28 d’ag. 2022

LEJOS DE CATALUÑA

Se avecina otro 11 de septiembre y hay cierto revuelo en la sede de la ANC. Aunque mucho menos que en los septiembres precedentes. Este año la camiseta oficial del evento es negra. No parece el negro el color más indicado para desfilar bajo el sol, o quizás el independentismo, inconscientemente, se ha puesto de luto. Será un desfile fúnebre, de camisas negras.

Yo, como buen catalán, de nuevo me replanteo mi relación con Cataluña en las vísperas de la fecha. Y me descubro cada vez más lejos. Si hace unos años el "procés" me tenía de los nervios, a día de hoy ya solo me produce hastío y algo así como una mirada irónica, distante. 

Me doy cuenta de que jamás me sentí muy apegado a esa patria que, por más ilusoria que sea, sí lo es de mucha gente a mi alrededor. Aunque de pequeño intentaron inculcarme unos valores, virtudes y bendiciones de ser catalán, jamás me lo creí mucho. Recuerdo que ya en la primera adolescencia me preguntaba si era muy relevante haber nacido aquí o un poco más allá del mapa, y si acaso lo importante de veras no era haber nacido más arriba o más abajo en la escalera social. Jamás creí que Montserrat fuese la montaña más especial del mundo, ni la sardana la danza más bella. A día de hoy, por cierto, Montserrat me produce el escalofrío de las cosas que al final se revelan siniestras y estoy seguro de que, de haberla visto el señor Lovecraft, le hubiese inspirado un cuento de horror cósmico.

Cada día, pues, un poco más lejos de Cataluña... y eso sin moverme de aquí. Tras el procés, que terminó en desastre, lucha fratricida entre sus facciones y desolación, mi sentimiento empeoró: a veces me avergüenza saber que vivo entre personas que, sin dejar de ser vecinos normales, no titubearon en posicionarse el lado de la secesión de los ricos, la insolidaridad y el desprecio hacia las demás formas de ser catalán. Vergüenza de convivir entre vecinos que odian a otros vecinos y que escogieron la sumisión voluntaria a unos líderes egoistas y tramposos, arrebatados por un sueño supremacista.

Tras el procés, el balance personal: más de diez años sin ver Tv3, sin sintonizar Catalunya Ràdio. A día de hoy, soy incapaz de nombrar a dos grupos musicales catalanes de ahora. Practico el turismo siempre fuera de Cataluña: Maestrazgo, Huesca, Francia, Portugal, Galicia, Madrid. Incluso he optado por pequeñas elecciones personales bastante inocentes, como comprar la traducción al castellano de los libros que me interesan. Sobre este punto me gusta aclarar algo: comprar un libro (en cualquier versión) solo es un acto comercial, pero las cosas se torcieron cuando a alguien se le ocurrió decir que comprar la versión catalana era un acto patriótico. Fue esta afirmación la que me alejó. No quiero cometer ningún acto patriótico: el nacionalismo es el hijo y el argumento de la barbarie, el totalitarismo y la sinrazón.

Mi balance y mi opción son esas: que se puede vivir en Cataluña sin ejercer de catalán. Incluso sin indignarse ante los lacitos amarillos o las banderas estrelladas o las absurdas solemnidades de los políticos nacionalistas, tal como (mal)viví durante los años duros del procés. En aquellos años más difíciles, cada 11 de septiembre ponía quilómetros de distancia con Cataluña y me marchaba, por lo menos, a Aragón. Este año me quedo, indiferente y como ausente pero mucho más lejos, leyendo a Bolaño o a Vuillard.

Bueno, ya les dejo por ahora. Me voy a poner el CD del Tangana: "El Madrileño" es un disco buenísimo.

24 d’ag. 2022

GENIALITAT DE CATUNYA

Mañana de calor y calima en el cielo. En el coche, acudiendo a una reunión de trabajo inesperada en mitad de agosto. La radio habla de fútbol en todos los diales (por lo visto ayer hubo partidos), hasta que doy con la entrevista al Director General de la cosa del tráfico de la Generalitat de Cataluña (Servei Català de Trànsit). Le presto una atención mínima y tangencial, pero poco a poco me atrae el titubeo constante del señor Director general, una incomodidad que se traduce en silencios y pausas inadecuadas. 

El pobre hombre mide cada palabra que pronuncia (uno diría que mide, incluso, cada sílaba). La emisora es una emisora amiga del poder regional, de modo que todavía sorprende más esa inseguridad. Le preguntan por el atropello múltiple a un grupo de ciclistas, con el resultado de dos muertes. Como la respuesta le compromete poco, ahí todavía está ligero de verbo. Se cuida mucho, eso sí, de contar que es un problema de otra Dirección general y un asunto judicial, y que poco puede aportar. Aún así, se lía contando que existe una comisión mixta en la que intervienen varios departamentos y otras entidades (civiles, se supone) que tratan de la cosa de los ciclistas y de las "carreteras compartidas". 

-Me consta que esta comisión trabaja mucho y que pronto tendremos resultados.

-¿Trabaja mucho? -le insiste la periodista- ¿Cuánto?

-Bueno... mmm... la comisión me consta que se reúne por lo menos una vez al mes.

Cambio de tema: la periodista le pregunta ahora por la propuesta de las nuevas limitaciones de velocidad, y ahí el Director se siente más a gusto. Cuenta que se ha licitado ya la compra de tecnología inteligente para regular los límites de velocidad en algunos puntos de las carreteras.

-Si ya se ha licitado -increpa la periodista- ¿Nos puede decir cuáles serán esos puntos?

-Bueno... mmm... se ha licitado la tecnología. Los puntos en donde se instalará están por decidir.

-¿Pero nos puede decir entre qué puntos se está discutiendo?

-Bueno... mmm... en realidad será uno. Más adelante quizás dos. 

(Un uso curioso y muy osado del plural).

-Cambiando de asunto -la periodista percibe la incomodidad del entrevistado- ¿Tenemos ya cifras de muertes en las carreteras catalanas y sabemos cuántos atropellos a peatones y a ciclistas ha habido?

-Bueno... mmm... no tengo las cifras porque eso se está recalculando cada día, pero claro, todo depende de la titularidad de las carreteras. Algunas son de la Generalitat, pero otras de las Diputaciones, otras del Ministerio y también haylas de titularidad municipal...

La entrevista sigue un rato más, deslizándose hacia esa bruma de las pausas, los silencios, las dudas. Hacia esa bruma catalana. Aparco y me bajo del coche. La entrevista sigue y mientras me alejo de la radio creo que me alejo de Cataluña.

Ustedes me dirán que se trata de una anécdota jocosa y veraniega, aunque inane. Pero mucho me temo que esa anécdota es la que define a la Generalitat de Cataluña. La misma que nos dijo, en 2017, que tenían listas las "infraestructuras de estado" para acometer la independencia y ser un estado como Dinamarca por lo menos.


20 d’ag. 2022

QUE NADIE DESCANSE EN PAZ

Lo cuenta Thomas Ligotti en uno de sus cuentos terribles: "nos secuestraron de la no existencia para imponernos una condena de vida". La idea es una expresión del pesimismo extremo, una prolongación de Schopenhauer (el que afirma: lo mejor sería no haber nacido). Es pesimismo o humor macabro incluso, pero a la vez solo es literatura y uno puede quedarse tranquilo, si puede, cobijándose en este refugio provisional: eso es una ficción, la vida está bastante bien, los muertitos reposan, etc.

Jamás nos faltarán eufemismos: el propio "reposo" de los muertos ya es algo curioso, puesto que "reposar" es la acción de un ser vivo. Los latinos empezaron con la eufemística, con su "requiescat in pace", atribuyéndole a la muerte la posibilidad remota de la paz. Lo cual no deja de ser, también, algo de humor negro. Luego también está el eufemismo laico, muy en boga por estos tiempos: "que la tierra le sea leva". Otra vez se expresa un deseo, dando a entender que esa levedad o ese reposo podrían no serlo y por ese motivo se lo deseamos: no vaya a ser que...

Todo eso viene a cuento de mi costumbre de visitar los cementerios de las poblaciones a las que llego por primera vez. No es por morbosidad: uno aprende mucho en los camposantos y las inscripciones sugieren cantidad de historias, son pequeñas novelas sintetizadas. La mayoría de los cementerios están accesibles y uno franquea la puerta sin impedimentos. Los que están cerrados a cal y canto me producen un extraño escalofrío, ya que solo puede haber dos razones para el cerrojo: o bien tememos que los muertos salgan a molestar, o bien suponemos que hay vivos dispuestos a profanarlos, siempre y en todas partes.

Ahora, tras unos días en el sur de Francia (Pirineos atlánticos), recuerdo el cementerio de Mauléon, pueblo del Pays Basque que nos advierte de su filiación con la reiterada presencia del cuatrisquel, esa cruz celta y que a uno, si le pilla desinformado, le podría parecer un poco nazi. Allí usan el catrisquel para todo: para etiquetar su cerveza con pacharán, para decorar el escaparate de una tienda de alpargatas o para... si, lo han adivinado: como ornamento principal de las estelas funerarias. No vaya a ser que el muerto se olvide de que perteneció a una nación, como el vasallo al señor conde o el obrero al patrón.

De modo que ni la tierra es leve ni hay reposo. Por no hablar de esos pobres muertos sobre los que se encaramó la señora Borràs para parecer más alta. En Francia, que como ustedes saben participó en las dos guerras mundiales y luego se las tuvo con los argelinos por codicia, todos los cementerios disponen de su tumba colectiva para los pobres soldados. En el de Mauléon hay una ristra de chavales de 20, 21 y 22 añitos depositados bajo la tierra "defendiendo el honor": esas tumbas, que encogen el corazón del más insensible, constituyen el mejor alegato contra las guerras y el nacionalismo que uno puede encontrarse.

Puestos a negarle el reposo a los difuntos, pido que todos los cementerios estén abiertos y que sean de visita obligada. Y, a poder ser, que todas esas personas que creen en el sacrificio de los jóvenes para mayor gloria de una patria, se detengan un instante a reflexionar ante las sepulturas de los soldaditos.


18 d’ag. 2022

LAURA O LA INFAMIA

En ciertos momentos del "procés", ustedes recordarán que hubo algunos líderes secesionistas exigiendo muertos por la patria. Era su estrategia más extrema, la definitiva para lograr su objetivo: si hay muertos, nos decían, podremos argumentar ante la opinión pública mundial que España es un país represor y malvado. Sin embargo, cosa paradójica, no apareció jamás ningún voluntario para morir en nombre de Cataluña. Los mismos líderes que exigían el sacrificio último eran los primeros en declararse exentos de tal acto sublime: alguien deberá guiar a la patria tras los muertos.

No hubo ejemplaridad de los líderes en la muerte patriótica.

Tan solo recuerdo a una señora que, el mismísimo día 1 de octubre del 17 declaró que la policía le había roto los dedos de la mano: solo unas falanginas se ofrecieron al holocausto.

La ausencia de muertos voluntarios tuvo un giro de guión: tras los terribles atentados del 17 de agosto de 2017, algunos creyeron haber encontrado a esos cadáveres catalanes, necesarios y útiles, que demostraban la brutalidad represora del estado, y se conjuraron para demostrar que el atentado lo había perpetrado el CNI, el comisario Villarejo o una encarnación carpetobetónica del Dr. No. Se montaron una asociación, en coordinación con la ANC y con aquellos misteriosos CDR de los cuales solo quedan los escombros. 

A cualquiera que rija más o menos bien, todo eso le parecerá una patraña trasnochada, algo grotesco salido de mentes tan retorcidas y paranoides como las de quienes defienden que la Tierra es plana. 

Solo hubo una autoridad que les dio pábulo: y esa autoridad no es otra que la señora Laura Borràs, hasta hace pocos días presidenta del parlamento regional y, en consecuencia, la segunda autoridad catalana. Una persona que debería representar al conjunto de la ciudadanía se apuntó al grupo de tres decenas de orates que pergeñaron la teoría conspiranoica. Es muy grave.

Usar a las víctimas de un atentado terrorista es algo ya viejo y cansado en nuestra pobre España. Lo hemos visto hasta la saciedad y el asco y estamos más que hartos, tristes y enojados con esta actitud infame. El abuso de las víctimas lo ha usado el PP hasta el infinito y más allá de nuestra paciencia, lo usa VOX sin ninguna vergüenza y, cuando no son esos, nos salen los del otro bando con sus homenajes y sus bailes regionales. Dejen a los muertos en la muerte, en el cementerio: la muerte no es el final -dice la canción- y todo parece indicar que no hay descanso alguno en la tumba. Ahí está la señora Borràs para confirmar que después de la muerte hay tribulación y patrias. Ni tan solo el bueno de Lovecraft pudo imaginar un horror semejante.

La infamia no consta en el derecho penal y por consiguiente no podemos llevar a la señora Borràs ante un tribunal por haber cometido esa infamia en las Ramblas barcelonesas. Pero deberíamos quedarnos, por lo menos, con la ilusión de pensar que cuando Laura se acuesta para dormir, esos muertitos de las Ramblas entran en su sueño y le murmuran que no va a poder dormir tranquila nunca más, y que incluso los delirios narcisistas tienen un límite.


EL REY SIN LA ESPADA

La espada, quizás legendaria, desfila a hombros de cuatro soldados. Media España se levanta a su paso, en señal de respeto. La otra media permanece sentada. Felipe es uno de los que no se levanta.

Una espada puede que solo sea una tosca herramienta de acero imaginada en las tinieblas del tiempo, pensada para matar e infundir temor: un símbolo del poder. Entonces, el mundo se dividía entre quienes blandían la espada y quienes debían resguardarse de ella. La espada es el símbolo de la realeza: ¿se acuerdan de Excalibur?

Que un rey no levante sus reales posaderas ante una espada resulta paradójico y podría ser incluso entrañable. Se trata de un rey que reniega de los símbolos, como olvidando que el rey solo es eso, un símbolo, tan viejo y tan triste como la espada antigua. Un rey es el recuerdo andante de los tiempos oscuros, de los tiempos de señores y vasallos, de altos palacios y miserables chabolas.

El acto de Felipe (la ausencia del acto) quizás solo sea una anécdota trivial y pasajera, hinchada por haberse producido en agosto. Tiene su pizca de gracia que un Borbón no participe en un levantamiento.

Lo que me ha sorprendido de veras es presenciar como las dos Españas se han manifestado enseguida, esas sí se han levantado, airadas y dispuestas al ataque. En ambos lados, poco argumentos y muy simplones: "el rey ha hecho bien, y lo se al ver quienes son los que le critican". Eso lo ha escrito una persona con responsabilidades políticas. Media España mira hacia la otra media, espera un poco y luego dice lo opuesto, y aprovecha para el insulto y el garrotazo. Esa es la esencia española. Si tu dices blanco, yo digo negro. Y así nos va.

Felipe, el hombre-rey que no se levanta ante un símbolo, es un tipo que hace grandes esfuerzos por mantenerse en su tembloroso trono, ante una Casa Real en descomposición, y se desgañita para enmendar la imagen de la monarquía que le dejó Juan Carlos el rijoso. Se esfuerza en presentarse como un rey transparente, austero, responsable, democrático. Y esos esfuerzos se agradecen. Es más: incluso yo, de convicción republicana, le he elogiado y defendido en determinados foros y en varios momentos.

Por eso me sorprende el error cometido en Colombia: entre símbolos deberían cuidarse un poco mejor, ya que viven el uno del otro. Puede que los colombianos cometieran un error de protocolo, y quizás podían haber ahorrado el desfile de la espada de Bolívar ante el último Borbón. Pero un rey solo vive de símbolos y de protocolos: sin ellos es un tipo más. Y debería saber que los invitados no ponen las normas de la fiesta.

Hay algo en el subconsciente de Felipe que desea la república y lo manifiesta en sus actos fallidos. Debe ser su forma real de matar al padre.

El debate entre defensores y detractores del rey es burdo y agrio. Las dos Españas incapaces de dialogar. Tienen mucha culpa de ellos nuestros políticos, instalados en la crispación y la irracionalidad. Ellos han renunciado a la pedagogía que debe ejercer un político. Si en España se prefiere el insulto, el mamporro y la gesticulación es, en gran parte, por ese déficit pedagógico que si se ha llevado a cabo en otros países del entorno. 

Yo solo vi a un hombrecito atrapado en una situación imposible: hiciese lo que hiciese, las dos Españas se atizarían durante un rato. Y puede que una república no resuelva el desencuentro, aunque Felipe haga lo posible por dar la bienvenida a la tercera.

8 d’ag. 2022

VARÓN, BLANCO, HETEROSEXUAL CISGÉNERO

Cuando Ernesto y la interseccionalidad desbarataron a la izquierda española

Antes de empezar el texto les cuento algo, para prevenirles: quien escribe es varón, blanco y heterosexual. Según la teoría de la interseccionalidad, soy un opresor y un privilegiado. Por consiguiente, no deben tener en cuenta mis opiniones.

Les copio lo que se cuenta en Wikipedia a propósito de la teoría de la interseccionalidad y luego les cuento a santo de qué viene esto:

"La interseccionalidad es un enfoque que subraya que el sexo, el género, la etnia, la clase o la orientación sexual están interrelacionadas. Explica, por ejemplo, cómo el racismo y el sexismo interactúan creando múltiples niveles de injusticia social, es decir, una doble discriminación. La experiencia interseccional es mayor que la suma del racismo y del sexismo o de la misoginia y el clasismo. La teoría sugiere y examina cómo varias categorías biológicas, sociales y culturales como el sexo, el género, la etnia, la clase, la discapacidad, la orientación sexual, la religión, la casta, la edad, la nacionalidad y otros ejes de identidad interaccionan en múltiples niveles." 

¿Como se han sentido con esta definición? Me temo que algo confusos. Pero no se preocupen: a día de hoy, esta teoría se cuenta en los estudios relacionados con lo social, ​de modo que la sociedad irá comprendiendo, poco a poco, todo ese galimatías.

Una vez alguien me dijo: el problema de las ciencias sociales es que se hayan puesto el nombre de "ciencias", algo que nos lleva a suponer que sus hipótesis son como las hipótesis de la física o de la química.

El asunto es ese: entre la teoría interseccional y el señor Ernesto Laclau me temo que se han cargado a la izquierda española (sin olvidarnos de otras partes del mundo). Descubrí al señor Laclau una tarde, escuchando un discurso de un entonces candidato Pablo Iglesias. Lo citó varias veces (era un discurso para entendidos, no para el pueblo). -Pablo, sobra decirlo, es de esa izquierda que lo hace todo para el pueblo pero sin el pueblo.

Eso es lo que me temo, como les decía: que entre interseccionalidad y Laclau (más todo el movimiento identitario nacionalistas) la izquierda española se ha quedado atrapada en un laberinto identitario.

Vamos al ejemplo: a un señor de un pueblo de Murcia le dicen que por el hecho de ser varón, blanco y heterosexual pertenece al grupo de los opresores (teoría interseccional). Y le añaden que ser pobre o estar en el paro no le quita de opresor. Pasado un tiempo, el señor de Murcia vota a VOX, que le viene con un discurso simple y zafio, pero capaz de atraparle. O votará a Feijóo (mejor que al PP), que también es simplón y zafio, pero que se presenta como un gestor de pueblo, aburrido y serio, y que no entiende de teorías raras. 

7 d’ag. 2022

Virginie y Tralalá en Lourdes

Quizás no haya una ocasión mejor que el ardor del verano para sentarse a ver una película musical. Y conste que no me gustan los musicales, ni tan siquiera los comprendo: me resulta absurdo que alguien se arranque a cantar y a bailar en medio de una escena de amor, de dolor o de cualquier conflicto de cualquier clase. Aunque podría reconocer que la banda sonora de "West Side Story" es muy buena, la cinta me resulta ridícula. Y no digo nada de los grandes cásicos de Fred Astaire y sus amigos, que me parecen insoportables y grotescos. En esos musicales, la suspensión de la incredulidad va tan lejos que me siento incapaz de acompañarla. 

A lo largo de mi vida de cinéfilo (no demasiado contumaz, por comparación con mis conocidos cinéfilos contumaces de veras), solo he soportado "Los paraguas de Cherburgo", "Bailar en la oscuridad" y, por fin (ayer) "Tralala", cinta francesa rodada en París y en Lourdes. Aunque el 90% de la cinta transcurre en la localidad de los Altos Pirineos.

El protagonismo de Mathieu Amalrich ayuda mucho. Amalrich es el actor que ya nos ha sorprendido varias veces con unas interpretaciones (yo diría que) siempre brillantes. Pero había otros motivos de peso para ver la cinta en una noche de agosto a 29 grados. El motivo principal: ayer mismo se cumplía un año exacto de mi llegada a Lourdes, en donde pasé cuatro días. Las casualidades a veces desconciertan.

"Tralala" es una cinta sencilla y elegante y sin muchas pretensiones, factor que aumenta su belleza. Es delicada, irónica, sentimental sin lirismos. Habla de la pobreza, del apego y el desapego, de la soledad, del miedo a vivir, de la pérdida, de la maternidad y la paternidad. Bueno, y de varias cosas más que son, al fin, el meollo de la vida humana. Las escenas musicales están muy bien situadas y resultan creíbles, ya que el protagonista es un músico callejero que compone canciones constantemente, a partir de las ideas o las situaciones con las que se encuentra. Y nada que objetar a los compositores que han trabajado en esta banda sonora, que incluye a mi admirado Dominique Ané. 

Y luego está lo otro, lo más peliagudo: Tralalá se acerca al misterio y a lo maravilloso con una lectura ambigua, crítica, analítica. No es por casualidad que la cinta transcurra en Lourdes, ya que el asunto de Bernadette y la Virgen es recurrente, tratado con espejos múltiples que transitan de lo facilón y lo obvio a lo intangible. Hay una mística que quizás no sea nueva pero sí sorprende en 2022, en este tiempo postmoderno y descreído que, paradójicamente, convive con los miles de peregrinos que vi en Lourdes hace un año. Tal vez sea muy sencillo: el mundo sin esperanzas que solo habla del precio del gas también desea ver algo maravilloso y confía en que la vida sea algo más que temer la próxima factura.

¿Puede suceder algo que nos cambie la vida en un arrebato irracional? Puede. Eso es lo que plantea la cinta de Arnaud y Jean Marie Larrieu (que ya nos sorprendió, junto a Amalrich, con "Los últimos días del mundo", cinta descoranozadora donde las haya). Y si esto sucede ¿sabremos vivirlo?.

Alguien dirá que "Tralala" es naif, o que bebe de demasiadas cintas anteriores ("Voudou sauvé des eaux", "Le retour de Martin Guerre"), o que usa el psicoanálisis de un modo superficial e incluso pop. Pero yo le animo a verla y a pensar por ustedes mismos. Si se atreven, ya me contarán.



2 d’ag. 2022

OLENA Y VOLODIMIR EN VOGUE

Conozco el riesgo que conlleva escribir eso: me arriesgo a ser acusado de pro-ruso, de cómplice de una barbarie o de delitos peores. Pero no me resigno al silencio. Así que voy a intentar que estas palabras sean un poco mejores que el silencio.

Vogue es una revista que me pilla muy lejos y está más allá de la periferia de mis lecturas y de mis referentes, algo que no me impide captar la importancia de esa portada de la revista en la que aparecen Olena y Volodimir, tiernamente entrelazados y ella (aparentemente) sentada en el regazo del soldado Volodimir.

Todo está concienzudamente calculado en esta foto. Empezando por el azul del fondo, un azul de decorado trágicamente operístico. Y luego sus miradas: la de ella, dulce y algo triste. La de él, dura y determinada. Miren el brazo del soldado: las venas henchidas, agarrando el cuerpo de la mujer con fuerza. Ella es Ucrania, rubia y sensual. Él, su ejército, viril y valiente. Ambos han estudiado la posición de sus manos para mostrar el oro del anillo de desposados. Lo dice el poeta: el oro no ensucia las manos, porqué las manos que lucen oro ya estaban sucias anteriormente.

Des del principio me chocó el vestuario del antiguo cómico televisivo Zelensky: nada más empezar la guerra, ya apareció vestido con ropas militares o paramilitares, como si saliera de la trinchera para grabar unos vídeos y luego volver al barro, fusil en mano, a defender a la patria ultrajada.

Algo huele a chamusquina en esta guerra, y no es solo el humo de los incendios, el hedor de los cadáveres en las calles, la pólvora que explota. Algo se nos escapa a casi todos y a mi en especial. Hay algo que está mucho más allá de nuestra comprensión: la velocidad a la que que construyó el relato de quienes son los buenos y quienes los malos, sin lugar para la duda. Luego vino la cumbre de la OTAN, presentada como un evento magnífico, brillante en su ejecución impoluta, de la cual incluso se nos contaron los menús (elaborados por grandes chefs). Nos lo contaron muy bien: la OTAN tiene todo el derecho del mundo a defender a los países amenazados por potencias autárquicas, a expandirse y a afiliar a nuevos amigos. Todo es nombre de la democracia, que es el bien. La mayor parte de los países de la OTAN mantienen buenos negocios con las dictaduras asesinas árabes, pero eso no se nombra por ahora.

Putin y su Rusia nostálgica del imperio soviético me sientan tan bien como una patada en sálvase a la parte, pero igualmente me repito, en voz baja: aquí hay algo que no encaja, algo en lo que nos engañan. Y la portada de Vogue, sin saber contarlo muy bien, me reafirma en esta sospecha. Y se lo digo en serio: no creo en las conspiraciones ni tengo perfil paranoico. Creo más en la estupidez que en la conspiración: para conspirar se debe ser muy inteligente. Generalmente, a la historia de la humanidad le ha reportado más dolor la estupidez que cualquier conspiración.

Algo huele a timo en esta guerra, y la portada de Vogue me resulta casi como un bofetón, a mano abierta, que me intenta despertar: ahí lo tienes. Te están timando y encima se ríen de ti.

Se ríen de ti cuando te cuentan que todos los precios suben por culpa de Putin. ¿Acaso toda la gasolina y todo el cereal proviene de Ucrania? Dos días atrás nos contaban que todo procede de Asia, y que el colapso de los barcos y los estibadores en los puertos asiáticos producía un alza en los precios. De repente, el asunto se debe a la guerra de Putin.

Miren ustedes la foto de portada de Vogue y así me callo. Dicen que una foto vale más que mil palabras, así que les  ahorro mil palabras y me arrimo al silencio de la imágenes. Me dicen que el capitalismo ha entrado en una fase bélica, y que eso es algo que le sucede cíclicamente. Yo no entiendo de esas cosas pero, la verdad: siento algo de miedo y me asaltan las ganas de aplicarme el dicho clásico del "carpe diem", porque a veces eso me huele muy mal. No me gusta Putin, pero tampoco me gusta Zelensky y les dejo mi última incorrección: Ucrania no es una democracia homologable a los parámetros de la UE.

1 d’ag. 2022

MARGA Y SALVA (PUIG ANTICH)

En el Atlàntida Film Fest, festival de cine en parte on-line que se puede seguir en Filmin, se han presentado muy buenas historias de muchas partes del mundo. Una de ellas, sencilla e intimista es "Margalida", documental con alta carga emotiva que busca (y encuentra) a Margalida, la pareja sentimental de Salvador Puig Antich y que es conocida gracias a una canción de Joan Isaac, escrita en aquel tiempo terrible.

Aunque el sentimentalismo no es mi preferencia, se debe reconocer que "Margalida" cumple con lo que pretende y consigue introducir el humor, la crítica y la reflexión en un relato nostálgico pero sobrio. Margalida, la persona, es alguien que llevó como pudo la ejecución de su pareja y que siguió viviendo, a su manera, con sus propios recursos psicológicos y anímicos. Serena, situada en un indefinible punto entre la memoria y el olvido, con la herida para siempre pero, a la vez, llena del deseo de vida. Aunque la vida contenga paisajes muy vastos de tristeza y de dolor. 

Resulta difícil ponerse en su piel a pesar del buen trabajo del documental, e imaginarse siendo la pareja del último hombre ejecutado por Franco, el viejo sanguinario que, cuando ya era solo un pellejo moribundo, persistió en sus crímenes. Salvador Puig Antich, el último hombre ejecutado al garrote para vergüenza de la historia de España. 

Sin embargo... ¡ay, siempre los "sin embargo"! uno se da cuenta de ciertas cosas que, en el documental están presentes aunque no se insista en ellas. En primer lugar, por los motivos obvios, la figura de Puig Antich fue mitificada (resulta difícil evitarlo), pero esa mitificación siempre oculta, entre los brillos y la solemnidad, la realidad de un hombre que quizás hubiese preferido no ser eternizado a los 25 años. En el caso de Puig Antich, de verdad se lo digo, siempre he visto una manipulación algo burda y grosera, e incluso obscena. No es por casualidad que en 2006 (y no antes) se estrenase una película sobre su vida, con música de Lluís Llach: el "procés" se avecinaba y empezaba a circular el relato de la España represora y asesina. Y, sin embargo: Puig Antich era un activista anarquista a quien la cuestión nacionalista no le interesaba para nada.

Y luego está lo otro: en la reivindicación de Puig Antich hay curiosas paradojas. A saber: la burguesía catalana nacionalista no movió un solo dedo para librarle de la condena y es más: algunos de los que ahora lo usan para adornar el relato de la represión contra Cataluña (siempre indemostrado) sin duda se alegraron de la desaparición de un hombre incómodo para sus planes de futuro, ante la muerte inminente del dictador y la llegada de la transición, de la que esperaban sacar grandes beneficios (tal como sucedió).

La historia del anarquismo catalán, a pesar de los libros, ensayos y documentales que lo cuentan, es un territorio de silencios, ausencias y olvido. Es la historia de un silencio en el que se compincharon la burguesía catalana y el franquismo más cruel. Esa burguesía que hoy simula ser revolucionaria y sitúa a los padres en Junts y a los hijos en la Cup para, entre ambos, enterrar para siempre el movimiento libertario catalán.

Hay un breve fragmento del documental en el que se nombra a los "anarquistas de salón", algo que uno corrige para precisar: "los anarquistas de carajillo". Yo todavía diría más: "los anarquistas de ratafía".

A veces me he preguntado: ¿que hubiese sucedido si Salvador se hubiese llamado Salvador García López?.