30 de jul. 2022

LAS PAREIDOLIAS METAFÍSICAS



Según la definición, la pareidolia es un fenómeno psicológico que consiste en reconocer patrones significativos —como caras o cuerpos— en estímulos vagos y aleatorios. En síntesis: algo muy humano que quizás compartimos con otros animales.

En algunos casos, la cosa se complica cuando el rostro que uno cree reconocer pertenece a Jesucristo o a la Virgen, y estos casos son frecuentes en España.

Desconozco si existe algo similar que nos permite reconocer como buenos a los de nuestra tribu. Me explico: han coincidido en el tiempo algunas imputaciones y sentencias referidas a políticos corruptos, y las reacciones me han llamado mucho la atención. Que el imputado/sentenciado se declare inocente y puro es natural e irrelevante, pero que en su entorno sean incapaces de ver lo más evidente ya sorprende un poco. Las pruebas reunidas contra la señora Borràs no permiten duda alguna, son múltiples y abrumadoras. E incluso bochornosas, cuando uno se toma la paciencia necesaria para leer los correos que la señora mandaba, con su manual del fraude escrito desde el sentimiento de impunidad más escalofriante.

Lo mismo sucede con la sentencia de los políticos andaluces. Y, sin embargo, en ambos casos se ha dado un curioso fenómeno que implica la distorsión cognitiva. Borràs habla de unos "diputados vestidos de jueces" en un tono solemne que bordea lo trascendente, y Sánchez de "pagar justos por pecadores", en un sorprendente sesgo religioso que no me esperaba de un hombre laico.

En ambos casos se apela a fenómenos raros o a hechos fantásticos.

No me sorprende nada, por consiguiente, que un columnista de La Vanguardia hable de Jordi Turull como de un Poncio Pilatos ante el caso Laura Borràs: ya llevamos tiempo instalados en el relato mágico, metafísico o religioso: lo pueden llamar como más les guste. 
 
Se debe añadir aquí una anécdota (significativa): cuando la señora Borràs salió del Parlamento regional tras ser suspendida de empleo y sueldo, la esperaban unas 200 señoras fans, que entre aplausos, vítores y exaltaciones, insultaron a las diputadas de ERC. Con especial ensañamiento para con la diputada Najat Driouech, que usa el velo en tanto que musulmana. A la señora Driouech la trataron, a gritos, de "mora de merda", en una nueva demostración de que Cataluña es, en efecto, tierra de acogida ejemplar. La religión, de nuevo, apareció en escena.

A veces creo que jamás salimos de las tinieblas medievales, con sus señores feudales, sus monjes y obispos, su temor de Dios, sus cruzadas y sus apariciones, milagros y monsergas, quema de brujas y demás atrocidades.

Sobre el funcionario público todo debería ser más sencillo y más claro: tanto si mete la mano para lucrarse, como si beneficia a los amiguetes o hace la vista gorda, hay que apartarle y castigarle. El respeto al dinero público debe ser esencial (o sagrado, si es usted creyente): es el dinero que ponemos todos en las arcas públicas cada vez que nos compramos una barra de pan, un chicle o un bote de garbanzos. En muchísimas ocasiones, hay un esfuerzo muy grande en esa tributación, y ese esfuerzo es más grande conforme más dificultades tiene el que contribuye.

Yo, que he votado casi siempre al PSOE, entiendo que los políticos andaluces deben pagar en función de lo que diga la ley, del mismo modo que las legiones de corruptos del PP, de Convergència o del partido que sean.

Y uno debe alegrarse cada vez que cae un corrupto, pues este es el tumor maligno de la democracia. Se debe ser racional, y dejarse de distorsiones cognitivas, religiones y demás pareidolias que nos hacen ver lo que no es, o ver bondad (y santidad) en donde solo hay codicia o estupidez. O ambas cosas a la vez.


27 de jul. 2022

UNA GENERACIÓN IRRESPONSABLE


La caída de Laura Borràs es una buena noticia para la política catalana: un pequeño paso hacia el fin de la crispación, la irracionalidad y el secuestro emocional. Aunque en Cataluña hay un hombre que está más feliz que nadie con esa caída: el señor Turull, a quien se le allana el camino del poder en su partido. Pero más allá de eso, lo que se percibe es que, en el final del catastrófico "procés", a una generación entera de políticos se los ha llevado la ventolera que ellos mismos levantaron con sus abanicos estrellados. Solo hay que mirar a la enésima transmutación de aquella Convergència que campaba a sus anchas en Cataluña, con sus caciquiles mayorías absolutas: aquel partido es hoy un yermo en donde solo se escucha el crujir de dientes.

Jordi Cuixart se ha largado a Suiza, de donde ha vuelto (un momentito) Anna Gabriel, solo para demostrar que la supuesta "terrible represión del Estado Español" no existía: con su ejemplo le ha quedado claro a todo el mundo que a nadie se le juzga por sus ideas. Poco o nada se sabe de los nombres más fulgurantes de aquellos años eufóricos. Quienes prometieron, juraron y levantaron sus voces hoy dormitan, procuran pasar inadvertidos o se dedican a sus negocios en silencio. Incluso la nueva presidenta de la ANC organiza una manifestación del 11 de septiembre de 2022 modesta y austera, en la que pide a los asistentes (que ya no deberán registrarse: ¿para qué?) que levanten bien las banderitas, para ocultar la escasez de personas. Solo le faltó pedir que cada manifestante lleve dos banderas.

Como víctima de una maldición eficaz, en Cataluña se repite esa capacidad inusitada por estropearlo todo en un calentón patriótico y banal, en una pataleta rellena de folklore y aspavientos ridículamente solemnes. Sin ninguna mejora que mostrar, solo se pueden exhibir pérdidas.

Tras el vendaval (en realidad, solo una molesta polvareda), Cataluña sale empobrecida en lo económico y seriamente perjudicada en la convivencia, aparte de haber mostrado su peor perfil: el de la insolidaridad y la antipatía.

Tras el desastre que se ha llevado a una generación de políticos, quienes hoy ocupan los lugares de la gestión son personas con escasa o nula experiencia en el servicio público: valga como ejemplo el currículum de Pere Aragonès, ascendido a "Molt Honorable" como en una comedia bufa llena de disparates, prisas, urgencias y quiebros inesperados. Así, quien debe dirigir lo público en un momento tan difícil podría muy bien ser el último de la clase.

Este es el fin y el saldo del procés: un balance lastimoso aderezado por alguna ocurrencia chabacana y previsible del hombrecito de Waterloo, perdido en su delirio con un pequeño coro (cada día más reducido) que le susurra al oído sus propias fantasías.

A algunos, como yo, la salida del procés nos parece el despertar de una mala siesta con pesadilla incluída que, de algún modo, se parece a las impresiones extrañas que nos dejaron los confinamientos: ¿realmente hemos vivido eso? La respuesta, sin embargo, es afirmativa: aquí están sus consecuencias. Y el difícil camino de la vuelta a la concordia, el diálogo y la razón.

Pero incluso para nosotros, quienes vivimos con cierta esperanza el fin del malestar, la vuelta a la normalidad nos resulta dificultosa. Para mi, creo que ya nunca más Cataluña será lo que fue antes de la acción de los irresponsables. Siempre viviremos con temor y desconfianza, y con ese insoslayable sentimiento de sospecha hacia lo que queda de unos líderes diezmados pero imprevisibles, y hacia una mitad de la ciudadanía dispuesta a fastidiar la vida de los demás.

24 de jul. 2022

LA CUP Y LA ADOLESCENCIA CRONIFICADA

Hace un tiempo, hablando con un profesor de filosofía, me hizo notar los rasgos adolescentes de muchos militantes de la CUP: estamos hablando de formas de hablar y de pensar, pero también de vestir y de conducta social. Este profesor les diagnosticó de "adolescentes cronificados": personas que, más allá de los 40, se mantienen, empecinados, en las actitudes de un adolescente.

A mi siempre me ha parecido más sano el adolescente rebelde, contra todo, anti-todo, el anarquista visceral. Creo que el adolescente rebelde está desarrollando su espíritu crítico y está ejecutando la función social que le corresponde. Y es el tiempo, y sobre todo la interacción con los adultos quien le irá puliendo, poco a poco, hasta hacerle una persona capaz de entenderse con las demás y capaz de razonar respetando las demás opciones. El mundo es muy mejorable, sin duda alguna, pero la mejora debe hacerse de acuerdo con el mayor número de conciudadanos y buscando el bien de la mayoría. O eso creo yo.

Puede que el sistema esté malito y necesite un meneo. Pero cuando pienso en el sistema también pienso en los ambulatorios, en la escuela pública, en los transportes públicos, en las becas, en las leyes del aborto, del matrimonio igualitario, de la eutanasia, en los servicios sociales.

Con esas ideas todavía reverberando en mi cabeza, me senté una tarde a tomar algo fresco en una terraza del centro. Al cabo de unos minutos apareció un enorme coche negro, reluciente y carísimo, y aparcó encima de la acera, con esa rotundidad indiscutible de los grandes coches caros. De él se bajaron una pareja de cuarentones ataviados con ropas negras estampadas de símbolos anarcoides. Él, ya bastante fondón y con alopecia, lucía una melenita hasta encima de los hombros, y en los brazos una pléyade de tatuajes que no me entretuve en descifrar. Anillo en la oreja. Se sentaron dos mesas más allá, hablando con voz fuerte y con expresiones contundentes, deseosos de ser escuchados por el resto de personas que estábamos en la misma terraza. Con una actitud displicente trasvestida de pedagógica, corrigieron al camarero chino hasta que ese repitió sus palabras en catalán.

(Aún sin saber mucho sobre el precio de esos cochazos, calculo que debería trabajar dos jornadas diarias durante dos vidas para poder comprarme este coche).

Tras dar un primer trago a sus bebidas (vino tinto del Penedès con limonada), el hombre de la melenilla sacó sus aparejos y se lió un porro. El olor de la marihuana fluyó por la terraza, navegando en espiral por el aire caliente y pegajoso de la tarde. Intenté abstraerme en mis cosas, pero me llegaban retazos de sus palabras. Decidí marcharme al cabo de poco rato, aunque no pude evitar lanzarles una mirada casi de soslayo en la que yo, ingenuamente, pretendía contarles mi opinión sobre sus modales: yo, infeliz de mi, soy de los que jamás me atrevo a aparcar encima de la acera mi pequeño coche barato de segunda mano.

La mirada que me devolvieron era explícita: hacemos lo que nos da la gana y nos reímos del sistema.

No se debe ser muy avispado para leer la ideología de esas personas. Forman parte de esa "izquierda radical" que en Cataluña se presenta bajo las siglas de la CUP y que, aunque con poca representación parlamentaria, se las han apañado (y muy bien) para imponer una cultura política y social, amalgama burdo de las reivindicaciones de muchas minorías cuya pretensión no es es ser respetadas (el respeto a las minorías es el verdadero signo de la democracia) si no por imponer sus cánones, cosa que ya no tiene nada de democrática. Pronto habrá que ser forzosamente animalista, vegano, LGTBIQ+ y etc, y quien no lo sea correrá el riesgo muy serio de ser acusado de protofascista, de totalitario o, simplemente, de ciudadano de segundo orden cuyas ideas no deben ser tenidas en consideración. Así, quienes sin ser animalistas ni veganos ni LGTBIQ+ defendimos sus derechos, nos veremos en la cuneta.

Y eso será así hasta que el péndulo oscile hacia el otro lado y la derecha extrema, con la extrema derecha del bracito, se hagan de nuevo con el poder en esta España eternamente partida. Entonces, cuando esto suceda, el hombre del coche negro y caro aparcado en la acera seguirá con su coche y sus porros y su casa con piscina. Y los del coche barato y de segunda mano pagaremos las consecuencias, tal como hemos venido haciendo durante las últimas generaciones. No se olviden: solo los ricos pueden permitirse ser antisistema. Para los demás, el sistema es nuestra protección ante los fuertes. El sistema es lo que, tras décadas de trabajo de la socialdemocracia europea, ha hecho de Europa el único lugar del mundo en el que se puede ser de clase media.

Cuando esto suceda (y quizás no falta mucho para el suceso), los socialdemócratas reflexionarán sobre sus alianzas (quizás solo tácticas y oportunistas, quizás incluso indispensable para sobrevivir en el corto plazo) con esa "izquierda radical" de los coches negros y caros, el porro y la supremacía intelectual.

22 de jul. 2022

LA CANDIDATA SOCIALISTA Y LOS YATES

Una señora, concejal del partido socialista (de una agrupación local del mismo y cuyo nombre no voy a mencionar) publicó una foto en su perfil de Facebook posando ante unos yates de lujo. Y uno, que sigue siendo socialdemócrata y votante de este partido malgré tout, le comentó en un mensaje público que quizás no era lo más adecuado sacarse una foto con ese fondo de ostentación grosera en tiempos de penurias.
Las respuestas no tardaron en llegar, y lo hicieron en tropel: ¡libertad de expresión!, me gritaron, "yo solo estaba paseando por allí", dijo ella misma; eres un gilipollas -dijo una voz, y otra aportó que tanta es la belleza de la señora que puede retratarse donde quiera. (Me pregunto con inquietud qué cosa sucedería si yo hubiese nombrado el físico de la candidata).
A estas alturas de mi vida, uno ya sabe (o debería saber) lo que son las "redes sociales", lo que se puede esperar de ellas y cual es su aportación al pensamiento o al debate racional. Nada que decir. Lo que me sorprende es que mi comentario solo cuestionaba si el fondo de yates de lujo era oportuno en una señora candidata a las próximas elecciones municipales por el partido socialista, ya que en esta ciudad de provincias no hay puertos ni yates y, además, el medio es el mensaje: no creo que tenga muchos votantes con un yate de esa envergadura amarrado en ningún puerto del mundo.
Uno puede sacarse la foto del perfil en donde más le guste, pero no debe olvidarse de que la elección del fondo cuenta algo: no cuenta lo mismo un bosque que una calle vulgar, un muro anónimo y desconchado que un cielo azul o que uno atormentado por nubes oscuras. La respuesta "estaba ahí y no hay nada más que decir" es muy débil y elude cualquier razonamiento en nombre de un azar incontrolable, tal como el héroe clásico se defiende aludiendo al destino que los dioses le tenían deparado.
Otro defensor de la libertad de la señora candidata me espetó: ¿qué le habrías dicho si se saca la foto ante una catedral gótica? Pues bien: no es lo mismo una catedral gótica que tres yates de multimillonarios, y no creo que sea necesario contar la diferencia.
A mi, como a muchos a quienes también les duele España, nos duele que las cosas anden por estos derroteros tan tristes y tan crispados, en donde se alude a la gilipollez de quien critica en vez de presentar algún argumento opuesto -que quizás lo hay, no lo puedo negar.
A los votantes socialistas no nos lo ponen nada fácil, de modo que nuestra insistencia pronto tendrá algo de empecinamiento quijotesco y nos planteará muchas dudas: ¿defenderán los derechos civiles como yo espero quienes no observan ninguna objeción a sacarse una foto ante tres yates de lujo? ¿Acaso no se da cuenta la señora candidata de lo que cuenta de si misma y de sus ideas con ese fondo pretendidamente accidental e involuntario?
Bueno, se lo contaré de otro modo: quizás no hace falta que los socialistas se saquen fotos ante la puerta de la fábrica (quizás ya no hay fábricas), pero la moraleja que saco va por otros caminos: creo que la naturaleza es muy sabia y retira del censo a las generaciones antiguas como la mía, una generación cargada de puñetas y quisquillosa, incapaz de aceptar a una socialista retratada ante tres yates de 20 millones de euros con el argumento de que "yo solo pasaba por allí, no es mi culpa".
A día de hoy, esa foto con los yates sigue siendo la del perfil de la señora candidata. Algo me dice que, en cuanto las elecciones municipales estén más cerca, esa imagen desaparecerá y si te he visto no me acuerdo. Por cosas como esta, que son casi banales y anecdóticas, a uno le vienen ganas de levantar la mirada al cielo y rogar: "Señor, llévame pronto". Ateos y agnósticos, socialistas y progresistas en general: lo tenemos mal.

21 de jul. 2022

PATRIA, CALOR Y SOLEDAD

Lo he contado otras veces: justo debajo de mi piso se instaló, hace unos pocos años, la sede local de la Asamblea Nacional Catalana. Es un antiguo garaje, construido con baldosas de varios tipos y colores, ensambladas sin ton ni son, arquitectura de aprovechamiento y saldo. En este barrio abundan las casitas de los años 60 y 70, de cuando algunos levantaron, con sus propias manos y la ayuda de un albañil amigo, una casita de dos plantas más bien modesta.

Tras muchos años cerrado, el dueño le alquiló su garaje a la ANC y des de entonces se reúnen, un par de veces al mes, hombres y mujeres de edad notoria y se sientan, durante largas tardes, a debatir. Hay largos periodos de tiempo en los que no se ve un alma. Ahora, sin embargo, ha habido algunos días de movimiento.

Entre los habituales hay un anciano ciego. Es un hombrecito cuya edad ya resulta metafísica, espiritualizado, leve como una hoja que el viento podría levantar. A veces le contemplo como sale del local y camina calle abajo, normalmente ayudado por alguna señora independentista. Pero en cuanto llegan a la esquina, ella le suelta y el hombre, entonces, avanza muy despacito, golpeando con el bastón, incapaz de descifrar algunos de los obstáculos que encuentra: ahora mismo, el andamio ante una fachada le proporciona un laberinto imposible en donde él, tan liviano, ejerce de Ariadna senecta y el sol de julio, de Minotauro. 

La contemplación del hombrecito ciego me emociona. Solo, calle abajo, con esos ojitos protegidos por un velo gris perla. Me olvido por un minuto del dolor que han provocado los independentistas y sus ansias antiliberales y antidemocráticas, de la crueldad de su acción fracturadora de la sociedad, de su egoísmo sin límites. Ese hombre no solo es incapaz de infligir ningún daño a nadie: también es una estampita de la fragilidad humana. Sabemos el final de la historia pero ignoramos el argumento de la obra, esa es la moraleja. ¡Quién le iba a decir que terminaría ciego, solo y trastabilleando por la calle! Y por lo tanto: ¿acaso yo mismo se algo de los capítulos que me quedan antes del final conocido?

Luego me pregunto: ¿qué le habrá empujado a unirse al grupo de nacionalistas? La soledad es la primera respuesta que obtengo. Aunque luego puedo crear otras hipótesis: ese hombre nació poco antes de la guerra y, muy probablemente, vivió los mejores años de su vida bajo un régimen de oscuridad y miedo, en una España tristísima y gris. Los mecanismos de la psique son retorcidos: quizás le gustaría participar en algún tipo de venganza, y someter a los demás a otro episodio totalitario. Pero quizás simplemente necesita escuchar voces, sentir el arrullo de la reunión, el bálsamo de la presencia humana, el calor del grupo. Hay un cuento de tristeza infinita en ese hombrecito sutilizado que dedicará los últimos esfuerzos de un cuerpo ya exhausto en favor de una patria ilusoria, proyección mental de vete a saber qué ausencias, dolores y sueños rotos.

Hace un par de días, viéndole azorado ante el choque su bastón contra el andamio, apoyé mi mano en su hombro y le pregunté si necesitaba ayuda.

-¡No! -respondió con su vocecita aflautada y sin aire -Yo solo.

Y entonces me di cuenta de la brutalidad acerada de su soledad, y percibí un destello peligroso en su mirada que no mira. Y, sin embargo, sentí todavía más pena. Por él, por mi, y por toda la humanidad. Y recordé la frase de Tolstoi demasiado citada, manoseada ya: siento amor por la humanidad, pero soy incapaz de amar a un hombre en concreto.

17 de jul. 2022

UNO QUE SE OFENDE


Cuando era pequeño, en mi casa faltaba el dinero. Una vez pagado lo necesario no sobraba nada. Sin embargo, llegué a la Universidad y, cada vez que quería un libro, ir al cine o apuntarme a un curso de idiomas, el dinero aparecía en mi mano. Aunque a veces el dinero aparecía tras negociar un buen rato: el concepto de "capricho" o de "superfluo" de mi padre era muy amplio. Así que no tuve juguetes caros, ni ropa de marca, ni colonias de verano en inglés, ni navidades con esquís en la nieve. Descubrí los trabajos de verano a los 14, y con lo poco que ganaba durante la canícula pude hacer algo más (aparte de contribuir en mayor o menor medida a la economía familiar). A pesar de todo crecí sin traumas.

Entre semana, mi padre regresaba muy tarde del trabajo y mi hermano y yo cenábamos solos. Una tortilla de patatas con calabacín era una fiesta. No hubo pizzas ni alitas de pollo, ni tofu ni ensaladas de quinoa. Me alegro de que ahora dispongan de todo eso, pero en verdad les digo que esa ausencia no genera frustraciones incurables.

Esta historia es común a miles de congéneres míos. Yo diría que todos los chicos y chicas de aquel barrio suburbial de Barcelona crecimos según el mismo patrón, y mi historia es vulgar, la historia de aquellos años, de aquel barrio. Algunos llegaron algo más lejos que otros, pero no nos separan grandes distancias: hubo una cierta uniformidad y casi todos conseguimos vivir un poco mejor que nuestros padres, con algo más de holgura: casi todos pudimos restringir un poco los conceptos de "capricho" o de "superfluo". A veces nos podemos permitir una entrada en el Liceo, un viajecito, un ordenador algo mejor, la suscripción a Filmin y un sofá y unas horas para tumbarse a ver cine en casa. Los que fuimos chicos en aquel barrio, en aquel tiempo, aprendimos a priorizar, eso sí. Y algo sabemos: que no se puede tener todo cuando se ha nacido en una familia obrera, que la mejora es lenta y costosa y que el precio, más que por el dinero, se cuenta por dosis de esfuerzo, de horas robadas al sueño o a los placeres.

No recuerdo cuando fue la primera vez que vi el anuncio de L'Oréal en el que una señora rica y famosa pronunciaba la frase "porqué yo lo valgo". Sin embargo, si recuerdo la frase del anuncio es porqué algo me alertó: estaba apareciendo una generación que pretende merecerlo todo y, por consiguiente, quiere tenerlo todo en virtud de un valor egoísta: yo. El anuncio no iba dirigido a las clases altas: apuntaba a las medias bajas y a las bajas. Y el anuncio triunfó. Apareció una democratización del derecho a disponer de todo, con la consiguiente abolición de aquellos "caprichos superfluos" de antaño: por el hecho de ser humano me lo merezco todo. Está bien, por supuesto. "Si ella lo tiene ¿porqué yo no puedo tenerlo?". El anuncio de L'Oréal liquidó la cultura obrera del esfuerzo de un plumazo, y lo hizo en en los 20 segundos de un anuncio.

Lo que vino luego lo sabemos todos: los derechos infinitos con pocos deberes. Y luego, claro está, ese estado de ofensa permanente, una reivindicación permanente del yo, mi, mío. El vegano se ofende cuando ve a un congénere comiendo carne y le expresa su ofensa ("no comas carne muerta delante de mi"). El dueño de la mascota exige a los demás que su mascota tenga los mismos derechos que las personas (la mascota es una extensión de su yo): "mi perro tiene derecho a entrar en la tienda, en el restaurante. Y si ladra te aguantas". Pronto será delito el no ser animalista, aunque uno no haya maltratado jamás a ningún animalito del mundo (soy de los que invitan a moscas y mosquitos a salir de casa sin usar armamento).

El culto al yo y a la identidad múltiple (vegano, con mascota, catalán, LGTBIQ+), es fácil y no requiere esfuerzos (basta con declararse así) y, de paso, nos da un cierto relieve social, una preeminencia. Al mismo tiempo que anula cualquier atisbo de empatía o de solidaridad: ahí tienen al independista catalán vociferando "no quiero pagar a los parados andaluces, no quiero subvencionar a las escuelas extremeñas". Yo soy mis derechos. Porque yo lo valgo.

La ofensa recorre el mundo: uno solo debe sacar la cabeza en Twiter para leer a miles de ofendidos que jamás se han solidarizado con nadie pero exigen la solidaridad de los demás hacia ellos, cuando no también una ley que les colme sus derechos por el mecanismo de anteponerlos a los derechos de los demás. Se avecinan las paradojas: el dueño de una mascota tendrá más derechos que el hombre sin mascota. El chico transexual tendrá más derechos que el chico negro (teoría de la interseccionalidad) y así, al fin, los chicos del barrio que crecimos con la renuncia y el esfuerzo vamos a ser acusados de opresores por el hecho de no tener mascota, no ser transexuales, ser omnívoros y no declararnos pueblo oprimido.

Con el paso de los años, aquellos chicos pobres del barrio seremos acusados por alguna ley promulgada por algún colectivo de ofendidos, y deberemos pagar los que siempre estuvimos a favor de los derechos, los que jamás nos pronunciamos en contra de los derechos de los demás, los que siempre defendimos al colectivo LGTBIQ+, a las mascotas, a los veganos. 

Lo que tardamos décadas (o siglos) en lograr puede desmoronarse en un santiamén por el colapso de la ofensa. Es un deber de la socialdemocracia hacerse cargo de eso: de otro modo, le regalarán en bandeja de plata a la ultraderecha el poder de una involución masiva: eso está a la vuelta de la esquina.




11 de jul. 2022

EL "PROCÉS" EN UNA SOLA FOTO

El hombre que rema en el extremo delantero de la balsa, casi desesperado el gesto, llegó a postularse a presidente de la Generalitat en los momentos más tensos, aunque al fin se llevó el gato al agua el sorprendente Quim Torra, tan fugaz como irrelevante. Pues bien, hoy Jordi Turull ha descendido un tramo del río Segre a su paso por Balaguer montado en una triste embarcación hecha con material de desguace.

Todo es desguace en esa balsa: la bandera, aunque aparente relucir con una cierta arrogancia, ya es tela de olvido y vergüenza. Aquí tienen el "procés" en una sola imagen: sus antiguos caudillos remando para no irse a pique, la enhiesta banderola, las chapas y los neumáticos. El antiguo aspirante, algo ajado ya, levanta sus zapatillas para no mojarse los pies y pillarse un resfriado, que son muy malos en verano. A su lado pueden observar el sombrero de paja con la cinta... amarilla, en recuerdo de aquella enfermedad que asoló la tierra catalana.

Ese hombre, que casi fue presidente de una autonomía y pasó unos meses en la cárcel, en cuanto puso el pie en tierra hizo una breve alocución en la que hablo de naufragios, y tildó al Presidente del Gobierno de futuro náufrago sin darse cuenta de que, quien habla, es un náufrago recién rescatado de las aguas. Todo, en el procés, ha sido esta exhibición de folklore con banderas, con bravuconadas. Este señor que rema para no irse a pique formó parte del ala más derechista y dura de la época de Artur Mas, e insistió mucho en que se procesase por sedición (por sedición sí, han leído bien) a los organizadores de la protesta "Rodegem el Parlament", aquella protesta que terminó con políticos escracheados y pintarrajeados con esprays y en donde el propio Mas tuvo que llegar en helicóptero a la seda parlamentaria. Gracias a la insistencia en la sedición del señor que ahora desciende ríos en balsas, unos cuantos protestones tuvieron un futuro negro entre barrotes. El señor de la balsa fue duro e inflexible: quien agrede a la democracia debe pagarlo caro.

Luego, claro, vino el crujir de dientes, pero no vamos a tocar ese asunto.

Hay algo incluso entrañable en la imagen que resume el periodo más negro de la Cataluña reciente: esos hombres en una balsa frágil y desmadejada cuya bandera le da una pincelada cómica, grotesca, incluso algo surrealista. La fragilidad de ese hombre capaz de hablar de patrias históricas y de destinos en lo universal se muestra aquí descarnada: esas zapatillas, ese chaleco salvavidas bien agarrado al cuerpecito, ese mohín preocupado, el sombrero resguardado para que no se lo lleve un golpe de aire. Ese hombrecito que, cuando pone un pie en tierra, habla del naufragio de otros.

El procés en una sola imagen. Cuando alguien les pregunte qué diablos fue eso del "procés", muéstrenle la imagen del señor Turull en su balsa de desguace.


8 de jul. 2022

JORDI CUIXART SE VA (POR MOTIVOS PROFESIONALES)


Si bien Laura Borràs se queda apoltronada sin sorprender a nadie con esa decisión, Jordi Cuixart se va a vivir a Suiza y sorprende a unos cuantos. Aduce unos enigmáticos "motivos profesionales". Bueno, nada que objetar, Jordi. Aquí debemos aplicar el viejo dicho: "a enemigo que huye, puente de plata". Bye bye Jordi el del mullet.

El que fuera hasta hace unos meses presidente de Òmnium Cultural (ya lo llamaba Òrganum cultural el gran Terenci Moix) se larga a Suiza, y algo hace sospechar que también lo hará la dirección fiscal de su empresa, pero eso es especulación sin fundamento. Veremos. Un amigo me suelta su sospecha: el hombre del peinado curioso... ¿se habrá encaprichado de la mujer del peinado batasuno? Mi amigo se refiere a Anna Gabriel, también residente en Suiza. Pero mi amigo no debe saber que Gabriel ya no lleva el corte batasuno, y quizás tampoco lo sabe el pobre Cuixart, eterno héroe romántico.

El peinado de Cuixart no es tema baladí, aunque parezca frívolo juzgar a alguien por su aspecto: algo de adolescente cronificado hay en Jordi, y no solo lo insinúa su peinado. También sus ideas contienen esa adolescencia ¿acaso no es de un romanticismo adolescente pensar que una Cataluña independiente sería una Dinamarca del sur

Cuixart se larga a Suiza por motivos profesionales, algo que suena a rarito o a agente de alguna organización secreta, o a marido que necesita una excusa rocambolesca para contarle a su mujer que necesita un poco de espacio. Quizás todo lo de Puigdemont (¡otro peinado adolescente!) no fue nada más que un intento patriótico de pedirle espacio a su esposa mediante el alquiler de un chaletazo muy espacioso en Waterloo.

Quizás había más de eso que no de patrias independientes, que a lo mejor solo son la metáfora de unos tipos anclados en una pubertad fosilizada que proyectan sus frustraciones en ficciones medievales, en donde se sueñan condes o duques, con sus pelambreras de Sigfrido o, mejor, de Wifredo.

Quizás el procés se resume en una caterva de visionarios perdidos en ensoñaciones y en miles de crédulos necesitados de una fe, de alguna suerte de trascendencia que justifique eso, lo de siempre: una existencia vacía de significados. El mayor terror de la humanidad. En su expresión catalana.

El mesías que nos pareció más tremebundo, ciego y peligroso de entre todos los líderes del procés, nos aporta ahora motivos económicos para largarse a Suiza y se desactiva a sí mismo. Solo quería vivir tranquilo y bien. Quería vivir bien por encima de todo. Y esa es la enseñanza principal del procés. 


5 de jul. 2022

LAURA SE QUEDA

Los rescoldos del procés me aburren, y no soy capaz de explicarme a mi mismo por que razones todavía escribo sobre un asunto tan tedioso y maloliente. Tras muchos años hablando de eso, debo decir que intento curarme en el silencio. Lo lograré. Más pronto que tarde lo lograré.

Hablo de nuevo de ese aburrimiento estéril quizás porque, del regreso del trabajo y dentro del coche recalentado a las 3 de la tarde he escuchado una rueda de prensa sin preguntas de Laura, que dice que no se va. Bueno, pues si Laura no se va, que se quede. También se quedan los virus por más vacunas que nos enchufemos, también se quedó la lepra tras el milagro de Jesucristo: ni Dios nos libra de los males.

Laura se queda y arremete contra todos, contra todas. Laura no se olvida de nadie cuando defiende su permanencia a costa de menospreciar a todo el mundo: menosprecia a los jueces y a los tribunales, a los diputados que son sus socios en el gobierno y en el Parlamento. ¡Por Dios! ¡Es todo tan aburrido...! Y tan inútil. Cataluña hundió los pies en las arenas movedizas en el 2017 y ahora ya vamos por las clavículas. Nosotros, los del cada día. Los políticos como Laura siguen de pie e indemnes, pero los de la calle vamos hundidos hasta los hombros. A pocos centímetros del cuello el barro gelatinoso nos agarra. 

Laura se queda, como el estandarte ajado tras la batalla, ondeando quejumbroso en la colina llena de sangre, cuando ya no hay soldados. Como si el estandarte solitario proclamase a los cuatro vientos: ¡he ganado! por el simple hecho de que nadie ha arrancado al estandarte de los cuatro centímetros de tierra (infértil) en la que fue plantado, como árbol muerto en la arena del desierto.

Laura se queda y que os den a todos, dice Laura, orgullosa o estúpida, o ambas cosas a la vez. A la democracia se la arruina así, como lo hace Laura, degradando a las instituciones, sobándolas como el acosador borracho que a las cinco de la madrugada soba a la joven desorientada y borracha durante los últimos compases del último grupo de rock que se subió al escenario cuando la arena estaba vacía. Laura se queda y la democracia se va. 

 

3 de jul. 2022

EDUCACIÓN EMOCIONAL, OFENSAS Y FUTURO

Supe que existía la educación emocional hace algunos años, alrededor de ocho o nueve, -cuando acudió una experta en ese asunto al centro educativo en donde trabajaba para largar una conferencia por la que se cobró 180 euros de dinero público. Lo cual no significa que yo no supiese de la existencia de las emociones en la vida o de su implicación en el aprendizaje. Lo sabe casi todo el mundo que ejerce de docente y es muy antiguo: en un entorno equilibrado emocionalmente se aprende más y mejor. Eso ya lo contaron Piaget y Vigotsky, Pandura y Dewey.

En un aula con buenas relaciones emocionales, con paz y buen rollo, el alumnado prende más y mejor. En eso estamos de acuerdo. Sucede lo mismo en el hogar o en el trabajo: es obvio y no hay discusión alguna.

Pero luego: ¿la educación emocional es más importante que el resto de la educaciones? Eso ya no está tan claro. Si las emociones pesan más que los contendidos, lo que sufre es el razonamiento, lo que sufre es lo racional. El ser humano tiene algo de emocional, claro, pero si ha progresado ha sido por lo racional. Con lindas emociones no se hubiese descubierto la rueda, ni el péndulo ni el reloj. Aunque en la invención de la rueda, del péndulo o del reloj puede que hayan intervenido las emociones del transportista, del preocupado por la gravedad o por el obseso en la finitud de la vida. Las emociones cuentan, claro. Pero cuenta en una proporción que no es la totalidad de la vida.

Darles un grandiosos papel a las emociones resulta engañoso y da pie a los ofendidos (y a las ofendidas que se han ofendido por el participio que no las incluía a ellas). Hay algo tramposo en el valor de las emociones cuando se exagera su valor. Las emociones cuentan, por supuesto, pero todo estar en su justa medida. El ser humano dispone de cerebro (dentro del cráneo) y también dispone de pies o de gónadas, pero a nadie se le ocurriría confiar en el progreso de la especie a la sobrevaloración de los pies o las gónadas, con los cuales no habríamos llegado a la Luna ni habríamos descubierto las vacunas.

No pinta bien un futuro presidido o condicionado por las emociones y las ofensas a las emociones, que son muy respetables. Pinta bien el futuro en base a los razonamientos. No vaya a ser que, tras superar la oscuridad del pensamiento cristiano, nos veamos oscurecidos por una nueva religión y su oscurantismo. Las emociones existen, por supuesto que se deben tener en consideración. Faltaría más. Pero es la razón lo que nos ha llevado a la democracia, al estado del bienestar y a la sanidad pública, y al sistema de becas, a la Universidad y a los tribunales de justicia universal. ¿En qué han contribuído las emociones a lograr los tratamientos contra el cáncer?