30 de març 2020

Desgracias, desgraciados y graciosos


Lunes 30, Confinado

Alguien auguró que el 2020 sería un mal año. Creo que se basaba en datos esotéricos, casualidades que se le amontonan al año: bisiesto, formado por ceros y números pares, coincidencias con otros malos años que terminan en 20...

A día de hoy, y a pesar de lo que tenemos, hay quien no está satisfecho y advierte: a finales de abril nos rozará un cometa muy peligroso. Otro dice: vendrán grandes inundaciones. Otro: el gobierno decretará un corralito y vamos a perderlo todo. La desgracia tiene un gran poder sobre la imaginación, la desata. Las desgracias se imaginan juntas: no se puede demostrar, empíricamente, ni que anden por parejas ni por tríos. Pero en la imaginación si, en la imaginación las unas llaman a las otras. En el sentido opuesto nadie advierte: este año todos nos haremos ricos, se descubrirá la vacuna definitiva contra el cáncer, todos los estudiantes sacarán matrícula de honor, nadie pasará hambre en el mundo y los independentistas catalanes caerán por fin en la cuenta de que les engañaron como a bobos.

Para más inri, el otro día vi la adaptación al cine de "Desgracia", una novela de Coetzee que leí hace muchos años, justo después de quedar fascinado con su "Esperando a los bárbaros". Si las desgracias nunca vienen solas, suelo leer por los menos dos obras de cada autor, y las leo seguidas (exceptuando a algunos, de los que no paso de la décima página -un día de esos, cuando esté ocioso, escribiré la lista de los autores repudiados en la página diez: hay mucha presencia catalana, dicho de paso). La forma en que Coetzee aborda la edad madura y sus desgracias me atrae mucho. Coetzee hacía lo mismo en "Esperando a los bárbaros". En "Desgracia" Coetzee aborda sin tapujos las paradojas y lo desagradable de la madurez, el sexo y el amor en esta edad, sus paradojas, sus contradicciones. Además, el protagonista parece atraer las desgracias. Experimenta la vergüenza de la víctima, se humilla. ¿Se rinde o lo acepta? En la versión cinematográfica, John Malkovich interpreta con maestría al protagonista, el profesor Lurie (experto en la poesía de Byron -el romanticismo decadente no es casualidad).

Acabo de caer en la cuenta de los ciudadanos ingleses que se trasladaron, con todo lo que tenían, para vivir en la soleada Costa del Sol, en donde imaginaron una vejez plácida. Son gente mayor, jubilados en su mayoría, jubilados de los barrios obreros de Manchester, de Liverpool, de Yorkshire. El Brexit les ha dejado en la incertidumbre (o con el culo al aire, que diríamos en español) y justo cuando les dejan en la intemperie (una intemperie metafórica, ya que viven en chalecitos) les cae un virus que se ensaña con la gente mayor. Deben pensar que les ha caído un año de desgracias juntas. También he visto un debate interesante: ¿deben los mayores sacrificarse para salvar a los jóvenes?. Es un debate filosófico complejo. Quizás es indemostrable que el sacrificio de un abuelo salve a un joven, pero creo que ha puesto un dedo en una llaga. En las guerras se acepta que los jóvenes mueran por el bienestar de la patria, es cierto, pero ¿algunos tienen más derechos que otros?. Doy por hecho que, por fortuna, cuando un enfermo entra en un hospital, ningún médico le situará en un baremo de sacrificables en función de su edad, nacionalidad, discapacidad o nivel socioeconómico. Pero el debate ya está ahí.

También leo a graciosos (con título oficial de gracioso en Tv3) que se burlan de tal o cual infectado, o que acusan a Pedro Sánchez de las muertes de catalanes debidas a un virus planetario o que aprovechan el caso para, en una filigrana barroca del humor patrio, afirmar que una Cataluña independiente y aislada habría tenido menos muertes por el virus. Hay que tener un grandísimo sentido del humor para afirmar algo así.

Me pregunto como nos debe ver el cometa que podría entrar en la atmósfera el 29 de abril. Creo que los cometas no tienen ojos y tampoco piensan. En su ceguera y en su inconsciencia, sin embargo, también estamos nosotros.

[Hoy, en el Mercadona, me he comprado la lata de "Callos con garbanzos". Por lo del cometa. Ya sé que el President Torra me reprocharía no haber optado por una de "Seques amb botifarra". Pero mire usted, president: usted y yo hemos pasado de los 50 y cualquier día de esos nos declararán sacrificables.]

28 de març 2020

El señor Puigdemont desnuda su alma

Sábado 28 de Confinamiento

El señor Puigdemont, desde su caro refugio en Waterloo, decidió desnudar su alma y mostrarla tal como es. Incapaz de pensar en nada que no sea su bienestar, el señor Puigdemont les mandó un tuit a los catalanes. Algún día alguien estudiará la relación entre el populismo y los tuits. Este hombre quiso ser presidente de una república, en Europa y en el siglo XXI.

El señor Puigdemont aprovechó que hay muertos agolpándose en las morgues españolas y de más de medio mundo para hablarnos de su bienestar. Lo dejó escrito Albert Camus en "La peste" (un libro que ahora se vuelve a leer): lo malo de las epidemias es que desnudan las almas. Así pues, el señor Puigdemont se ha percatado de que la epidemia permite las votaciones telemáticas de los diputados y no se le ha ocurrido nada mejor que pensar en el cargo que anhela, el que abandonó por cobarde y el que quiere recuperar por los medios que sean. En nombre de la patria, por supuesto. Así pues, el señor Puigdemont desnudó su alma.

El señor Puigdemont es incapaz de distinguir su anhelo personal de una crisis de salud pública. Así es el alma del líder de la República Imaginaria de Cataluña.

Ya llegará el momento de los balances (como llegó el de los Balcanes, permítanme el triste juego de palabras) y el tiempo de las conclusiones, no es ahora ese momento. Pero cuando llegue hablaremos de la ocurrencia de Puigdemont, el que decidió desnudar su alma enmedio de una epidemia.

Carlota (no es su verdadero nombre), una alumna de este curso, está confinada en casa de la hermana de la novia de su hermano. El aviso del confinamiento le dio tiempo para salir y refugiarse allí. Es complicado, lo se. Eso pasa en Badía del Vallès, en donde ya han muerto dos jóvenes. En Badía del Vallès, una ciudad extremadamente pobre. Carlota no tiene ingresos propios y no me atrevo a preguntarle como gestionan un confinamiento sin dinero. Se refugió en un piso que, vaya usted a saber porqué, le pareció más acogedor que su hogar. Yo saqué mis conclusiones, que no son muy difíciles de sacar. Carlota escribe mensajes preocupándose por la salud de sus compañeros de curso, por la de sus profesores. No pregunta si la aprobaremos en caso de cerrar el curso. No pide nada. Ni pide ni Elisenda Paluzie pedirá dinero para ella. Elisenda y Carlota no se conocen. Se ignoran. Pertenecen a mundos distintos, separados por eones de tiempo y de espacio.

Sin embargo, por raro que sea, Carlota y el señor Puigdemont son dos personas que viven en el planeta Tierra. Uno de ellos es un gran patriota. La otra no creo que pierda mucho tiempo pensando en patrias y destinos patrióticos. Uno de ellos es una persona, el otro un mezquino egoísta, un narcisista enfermizo. No propongo que Carlota sea presidenta de la comunidad autónoma catalana, del mismo modo que no quiero que lo sea el inquilino del chalé caro de Waterloo, no se trata de eso. Pero juzguen ustedes la actitud de cada uno de los dos en estos tiempos.

[También desnudaron sus almas los cómicos Toni Albà y Toni Soler, entre otros. Y el columnista Jordi Galves. De Jordi Galves Pasqual dicen que antes se llamaba Jorge Gálvez Pascual. Y de Toni Albà que antes era Antonio Álvarez. No lo se pero podría ser. Serán cosas de la comedia catalana.]

27 de març 2020

La enfermera romántica


Viernes 27 de Confinamiento

Me pregunto en qué pensará quien haya leído el título y haya decidido entrar a leer. ¿Estará pensando en una joven y bella enfermera enamorada? ¿Enamorada de un joven y apuesto doctor que se parece al Jeremy Irons de "La mujer del teniente francés"? ¿Una enfermera enamorada de su profesión?. Esa profesión que hoy aplaudiremos a las ocho, en el balcón.

¿Estamos asistiendo a la romantización de la enfermería?

El fragmento que sigue se publicó en el lejano Uruguay y no trata de enfermeras, si no de maestras.
Hace unos días apareció en la prensa la noticia de una maestra rural que hace 120 kilómetros en moto, cada día, para ir a trabajar porque la escuela no tiene un lugar para vivir y tampoco hay ómnibus que la lleve. “Ella ama lo que hace y no se queja” dice la crónica. 
Leía los comentarios de la noticia, y era unánime la opinión destacando la vocación de esa maestra en particular, contraponiéndola al imaginario de “docente haragán” que parece que es una especie de docente propia del medio urbano. En ese relato, el docente es sinónimo de mínimo esfuerzo, y el fuerte contraste con esta historia, los pone aún más de manifiesto. Y, según esos comentarios, la docente “no se queja” porque su vocación la ayuda a superar obstáculos. Según casi todos los comentarios, al “resto” le falta la vocación que a esta maestra le sobra.
Quizás alguien pensará que el texto tiene poco que ver con las enfermeras españolas de hoy. A mi, a pesar de las distancias, me parece oportuno. El artículo uruguayo sigue: habla del peligro de romantizar la vocación de la maestra que no se queja del sueldo bajo, y habla del peligro de banalizar la profesión a través del romanticismo, del terrible riesgo de promover la vocación por encima de la profesionalidad, la formación científica y el sueldo digno.

Hace pocos días leí la entrevista a una maestra catalana que proclama, con emoción, que desde pequeña soñaba con ser maestra. Esa misma maestra les espetó a sus alumnos: "habéis sacado muy malas notas en las pruebas de competencias básicas, me dieron vergüenza vuestras notas, no seréis nada en la vida". Todo el romanticismo se fue al traste en los escasos cinco segundos que tardó en pronunciar su admonición. No todo lo que llora es romántico. O dicho de otro modo: más ciencia y menos vocación. Los niños más gamberretes son los que afirman querer ser policías de mayores, esa es su vocación.

A día de hoy descubrimos que una profesión arriesgada, difícil y maltratada es, precisamente, una profesión romántica, heroica. Las enfermeras son heroínas y así se soslaya el recorte presupuestario en sanidad pública. Pronto saldremos a los balcones para aplaudir a las cajeras de los supermercados. Yo ya le he dado las gracias a más de una, en el Mercadona, y lo hago de corazón y emocionado. Su sacrificio es nuestro asidero. Pero también sé que el empresario les da el sueldo justo que marca la ley. A veces el empresario se muestra generoso y les paga 20 euros más de lo que estipula el convenio. En este caso también se aplaude al empresario, y se le aplaude con entusiasmo. La generosidad de los ricos es cosa de admirar. Si se la compara con la tacañería de los pobres es más encomiable todavía.

Mañana el virus se irá por donde se vino. Lo celebraremos. Algunos auguran una explosión hedonista y otros, por el contrario, aventuran un largo tiempo de prudencias extremas, de desconfianzas, de medidas preventivas y de distancias tras el aprendizaje del miedo al otro. El mundo que viene no es mejor.

Quizás será un mundo más romántico, eso sí. A quien le guste el romanticismo de heroínas vocacionales y vírgenes suicidas eso le gustará. A mi no me gusta.

26 de març 2020

Video-reseña de "El quadern suís", de Joaquim Torra

Joaquim Torra, Presidente de la región autónoma catalana, ha permitido que su editorial deje en código "abierto" su libro "El quadern suís", dietario del año que vivió en Suiza por imperativo de la empresa de seguros para la que trabajaba. El suyo es un gesto de generosidad poco común en estos tiempos. Algunos editores están criticando mucho la propuesta de "regalar" libros. Les entiendo, es como si el dueño del bar dejase que los clientes le abran la nevera y se sirvan sin pagar, o el farmacéutico su farmacia o el banco su caja fuerte. Torra, sin embargo, fue editor antaño y no ha dudado en ofrecer gratis su libro. Aquí hay debate.

He leído "El quadern suís". Lo he leído (en diagonal, lo confieso) y les dejo mi reseña.


25 de març 2020

La Princesa y el Virus


Miércoles 25 de Confinamiento

Princesa metió la lista de la compra en el bolsillo del anorak, se puso los guantes y la mascarilla, agarró el cesto y se fue para el supermercado. Compró lo que llevaba apuntado (verduras, plátanos, dos botellas de agua, leche, queso, choricitos criollos -un día es un día-, espaguetis, lentejas y garbanzos en bote, cuatro rollos de papel higiénico, mermelada de frambuesa, un paquete de chicles -para fumar menos- y café). Pagó con la tarjeta del banco. Intercambió algunas palabras con la cajera, pero ninguna de las dos comprendió a la otra y apenas a sí mismas: las mascarillas enturbiaban la voz, que se parecía más al susurro sibilante de un alienígena hostil que a una voz humana.

Cuando llegó a su apartamento, sin quitarse los guantes dispuso cada cosa en su lugar: lo fresco en la nevera, lo demás en el armario de los víveres. Entonces, con mucho cuidado, se quitó los guantes y dedicó 55 segundos a lavarse las manos con jabón de glicerina y romero. Luego, en la alcoba, se puso el pijama. Mientras se descalzaba se dio cuenta de que los zapatos podían haber chocado con un virus rastrero. Volvió a lavarse las manos.

Princesa se sentó ante el televisor, abrió el paquetito de chicles y extrajo uno. Antes de meterlo en la boca se dio cuenta del tremendo error que iba a cometer: el paquete de chicles podría estar contaminado, de modo que el chicle extraído también era un peligro. Tiró el chicle a la papelera y volvió a lavarse las manos, junto con el paquete de chicles. Se comió un chicle nuevo, mucho más tranquila. De repente cayó en la cuenta: había pagado con la tarjeta del banco, y por lo tanto la tarjeta podría estar infectada. Lavó tarjeta y manos con sumo cuidado, no vaya a ser que el jabón estropee la banda magnética. Luego, más relajada, sacó todo lo que había comprado, lo metió en el fregadero y lo roció con lejía. Meditó un momento antes de echar lejía encima de las verduras y las frutas, pero recordó cuando, de pequeña, una vez recomendaron lavar los productos frescos con lejía. La bolsa de rollos de papel no resistió el envite de la lejía y el agua caliente y se echaron a perder. Los plátanos cambiaron de color a los pocos minutos. Los tiró: su aspecto ya no era nada apetecible.

Volvió al sofá y al televisor. Pocos segundos después se levantó con un respingo, metió la ropa que llevaba para ir a comprar en la lavadora, añadió los zapatos y puso el programa de lavado intenso, a 60 grados y una hora. Se dijo que lo estaba haciendo bien. Que no solo se protegía a ella si no a los demás. Pero... ¡no! tras tocar la ropa y los zapatos no se había lavado las manos, como debe ser. Regresó al baño. Luego recapacitó, despacio, con cuidado: pensó todas las cosas que había tocado tras meter la ropa y los zapatos (indudablemente contaminados) en la lavadora: el mando del televisor, los botones de la lavadora, el bote de detergente. Agarró un trapo y más lejía y lo frotó todo. El mando del televisor falleció al instante.

Una vez sentada otra vez (por suerte había dejado el televisor conectado en su canal favorito) Princesa intentó visualizar como sería el piso si el virus dejase una mancha de color. Pongamos por caso, una mancha amarilla. Repasó el piso mentalmente: ¿dónde podría haber manchas amarillas?. Cuando empezó el inventario se auguró un éxito rotundo, se hizo la hipótesis de una ausencia total de manchas víricas. Pero se traicionó enseguida: tras siete días de virus y confinamiento, solo hoy había actuado con tino y responsabilidad. Los demás se había dejado llevar por el descuido. De modo que la mancha amarilla era enorme. Lo cubría todo, como la atmósfera.

Se miró en el espejo: todo su cuerpo era una mancha amarilla. Incluso el pelo, que fue castaño oscuro, era tan amarillo como el de Norma Jeane Baker. Se metió en la ducha, se echó por encima todos los geles de baño y champús que tenía y se estuvo frotando a conciencia hasta que las manos se reblandecieron, hasta que la piel le dolía, enrojecida, en carne viva. No usó la toalla, sin duda infectadísima. Permaneció de pie, inmóvil, hasta que se secó. No se vistió. Luego abrió la ventana y empezó a tirar por ella todo lo que le parecía amarillento. La butaca del comedor alcanzó a alguien que pasaba por la calle, a juzgar por los gritos. Fueron breves. Sin duda el desdichado había muerto. Pero enfin, se dijo ¿acaso no estaba condenado ya, puesto que tenía que estar infectado antes del impacto de la butaca? Le supo mal durante un ratito, pero luego se dijo que solo le había adelantado un poco el sufrimiento y la muerte al viandante. Además ¿qué hacía andando ese tipo por la calle, con la que nos está cayendo?. "¡La que nos está cayendo!" se repitió, divertida, al darse cuenta de la ironía.

Cuando entró en el trastero, dispuesta a lanzarlo todo al vacío de la calle, recordó que llevaba muchos meses sin tocar sus pinturas, las que usaba para decorar las figuritas de escayola que le servían para sobrellevar el tedio de las tardes de domingo. Las pinturas no podían estar contaminadas. Se pintó el cuerpo imitando a los aborígenes de Australia que vio en un documental. Cuando terminó se sentó en cuclillas en un rincón del salón vaciado y entonces Princesa murmuró: "Dios mío, cómo nos equivocamos al salir de la jungla y montar una civilización, cómo nos equivocamos tanto..."

¡Denunciad!, dice


Un policía autonómico de una población del Pirineo catalán tuvo una ocurrencia: abrir un grupo de Facebook para animar a denunciar a los malos vecinos, los que no observan correctamente las medidas del estado de alarma. Este es, sin duda, un policía vocacional. Un Charles Bronson de la era virtual. El grupo tuvo un éxito arrollador: en poco rato tenía más de 300 seguidores y las denuncias iban a todo tren. Estamos hablando de una población de unos 2.000 habitantes.

El caso apareció en la prensa y el grupo se cerró. Alguien denunció al denunciador y el denunciador sintió vergüenza de su iniciativa. Es imposible saber si se arrepintió tras reflexionar o quizás solo se asustó. Parece que muchos se quejan del cierre de este grupo. Les gustaba la idea. Delatar. Delatar por canales populares, al margen de cualquier ley, de cualquier ordenamiento, de cualquier racionalidad. Un Somatén digital. Una forma nueva de practicar la violencia contra el vecino sin mancharse de barro, sin ni tan siquiera salir de casa y exponerse al frío, a la lluvia, a las tediosas patrullas nocturnas con bates de béisbol, escopetas de caza y azadas al hombro.

De no haberse cerrado este grupo, nos habría dado información muy relevante sobre algo de la especie humana, aunque es algo que ya sabíamos. El miedo puede sacar lo peor de cada uno, se conecta con el odio en algún recoveco del cerebro.

Manuel Chaves Nogales relata en "A sangre y fuego" como la guerra civil fue una oportunidad para denunciar al vecino: acusándole de fascista o de comunista, según la coyuntura de cada pueblo, el marido celoso mandaba al paredón al amante de la mujer, o el amante al marido. Para apartar un destorbo. La delación dio grandes beneficios: por fin, algunos consiguieron hacerse con las tierras del vecino. Cuando el vecino está tirado en la cuneta de la carretera no necesita tierras, ni casa, ni mujer. Lo que vino después de la guerra fue una España de miedo, autoritaria.

Hay quienes justifican públicamente su salida a la calle. Incluso se justifican quienes van a trabajar porque no hay otra: o trabajas o el hambre, le dice el patrón encerrado en su casa confortable, con gimnasio y sala de juegos, ciudadano responsable y ejemplar. Leo a uno que cuenta: mi hijo tiene una enfermedad mental y tengo que llevarle a pasear un rato cada día para calmar sus ataques de angustia, sus crisis. Pide perdón por tener un hijo enfermo.

Es probable que la sociedad resultante del virus y el confinamiento responda a un modelo que no conocemos la mayoría de los vivos. Más autoritario, controlador y restrictivo. Y la mayoría lo aplaudirá: son los mismo que admiran los países autoritarios, que se han mostrado más eficaces contra el virus. De repente, la prensa no nombra que la China es un estado comunista. Hace pocos días vi una entrevista a Josep Piqué, que fue Director General de Indústria con Pujol y ministro con Aznar. Piqué se siente deslumbrado por China y dice, con una sonrisa mal contenida: "la China nos ha demostrado que no hace falta la democracia para progresar económicamente".

23 de març 2020

Confinarse en la ficción


Lunes 23 de Confinamiento

Durante una terrible epidemia de peste en el siglo XIV, un grupo de diez personas se confinan en una villa para zafarse de la plaga. Este es el principio del Decamerón de Boccaccio. Para hacer más llevadero el confinamiento, cada uno contará un cuento al día. Puesto que el encierro dura diez días, la obra consta de cien cuentos. Boccaccio propuso el refugio de la ficción como la buena opción para hacer más llevadero el tiempo del encierro.

Empecé el diario del encierro más atento a la realidad, pero conforme pasan los días me seduce cada vez más la ficción. No creo que eso solo me suceda a mi. Debo confesar que, des del encierro en el piso, la posibilidad de narrar realidades es muy escasa y además, reiterativa: la situación del Mercadona, como va la gente por la calle, la actitud de los pocos tenderos. Podría recurrir a contar cosas que leo por las redes, pero eso se puede leer por ahí y mi comentario es, francamente, innecesario. También me resisto a contar la intimidad, que no le interesa a nadie y sobre la cual no me gusta regodearme.

También podría comentar las cosas de los políticos, pero unas veces se comentan solas y las otras creo que ya llegará el momento de los balances: los balances se hacen al final de un ejercicio. No a la mitad ni muchos al principio, que es donde estamos.

Observo que el recurso a la ficción se extiende: los "socios" de Filmin estamos amortizando como nunca y de lo lindo nuestra suscripción a esa gran plataforma que, por cierto, es española.

También observo que algunos políticos (¡vaya, acabo de decir que no quería hablar de ellos!) viven desde hace ya muchos días en la ficción. La del señor Torra, sin ir más lejos, es que vive en una nación sometida a un estado imperialista y malvado (que le paga el sueldo más alto de todos los presidentes regionales), y que esa otra no le deja hacer sus cositas. Como nos contaron que el señor Torra había pillado el virus, y el virus da fiebre, creo que está viviendo los delirios febriles que todos hemos sufrido alguna vez. La última vez que tuve fiebre alta imaginé que conducía un Opel Rekord del 64, que me caía por un acantilado de Moher y que recibía una llamada de Barbara Stanwyck suplicándome una cita inminente, a la que yo respondía, atolondrado, que no podía por problemas de agenda. De modo que ya lo ven: mi solidaridad con el señor Torra y su fiebre delirante.

Decidido a optar por la ficción, me puse a escribir pequeñas sinopsis de novelas que no escribiré. Ya llevo tres. Solo les transcribo la última, para no aburrir. Como verán, he vuelto a la novela policial:
Un guardia civil de provincias es destinado a Barcelona y se le encarga una investigación rutinaria y aburrida sobre tráfico de drogas en el puerto de Begur. En el bello pueblo de la Costa Brava interceptaron un velero de lujo con las bodegas llenas de paquetes de cocaína. Es un caso menor que nadie quiere llevar. El joven guardia civil se desplaza a Begur y empieza sus pesquisas a la vez que intenta seducir a una joven catalana que conoce en un chiringuito del puerto, hija de un exalcalde de la comarca y heredera de una gran fortuna (hoteles, fincas de lujo, Masserattis, cuentas en Liechtenstein). La chica, sobra decirlo, contiene todos los elementos tópicos de la mujer fatal (lo siento por las feministas de la quinta ola) pero, a la vez, milita en la Asamblea Nacional Catalana y tiene una hijastra, a la que odia por celos, en los CDR. El joven guardia, tras sentirse rechazado por la rica heredera, intima con la hijastra adscrita al nacionalismo violento (ocultando su condición de militar español, por supuesto). La joven revolucionaria de la derecha nacionalista le invita a una fiesta con concejales de la Cup que sorprenden al policía por el alto nivel de vida que gastan. Así, de casualidad en casualidad, nuestro joven héroe descubre la trama del tráfico de cocaína: con el dinero que los ciudadanos nacionalistas donan a la Caja de Resistencia para pagar abogados y multas de los políticos procesados por secesionismo, la ANC se ha metido en el tráfico de la droga con el noble objetivo de multiplicar sus ingresos. Las pesquisas le llevan hasta el puerto de Ostende, en Bélgica. Y desde allí, siguiendo el rastro del dinero, llega a la villa de Waterloo en donde da un un chalé misterioso, con las persianas bajadas, habitado por un misterioso personaje que se presenta como el príncipe depuesto de un antiguo condado lejano y que solo le declara, a la Hacienda belga, su ocupación como aficionado a la filatelia. El final no se lo revelaré, pero incluye muertes, tiroteos, el embarazo indeseado de la hija de un concejal del Partido Popular gerundense, persecuciones, feministas de la Cup que encubren a acosadores, embajadores ful de una república inexistente y etc.

22 de març 2020

Rousseau y Hobbes con virus de fondo


Domingo 22 de Confinamiento

El debate se planteó en la clase. ¿El hombre es bueno por naturaleza y le corrompe la sociedad? ¿O bien es por instinto malo y debe someterse a las leyes de un estado que regule su conducta?. Los alumnos, mayoritariamente, optaron por Rousseau. Incluso les parecía un debate sin sentido. Muy pocos se cuestionaron de veras. Creo que el "buenismo" o como quieran llamarle ha penetrado hondo en la juventud. Eso sería una buena noticia, una nota de optimismo: si los jóvenes creen en la bondad del ser humano será porqué su experiencia se lo dice. Me resulta algo difícil de creer: muchos de esos jóvenes viven realidades que, empíricamente, no responden a su idea. Sin embargo, proclaman su fe en la bondad intrínseca.

Pero cuando llega una crisis como la del virus ¿se sigue pensando en la bondad que ilumina nuestra vida social?
¿Qué se debe pensar del hombre que acumula doscientos rollos de papel higiénico mientras piensa: que se jodan los demás? 
¿En qué piensa el concejal de la CUP que propone toser en la cara de los militares españoles para que se vayan de Cataluña? 
¿En qué piensa Elisenda Paluzie cuando el día 13 de marzo pide dinero para la Caja de Solidaridad de la Asamblea Nacionalista? 
¿En qué piensa el señor Torra cuando acusa y lanza bulos contra el Gobierno para promover el secesionismo catalán y mantener encendida la llama de su causa? 
El debate sobre la bondad se planteó en una clase con alumnos de alrededor de los 18 años. Luego, más tarde, cuando reflexionaba sobre la sesión, intenté recordar lo que pensaba yo a mis 18. No pude. Tras haber leído a los 15 "El Señor de las Moscas" de Golding, quizás hubiese optado por Hobbes. Bueno, lo dejé: es demasiado complejo. Y además he leído muchas más cosas desde entonces. Tantas, que soy incapaz de pensar sin que me interfieran las lecturas. Quizás leímos demasiado. Quizás leímos cosas que no deberíamos haber leído jamás. Sin que de eso se infiera una apología de la ignorancia ni una exaltación de la estupidez.

También recuerdo experiencias (de otros la mayoría, y alguna propia) que me cuentan que las personas somos capaces de atrocidades enormes con nuestros congéneres pero también, impensadamente, de grandes gestos solidarios. En una charla de Médicos Sin Fronteras a la que acudí hace años pusieron ejemplos escalofriantes de ambas actitudes. Las dos opciones parecen convivir eternamente, en todas partes. En un lugar de África de cuyo nombre no me acuerdo, la milicia nacionalista permitía que MSF instalase su campamento para acoger a los refugiados. Lo contemplaban desde la colina de enfrente. Estaban allí, quietos, sin pegar un solo tiro. Cuando el campamento estaba lleno de refugiados entraban en él a sangre y fuego. Eso sucedía una vez tras otra, hasta de MSF decidió dejar de montar campamentos. Sin embargo, había relatos muy estremecedores de solidaridad, de bondad, de altruísmo más allá de toda razón de la supervivencia.

Con todo el lío, vuelvo a pensar en la necesidad de la filosofía, maltratada cuando no simplemente abandonada en los currículums educativos. Llevo muchos años en el gremio de la educación y las respuestas a preguntas como ¿es lícito robar comida cuando tienes hambre? han ido empeorando no solo en la calidad del razonamiento si no también en la cantidad de las respuestas obtenidas. Los que opinan son pocos, y su opinión es pobre.

Bondad o egoísmo, supervivencia, miedo, protección. Si el hijo del vecino puede contagiar a tu hijo ¿estarías dispuesto a matarle?. ¿Sería eso un acto de maldad?.

Solidaridad o nacionalismo. Si el ejército español se ofrece a ayudar a los enfermos catalanes, a los sinhogar catalanes o a los más frágiles catalanes ¿lo rechazaría en nombre de la identidad y de la soberanía catalanas?. ¿En qué orden situamos los valores y qué dice de nosotros el orden en que situamos la protección de los débiles y la identidad nacional?.

21 de març 2020

Crónica del miedo


Sábado 21 de Confinamiento

Cuando me preguntan porqué me gustan las películas de miedo respondo con una idea de Bruno Bettelheim: los cuentos de miedo nos preparan para lo que pueda venir, nos enseñan. Dicho de otro modo, actúan como una vacuna (aunque no esté bien hablar de vacunas en estos días). Es una hipótesis. Además, es bueno sentir emociones reales cuyo estímulo procede de una ficción. Parece sofisticado pero es simple. Del mismo modo que nos gusta experimentar emociones dulces viendo un idilio, o llorar viendo un drama. También hay quienes se ponen cine bélico o épico para sentir como les crece el guerrero victorioso que lleva, dentro de sí, el oficinista que se levanta a las seis de la mañana para revisar papeles.

Sin embargo, tras mucho cine de terror transitado por las pupilas, ayer sentí el miedo y no lo dominé. Era difuso, raro, ambiguo. Me desperté con un ataque de tos. Esa tos clásica del fumador que se acostó tarde, atrapado con lecturas primero y luego revisando "El factor humano" de Preminger, que sigue siendo una gran película de angustia existencial. Lectura nocturna, cine en casa y tabaco. Las adicciones se dan la mano y bailan juntas.

Me había propuesto acudir de voluntario a un comedor social que se ha quedado desprovisto de voluntarios y con casi mil usuarios al día. Pero la tos me asustó. No solo por el miedo a un posible contagio. También imaginé la escena en el tren que debía llevarme a Barcelona. Intuí las caras de pavor de los demás viajeros ante mi tos, las consecuencias imprevisibles del miedo en los demás. El miedo se puede transformar en cualquier cosa, es una respuesta orgánica que puede inducir a salir corriendo, pero también a atacar con violencia. Alguien dirá: esa respuesta es la del cobarde. Y puede que así sea.

Tras el miedo, que me dejó encerrado en casa, vino la culpabilidad. Una culpabilidad a la que tuve que combatir con argumentos, forzando la racionalidad: tu presencia allí no cambia las cosas, no eres imprescindible, etc. Creo que esas respuestas racionales también son aprendidas tras décadas de vivir en un mundo insolidario e individualista.

Me di cuenta entonces: nadie está hablando de todos los que dependen de la labor de los voluntarios. Un punto ciego dentro de la emergencia del virus. La publicidad del confinamiento plantea el aislamiento y el encierro en casa como el verdadero gesto solidario, lo que no deja de ser una extraña inversión de los valores sociales. Las situaciones excepcionales desvelan lo que somos: ayer me descubrí cobarde y luego culpable. Quizás solo experimenté mi propia fragilidad, algo que debería saber de antemano. Llegué a pensar: ya te juzgarás cuando termine todo. Posponer el juicio, vaya pensamiento ¿no?. Y luego me dije: ¿y esos políticos que usan el miedo para llevar el agua a su molino? Ese señor Torra que no duda en usar el miedo para una causa profundamente insolidaria ¿también se juzgará luego?

Por la tarde fui a comprar algo al supermercado y se me ocurrió preguntar si tenían guantes. La dependienta dio un respingo cuando vio que daba un paso hacia ella, y dio tres para atrás. Allí, allí, me señaló con un mohín de susto. Encontré unos guantes para lavar platos, verdes y amarillos. Los colores del miedo y de la vergüenza.

20 de març 2020

¿Cómo se dice "mascarillas" en catalán?

La información la publica Crónica Global y la síntesis es de Miquel Cartisano. Gracias, Miquel.


Viernes de Confinamiento

Hoy no escribo yo, le cedo la palabra a la información. Digamos que eso de hoy es "información de servicio". Es la respuesta que necesitan quienes se permiten hablar, desde cargos públicos del gobierno autonómico regional, de que España impide la llegada de mascarillas protectoras a Cataluña.

La Generalitat de Cataluña compra las mascarillas, y desde hace años, las reparte una empresa (Logaritme Serveis Logístics AIE) que fundaron altos cargos de la sanidad autonómica. 
Logaritme Serveis Logístics AIE es un nombre que pocos conocen. Se trata de una empresa-almacén pública de material hospitalario que fundó el Instituto Catalán de Sanidad (ICS) en 2002. Facturó 17,46 millones de euros el último ejercicio disponible en el Registro Mercantil. La totalidad de los ingresos de esta firma-nave industrial con sede en Sant Sadurní d'Anoia proceden del sector público. Ello no tendría mayor enjundia salvo por un detalle: los rivales aseguran que Logaritme "ha estrangulado" a la competencia, convirtiéndose en el único repartidor de material sanitario y no sanitario a los hospitales públicos. 
Logaritme se fundó en 2002 en el Hospital Vall d'Hebron, de la mano de altos cargos de la sanidad pública catalana. Participada en un 97,32% por el ICS y el resto, por el Banco de Sangre y Tejidos (BST), la enseña vio la luz con el objetivo de centralizar las compras agregadas de material, incluyendo las polémicas mascarillas. ¿Con qué fin? "Comprar en bloque y, así, conseguir rebajas de precios de los proveedores. Que cada hospital no comprara por su lado, que salía más caro. Y optimizar la logística, con repartos más rápidos". 
Pero... Logaritme no es un almacén que asesora, guarda y reparte lo que pide la sanidad pública catalana. "Nació como agrupación para servir al ICS, pero también a otros hospitales. Se creó como una suerte de pacto tácito entre los centros sanitarios más cercanos a la antigua CiU, agrupados en el ICS, sí, pero también en la Unió Catalana d'Hospitals (UCH), la de los privados; y los independientes, centrados en el Consorci de Salut i Social de Catalunya (CSSC)". Así nació Logaritme, la logística estrella de la sanidad catalana. 
El ICS y hospitales rivales crearon en 2002 una logística única para obtener mejores precios y rapidez en la entrega de material hospitalario, incluyendo las ahora tan buscadas mascarillas contra el Covid-19. 
A partir de aquí, Logaritme se ha convertido en dos cosas. Primero, en una colocadora de directivos. Se atribuye la idea de su creación a Josep Maria Via --uno de los grandes nombres de la sanidad catalana, exsecretario del Govern y exgerente del Hospital del Mar--, sí, como también a José Antonio Lázaro, ex alto cargo del CSSC. Su primer administrador fue Jordi Cussó, que dejó su puesto a Antonio Torres Gutiérrez (2012). A éste le sucedieron un exICS, Vicenç Fenollar (2014), y Enric Cardoner (2016), gerente al que el Instituto destituyó cuatro años atrás ante la amenaza de huelga del sindicato CGT por el deplorable estado de la empresa. Le relevó Albert Tarrats, otro exICS que había dirigido, entre otros, la empresa pública Gestió de Serveis Sanitaris (GSS) en Lleida y CARSA (Clíniques de Catalunya), el antiguo grupo Aliança. 
Todo ello es información pública del Registro Mercantil. Pero hay más. "En segundo lugar, lo que chirría no son los vínculos de esta firma con el ICS, pues es una participada suya, sino con Gesaworld", alertan directivos del sector. Gesaworld es una consultora privada fundada, precisamente, por, entre otros, Albert Tarrats, administrador de Logaritme. El despacho buscaba mejorar los procesos de gestión sanitaria. En Gesaworld, privada, trabajaba el ahora jefe de la empresa que suministra mascarillas al ICS, pero también Montserrat Dolz, coordinadora de Procesos Estratégicos del Servicio Catalán de Sanidad (CatSalut). 
Mientras el Govern culpa a Madrid de "interceptar o retener tapabocas" en plena crisis del coronavirus, su operador logístico de abastecimiento sanitario no presenta cuentas a la Sindicatura. 
Por cierto, el gerente de Logaritme, Enric Cardoner, se subió el sueldo un 7,63% hasta alcanzar los 88.170 euros al año en 2018, siendo uno de los incrementos más acusados del sector sanitario público.

19 de març 2020

Y mientrastanto, en la ANC...


A mi antiguo amigo Salvador Balcells
Medusa. Jueves, 10 de Marzo

El local de la Asamblea Nacionalista que inauguraron debajo de mi piso está clausurado. No he observado ningún movimiento en varios días. Quizás obedecen a las consignas españolas. Quizás creen obedecer las consignas del presidente regional. Quizás solo les atenaza el miedo a la muerte y están asustados, sin presidentes ni patrias que les amparen. Les imagino conspirando en silencio en sus casas cerradas a cal y canto y con su Tuiter, sus foros, su Tv3, su melancolía. Encerrados en sus casas convertidas en Cataluñas más pequeñas todavía. La mayoría de sus socios son gente mayor y frágil. Son nacionalistas pero sienten el mismo miedo a la muerte que cualquier españolazo, que cualquier charnego, gabacho, moro o sudaca. Ahí el nacionalismo no se ha diferenciado.

Quizás por descuido o por dejadez, o quizás por un residuo de un cariño inexplicable, entre las personas que sigo por las redes hay un anciano muy nacionalista con el que me traté años atrás. El confinamiento me ha empujado (mal hecho) a responderle una de sus publicaciones. El hombre, en el declive de la vida (el declive que me acecha a mi y nos acecha a todos), ha decidido pasar el confinamiento publicando por entregas los artículos de una "Constitución catalana" que redactaron y aprobaron en un muy lejano 1991, en una asamblea independentista celebrada en Vinaroz. No hay datos de quiénes ni cuántos estuvieron allí. Su constitución es un texto de ficción distópica casi delirante, algo digno de figurar en una novela de Philip K. Dick. Se habla de pueblo, de nación histórica, de países catalanes: "de les Corberes al Segura i del Cinca a Menorca".

Le propuse, al anciano independentista histórico, debatir sobre sus ideas. El confinamiento será largo, debería ser un buen momento para ese diálogo que exigen a menudo. Me respondió con una evasiva rara: el mundo es como es y no podemos hacer nada. Es la respuesta que quizás le dió un comandante de las SS a un prisionero en Auschwitz. O el guardián del campo de reeducación de Kolimá a un internado por discrepar del régimen. También me dijo: eso es un documento histórico. Conforme nos hacemos mayores nos gusta más la historia. Porque conforme nos alejamos de la fecha del nacimiento empezamos a sentirnos parte de la historia, que es el cuento que trata de los muertos. Y empezamos a convertir nuestra vida en una parte interesante de la historia cuando, en realidad, no fuimos nunca nada relevante. Creo que, pasada cierta edad (que yo sitúo en los 50 años) uno quiere convertir el accidente en meollo, en esencia.

Imagino la sede de la Asamblea Nacionalista vacía, oscura, silenciosa. Un aliento lúgubre recorre sus breves estancias abandonadas por miedo a morir, olfatea las banderas, las camisetas votivas, la cajita de caudales con los donativos. Una medusa horrible ahuyentó a los jubilados, que se han encerrado a cal y canto en sus casas. Más de uno encarga sus víveres por Glovo, estoy seguro. Los ciclistas de Glovo siguen transitando los carriles bici. Vi a uno de ellos comiendo en un comedor social. Quizás eso no les importa mucho a los viejos nacionalistas de toda la vida, los que como mi antiguo amigo se han enclaustrado para publicar artículos de una constitución catalana que habla de realidades paralelas y de países catalanes y de naciones milenarias sometidas por un enemigo que, paradójicamente, les paga la pensión de jubilados cada mes. Quizás murmuran: el mensajero de Glovo es un charnego.

Un día les llamarán al timbre y ellos abrirán, pensando que llama el charnego de Glovo. Pero se darán de bruces con la Medusa. Y entonces, quizás, comprenderán que no eran catalanes sometidos a un imperio exterminador. Quizás entonces comprenderán que eran seres humanos y que su infierno era el de todos, el de todas. Entonces verán el rostro de la Medusa y la bandera con la estrella no les servirá de nada, no les protegerá. Quizás entonces, en el último suspiro y mientras contemplan la faz inmensa de la Medusa y su boca capaz de tragarse universos enteros de un solo bocado, comprenderán que no debieron poner fronteras.

El enemigo no es invisible


Primer Jueves de Confinamiento

El virus es un ser microscópico, que según las infografías de la TV tiene aspecto de invasor extraterrestre, verde, con tentáculos y ventosas. Se desplaza por la pantalla con la determinación impasible y lenta de los peores monstruos. En su lentitud hay algo muy terrorífico, muy del cine antiguo, cuando los medios técnicos de los efectos especiales no permitían la velocidad: el diablo de "La noche del demonio", avanzando por los raíles del tren en la escena final es horrible porque parece que no llega nunca, es exasperante. Uno desearía que fuese más rápido y terminar de una vez.

El confinamiento empuja a las personas a escribir más. Los que escribían un par de líneas a la semana ahora escriben media página cada día. (Eso se llama grafomanía, y a mi también me afecta, aunque yo llevo años con esa manía).

Leo textos de personas, madres y padres jóvenes, que cuentan lo difícil que es la convivencia en espacios pequeños con sus hijos, niños y niñas incapaces de contener su energía en los pisitos que habitamos. Hasta hace un par de días, cada tarde escuchaba, a través del balcón, los gritos y las risas de los niños que jugaban en la plaza de al lado. Llevamos dos días de silencio. Nadie juega a la pelota, las canastas de baloncesto no chirrían, no hay porterías de fútbol improvisadas con cartones o chaquetas amontonadas. Esos niños están en sus casa y el encierro va para largo.

Pero luego está lo otro. El padre encerrado en casa. Encerrados con un padre violento, con un marido agresivo. No he leído ningún relato sobre eso, los niños no escriben relatos sobre eso. Las víctimas suelen callarse. Evadirse, si pueden. En muchos de esos pisos pequeños, el enemigo no es invisible. Es demasiado visible, demasiado evidente. Ni es una esfera verde con tentáculos ni se mueve despacio. Es grande, caprichoso, ruidoso y raudo.

Conozco la situación familiar de algunos alumnos y me temo lo que viven. Algunos intentan pasar el máximo de horas posibles en la calle para evitar ese horror doméstico llamado "familia" que espera entre las paredes. Ahora no hay salida. Son ellos, no por casualidad, quienes primero devuelven los trabajos que les mandamos por correo electrónico. Claro. Necesitan ocuparse en algo. O encerrarse en sus mundos virtuales. Mientras escuchan esos pasos que van arriba y abajo del pasillo, las voces en el comedor o en la cocina. En muchos pisos no existe la habitación propia que reclamaba Virginia Woolf. Cuando gritan es insoportable. Cuando callan es peor, uno tiembla mientras imagina lo que se vendrá después del silencio.

Hay una alumna que teme que la locura de su padre esté en los genes, que lo lleve dentro esperando con paciencia insufrible, teme a los síntomas de un contagio que se produjo en la concepción. Me pregunto como debe leer los mensajes que hablan de las bondades del confinamiento. Para que pueda zafarse del enemigo microscópico e invisible la han encerrado con el viejo enemigo grande demasiado visible. Como en una película de terror, como en un experimento diabólico. Pero de verdad.

18 de març 2020

En la ciudad sin chinos


Primer Miércoles de confinamiento

Las tiendas de chinos, así es como las nombramos sin ningún rubor desde hace años, empezaron a cerrar el día 11. Por la tarde no quedaba ni una sola abierta. Los bares, los centenares de bares regentados por chinos, lo hicieron en la mañanita del día siguiente. Todos pusieron el mismo mensaje en la verja: "Cerrado por vacaciones hasta el 31 de marzo". Alguien me dijo que el Consulado de China se lo había ordenado y ellos, acostumbrados a la obediencia, obedecieron.

El bar chino que me ha cobijado en los últimos meses de llama "Triana". No le cambiaron el nombre. Es de esos de toda la vida, con los azulejos hasta media pared, la decoración escasa, disonante y rancia, las mesitas cojas, el calendario con la señora escotada, el reloj de pared de la abuela, ese aire desmantelado y provisional, los estantes con licores del año de la María Castaña, las botellas polvorientas, con esa veladura blanca que les dan los lustros, sin caja registradora, los precios pegados en papelitos con celo en la pared detrás de la barra algo mugrienta. Y luego está el largo pasillo lúgubre y esotérico que transita por el patio trasero, bajo un tragaluz verdegrís, camino del retrete, tan estrecho e incómodo como una cápsula espacial: ¡la de contorsiones que debe hacer uno, allí, para aliviarse!

A los tres días de entrar en este bar, tanto el hombre como la mujer, que está embarazada, con solo verme abrir la puerta de aluminio ya le metían mano a la cafetera. Tardaron dos días en saber qué pide el nuevo cliente. También descubrieron enseguida que hojeaba el periódico mientras tomaba, así que tras ponerme el café se iban a buscar el periódico para dejármelo enfrente. Por las tardes la mujer está sentada en una de las mesas ayudando a las dos niñas pequeñas con sus deberes. Cuando no tienen deberes les da clases de chino. Las niñas protestan, prefieren matemáticas.

Cuando lo del virus arreció, en el bar Triana solo acudíamos los gitanos del barrio y yo. Los demás desaparecieron. Los gitanos, todos hombres jóvenes, fuertotes y ruidosos, me saludaban con un desdén justo y preciso que incluía un breve destello de respeto. Yo hacía lo mismo. Me sorprendió la huída de los demás clientes y la resiliencia de los gitanos, siempre jugando a la tragaperras y contando anécdotas de sus hijos: al mío le han expulsado tres días del cole por pegar; al mío le pegó una paya y la maestra no la castigó; hoy en el mercadillo los chutes se han llevado al mantero de los bolsos; la Húngara se ha peleado con la Chuli y va a haber follón con el pichabrava del Canelo, lo que te digo. Y venga descambiar billetes pequeños y echarle euros a la máquina. Y cervezas. Quintos. Hay uno que se toma los cafésconleche como si fuesen botellines. Le llaman el Antonio y le tratan con reverencia.

A medida que el virus avanzaba, los gitanos eran cada día menos. El Antonio seguía allí. Me descubrí a mi mismo observando si alguno de ellos tosía, no se sabe nunca por dónde saltará la liebre. Pero ninguno de ellos tenía tos y llegué a creer que el Triana estaba a salvo de todo, que era como un templo sagrado en donde el mal no osa entrar y que los allí reunidos éramos algo sí como unos elegidos.

Hasta que el día 12 de marzo el bar amaneció cerrado y con el cartel de las vacaciones. Justo cuando me detuve a leerlo, desolado, aparecieron dos chinos de unos treinta años, serios, bien vestidos. Se pararon un segundo y luego siguieron calle abajo, silenciosos y marciales. ¿Supervisores del consulado?

Cuando pienso en el bar Triana y en la familia de chinos que lo llevan lamento no haber hablado más con ellos ya que, aunque su castellano es escaso, se hacen comprender. Añoro la visión de las dos niñas, por la tarde, con sus deberes y sus cuadernos de chino mandarín y sus infusiones encima de la mesa, tan olorosas. Era una imagen antigua. Intemporal, más bien. Como los bares de mi infancia, desdibujados en una memoria que se quiere desvanecer. En el bar Triana llegué a pensar que los chinos ya estaban en esos bares cuando yo era pequeño. Había algo sencillo, próximo, familiar.

Creo que tras todo este lío voy a ver diferente a los chinos. Igual les doy las gracias por haber venido y por estar aquí, salvando esa cosa tan frágil que es el garito eterno, la tienda de baratijas de toda la vida, todas esas cosas que son el paisaje de la infancia y que ahora, de repente, se desvanecen como un fantasma visto en sueños. Me imagino a la familia del bar Triana encerrados en su pisito, esperando, las niñas dando la lata con sus cuadernos de mandarín, la mujer acariciándose la barriga muy embarazada. Rezaría por ellos, que es una forma de rezar por mi sin que se note. Si pudiese rezar, claro.

17 de març 2020

La tristeza del estanquero


Martes 17, quinto día del confinamiento

El estanquero del barrio es un hombre parlanchín y dicharachero. Su humor parece no cambiar nunca. Es un tipo bajito, ágil, movedizo. Fue un niño hiperactivo, sin duda. Gasta un humor socarrón, con una retranca que no es catalana, quizás extremeña.

Al estanquero le preocupan pocas cosas y se burla de casi todo. Menos de su negocio y de su hija, que está en Inglaterra y le da muchas alegrías, puesto que parece que allí está desarrollando una gran carrera profesional. Pero aparte de eso es un tipo descreído, que se cachondea de los políticos, las leyes, las manías sociales.

Algunos domingos por la mañana, un grupo de fieles evangélicos organizan una misa cantada y muy ruidosa enfrente del estanco, en donde hay una plaza muy apreciada por todos los que quieren celebrar actos al aire libre. Bueno: el virus nos librará durante unas semanas de esos jolgorios insoportables. Cuando aparecen los creyentes, el estanquero acude a la puerta del estanco a reirse un rato con sus rituales, sus gritos y sus aspavientos "¡Señor! ¡Ven a mi, Señor!". Se pasa un buen rato allí, observando con una sonrisa ladeada.

Hizo algo parecido con un acto de los lacistas de la ANC hace poco: su mirada irónica les observaba, fascinado como un etólogo que contempla, por fin, el extraño ritual de apareamiento de la avutarda. Aquel día le solté un comentario, solo para que supiera que yo, a pesar de mi acento, no soy uno de esos. Él me sonrió, agitó la cabeza y murmuró: -Están piraos, esa gente están piraos.

Pues bien, ese hombre que se ríe de Dios y del Diablo, ese hombre inquieto y parlanchín lleva tres días serio. Incluso diría que asustado. Rehuye la conversación con los clientes. Atiende en la puerta del establecimiento, para evitar que entremos en él. Lleva guantes y mascarilla, lo cual resalta esa mirada de niño temeroso, como si le hubiesen pillado haciendo algo que no se debe hacer.

El estanquero, ahora taciturno, me ha asustado más que los informativos de Antena 3. Gracias a él he comprendido que la cosa está mal. Y que puede ir a peor, que es adonde van las cosas en España.

16 de març 2020

El Virus en Badia del Vallès


Sábado14, segundo día de confinamiento

Al perro flaco todo le son pulgas. En Badia del Vallès cerraron el Ambulatorio el jueves y mandaron a los enfermos al hospital de Sabadell. El Hospital de Sabadell es un hospital desbordado, ejemplo de gestión caótica, colapsado e incapaz de aceptar nuevos afectados. Pero eso es lo que hay, les dicen. A los de Badía no les mandan a Sant Cugat, que es la población más cercana. No hay datos sobre Sant Cugat.

Voy al supermercado del BonÁrea, a ver qué hay. No hay nada. Bueno, algo hay: algunas latas, lechuga troceada y porciones de queso. De carne, ni hablar. Son las seis de la tarde. No hay nadie. Excepto las dos dependientas, con guantes de látex y mascarillas. Les pregunto:
-¿Mañana no vendrá el camión de los repuestos?
-El camión llegará el lunes.

Están muy cansadas, pero lo que asusta es su expresión de desconcierto. Se les nota el desánimo. Esas dos mujeres se caen de cansancio y les pagan una mierda. Una de ellas viene a trabajar desde Badía del Vallès.

El virus dejará a miles de personas en el paro. Ellas podrían ser las próximas. Esas dos mujeres cubren el turno de otras, son prescindibles a los ojos de un ejecutivo.

El departamento de Educación de la Generalitat no nombrará suplentes para cubrir las nuevas bajas, un buen ahorrillo y unos cuantos al paro ¿Teletrabajarán los que están de baja?. No se decreta nada al respecto, no hay directrices. Solo hay ahorro. No decide cómo gestionará lo que queda del curso escolar. Todo es misterio, incertidumbre. Como en una guerra. Igual que en una guerra, los que primero acuden al frente son los de más abajo. Si tiene que caer alguien, que sea uno de abajo. La realidad funciona así, eso es lo que hay. El mundo. El estado se sustenta sobre los de abajo, de modo que cuando las cosas van mal son los de abajo los que se sacrifican en primer lugar.

En Badía del Vallès, el municipio de Cataluña con uno de los mayores índices de paro de España y uno de los PIB más bajos, el ambulatorio está cerrado. Que se jodan, les dicen. El gobierno catalán es nacionalista. Badía del Vallès es el pueblo en donde el nacionalismo (¿transversal?) saca los peores resultados electorales (por no hablar de los datos de fracaso y de abandono escolar, de salud mental, etc).

Confinamiento, dicen. En casa todo el mundo, confinamiento y silencio. No hay ambulatorio en Badia del Vallès. La gente de Badía son camareros y kelis, monitoras de comedor escolar y de transporte escolar, los más expuestos y a la vez los menos protegidos, los que pringarán de veras para proteger a los de arriba, que quedarán como unos reyes cuando no como unos héroes.
Las oficinas de trabajo ya están cerradas: no se puede tramitar el paro.

Este es el mundo que revela del virus. Badía del Vallès salvará a Sant Cugat. Eso es el mundo, una vez el virus ha empezado a levantar el velo.

14 de març 2020

El agente Smith, Ortega Smith


Regreso del Mercadona. Con una bolsa que contiene un kilo de cebollas, por fin. Aunque la etiqueta reza "Cebollas Figueras", las cebollas son de Requena. Mejor así. Prefiero la ciudad valenciana que la catalana. Es es lo que tiene el procés: ha conseguido que abomine de cualquier cosa catalana, y más aún si es de la Cataluña profunda. Aunque sean cebollas, las prefiero de otra parte.

En el supermercado, el ambiente parece normal. A primera vista. La gente se pasea con calma entre los estantes. La mayoría de los clientes van solos. Las personas se miran a los ojos. Como si quisieran decirse algo, pero es un algo que no puedo descifrar. ¿Pretenden descubrir síntomas de la enfermedad en los demás? ¿Se saludan en silencio como los supervivientes de un cataclismo vergonzoso?.

Hoy no hay niños. Ayer los había y la gente mayor se apartaba de ellos como lo haría un vivo ante la sospecha de un zombificado. Eso es lo que tiene leer literatura gótica y mirar pelis de George Romero. O mirar Antena 3. Sin embargo, una mirada más atenta revela que en el Mercadona pasó algo. No hay legumbres en conserva. Las cervezas casi ausentes. Ni una puñetera bolsa de papas fritas. Incluso los ganchitos con sabor a queso se han evaporado: lo más deleznable se lo han llevado. No hay pescado. Me llevo la última cajita de cápsulas de café Colombia y luego el último kéfir de mango (muy recomendable). Echaría mucho de menos ambas cosas, la verdad, aunque no sean imprescindibles.

Cuando me encuentro ante la cajera (con guantes morados) le pregunto si es cierto lo que cuenta la prensa de hoy, que la empresa les premiará con un aumento del 20% del salario mientras dure la crisis. Ella me dedica una caída de párpados. No hay más respuesta. Aún así, yo le manifiesto que eso me parecería muy bien y que le agradezco su presencia aquí, hoy. Las cajeras del Mercadona también son héroes, así de claro.

En el pasillo de la salida del supermercado me cruzo con una pareja que tendrá unos 25 años. Cazo al vuelo su conversación: Le dice él: ¿Y si fuese mentira? Porqué... vamos a ver, Maika ¿tú conoces a algún infectado? ¿Personalmente conoces a un puto infectado? Yo... (responde ella), yo, Deivid, la verdad es que no conozco a ninguno...

Mientras ando para el piso voy pensando en la pregunta de Deivid. Y de repente caigo en la cuenta y me digo: no, caramba, yo tampoco conozco a ningún infectado. ¡No conozco a ningún infectado!. A decir verdad, el único infectado que conozco es un tal Ortega Smith, diputado, creo. Pero no le conozco de veras, solo por la tele. Eso me mosquea. Mientras camino repaso mentalmente. Una palabra me acude a la mente. Matrix. La palabra Matrix. Quizás me estoy emparanoiando. Matrix es el título de una película que cuestionaba la realidad, el concepto de realidad. En aquella cinta, el malo era un tipo seco, antipático, eternamente cabreado, con el mohín del hombre fastidiado por una almorranas irredentas. El agente Smith. Smith, como Ortega Smith. ¡Dios mío! ¿Será eso?

Luego intento calmarme. Me digo que la efigie del señor Torra, a quién he considerado real a pesar de no haberle visto nunca, pudiera ser tan falsa como la de Ortega Smith. Incluso esa belleza tan estándar como la del señor Pedro Sánchez me parece sospechosa. Incluso la coleta de Pablo me parece un invento digital. Todo me parece falso excepto mi depresión, esa pena que me oprime.

Y solo estamos en el primer día del confinamiento.

Resultat d'imatges per a "agente smith"

13 de març 2020

Virus y experimentos sociales

¿Será esta la última cabeza de ajos del Mercadona?

La última clase que di antes del cierre del Instituto fué esta: "Experimentos sociales". Conté el experimento de Jane Elliot y el de la prisión de Stanford. En estas circunstancias, es bastante previsible que se dé, en mi cabeza, un sesgo de confirmación. Lo que pasa es que yo, con el procés independentista, ya llevaba tiempo sospechando de un experimento social.

Todo lo que veo me huele a experimento social a gran escala y no lo puedo evitar. Hoy mismo, he ido al Mercadona a por cuatro cosas (me niego a acumular). Una de ellas, caprichoso que es uno, eran cebollas. Me hubiese conformado con dos o tres. Pero no había ni una. Por no haber, ni brócoli había, ni una triste coliflor. Le pregunto a la cajera a qué hora debo ir para comprar cebollas y me dice que vaya pronto, por la mañana.
-Pero ten en cuenta que mañana habrá aforo limitado, esta mañana al abrir hubo una avalancha.

Ya lo ven: para evitar el contagio, la gente decide amontonarse en los supermercados, la peor estrategia posible. Luego está el enigma del papel higiénico. Desaparece a los pocos minutos de reponerlo. ¿Será la paranoia del papel higiénico un experimento social? No encuentro una explicación racional que empuje a comprar justamente eso, grandes cantidades de rollos de papel. Quizás mucha gente ha decidido escribir la novela de su vida aprovechando el confinamiento y lo harán como Jack Kerouac, en un rollo de papel.

Me digo: alguien está observando qué hacemos cuando se nos somete a un miedo incierto y a gran escala. Alguien debe estar tomando notas de nuestros actos, nuestras elecciones, nuestras nuevas costumbres, los deseos que surgen, las necesidades alteradas por una amenaza. Netflix y Filmin deben de echar humo, pero no creo no creo que haya sido una maniobra de éstas plataformas.
-¿Qué es lo peor que podría pasar? -me preguntó una alumna cuando dije que yo estaba moderadamente preocupado.
-Que cojas una gripe. Eso no es el virus zombi ni la peste negra ni la peste bubónica.
La alumna celebró a lo grande el cierre del Instituto poco más tarde. Lo qué no se es si estará celebrando quedarse encerrada en casa con la familia, eso sí será un buen experimento.

En Cataluña llevamos varios años sometidos a lo que parece un experimento social continuado, sostenido en el tiempo: ¿se puede engañar a la mitad de la población con una fantasía? ¿se puede meter la disonancia cognitiva en la mente de millones de personas? ¿se les puede hacer creer que los totalitarios son los demócratas y al revés, y que existe una nación que no existe y todo lo demás?. Los resultados del procés, entendido como experimento, arrojan datos inesperados. Inesperados y tristes: hemos visto la enorme potencia del populismo, casi tan elevada como las demás formas del pensamiento mágico. No dice mucho de la sociedad catalana ver a dos millones de personas orgullosas de haber sido engañadas.

Con el virus llegaremos a otras conclusiones y estoy convencido de que veremos, de nuevo, grandes maravillas. Esto solo ha empezado. Nadie sabe lo que viene después, lo que nos espera mañana. ¿Llegará el pánico? ¿Nos mataremos por una lechuga? ¿Obedeceremos las consignas? ¿Practicaremos la picaresca? ¿Volverá el estraperlo? ¿Qué sucederá con los fumadores si cierran los estancos? ¿Soportarán la convivencia forzosa las familias encerradas en casa durante varios días? ¿Aumentarán los divorcios? ¿Se dispararán las cifras de violencia machista? ¿Se disparará el índice de lectores en España?.

No se me ocurriría caer en la conspiranoia y pensar que el virus se inventó para un experimento a escala global, por supuesto. Pero pensar que una vez con el virus circulando lo podemos aprovechar para hacer estudios de comportamiento... ¿se puede pensar?. Bueno, les dejo y me vuelvo a mis cintas clásicas de Filmin.

11 de març 2020

Déjame entrar, dice el virus del fascismo


Por lo que cuentan los que saben de vampiros, el vampiro solo entra en tu casa si le invitas. Una vez dentro de tu casa, el vampiro te posee y te somete. Le quieres, le admiras, crees que le habías esperado siempre.

El nacionalismo invitó a entrar al fascismo. Y ha entrado: el monstruo se pasea por las calles y está instalado en muchas casas. ¡Es tan tentador! En algunas de ellas no saben que el invitado se llama fascismo, desconocen su nombre creen en su disfraz de demócrata, de defensor de derechos y libertades. Pero la ignorancia de los anfitriones no le impide al fascismo poseerles, llevarles a su terreno y obligarles a gritar sus consignas. "¡Fuera!", "¡Que se vayan!". "¡Colonos! ¡Extranjeros! ¡Ladrones!". El vampiro otorga inmortalidad y placeres, es seductor. Te permite actuar sin pensar. Es pura voluntad, pasión, acción sin reflexión. El goce del insulto al otro, el insulto sin la maldita corrección política de los progres, esa gentuza cargada de prejuicios. Libertad. El triunfo de la voluntad de ser.

Me dijo hace poco una maestra de primaria que en Cataluña no se vota a Vox porqué en Cataluña no hay fascistas. Y que por ese motivo se plantó con sus hijos ante un chiringuito de ese partido, y les gritaron con todas sus fuerzas: "Iros de aquí. Aquí no os queremos". (En catalán, por descontado). Me quedé sin palabras pero aún asi le intenté contar algo sobre derechos y democracia. Pero ella estaba tan orgullosa de su gesto que ya no me escuchó. Creyó entender que yo defendía a Vox. No solo que los defendía, si no que estaba de su parte. Entonces tuve que explicarle que, si en Cataluña hay poco Vox, es porqué el espacio ideológico (sociológico) de la extrema derecha está ocupado. Lo ocupan los fieles de Puigdemont. A partir de aquél momento, mi relación con la maestra ya nunca fue la misma.

El nacionalismo catalán ha desatado a la bestia. Ha liberado lo peor que había en el sentimiento identitario catalán, un sentimiento que siempre estuvo aquí pero estaba avergonzado. El nacionalismo ha empoderado ese sentimiento, le ha permitido despojarse de la vergüenza y ahora se exhibe sin tapujos, a cara descubierta, orgulloso de ser xenófobo, violento, inmisericorde. Le ha devuelto el orgullo primitivo del grito, lo que hay antes de la articulación del lenguaje, antes del pensamiento.

El nacionalismo catalán empezó por pretender sacar a Cataluña de España y ahora, frustrado y enardecido, pretende echar a España de Cataluña. El grito contenido en la garganta: prohibir el uso del castellano, señalar a los que no somos nacionalistas, soñar con purgas, imaginar extradiciones en masa, fiscalizar el grado de adhesión al nacionalismo entre funcionarios de todos los cuerpos. Hay muchos ejemplos de todo ello. A veces me propongo contarlos, pero me asusto: temo que mi acción contribuya a empeorar las cosas. La maldición de pensar me limita. Ellos se liberaron de la limitación: el fascismo, como el vampiro.

Empezaría por contar las cosas pequeñas, los casos particulares y casi invisibles: el alumno que es invitado a cambiarse de residencia por no querer hablar en catalán, la discusión familiar en la que un hermano le sugiere al hermano no-independentista que se puede largar en cuanto quiera hacia más allá del Ebro, el compañero de trabajo que usa el mismo argumento para con el compañero de años, el director del colegio que le suelta a un profesor interino que no fue a votar el 1-O que "aquí no queremos a los que son como tu", la madre que, en la entrada de la escuela le dice a su hijo "no hables con Fulanito, que habla feo" (Fulanito habla castellano), el editor que le devuelve un original al autor porque "no puedo publicar algo así en estos tiempos", el periodista que suspende una entrevista por el "qué dirán en mi medio si publico esto", la mujer que intenta convencer a su marido de que se cambien de comunidad autónoma porqué no soporta el adoctrinamiento en la escuela y el marido le responde "no hay para tanto"...

Son ejemplos pequeños, domésticos. Una escueta reseña costumbrista, el retrato discreto de algo que pasa pero es tan pequeño y tan inane que no vale la pena. Sin embargo, eso es el relato. La narración del desastre, la crónica de la destrucción pequeña pero inexorable. Como un virus de apariencia común, vulgar, conocido. Cosas que pasan, ya sabes, casi nada. Lo normal, lo que toca.

El último ejemplo, por hoy, de algo minúsculo. Una anécdota sin importancia: un grupo excursionista veterano, que lleva más de dos décadas reuniéndose los fines de semana para subir a los montes cercanos. Son gente mayor, casi todos jubilados tras unas vidas que no fueron fáciles. La tradición del grupo es que, cuando llegan a la cima, se sacan una foto. Un día, al llegar a la cima y justo antes de la instantánea, uno de ellos, por sorpresa o a traición, saca una bandera independentista y la ondea por encima de las cabezas de todos. Algunos sonríen. Otros no sonríen pero se callan. Alguien protesta, dice que eso mejor que no, aquí no, que eso crea división. Le sugieren que, si no le gusta, que deje el grupo en donde lleva veinte años. Así de simple. Fácil.

Invitamos al fascismo y el fascismo está en el sofá de tu casa. Se llame como se llame. Lo que viene luego no lo se, lo desconozco. O lo temo tanto que finjo desconocerlo.

9 de març 2020

Puigdemont y los muertos

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El señor Puigdemont visita a los muertos de Colliure. También se podría afirmar: a veces, Puigdemont ve muertos. Tiene todo el derecho del mundo a visitar a los muertitos y los cementerios que le plazcan. ¡Faltaría más!

El señor Puigdemont puede visitar el cementerio de Colliure y agachar la cabeza ante la tumba de Antonio Machado. Claro que sí. Yo lo hice el día 1 de octubre de 2017: me presenté ante la tumba del poeta español justo cuando el señor Puigdemont se escondía debajo de un puente, asustado por el seguimiento policial, y luego se fue a depositar su voto en otro colegio electoral, en otro pueblo, muerto de miedo. Cosas del señor Puigdemont. Yo estuve ante la tumba de Antonio Machado el 1 de octubre del 2017, escogí este lugar para demostrarle al señor Puigdemont que su convocatoria fraudulenta me expulsaba de Cataluña y para presentar mis respetos a otro que tuvo que irse, víctima también del nacionalismo excluyente. No puse banderas, no me hice selfies. Medité un instante.

Éramos menos de 20 españoles ante la tumba de Machado el 1 de octubre del 2017, aquel mediodía, dispersos, cada uno a lo suyo. Luego me fui para el pueblo, mé pillé algo de comer y lo comí en la playa, aprovechando el buen tiempo y el sol tan bueno. Me acuerdo de las gaviotas hambrientas en las rocas del puerto. En Colliure, Francia, el 1 de octubre de 2017 era un domingo soleado y normal, un día cualquiera. Ni en Francia ni en España sucedió nada maravilloso. Un domingo cualquiera. Lo único reseñable del 1 de octubre de 2017 es que el señor Rajoy le hizo un regalo fabuloso al viejo victimismo catalán. Los sopapos que les soltaron a los referendumistas catalanes han alimentado su victimismo durante años. Si ustedes se miran como se los dan la prefectura francesa a los "gillets jaunes" en París sabrán de qué trata una policía europea y democrática. Esos sí van en serio y no son franquistas.

Por lo visto, el día 29 de febrero de 2020, el señor Puigdemont, de camino a su cita con las masas en Perpiñán, se paró en el cementerio de Colliure y se paseó ante la tumba de Antonio Machado. Unos fieles suyos, miembros de la ANC, se le adelantaron unos metros y tendieron una bandera independentista encima de la tumba del poeta español, para que el líder de Waterloo se la encontrase allí dispuesta y se hiciese la foto. Pero por fortuna allí había otros catalanes que quitaron la estelada. Se llevaron la estelada, y la banderita terminó, más tarde y en Barcelona, en un lugar que no puedo contar.

Cuando el señor Puigdemont llegó ante la tumba del poeta se quedó compuesto y sin novia-banderita. Y le contaron, en catalán, que no tenía derecho a apropiarse de la tumba de Machado. Me cuentan que el señor Puigdemont no fue capaz de dar con respuesta alguna. Abrió la boca pero nada salió de ella. Se sonrió con una sonrisa gélida y bobalicona, un mohín de disgusto y de pasmo, una mueca helada. Se calló. No comprendió nada.

Debe usted de empezar a pensar en los vivos, señor Puigdemont. En los vivos: los vivos somos solo españoles, más españoles que catalanes, tan españoles como catalanes, más catalanes que españoles, solo catalanes. Usted debe de pensar en los vivos y en todas sus variantes, líquidas e infinitas. Muchos de los vivos, por ejemplo, estaríamos dispuestos a una mesa de negociación con usted.

Y le voy a contar cuáles serían las exigencias de los vivos, ya que usted ha expuesto las suyas. Nuestras exigencias, de entrada son: renuncie usted a la independencia unilateral y acepte que la lengua castellana es lengua propia de Cataluña. Esas son nuestras exigencia de entrada. Estas son las exigencias de los catalanes vivos. Luego hablamos. Y deje a los muertos en paz.

6 de març 2020

Pues bueno, pues vale, pues adiós Cataluña

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Hace poco instalaron un local de la ANC debajo de mi piso. Una jugarreta del destino que conté en estas páginas, semanas atrás. De creer en el Karma, hubiese creído que me estaba devolviendo alguna maldad muy grande. Pero me siento más inclinado a creer en Carmen de Mairena que en el karma. Y además resulta que, una vez habituado a la situación, la cercanía de la ANC no es tan mala cosa. Quizás no era una maldición si no todo lo contrario. Me explicaré.

Esta proximidad, algo molesta, me permite observarles en sus idas y venidas, en sus gestos, sus cosas verbales y no verbales, sus edades y sus géneros, sus manías, sus rituales, sus costumbres. Ejerzo de inesperado antropólogo con solo salir al balcón, o cuando voy y vuelvo del trabajo y me los encuentro ahí. A diferencia de ellos, sufro la servitud del trabajo. Siempre me arrepentí de no haber estudiado antropología y ahora la ANC me ofrece un Postgrado. Gratis.

Me prometí a mi mismo evitar el conflicto y para ello nada mejor que ignorarles y evitar cualquier interacción. Pero uno no siempre se anda con fuerzas y a veces flaquea. Me ha sucedido algunas veces. Pocas, por suerte. En la última, les pregunté a unos que estaban en la puerta por el eslógan que tienen pintado en la puerta del antiguo garaje: "La voluntat d'un poble no es pot aturar" (La voluntad de un pueblo no se puede detener).
-¿A qué pueblo os referís? ¿A Matadepera? ¿A Sant Esteve de les Roures?
Un hombre, de unos cuarenta y con un aspecto demasiado pulcro y aseado, con un aire como de predicador o de vendedor de seguros me respondió que ese pueblo era el mío. Cataluña. Discutimos un rato, sin perder las formas.
Le expliqué que me siento ciudadano y no miembro de un pueblo. Que tengo una nacionalidad, la española, y que no conozco otra. Me respondió, con una sonrisa forzada y soberbia, que andaba muy equivocado, que mi nacionalidad era la catalana. De entrada puso una expresión de perplejidad. Eso suele pasar: mi acento de nativo catalán les desconcierta.
-No sufras, nosotros te devolveremos tu verdadera nacionalidad. Estás confundido.
Hacía rato que había comprendido la estupidez de discutir con razones contra la ceguera de la fe, pero tardé todavía unos minutos en rendirme a lo evidente.
Le conté que no creo en las naciones.
-¡Ah! Sonrió él, de nuevo, con un mohín de suficiencia muy irritante, no crees en naciones pero sin embargo crees en la nación española.
De nuevo tuve que esforzarme: le expliqué que España es un estado, y que mientras los estados europeos del siglo XXI son entidades construidas sobre leyes, constituciones democráticas y parlamentos representativos, las naciones siguen siendo ilusiones basadas en leyendas y ensoñaciones medievales. Entonces incluso intenté argumentarle que no existe "el pueblo catalán" ni ha existido jamás algo así. Pero todos mis esfuerzos fueron vanos. El tipo persistía en su actitud paternalista y prepotente, usando un tono didáctico y melifluo.
De repente, des del interior del local, acudieron dos mujeres de su edad, atraídas por el diálogo. La presencia de las dos mujeres obró un cambio muy vistoso en mi interlocutor. Adoptó una actitud y un tono de voz más agresivo y levantó el índice: quería que ellas vieran todo su potencial. A una de las dos le complació eso. La otra parecía indiferente al despliegue de testosterona, dijo que hacía fresco y se volvió para el interior.

Comprendí que aquella mujer obraba con prudencia y buen sentido, así que también opté por retirarme a mis aposentos. No sin antes:
-Mira, vamos a dejarlo. Me cansa mucho discutir con un creyente. Estamos en España y yo quiero seguir en España, así que no me toquéis mi nacionalidad. Ya seguiremos otro día.
-No lo creo, me respondió él, yo solo he venido para el acto de hoy, pertenezco a la agrupación de Sant Cugat.

¡Sant Cugat! ¡Haber empezado por ahí! Su población de origen explicaba el tono, la actitud del señorito que se ha ido a un pueblo de trabajadores a ilustrarles y soltarles el sermón. Me sentí como un corintio descreído discutiendo con San Pablo.

Esa gente, que lo tiene todo y viven como Dios vienen a hacer lo que científicamente se denomina "romper las pelotas" a los que viven peor que ellos (aquí he abandonado el tono antropológico). Y lo hacen en nombre de su propio bien, de su verdad revelada. Pues bueno, pues vale, pues adiós Cataluña. Yo no soy catalán nunca más por más acento que tenga, por más que haya nacido en una callejuela del centro de Barcelona, hijo de padres catalanes.

5 de març 2020

La Corte del Faraón catalán

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Sin duda, lo más parecido a una corte zarzuelesca es nuestra maltratada Generalitat de Cataluña, poblada por príncipes conspiradores, bufones con sueldo de Cónsul Imperial, marqueses y marquesas que aspiran a príncipe, condes trágicos y baronets de medio pelo. Amén de heroínas melodramáticas que se desplazan en Jaguar.

Nuestra desdichada Generalitat catalana está en las zarzuelas. Pero también en la gran literatura. Así, viendo el reportaje de "Puigdemont en Perpiñán" me acordé del desterrado Rey Lear y de aquellos personajes tan intensos -y tan desubicados- del Sueño de una noche de verano. Entonces caí en la cuenta: ¡Dios mío, todo está en Shakespeare!

Hay quien afirma que todo está ahí, entre William, Jorge Luis y Miguel.

Falstaff, por ejemplo. Es aquél bufón de la corte gordinflón y borrachín, que divierte a Enrique y le lleva de parranda mientras Enrique es un joven príncipe irresponsable y juerguista, y cuenta batallitas en las nunca estuvo con la pretensión de vivir a costa de Enrique cuando sea rey. Cuando el príncipe llega a rey, sin embargo, repudiará a Falstaff para limpiar su imagen. Piensen ustedes: en el mundo de la política por ejemplo, a cuántos Falstaff han conocido. Y no solo en la política: en el trabajo, entre los conocidos, incluso en la familia. ¿No hay algo de Falstaff en aquel ex-cuñado chistoso?.

También debo recuperar a Guildenstern y a Rosencrantz, dos secundarios breves que aparecen en Hamlet. Son dos tipos afables pero sinuosos y ladinos, que pretenden ganarse la amistad y la confianza del príncipe de Dinamarca con la intención secreta de matarlo por encargo de un rey extranjero, aunque son ellos quienes finalmente mueren una vez descubierto el engaño. Esos dos tipos también se encuentran en todos los mundos en los que hay poder y dinero y, por consiguiente, mezquindad. ¡A cuántos de esos hemos visto!.

Yo, que casi nunca salí de Cataluña (salí un par de veces, y ambas por un año escaso), tengo vistos a muchos Falstaff, Guildenstern y Rosencrantz en mi triste región. Si me remonto a la época de Pujol me acuerdo de Miquel Roca, de Luis Prenafeta, de un tal Cullell entre muchos. (En aquellos tiempos remotos murió mucha gente. Entre ellos dos a tener en cuenta: el socialista Josep Pallach y el ultraliberal Ramon Trías Fargas. Los dos podían oscurecer la carrera incipiente del futuro Rey Garbancito. Pero los dos murieron. Oportunamente. Ahí lo dejo). La figura de Artur Mas, sin ir más lejos, contiene algo de Guildenstern, y quizás Oriol Pujol sea un Hamlet ridículo y lacaniano, la caricatura del príncipe Hamlet en invertido. Si Shakespeare se reencarnase hoy entre nosotros, los desdichados catalanes del tiempo del procés, ¡qué grandes tragedias escribiría sobre lo ridículo del poder, sobre la codicia infinita y la avara pobreza de los catalanes ricos, sobre su fascinante capacidad de apuñalarse por la espalda, sobre la mezquindad de sus pretensiones viles!.

Cuando pienso en Falstaff no puedo evitar acordarme de aquél Falstaff de Orson Welles rodado en España (en la lejana y sola y soriana Calatañazor), la deslumbrante "Campanadas a medianoche". Y entonces se me viene la figura de Oriol Junqueras, sirviente bonachón y esforzado de Puigdemont, a quien el presidente dejó plantado para poder huir. El criado fiel cuyo sacrificio le permitió acceder a la buena vida en el palacete de Waterloo, reyezuelo de sainete español. ¡Y ahora se permite repudiarle en el campo de Perpiñán!. Veremos lo que tardan Comín y Ponsati en convertirse en Falstaff. O en Guildenstern y Rosencrantz. Pienso en Laura Borràs, que tiene el aire de una Falstaff inminente.

Mientras tanto, en Cataluña -en la Cataluña española y no en la francesa-, hay muchos que pugnan para obtener el cargo de bufón y adulador de la Corte que dejó vacante Junqueras. Ahí tenemos, entre otros, al inenarrable Jordi Galves (antes Gálvez), un hombre que fue un buen crítico literario y ahora no conoce otra ocupación que la de adular al reyezuelo zarzuelesco de Waterloo con artículos que promueven la vergüenza ajena más solemne. Si quieren experimentar esta variante de la vergüenza, cliquen aquí y lean lo que escribe el desdichado. Yo apostaría a que Gálvez leyó a Shakespeare en el pasado. Pero o bien no le hizo provecho la lectura o bien, una vez convertido en Galves, la olvidó. El procesismo obra grandes milagros, y el de la ignorancia súbita es frecuente.

Mañana (o quizás pasado) escribiré sobre la Plataforma per la Llengua y la Oficina dels Drets Lingüístics. Quizás sea un tema menos shakesperiano, pero merece una misa catalana.

2 de març 2020

Granollers: entre la civilización y los bárbaros


Una expedición al Reino de los Lazos
Capítulo 2. El límite

Me acerco a Granollers un sábado por la mañana. El día ha amanecido gris, quizás sea niebla más que nube. Tras toda una semana de sol, el fin de semana se despierta legañoso. La clase obrera no va al paraíso. Para mi segunda expedición a la Cataluña de los lazos elegí esta capital comarcal atraído por el relato de un conocido que se desplazó desde Gerona a Barcelona y reportó este dato intrigante: en Granollers está la frontera del lacismo. Quise comprobarlo con mis propios ojos. Soy de naturaleza descreída.

La entrada a Granollers es deprimente. Todas las ciudades industriales te reciben con esos arrabales tristes, el no-lugar que circunda la ciudad. En esta zona de nadie, como en el escenario después de la batalla, sobreviven algunas construcciones viejas junto a naves herrumbrosas, polígonos en decadencia y campos de labranza abandonados. La vegetación es escasa y enfermiza.

Sin embargo, la entrada al núcleo urbano me devuelve algo de alegría. Hay mucha gente por las calles, familias de toda índole, niños y niñas, viejecitas tomando el sol y charlando en las esquinas, autóctonos y extranjeros, hombres solitarios, adolescentes apresurados. Hay un fluir fácil, suave.

La primera impresión es que las banderas independentistas son muy pocas. Cuesta trabajo descubrirlas. Las pocas que veo están, mayoritariamente, en lo alto. En los áticos. Entro en la villa por la Avenida de Esteve Terrades, amplia, casi una autopista, flanqueada por bloques enormes. Me digo que la ausencia de banderas responde a que en estos edificios no viven los catalanes de toda la vida. De modo que aparco el coche en lo alto de la Calle Carles Riba, detrás de la Comisaría de la policía autonómica y al lado del tanatorio. Me meto a pie en el casco antiguo. Las callejuelas están muy animadas. Hay una feria. Los comercios han sacado sus cosas a la calle. Hay color, bullicio. Y además ha salido el sol. Ha llegado la primavera al Vallès Oriental. Estoy casi desconcertado: no veo simbología independentista. Me digo que estoy flotando en el ensueño.

Así que decido enfrentarme a mis peores miedos y ando hacia el corazón de la ciudad. Me dirijo con cierto ánimo de kamikaze diletante hacia la Plaza Porxada, emblema e icono de Granollers, la plaza en donde está el ayuntamiento. En la fachada del consistorio están las banderas oficiales, de la española a la europea pasando por la regional y la local. Los cuatro trapos están limpios, todos por igual. Entro en el estanco. Los estanqueros, creo que padre e hijo, están atendiendo a una señora que hace una compra notable y la atienden en castellano. Ellos, sin embargo, se comunican en catalán entre sí. Decido hacer la prueba: yo hago una compra muy modesta y me dirijo a ellos en castellano sin disimular mi acento nativo. Me responden en castellano. Ningún problema.

En la Plaza, tras un examen más o menos atento, descubro unos harapos amarillos colgando de un árbol caducifolio, en una esquina. Son unos plásticos raídos, casi desprovistos de color, amarillo momia. El único vestigio de la fiebre amarilla.

Más tarde, de vuelta para el coche, me encuentro con un graffiti en una pared. Representa al Patufet, el logotipo de una revista de los años 30 más o menos insertada en el imaginario nacionalista. Debajo de la figura del niño con barretina está la inscripción "Som República". El Patufet fue una revista en catalán que se publicó en dos etapas: la primera entre 1904 y 1938. Luego tuvo una resurrección breve y azarosa entre 1968 y 1973. En casa de mi abuela había muchos ejemplares de la primera época. Era una revista infantil, muy reseñable en el asunto de la ilustración, con grandes dibujantes. Aunque hay que contarlo todo: el Patufet fue el vehículo de expresión del nacionalismo catalán de entonces, que simpatizaba con los fascismos europeos contemporáneos. Josep M. Folch i Torres la dirigió, entre otros, al tiempo que levantaba una organización juvenil llamada "Pomells de Joventut" y que, vista a día de hoy, no dudaríamos de calificarla de fascista paramilitar amén de machista y xenófoba. Pero eran otros tiempos y no es correcto, por lo tanto, analizar los "Pomells de Joventut" con parámetros actuales.

Es curioso que el independentista que decidió estampar el Patufet en las paredes del centro de Granollers para ilustrar la "república" haya recurrido a una imagen tan antigua, tan incapaz de referenciar algo en las personas de menos de 50 años. Para los niños y los jóvenes actuales, el "Patufet" solo es el protagonista de un cuento popular extravagante, un niño minúsculo que es comido por un buey y luego expulsado de las entrañas del bóvido mediante un pedo: un relato extraño, casi esotérico y sobretodo muy escatológico. Quizás el independentismo residual de Granollers sea solo eso: nostalgia de un pasado idealizado, melancolía de una infancia lejana y perdida. ¿Será el Patufet la magdalena del nacionalismo catalán?.

Durante el paseo por el centro de Granollers he observado a un clase media y media alta muy acomodada a juzgar por su forma de vestir, por ese aspecto tan vistoso de los que han trabajado poco y manejado dinero desde la cuna, más cuidados y más guapos que la media. Eso no significa que sea una ciudad de Bradpitts ni de Angelinajolies, pero es cierto que hay un buen número de personas que se preocupan de su imagen y la de sus vástagos, y la lucen bajo el sol de esta primavera en febrero. Contra mi pronóstico pesimista, la gente guapa no lleva lazos amarillos en la solapa.

No se pueden sacar conclusiones apresuradas. Quizás algunos de estos guapos y guapas estarán luego en Perpiñán aplaudiendo al líder loco que se les aparecerá como una Virgen de Fátima resplandeciente, eso no se puede descartar.

Antes de regresar para el aparcamiento descubro la tienda "Món Groc", cerrada, el local en alquiler. Bueno, me digo, a fin de cuentas debe ser cierto: Granollers está en el límite del imperio. Quizás están esperando a los bárbaros. Me acuerdo de J.M. Coetze y la gran novela que lleva este título, título tomado de un poema de Cavafis, el mismo poeta que escribió "Viaje a Ítaca". Mientras intento recomponer el argumento de Coetze en mi memoria regresan las nubes en el cielo de Granollers.

Es hora de marcharse. De camino al coche, a 20 minutos de distancia, hago inventario de las poquísimas banderas que veo: las banderas indepes suelen estar en los áticos, las españolas en los pisos más bajos. Por la noche, ya en casa, veo por fin "Parásitos", la peli de Corea del sur, el país que está en la frontera más sugerente del mundo. Buñuel reencarnado en Seúl.