28 d’oct. 2017

Nosotros y ellos

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Con tanto hablar de "nosotros" y "ellos", un día aparecieron "estos".

"El 30 de agosto, Salvadó [Josep Lluís Salvadó, secretario de Hisenda de la Generalitat] llamó a Raúl Murcia, que es asesor de la Generalitat en materia de difusión institucional, y le explicó que estaba en Sant Vicenç dels Horts con Junqueras. Le dice: “El mes de octubre no hay capacidad, ni tenemos control de aduanas, ni un banco. La cosa no pinta, está muy verde, eso cualquiera que tiene dos dedos de cerebro lo sabe. Ahora bien, a mí me da pánico que si transmitimos las cosas como son en realidad (...) estos no lo acaben utilizando para decir: Junqueras no ha preparado al país para que el 2 de octubre declaremos la independencia”. (La Vanguardia, 28-10-2017).

Me detuve en la mención a "estos". El peligro de que "estos" te acusen de tibieza, de ineficacia, de mentiroso. Posiblemente de "botifler".

"Estos". El terror a los "estos" es el mismo terror que llenó de sudor la frente ocultista del President Puigdemont el jueves 26, cuando decidió echarse al monte tras horas de dudas terribles. ¿Quienes son "estos"? No se trata solamente de la Cup ni de sus siniestros Comités de Defensa del Referéndum" (¡vaya arte en el eufemismo!), se trata de algo mucho peor: se trata de los cientos de miles de personas a los que han azuzado, espoleado, hipnotizado, usado, envalentonado, llenado de esperanzas delirantes y de eslóganes publicitarios durante años. Se trata de que les tienen miedo a los suyos, a los obedientes, los que acuden a las manifestaciones con la camiseta oportuna, los que les aplauden y les votan, los que fueron a votar en el referéndum de los tupperwares, dispuestos a llevarse los mamporros para mayor gloria de los líderes, mientras el trío Puigdemont, Junqueras y Forcadell se escondían hábilmente, con sus escoltas. Para no recibir ni un arañazo. La sangre patriótica mola mucho, sobretodo cuando es la del pueblo. Tienen miedo de la gente a la que han engañado.

A partir de ahora voy a leer con otra mirada los libros de historia. Los libros cuentan eso porqué ha sucedido un montón de veces a lo largo de la historia. Pero para comprenderlo bien debe vivirse, como todo. Para comprender que es hacer el amor hay que hacerlo, no basta con leerlo. A partir de ahora comprendo: que pasa cuando el individuo prefiere ser masa, qué pasa cuando ese individuo deviene masa para obedecer al líder sin fisuras, qué pasa cuando se repite un eslógan pronunciado por un Jordi con un megáfono, qué pasa cuando alguien empieza a creerse el delirio de otro. Me quedan dudas: dudo de que Puigdemont delire de veras. Creo que solo quiere salvarse a si mismo y para ello dice salvar a la patria, ese recurso.  Dudo de que lo haga Junqueras, tipo demasiado oscuro. Quizás delira un poco más de veras Forcadell, que muestra un extraño rictus de heroína trasnochada, visionaria, a medio camino entre la Santa Teresa de Jesús más alucinada y la Agustina de Aragón más kamikaze. Pero incluso así... creo que no deliran, en el sentido de la psiquiatría clínica, digo.

Se hicieron un lío tan gordo con el "nosotros" y el "ellos" que incuso aparecieron "estos", que son de los nuestros pero nos podrían joder tanto o más que los "ellos". Y al final decidieron complacer a los "nosotros" para evitarse los problemas con los "estos", que temen más que a los "ellos". Llevamos un montón de años con gobiernos (de partidos corruptos, para más señas) que en vez de gobernar se emplean, en cuerpo y alma, en satisfacer a los "nosotros". Dicen por ahí que gobernar es perseguir el mayor bien para la mayor parte de los ciudadanos, pero prefirieron satisfacer solo a sus "nosotros". Quizás por culpa de un delirio del que todos acusarán a otro, quizás por una patria jamás vista, quizás, he ahí, para mantenerse en el sillón.

Después de más de 50 años viviendo en Cataluña, las cosas de los políticos de la derecha nacionalista ni me sorprenden ni me sublevan, ni casi ya me indignan. Lo que me jode de veras (y cuando digo que me jode de veras, es de veras) es lo otro: los aplausos, los votos, las multitudes tan dóciles, tan agradecidas, tan solemnes, esas multitudes autoabanderilleadas, tan alegres, tan seguras de sí mismas, esa prensa que repite las consignas (¿a cambio de una subvención?), esas euforias colectivas. Me da miedo la gente que vive aquí. Tengo miedo de mis coetáneos, y entre el miedo y la tristeza estoy hecho un asco. Llevo un montón de horas triste, abatido. Viendo películas antiguas con la actitud del pobre tipo escondido en un refugio antiaéreo. Alguien debería contarles a los muchachos de las banderas que aplauden a unos petimetres que ellos jamás lucharon: ni la democracia -ni tan solo la enorme autonomía- son su juguete particular, porqué son logros de gentes de toda España. Hay algo muy de niño mimado y consentido en toda esa historia. 

Por mi parte, yo jamás me sentí patriota, y ser catalán o no serlo no es nada que me haya importado mucho. Pero ahora las cosas se me han empeorado. Empiezo a sentirme raro, extraño, más cerca de extranjero, más próximo al exiliado. Hay algo de vergüenza, y es una vergüenza nueva. Que "ellos" cumplan con su comedia me parece "normal", pero que mis parientes, mis conocidos, mis compañeros salgan a aplaudirles eso es una tragedia de la que no me voy a recuperar jamás.


23 d’oct. 2017

Sobrevivir en Cataluña

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Llegué a la existencia hace poco más de 50 años. Un azar (algo, alguien) imposible de comprender me llevó a existir. Y nací. Nací en un lugar que, tal como supe años más tarde, lo llaman "cataluña". El azar me hizo y existí, todavia existo (o eso creo). No satisfecho con hacerme, el azar me hizo catalán. Eso también lo supe más tarde.

Más tarde, también, supe que algunos de mis coetáneos le daban mucha importancia a eso, a haber nacido en un lugar y no en otro. Algunos no solo le daban mucha importancia a haber nacido catalanes, si no que pensaban que eso era crucial o, cuando no, lo único importante. Jamás pude comprender ni el azar que me hizo existir ni a esa gente que se fijaban tanto en el lugar en donde se produjo su existencia. Aprendí a convivir con ellos con cierta elegancia, cuando podía, o con estoicismo la mayor parte de las veces. No le dediqué mucho tiempo a eso, por dos razones: la primera es que ser, y comprender qué significa el término "realidad", ya me ocupaba demasiado. Y la segunda es que pronto me di cuenta de que, con esas personas, tenía muy poco en común. A veces casi nada. Son personas que suelen tener casita en las afueras, y jardín, y bellas preocupaciones, y amigos influyentes, y mucho tiempo libre bien empleado, y preferencia por los sitios caros, y carné de una ONG bonita, y antes de izquierdas, piano en el salón siempre.

Durante los años finales de mi infancia me puse a leer todo cuanto caía en mis manos. Muchos libros me eligieron como lector y yo les leí. Tanto es así que, mucho mejor que el paisaje de Cataluña, conocía los paisajes de la Nueva Inglaterra que describe Lovecraft, o los del Boston de Poe, o incluso los océanos helados donde vive Moby Dick. Cataluña se me hizo real empezando por los textos de Juan Marsé. Así que, cuando pisé por primera vez lugares como Olot o Vic, solo pensé que eran lugares lejanos, ajenos: jamás se me ocurrió pensar en patrias. Mi patria estaba por ahí, en la lejana Providence de Charles Dexter Ward. Jamás colgué una bandera nacional en mi balcón. Cuánto más crecía (más envejecía mi cuerpo) más raro me resultaba comprender a esa gente de las patrias, algunos de los cuales manifestaban, sin pudor alguno, sentirse orgullosos de haber nacido en un rinconcito en vez de en otro de ese grano de arena que da vueltas a una bola de lava, ese tiovivo en el que estamos montados durante unas setenta vueltas, más o menos, a ojo de buen cubero.

A veces, ya muy entrada la noche, me despierto y descubro que estoy flotando a un metro y pico por encima de la cama, casi más cerca del techo que del colchón. La primera vez pensé que era cosa del vecino de abajo, ese rumano un poco raro que llegó hace poco, y que debe hacer experimentos de electromagnetismo. Un día, en el ascensor, me dijo algo sobre Tesla.

Pero poco después ¡por fin! comprendí: lo que sucede es que me estoy despegando de Cataluña.

Y he ido comprendiendo que se puede vivir aquí pero como si la cosa de Cataluña no fuese conmigo, o mejor dicho aún: como si a esa cosa yo no le fuese consigo. Al fin y al cabo, uno puede ocuparse de un montón de cosas que si van con uno: esos niños de la escuela del suburbio, las cosas que escribo, las que leo. La memoria de mis muertos, que ya son muchos, y las tribulaciones diarias, y las injusticias infinitas derivadas de que unos pocos tengan mucho y unos muchos, nada. Algunos incluso tienen una patria ¡con una bandera! mientras otros solo tienen hambre, o pena, o sombras.

A veces tengo la sensación de ser un ratoncito en un laberinto de plexiglás, un ratoncito que todavía no sabe que la salida es perpendicular a los caminos del laberinto, un ratoncito que olvidó la tercera dimensión. No me voy a dejar engañar por esa gente de las patrias y los laberintos de plexiglás.

Creo que sé como se puede sobrevivir en Cataluña y a pesar de Cataluña: la supervivencia está en la lectura de la gran literatura y en recordar las cosas que importan de veras, y afanarse en ellas, y si se quiere luchar por algo hacerlo por lo que vale la pena, como hace don Quijote mientras cabalga por los paisajes de La Mancha, mucho más reales que el Paseo de Gracia lleno de banderitas.

17 d’oct. 2017

Jordi & Jordi en Soto del Real

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La Juez de la Audiencia ha puesto a los dos Jordis en el talego. Me los imagino esta tarde, charlando animosos en el patio soleado del presidio junto a Jordi Pujol Jr. y Sandro Rosell. Cuidado, juez, porqué de ahí puede surgir una mafia de aúpa. He visto muchas pelis que tratan de eso, y se de que hablo.

Lo advierto: no voy a juzgar a una juez, siendo yo un pobre Juan Nadie que, a estas alturas, todavía no es capaz de juzgar si es mejor el Gazpacho Alvalle que el Gazpacho Hacendado, o del revés. Pero mucho me temo que la decisión de enchironar a los dos Jordis la vamos a pagar cara los catalanes. Bueno, la mitad de los catalanes. La mitad B de los catalanes, los catalanes de serie B (debería habituarme a nombrarnos así). O sea: los que no queremos la independencia. Me temo mucho que nosotros pagaremos el pato, porqué esos dos Jordis saldrán del talego algún día y cuando lo hagan saldrán en volandas, y les harán homenajes y les pondrán coche oficial y secretaria y programa propio en Tv3 y muchas más cosas que no digo, y quién sabe si a uno de los dos patanes, con el subidón, no se le va ocurrir presentarse para cargo público y -eso se lo digo yo, entre nosotros-: a los catalanes igual les da por votarles, porqué haber pasado por Soto del Real viste mucho, viste de mártir patrio y en Cataluña los mártires patrios se llevan, por más burros que sean.

Sin juzgar a la juez, me temo que voy a sufrir a los dos Jordis. Eso si no es que se matan entre ellos por celos o algo, en una reyerta patibularia, porqué ya se sabe que el ambiente en las cárceles degenera el espíritu y envilece el alma, que es la esperanza que me queda: la ficción. Esos dos petimetres saldrán endiosados por la turba, eso a ver quién lo evita. Y eso será una desgracia gorda, porqué los dos Jordis deberían pagar por lo que nos han hecho pero deberían pagar ante la opinión pública y la prensa mejor que ante los carceleros de Soto del Real.

La historia de los dos tipos es, en realidad, como un cuento de Nikolai Gogol. (Estoy pensando en "Las almas muertas"). Nadie sabe como llegaron adonde han llegado. Representan sendas organizaciones privadas con unos pocos miles de socios (y socios rancios de los rancios de veras, un porcentaje de los cuales está probablemente difunto, no se extrañe nadie: el socio muerto es una figura habitual en las organizaciones patrióticas catalanas), pero se reúnen cada día con el Molt Puigdemont y se les ve en todos los saraos, como aquellos falsos príncipes rusos que, de codazo en codazo, de polvete en polvete y de timo en timo, llegaban hasta los banquetes del zar y además le echaban los tejos a la zarina, a la hora de los chupitos de vodka. (De ratafía, en el caso que nos ocupa). Es decir: a esos tipejos nadie les ha votado (salvo sus socios) pero ahí están, comiéndole la oreja al presidente y al vice, a sus secretarias, a la presentadora de Tv3, a la directora de Catalunya Ràdio, al Pare Abat de Montserrat.

A lo que iba: alguien debería contarnos como es eso que dos entidades tan menores son tan influyentes. ¡Tienen más socios el Barça y el Club Super 3, pero a esos no les invitan a sus banquetes! Y luego lo otro: ¿como que dos entidades como la ANC y Òmnium Cultural reciben tal catarata de millones de euros en subvenciones?. Subvenciones ¿para qué? ¿a cambio de qué?.

En mil novecientos sesenta y pico, el escritor Terenci Moix ya se cachondeaba de los socios de Òmnium Cultural (en su novela "El sexo de los ángeles" aparece como "Òrgan Cultural") como un club decadente y polilloso de pseudointelectuales, escritores amateurs que por la mañana trabajan en La Caixa y por la tarde debaten el futuro de Cataluña, Minyons escoltes de la cultureta, tipejos católicos y ridículos, sainetescos. Todo el mundo sabe quién fundó Òmnium Cultural (y quien lo dirige todavía): la alta burguesía catalana afín a Franco, la que decidió intervenir en la cultura catalana para que no cayese en manos de la siniestra izquierda. Yo diría que repiten la jugada: por si acaso Cataluña se independiza, no vaya a ser que caiga en manos de la Colau y de la Cup, no vaya a ser que los rojos nos jodan el chiringuito secular.

Y luego está la Assemblea Nacional Catalana, que de asamblea no tiene nada y se parece más bien a la ANR, la Asociación Nacional del Rifle: un lobby fascistoide. ¡Qué miedo me dan las cosas que llevan el adjetivo "nacional" metido entre otras palabras...! ¿De dónde sale la ANC? ¿De dónde salió la pasta para montarla de la noche a la mañana? ¿Qué vergüenzas oculta ese montaje que huele a perro muerto?

Lo dicho, señora juez: yo no soy nadie para discutir, ni para apostillar ni para comentar una sentencia. Pero la decisión de enchironar a los dos Jordis podría oscurecer el debate sobre quiénes son y a quienes representan, y podría salirnos muy caro a los catalanes B.

Me temo lo peor.

16 d’oct. 2017

Orioles y ex-futuros presidentes

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Sant Josep Oriol obrando el milagro más admirado en Cataluña: convierte las rodajas de un rábano en monedas de oro.

Los catalanes, gente trabajadora y sumisa, estamos habituados (adiestrados incluso) a obedecer al señor de turno. Cuando el señor de turno era el señorito Pujol, aceptamos con resignación callada la conversión de la democracia autonómica en dinastía, y nos hicimos a la idea, estoicos los unos y agradecidos como mascotas los otros, que su hijo Oriol heredaría la presidencia regional. Oriol no es el más listo de los siete hermanos pero es el pequeño (hay algo de cuento de Grimm en el detalle). La gente (o el pueblo catalán, si es usted soberanista) se resignó, más o menos perpleja, al destino. Aunque costaba creer quién era el elegido para suplir al Padre de la Patria por lo inverosímil del personaje, yo empecé a pensar que solo había una forma de que Oriol Pujol no fuera mi presidente: exiliándome. O muriéndome, que es otro estilo de exilio. Pensaba así porqué la presidencia de Oriol parecía inexorable por completo. Cúmplase la voluntad del señor Pujol, dice el pueblo de Cataluña cuando es llamado a la urnas (tanto si lo son como si son tupperwares chinos).

A veces rezaba, de noche y en la soledad de mi cuarto, elevando mis súplicas para que algún fenómeno sobrenatural nos librara de Oriol Pujol: tal era mi desazón.

Casi no me lo pude creer cuando, en un día feliz (la felicidad se cuenta por instantes), descubrí que no era ningún ente transmundano quién me había liberado de Oriol: era un juez, sencillamente un juez, un ser humano como yo. Resulta que Oriol, buen discípulo de su padre, había empezado a hacer sus pinitos en el arte de trincar de la cosa pública y le pillaron. Se terminó la maldición.

Pero una vez detenido Oriol Pujol algo se estropeó en Cataluña y empezaron los problemas gordos. He ahí la venganza del padre. Ahora vais a sufrir de veras, nos dijo. Repetid todos conmigo: in-inde-independènci-a. Enmedio del barullo y ante mi pavor, en ese mal lance surgió otro futuro presidente que también se llama... ¡Oriol!. Busqué, presa de escalofríos horribles y empapado por sudores fríos, entre las páginas de Nostradamus por si el viejo brujo había dejado escrito algo al respecto. Temía encontrar una cuarteta oscura y perversa en que se reuniesen las palabra Catalonia, Oriolus, independentiae, pentitenciagite. No la hallé, pero atribuí el fracaso a mi estupidez.

De repente, todo el mundo repetía la nueva consigna: el futuro presidente se llama Oriol. Oriol Junqueras. Lo decían en voz baja, con respeto temeroso, como quién nombra a Lucifer o a Chtulhu. Algunos lo proclamaban como una victoria diabólica, como un triunfo de la famosa astucia catalana. Hasta que los periodistas, portavoces de la vieja resignación, empezaron a escribirlo: Oriol Junqueras, cada vez más cerca de la presidencia de Cataluña. Yo no salía de mi asombro. Por aquel tiempo me abandoné al esoterismo, la depresión y la televisión basura.

Sin embargo, el transcurrir de la historia me deparaba una nueva sorpresa. Porqué, de repente, la gente empezó a repetir que Oriol Junqueras ha pasado de futuro presidente a ex-futuro presidente, pero sin recalar en el lugar intermedio, en el puesto que es un sillón. Ya nadie cree que el segundo Oriol pueda ser presidente, tampoco: demasiado frágil y demasiado mentiroso, una mezcla muy mala. Leo en los periódicos comentarios cada vez más jocosos que no voy a repetir aquí, observaciones de mal gusto sobre el crecimiento de su perímetro des de que es vice-presidente, análisis malintencionados sobre la asimetría, especulaciones sobre la facilidad de su lágrima o su extraño misticismo cristiano, medio hereje, como albigés.

Es rara, Cataluña. Rara y mala. Adoran a un héroe que fué, en realidad, medio traidor y medio cobarde, ese Rafael que tiene estátua en una calle de Barcelona. Aplauden a un delincuente que se llevó miles de millones a Andorra, liquida a sus futuros presidentes y les transita de futuros a ex-futuros como en un extraño ritual polinésico y antiguo de los que relata J.G. Frazer en "La rama dorada" tras engordar al uno y silenciar al otro.

Vivo en un lugar muy raro que no me deja vivir tranquilo, de susto en susto, de enigma en enigma, de Oriol en Oriol, de insomnio en taquicardia. Las calles se han llenado de banderines como en una fiesta mayor de pesadilla provinciana, hay gente de mirada iluminada que abraza a los policías que les sacudieron un tiempo atrás... Y ahora, la última: ¡hay dos Jordis! Superados los Orioles, aparecen dos Jordis en el horizonte (o, lo que es lo mismo, en la pantalla de Tv3). Eso es un sinvivir de veras. A esos Jordis nadie les ha votado, y solo presiden dos organizaciones pequeñas, rancias y apolilladas. Pero ahí están cada día, en la tv que no miro jamás, exigiendo más y más, como si quisieran decir: ahora, una vez vencidos y cautivos los Orioles, nos toca a nosotros ser futuros...

Creo que debería volver a las páginas herrumbrosas de Nostradamus, pero esta vez con más paciencia y mayor detenimiento. Es imposible que el nigromante francés no haya dejado nada escrito sobre la maldición catalana.

14 d’oct. 2017

Solenoide, Mircea Cartarescu

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Pocos, poquísimos. Muy pocos autores han obrado lo que hace Mircea Cartarescu (Buscarest, 1956) con su escritura. La lectura de Cartarescu traslada al lector incauto por igual que al prevenido hacia un espacio desconocido, nuevo, horripilante, vacío, fascinante. Maravilloso. Eso se llama literatura, por si alguien lo había olvidado. Cuando la literatura es arte elaborado con palabras y nada más. Casi nada, vamos.

Leí a Cartarescu por primera vez en "Nostalgia" (Impedimenta, 2014).  La experiencia de leer "Nostalgia" es una de las experiencias que importan en la vida de uno. Una experiencia que atañe, que afecta. Uno siente la tentación de empezar así su curriculum vitae: bajo el nombre y la fecha de nacimiento, escribir "yo leí Nostalgia".

Y, desde ahora: "yo leí Solenoide, la novela de Cartarescu". Escribo eso cuando apenas he leído un 10% del texto, pero no necesito leer más para saber lo que ya se. Hay libros que el lector, horrorizado a veces o maravillado si puede ser, se teme que se hayan escrito para él y solo para él. Una de las fantasías más recurrentes en el hombre moderno (el posterior al romanticismo) es creerse no solo que es único, si no que además es especial. Y que su vida tiene un fin, un sentido, un propósito, una razón de ser. Peligrosa fantasía, esa fantasía, ya que solo nos ha traído desgracias de toda clase. Pero sin embargo ahí está Cartarescu, con su escritura mágica e hipnótica, que parece hablarle al lector en el oído como diciéndole en un susurro que escalofría el alma y electriza el espinazo: te conozco.

Mircea Cartarescu tiene una indescifrable facilidad para trasportar al lector hacia su mundo, para llevarle de su mano des de lo concreto y compartido hasta lo onírico dentro de una misma frase sin apenas pestañear, y resulta que lo onírico es tan compartido como lo otro, para horror del que lee. ¿Puede alguien haber soñado mi propio sueño? ¿Mi sueño ya no es mi propio sueño? ¿Alguien sueña por mi? ¿Soy un personaje en el sueño de un novelista?

El concepto de "empírico" tiembla y palidece en la prosa de Cartarescu. La lectura de "Solenoide" es una caída hacia arriba o un ascenso hacia abajo, depende de como se contemple. Cuando el narrador de "Solenoide" formula su sospecha de que la vida es un sueño o algo más triste, más grave, más enloquecedor y sin embargo más cierto que cualquier historia que se haya podido inventar jamás, el lector ya está dispuesto al trabajo de hipnosis, ya está rendido y desarmado.

El protagonista de la novela es un maestro de primaria que ejerce su profesión en una escuela de la periferia. Los niños tienen piojos y el maestro se contagia. La metáfora es bonita. Pero de repente los piojos adquieren otro sentido, otra dimensión. El narrador compara los piojos con los humanos y se da cuenta de que somos muy parecidos: cabeza, extremidades, respiración, apego a la vida. En "R.E.M.", el cuento que es el cuerpo central de "Nostalgia", también hay un insecto y la idea de que la vida es un sueño pero quizás algo mucho peor: una realidad. Una realidad poco real, una realidad que continene multitud de elementos paranormales, inexplicables, muy extraños. Esqueletos gigantes enterrados bajo los bloques de la periferia, tan gigantes que uno puede andar por su interior, su enorme galería torácica, donde antes estuvo el corazón, los pulmones, etcétera.

Dice el protagonista de Solenoide: cuando empecé a trabajar como maestro de primaria en la periferia me dije a mi mismo que no sería por mucho tiempo, un año a lo sumo. Yo quería ser escritor y pensaba que eso iba a suceder, y que sucedería del mismo modo que uno respira aire o digiere los alimentos, sin la intermediación de la voluntad. Pero no fui escritor, fui maestro de primaria. Algo no funcionó. Pero no ha sido tan malo, al fin y al cabo: hubo buenos momentos. Hubo temporadas buenas, en las que no tuve piojos.

La Bucarest de Cartarescu es una ciudad vista des de la periferia o desde atrás del cristal de un tranvía en un día lluvioso, o desde la altura cenital e imposible del sueño. Es una ciudad que no ha crecido como las demás ciudades (hubo un antiguo núcleo original, luego crecieron más barrios, se construyeron bloques para albergar a la gente que vivía en chabolas, etc) si no que hubo un solo arquitecto genial que la planeó toda de golpe así tal como la ves ahora, con fachadas herrumbrosas y edificios que se caen, con casas en ruinas, con solares yermos, con bloques en avenidas enormes. ¿Y si la Barcelona que vemos hoy fuese como esa Bucarest, y toda la historiografía solo una pesadilla en forma de libros viejos y soñados?

Mircea Cartarescu es la celebración de la palabra, el reencuentro con la literatura. "Solenoide" lo estoy leyendo en la brillante traducción al catalán de Antònia Escandell para Edicions del Periscopi (bravo por citar la traductora en la cubierta), que ha trabajado con un idioma creíble y genuino a la par que contemporáneo, inspirador, un trabajo de orfebrería encomiable de veras, delicado, nada fácil, arte.

Me dijo un amigo mío que la literatura catalana se halla en un estado tan penoso y tan lamentable que lo mejor para ella sería quedarse callada por un periodo no inferior a quinientos años, durante los cuales deberíamos leer y nada más. Leer en silencio. Comparto esa idea en gran medida. Y leyendo a Cartarescu lo comprendo mejor. A decir verdad, los intelectuales más lúcidos del novecentismo catalán propusieron traducir y traducir y traducir, y así ilustrarnos, empezar a crear a partir de algo sólido. Son los traductores y no los autores los que han hecho algo considerable para la cultura catalana, y son ellos los que deberían tener esculturas en las plazas catalanas. Bueno, ya lo he dicho.

Más allá de mis juicios, mis prejuicios y mis manías, leer a Cartarescu es un bálsamo y una fuente de inquietud. ¡Una más! ¿Qué hay de real en la realidad?

¿Hay algo tangible en la vida?


12 d’oct. 2017

La chapuza catalana

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Como todos los martes por la tarde, quedamos en la taberna Los Hispanos a las seis. Es cierto que algunos no se anotan la cita porqué se pasan el día entero en el garito. O la semana, en los casos extremos. Ese día fuimos más de los habituales, porqué en la tele pasaban una función especial del Circo Catalán, que nos entretiene mucho desde hace algo más de un lustro. Yo llegué puntual y me pedí una caña nada más cruzar la puerta.
-¡Caña ahora mismo!

A los pocos minutos nos informaron por la tele de que la función se iba a retrasar una hora. Me temí lo peor y acerté. Esa demora sería nuestra perdición: en efecto, cuando apareció la estrella del circo, ese famoso Artista Solitario, ya estábamos todos borrachos. Demasiado rato sin saber qué hacer y con las cervezas tan a mano... Ese tío, el Artista, ese tío es gracioso, si, pero también es un fastidioso de narices.

La actuación del Artista, aunque retardada, fue mas breve de lo previsto. A decir verdad, se le agradece el detalle de lo breve. El Artista Solitario prometió una gira leve, de 18 meses y, aunque ya van 20, cansa. Así que aplaudimos la brevedad. Al final de su gira ha aprendido a ir al grano.

Las primeras impresiones, tras el patético soliloquio del artista, las de los más avezados al circo fueron: "¡Vaya chapuza!".

A partir de aquí se desencadenó el griterío en la barra, el desconcierto y la pesadumbre de muchos.

-No he entendido nada -se lamentó Pepe, el de la gasolinera- Que me aspen si he entendido algo.
-Está muy claro, José -le regañó Juan, que se niega a llamarle "Pepe" a Pepe- Lo ha dicho bien claro: Dios es uno pero son tres. Ya nos lo decían en el colegio, de pequeños.
-¡Otro simulacro! Dios mío ¡otro simulacro! -gritaba Paco, dando tumbos por entre las mesitas. Paco es más leído que el promedio y sabe palabras como "simulacro"- Esos catalanes son incapaces de hacer algo de veras.

Veo a Manuel enfurruñado en el fondo de la barra.
-¿Te sucede algo malo, hermano?
-Nada, nada, ya se me pasará. Es ese acento pueblerino del Artista, me deprime... Y ese traje que nunca le cae bien... -Manuel, huelga decirlo, es un obseso de la estética.
Entonces escuchamos un portazo. Se ha largado muy airado un cliente que viene solo a veces y no llega a parroquiano de veras. Sabemos que es de buena casa y muy admirador del Artista.
-¿Se ha cabreado con nosotros, Luisín? -le pregunta Pepe al camarero.
-No, se ha cabreado con el Artista. Por lo visto habrá dicho algo que no le ha gustado nada. Igual ha sido el chiste final, eso de "Soy Napoleón pero dejo en suspenso mi napoleonidad".
-Para mi que ha sido el chiste del diálogo lo que le ha mosqueado: no tiene sentido que pida diálogo el tipo que se cree superior a todos. Vamos a ver... ¿acaso Dios dialoga con los pecadores? -interrumpe Miguel, hasta ahora silencioso y taciturno, siempre haciendo gala de su nombre arcangélico.

-¡Voy a dejar de fumar! ¡Y de beber! -grita ahora Max, con lo cual deduzco que está demasiado borracho- ¡Lo que vendrá ahora lo quiero vivir! ¡No me lo quiero perder! ¡He recuperado las ganas de vivir!
-Vamos, Max, no jodas: ¿quieres morir sano después de haber vivido enfermo toda la vida? -le espeta Luisín mientras frota la barra con un chorrito de ginebra.
-No entiendo como ese circo gusta a tanta gente, de veras -medita Juan, en voz alta- Es aburrido, repetitivo, tedioso... Y además te puede joder la vida. Son cuatro payasos... Dijeron que el ochenta por ciento del pueblo quería ir a la función, pero cuando hicieron la función solo acudió el cuarenta por ciento...

Aquí nos callamos todos, porqué esas cuentas en porcentajes de Juan no las entendemos ni cuando estamos sobrios, que es mucho pedir la sobriedad. Juan siempre está en otra esfera cósmica y en su cabezota hay demasiados datos. A nosotros lo que nos gusta es el embrollo, el lío, la payasada del Artista, ese gesto de solemnidad que adopta cada vez que suelta un chascarrillo patriótico, ese dramatismo como de Agustina de Aragón, es eso lo que me encanta. Y el peinado, por supuesto, que es lo más gracioso des de Charlie Rivel.

-Una chapuza, una chapuza de función... -murmulla entonces Simón, que se ha largado a una mesita- Tanta espera para eso... Más nos habría cundido poner una buena película de esas que esconde Luisín en el almacén- Ya lo dijo Terenci Moix en los sesenta: en Cataluña no hay cultura, solo cultureta. Cultureta y nada más. En un país incapaz de tejer una verdadera cultura ¿qué se puede esperar? Hace 50 años Terenci Moix preguntó, cachondeándose: ¿cree usted que la cultureta catalana es una cultureta burguesa o cree usted que es la cultura preferida por la clase obrera mundial? Y bueno... todavía hay alguien, hoy, que se lo pregunta. Hay que ser burro, burro, burro.

Nos quedamos todos mudos. Nadie conoce a ese Terenci Moix que acaba de invocar Simón y la verdad, nadie se esperaba ese giro. Voy a pensar en la cultureta catalana antes de dormir. Será poco rato, porqué con tanta cerveza creo que me voy a quedar frito enseguida, como un angelito con la conciencia impoluta.

Cuando nos vamos, y mientras Luisín va apagando las luces en el conmutador, veo algo sinuoso en el fondo, en la mesa del rincón más oscuro. Como un aire que tilila. Es un fantasma. Distingo algo. Sí, es el Artista Solitario. O mejor dicho, su espectro. Está ahí el espectro del Artista, abatido ante una copa de coñac, con la botella de Fundador al lado. Cuando le miro él levanta su cabeza fantasmal y me musita, con tristeza enorme, con voz cavernaria en el fondo de la sala tabernaria:
-¿Sabe usted? Hubo un tiempo en el que me llamaban "Molt Honorable", a mi, ¡a mi! aunque viéndome así quizás usted no me crea. Es más: hubo un día en que yo, ¡yo! proclamé la República Independiente ante las cámaras. Si no lo quiere no se lo crea, pero yo le prometo solemnemente que lo hice, vaya si lo hice... Fue en una tarde de otoño, de un otoño muy cálido, en España...




9 d’oct. 2017

Frankenstein en la calle Aribau

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El monstruo anda por las calles. Le he visto varias veces. Varios días. Y lo que es peor: le he visto a plena luz del sol, ya que anda por la calle sin vergüenza y sin temor, sin ocultarse. Orgulloso. A veces se levanta y agarra una bandera, una bandera con una estrellita. Y luego sale a caminar por las calles. Siempre calle abajo, siempre en dirección al puerto, al mar. Tal vez desea embarcar y largarse, tal vez desea ahogarse en la mar. Ojalá si fuese así, pero no es así.

Hay dos banderas enfrentadas, y las dos banderas son casi la misma. Rojo y amarillo, en barras horizontales. Las dos banderas son casi la misma, solo se distinguen por los detalles, por la distribución del rojo y el amarillo. Pero la superficie total de rojo y de amarillo son la misma. Curioso enfrentamiento. Un amigo que sabe cosas de historia y también ha visto al monstruo me cuenta que "Cataluña" y "Castilla" son, en realidad, la misma palabra: tierra de castillos. De un latín evolucionado con dos variantes hermanas. Gente que ama los castillos y todo lo que representan: el señor conde, las murallas, las colmenas, la estrategia, la guerra. El nacimiento de España significa la superación del viejo enfrentamiento entre señores en sus castillos, el principio de un estado común.

El monstruo vocifera cuando anda agarrado a una bandera. Los cánticos que masculla siempre son agresivos, altivos. El monstruo siempre es un macho dominante desesperado por ejercer su dominio. Siempre aspira a llevar la bandera más grande, la de mástil más largo. Su bandera siempre expresa alguna carencia, siempre compensa un déficit, siempre exhibe un tormento interno, un complejo, una herida.

Hay quien habla de la Caja de Pandora. Pandora, la brujita de los cuentos mitológicos. Alguien dice que el monstruo estaba en la caja y le soltaron. Hay quién piensa que el nuevo Frankenstein ha salido de los despachos del poder. Quizás ambos llevan razón. Hay razones para creer a ambos. Solo deberíamos dilucidar en qué despacho pasó eso, en cuál de ellos en concreto. so es asunto de la judicatura, claro. No se puede descartar que haya sido en más de uno, no se puede soslayar que al monstruo le hayan pergeñado entre el despacho de allá y el de más allá. Los despachos temen que el monstruo deje de obedecerles un día, que llegue el día en que ya no le podrán controlar, que se les desmadre, como al bicho de la Shelley. O que se les despadre, porqué en el asunto hay mucho de padre, de patria y de patrón.

En los cuentos del tío Howard (es decir, de Lovecraft) siempre hay un incauto, un descerebrado o uno que se creía muy listillo que va y rompe el sello que retenía a la bestia dormida en el fondo del pozo. Ese es el trasunto de muchos cuentos. Una vez roto el sello mágico, Cthulhu asciende a la superficie y se lía a devorarlo todo, a arrasar el mundo con su voracidad insaciable. Yonqui del poder y del ruido, la bestia lo destruye todo. Y es oportuno recordar que el primer devorado por el monstruo es nada más y nada menos que el listo que le invocó.

Frankenstein debería asustar más que a nadie a los señores de los despachos. Parece que, sin embargo, ellos no se inmutan todavía. Se han asustado los mayores, cuando han visto que el Banco de Ahorros y de Piedad se ha largado al primer berrido de la bestia. ¿Y mis ahorros? ¿Y mi pensión? -pregunta una anciana, descoyuntada. Tranquila, señora, enseguida volverá todo a la normalidad, le amonesta uno que vive en un despacho y tiene los ahorros en Liechtenstein, no se preocupe, señora, porqué su preocupación es una gota de agua en el vino de mi fiesta.

Me encierro en casa. Yo, que no tengo ahorros ni aquí ni en Liechtenstein ni en Andorra, se que hago bien en resguardarme, porqué ese bicho con sus banderas me arrollará algún día si no lo ha hecho ya. Por ahora solo me duelen los oídos, ensordecidos, irritados por sus aullidos de macho en celo. Y los ojos, enrojecidos de tanta lista roja, de tanta lista gualda.


4 d’oct. 2017

Open the borders (Filosofar es de pobres)


El otro día crucé una frontera ausente, con unos garitos aduaneros abandonados, presas del polvo, la vegetación y la mugre. Algún día todo eso que veo será tomado por la vegetación, por el polvo. Incluso yo mismo voy a ser eso, aunque más mugre y polvo que vegetación. Me detuve ante las ruinas de la vieja garita de los aduaneros, esa profesión remota y romántica. Hubo un pintor del XIX que firmaba "Le Douanier Rousseau", y pintaba escenas fabulosas, de fieras coloreadas en una selva imaginaria, con adanes y evas.

Resultat d'imatges de le douanier

Estos garitos, uno en cada lado de la frontera hoy invisible, están cubiertos por las pinturas al espray de muchos pintores y algún pretendiente a artista. Alguien escribió aquí, entre múltiples pintarrajeos, "Open the borders". Me pregunto como fue la ocurrencia: pintar "open the borders" en una frontera abandonada es como decirle "¡Muérete!" a un difunto. Quizás es por prevención, no vaya a ser que resucite. Los muertos nos intimidan por si resucitan. De ahí tanta película de zombis, y de ahí que en las películas de zombis los zombis se asemejen tanto a la clase obrera revuelta y asqueada de la vida de mierda a la que le somete el señorito de turno. Las pesadillas de la conciencia mala. Quizás alguno se teme que las fronteras renazcan. Hay por ahí personas empecinadas en poner fronteras nuevas, tanto en la tierra como en el alma.

Lo que sucede es que quién escribió "open the borders" siente que las fronteras son feas, incluso cuando ya no lo son o lo son menos. Lo bueno de las fronteras entre países es que llega un tratado y las diluye. Lo malo de las fronteras mentales es que no las puede diluir ni un tratado ni un tratamiento con psicofármacos.

A mi, la vieja frontera abandonada me pareció bonita. Ese tiempo detenido. Una pausa en el tiempo, dice uno. Las cosas inútiles tienden a ser bellas. Entonces... ¿lo necesario es feo? Un buen asunto para pensar durante un rato.

El pueblo anterior a la frontera, por el lado norte, fué un pueblo de cierta prosperidad cuando había frontera en vigor. Hoy languidece, triste y gris. Limpio y aseado, pero triste. Los trenes que venían del norte debían terminar allí su recorrido porqué, en el lado sur, las vías tienen otra medida. Cosas del patriotismo. Los trenes que venían del sur pobre llenos de toneladas de naranjas para el norte rico debían vaciar su carga, y las naranjas debían ser transportadas a otro tren. Quienes hacían ese trabajo, a mano, eran mujeres. Unas 5000 mujeres llegaron a desempeñar el oficio. Les llamaban "las transbordadoras". Hoy, esa palabra se emplea para designar un tipo de nave espacial de apariencia fálica, masculina. Pero antaño era oficio de mujeres pobres.

Una estátua discreta y rechoncha, pintada de verde, recuerda a esas mujeres. Cuando se yerguen esculturas para la clase obrera se suelen hacer así, como esa: bajita, a ras de suelo, representadas en el acto de currar. Sin gestos altivos, sin caballo, sin pedestal, sin escudo, sin banderas. Si la miras al rostro descubres que ni piensa ni medita poesías ni entona cánticos nacionales. Trabaja y punto. La sobriedad del vestido burdo, la mueca seria, la mirada vacía. No vaya a ser que alguien se confunda y se piense lo que no es. Ser pobre es eso, ser pobre para siempre. Incluso en efigie. Al pobre se le representa en abstracto, en general. Su nombre es su oficio, y con una sola escultura se representa a miles. Al poderoso, se le representa individual, con nombre y apellidos, y gesto dominante.

Resultat d'imatges de les transbordeuses de cerbère


Resultat d'imatges de les transbordeuses de cerbère
¿Madre e hija? Atención al matiz, que está en la disminución de la sonrisa.

Por el camino de regreso sigo pensando en lo bello inútil y lo necesario feo. ¿El romanticismo alemán es feo o es bonito? ¿Estaríamos donde estamos sin el romanticismo alemán? Sin él, nos habríamos perdido la Novena Sinfonía, pero quizás nos iría mucho mejor en otros asuntos. Eso es opinable y, en esos días, más vale no opinar del asunto del romanticismo alemán porqué te puede morder un perro pastor de esos que ejercen de comisario político voluntario o tertuliano remunerado.

Un poco más tarde me pregunto porqué será que me pierdo en pensamientos tan absurdos, en deliberaciones burras, en especulaciones sobre lo que pudo ser y no fué, o lo que fué y ojalá no hubiera sido. Filosofar es de pobres. ¿Lo hago porqué especular es inútil y por lo tanto bello?

Cuando llego, le cuento a uno mi visita a la frontera. Mientras se lo cuento descubro como muda su semblante, se pone serio, afilado, contrito. ¿Cómo? -me espeta- ¿Te has ido a pasear? ¿No has ido a votar? ¡Tu voto era necesario!.

Me acuerdo cuando entonces, muchos años atrás, brindábamos por la abstención, la libertad, el anarquismo. Pienso en el polvo y la vegetación que nos cubrirá a todos, en el silencio del polvo y la vegetación.

Frontera entre Cerbère y Portbou

2 d’oct. 2017

1 de octubre en Colliure


Más imágenes de Colliure en el 1 de octubre de 2017


1 de octubre por la mañana. Llego a Colliure. Luce el sol, en contra de la previsión meteorológica. Hace calor. Turistas, un mercadillo, una carrera de atletismo que termina justo ahora. Los atletas llegan a la playa. Hay puestos de comida, furgonetas en donde se cocinan pizzas al horno, fideuás. Un domingo pequeñoburgués en un pueblo de la costa mediterránea, lado Europa. Es difícil aparcar en Colliure por la orografía escarpada del lugar. Hay que dar vueltas con el carro. Así descubro los pocos coches españoles que han venido hoy aquí. Con el mío, solo he contado tres.

Poco más tarde me arrodillo ante la tumba de Antonio Machado. La calle que conduce al cementerio lleva el nombre del escritor sevillano que emigró a Soria y por fin a Colliure, para morir. Un señor mayor me ha indicado la ruta, que recuerdo vagamente, como si la hubiese soñado.

Una de las cosas que me sorprendre, ante la tumba del poeta, es que siempre hay alguien ahí. Hoy, un grupo de mujeres de mediana edad y algo más tarde un grupo más heterogéneo, aunque casi todos canosos. Me he arrodillado para contemplar las cositas que depositan encima de la lápida. Flores, lazos, banderas, poesías, piedrecitas con mensajes escritos a rotulador.

Ahí postrado me doy cuenta de que he estado más veces ante la tumba de Machado que ante la de mis padres. Algo me lleva a Colliure y quizás sea lo mismo que no me lleva a Collserola. La primera vez, con 14 años, leí ante la tumba el poema que habla de su infancia, del patio de Sevilla, los limoneros. Hay un limonero en un jardín de la calle que lleva al cementerio. Me emociono, me callo, siento un nudo en la garganta. Igual que ahora, cuando lo recuerdo para escribirlo. No me gustan las banderas, ninguna de ellas me emociona. Pero si hubiera alguna que se me aproxima al corazón esa sería la republicana, esa franja larga y morada llena de historia, de dolor, de esperanza, de sentido.

Hubo un tiempo en que los poetas españoles morían solos y tristes, pobres, exiliados.

Hay un instante en que, contemplando la efígie del escritor, me imagino que me pregunta, mientras levanta una ceja: -Oye, Luis, ¿me puedes contar qué sucede en Cataluña?. Olvido esa aparición enseguida, porqué no sabría responderle bien, y porqué haber nacido en Cataluña ni me hace sentir orgulloso ni me interesa. Y -lo más importante-: no me habilita para comprender qué sucede allí. Estoy seguro de que, si quisiera decirle algo, le respondería una barbaridad del estilo de "Nada nuevo, nada que tu no sepas". Nada le respondo.

Me callo. Al fin y al cabo, he venido a Colliure con mi silencio y por él.

Hay quienes pretenden dialogar con los muertos con flores en sus tumbas, con poesías, con lazos, con mensajes escritos en piedras. Y luego están los que no quieren dialogar ni con los vivos y juegan al juego, tan español, de la pelea eterna. Quizás se me ocurre ese cuadro de Goya en que dos tipos se arrean tortazos condenados al tortazo para siempre, como dos Sísifos ibéricos y gemelos. Alguien me dirá que hoy, en Cataluña, solo hay uno que pega y otro que recibe, cierto, pero ambos han escogido el conflicto, ambos han despreciado el diálogo, ambos han renegado de la democracia. Lo que pasa en Cataluña es algo profundamente español. Los unos en nombre de las urnas y los otros de la ley, hay dos bandos arreándose, cargados de moral hasta las cejas, cargados de razones y henchidos de razón, llenos de virtudes, borrachos de solemnidad, puestos de patriotismo, iluminados por estatuas ecuestres de una pesadilla antigua, obnubilados por su verdad de urnas como bombas, de leyes como misiles, su verdad verdadera, como en los delirios. Hermanados por el odio. España.

Este hombre murió por eso. España. Dos bandos se arreaban y el poeta murió, solo y enfermo, de tristeza, en Colliure. En Francia. El exilio.

Me marcho, con mi silencio y mi horror y mis pocas ganas de volver a España, en donde me temo que andarán todos jactándose de no hablar, de no querer hablar, de declarar solo. No tengo ganas de regresar.

En cuanto llegue a España me pondré a leer el poema "La tierra de Alvargonzález" que escribió el maestro de escritores, en donde quizás está contenida la respuesta. El drama, el crimen, la tumba. Volver es irse a una casa en la que no estuvimos nunca pero sabemos que es nuestra casa. Mi casa no puede, no debe estar en esta Cataluña, en esta España.