Francesc Macià, el presidente abuelo, jamás estuvo del todo en sus cabales. Su historia no desborda sensatez. Sin embargo, jamás se ha fusilado a nadie por estar un poco chalado. Es más: en muchas sociedades, al enajenado se le trata con sumo respeto o incluso se le venera, ya que se asocia la locura al contacto con los dioses. Macià murió en su cama, víctima de una apendicitis, en el día de Navidad de 1933.
Macià, como saben todos ustedes, protagonizó uno de los episodios más grotescos del nacionalismo de por acá cuando pretendió la secesión de Cataluña mediante la hilarante invasión por Prats de Molló al frente de cuatro iluminados que depusieron las armas al escuchar el primer aviso de la Guardia Civil. Pero tampoco se fusila a nadie por hacer el ridículo, y aunque a los ridículos se les respeta menos que a los orates, la ridiculez es algo que resulta entrañable y que promueve la empatía. El ridículo, pues, tiene muchas probabilidades de morir en su cama, de apendicitis, apoplejía o por una patada de conejo.
El día de Navidad de 2021, la oficina de prensa del Ayuntamiento de Barcelona escribió un tuit en el que conmemoraba el fusilamiento de Francesc Macià. Muchos se rieron de la ocurrencia, se burlaron de la ineptitud del responsable de prensa municipal o incluso aprovecharon para recriminarle su falta de interés por la cosa nostra, ya que el desconocimiento de la vida, muerte y milagros de los 132 presidentes de la Generalitat es síntoma inequívoco de ser un mal catalán: el mundo independentista más feroz la tiene tomada a perpetuidad con los Comunes, y no se les pasa una.
Y sin embargo... sin embargo yo no creo que eso fuese un desliz. Los Comunes, que crecen sin saber si de mayores quieren ser nacionalistas o demócratas, juegan al despiste con suma inteligencia: aupar la muerte doméstica y burguesa de Macià, desprovista de toda épica, a un fusilamiento enaltecedor, es un homenaje mayúsculo y una forma de engrosar la lista de Presidents represaliados, perseguidos, masacrados y ultrajados: una forma de engrandecer el victimismo patrio. ¡Macià fue fusilado! gritan las gentes por las calles: ¡Nos engañaron con una apendicitis pero el pérfido estado fascista le fusiló! Jordi Bilbeny escribirá un prolijo tratado sobre la manipulación y el engaño de las crónicas oficiales y concluirá con toda suerte de detalles los pormenores del fusilamiento. Bilbeny difundirá los nombres del pelotón de fusilamiento (López, García, Jiménez y Martínez, el sargento Cifuentes y el pérfido Bonifacio Pratdesaba, paradigma de traidores), y revelará las últimas palabras del presidente abuelo, pronunciadas durante su caída a cámara lenta: Jo moro perquè no moro, prò Catalunya no morirà mai... visca la ratafia! La historia dará un vuelco, las masas saldrán a las calles y llegará el "momentum" que esperaba el pobre Quimet Torra, el instante en el que la historia se hace carne entre los catalanes.
Obran mal y con mala fe los patriotas de acá, como la ilustre alcaldesa de Gerona, cuando se burlan del tuit municipal: quizás deberían meditar como no se les ocurrió primero a ellos cubrir de heroismo la muerte inane del presidente abuelo. Ya puestos, podrían añadir que el pobrecito Pujol está condenado al ostracismo en Queralbs por un tribunal siniestro, que Puigdemont malvive en un albergue belga y que Quimet Torra está encadenado en una oscura mazmorra del barrio judío de Gerona.
Podríamos ir más allá y explicar, didácticamente, que el único presidente fusilado, el señor Lluís Companys, en verdad murió de una neumonía mal curada. Es de todos sabido que Companys fue el menos nacionalista de todos los presidentes, y que la catalanidad ultramontana jamás le ha mirado con buenos ojos por su tibieza ante el hecho patrio, por su pasado obrerista y sus simpatías hacia el mundo anarcosindicalista (aunque Juan García Oliver le retrata, en sus memorias, como un político torpe, persona pusilánime y tipejo turbio). Razón de más, pues, para el intercambio: Companys murió de una enfermedad común y Macià, fusilado. La historia de Cataluña mejora mucho con una simple corrección.
Una vez se admite la ficción de la nación catalana, se puede seguir por la senda de la ficción sin rubor y sin freno. La historia está por escribir y se debe rellenar de más héroes y, sobretodo, de más víctimas. En resumen: una apendicitis no nos puede estropear el pasado.