Pienso lo mismo de Yahvé que de Alá, de Cristo que de Cthulhu: que son ficciones bastante bien elaboradas y con un sólido cuerpo literario que les ampara, y que en su nombre se ha llenado nuestra cultura de símbolos, arquitectura y arte que son dignos de admirar -así como nuestra historia se ha llenado de muertos y de infamia cometida en sus nombres-, pero que, en caso de existir, serían malas personas. O malos dioses. Joan Brossa lo expresaba muy bien y en pocas palabras: "No crec en Déu, però si existís seria un fill de puta".
Tanto en Brossa como en mi hay una puerta entreabierta por donde asoma la sombra de la duda, como la patita enharinada del lobo en el cuento de los cabritillos que están encerrados en casa, temerosos de la existencia de un ente superior y peludo, peligroso y hambriento. Jamás he sido un ateo: a lo sumo, un hereje.
Luego está el asunto de las religiones, que son a la idea de dios lo que las novelas de Pilar Rahola a la literatura, o lo que una defecación a la gastronomía.
Todo eso lo he contado para evitar suspicacias. Porqué lo que quiero contar es otro asunto: lo del respeto a las ideas del otro, tanto al que cree en Alá como al que lee a Rahola (y le gusta). El planeta nos ha puesto a todos en el mismo momento de pies en la vida y debemos convivir. Eso o la barbarie que, por más de moda que esté, no es una buena opción.
En la escuela en donde trabajo este curso, más del 60% de los alumnos son de familia de religión musulmana. Los de mi aula son muy pequeños, pero todos ellos viven el recién estrenado Ramadán de sus padres, hermanos y parientes. El Ramadán es algo que sucede en su casa, en su vida. Quizás es algo extraño y complejo el Ramadán para niños de 7 años, pero saben que es algo importante. Por este motivo, en la charla del lunes por la mañana le hemos dedicado un rato a hablar del Ramadán en el aula, porqué es algo de su vida y creo que deben encontrar, en la escuela, un espacio acogedor y amable en el que se pueda hablar, también, del Ramadán. Pienso de veras que ofrecer estos espacios de charla previene más desgracias que las horas extras de 500 policías autonómicos pertrechados con esos subfusiles que -Dios mío:- ¿cuánto deben valer? vigilando por las esquinas. Eso solo es una hipótesis.
Al empezar la charla sobre el Ramadán, he percibido en sus caras una mezcla de sorpresa, de alivio, de alegría y casi de incredulidad. En los ojos de Malak, repentinamente grandes como platos, he leído perfectamente: "De veras podemos hablar del Ramadán en el cole"? Estoy completamente seguro de que nunca hasta hoy había podido hacerlo. Tras diez meses de curso escolar he aprendido a conocerles y se qué me cuentan cuando callan, cuando me miran con esos ojazos moros. Hoy ha sucedido algo parecido a lo que sucede cuando, en clase de lengua, comparamos una palabra catalana con una castellana y luego con una árabe (marroquina, la llaman ellos). Se sorprenden y se sienten contentos y de repente descubren que si, que en la escuela dejan entrar la vida y que la vida está en el aula.
-¿De veras no está prohibido hablar marroquí en el cole? -me preguntó Assía, a mediados de curso.
Tuve que contarle que las clases se hacen en catalán, que también hay unas horas de castellano y unas de inglés, pero que su lengua no es nada malo aunque no tenga un espacio definido en el horario escolar -y eso es algo que algún día debería ser motivo de reflexión, porqué le estamos cediendo el estudio de la lengua materna a los cursos que hacen en las mezquitas: estamos haciéndonos trampas al solitario. Eso se debe contar: en las mezquitas enseñan el árabe leyendo el Corán, que es como si enseñásemos el catalá leyendo los discursos de Pujol en 1983. Si la lengua materna de los niños marroquíes estuviese en los colegios públicos, podríamos ejercer con más intligencia la convivencia, y los alumnos podrían aprender su lengua con los bellos poemas de Omar Khayyam o con los cuentos de Mahfuz, por decir algo.
Resulta paradójico que en Cataluña -la tierra que clama por el respeto a la lengua materna, el respeto a las comunidades lingüísticas minoritarias y blablablá- debamos explicar que respetamos las lenguas maternas y las lenguas de las comunidades minoritarias en voz baja y casi clandestinamente. Eso no ha sido jamás una tierra de acogida, y ahora menos todavía. ¿Cuál es el significado de "acoger"? Y debo decir: no sé qué me diría la dirección de la escuela si supiera que hacemos lingüística comparada, que hablamos del Ramadán y que respetamos las lengua maternas.
A veces sueño con la España antigua, en donde convivían cristianos y judíos y moros, en donde se hablaba catalán, castellano, árabe, sefardí y todas sus variantes. Hoy hay quién aplaude a Rosa Zaragoza, a María del Mar Bonet y a Jordi Savall cuando reivindica las músicas sefardíes y los sonidos andalusíes, pero no se si esos mismos son conscientes de lo que está pasando en Cataluña, en sus escuelas. Sueño con añoraza en aquella España de la convivencia, en aquélla España que hoy se intenta liquidar -otra vez- des de los esencialismos más abruptos, como si la Cataluña "auténtica" fuese un fenómeno que sucede en el valle del Fluvià y, a veces, en el del Onyar, ese río que se está secando.
En el aula también hemos hablado del idioma guaraní, porqué hay una niña que tiene el guaraní por lengua materna. Y del chileno y del peruano y del ecuatoriano. Y del castellano, porqué hay un buen número de niños y niñas cuya lengua materna es la castellana. (Dato marginal: ningún alumno del aula es catalanohablante). Hemos hablado de la Feria de Abril y del flamenco, y de "Despacito" y de la serie "Soy Luna". Los niños y las niñas de la clase llegan muy contentos a la escuela y su alegría matutina es el mejor dato que tengo, lo mejor que me llevo, lo único que de verdad me importa -salvo comprobar que han aprendido a leer y a escribir.
La satisfacción del trabajador público que soy es esa: sentir que se está en paz con el dinero que el estado ha puesto en mi nómina de servidor público, que significa trabajar con todos y para todos, para la felicidad del mayor número de ciudadanos.
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"La prima vez", canción en lengua ladina encontrada gracias a Wim Wenders y Pina Bausch. Y luego alguien se pregunta si son más cultos en Alemania o en Cataluña.