Agrio se le ha puesto el semblante a Felipe tras conocer lo de Juan Carlos en Galicia para participar en una carrera de barcos, eso que una clase social llama "regata". Por lo visto, el viejo que tuvo, retuvo. Y no encontró nada mejor para su regreso -quizás fugaz- que navegar en velero y demostrar así sus ganas de enmienda, su sensibilidad social y su nivel ético. Vuelvo un rato, pero solo para participar en un deporte de ricos.
Agrio tiene que estar el estómago de Felipe, a quien su padre le estropea su lento trabajo de intentar lavarle la cara a la Casa Real. ¡Qué pena no tener disponible a Shakespeare por aquí! Nadie en este país ha trabajado con más eficacia para el regreso de la república que Juan Carlos con su propio regreso.
Es común, entre quienes todavía le defienden, referir el viejo servicio a la patria (el único conocido) con la Transición y su papel en el 23-F. Recuerdo el personaje de Siddhartha en la novela de Hesse, quien empieza diciendo algo así: "Ahora veis a un hombre sabio y bueno, pero antes fui una mala persona". En el caso de Juan Carlos, podría empezar del revés: "ahora veis a un viejo malvado, pero tiempo atrás le hice un servicio a la patria".
Atribuirle el mérito de la Transición a Juan Carlos es una maniobra lamentable y malintencionada: Juan Carlos estuvo allí y obró con acierto, claro, pero porque estaba rodeado de personas brillantes y valientes que fueron capaces de llevar a España hacia el inicio de una democracia, camino en el que todavía estamos. Sin embargo, no hay ningún otro mérito en el hombre que ahora viene a subirse a un velero de competición. Juan Carlos es, a día de hoy, el espantajo de una España caducada, el reservorio de lo rancio y el símbolo de todo lo malo que contiene una monarquía. Es, además, un aguijón venenoso clavado en el cuerpo de la monarquía.
Cuando veo a ese viejo con su desfachatez marinera comprendo los valores republicanos mejor que nunca, quizás ese sea su mérito más destacable. Y pienso en el librito de Étienne de la Boétie, el magnífico "Discurso sobre la servidumbre voluntaria" cuando veo a quienes acuden a aplaudirle. Me resulta fascinante: hay una demostración consciente y voluntariamente pública de estupidez en acudir a aplaudir al monarca corrompido amigo de los indeseables: dime con quien andas...
Y de nuevo siento una inesperada empatía por Felipe, luchando contra lo inevitable y viendo al propio padre al servicio de lo inevitable con el solo propósito de divertirse un rato. Ahí está lo shakesperiano de la situación. Puede que Juan Carlos, que odia a su hijo porque no le ama como él cree que debería, se haya propuesto demostrarle que la falta de amor será vengada con una república.
En Francia llevaron a la guillotina a los sátrapas desalmados. En España, por lo visto más sutil y civilizada, la monarquía se hundirá sola en su propia podredumbre moral y en sus líos. Poco podía imaginarse Azaña, cuando lanzó su "¡Hasta la tercera!" que la tercera llegaría de la mano de un tal Juan Carlos.