanco y tibio de otoño en el barrio pobre al sur de la ciudad.

1 d’oct. 2021

Estrujad, dice Joaquim


Las autoridades de Barcelona no saben como tratar el asunto: miles de personas salen cada fin de semana a beber, a romper cristales para saquear tiendas y a quemar coches. Es obvio que le han perdido el miedo a la policía, que se ríen de ella, que les toman por monigotes risibles. Y cabe apuntar: eso no sucede solo en Barcelona. Sucedió algo reseñable hace pocos días y en el pueblecito de Tiana, lugar entrañable del Maresme habitado por pacíficos hippies renombrados y gentes de renta elevada. Durante su fiesta mayor, la juventud del pueblo se permitió organizar una encerrona a la policía autonómica, de la que los agentes pudieron escapar por patas y por los pelos.

Uno lee cosas y entiende que las consecuencias de los confinamientos y las cuarentenas pasan factura, y especialmente entre el segmento joven. Llevaron muy mal aquellas medidas extremas durante los peores momentos de la COVID. Tardaremos años en saber todo lo que sucedió en los hogares confinados, pero en la mayoría de los casos no sucedió nada bueno. No es bueno que el hombre esté solo, y es peor que el hombre esté encerrado. El confinamiento salvó miles de vidas, pero estropeó miles de psiques.

Un tal Joaquim T., que justo antes del virus animó a los jóvenes a estrujar al estado (Apreteu, feu bé d'apretar), podría aportar algo en estos momentos. Podría pedir perdón, el pobre Joaquim, por su monumental torpeza. Quizás sabe, Joaquim, que hay algo de sus palabras en el espectáculo deplorable que vemos cada fin de semana. Joaquim insinuó que el estrujamiento era algo lícito y comprensible, y devaluó a sus propios cuerpos policiales, a quienes puso en la picota por cumplir sus funciones en la guarda del orden público. Todos recordamos los días de Urquinaona y de Vía Layetana (antes Vía Durruti), cuando el presidente de la Generalitat catalana era incapaz de comprender lo que sucedía y se olvidaba del cargo institucional que ostentaba: quizás no ha habido nunca un presidente más insípido ni más irresponsable al mando de un gobierno autónomo español. Su incompetencia es muy llamativa.

Claro que hay relación entre las proclamas incendiarias del señor Torra y los sucesos en los botellones de estos días, por supuesto que hay relación entre ambos hechos: cualquiera lo puede ver. La máxima autoridad regional alentó el incendio de contenedores y acusó de exceso a los policías que él mismo les mandaba, en un ejercicio esquizofrénico del cargo público. Imagínense ustedes a un profesor que alienta a sus alumnos a no asistir a clase para protestar contra algo y, en cuanto lo hacen, les penaliza con una falta de asistencia lesiva.

Tras sus arengas a estrujar, señor Torra, los jóvenes siguen estrujando. Ahora no estrujan por Cataluña ni por su presidente ni por el delirio independentista: ahora estrujan porque les da la gana y porque recuerdan que les animaron a hacerlo y les dieron permiso des del silloncito de la autoridad autonómica.

 Ahí lo tienes, Joaquim T. Este es tu legado a Cataluña, la herencia de tu desastroso mandato.