Algunas diapositivas con la ayuda de Ludvig Van
1. Amarillo fatigado
Sin saber muy bien cómo empecé a hacerlo, dediqué horas y gasolina a visitar pueblos abandonados. (El argumento del desconocimiento y la impremeditación lo comparto con los toxicómanos, ya me doy cuenta). La excusa era tomar fotos, pero siempre sospeché que esta es la excusa tramposa que le soltaba a mi yo dócil, puerilmente inclinado al engaño.
Algunos de estos pueblos están en ruinas tan lamentables que a uno le lleva trabajo imaginarlos de pie. Pero otros son espeluznantes. Recién estrenados de cadáver, casi intactos. Siento un placer nostálgico y suave en esas visitas. El asunto debe estar más en
placer y menos en
nostalgia.
[Me cuento que tiempo atrás empecé a visitar cementerios cuando pasaba cerca de alguno que tuviera la puerta franca. Siempre me había gustado esa cosa amable y lánguida que ondula a tu alrededor cuando vas por los caminitos húmedos y fértiles entre sepulcros. Podría llamarles sarcófagos, pero la palabra
sarcófago viene del griego (
σαρκος - φαγος), devorador de carne. Los cristianos primigenios aborrecieron esa palabra. También yo la abandono, porqué ahí el cuerpo duerme acunado en la nada, y en la nada nadie devora a nadie].
En los pueblos abandonados de pocas décadas las casas permanecen enhiestas, y provistas de los enseres de la vida pequeña que los habitó. Latas de comida, papel higiénico, condones, zapatillas de fieltro, almohadas, envases de medicamentos, un tablero de parchís. Me sobrecogió especialmente encontrar los utensilios necesarios para afeitarse cuidadosamente dispuestos en el baño tal como si un hombre evaporado en el olvido se hubiera afeitado para entrar en la nada pulcramente aseado. Las paredes contienen ecos remotos, risas y jadeos, gruñidos y sollozos. Y ninguna palabra -para disgusto de los grabadores de psicofonías-. Sin embargo hay un murmullo de escobas barriendo el suelo ahora polvoriento donde dejo un rastro de huellas erráticas.
El silencio de las calles se metía en los huesos y helaba el aire en mi cara. Mis orejas se congelaban Es como andar entre sombras de vidas abandonadas para mayor gloria del progreso. Jamás ninguna maldición brujeril cosechó tanta destrucción como el demonio del Progreso con su promesa de felicidad inscrita en la cantidad de monedas atesoradas.
Pero en esos lugares no hay miedo ni miseria, sólo la melancolía que Enrique Vila-Matas describe como una
tristeza leve en sus
Suicidios ejemplares.
Visita a Dorve con cámara de video (Pallars, Pirineo)
2. Azul añil
A partir de una frase de Oscar Wilde sobre la posibilidad de morir dos veces, me planteé cómo podría ser la segunda muerte y como sería la segunda vida. De ahí salió una idea válida tan sólo para escribir
una novela del género negro, en donde los tres personajes principales viven dos vidas con sus dos muertes correspondientes, cada uno a su manera.
Me planteé tres formas distintas de vivir una vida, abolirla y empezar de nuevo. Depende de como lo cuentes eso parece más bien del género fantástico, pero en realidad no hay nada maravilloso. Es más bien un paseo por la vida vista des de la orilla, contemplando el río que abandonamos, donde ya no transitamos. Me acordé de
un poema oscuro de Jacint Verdaguer, un hombré que vivió varias vidas y tuvo que morir varias veces.
Me quedé en el paro a final de junio. En España sobraban maestros y profesores, o bien mi profesión había caído finalmente en la lista de los lujos superfluos, o bien finalmente se exterminaba a esos tipos como yo, antaño fusilados y hoy sólo despedidos. Las expectativas de reanudar la vida laboral son escasas y los augurios, malos. ¿No estoy yo acaso en la situación de haber muerto y volver a empezar, de modo que me tocará vivir una segunda muerte? Creo que a veces, tiempo atrás, había sentido una mezcla de compasión y de miedo por las personas que, entre los cuarenta y los cincuenta se encuentran en esta situación. Debo darle la razón a Freud: aquéllo que nos da miedo ejerce una atracción inconsciente, es un deseo transfigurado que nos lleva suave y firme hacia una playa sombría. El marinero Marlow de
El corazón de las tinieblas diría que no es una playa si no un río oscuro, que se adentra en una selva gótica. Cuando Marlow consigue volver y abandonar el río -para regresar al mar temible- lo hace con una mezcla de miedo y de tristeza.
Mezcla de dolor y tristeza... no encuentro la palabra que exprese esa emoción, ese estado del alma: me pregunto porqué soy tan torpe en dar con el nombre. En esta incapacidad se encuentra el abismo que se abre entre mi y el verbo creador, la horrible y triste distancia que me separa del universo y de los dioses.
Creo que debería releer la
Anatomía de la melancolía de Robert Burton, muerto en 1640, y que debió de inspirar al romanticismo inglés. Como Verdaguer, Burton también fué un clérigo oscuro y raro.
3. Rosa carne pálido
Aunque te olvides del cuerpo y lo pienses como un escaparate o la web de un pequeño negocio, el cuerpo es lo único verdadero de ti, lo que transita la vida sin adjetivos, nuestra única verdad. Será por eso que los gitanos con quiénes traté tiempo atrás muestran sus heridas y cicatrices con un orgullo casi obsceno para las mentes de sus
educadores sociales, entre quiénes trabajaba yo. Esas señales del dolor tienen que ver con la vida, y por eso los gitanos gordos muestran sus enormes barrigas al sol, con orgullo arrogante. La modificación extrema del cuerpo y su exhibición es la mayor
fe de vida posible.
El pudor ofendido de mi compañera de trabajo Àngels ante semejantes muestras de dolor y de cuerpo debió de empujarme a abandonar aquél trabajo. Lo dejé con enormes dudas sobre la conveniencia de mi decisión y ahora lo revivo como en sueños. Y como en el sueño de una siesta veraniega -sudor, mosquitos, aliento enrarecido, debería ducharme- siento que igual yo quería ser
como un gitano y no
como un educador. En ese ambiguo deseo también anida la melancolía más sutil: la de desear ser lo que no fui. Lo que no pudo ser. Debería releer a Lacan. Y ponerme de una vez en serio con
Zizek. Como debería volver a mirar la cinta de Von Trier
Melancholia, porqué creo que habla de eso.
La
Melancholia de Von Trier es, en los términos del cine, una probable heredera de la
Solaris de Andrei Tarkovsky, que se inspira en una novela de Stanislaw Lem, que tambien escribió
La investigación (¡resulta que hay una
adaptación al cine hecha en Polonia, en 1973!) sólo dos años antes de
Solaris. En aquélla novela, los difuntos se rebelan contra la lógica humana y andan un trecho breve, lo justo para reivindicar ese cuerpo y joder a los investigadores que se nos presentan como una mezcla de científico (vigilante) y policía (castigador). Dicho esto a la manera de Foucault, claro. Aunque finalmente es un texto sobre el fracaso y la impotencia.
[Llevo un buen rato escribiendo ese ingenuo poema y me he levantado para mear. Al volver a sentarme ante las teclas observo que he escrito sobre libros, películas y recuerdos. Como si quisiera evadirme ante todo, como el preso resentido que entrevé la fuga, soñoliento, tumbado en su catre. De modo que decido dejar de escribir -por hoy].