27 de febr. 2019

En manos de Jordi Cuixart

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[En este texto practico ese giro tan español que consiste en pasar de la comedia a la tragedia. Avisado está el lector].

Para quien, como yo mismo, no sabe nada de jurisprudencia, derecho penal ni derecho constitucional, seguir las retransmisiones del juicio a los procesados procesistas es un ejercicio de autocontrol, capacidad de atención y saber estar superior al ejercicio que exige ver la obra completa de Jean-Luc Godard y la Sergei Eisenstein juntas y del tirón (lo digo así porqué se lo que significa). Por todo eso elegí, de entre todas, la sesión que protagonizaron la pareja Jordi Cuixart & Carme Forcadell: algo me decía que esa sería una gran sesión. Creo que acerté: los dos cumplieron las espectativas puestas en ellos. Cuixart estuvo fanático, bobalicón y poético a partes iguales (incluso se permitió leer un poema patriótico y ridículo -perdón por la redundancia-), profirió amenazas graciosísimas y se proclamó el preso político más preso político de todos los presos políticos. Me gustó comprobar que el mal gusto de su estilismo no lo corrige ni un correccional: lo suyo son convicciones y lo demás, tonterías. Solo le reprocho algo: había leído por ahí que Cuixart había abrazado la fe católica durante este año de meditación y recogimiento, y por ello esperaba algo de iluminación, un destello de algo, no se, metafísico. Pero, por desgracia, Nuestro Señor ha sido parco, tacaño en el milagro (¡a ver si será que Dios era catalán!) y solo le ha convertido a la fe, sin más consecuencias.

(En la actuación de Cuixart hay algo destacable, que quizás se haya dicho poco y mal: Cuixart no juró amar a España tal como sí lo hizo el señor Junqueras, pero aportó un dato étnico en su defensa: su madre era murciana, dijo. Es decir: mucho hablar de que eso trata de democracia pero de repente aparece el etnicismo por ahí, en un aparte. Ya lo sabíamos, pero quienes lo decíamos éramos tachados de mentirosos, de tremendistas. Y claro, de fascistas otra vez. El desliz etnicista de Cuixart debería promover algunos debates, pienso. Pero ahí lo dejo).

La actuación de Carme Forcadell, algo más floja, sin embargo, me gustó más. Forcadell sostuvo que la Presidenta del Parlamento catalán no hace nada, es una simple tramitadora, una gestora. Esa confesión me encantó: por fin alguien relevante lo reconoce. Que el Parlamento catalán es de atrezzo. Insinuó que de las votaciones que promovió no sabía ni tan solo qué asuntos trataban: yo solo tramito papeles, oiga, no me entretengo ni en leer lo que ponen. Cuando la fiscal le preguntó si con esa misma actitud habría puesto a votación una propuesta de ley para legalizar la trata de blancas, Carme dudó. Hubo un instante de luz, ahí si. Titubeó un momento, y ese fue el momento estelar de una actuación que hasta el momento solo era triste y mediocre.

Fué una gran tarde, con dos actuaciones más bien tristes pero de alto contenido humorístico, y, como han visto, con breves destellos de ingenio. Somos varios quienes nos preguntamos por la habilidad de los juristas presentes en la sala en disimular la risotada y ocultar la carcajada. Eso no es nada fácil.

Dicen que ellos no hicieron nada, que si el mandato democrático, que si todo era una pura declaración política "declarativa" sin consecuencias ni actos punlibles, si, muy bien... pero... (ya llegaron los peros, mis peros de siempre) el daño que le han infligido a la sociedad catalana, ¿donde está? ¿Nadie les va a preguntar por eso?. Dice mi admirado Albert Soler que a los encausados les juzgan por sedición ya que no existe el delito de ser gilipollas, pero esa broma, que es buena, oculta el dolor que han vertido sobre el pueblo que tanto aman. Nada les importó romper la cohesión tan difícil de lograr, ni relaciones, ni promover la intranquilidad, ni pervertir la tv pública, o practicar la falacia, la mentira, el fariseísmo, ni piden perdón por engordar negocios de amiguetes a costa del malestar de otros. Y sobretodo: nada les importó cargarse la convivencia en paz, que es algo que lleva décadas construir, y lo saben: esto es España, y todo sabemos. Ellos lo jodieron todo en un par de días. Si fuese por mi, les juzgaría por eso.

Tras los peros está la tragedia: la tragedia consiste en comprobar, una vez más, en manos de quienes estuvimos los catalanes durante el otoño negro de 2017: estuvimos en manos de gente muy mediocre. Y muy cobarde. Pero la cobardía no se la achaco: por lo que se de mi, yo puedo ser también muy cobarde. Lo que me deja estupefacto es la mediocridad. Una mediocridad pasmosa que fue aplaudida entonces y lo es ahora. Imagínense ustedes lo que habría sucedido si llegan a proclamar su republiquilla, ya que esos habrían sido nuestros caudillos, nuestros ministros, nuestro sanedrín, nuestros capitanes, nuestros directores generales, nuestros cobradores de impuestos. Incluso los cargos de barrendero y de sereno hubiesen venido indicados desde la cúpula de la Asamblea Nacional, o la de Òmnium Cultural -que el añorado Terenci Moix rebautizó como "Òrgan Cultural". ¡Dios mío! ¡Estuvimos casi en manos de Jordi Cuixart!

Cuando alguien se atreva a preguntarme otra vez porqué no soy independentista, a partir de hoy, tras ver a Cuixart y Forcadell, tengo una respuesta más fácil. ¿Porqué no soy partidario de la independencia de Cataluña? Muy fácil: porqué debo protegerme de los catalanes que quizás quieren la independencia, que quizás la proclamaron, que quizás solo la proclamaron un poco o a medias, de esos a quienes quizás les importa un pito la convivencia, debo protegerme de esos en quienes todo es quizás o un poco, incluso la inteligencia, incluso la virtud.

24 de febr. 2019

Hands off Colliure


El día 1 de octubre de 2017 me fui a Colliure, me arrodillé ante la tumba de Machado y supliqué, laicamente, por España. Mi abuelo se exilió de España en 1939 y por eso voy a menudo por la ruta de los exiliados de la democracia: voy a callar, a meditar, a ofrecer mi respeto. Debo aclarar que la sagrada unidad de España y si Cataluña es nación o no me importan lo mismo: un pimiento. La independencia de Cataluña, su presidente legítimo y su presidente vicario, la suerte en el juicio de los políticos presos por aquellos hechos y todo lo demás también me importa un carajo. Solo espero (pido) que la justicia sea ecuánime, que la Constitución prevalga, que todo sea racional. Va siendo hora de volver al buen sentido y a la racionalidad.

El 1 de octubre de 2017, en Colliure, ante la tumba del poeta no éramos más de diez personas. Había silencio, respeto, admiración. Sobretodo lo segundo: respeto. El cementerio de Colliure es pequeño, tranquilo, urbano, civilizado. Don Antonio no es el único español exiliado que fué sepultado allí. El día 1 de octubre de 2017 era día de mercadillo en el pueblo, así que nos compramos unas raciones de pizza y unas botellitas de agua en un puesto del mercado y luego nos fuimos a la playa, a comer en silencio y a escuchar la voz de las gaviotas.

Mi sentimiento español se parece bastante al del poeta sevillano: siento a España con dolor, con pena, con la melancolía que se siente por las oportunidades perdidas, las alternativas arruinadas, las opciones saboteadas a diestra y a siniestra. España pudo ser algo que no fue, pero el dolor nos une, y luego está la esperanza, la esperanza. España puede ser. Por el destino de Cataluña no siento nada, y pido perdón a quién pueda ofenderle eso. Pienso que nunca ha existido nada llamado "Cataluña", de acuerdo con las lecturas leídas. Sea como sea, la entidad real o ficticia de Cataluña no aportó nada relevante a la humanidad. Por eso soslayo el asunto.

Lo que no puede ser es la maldad, ese oportunismo marchito y triste de unos cuantos catalanes muy catalanistas y mucho catalanes que se fueron a Colliure el 24 de febrero de 2019, pidiendo la libertad que reclaman los fuertes, los insolidarios y los mezquinos. Se plantan en Colliure para gritar, rebuznar, relinchar o ladrar ante la tumba del poeta.  Dicen que protestan contra Pedro Sánchez y contra España, pero solo odian a Sánchez porqué la derecha nacionalista odia al socialismo, porqué es derecha populista, porqué prefieren otra España: la que es su espejo: rancia, populista y derechona. Los nacionalistas catalanes quieren a Casado, Rivera y Abascal: con ellos comparten idioma, el idioma de la estulticia nacionalista. Quienes hacen eso no respetan al poeta, no respetan a la poesía, no entienden el arte ni entienden la vida. Ni la muerte entienden. No respetan nada. Nada. Y por lo tanto, nada se merecen. Machado aborrecía a esos que piden libertad para los ricos, derecho a ser insolidarios y mezquinos, derecho a pasarse la libertad por el forro y a ejercer una democracia de fraude, de urna tramposa y espúrea, a ser cobarde, a ser amigo del fuerte y enemigo del débil.

España, la España de Machado, era otra cosa. Otra cosa que todavía puede ser, porqué el hombre sueña cada noche e incluso en la noche más oscura hay una luz que brilla. Igualdad, justicia. Esa es la luz que iluminó a Machado. Y no la tiniebla de esas banderas y de esos gritos guturales, ese oscurecimiento nacionalista, cavernario. Quienes se han ido a vociferar a Colliure se han equivocado. Han profanado la tumba, el silencio y el respeto.

Me falta seguir el camino que relata Gil de Biedma en su Diario, siguiendo los pasos de Walter Benjamin des de Banyuls hasta Portbou. El día en que camine este camino, espero no encontrarme a los profanadores.

17 de febr. 2019

Bolaño contra Cataluña

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Por la tarde me fui para la estación del tren. Eran algo más de las seis. El andén estaba abarrotado. Eso me sorprendió, y me fastidió por la incomodidad que auguraba. Los trenes del sábado por la tarde hacia Tarrasa suelen ir vacíos, son tristes y melancólicos y da gusto viajar en ellos. Tardé poco en descubrir la causa extraordinaria del gentío: una hora antes había terminado un desfile procesista que pedía anular la separación de poderes (un desfile contra Monstesquieu, en síntesis) y los desfilantes del Vallès regresaban a sus casas, una vez cumplido con el deber patriótico y contra la democracia que tanto placer les da. Digo "sus casas" mejor que "sus pisos", y luego lo explico.

El tren tardó unos diez minutos en llegar, y durante esos diez minutos se llenó el andén por completo, ahora ya desbordado. Cuando entró el convoy, la masa de gente empezó a gritar, al unísono:
-¡Llibertat, llibertat!
Me pareció una reacción incomprensible ante la llegada de un tren. ¿Qué libertad le exigía la masa humana a un convoy ferroviario? ¿Se trataba de una protesta contra el progreso de la ingeniería? ¿Alguien les obligaba a subirse a los trenes? (¿Qué pensará ese maquinista joven al que le toca currar los fines de semana? me pregunté para adentro) El victimismo, el ridículo y las barbaridades del independentista son indescifrables, como la infinitud de la estupidez universal. Empecé a darle vueltas: la imagen del tren y la masa de gente esperando quizás produjeron una de esas sinapsis que solo se dan en la mente secesionista. Quizás se sintieron como presos judíos que van a ser llevados a Buchenwald, yo que se. Cualquier barbaridad sirve, por más desquiciada que sea. La mitomanía victimista puede producir delirios como este, no me extrañaría.

El trayecto fue bastante nefasto. Lo hice de pie, entre apretujones, codazos y palabrería sobre el asunto, que es el único asunto que les interesa. [Creo que si mañana cae un cometa y asola la vida en la Tierra, tras el impacto se les oirá gritar "Llibertat presos polítics" o "Espanya ens roba" con el mismo ímpetu que hoy. Y si alguien les suelta:
-Pero oiga ¿no ve usted que ha caído un cometa y vamos a desaparecer de la faz de la Tierra?
el independentista (con lacito amarillo, bufanda amarilla y tez enrojecida), le respondería:
-¿Como puede ser que me hable usted de un cometa y del fin del mundo cuando tenemos a nuestros patriotas procesados por poner urnas? Es usted un insensible. Incluso le diré más: es usted un fascista.]

Los viajantes miraban sus smartphones y deslizaban esos dedos más vegetales que animales por las pantallas. Todos gente mayor o muy mayor. Jubilados. Jubilados de los que no salen a protestar por las estrecheces que pasan la mayoría de los jubilados. Los del tren eran jubilados de clase alta. Muchos de ellos han viajado pocas veces en un regional, y eso se les nota. Pese a su dominio hegemónico del convoy, en su cuerpo se nota la extrañeza del cuerpo sometido a un medio desconocido, popular y barato. Quizás se preguntan: ¿los obreros charnegos viajan así cada día para ir a trabajar? Con los años, uno aprende a distinguir enseguida a las clases bien acomodadas por sus señales externas: indumentaria, peinado, gafas, gestos, forma de hablar, y ese ademán autoritario que se cuela entre la gesticulación y las palabras o el brillo de la mirada, el de la gente acostumbrada a mandar, a ser obedecida por virtud del rango, la posición social o el grosor de las cifras en el banco (quizás uno de Andorra).

Por suerte, llevaba la novela de Roberto Bolaño en la mochila y me pude refugiar en su lectura. "Estrella distante" es una genialidad del autor chileno, una joya. Sumergido en el mundo y las frases de Bolaño, tan bellas, soporté el viaje. Con cierto alivio. La literatura es muchas cosas, y entre ellas es refugio, incluso venganza. Pude haber leído algunos fragmentos en voz alta. Es innecesario decir que no lo hice. Venganza: les habría leído las partes en las que habla de la dictadura de Pinochet, de las torturas, los secuestros, los asesinatos de la dictadura de Pinochet. Lo habría hecho por un impulso didáctico, para ayudarles a comprender las diferencias que hay entre una dictadura y una democracia, ya que en su mundo de medias verdades y mentiras completas, ya no discurren.

Aprovecho la ocasión para recomendar "Estrella distante" a todo el mundo. En la edición de Penguin Random House de bolsillo, vale 9,95 euros. En la novela hay algunas escenas catalanas. Quiero decir que algunas escenas, hacia el final, suceden en Cataluña. Bueno, en Barcelona. Bolaño conoció otra Cataluña. Como yo, que conocí y recuerdo una Cataluña diferente aunque quizás no mucho, una Cataluña más feliz que quizás profetizaba ya el horror de hoy. No se me ocurre qué diría Roberto, el sudaca exiliado, de esa Cataluña supremacista que todavía está meditando si los de fuera son catalanes o no, y si lo son en qué grado lo son (un López García no puede valer lo mismo que un Trias i Trueta, por ejemplo), esa Cataluña que baja del pueblo para ocupar calles de la capital. ¿Qué diría Bolaño de la presencia de Colau y los suyos en una manifestación del nacionalismo populista de derechas? Quizás nada. Quizás no hay nada más que decir.

Los jubilados que regresaban comentaban las informaciones que, sobre su desfile, aparecían en los medios. Era muy gracioso: vi varias veces la misma secuencia. Primero consultan Vilaweb. Se alegran con las cifras de la participación que da este medio nacionalista. Pero luego consultan El País, La Razón, el ABC. No es un ejercicio de comparación, solo pretenden engañarse o indignarse, o ambas cosas a la vez: no hay nacionalismo válido sin un nacionalismo enfrente y enfrentado. Los nacionalismos opuestos se necesitan, se alimentan mutuamente, es así de tonto. Los nacionalistas aplauden, se indignan, celebran, rebuznan en función de lo que les muestra la pantallita. Se cuentan los datos los unos a los otros. Creo que les gustaría ver una guerra. Una guerra pero lejos. En sus pantallas, por supuesto. Una guerra de mentira por una patria que no existe. En Cataluña funciona la autoficción como subgénero novelesco. Aunque en Cataluña nadie compra libros: miran algo de Tv3 y listos.

Varios me han observado en algún instante, en instantes distintos e inconexos. Su mirada ha sido analítica, evaluadora: han escudriñado mi atuendo sin pudor. Constatan y concluyen que no llevo nada amarillo. Luego me miran a la cara, no con malas intenciones urgentes, solo como quien quiere retenerla para vete a saber qué ocasión futura de ejecutar algo, solo como quien anota un nombre en una lista, para cuando llegue el momento. El momentum. Quizás solo pretenden decirme: tu no eres de los nuestros. La sensación que me llega es de que solo me han vuelto invisible. Y eso me tranquiliza en este momento, la verdad. Aunque también es cierto que me inquieto y pienso en Carlos Wieder, en cuando este se paseaba por entre los poetas marxistas de Concepción, en Chile. Casi todos aquellos poetas desaparecieron de la faz de la Tierra en cuanto Pinochet dió el golpe y Wieder los fué a buscar, uno por uno, una por una.

10 de febr. 2019

Molt Honorable President Roberto Bermúdez de Castro

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Hizo su trabajo, lo hizo bien y cuando se terminó se fue sin haber metido la mano en la caja, sin haberse llevado mochilas de billetes para Andorra, sin escaparse en el maletero de un coche, sin proclamar los beneficios litúrgicos de la ratafía.

La figura de Roberto Bermúdez de Castro pasó desapercibida en los medios catalanes. A día de hoy, apenas se habla de él. Habiendo sido presidente de la Generalitat catalana -o algo así- por algún tiempo, ese silencio es algo realmente portentoso a la par que intrigante, un evento maravilloso que reclama mi atención. Para quien lo desconozca se lo cuento: Roberto Bermúdez de Castro ejerció de presidente de la Generalitat, aunque jamás ostentó el título, durante los meses (por desgracia escasos) en que estuvo vigente el artículo 155.

Antes de empezar mi glosa debo contar que hay algo muy remarcable en Roberto Bermúdez de Castro: jamás exigió el trato de "Molt Honorable", algo que solo se había permitido, hasta la fecha, el presidente Montilla. Lo que escribo aquí surge de lo que leí en una entrevista portentosa, fascinante, imperdible y obligatoria para todos, ya sean indepes o unionistas: aquí está el enlace. La van a flipar, como dicen mis alumnos.

En términos correctos, Bermúdez de Castro solo asumió algunas funciones presidenciales y digamos que hizo de coordinador del gobierno intervenido. Yo diría que no fue la época más feliz de su vida, pero no me voy a ocupar de eso. Bermúdez de Castro ejerció su trabajo en Cataluña de modo ejemplar: estuvo elegante, discreto, afable, eficaz -eficaz hasta donde se lo permitieron sus superiores-, correcto. En el desempeño de sus funciones demostró algo que los catalanes sospechábamos: que un buen gestor puede hacer funcionar un gobierno autonómico mucho mejor que todos los cargos elegidos hasta el momento. Y mucho mejor, sin duda, que el presidente (relativamente electo) que le sucedió pero que, sin embargo, si gusta de ser tildado de "Muy Honorable" por más suplente y más vicario que se postule. Cosas veredes, Sancho.

Estoy por decir que Roberto Bermúdez de Castro ha sido nuestro mejor MHP después del MHP Tarradellas, a quien Dios tenga en su gloria. La administración autonómica funcionó, los funcionarios llegaban a su hora, ejercían sus funciones, no se demoraban en el desayuno y las cosas fluyeron muy bien. En cualquier caso, nadie notó nada diferente. Y, en caso de notarlo, sintieron que la diferencia era para bien.

El señor Bermúdez de Castro ha concedido pocas entrevistas después del encargo, y la mejor que he leído hasta hoy estuvo a cargo del periódico ABC, que no es periódico de mi devoción. Pero ahí está y es una entrevista para ser leída una y otra vez. Quizás su lectura no es para repetirla tanto como un buen cuento de Álvaro Mutis o de JL Borges, pero de veras que vale la pena, de veras lo digo.

El MHP Bermúdez de Castro cuenta una ristra de fenómenos dignos de ser leídos, y sus opiniones -más bien pocas y parcas (algo que le honra en estos tiempos de verborrea y estupidez desatada- son de gran calado. Cuenta: que se esperaba una acogida hostil, y que preveía dimisiones en cadena entre los altos funcionarios de la Generalitat, una vez intervenida. Cuenta que, contra su pronóstico, eso no sucedió. Cuenta que desde Elsa Artadi hasta Pere Aragonés todos se mostraron solícitos, dispuestos, sumisos y obedientes. Nadie protestó, todos acataron.

En esa entrevista se leen muchas cosas entre líneas: Bermúdez de Castro no solo es culto y leído, si no que respeta al lector y le deja entrever lo que hay, que no es poco. Llega un momento de la entrevista en que se suelta un poco y opina. Es entonces cuando dice: "Comprendí que todos querían seguir cobrando y por eso nadie dimitía". Bermúdez de Castro descubrió, con sorpresa, los límites del patriotismo catalán. Esos límites no son otros que la pasta, la vieja pasta de siempre.

Él descubrió con sorpresa lo que la mayoría de catalanes (el 53%, más o menos) sabemos desde siempre. Que la patria es de pago. Es decir, de cobro. Nadie (salvo los ingenuos, los jubilados de la ANC o los jovencitos tontos útiles de los CDR) lo ignora. Cataluña bien vale una misa, pero una misa de cobro, que no de pago. Para Bermúdez de Castro el patriotismo cobarde y asalariado de los indepes catalanes debió de ser un impacto.

Haber tenido a un presidente de la Generalitat como Bermúdez de Castro es algo que me hace sentir bien como catalán: ¡por fin un tipo inteligente, eficaz y agudo al frente de la institución milenaria!. Por fin alguien que cuenta lo que debe, y que demuestra que todavía hay motivos para creer en la inteligencia de la clase política, en su capacidad de analizar y comprender la realidad.

Me sorprendía mucho que el universo independentista, con todos sus medios, sus Raholas y sus terribles Terribas y sus FAQS no se hubiesen detenido jamás en Bermúdez de Castro. Ahora ya lo he comprendido: ningún independentista quiere saber lo que cuenta nuestro mejor Presidente.

[Si me lee algún independentista, le pido -por favor, por favor- que le mande el enlace de la entrevista en el ABC al majara(já) de Waterloo.]


6 de febr. 2019

Nuestro héroe desfranquizador

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¿Desfranquizar España? ¿Desfranquistarla? ¿Desfranquinicializarla? La verdad es que no consigo retener el verbo que usa nuestro héroe, el héroe muy honorable y mejor pagado. Aunque no retenga el verbo concreto, ese neologismo que se inventó nuestro intelectual más bien remunerado de la historia, si creo comprender el concepto, lo cual ya es mucho viniendo de nuestro amado líder. Nuestro amado líder suele expresarse en parábolas y en hipérboles más bien crípticas, con el afán de notoriedad propio de los que se saben inverosímiles: ya que nadie me cree, por lo menos les pongo difícil comprenderme.

Bueno, en síntesis: creo que el héroe críptico se refiere a eliminar de España los rasgos franquistas que perviven en ella cuando nombra su último neologismo.

Los independentistas, una vez fracasados y perdidos en su tormenta en un vaso (¿de ratafía?), han decidido presentar a España como un estado franquista, a ver si alguien les escucha esta vez, provistos ahora de este argumento tan brillante. Parece que tampoco han cosechado ninguna solidaridad allende las fronteras, pero insisten. Cuando ya solo te queda eso ¿qué otra cosa se puede hacer que no sea insistir en disparar el último cartucho de pólvora mojada?

Lo de eliminar el residuo franquista me gusta mucho, y más todavía viniendo de un político de la como se llame la última mutación de Convergencia. Convergencia fue el partido que se llevó la palma reciclando para sus siglas a viejos alcaldes franquistas. Casi doscientos. Casi doscientos alcaldes franquistas se presentaron bajo las siglas de Convergencia i Unió. Hablamos de los principios de la restauración democrática, claro. Pero la cosa no es menor: uno de ellos (uno por lo menos) llegó a consejero de la Generalitat de Pujol. Entonces, todo el mundo se calló y nadie habló de desfranquizar, desfranquistar o desenfranquilizar Convergencia. Nadie.

Alguien dirá que eso es muy viejo, pero al fin y al cabo el héroe intelectual que quiere desfranquizar España también habla de cosas viejas. Y las habla con un lenguaje crepuscular, a menudo clerical, adoptando un aire de mosén antiguo, ligeramente encorvado sobre el púlpito, en tono de sermón de pueblo, misa de domingo a las doce. Quizás por eso, el diputado rústico entre rústicos llamado Albert Batet aplaude los sermones del héroe mosén intelectual bien pagao con tanta furia, con ese ardor pueblerino (fue alcalde Valls) euforizado al reconocer al curita de pueblo carlista.

Cuando yo era bastante joven, viví unos años en un pueblo de la Cataluña interior, un pueblo bastante lúgubre. Cosas de la vida. Me metí en política para intentar derrocar al alcalde convergente y puse mi nombre en una lista electoral que pretendía este noble fin. Éramos una panda de ingenuos y de tontos, aunque liderados por alguien que sabía muy bien a qué jugaba, y que procedía -¡oh, Dios mío!- de una de las mejores familias de aquella población siniestra, cosa que supe demasiado tarde. Las fuerzas vivas del pueblo, lideradas por los antiguos franquistas (empresarios de casi todos los sectores) no tardaron en usar todas las argucias imaginables para provocar el aborto de la candidatura nueva. No me voy a entretener en ello, no tiene interés. Solo decir que el suceso me ayudó a comprender qué es Cataluña, qué demonios es la Cataluña real. Esos empresarios que reaccionaron habían construido su fortuna durante el franquismo y ejercían el poder de facto en el pueblo. Allí solo sucedía lo que ellos aceptaban, toleraban o permitían. Aparte de lo que ellos ordenaban: el alcalde parecía un empleado de las grandes familias. Su afán por complacerlas era sonrojante. El pobre tipo, que era charcutero de profesión, se desvivía por incorporar el lenguaje de las buenas familias en sus discursitos. Fue una época oscura y lúgubre, que me llevó a perder casi por completo la fe en el ser humano, incluyéndome a mi por descontado. Si yo hubiese sido Dostoievsky, hubiese escrito una gran novela sobre mi etapa de aprendizaje de la Cataluña real.

Varias veces exclamé "El horror, el horror", como un pequeño Kurtz catalán triste y embrutecido, apenado, fugitivo, desalentado. Pero aprendí. Los viejos franquistas y sus descendientes catalanistas y convergentes me enseñaron mucho. Tardé tiempo en recuperar algo de la fe perdida, pero lo conseguí.

Por eso me sorprende tanto que nuestro héroe desfranquizador hable de eso ahora, tanto tiempo después. Quizás piensa que hemos olvidado.

5 de febr. 2019

Manuel Valls y la resistencia al abuso

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El suceso aconteció en la gala de unos premios literarios. Uno de los premiados, aprovechando que le habían cedido el micrófono, lo secuestró y largó su retahíla de lamentos sobre la situación de la Cataluña "oprimida", la maldad de la justicia española y blablablá, y los presos, claro. Los argumentos habituales, entre los que está negar la separación de poderes y pintar un imaginario tremendo con sofismas como: "en España, los violadores están en la calle y los demócratas, en prisión".

El público se calló. ¿Se callaron todos? ¡No! Hubo una persona que levantó la voz para protestar. Se trata de Manuel Valls. Valls viene de un país (y de un mundo) en el que hay mayor respeto por las formas, y en el que saben de qué va la democracia (la democracia no consiste en poner muchas urnas, es una forma de relacionarse entre las personas y con el mundo). Por eso Valls pudo reaccionar, porqué sabe y porqué puede. No se puede tolerar el abuso del micrófono en la mano. Ese abuso es otro abuso de lo público, tal como hacían con los lazos de plástico amarillo por las calles (Por cierto: ¿ya no se llevan?). Esos actos son actos de violencia y nada más que eso. Por más victimismo lacrimógeno que contengan, consisten en violentar un espacio.

Hace pocos días viví una situación muy semejante y no supe responder. No soy Manuel Valls y no supe hacer de Manuel Valls, aunque el ejemplo lo tenía. Pero me callé y me llevé el malestar para casa. Espero enmendarme, y la próxima vez que me encuentre en uno de esos lances, espero saber reaccionar al estilo Valls, que solo consiste en no permitir el abuso, algo bien sencillo, de apariencia simple y lógica, una aplicación de la ciudadanía democrática. La ciudadanía se ejerce, y cuando nos callamos no ejercemos de ciudadanos.

Imagínense ustedes que los papeles se invierten. Y que cuando yo tengo el micrófono en la mano aprovecho para soltar lo mío. Imagínense que digo algo así como:
"Me alegro de que empiece el juicio, y me alegro de que quienes quisieron violentar la democracia sean juzgados y paguen por ello, como cuando cualquier hijo de vecino se salta las leyes a la torera, con el agravante de que esos ostentaban el poder. Me alegro de que se juzgue a quienes quisieron doblegar la democracia usando las herramientas que la democracia puso a su merced y encima se mofaban de la ciudadanía, y además se sentían impunes".
Sin embargo, no lo he hecho nunca, ni creo que vaya a hacerlo. ¿Por qué no lo haré? Porqué no me parece ético secuestrar el micrófono. Porqué se que el auditorio no ha venido a escuchar eso, porqué eso es verdad para mi y solo eso, y nada más que eso.

Lo escribo aquí, es cierto. Pero este texto puede usted dejar de leerlo en cuanto le apetezca. Un clic y listos. Puede no leerlo jamás, ya que no visita nunca este blog. Eso es muy distinto a largar el rollo victimista ante un público incauto e inadvertido, que solo podría recurrir al gesto pueril de cubrirse las orejas con las manos.

En los actos de los que se apropian impunemente los lacistas no solo cuentan sus mentiras y exponen sus lamentos otra vez (tediosos, aburridos) si no que juegan a un juego medio sutil y muy feo: saben que nadie va a protestar. Saben que los demás nos callaremos. Ahí está el truco. Saben que nos callaremos por respeto al propio orador y al resto del público, y porqué cuando alguien responde al que juega a víctima, asume -lo quiera o no lo quiera- el papel de verdugo. Lo saben bien: oponerse a la víctima implica ser un verdugo. Quién responda aparecerá como un "liante", un provocador: ¿quién osa mostrarse insolidario con los pobres presos (que no presos pobres)?. La trampa es simple pero eficaz. Nadie quiere ser señalado como liante o provocador: se sirven de ese mecanismo psicológico. La víctima del abuso tiende a pensar que responder al abuso sería una provocación. De algún modo, al abusador consigue culpabilizar al abusado.

A Valls, por haber protestado el abuso del escritorzuelo que pilló el micro en la gala del Premio Josep Pla, la prensa del régimen catalán le tildó de energúmeno, de provocador. El cambio de roles es automático e infalible. Es fácil imaginar por donde discurrirá la situación. Si uno responde al abuso del micrófono de un independentista va a escuchar algo parecido a "Feixista!". ¿Nos apostamos algo?.

Debo apuntarme el ejemplo de Valls y recordarlo siempre, y tener claro que lo intolerable es intolerable y, por lo tanto, no se debe tolerar. Hay que ser valiente, hay que ser como Manuel Valls sin ser Manuel Valls. Y asumir las consecuencias, claro está. Valls sabía la que le iba a caer por responder, por no tolerar el abuso. Lo sabía de sobra. Y sin embargo lo hizo. Quien fue primer ministro de Francia sabe que un iluminado cualquiera no le puede cuestionar sus principios democráticos, su conocimiento de lo que es democrático y lo que no lo es.

Debemos responder. Nos puede caer lo que sea, pero uno duerme más tranquilo cuando sabe que no ha tolerado lo intolerable, pase lo que pase, y que ha sido fiel a sus convicciones democráticas, a su idea de qué significa ejercer de ciudadano en un estado democrático. Tolerancia cero.

Al lector que haya llegado hasta aquí y sepa como hacerlo: me gustaría que este texto le llegara a Manuel Valls. Agradecimiento eterno.

3 de febr. 2019

El Virolai de Junqueras, en Montserrat (2)


Hace unos meses participé en una excursión colectiva a Montserrat. Era una salida escolar, y fuimos con los alumnos a visitar la montaña y el templo. Nos invitaron a sentarnos ante el altar (en el suelo de mármol rosado), para asistir en primera línea al concierto de los niños cantores, esos "escolans" tan bien inseridos en el imaginario nacional. El concierto era breve de veras. Se componía de dos piezas: la una, el "Salve Regina". La otra, el Virolai.

Cuando empezó la interpretación del "Salve Regina" me levanté para ver al coro. Permanecí de pie durante esos minutos. Cuando se terminó y se dispusieron a entonar el Virolai vi que todo el mundo se alzaba para escucharlo de pie, en un gesto de homenaje (de vasallaje). Yo, que estaba cansado, decidí sentarme y reposar las posaderas en el suelo de piedra gélida. Mi acto fue, también, una respuesta instintiva, visceral: si la turba se levanta entonces yo me siento. No pude hacer nada más que eso. Un gesto personal, íntimo. Nada más que eso.

Ese reflejo contra el nacionalismo, sus mitos y sus manías lo arrastro des de la primera juventud. Algo me obliga a no participar, a ausentarme. Debe ser ese lado racional y racionalista de mi alma, tan racionalista que niega la existencia del alma, de Dios y de la Patria.

Allí sentado observé los rostros rígidos, prestos a la trascendencia nacional, hieráticos y emocionados, como esperando la aparición inminente de algo, algo que tiene que ver con el destino y la historia, la historia de Cataluña. Sin embargo, no sucedió nada. Terminó la canción, se retiraron los niños cantores y la gente empezó a desfilar hacia afuera con poca voluntad ya que, afuera, una niebla espesa y turbia te helaba los huesos.

Los alumnos de la escuela son de mayoría musulmana, marroquíes. Eso se les nota. En el atuendo, en los rasgos. Esas características no les pasaron desapercibidas a dos señoras de edad provecta que estaban en primera fila. Aprovecharon a que una niña marroquí pasaba ante ellas para espetarle: "No me parece bien que los moros vengan a Montserrat, qué quieres que te diga". La niña quedó impresionada. Algo en su mente se quebró y no comprendió el comentario. No se indignó. Es muy joven. Solo se quedó pasmada. A su edad saben poco de la Cataluña de veras: viven en un gueto magrebí, en una ciudad de provincias más de provincias que Barcelona. Su contacto con la catalanidad es tan escaso que jamás pudo haber escuchado algo así. Sí lo han escuchado sus madres, pero sus madres se callan esas cosas. Se las callan a sus hijas. Las madres confían en un futuro mejor para su progenie, del mismo modo que mi madre confiaba, y del mismo modo les ocultan el horror.

La señora mayor que soltó su opinión ante una niña de 12 años era una de las que había escuchado el Virolai con el corazón henchido por la emoción. La niña me contó el suceso y yo, más entristecido que ella, le conté lo que pude. Y lo que pude fue, más o menos: que en el mundo hay muchos ignorantes y que las opiniones de los ignorantes no deben afectarnos. Ya lo ven: hay ocasiones en que incluso los maestros les mentimos a nuestros alumnos, por ese raro instinto de protección que sentimos.

De modo que me llevé el dolor de la alumna para mi casa. Una vez calmado, me alegré haberme sentado durante el Virolai: ¿qué respeto me merece una pieza que emociona a los insensatos, a los supremacistas y a los xenófobos? Pero esa alegría es muy pequeña, demasiado pequeña, me dije.

Otra vez en la pena, comprendí que incluso una aplicación seria y responsable del artículo 155 no iba a afectar ni al Virolai ni a esas señoras, ni a esos rostros hieráticos que los escuchan. Quienes aplicarían el artículo constitucional también sienten respeto y veneración por el Virolai. No por su carga nacionalista si no porqué ese canto es un canto a la Virgen. Catolicismo rancio, chupacirios, lo de siempre. Las dos Españas. Una de las cuales ha de helarte el corazón (tras lo cual quizás te meta en una fosa común). En una de esas dos Españas está la Cataluña rancia y nacionalista: nada gusta más a un nacionalista conservador, católico y de Virolai que otro nacionalista conservador, católico y de Salve María. Es sorprendente pero es así: los nacionalistas catalanes no han comprendido que son un fenómeno profundamente español, de la España profunda, que quizás ellos estén en el corazón de esa España de Cristo Rey, esencias cristianas y nacionales. Es raro pero es así: Puigdemont y Junqueras no han comprendido que son tan españoles o más que don Quijote y Sancho (observen sus figuras, sus gestos y sus andares, y ya me dirán). No saben que Miguel de Cervantes les narró hace siglos, aunque les narró en un espejo. Su proyecto de república catalana es un regreso al pasado: Virolai, esencia, aristocracia decadente, odio a lo racional, exaltación de lo contrario, ideales trasnochados. La España más rancia.

El Virolai, muchos años más tarde de haberlo escuchado en mi infancia, regresó para infligirme dolor y lo hizo en el templo de Montserrat. Ese templo que cierta prensa identitaria ha empezado a nombrar como el "Vaticano catalán", para mostrar, otra vez, que Tartesos era Tortosa o que el pensamiento del Abad Oliva es superior al de Aristóteles, o que la primera democracia del mundo es catalana, o que Cristóbal Colón nació en Vic.

Ayer, anteayer o el otro, leí que el señor Junqueras habló del Virolai: dijo que quien entona el Virolai no puede ser persona violenta, y esa afirmación la dijo en su defensa ante el juicio que se le avecina. El señor Junqueras no comprende el daño que promueve el Virolai. Pero sabe que algunos jueces podrían comprender su adoración a la Virgen y que eso les puede ablandar el código penal del corazón.

Espero que algún día las izquierdas (o lo que queda de ellas) se acuerden del racionalismo y de la Ilustración. Si pudiese rezar, rezaría por ello: para una aplicación del artíulo 155 hecha des del racionalismo.