30 d’abr. 2019

El unionista agotado

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Ahora, cuando apenas nadie escribe cartas en papel, el señor de Waterloo se dedica a la filatelia y fabrica sellos para el servicio postal belga. Asegura haber diseñado un par de sellos tras un intenso trabajo, sostiene. Se oyen aplausos. En cuanto le de por dedicarse al macramé o al scrapbooking le aplaudirán otra vez. Eso es lo que tenemos: un payaso desquiciado y un montón de gente deseosa de aplaudir a la versión nostrada del Krusty de los Simpson.

Decía Ortega (más o menos decía): los problemas identitarios de España no se pueden resolver, solo se pueden sobrellevar. Y en eso ando: intentando sobrellevarlo. El otro día, nueva conversación con compañeros de trabajo muy nacionalistas. Suelo intervenir poco, lo justo. Solo intervengo para recordarles algo que deberían saber pero no saben: que no todos pensamos igual, que España es plural.

Creo que ahí tenemos uno de los problemas. Mientras en España hay una mayoría clara que piensa eso, que España es plural y pluricultural y plurietcétera, en Cataluña tenemos una gran masa que solo conciben una Cataluña homogénea, unilingüe, unidireccional. Tenemos una Cataluña triste y rancia. Una Cataluña que, en el siglo XXI, desea ser como las tribus no contactadas del Amazonas.

A las pruebas me remito: cuando el señor Abascal invocó a Don Pelayo y el cuento de Covadonga, la mayor parte de España se partió de la risa, pues casi todo el mundo sabe, más o menos, en qué consistió el mito de Covadonga: apedrearon al cobrador de impuestos y se escondieron en una cueva (un poco más valientes que Puigdemont, pero no mucho más). Esa es la gran batalla de Covadonga. Sin embargo, nadie en Cataluña osa reírse de la cobardía (y la felonía) de Rafael de Casanova, y no digamos ya de la estupidez del mito fundacional de Wifredo el Velludo. Todo el mundo debería saber que el escudo de las cuatro barras rojas sobre fondo de oro significaba la infeudación a Roma, un truco muy usado por estos lares para no pagar impuestos: en aquellos tiempos, Roma, que está a más de mil quilómetros, ni podía pasarse a cobrar ni disponía de Guardia civil. Pero a ver quien es el guapo que, hoy, en Cataluña, se ríe de eso.

Ni reirte puedes, y eso es muy malo y afecta a la salud. Ríete de los sellos del loco de Waterloo y verás. Ríete de las Cruces de San Jorge y verás.

El nacionalismo es muy fatigoso y uno termina por sentir esa fatiga metida en los huesos, en la médula, en el centro del alma, que ya estaba fatigada por haber nacido aquí, en una tierra tan extraña y tan rancia. Hace muchos años descubrí la existencia de un libro titulado "Els nostres insectes". Éramos varios. Algunos aplaudieron la imbecilidad con patriótica satisfacción, otros se quedaron pasmados y alguno se rió. Yo me quedé atónito y, a continuación, sentí aquel peso existencial que ya no me abandonó jamás: una mezcla de aburrimiento y asco. El tedio.

¡Debes sobrellevarlo! me susurra Ortega des de las sombras. Yo asiento mientras oigo, de fondo, los aplausos de los patriotas, y entre los aplausos hay uno que pregunta, con el ansia del adicto enmedio del síndrome de abstinencia, donde se pueden comprar los sellos belgas de Puigdemont, el Amado Líder.

Es muy fatigoso, de veras. Deberíamos pedirle amparo a alguna instancia española o europea ante esta fatiga que podría convertirse en crónica (y ya saben ustedes que la medicina oficial no reconoce la fatiga crónica como enfermedad).


26 d’abr. 2019

Carta al señor Toni Soler, de Minoría Absolutista

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Señor Antoni Soler,

Le recuerdo a usted hace muchos años, cuando todavía veía algunos programas de Tv3. Usted ejerció de gracioso oficial de la cadena, y debo reconocerle que, a veces, era usted un tipo bastante ocurrente, que gastaba bromas de quizás no muy alto nivel pero adecuadas, y más o menos "equidistantes", vamos a admitirlo. Recuerdo que una vez le pregunté a un amigo que creo que le conocía a usted, le pregunté (sin maldad alguna, solo con la curiosidad natural del que paga sus impuestos en Cataluña y desea saber en qué y en quien se gastan los dineritos públicos) sobre su filiación política. Insisto: era curiosidad, ni fiscalización ni ánimo inquisitorial. Me respondió: Soler es un tío próximo al Psuc (quizás me dijo: próximo a "Iniciativa"). Recuerdo que pensé: quizás sea cierto que la Tv3 es plural y admite a todos.

Ayer leí (en un enlace de una noticia en un medio libre) que usted comentó el debate de Tv1 diciendo que habían debatido cuatro españoles y ningún catalán. Obvió usted que Albert Rivera es catalán. Le reprocharon eso y entonces usted tuvo a bien puntualizar algo como que solo es catalán de veras el que piensa que su nación es Cataluña. Vamos: que los tuits (como antaño las pistolas) los carga el diablo. O el diablillo nacionalista, en su caso.

A mi no deja de sorprenderme que, alguien que quizás fue de izquierdas, exhiba hoy un nacionalismo tan rancio como el suyo. ¿Qué le ha pasado? ¿Cuándo se jodió Toni Soler?.

Voy a exponerle mi caso, sin ánimo de comparaciones. Yo nací en Cataluña y mis dos apellidos así lo expresan. Crecí en Cataluña. No solo mi lengua materna fue la catalana, si no que lo sigue siendo, ya que, tras cambiar de varias cuestiones a lo largo de los años, no cambié ni de lengua materna ni de madre. Y no solo eso: mi profesión es la docencia, y le dedico horas y esfuerzos que solo yo me se a la enseñanza de la lengua catalana. Día tras día, semana tras semana. Año tras año. Me levanto a las 7 de la mañana y asisto a formaciones que me pago del bolsillo. No me quejo de nada de eso: lo hago por convicción. Con la convicción que me da contribuir al aprendizaje de la lengua, con la convicción de saber que aprender bien una lengua es aprender a aprenderlo todo. Aprender a pensar. Jamás le reclamaré a ninguna institución que me aplauda, que me compense ni que me de medallas. Me pagan por hacer lo que hago, y lo hago lo mejor que puedo. Tengo claro que trabajo para todos, y que mi trabajo consiste en lograr calidad para todos. Sean de la nación que sean. A mi, las naciones me importan un pimiento.

Me considero un catalán accidental: solo la mitad de mis abuelos y abuelas nacieron en Cataluña, y jamás me planteé cual era mi nación. Prefiero no tenerla, sinceramente: me pregunto para qué sirve sentirse nacional, como no sea para sentirse nazional. Las naciones tienen eso: que solo tienen sentido cuando se enfrentan a otras, y eso me parece estúpido, peligroso y violento. De modo que no: no considero que mi nación sea Cataluña. ¿Español? Bueno, lo de España no es para echar cohetes, pero España nos ofrece una Constitución bastante buena, de las más abiertas, democráticas y tolerantes de Europa. Sinceramente: mejor español que catalán. Usted lo sabe, ya que usted está protegido por esa Constitución. ¿Sería mejor una España republicana que una España como la de hoy, de monarquía constitucional? Ni idea. Quizás si, o quizás no: ya sabe usted, también que, a día de hoy, la república no es condición indispensable para gozar de un buen estado: Suecia, Noruega, Holanda, Bélgica (la que acoge a su prófugo preferido), Inglaterra, etc, son democracias con monarquía. Del mismo modo que Kazajistán, Rusia, Egipto, Sudán del Sur o Ucrania son estrictamente repúblicas. Convendrá usted conmigo en que ese factor (la presencia de una monarquía constitucional y democrática) no determina la calidad democrática de un estado, ni determina que ese estado se preocupe activamente por el bienestar, la igualdad y la equidad de sus ciudadanos.

Debe saber usted que, en Cataluña, las cuotas universitarias son las más elevadas del estado, que las listas de espera en la sanidad pública están desbordadas, que la segregación escolar ha llegado a límites impensables, que no hay políticas contra la pobreza: todos esos asuntos son competencia del gobierno autonómico, ya lo sabe usted. Entenderá usted, conmigo, que eso contribuye a que no me sienta nacionalmente catalán: el gobierno autonómico no me ayuda en nada, no está de mi parte y no me hace sentir orgulloso de nada. No, no me siento de nación catalana. La identidad nacional, además, como todos los asuntos de la identidad, no se pueden evaluar según ese criterio suyo: el que no se siente catalán no es catalán y queda excluído.

Lo siento, señor Soler: a pesar de usted y de todo, sigo siendo catalán y no será usted quien me excluya de esa condición. Podría largarme a vivir a otra comunidad autónoma más amable y más tolerante que la suya, pero no lo voy a hacer. Usted y yo tenemos unos derechos que, amparados por la Constitución, nos permiten vivir en donde queramos. Y no solo eso: a usted, esa Constitución le protege en el ejercicio de su libertad de expresión, esa libertad de expresión que de tantos beneficios económicos le provee.

Y otra cosa: yo no le deseo a la Tv3 nada malo, si no todo lo contrario. A la Tv3 le deseo que vuelva a ser una Tv pública y de todos (no de una minoría absolutista), que la podamos ver todos los que pagamos impuestos (y también los que no, qué más da). Lo que no me gusta es que yo, que pago los impuestos, lleve más de 6 años sin ver ni un solo segundo ese canal porqué menosprecia, soslaya y se ríe de los que, como yo, aún sufragando ese canal con nuestros dineritos, estamos excluidos de él. Supongo que lo sabe usted: algún día las mayorías parlamentarias se pueden cambiar. Y, al igual que yo deseo poder seguir viviendo y trabajando en esta autonomía, también debe desearlo usted, porqué tiene derecho y la Constitución española le ampara.

Vamos, Antoni: debería usted admitir que tiene suerte de la Constitución de España, porqué, visto lo visto, el proyecto de constitucioneta catalaneta que dejaron sin terminar los suyos nos mandaba a unos cuantos como yo a la parte catalana de los Monegros, a un complejo para botiflers que debe estar en la mente de varios arquitectos con carnet de la ANC o del Òrgan Cultural. (Con el debido respeto genuflexo al 3%).

Puede que usted haga gracia cuando hace el gracioso para los suyos, pero cuando se mete en berenjenales identitarios (para complacer al poder que tan bien le paga) no muestra ni el más mínimo atisbo de inteligencia.

Que la Constitución española nos proteja a usted, a mi y a todos.

Atentamente.

22 d’abr. 2019

A propósito del Fairy y de Quim Monzó, el tótem resbaladizo

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El "gracejo" es un término castellano de difícil traducción. Su equivalente en catalán sería algo así como "la conyeta", un vocablo probablemente machista. Los indepes catalanes parecen ir sobrados de gracejo o de conyeta, y se jactan de los memes indepes que circulan por sus redes.
-Si lo quieres, te mando los memes indepes que recibo cada día -me suelta una colega del trabajo, muy indepe y muy dispuesta.
-Si me los mandas yo te mandaré los que recibo yo, y así estaremos en paz.
La pobre ni se imaginaba que existiesen los memes que se burlan de Junqueras y de Puigdemont, por no decir los que se burlan de Rull&Turull, que son infinitos y muy chistosos. Ella creía que solo existía el gracejo unidireccional, el gracejo de los suyos, el gracejo unilateral. Ella también exige diálogo cuando las cosas les van mal a los de su bando, y se olvida de que no hay diálogo posible con quien dice: o dialogas conmigo en mis término o te acuso de fascista.
Tu tiras de Fairy y yo de Mistol, que rima con español. Ah, y por cierto: ¿sabes que son los "fairy tales"?.

Unos días atrás, en la bella población dialogante, luminosa y abierta de Vic, se montaron un chiringuito en el que la gente podía tirarle dardos a la efigie de don Felipe, tipo que no es de mi círculo de amistades, y un montón se rieron de la ocurrencia antimonárquica: es frecuente en Cataluña que uno confunda a la efigie con la persona. Ningún catalán atentó contra Franco. Contra la efigie de Franco, muchos. Los que atentaron contra el dictador fascista nunca fueron catalanes, vaya usted a saber porqué será.

Quim Monzó (a lo mejor le recuerda alguien) es un escritor catalán que está más pasado que el arroz de un chiringuito de la Costa Brava para turistas bielorrusos. Escribe unas columnitas en La Vanguardia más prescindibles que las de la Cosa Rahola, que ya es decir. Y hoy ha escrito un Tuit en el que se lamenta de que, en un pueblo de Sevilla, los sevillanos de aquel pueblo hayan tenido a bien promover un gracejo a costa del Puigdemont, el vivales que se fugó antes de ser detenido y se está pegando la vida padre en Waterloo y todo por no tener que llevar los niños al cole y poderse desayunar cada día mejillones con papas fritas, un desayuno muy fairy.

Monzó ha escrito un tuit lacrimógeno en defensa del Vivales de Waterloo. Años atrás, Monzó se esforzaba por escribir algo nuevo en catalán. Lo ha logrado hoy, por fin, tras décadas de inanidad: llorar por un prófugo menos épico que el Dioni será su mayor éxito en las letras universales. Vamos bien. Esa es la Cataluña que pretende ser el centro de atención del mundo Tierra y de parte de la galaxia láctea. Ahí están los yogures de La Fageda, por la cosa galáctica láctea.

Hay quien echa Fairy sobre el asfalto para que se resbalen los polis y hay quien echa Fairy para resbalarse a si mismo, como Monzó con su tuit, que es el último refugio de su literatura decadente, tan decadente que se cae resbalando en un charco de Fairy nostrat. Y digo yo que ese hombre, que ya tiene una edad y debería andarse con cuidado, debería cuidarse mejor: los resbalones son muy malos, y si te jodes el tobillo igual te quedas cojito para toda la vida, como aquel personaje de "Amanece que no es poco".

A día de hoy, que yo sepa, ningún escritor catalán contemporáneo o joven reivindica a Monzó: la mayoría le odian. Le odian por envidia, posiblemente, y le odian en silencio, como a las hemorroides, ya que Monzó es el último escritor catalán escribiente en catalán que consiguió la hazaña imposible de vivir a costa de los derechos de autor en un "país"(?) de gentes que no leen ni compran libros. Nada se mantiene en pie en Cataluña. Quizás se pasaron con el Fairy y ya es toda la nación ficticia la que se resbala en su propio exceso de Fairy.

Pásense al Mistol, les diría yo: quizás hecha menos espuma, pero limpia la grasa opulenta que da gusto verlo. Feliz Sant Jordi, por cierto. Feliz Día del Libro.

19 d’abr. 2019

La invasión de los provincianos en Semana Santa

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Nos lo advirtieron: no es bueno mezclar elecciones con Semana Santa, ya que la última vez que eso pasó votaron a Barrabás. Me resulta difícil señalar al Barrabás más Barrabás de entre los candidatos de hoy en España pero, sin embargo, me es muy fácil señalar a los provincianos. Hay un aire de provincianismo flotando en el aire y, sobretodo, en las pantallas cuando aparecen los candidatos y las candidatas.

A Pablo Casado, el pobre Casado, le veo descentrado y con una sonrisa casi momificada en el rostro de chico ambicioso de provincias que ha llegado a la capital. No son sus meteduras de pata diarias lo que me fascina de él, si no esa necesidad de sonreir a la par que suelta frases ingeniosas, más pensadas para frase de Tuiter que para expresar algo parecido a un pensamiento. La sonrisa de Casado, ese rictus torcido que evoca el rigor mortis inasequible al embalsamador más experimentado del reino, me preocupa: es ahí en donde expresa el terror del chico de provincias que aspira a Mandamás, y cuenta de él que es un provinciano con presuntos estudios en Harvard que les comprará un perrito a sus hijos en caso de obtener la victoria: ¿y porqué no le promete una ovejita Norit?. Jolín... ¿no era mejor estadista Soraya que el petimetre palentino?

Albert Rivera, antaño figura a tener en cuenta, parece hoy otro discreto aspirante que, procedente de las turbulentas provincias del noreste, intenta hacerse un lugar entre los tribunos ocultando el origen provinciano bajo una capa gruesa y burda de frases imperiales con un deje titubeante de seguridad altiva, impostada y acrisolada en un laboratorio de científicos amateurs. Amateurs y de provincias.

Vi -por error- a la candidata Laura Borràs, que sigue simulando ser algo así como una intelectual de pueblo que se equivocó y se presentó por error a un examen sobre Herder, Hegel y Habermas cuando ella se había preparado, no muy a conciencia, para un concurso sobre castellers, Pep Ventura y Mercè Rodoreda. Borràs, que acaba de dejar la consejería de cultura con méritos -el mérito de no haber hecho absolutamente nada salvo cobrar a fin de mes y aplaudir las ocurrencias del Vicario de la Ratafía cuando este se desplazaba de la Feria del Cargol en Vilamerda de l'Arquebisbe hasta l'Aplec de l'All Morat en Sant Prepuci de les Cebes- solo ofrece mediocridad pueblerina y complementos amarillentos, amén de pobreza intelectual y pensamiento feroz pero regionalista: nada.

Muy próximo a Borràs y a su mentor el de la Ratafía anda el señorito Abascal, exhibiendo paisajes andaluces al lado de un torero que simula sufrir de mudez selectiva y que, en sus largos silencios, suena clamorosa la duda casi socrática: ¿Para qué hablar? ¿Para cagarla? El señorito Abascal, trasvestido de capataz agrícola cuya hombría sin igual le permite acercarse a los toros bravos hasta más allá de donde sugiere la prudencia, me recuerda el gesto de Laura Borràs cuando, consciente de su debilidad, osa responderle a la Marquesa y se expone a una cornada fatal.

¿Qué está pasando en España?

El provincianismo del señor Rufián no lo comento, ya que es innecesario: el pobre poeta pobre (versión berlanguiana de un Quijote-Sancho que canta canciones patriótico-trotskistas a 45 rpm en vez de a 33) se encuentra como pez pueblerino en el agua pueblerina exhibiendo su rudez indómita, esa ignorancia orgullosa de su rusticidad a prueba de Voltaire. Aunque Rufián sea, quizás, el provinciano más consciente de su condición, eso no me quita del desespero: ¿qué diablos le está pasando a España?

Al humilde redactor de este texto, como habrán visto, la corrección moral que le imponen a un cristiano tan cristianas fechas, le impide ser soez o desagradable, y se ha limitado a un apunte vago y superficial, al que le faltan algunas cuestiones. Le faltan algunas cuestiones y dos nombres a reseñar, uno de cuyos dos será el objeto de su voto el próximo domingo 28. Aunque ambos los dos no se libran de ciertos provincianismos, aceptarán ustedes que lo son pero algo menos. Aunque yo votaré al que lleva el pelo más corto. Por solidaridad con los que llevamos así el pelo y porqué me preocupa España y la quiero viva, y deseo que tengamos un presidente que es el único candidato que se parece un poco a alguien capaz de pensar en el estado.


12 d’abr. 2019

Cataluña poético-testosterónica

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Cuando le conocí, el poeta patriota cuyo nombre aparece en La Ilíada era muy joven. Delgado, casi escuálido, con unos grandes ojos negros que escrutan a los demás por debajo de unos mechones azabaches, relucientes de charol, por encima de una boca clausurada en un mohín ligero, imperceptible, una sonrisa leve a mitad de camino entre la sonrisa ingenua del niño y la maléfica del cínico provecto. El poeta muy joven observaba y se callaba. Era un poeta que acudía a recoger un premio. Yo, por aquel entonces, andaba medio metido en el teatro amateur y me habían premiado por una pieza teatral breve, y por eso nos sentaron en la misma mesa. En la misma mesa en la que también estaba un tipo muy parlanchín, rubio y egocéntrico, superlativo y gesticulador, que consiguió convertirse en el centro de atención de una larguísima comida sin perder jamás el buen ritmo de sus chistes y ocurrencias. Eso sucedió en Blanes hace ya más de... ¡diablos! más de 20 años.

Estábamos en un restaurante con vistas al mar. Una tormenta reciente había engullido gran parte de la playa y las paredes del local (unas cristaleras algo anticuadas, bellamente arruinadas por el salitre) temblaban a dos metros escasos de las olas. Si uno se asomaba al ventanal percibía una sensación de peligro impreciso, como en un sueño. El día era desapacible, gris, tristón.

Terminada la comilona, sobre las seis de la tarde, llegó la hora de los parlamentos. Los premios los entregaba un Consejero de Cultura alto y tontorrón, que pudiera haber hecho carrera en el baloncesto pero eligió la política, al pairo solariego de Pujol y familia. A los premiados nos dió un trofeo feo (el mío se me perdió poco más tarde en la papelera pública más próxima al restaurante) y nos introdujo un sobre en el bolsillo con 250.000 pesetas libres de impuestos y en billetes pequeños. Los billetes los retuve y lo ingresé el lunes siguiente en una sucursal de Banca Catalana (1) dirigida por una concejal de Esquerra Republicana de Cataluña. Al efebo de la sonrisa callada también le dieron un trofeo y un sobre con billetes. El tipo parlanchín de la mesa montó en cólera pocos segundos más tarde de lo de los sobres y lió un barullo efímero: se sentía engañado, ya que (por teléfono) le hicieron creer que estaba premiado cuando, en realidad, no lo estaba. El descubrimiento de la verdad le hinchó las venas del rostro y desapareció enseguida, no sin antes compensar su disgusto arrasando con el alcohol disponible en las mesas, que no era nada desdeñable.

El chico cuyo nombre aparece en La Ilíada ganó el premio de poesía en aquella ocasión. Creo que ya lo dije: era un poeta. Yo abandoné la escritura teatral poco más tarde del evento, que sucedió en la villa de Blanes. No se si ya había dicho que sucedió en Blanes, que es uno de los escenarios de la mejor novela de Juan Marsé, y la villa en donde vivió Roberto Bolaño hasta el fin de sus días.

Al poeta cuyo nombre aparece en La Ilíada le perdí la pista durante muchos años, ya que siempre he sido un miserable lector de poesía y la catalana en catalán, en concreto, siempre me ha importado un bledo.

Años más tarde reencontré en la prensa al joven poeta premiado en Blanes. Le encontré en la prensa nacionalista. Se había convertido en un joven profesor de derecho (el tipo está provisto de un cerebro envidiable). Se había metido en política y aparecía en una lista del soberanismo catalán pre-procesista, al lado de otro jurista y de uno que fue presidente de un club de fútbol. La élite oscura. Así que, unos años más tarde, el efebo mantenía su aspecto de ídem pero había conquistado la locuacidad, aunque era la locuacidad propia de los tímidos: el antiguo petimetre poeta era, ahora, un tipo agresivo y mordaz pero solo en el terreno virtual. Profesaba un nacionalismo aguerrido, beligerante, más de Aquiles que de Ulises.

Hace pocos días encontré de nuevo al que fuera un poeta jovenzuelo y premiado. Le hallé otra vez en las redes. El que fué un joven poeta algo bucólico, con toques místicos y sintaxis filosófica, escribe hoy sobre la urgencia de la patria catalana, sobre el mejor camino a seguir para que sea un estado independiente. Lamenta la debilidad de sus defensores, les exige más testosterona. Con una juventud provista de más testosterona las cosas nos irían mejor, escribe. Exige héroes o mártires.

Aquel poeta tímido y retraído que observaba y se callaba sugiere la concurrencia de cadáveres para avanzar en el plan secesionista. No se ofrece como voluntario para morir por la patria cual vulgar legionario de clase baja: los muertos deben ponerlos otros, ya que él -presumo- prefiere seguir vivo para así optar a algún cargo en la nueva república a orillas de aquel Mediterráneo que salpicaba las cristaleras del restaurante decadente de Blanes en donde le conocí, en1996.

Cada vez que le recuerdo (y mi recuerdo ya es muy vago, muy deformado) me sonrío ante el nombre heroico de que dispone quien exige heroicidad hasta la muerte de los otros para lograr un país tenebroso y lúgubre. En esas ocasiones, que no son muchas, me reprocho no haber leído sus poemas entonces. El poeta patriótico me lleva a pensar en Carlos Wieder, el poeta nazi de la deslumbrante novela de Roberto Bolaño "Estrella distante". Cuando se me ocurre el nombre de Wieder asociado al de Héctor me alegro de haber conocido al poeta que años más tarde pediría muerte y martirio en nombre de la patria. Eso es un regalo del destino: con una mente avispada y una pluma ágil, uno podría empezar con él una buena novela sobre la Cataluña de estos tristes años.

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(1). Por aquellos tiempos disponía de una cuenta corriente en Banca Catalana, no por gusto ni por ganas, si no porqué el empresario para quien trabajaba me exigía eso para poder cobrar a fin de mes. En cuanto me liberé de su empresa, cancelé aquella cuenta. Poco después, Banca Catalana desapareció.

10 d’abr. 2019

Mala uva en la tierra negra catalana




Me mandan un captura de pantalla sacada de Instagram. No dispongo de cuenta en esa red, pero me he reído un buen rato con el pantallazo. Alguien relata un suceso acontecido durante uno de esos festivales rústico-tractoriles de la cosa llamada "novela negra catalana" y que son más sonrojantes que prescindibles. Lo digo yo, que asistí a algunos y se lo que me digo: folklore infantiloide, onanismo nacionalista y ese raro supremacismo acomplejado (¡Qué gustito nos daría Lacan si pudiera asistir a uno de esos festivales, para relatarlos luego!). Intentos fallidos de transformar la ignorancia en cultureta.

La señora que cuenta el suceso expone su rostro como imagen del "tuit": debe haber pensado que la imagen del enfado vale más que mil palabras cabreadas. Es un rostro que pretende transmitir la emoción del enfado y que muestra, también, arrogancia, una soberbia más propia de la "commedia dell'arte".

Lo que cuenta la señora en el tuit es que alguien del público la puso de mala leche. La puso de mala uva porqué dijo que no le gustan las novelas (negras) escritas en catalán ni traducidas al catalán. Si es cierto lo que cuenta, me imagino su perplejidad indignada: ella pensaba que se encontraba ante un auditorio servil y sumiso, un auditorio formado por "els nostres". Y, mira tu por donde, había un discrepante. ¿Como es posible discrepar en un foro afín al régimen de la Cataluña torrezna y defensora de los "prisispilítics"? Pues vaya: allí estaba un discrepante que no solo osaba discrepar, si no que también osó hablar en público. Los indepes no están habituados a eso. No están dispuestos a aceptar la realidad, y cuando la realidad les habla se ponen muy malos. [Nota: ¿por qué piden diálogo quienes no lo quieren?] ¿Que es eso tan grave que dijo alguien del público? ¿Dijo "la república no existe, idiota"?.

Lo que dice la persona discrepante podría ser debatible en parte, pero en general lleva mucha razón y yo estoy con ella: la novela negra catalana es débil y poco atractiva. Eso no es una opinión: es una evidencia. Se venden pocos libros, lo se y me duele, pero de novela negra catalana lo normal sería que no se vendiese ni uno. La señora ofendida, por ejemplo, escribió dos novelitas y la verdad es esa: son dos pseudonovelitas soslayables. Y yo diría que ella lo sabe, que es lo más gracioso. Diría que lo sabe pero se escuda tras la "cosa nostrada". Creo, humildemente, que ella no hace novelas débiles para hacer literatura débil: hace novelas débiles para hacer país. Con lo cual tenemos eso, lo que nos merecemos: un país de mierda.

El tono de la respuesta de la señora contiene una superioridad con ribetes supremacistas que, supongo yo, justifica con su habitual "yo soy profesora de la universidad y tu no". Y es por eso que usa el adverbio "naturalmente" dos veces y en mayúscula, algo más propio del chonismo que de la alta intelectualidad, creo. No solo eso: la señora concluye que quien discrepa es un ignorante y no sabe leer. Algo parecido dijo hace poco Laura Borràs en un debate y así todos pudimos ver que la exconsejera Borràs no es la gran intelectual que nos prometieron.

Y por cierto: Cataluña siempre ha sido bilingüe, se ponga como se ponga. No existe "la lengua propia" de Cataluña, o tan propia es la catalana como la castellana, como lo prefiera. Los argumentos que pretenden argumentarse por "lo natural" no funcionan. Si usted quiere defender que la Tierra es plana, deberá argumentarlo: no vale decir "Naturalmente la Tierra es plana". Como tampoco vale afirmar que "Naturalmente Cataluña es una nación". En el orden natural, ni la Tierra es plana ni Cataluña nación. Quien defienda otra cosa deberá argumentarla con evidencias científicas, pero no con ocurrencias románticas.

Me gustaría pedirle a la señora ofendida que se calme, que se asome a la realidad, que medite, que deje de escribir durante un tiempo si eso es lo que requiere. Quizás los discrepantes le cuentan algo que debería tener en cuenta. Insisto en eso. Quizás deberíamos pensar más antes de ofendernos tan veloces. Olvídese usted por un solo instante de que es profesora universitaria (¿qué criterios usa la universidad catalana, por Dios?), y deje a un lado ese complejo de superioridad tan infundado que exhibe, ese supremacismo ridículo, esa prepotencia que pretende ocultar algo, ese ansia de notoriedad que raya lo patológico. A usted, señora, nadie osa decirle eso porqué la temen o la adulan o la soslayan o la consienten: el emperador anda desnudo. La realidad es esa: el emperador anda desnudo.

Sigan ustedes por ese camino, si lo prefieren, porqué se van a pegar un morrazo monumental. Y yo me alegraré, porqué estoy harto de tanto abuso, de tanto desprecio, de tanto supremacismo y de tanta mentira desvergonzada.

8 d’abr. 2019

La Internacional Procesista, SA.

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La ocurrencia de internacionalizar un conflicto es muy vieja. La historia anda repleta de internacionalizadores de conflictos: romanos, cartagineses, mogoles, griegos y troyanos. Y antes que ellos, sumerios, babilonios, etc. Antes de existir las naciones, ya habían quienes pretendían llevar los conflictos prenacionales hasta la esfera preinternacional. Los neandertales (los que abortaban después del parto) procedieron a algún tipo de internacionalización de un conflicto oscuro, del que sabemos muy poco. Eso sucedió en cuanto les atacamos nosotros, los cromañones, quienes les invadimos y les quitamos su lengua y su cultura. Les neandertales no se fueron ni a Estrasburgo ni a La Haya ni a Bruselas ni a Massachussets, pero intentaron contar su conflicto: la prueba está en que, a día hoy, lo conocemos. A los neandertales les juzgaron a todos.

Éric Vuillard, en su grandioso "El orden del día", cuenta otro conflicto internacionalizado: el que promovió el gobierno nazi alemán. Empezaron por una anexión incruenta (?), la de Austria, y luego la de los Sudetes, y luego la de Eslovaquia (los indepes eslovacos les apoyaron con gusto, solo por joder a los checos), y luego Polonia y etc. Al final, los nazis internacionalizaron de veras el conflicto, un conflicto nacionalista que se resolvió por el módico precio de más de 20 millones de muertos. El nacionalismo tiende a internacionalizar y luego, a matar. Y, al final, a morir. Entre el nacionalismo y la muerte no hay distancias ni vergüenzas.

A Alfred Bosch (consejero de "Exteriores" de una autonomía española en decadencia libre), un novelista inane y prescindible, le estamos pagando a escote para que internacionalice el conflicto que se han inventado los suyos. Su labor es más bien risible, y el resultado de sus carísimas acciones un fracaso evidente. Es por eso que yo, humildemente, le sugiero una estrategia.

Señor Alfred Bosch:
Busque usted amigos en Valencia que le monten un altercado de talante pancatalanista (ya sabe, el rollito de los "països catalanets") cuya finalidad sea provocar la represión policial. En cuanto esta represión se produzca, pídales a los represaliados que pidan ayuda a Cataluña, y entonces mándeles usted un par de divisiones de Panzermossos (esa nueva división que está creando el señor de Waterloo a través del mayordomo Quimet). Anexiónese usted la Comunidad Valenciana, sin miedo y sin rubor, y exhiba (por Tv3, of course) imágenes de valencianos felices agitando banderitas catalanas ante el desfile de la división Panzermossos que penetran en territorio levantino. No se olvide, querido ministro de la internacionalización, de haberle encargado previamente a Jordi Bilbeny un amplio informe sobre la voluntad pancatalana de Valencia, con especial énfasis en el deseo milenario de los súbditos valencianos por pasar a ser súbditos de la corona catalana. (Nota: si le resulta difícil dar con el señor Bilbeny en Cataluña, pruebe en el sanatorio de Mondragón que, por estar en territorio vasco, simpatiza con el asunto que nos ocupa).

Señor Alfred, ministro de la cosa internacional: ante su incapacidad tantas veces manifiesta por pergeñar una novela (de cuya incapacidad infiero su dificultad para organizar ninguna estrategia internacionalizadora de su delirio), hágame caso y proceda según le he sugerido. Lo que le he sugerido es novelesco, pero usted lo comprenderá.

Y no, no me de nada a cambio, ministro Alfred. No le pido nada. Lo hago por compasión hacia usted. Pero... ¡ah!, bueno, si: una cosa si le pido, y casi se me olvida: que me facilite los trámites para obtener el pasaporte y poder emigrar a España sin problemas ni inconvenientes ni molestias. Y que me facilite, a poder ser, el estatuto de exiliado político ya que yo, a diferencia del señorito de Waterloo, no dispongo de cargos ni de privilegios ni de hacienda ni de propiedades, por lo cual mi exilio sería indoloro para la patria que usted defiende. Que el Dios Francesc Macià y su hijo  Guifredo el Peludo le guarden muchos años, amén, hermanos iros en paz.

5 d’abr. 2019

La lengua del debate

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Asistí a un debate sobre migración e identidad del migrante en mi pequeña ciudad. Fue un viernes por la tarde, de una tarde lluviosa de abril. Llevábamos siete semanas sin oler la lluvia, y quizás el regreso del fenómeno hizo que los asistentes fuésemos poquitos. Algunos autóctonos y, los demás, inmigrantes: de Senegal, Marruecos y la República Dominicana. En la mesa de los ponentes estaba un autóctono, aunque hijo de emigrantes andaluces.

La presentadora del acto, marroquí de origen, presentó a los invitados en lengua castellana, y en ese idioma se desarrolló todo el evento. A pocos metros de mi asiento estaba el de una señora muy bien vestida, traje chaqueta y demás, y lacito amarillo en la solapa, todo ello reivindicativo de la identidad de clase alta local (tan alta como rancia). El único lacito de la sala, a Dios gracias (y a Alá también). La señora del traje chaqueta con lazo gualdo es la directora de una de esas instituciones públicas que velan por el conocimiento y la difusión de la lengua catalana, institución que emana de aquella "Ley de Normalización Lingüística" que parió el sátrapa de la Avenida General Mitre. El semblante de la señora, que amaneció deslumbrante en su llegada, ensombreció paulatinamente, a medida que contemplaba el fracaso de su labor de apariencia evangélica pero de corazón totalitario e inquisitorial.

Uno de los debatientes hizo una mención, más bien de soslayo, acerca de la cuestión de que al inmigrante se le acepta más o menos en función del uso que haga de una determinada lengua. Una determinada lengua que no hace falta nombrar, una de las dos lenguas oficiales en Cataluña, y de las dos oficiales la que pretende ser hegemónica, y en cuyo intento de hegemonía se invierten grandes cantidades de dineros públicos, salidos de los impuestos que pagamos todos y no solo los usuarios de la lengua que quiere ser hegemónica y única y vehicular en las escuelas.

La mirada del inmigrante sobre la sociedad que le acoge (si acaso eso sucede, y eso no está nada claro) es muy interesante y conviene conocerla: no vaya a ser que el asunto de la "integración" siga viéndose como un esfuerzo que debe hacer el que llega, sin que el autóctono deba moverse ni un milímetro de sus posición. "¡Que se integren!" se oye a menudo y todos lo sabemos.

El representante de la comunidad senegalesa lo contó muy bien y con pocas palabras: la integración apela a las dos comunidades y no puede recaer en una sola. Si recae en una sola (la del inmigrante) eso se llama, más bien, asimilación.

Me acordé entonces de una vieja anécdota, referida a un pariente político y lejano, que al final de los años 40 emigró a la Argentina porqué no veía nada claro su futuro en la Cataluña de entonces, la España de la postguerra. Como el pariente hizo una buena carrera profesional en América y adquirió una cierta fama dentro de su campo, a su regreso, ya muy mayor (volvió para morir en Barcelona), dió algunas conferencias, que fueron charlas más bien íntimas. En esas charlas siempre repitió lo mismo: "Des de que puse los pies en Argentina, solo tenía un objetivo en mi mente: no perder mi identidad catalana. Viví en catalán, comí en catalán, pensé en catalán. No, no me dejé aculturizar ni me integré". El público aplaudía, satisfecho y con brío patriótico.

Ese mismo público (a muchos les conocía, cuanto menos de referencias) es el que grita "¡Que se integren!" ante los inmigrantes marroquíes, senegaleses y dominicanos, el mísmo público que antes de eso gritó "¡Que se integren!" ante los andaluces, murcianos y gallegos. "Parece mentira, protestaban, lleva treinta años en Cataluña y vive como un andaluz: ¡siempre con sus sevillanas y jamás una sola sardana!".

2 d’abr. 2019

El nacionalismo catalán mató a la cultura catalana

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"Ésta es mi última transmisión desde el planeta de los monstruos. No me sumergiré nunca más en el mar de mierda de la literatura. En adelante escribiré mis poemas con humildad y trabajaré para no morirme de hambre y no intentaré publicar".

Así empieza el noveno capítulo, el penúltimo de Estrella distante, novela breve de Roberto Bolaño escrita en 1997. Ese es el primer párrafo. A continuación, el narrador prosigue con la narración en el punto en donde la había suspendido al fin del capítulo anterior. El párrafo aparece como un fogonazo y a la vez es un excurso, un destello que sorprende al lector y que ese, posiblemente, releerá con sorpresa, con algo de fascinación o incluso de fastidio. A estas alturas, el relato ya es tan trepidante que semejante salida de tono desconcierta al más pintado. Sin embargo, la brevedad del párrafo (tres líneas tan solo) no perjudican al ritmo ni desazonan al lector, que ya está entregado al narrador. He leído a muy pocos autores tan conscientes como Bolaño de la importancia del narrador, pocos autores que hayan visto con tanta lucidez que el narrador siempre es el protagonista de la novela. Entre esos solo están los de de veras: Dostoievsky o Faulkner, por ejemplo. Hay más, pero no muchos más. Creo que algunos autores de novela, acongojados ante el descubrimiento de que el protagonista es el narrador, optaron por abandonar la novela y se pasaron al ensayo literario o a la autoficción: no supieron, no pudieron. Hay un capítulo aparte en este asunto, un verso libre y audaz que se llama Mircea Cartarescu (pongan esos acentos raros de la lengua rumana en donde convenga).

La crítica literaria catalana (¿existe eso?) habla a menudo de la autoficción, y lo hace como si eso fuese un advenimiento, algo nuevo o algo catalán, olvidándose de que en 1300, un tal Dante Alighieri creó la más importante y la más bella pieza de autoficción jamás escrita. Y el Dante, mal que les pese, no era catalán ni parece que les tenga en mucha estima (Paraíso, VIII, 77).

Algo así le decía a un amigo, hace poco, mientras le contaba que la cultura ha desaparecido de Cataluña tras los últimos envites del nacionalismo populista catalanista, que ha arrasado con los residuos ruinosos de una cultura que quizás no existió jamás, aunque a veces se esforzó, meritoriamente, por simular que existía. Empecé hablando de Bolaño y me fui hacia el asunto catalán, que es un asunto feo, aburrido y tedioso y que, por consiguiente, vamos a obviar. Una cultura no es una lengua: a veces la lengua puede ser un enemigo de la cultura que pretende representar. Hace muchos años, alguien que firmaba como Matías Múgica publicó un libelo apabullante: "Debile principium. Sobre la cultura en euskera" (hoy perdido y descatalogado, del cual tengo una triste fotocopia sin referencias) en donde contaba como el nacionalismo vasco aniquiló la cultura vasca en euskera, ya residual por méritos propios. Algunos se atreven (¡por fin!) a hablar hoy de la valencianizaciónde la cultura catalana: una cultura falsa, que solo existe en tanto que escaparate de ofertas, sin interés alguno, sin enjundia, sin chicha, sin nada que aportar.

Mi amigo y yo nos terminamos las cervezas y salimos a la calle.

—Tú siempre me hablas de Bolaño pero… ¿qué sucedería si ahora preguntamos quién conoce la obra de Roberto Bolaño entre las personas que pasan por aquí?

—Lo mismo que si les preguntamos por la obra de Faulkner —creo que acerté a responder—. Lo mismo que si les preguntamos por la obra de Bel Olid o de Jennifer Díaz, o por la gestión cultural de Laura Borràs: nada. La mayoría tampoco sabrán mucho de la obra de Rosalía Vila Tobella, aunque Vila Tobella es mil veces, o cien mil veces más importante de las tres anteriores juntas.

Y así nos perdimos por las calles. Creo que también hablamos algo de Georges Perec, de los Conquistadores de Vuillard y de La isla de los conejos, de Elvira Navarro. En algún instante del paseo hacia la parada del autobús me vinieron ganas de emular a Bolaño y proclamar: Ésta es mi última transmisión desde el planeta de los monstruos. No me sumergiré nunca más en el mar de mierda de la literatura catalana. En adelante escribiré mis textos con humildad y trabajaré para no morirme de hambre y no intentaré publicar en catalán.