29 d’abr. 2020

El catalán y la nostalgia de Andalucía


Alguien, a quien no conozco de nada, comparte el mensaje siguiente (cito de memoria): "Llevo 30 días como un andaluz, sin pegar golpe". Se refiere al confinamiento, por supuesto: el virus le habrá dejado en el paro o teletrabajando, infiero. Creo que eso apareció en Twitter, plataforma que se presta como ninguna a la ocurrencia insultante o al exabrupto. Sobra decir que el mensaje se escribió en la lengua de Espriu.

Por el efecto multiplicador (vírico o viral) de las redes, este mensaje lo leo en Facebook, reproducido por otro alguien, a quien tan solo conozco por esta última red "social". De modo que la estupidez original genera una enormidad de lecturas y, por supuesto, de comentarios. Aunque no dispongo de datos, es probable que el confinamiento haya aumentado el uso de las redes, de modo que el infeliz habrá conseguido llegar a multitud de hogares.

Hay algo gratuito y estúpido en la ocurrencia, algo que ni tan siquiera vale la pena comentar. A mi me interesa comprender qué medio ambiente facilita la aparición de semejantes frases. Me parece increíble que en 2020 siga funcionando un tópico tan burdo (los andaluces son perezosos) que no se soporta con argumentos ni con datos. Basta un solo detalle: según un estudio del empresariado, en Andalucía se produce menos absentismo laboral que en Cataluña. Aunque en realidad este tipo de afirmaciones no deben rebatirse, pues parten de una idea que no merece atención alguna. Pero volvamos a la pregunta ¿qué entorno mental favorece este tipo de ideas? ¿qué permite que estas ideas se divulguen?.

Sin embargo, uno, que es aficionado a hacerse preguntas, enseguida encontró otra pregunta: ¿no será que el subconsciente de este señor está expresando su deseo de ser andaluz?. Es la misma pregunta a la que llegué tras leer, atónito, un párrafo del señor Torra en el que, para referirse a los castellanohablantes, les llama "bestias humanas". En aquel momento me di cuenta de que el señor Torra estaba expresando, posiblemente, otro mecanismo subconsciente: su deseo de conectar con la "bestia" que lleva dentro, este ser impulsivo, irracional y presa del deseo que llevamos metido bajo capas de aculturación, escolaridad y corrección política. Viendo a Torra, su trayectoria personal y laboral, su beatería, su sensibilidad reprimida y pequeñoburguesa, más bien tiendo a creer que Torra siente nostalgia de la bestia humana que reprime desde la tierna juventud, cuando empezó su historial de catequesis, nacionalismo y misa joven. Y lo mismo opino del señor que escribió sobre sentirse como un andaluz tras 30 días confinado: lo que le gustaría, secretamente, es ser andaluz en vez de catalán. Algo que comprendo perfectamente. A mi se me ocurre Cádiz, en donde sin duda sería bastante más feliz que en Barcelona.

Hace muchos años, el poeta Gabriel Ferrater habló de su deseo de ser "como" un charnego. Ignoro a qué se refería en concreto con esa nostalgia de lo que no fue, pero lo puedo intuir. Ferrater hablaba, posiblemente, de conectar con su lado intuitivo, pasional, con su deseo. Eso debía pensar de los charnegos: que eran más libres, más sueltos y, en definitiva, más felices. Aunque resulta muy intrigante la formulación de la frase: este "como" un charnego que permite la especulación.

Oscar Wilde lo escribió de otra forma, hace muchos años: me arrepiento de lo que no he hecho. Es decir, me arrepiento de lo que no soy.

También Albert Boadella dejó algo relevante al respecto. No hace mucho, el dramaturgo dijo que el catalán (la lengua catalana) produce infelicidad en sus hablantes. Para comprender eso no hace falta darle muchas vueltas, puesto que es una obviedad. El catalanohablante pasará toda su vida lamentando, protestando, quejándose una y otra vez. Hablar una lengua minoritaria le llevará a la paranoia catalana, a sentirse pequeño y oprimido por monstruos imperialistas, a tomarse el hecho de hablar como un acto no ya de comunicación entre personas sino como una reivindicación permanente, una tarea fatigosa y cansina, una lucha inútil y perdida. Aunque la vida misma sea solo eso, una lucha perdida de antemano y además inútil --por usar la expresión de Sartre--, el catalanohablante solo será capaz de ver la versión catalana de la pasión inútil, la versión comarcal, pequeña y pueblerina. Es inevitable que, en el rincón oscuro del nacionalista catalán habite la nostalgia de haber nacido andaluz. Eso explica muchos fenómenos.

Eso debe explicar, también, la cantidad creciente de catalanes que, en estos tiempos, nos planteamos emigrar a Andalucía. Ya son varios los compañeros de trabajo que he tenido, nacidos en Cataluña que, tras jubilarse, agarran sus cosas y se compran un pisito en Granada, en Cádiz, en el Guadalquivir, en Grazalema. Quienes disponen de raíces o ancestros en otras partes regresan a ellas. Quienes, como yo, no disponen de eso, solo esperamos llegar a un lugar que sea, por fin, el lugar en donde vivir mejor, lejos de nacionalistas, de vigilantes de la lengua que hablamos, de prescriptores de la correcta nacionalidad, de guardianes de las esencias patrias, de paranoicos auspiciados por un poder enfermo que alienta su trastorno narcisista.

Muchos queremos regresar por fin al hogar en el que nunca estuvimos, y del que lo único que sabemos es que no está en Cataluña.

28 d’abr. 2020

Amalia Domingo y los espiritistas

Por primera vez en este colección de reseñas, hoy les hablo de una escritora y no de un escritor. La autora escogida es Amalia Domingo Soler, que conocerán pocos. Nacida en Sevilla en 1835, es una de las referencias fundamentales de la literatura espiritista española. Desarrolló su obra en Barcelona y luego se la tragó el olvido y las sombras. Por eso me parece sugerente rescatarla. Es cierto que el espiritismo trata de la muerte y vamos sobrados de muerte en estos días, pero también es cierto que el espiritismo y el más allá tratan de esperanza.

26 d’abr. 2020

"Tot anirà bé", dijo Míster Torra

foto de Manel Concernau Robles.
Todo irá bien. La frase ha aparecido en muchas ventanas catalanas. Está escrita con letras azules debajo de un gran arcoiris. Algunos le añaden sus detalles personales: unos pájaros volando, unas flores primaverales y muy coloridas, una mariquita, rostros sonrientes. Es obra de niños, a juzgar por su factura. El cartel está pegado mirando hacia la calle, para mandar el mensaje a los escasos transeúntes, camino de la tienda de comestibles o en su errático discurrir tras el perro que les permite el paseo. O para el vecino de enfrente, encerrado detrás del cristal, convertido en voyeur involuntario.

Todo saldrá bien, que es equivalente a "Todo terminará bien". Por supuesto: todo tiene un final y este, sea el que sea, siempre es el mejor en tanto que es el posible, el único. "Todo irá bien" es lo que le dijo el espermatozoide ganador al óvulo, sin mirar atrás y sin pararse a pensar en los millones de congéneres que morirían poco después.

Más allá de este optimismo pueril y de apariencia escolar, de escuela de primaria, la frase y sus colores parecen sugerir algo relativo a lo colectivo, a la esperanza común y, en cierto sentido (o al menos así lo veo yo) a la solidaridad, lo colectivo. Sería absurdo imaginar que el mensaje solo desea un final feliz a quien lo escribió, o exclusivamente a los habitantes que están tras esa ventana.

Otras frases que hacen fortuna: la oficial "Este virus lo paramos unidos" y la espontánea "De esta saldremos mejores". En ambos casos, el mensaje habla de lo colectivo, o eso creía yo. Sin embargo, en el caso de la segunda, parece ser que en Cataluña sufre de una interpretación espuria: algunas autoridades autonómicas le han añadido algo: "mejores que tu". Es decir: los catalanes somos mejores que los españoles. Es casi impensable por lo atroz, pero ahí está. Lo ha dicho con todas sus letras una vicepresidenta regional y subyace bajo cada declaración de consejeros varios e, inevitablemente, del presidente de la cosa autonómica. El gobierno regional no pierde la ocasión, y eso es casi una patología, una manía que distorsiona su pensamiento y embota las ideas. Luego se extrañan (o niegan) que la imagen del catalán, en España y en el resto, sea la de una persona egoísta y antipática.

Ayer, camino del Mercadona, hice algunas fotos de la calle. La basura se acumula al lado de los contenedores. El confinamiento nos produce efectos variados y, por lo visto, a muchos les da por tirar trastos viejos, cambiar el colchón y deshacerse de la butaca carcomida. Sospecho que es una actitud masculina, de hombre que pasaba poco tiempo en casa y ahora, dueño y señor del espacio doméstico, actúa al dictado del reyezuelo que le habita. Otros detalles: la cantidad de guantes de látex tirados por las aceras dibujan recorridos que se pierden, como las piedrecitas que soltaba Pulgarcito. Más: los paseadores de perros han olvidado, mayormente, recoger las cacas de sus canes. Al fin y al cabo no hay nadie en las calles y nadie les ve. Nada nos indica que los catalanes seamos mejores que nadie. Podríamos ser mejores personas, mejores versiones de nosotros mismos, pero esto tampoco sucede. Parece más bien, en definitiva, que el egoísmo funciona.

Siendo así ¿a qué obedece el mensaje de superioridad cultural (o incluso étnica) que promueve el gobierno regional?. Su actitud no solo es egoísta y antipática, también es profundamente desleal con el resto del país. Siendo esos valores tan negativos, ¿cómo es posible que se arriesguen a promover un discurso autista y sin rastro de empatía?. ¿Cómo se explica que ese discurso cuaje en muchos ciudadanos?

Para llegar aquí hacían falta alforjas, y esas alforjas se han rellenado a conciencia durante décadas. Casi imposible saber cuándo empezó todo, y cada uno tiene sus hipótesis: el carlismo, el nacionalismo del XIX, Jordi Pujol, etc. La solución del enigma, como siempre, es la más compleja: es la suma de todo. Pero sin duda los gobiernos autonómicos a partir de la Transición no han dudado nunca en ahondar en la diferencia. ¿Cuántas campañas identitarias recuerdan ustedes? Yo, muchas. Algunas más sutiles que otras. Y luego está la Tv3, convertida en órgano de propaganda indisimulado y cada vez más osado, más desafiante. Yo crecí en este caldo de cultivo nacionalista y a veces no me explico cómo salí inmune puesto que yo, con apellidos catalanes y familia de tradición catalanista, tenía enormes posibilidades de caer enfermo de nacionalismo y de odio. Lo combatí siendo crítico y, sobretodo, denunciándolo. Quizás denunciándomelo a mi mismo por algo así como un imperativo moral. Llevo casi diez años en ello.

Para llegar aquí hacía falta un largo trayecto previo, y asimismo un largo historial de dejadez y permisividad por parte del Estado. Parece que ahora sea tarde, pero si nos atenemos al "Tot anirà bé" quizás no lo sea. Aunque se debe actuar, por supuesto. El nacionalismo catalán aprovecha la situación para profundizar en su mensaje de odio y de diferencia, y del mismo modo el Estado debería aprovechar el momento para profundizar en la solidaridad, la unidad y lo común. En la lealtad que nos permite avanzar, encontrar caminos. El momento es favorable a las dos opciones, pero se debe actuar para que prospere la ilustrada, la democrática, la empática.

De lo contrario se les regala el triunfo a la grosería permanente del señor Torra y a la vulgaridad ofensiva de la señora Budó.
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La ilustración de la cabecera es de Manuel Concernau, a quien le agradezco la idea y su realización



24 d’abr. 2020

Durruti y Arnal, una historia española

Esto trata de un cura que fue amigo de Buenaventura Durruti, de la "memoria histórica", de la guerra de nuestros abuelos, de dos libros y de más cosas. Entre ellas, el país de Bélgica, en donde pasó un tiempo Durruti, otro ilustre español que vivió allí, como el señorito Puigdemont.

22 d’abr. 2020

Juan Marsé y los señoritos de mierda

"Ronda del Guinardó" fue mi puerta de entrada a la obra de Juan Marsé, aunque algunos años antes de escribir la Ronda del Guinardó había definido a los "señoritos de mierda", una especie que se renueva en cada generación. La puerta de salida no la he encontrado, ni falta que me hace.

21 d’abr. 2020

¿Deberes para niños confinados?


Francesco Tonucci acaba de publicar una entrevista (traducida, en El País) en donde cuestiona seriamente la oportunidad de mandar deberes a los niños confinados. Tonucci era un referente 30 años atrás, cuando yo cursaba Magisterio y él era la voz de la pedagogía más renovadora, el ideólogo de las escuelas comunales (municipales) de Regio Emilia, por entonces el tipo de escuela en el que todos los futuros docentes queríamos estar. Aunque Tonucci sea, a día de hoy, algo para nostálgicos o viejos frikis, algo así como Paulo Freire, ambos siguen siendo voces ilustradas a tener en cuenta. Por algo será que sus textos son vigentes en algunas universidades del mundo -aunque no de España.

Me lo acaban de contar: una escuela de la periferia, cuyos alumnos son hijos de emigrantes mayormente magrebíes, se esfuerza en mandar deberes a los niños, deberes diarios que podrían costarles no menos de 5 horas diarias de trabajo. Por si eso no fuese bastante terrible ya, también me cuentan: están respondiendo alrededor de 10% de los alumnos. Es decir: el 90% se ha caído del "teletrabajo". Los motivos pueden ser muchos:
  • La imposibilidad de acceder a la red. Supongo que no se debe contar que España dispone de un servicio de internet de los más caros de Europa, lo que excluye a la pobreza (me niego a escribir "desfavorecidos", como si dependieran del favor de algo o de alguien).
  • Los padres y madres no les pueden ayudar, por el obstáculo del idioma.
  • El asunto de la "diversidad": la funcional, la sensorial, la intelectual sobretodo. Que alguien me cuente como puede teletrabajar un niño con diversidad intelectual. Que alguien me cuente como hará deberes telemáticos un niño con Trastorno de atención, con hiperactividad, con autismo, con cualquier variante de todo eso.
  • Las problemáticas familiares: ¿alguien cree que las familias inmigrantes o pobres (o pobres e inmigrantes) disponen de los requisitos de buen ambiente, paz y sosiego necesarios para ponerse a hacer deberes 5 horas diarias?
  • Cuando en una casa hay precariedad y hambre, (el confinamiento deja a muchísimos trabajadores sin contrato y cobrando en negro en el desamparo total)... ¿se imagina usted a un chaval que pasa hambre poniéndose con los deberes telemáticos?
  • Niños con familiares enfermos, o hospitalizados sin saber casi nada, sin poder verles.
Es probable que haya más causas del desastre. Pero luego está el otro asunto, del que tampoco se habla:
  • ¿Están los maestros preparados y formados para gestionar el teletrabajo? ¿Disponen de las herramientas necesarias?
  • ¿Cómo se está gestionando la privacidad y el horario de los maestros? Me cuentan: a una maestra le llama un alumno a la 1 de la madrugada. Parece ser que su padre suelta el smartphone a esta hora.
  • Por lo visto, algunos docentes no están de acuerdo con el enfoque ni la metodología del asunto, pero se les llega a amenazar, aprovechando su estatus de interino: ¿sabes lo que es un ERTE? Otros se callan: soy interino y no me atrevo a expresar mi opinión.
  • Hay maestros con familiares enfermos y/o hospitalizados.
Sinceramente: es de mala persona obligar a niños a hacer 5 horas diarias de deberes, presionar a los maestros para que sigan las consignas de unas direcciones obsesionadas en demostrar eficacia pero no empatía, y que de paso fomentan la competencia fratricida entre compañeros. Eso no son educadores: son poco más que torturadores.

El mundo que saldrá del virus y del confinamiento no será, ahora ya lo sabemos, un mundo mejor.

20 d’abr. 2020

Mario Vargas Llosa y Palomino Molero

¿Era catalán Mario Vargas Llosa? ¿Acaso lo fue mientras vivía y trabajaba en Cataluña? No tengo respuestas para eso. Él también planteó una pregunta: ¿Quién mató a Palomino Molero?

19 d’abr. 2020

Video reseña, a propósito de Miguel

Tras un mes largo de confinamiento (o de encerrona), uno busca películas largas y libros gordos, puesto que la cosa va para largo. ¿Qué otro libro gordo hay más interesante que el de Miguel de Cervantes?

18 d’abr. 2020

Sant Jordi 2020: no hay mal que por bien no venga


En 2020 no habrá Diada de Sant Jordi, ese aquelarre horrendo. Nótese que, en catalán, cuando un día es importante se le nombra en femenino, prueba del refinamiento progresista de este pueblo con voluntad de pueblo. (La otra "Diada" es la del 11S, la que conmemora los 1.714 miles de mascarillas. Al paso -al malpaso- que llevamos, igual tampoco habrá concentración del 11 de septiembre, con lo cual 2020 no habrá sido tan malo).

Tras celebrar la ausencia del espanto anual, toca recopilar las ideas más absurdas que se les ocurren a los del gremio. A mi me ha gustado la propuesta de salir a leer en voz alta en los balcones. ¡Els balcons seran sempre nostres! parece ser el concepto que está detrás de tal extravagancia. Dudo de que la idea parta del Gremio de libreros, ya que lo de leer en voz alta en los balcones parece más propio de la tropa kumbayá de la señora Paluzie, muy amante de las coreografías masivas al estilo Pyongyang. Una hipótesis plausible: la idea sale de un miembro de Gremio de libreros adscrito a la ANC y quizás, también, miembro de la Cambra de Comerç, caída en las zarpas de los lacistas.

Hay más ideas: comprar libros por internet, por ejemplo, para así fastidiar un poco más a los chavales de Glovo y a los currantes de Correos, trabajadores a quienes nadie aplaude a las 20 horas -por cierto.

Menos mal que en Cataluña no existe la Diada de Sant Onan, puesto que verla celebrada en los balcones podría ser algo engorroso.

Este tipo de tradiciones ancestrales acostumbran a señalar a comunidades atrasadas, que se esconden tras ellas para simular que son algo, o casi, o que todavía son algo, o que se manifiestan vestigios de una esencia antigua que les ennoblece. O casi. Pero la realidad es otra: ni la Diada consigue disimular que los catalanes son alérgicos a la lectura, y que antes se compran una camiseta estelada que un libro. Me han soplado que se venden más libros por habitante en Galicia que en Cataluña, para que vean.

Aunque es cierto que en Cataluña se venden libros por Sant Jordi, hay que ver qué libros se llevan la palma del ansiado ranking en el Telenotícies Vespre. Especularán ustedes: ¿Dostoievsky? ¿Los diálogos de Platón? ¿Las memorias de Casanova? ¿La edición del Príncipe de Maquiavelo con los comentarios de Napoleón? ¡No! Hubo un año, un año de hace poco, en el que los más vendidos fueron, en castellano una cosa de Mario Vaquerizo (con todos mis respetos, es un tipo simpático), y en catalán una de Pilar Rahola, que no es simpática. Eso es la tradición de Sant Jordi. Eso y la Guardia Urbana persiguiendo a gitanas que venden rosas clandestinas, no vaya a ser que les estropeen el beneficio a otros clandestinos pero más nuestros, como la Asociación de Castellers o Les Puntaires de l'Onyar, que también aprovechan la diada para sacarse unos euritos. La memoria se me nubla a veces, pero todos recordarán el año de las rosas amarillas de nuestra querida ANC. (Lo de las rosas amarillas fue un gatillazo solemne, nunca jamás repitieron).

He querido terminar nombrando a la ANC de Paluzie para cerrar el texto en círculo, así, con una cierta elegancia y un estilo indiscutibles. Ya se sabe que todos los catalanes somos un poco lletraferits.

Y las catalanas, más. Que conste. Mireia Boya acaba de sacar libro.

16 d’abr. 2020

Las mascarillas solidarias de la Asamblea Nacional


A través de la redes sociales se nos informa a los ciudadanos de la villa en que resido que el Ayuntamiento ha comprado un millón de mascarillas y que las repartirá entre los súbditos. Se nos pide paciencia: pueden tardar pero llegarán. Las mascarillas municipales son algo así como el Reino que prometió Jesucristo. A buenas horas mangas verdes, diría un agnóstico.

Pero bienvenidas sean las mascarillas, por supuesto. Si a nadie le amarga un dulce, a nadie le ofende una mascarilla. Aunque teniendo en cuenta que los habitantes de la villa somos algo menos de 200.000, uno se pregunta ¿adónde va un albatros con tantas plumas?.

Bueno, vamos a dejar al albatros de lado. El asunto es otro: un millón de mascarillas, de acuerdo, genial. Ya que la Generalitat promete dar lo que no tiene, bueno es que un ayuntamiento de signo populista nos ofrezca algo de alivio en tiempos tan lamentables. En el mismo mensaje se especifica que ha habido un donativo de mascarillas, procedentes de: una empresa jamás vista, de la Asociación "Mascarillas Solidarias" (?) y de la Asamblea Nacional Catalana, nuestra admirada ANC de Forcadell y de Sánchez, ambos enchironados por malversación y un par de cargos más. Por lo que cuenta el mensaje dirigido a los ciudadanos de buena fe, la distinción entre los donativos y las compras no queda clara. No se distingue, no hay un balance ni un libro de cuentas, no hay nada. O casi nada.

Del mismo modo que resulta imposible saber si el Evangelio de Lucas lo escribió un tal Lucas (o Lluch, como el efebo Salellas) o fueron varios los autores, tampoco sabemos si la ANC ha donado todas sus mascarillas, si ha vendido algunas y donado las otras o qué carajo sucedió. El único mensaje es: la ANC dona un montón de mascarillas. Se supone, en consecuencia, que deberemos agradecerles a los que llevan más de un lustro dañando la vida en Cataluña que hayan sido solidarios. Más de un lustro jodiendo nuestras vidas. Tal como me dijo un amigo hace poco:
-Vine a Cataluña de joven. Aprendí catalán. Practiqué la docencia en primaria, en secundaria y en Bachillerato, en catalán, por respeto a los catalanes. Estuve en la dirección de un centro, trabajé en el Departamento de Educación. Durante toda mi vida creí haber hecho lo correcto. Pero ahora han venido esos a joderme el final de mi vida. No les puedo perdonar, no encuentro fuerzas ni motivos para perdonarles. Y no, no tengo esperanza.

Eso es la ANC. Los mismos que ahora exigirán respeto y agradecimiento por haberle regalado mascarillas al pueblo, al pueblo con voluntad de ser pueblo y demás monsergas fascistas. ¿Han regalado unas cuántas mascarillas y han vendido las otras? ¿Todas son gratis? Lo he preguntado pero nadie me responde. De modo que no lo se. Sospecho que han vendido unas y regalado las otras, como las ofertas del 2X3 del Carrefour, pero a decir verdad, honestamente, no lo se. Conociendo el ánimo de lucro de la ANC diría que hay gato encerrado, es decir, gato a cambio de euros. Pero sería injusto afirmarlo. También puede ser que aprovechen la ocasión para presentarse como una entidad solidaria cuando es la organización más casposa y egoísta de las organizaciones vistas hasta el momento. Que en esa operación de maquillaje solidario colabore un Ayuntamiento me parece, más que grave, muy triste. Tristísimo, decepcionante y deprimente. Que lo sepan: me deprimen.

Un callejón sin salida para la convivencia democrática en Cataluña. Convivencia imposible pero con mascarillas, eso sí. Aunque las mascarillas no lleguen, como el Reino de Jesucristo o la República de Puigdemont. Welcome to Catalonia.

15 d’abr. 2020

17 horas, 14 minutos


[A Ramón de España y a Albert Soler, mis dos admirados columnistas, les debo los miles de paracetamoles que me han ahorrado a lo largo de los últimos años, o por lo menos su valor en euros. Han sido el bálsamo y el analgésico ante la agresión nacionalista. Ellos le responden con humor, negro a veces, con sarcasmo, con esa sátira que tanto le molesta al poder. Así que no voy a comentar el caso del Consejero Ruch, el que echa cuentas y le sale el número 1714, como en una película serie B con cabalistas de medio pelo, alquimistas buscando el elixir de la ratafía (que da larga vida pero merma la inteligencia). Mis dos columnistas ya le han contado las cosas de forma que pueda comprenderlas incluso alguien como él, con quien la naturaleza fue generosa en el reparto de masa corporal pero tacaña en lo demás.]

Voy a escribir otra cosa.

Al Consejero Ruch no resulta muy difícil imaginarle de pequeño. Es el niño que arrea mamporros en el patio cuando la maestra se da la vuelta, el que suda lo suyo en los exámenes y el que persigue a las niñas con poca fortuna, groserías y palmadas en el trasero, siendo esa la mejor forma de expresar sus emociones. O su casi amor. En la adolescencia canalizó sus impulsos hacia el deporte, sin duda. Probó con el fútbol, pensó varias veces en el boxeo, siguió con sus torpezas con las chicas. Sus gamberradas, aunque burdas, le granjearon fama de tipo al que se debe respetar. Con su moto intentó convertirse en mito, al estilo del Watusi pero sin poesía, y fue uno de los jóvenes furiosos que adquirió la motocicleta calculando que las mujeres más fáciles son todavía más asequibles cuando uno dispone de vehículo de dos ruedas, porqué son más ruidosos y te dan esa sensación, inabarcable, de poseer una potencia enorme entre las piernas.

Cuando llegó la hora de buscar trabajo pensó en lo que más le gustaba. ¿Policía? ¿Guardia de seguridad de centro comercial? Para lo primero se debía estudiar un poco. Fuera, descartado. Consiguió un puesto de portero de discoteca. Entre eso y la moto es casi seguro que algún día, alguna vez, consiguió dar satisfacción a sus impulsos carnales. O casi. Un día le dio una buena tunda a uno que le respondió con una ironía. Le tenía visto y sabía quién era: en los pueblos todos nos conocemos. Y le tenía ganas, además, ya que el pobre tipo escribía poesías para seducir mujeres (escribir poesías es la sublimación de la motocicleta para quien carece de ella pero sin embargo aprendió a escribir). Si hay un tipo a quien no aguanta el joven Ruch es a los escritorzuelos: a los intelectualillos se la tiene jurada.

Sin embargo, en el corazón del joven Ruch había una parte de rabia que no conseguía expresarse. Ahí apareció Cataluña, no un país ni una región ni un territorio: una causa. Se dio cuenta de que entre los jóvenes nacionalistas había mujeres. Quizás no las más guapas, pero sí muy dispuestas a la acción. Así que se afilió al nacionalismo, aunque sea de pueblo. Le contaron que, una vez al año, se organizaban unos campamentos con otros jóvenes partidarios en una masía cerca de Vic, y pensó: esa es la mía, ahí voy a pillar cacho. De todos modos, preguntó ¿hay muchos intelectuales y poetas, en estos campamentos?. No, le dijeron, tranquilo: esos que tu me nombras se van a Prada de Conflent y no molestan.

En el campamento siguió los cursillos sobre historia catalana que impartía un viejito más bien pesado pero muy pasional. Les dijo que los españoles andaban buscando la localización de Tartessos en Huelva cuando todo el mundo sabía que Tartessos es Tortosa, como su nombre indica: solo hay que fijarse un poco, pero los españoles, como son lerdos, no han caído en la cuenta, con lo fácil que es. En este instante, el joven Ruch se sintió listo por primera vez en la vida. ¡Lo había pillado! Tortosa es Tartessos, se repitió, eso lo he comprendido. El hombre mayor también contó que en 1714 España invadió Cataluña y que, no contenta con eso, volvió a invadirla en 1939. No se preguntó por qué motivo un país invadiría de nuevo un país que ya estaba invadido, esa pregunta era capciosa, más propia de maricones, de estetas o de drogadictos. Pero se quedó con copla, con la fecha. 1714. Se dijo que esta fecha se la iba a guardar en la memoria, como un tesoro, como oro en paño. Pasó el tiempo y la fecha mítica se quedó en un rincón olvidado y polvoriento de su mente. Muy pronto volvió a lo suyo, y dedicó sus esfuerzos en detectar chicas interesantes entre el auditorio.

Algún tiempo más tarde, algunos dicen que unos meses, otros que años, el joven Ruch dio con el momento adecuado y se llevó al huerto (literal, no figurado) a una chica. Unos dicen que se llamaba Meritxell Bilbeny, otros que era Elisenda Montcada, otros que Vanessa Del Río, una famosa drag queen nacida en Manlleu y de apellido Despujols. Pero eso ¿qué importa?. Es decir ¿a quién le importa un apellido, en Cataluña?.

 Lo que cuenta es lo otro.

Durante el acto, apresurado, radiante y brusco, como debe ser una primera vez, Ruch golpeó su reloj contra una piedra y el aparato se detuvo. Fue algo accidental, no lo apercibió. Se dio cuenta más tarde, mientras lo celebraba en solitario en El Far d'en Roc, el bareto de toda la vida. Contempló el reloj y descubrió que se había detenido a las 17 horas y 14 minutos. Entonces entornó los ojos mientras comprendía que Cataluña no era solo una causa. Era un destino.

13 d’abr. 2020

La diferencia catalana


El Presidente Torra se esfuerza en proclamar que Cataluña es diferente. No solo que desea ser independiente, si no que una Cataluña independiente sería mejor ante el virus que una Cataluña sometida a España.

Con el caso de Igualada el presidente Torra ha demostrado que una Cataluña independiente sería muy peor que una Cataluña en España, pero vamos a dejarlo de lado: no está bien jugar al argumento de los muertos. Para eso ya están Vox y sus muñecos de mago ventrílocuo, como el señor Casado. El papel de la derecha nacional es tan lamentable como el de la derecha nacionalista catalana. Ni más ni menos. Sus papeles en esta crisis quedan para la hemeroteca. Ya llegará el momento de evaluarlos.

El universo (o la naturaleza) son indiferentes a la cuitas de las cosas humanas. Al universo y a la naturaleza, la especie humana le importamos un comino, igual como le importaba un comino la gobernabilidad de España a la diputada que es hermana de la presidiaria Bassas, a ver si se enteran de una vez.

La Generalitat de Cataluña ha demostrado su ineficacia vergonzosa ante la crisis. Deberemos preguntarnos por el coste que nos cuestan sus departamentos y sus institutos, sus organismos autónomos, sus canales de televisión y de radio, sus tribunales anticorrupción (que jamás detectaron nada en la familia de los Pujol).

11 d’abr. 2020

Déficit de atención sin (hiper)actividad


Los astronautas que han pasado largo tiempo encerrados en la Estación orbital lo advierten: el encierro muy largo tiene consecuencias psíquicas: ellos cuentan el deterioro de la atención, la dejadez en la higiene y el desorden alimentario. En este encierro que vivimos (mal llamado confinamiento, diría yo), nosotros somos el toro, más o menos bravo, que da vueltas esperando el pinchazo de un ser más pequeñito que le tiene ojeriza, y que espera el momento de darle la estocada mientras le marea con trapos. (Me sabe mal comparar al señor Torra con un toro, siendo tan español el toro, pero es lo que hay).

Pero no voy a seguir con toros ni astronautas. He empezado a experimentar la merma en la capacidad de atención. Y me ducho menos. Leo menos de lo que cabría esperar, pierdo muchas partidas de ajedrez on-line (muchas más de la media) y debo esforzarme por realizar actividades que requieran concentración.

Hace algunos años, una psicóloga anunció una conferencia sobre el Trastorno de Déficit de atención en Barcelona, y a ella acudieron un montón de maestros, disciplinados, con su libretita y su bolígrafo, y alguno que otro con su Ipad. La conferenciante llegará un poco tarde, advirtió la presentadora. Tras el anuncio del retraso, varios sacaron sus telefonillos y se pusieron a jugar. Cuando por fin llegó pidió disculpas y se puso a hablar. Pero en alemán. Durante los primeros minutos, algunos (los de primera fila) pusieron cara de una atención extrema, intentando pillar alguna palabra suelta enmedio de este torbellino cacofónico que es la lengua de Goethe. Los de las últimas filas, sin embargo, desconectaron enseguida. Uno se puso a rascarse la nariz, el otro a hurgarse las orejas y una señora mayor sacó su kit de belleza del bolso y se concentró, pero en eliminarse unos pelitos del entrecejo. Al poco tiempo, la mayoría estaban a sus cosas. Tras diez larguísimos minutos, la psicóloga hizo un giro argumental: se paso al castellano y preguntó: ¿han entendido el Trastorno de Déficit de atención?

Cuando uno no entiende nada, o lo que le cuentan le importa un rábano, pierde capacidad de atención, esa era la moraleja. No se si todos los asistentes a la conferencia comprendieron bien. Yo la comprendo mejor ahora. Concentrarse ¿para qué? ¿En qué? En las paredes, en la televisión, en esa imagen estática que es mi paisaje a través de la ventana... no parecen buenos objetos de la atención.

Descubrí una película de 4 horas y media, de un director argentino que se llama Mariano Llinás. Me impuse verla y lo conseguí, pero tengo claro que se lo debo a los paisajes que muestra y que yo desconocía, a esa narrativa deslumbrante, a la cantidad de historias que contiene la historia principal, a la verborrea hipnótica, al tono del español argentino. Puesto que había conseguido superar la prueba de las "Historias extraordinarias" (así es como se titula la cinta de Llinás), me propusieron afrontar un nuevo reto: ver su siguiente película, que tiene una duración de 14 horas. Esta vez no lo superé, o lo superaré quizás despacio, poco a poco, ya que me siento incapaz de verla del tirón.

No se si de este encierro saldremos mejores o peores, como personas y como sociedad. Algunos indicios me hablan de una mejoría, pero la mayor parte me hablan del empeoramiento. A lo mejor salimos como los toros bravos, arrastrados por las patas y dejando un reguero de sangre en la arena, aunque solo sea metáfora. Me conformaría con salir habiendo aprendido algo, algo sobre lo mucho que nos necesitamos los unos a los otros, lo importante que es ser capaces de convivir dejando aparte ciertas manías. Si aprendemos algo sobre el déficit de atención ya me doy por satisfecho.

9 d’abr. 2020

Sánchez y Casado, el guardés y el dueño de la finca


Cuando por fin alguien desalojó a Jordi Pujol de la Generalitat, con aquel difícil y complicado Tripartito, la mujer de Pujol exclamó: "es como si nos hubiesen echado de casa". Su sentimiento, lejos de aceptar la alternancia democrática, le decía que la Generalitat (y por extensión el territorio de la región) les pertenecía por algún designio ancestral. Uno de sus hijos, más tarde imputado por corrupción, también dejó una frase para la crónica: "eso es como cuando la casa del dueño es ocupada por el guardés" ("el masover", en catalán).

La oposición que le hizo Convergencia al tripartito practicó todo el juego sucio posible, especialmente a través de los medios que, por obediencia y por tradición, se lo debían todo. Especialmente relevante fue el papel de La Vanguardia, pero La Vanguardia no fue el único. Hay que pensar que Convergencia estuvo cerca de 30 años en el poder autonómico y que a los largo de ese tiempo hizo lo único que se le da bien: crear una red clientelar y de fidelidades cuyo referente en el cine sería "El Padrino", para entendernos.

Ahora, varios años más tarde, se repite la historia a nivel nacional. Algunos medios tratan la moción de censura que echó a Rajoy de la Moncloa y la posterior victoria socialista en unas elecciones como un golpe de estado, algo ilegítimo cuando no oscuro y sucio. Se trata de democracia, nada más. Y la democracia tiene, entre los valores que la hacen superior a otros regímenes políticos, algo tan crucial como es la alternancia en el poder, clave para mejorar dentro de los límites de lo legal, lo racional y lo consensuable. Es decir, la única forma pacífica y pactada de cambiar hacia lo que una mayoría amplia puede pensar, en un momento dado, que es lo que más conviene para la comunidad.

La actitud de Pablo Casado, que a veces aparece como moderado y otras como furioso, responde de nuevo a aquel sentimiento de la esposa de Pujol o a la de su hijo: éramos los dueños de la finca y un guardés advenedizo nos ha quitado la casa. Puede ser una reacción emocional y por lo tanto humana, pero su exhibición es impúdica. Supongo que la alternancia de Casado (de la moderación a la furia) no obedece a un temperamento bipolar si no a los giros estratégicos a los que le obliga el nuevo actor de la política española. Vox ejerce, en España, el papel que llevamos unos años viendo en Cataluña, interpretado por la Cup. Aunque uno y otro partidos se posicionen en los extremos opuestos del tablero, en realidad interpretan el mismo rol, el actor pequeño (o mediano, en el caso de Vox) que empuja o arrastra a otro hacia lo furioso, lo patriótico en el sentido decimonónico y carlista.

Como antaño en Cataluña por obra de la Cup, Vox lleva a Casado hacia el terreno muy peligroso de la deslealtad. Incluso ante una crisis global, imprevisible y muy compleja, no son capaces de superar la alternancia democrática y tensan las cuerdas. Para ello, juegan con las emociones más básicas, es decir, con lo más rastrero. El miedo, la incertidumbre. Incluso juegan con la muerte de los demás, que es el indicativo seguro de la bajeza moral. Algunos (como Joaquim Coll en Crónica Global) han señalado la actitud de la oposición de derechas en Portugal, país que nos está dando varias lecciones de buena gestión y que se nos hace cada vez más apetecible como modelo, cuando no como destino para residir tras la jubilación a los que nos acercamos a ella. La derecha portuguesa se ha puesto en manos del gobierno y le ha deseado toda la suerte del mundo. Seguro que cuando se pase la crisis vendrán los análisis, las valoraciones y se pasarán las facturas pendientes. Por supuesto. Pero desde luego ahora no es el momento, ya que la agitación contra el gobierno solo lleva más incertidumbre a la ciudadanía.

En este sentido, es reseñable que tanto Vox como la Cup se opongan a las medidas gubernamentales, y que ambos citen la noción de "pueblo" en su discurso. Llegará el momento de los análisis y las evaluaciones. Tanto a los alumnos como a los profesores se les evalúa a final de curso, pero jamás durante el curso y mucho menos cuando surge un problema grave. Llegará el momento de valorar la gestión de la crisis en los extremos, de poner sobre la mesa la deslealtad terrible de Vox por un lado y de Torra por otro. Y de Casado, quién, como Torra aunque con algo más de moderación, se desliza por la pendiente de la irresponsabilidad.

Leo a la prensa de la derecha (o a sus incondicionales) atónita con la "popularidad" de Sánchez en las encuestas. Eso nos cuenta que la mayoría de los ciudadanos somos más sensatos que ellos, lo cual es una buena noticia de la que deberían tomar nota. Asustar o hablar de golpes de estado, de comunismo totalitario y de sandeces similares es fruto de un mal cálculo y de un pésimo sentido de la responsabilidad que, en el caso catalán inhabilita a Torra con más contundencia que un juez.

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La ilustración tiene el Copyright de Julio César Pérez Marín


8 d’abr. 2020

Nietzsche y el virus


"Lo que no nos mata nos fortalece" es una de las frases más conocidas de Nietzsche, y es oportuna a día de hoy. No tanto en lo individual (aunque uno podría pensar: si el virus no me mata generaré anticuperpos y, en consecuencia seré más fuerte) como en lo colectivo: si el estado no se derrumba, será un estado mejor.

Está por ver lo que nos encontraremos en la salida. Hay quien, lleno de optimismo pronostica una España más cohesionada, más solidaria y más "social". Hay quien teme un empeoramiento de la calidad democrática y hay quien augura un largo periodo de miseria moral y económica. No falta quien advierte de la caída en una dictadura comunista: no entiendo que Pablo Iglesias les dé tanto miedo a los agoreros de la derecha Covadonguiana. Y, por supuesto, ahí están los separatistas inflamados, deseando la caída en la miseria para realizar sus delirios egoístas, o aprovechando la muerte de los ancianos para demostrar, con argumentos mágicos y esperpénticos, que una Cataluña independiente se habría librado de la epidemia global.

Otro alemán que se llamaba Federico como Nietzsche, Hölderlin, escribió este verso: "Donde crece el peligro crece también lo que salva". Es decir: en toda crisis hay una oportunidad. Y deduzco que tanto un alemán como el otro quisieron decir: si eres inteligente, saldrás reforzado de los contratiempos. Está por ver si hay inteligencia en España, pero no nos falta mucho para saberlo. En cuanto la tormenta amaine, deberemos capear a los de Covadonga y a los de Waterloo, que son los mismos perros con distintas banderas en el collarín. Y eso no será nada fácil. Porque, al mismo tiempo, deberemos decidir si optamos por una España reforzada en lo social y en el bienestar para todos o en todo lo contrario. Me parece una tarea colosal pero no imposible. Y no se puede fiar todo a la inteligencia de los gobernantes, que no son nada más que mujeres y hombres normalitos, como usted y como yo.

Leo que los romanos distinguían entre la "religio" y la "superstitio". "Religio" es lo que nos une, lo común: algo contractual, formal. Para ellos eran determinados rituales paganos. Para nosotros, la "religio" sería la democracia, la Constitución. La "superstitio" de nuestros días, por lo tanto, serían los nacionalismos egoístas y sus derivados, así como los monstruos que han engendrado. No hace falta contar como trataban los romanos a la "superstitio". No estaban para tonterías, y sabían lo importante que es la cohesión. Aunque muy civilizados para su época, los romanos también eran un poco brutos y uno espera que ahora, 2000 años más tarde, se note en algo que han transcurrido 20 siglos.

Cabe preguntarse las dos cosas: ¿seremos mejores individualmente? y ¿seremos un país mejor?. Aunque no he perdido la esperanza (dicen que la esperanza esclaviza más que las cadenas), tampoco soy muy optimista. No lo soy cuando veo a los acaparadores de papel higiénico, y no lo soy cuando veo determinados tuits nacionalistas: Mark Serra, Albert Donaire, López-Bofill, etc, todos ellos con decenas de miles de seguidores.

Lo que hay en la salida es una oportunidad para la cohesión y por lo tanto se deberá abordar lo que nos une sin miedo, sin remilgos. Un día de estos se lanzó la idea de un nuevo "Pacto de la Moncloa" y distintos políticos dieron su opinión. Las dos que me sorprendieron más fueron la de Laura Borràs, la diputada de Junts per Cat: "el único pacto de la Moncloa que nos conviene a los catalanes es el que nos dé la independencia", y la de Santiago Abascal: "no le descuelgo el teléfono a Pedro Sánchez". Y se quedaron tan anchos. Para ellos, la crisis es una oportunidad para su egoísmo, otra reivindicación de "la voluntat del poble". A sus respuestas los romanos las llamarían "superstitio" y es eso lo que deberemos afrontar: si España sale de ésta, y con "España" digo también su democracia, solo puede ser con más solidaridad, más bienestar para todos. Más "religio".

6 d’abr. 2020

Virgili, el vigilante de los ratones



Por estar cerrados los colegios y confinados los niños, sin la estricta supervisión de los guerreros de la lengua, la Brigada Koiné y su Capitán Virgili han decidido observar a los ratones, no vaya a ser que los roedores que residen en Cataluña se relajen y se nos pongan a hablar en castellano.

El Capitán Virgili, profesor jubilado y auto ungido valedor de las esencias lingüísticas catalanas, dirige su mirada severa hacia el Ratoncito Pérez, el bicho que les trae regalos a cambio de dientes a los niños. Implacable como siempre, al hombre no se le escapa ni un solo roedor español infiltrado en las tierras del obispo Torras i Bages.

Del Capitán Virgili son conocidas sus bravuconadas sobre el uso de la lengua. La primera vez que supe de su existencia fue cuando alguien contó que estaba harto de ser corregido por un señor mayor que, en Twiter, le indicaba el mal uso de alguna construcción sintáctica, aunque lo suyo es el léxico: Virgili supervisa tuits ajenos y les deja comentarios tales como "carinyo és un barbarisme, en català es diu bombonet o colomet". Lo hace por amor a la lengua. Junto a sus voluntariosas correcciones, siempre suelta alguna amonestación, para conseguir que el objeto de su corrección se sienta un mal catalán. A renglón seguido, les espeta avisos muy serios: "no matem nosaltres mateixos la nostra pròpia llengua!".

Durante estos días, muchos se preguntan si de la crisis del virus saldremos mejores personas. Virgili ya ha respuesto que él saldrá igual o peor. Aburrido en su casa, sin poder acudir a la cita diaria en la Meridiana o a los cónclaves de la secta Koiné, ha descubierto que alguien, de apariencia catalana, contaba en Twiter que a su hijo se le había caído un diente y que esperaba al Ratoncito Pérez. Raudo a pesar de su edad provecta, Virgili montó en cólera: "A Catalunya ve el Ratolí Martí, el Ratoncito Pérez deu anar a les cases dels nens espanyols". Nótese aquí el desprecio y la superioridad que exhibe nuestro vigilante de roedores.

Cuando yo era joven, hubo una época en la que muchos catalanes corregían a los demás los "barbarismes", las palabras de una lengua bárbara infiltradas en la lengua pura de Carles Riba. Velar por la virginidad incólume de la lengua catalana fue un deporte muy practicado, una beatería lingüística montserratina que arraigó. Aunque finalmente, remitió.

Me he documentado y he descubierto la existencia de algunos libros infantiles que tratan del Ratolí Martí. Aunque también hay libros que tratan del Ratolí Pérez, un curioso mestizaje que debe de subir la tensión arterial del Capitán Virgili, el Vigía de Occidente.

Me da un poco de rabia escribir sobre el Capitán Virgili, pero ya puestos le voy a contar un par de cosas: es gracias a personas como él que dejé de escribir en catalán. Y es gracias a personas como él que me planteo, muy seriamente, dejar de hablarlo. Es más: en gran parte ya he dejado de hacerlo. Cuando me dirijo a desconocidos lo hago invariablemente en castellano: en tiendas, en comercios, en todas las interacciones en las que se inicia una conversación por primera vez. Cuando dé el siguiente paso y me ponga a hablar en castellano con los conocidos con quienes siempre he hablado en catalán deberé explicar mi cambio y eso da un poco de pereza. Pero la pereza se puede vencer.

Quizás les citaré a Joyce, que siempre queda bien. Y contaré la respuesta que le dio el irlandés renegado que se pasó a inglés a uno que le reprochaba el cambio de lengua y le acusaba de traicionar a su lengua, a su patria y a su familia. Le respondió Joyce: "Me habla usted de lengua, de patria y de familia, que son las tres redes de las que siempre quise escapar".


4 d’abr. 2020

La guerra del abuelo


Sábado 5 de abril. Confinado e introspecto

El confinamiento me lleva a la introspección. ¿A quién no? Así, he recordado que el abuelo Miquel murió de neumonía. O quizás de tuberculosis, nunca lo supimos a ciencia cierta. La relación de este asunto con los abuelos que están muriendo estos días es directa, no necesito filigranas retóricas. La diferencia con los abuelos que mueren hoy es que Miquel murió a los 33 años, décadas antes de ser abuelo. Fue un abuelo póstumo.

Durante toda mi vida han pesado sobre mí el abuelo desconocido y su guerra perdida. El abuelo tuvo un cargo público durante la República, y en 1939 fue uno de los últimos en salir pitando para Francia a bordo de una motocicleta que requisó, como en una película de buenos y malos. Pocas horas después de su huída a lo Steve McQueen, las tropas nacionalistas entraron en Barcelona. En enero de 1939 el abuelo tenía 32 años y tres hijos, dos hijos y una hija, que era mi madre. Quería tener más hijos, según cuenta en las memorias que escribió en el exilio. Pero no tuvo más. Murió en Francia, en algún lugar cercano a Montpélier. Hace pocos años mi tío (su hijo el mediano) consiguió repatriar sus restos incinerados, por cuenta propia y pagando lo que sea, sin ayudas ni subvenciones del Ministerio de la Memoria Histórica, y los metió en el nicho familiar.

Hace poco conseguí los documentos del juicio póstumo que le hicieron, en 1945 y en el tribunal de Burgos que juzgaba a los republicanos huidos. Al tribunal no le constaba su muerte, acontecida cuatro años atrás. No les constaba o les daba lo mismo. La muerte del enemigo es intemporal. La muerte no tiene tiempo. El ministerio de Defensa me mandó el expediente enseguida. Así me enteré de su filiación masónica, extraordinariamente bien documentada por el tribunal franquista. La masonería del abuelo siempre había sido una leyenda brumosa en mi familia. De algún modo, pues, el abuelo fue para mi al menos un masónico póstumo. Eso podría dar lugar a una novela, un poco al estilo de "El monarca de las sombras" del Cercas.

Durante mucho tiempo pensé que yo era de izquierdas por varias razones, entre las que estaba el sacrificio del abuelo. La sangre. El deber con la sangre.

Sin embargo uno vive, y piensa. Y piensa, entre otras cosas que no vienen al cuento, que lo de la sangre es un cuento. Así que sigo siendo de izquierdas, o socialdemócrata diría yo, pero sin que el abuelo tenga mucho que ver. Mis motivos no son sanguíneos ni sanguinolentos. Responden a reflexiones sobre lo público y lo privado, la democracia, los principios del racionalismo y la redistribución equitativa, etc. Llevo años siendo de izquierdas (o socialdemócrata) a pesar de la sangre. No fue fácil al principio. Tuve que emanciparme del abuelo para comprender que se puede ser socialdemócrata solo con la razón, sin reclamar la participación de la sangre.

Mi abuelo era de izquierdas y también era independentista catalán. Al menos durante una buena parte de su vida, ya que no me queda claro si fue independentista hasta el final. Yo diría que no, pero eso es discutible. El independentismo del abuelo no lo heredé, vaya usted a saber porqué lo uno sí y lo otro no. La familia me lo reprocha. En cualquier caso, a estas alturas he vivido casi el doble que mi abuelo y me puedo permitir vivir y pensar a mi manera y por mi cuenta, ya que el abuelo no se pudo permitir el lujo de pensar a los 40 ni a los 50. ¿Por qué debería pensar como un joven de 33 años, teniendo yo más de 50? No hay ninguna respuesta afirmativa y a la vez racional a eso. A no ser que le dé un sentido trascendente a la sangre. Un sentido trascendente que la sangre, lo siento así, no tiene.

Deberíamos empezar a pensar por nuestra cuenta. Es cierto que yo soy hombre de pocos apegos y que, además, desconfío mucho de los apegos. Pero más allá de eso hay que pensar por uno mismo, sin manías ni deudas de sangre. Deberíamos liberarnos de los apegos ideológicos, aprender a pensar con calma y procurar imitar a los que piensan más que a los que vociferan o se dejan arrastrar por la sangre, por el deseo de la sangre, por los ánimos de venganza cuya causa se aleja en el tiempo, se pierde en la bruma de cuevas, trincheras y tinieblas en las que nunca estuvimos.


3 d’abr. 2020

Sánchez ¿asesino?


Viernes 3. Confinado.

El aire está más limpio. Es fácil comprobarlo. La fauna de las ciudades (yo solo veo pájaros) han empezado a tomar nuevos hábitos y hacen nuevas piruetas. Diría que están más felices. Dicho de otro modo: nosotros somos virus para otros. Pero nosotros, los unos para con los otros ¿qué somos? ¿Virus o lobos?

Leo la crónica de una española que reside en París: en Francia, el virus ha creado el mismo caos, improvisación y desconcierto que en España. La situación es idéntica. Idéntica salvando una diferencia: la oposición y la prensa afín a la oposición han adoptado una actitud distinta a la española. Ni políticos ni periodistas de la oposición se han puesto a calificar de asesino a Macron. ¿En qué ayuda acusar de asesino a un gobierno? ¿En qué mejora la situación que vivimos?. ¿No llegará, acaso, el momento de los balances y las evaluaciones?

Si uno se mira con calma la lista de países afectados descubrirá que el signo político del gobierno de cada lugar no influye en los resultados, aunque sea pronto para asegurarlo. El desastre para la salud, incluída la salud mental, y la economía es enorme y nos pone ante el espejo de lo más evidente: animula vagula blandula, como dijo Adriano en el siglo II.

¿Alguien puede suponer, racionalmente, que otro gobierno lo habría hecho mejor? ¿Basándose en qué?. ¿Se puede acusar de "asesino" al gobernante a quién le ha tocado afrontar esta emergencia? ¿Churchill era un asesino responsable de las muertes bajo las bombas nazis? ¿Es Giuseppe Conte un asesino italiano?

La oposición política y su prensa están perdiendo una magnífica ocasión para mostrarse racionales y para demostrar que lo primero, en una emergencia, es ser útil, razonable y solidario. ¿Es razonable acusar de "asesino" a Sánchez? ¿O solo obedece, la acusación, a un deseo de venganza estúpido?. ¿O solo es una forma abyecta de obtener titulares?.

En Cataluña estamos comprobando lo dañino que puede ser el nacionalismo, que aprovecha un virus para lucir unos colmillos xenófobos y narcisistas. Hay columnistas en El Nacional.cat y en Vilaweb que se esfuerzan por escribir como lo haría la extrema derecha y ponen de manifiesto lo que algunos decimos: que el nacionalismo es, exclusivamente, insolidario, egoísta y protofascista. Luego están los tuiteros, algunos de los cuales piden la muerte para quienes no les caen bien. La definición de "idiota" es, más o menos: aquél que hace daño a los demás sin sacar ningún provecho. Pues eso.

Odio y desinformación circulan por la prensa y las columnas de opinión rezuman bilis. Tv3 sigue empeñada en contar que el virus, en Cataluña, es distinto. Elogia con desmesura bochornosa la gestión (a todas luces triste, desorientada y errática) de la Generalitat, una Generalitat empachada de competencias que solo ponen en evidencia su incompetencia (el caso de Igualada es flagrante). Algunos hablan, ya, de limitar las atribuciones de la Generalitat a la gestión de las denominaciones de origen. Eso también es obvio: cuando todo eso se pase deberemos reflexionar sobre la descentralización y sus límites o sus excepciones. ¿Es comprensible que las regiones dispongan de más autonomía de la que tiene el estado respecto de la UE?. Y sobre la lealtad de las autonomías: la catalana no es la única que exhibe deslealtad.

Teniendo en cuenta que todavía no conocemos todas las consecuencias del virus, y que podría volver (o quedarse), este debe ser el momento de colaborar para erradicarlo lo antes posible y tomar medidas para el futuro. Mientras nos acusemos de asesinos los unos a los otros, nuestra conducta solo es de idiotas.

2 d’abr. 2020

¿Cómo se pronuncia "cero" en catalán?


Jueves 2 de abril. Confinado (y escribiendo)

Poco antes del virus, acompañé a un escritor catalán a dar un paseo por algunas librerías del centro. A muchos escritores les gusta eso más que pasear por bares o muelles brumosos. Y se nota en su obra, claro. Nos metimos en una librería de las pocas que sobreviven pero no se paró a mirar novedades ni clásicos, ni estaba por puñetas. Se fue directo a donde sabe que están sus libros, agarró tres y los pagó en la caja. Es una acción despilfarradora, pensé yo: sabe que la editorial se los vendería a mitad de precio. Yo le hice un comentario vago, irónico pero no sarcástico. Él, a modo de excusa, me dijo: tengo que regalarlos. No tuvo ni tan solo el gesto romántico o elegante de echarlos en la primera papelera que encontró, cosa que le habría redimido a mis ojos.

El escritor catalán compra sus propios libros para que suban las estadísticas de ventas. No es la primera vez que lo veo. La excusa, por rocambolesca que sea, siempre ha sido la misma.

Ahora, con el virus acechando en las esquinas, los periodistas deben aprender a escribir crónicas o reportajes sin salir de casa. Siempre he envidiado a los periodistas y a los espías. Menos ahora. De modo que un periodista confinado se puso a mirar los libros más vendidos en Cataluña a partir de la fecha inicial del confinamiento, lo cual me parece una buena idea. En la lista, de diez títulos, solo aparecen libros publicados en castellano. En otra parte, otro periodista también confinado, freelance como casi todos, y que solo cobra si produce textos, comparó los datos obtenidos por el primero y se dio cuenta de que el libro en catalán más vendido no llegaba a la mitad del menos vendido en castellano. Esto también es interesante. La conclusión del segundo escritor es: quizás el virus nos muestra una tragedia que ya estaba aquí. Su conclusión es que los números, en catalán, tienden al cero.

Desde que tengo memoria, la prensa publica las listas de "libros más vendidos" clasificadas en cuatro categorías: ficción en castellano, ficción en catalán; no ficción en castellano, no ficción en catalán. Así, con este simple truco de la división (divide y parecerá que vences), se soslaya la evidencia y se muestra una realidad alternativa. Una realidad de ficción. De ficción en catalán, por supuesto.

A mi no me parece dramática la realidad del libro en catalán: me parecen dramáticas otras realidades que ahora no detallaré pero que todo el mundo se sabe, ya que a veces están en casa. Pero si hablamos de libros vamos a dejar las cosas claras. Tras décadas de normalización lingüística, de inmersión en las escuelas, de millones y más millones invertidos en Tv3, los libros en catalán no se venden. Tras más de un lustro de procés no se venden libros en catalán. Otro emperador desnudo andando por las calles (y cortándolas con barricadas de fuego, a veces). Eso sí es dramático, porque pone en evidencia un fracaso que nos cuesta mucho dinero. Si hablamos de cine o de teatro el asunto no es dramático: es trágico. El derroche de dinero público podría ser malversación. El derroche es un mal hábito, pero la malversación de dinero público es delito.

Todo el mundo sabe, a día de hoy, que este 23 de abril próximo no habrá la Feria del Libro en Cataluña. Lo cual ensombrece el semblante de los editores. Gremio por el que siento el mismo aprecio y respeto que por el de los panaderos o los albañiles. A cambio, nos ahorraremos las crónicas fantásticas y fantasiosas del sector editorial en catalán, y además Pilar Rahola no podrá encaramarse a la lista de los más vendidos, lo cual es una pena verdadera.

El asunto merece más artículos, quizás escriba alguno. Me temo que los yihadistas del grupo Koiné me dirían que eso se resuelve con la independencia de Cataluña y con la prohibición del castellano hablado y escrito en su república delirante, pero en realidad ellos saben que, incluso así, su fracaso está asegurado.

Se dice que dos dinosaurios mantuvieron este diálogo en una fecha muy señalada:
Dinosaurio A: ¡Anda! Un cometa que cae.
Dinosaurio B: ¡Bravo! Es nuestro momentum para proclamar la república dinosáurica y exterminar a esos mamíferos peludos, ignorantes y nouvinguts.
Dinosaurio A: ¡Bien pensado! De entrada les prohibiremos hablar su lengua mamífera y extranjera.

1 d’abr. 2020

El experimento


Miércoles, 1 de Abril. Confinado.

Les pedíamos a los alumnos que se conectasen menos. Ahora, que se conecten más. En ninguna de las dos alternativas obedecen. Los profesores nos conectamos sin saber muy bien en qué consiste poner tareas por la red, cómo se hace, cuándo, cómo se evalúa. Los alumnos aducen no tener wifi, o no tener ordenador. No me puedo imaginar cómo se hacen las tareas escolares en un teléfono móvil. Se levantan voces que insisten en el problema de la "brecha digital". Algunos escriben un día, de repente, contando que no tienen conexión, que deben "gastar datos" y los datos son muy caros.

La educación telemática que se nos impone nos ha pillado sin formación y sin tener estrategias, objetivos. Es imposible saber quién lo puede seguir y quien no. El Departamento de Educación, en horas más bajas de lo habitual, recomienda y sugiere, pero no hay directrices. Todo tiene el aspecto de una improvisación de grandes dimensiones que es, a su vez, un experimento social.

Durante el experimento, administraciones y corporaciones sacarán conclusiones de nuestras conductas, tanto en la red como en la vida. Se exige paciencia, autocontrol, una cierta disciplina. Son tres virtudes que no estaban nada claras en una situación "normal" y ahora las ponemos a prueba, per a prueba bajo presión. Del miedo, del encierro.

Cada uno descubrirá, durante el experimento, secretos de sí mismo que desconocía. Algunos descubrirán que llevaban un "policía de balcón" dentro de sí, un guardia jurado amateur e intermitente. Un James Stewart que, sin tener la pata quebrada, se dedica a la vigilancia de los vecinos. Quizás otros descubrirán intereses nuevos. He descubierto que, enfrente de mi casa, al otro lado de la calle, vive una anciana sola que se pasa el día con el rostro inexpresivo pegado a la ventana, contemplando una calle vacía. Me da pavor imaginar sus pensamientos. El Presidente Torra ha descubierto un libro de gramática catalana en su retiro de la Casa dels Canonges y está encantado. Le dedica un ratito al día y se extasía con el tratado. Otros le dedican un ratito al día a insultar a tal o cual político, y el tono de los insultos, diría yo, aumenta conforme la presión psicológica del encierro se prolonga. En el sur de Italia se temen saqueos y disturbios. Algunos deben dedicarle un ratito al día a la contemplación de la pornografía, y esos es posible que vivan más calmados. Igual se podría establecer una estadística.

Los transportistas de Glovo sospechan que durante estos días transportan chinas de hachís metidas dentro de objetos cualesquiera. Entiendo a quien lo necesite para calmar la angustia.

Durante los primeros días me impuse mantener ciertas cosas: lectura diaria, limpieza del piso, alimentación equilibrada. Pero a medida que pasa el tiempo, la laxitud se apodera de todo. O bien busco películas basadas en novelas que tengo en casa, veo la película y luego leo la novela. Sueño que soy un guionista de cine que debe adaptar una novela, y con este sueño se me va un día entero.

He descubierto a la pianista turca Aysedeniz Gökcin, sus fantásticas versiones de clásicos del rock. He descubierto una telaraña pequeña en una esquina del salón. Observo que los pájaros se han vuelto mucho más osados, han adquirido hábitos nuevos. Que hay gente que, cuando me ve por la calle, camino del súper, me mira como mirarían a un yihadista con un chaleco explosivo y el detonador en la mano. He visto dos películas de Fatih Akin y dos de los hermanos Arnaud y Jean-Marie Larrieu. Una de ellas con el actor no-actor Mathieu Amalric, una especie de homenaje a Chabrol. He imaginado dos novelas y una insospechada capacidad de no hacer nada, una predisposición al Nirvana que desconocía en mi. Mantengo a raya el consumo de tabaco pero a costa de los chicles Hacendado. La proporción exacta es: dos de Menta Fuerte y uno de Fresa.

Llevo tres o cuatro días sin ducharme. Eso también huele a experimento.