Hace un tiempo, hablando con un profesor de filosofía, me hizo notar los rasgos adolescentes de muchos militantes de la CUP: estamos hablando de formas de hablar y de pensar, pero también de vestir y de conducta social. Este profesor les diagnosticó de "adolescentes cronificados": personas que, más allá de los 40, se mantienen, empecinados, en las actitudes de un adolescente.
A mi siempre me ha parecido más sano el adolescente rebelde, contra todo, anti-todo, el anarquista visceral. Creo que el adolescente rebelde está desarrollando su espíritu crítico y está ejecutando la función social que le corresponde. Y es el tiempo, y sobre todo la interacción con los adultos quien le irá puliendo, poco a poco, hasta hacerle una persona capaz de entenderse con las demás y capaz de razonar respetando las demás opciones. El mundo es muy mejorable, sin duda alguna, pero la mejora debe hacerse de acuerdo con el mayor número de conciudadanos y buscando el bien de la mayoría. O eso creo yo.
Puede que el sistema esté malito y necesite un meneo. Pero cuando pienso en el sistema también pienso en los ambulatorios, en la escuela pública, en los transportes públicos, en las becas, en las leyes del aborto, del matrimonio igualitario, de la eutanasia, en los servicios sociales.
Con esas ideas todavía reverberando en mi cabeza, me senté una tarde a tomar algo fresco en una terraza del centro. Al cabo de unos minutos apareció un enorme coche negro, reluciente y carísimo, y aparcó encima de la acera, con esa rotundidad indiscutible de los grandes coches caros. De él se bajaron una pareja de cuarentones ataviados con ropas negras estampadas de símbolos anarcoides. Él, ya bastante fondón y con alopecia, lucía una melenita hasta encima de los hombros, y en los brazos una pléyade de tatuajes que no me entretuve en descifrar. Anillo en la oreja. Se sentaron dos mesas más allá, hablando con voz fuerte y con expresiones contundentes, deseosos de ser escuchados por el resto de personas que estábamos en la misma terraza. Con una actitud displicente trasvestida de pedagógica, corrigieron al camarero chino hasta que ese repitió sus palabras en catalán.
(Aún sin saber mucho sobre el precio de esos cochazos, calculo que debería trabajar dos jornadas diarias durante dos vidas para poder comprarme este coche).
Tras dar un primer trago a sus bebidas (vino tinto del Penedès con limonada), el hombre de la melenilla sacó sus aparejos y se lió un porro. El olor de la marihuana fluyó por la terraza, navegando en espiral por el aire caliente y pegajoso de la tarde. Intenté abstraerme en mis cosas, pero me llegaban retazos de sus palabras. Decidí marcharme al cabo de poco rato, aunque no pude evitar lanzarles una mirada casi de soslayo en la que yo, ingenuamente, pretendía contarles mi opinión sobre sus modales: yo, infeliz de mi, soy de los que jamás me atrevo a aparcar encima de la acera mi pequeño coche barato de segunda mano.
La mirada que me devolvieron era explícita: hacemos lo que nos da la gana y nos reímos del sistema.
No se debe ser muy avispado para leer la ideología de esas personas. Forman parte de esa "izquierda radical" que en Cataluña se presenta bajo las siglas de la CUP y que, aunque con poca representación parlamentaria, se las han apañado (y muy bien) para imponer una cultura política y social, amalgama burdo de las reivindicaciones de muchas minorías cuya pretensión no es es ser respetadas (el respeto a las minorías es el verdadero signo de la democracia) si no por imponer sus cánones, cosa que ya no tiene nada de democrática. Pronto habrá que ser forzosamente animalista, vegano, LGTBIQ+ y etc, y quien no lo sea correrá el riesgo muy serio de ser acusado de protofascista, de totalitario o, simplemente, de ciudadano de segundo orden cuyas ideas no deben ser tenidas en consideración. Así, quienes sin ser animalistas ni veganos ni LGTBIQ+ defendimos sus derechos, nos veremos en la cuneta.
Y eso será así hasta que el péndulo oscile hacia el otro lado y la derecha extrema, con la extrema derecha del bracito, se hagan de nuevo con el poder en esta España eternamente partida. Entonces, cuando esto suceda, el hombre del coche negro y caro aparcado en la acera seguirá con su coche y sus porros y su casa con piscina. Y los del coche barato y de segunda mano pagaremos las consecuencias, tal como hemos venido haciendo durante las últimas generaciones. No se olviden: solo los ricos pueden permitirse ser antisistema. Para los demás, el sistema es nuestra protección ante los fuertes. El sistema es lo que, tras décadas de trabajo de la socialdemocracia europea, ha hecho de Europa el único lugar del mundo en el que se puede ser de clase media.
Cuando esto suceda (y quizás no falta mucho para el suceso), los socialdemócratas reflexionarán sobre sus alianzas (quizás solo tácticas y oportunistas, quizás incluso indispensable para sobrevivir en el corto plazo) con esa "izquierda radical" de los coches negros y caros, el porro y la supremacía intelectual.