30 de jul. 2021

El gracejo y la puta España

El mundo del gracejo televisado tiene las mismas dimensiones que la estupidez, lo digo parafraseando a Albert Einstein. Quizás sean infinitos.

Por lo visto y oído, en Tv3 medra un gracioso orgánico con programa fijo llamado Jair o algo así, en cuyo programa se repite, sin falta, la bonita expresión "Puta España". A algunos de los televidentes les parecerá gracioso, e incluso es probable que esperen el momento en el que el gracioso pronunciará su tan elaborado leimotiv. Cada uno ama lo que quiere amar, o lo que le dicen que debe amar. Un filósofo norteamericano se preguntaba, hace poco: ¿los seres humanos nos enamoraríamos si no nos hubiesen dicho que nos enamoraríamos?. Pues eso: ¿alguien se reiría si no le hubiesen dicho que esa vulgaridad estúpida es graciosa?

Si el amor es una construcción cultural... ¿lo será también el humor de Tv3?

Decir "Puta España" en un programa de una televisión pública española no parece algo muy gracioso. En primer lugar, porque es una televisión pública, es decir, sufragada con los impuestos de todo el mundo. Pero vamos a olvidar el asunto de los dineros, y vamos a fijarnos en lo otro.

Ese adjetivo antepuesto a España, el sustantivo convertido en adjetivo puta... ¿es algo graciosamente aceptable? Y no me lo pregunto por el hecho de adjuntarlo a España, si no a cualquier otro sustantivo. ¿Puta Europa? ¿Puta Francia? ¿Puta policía? ¿Puta democracia? ¿Puta justicia? ¿Puta judía? ¿Puta sanidad pública? ¿Puta Cataluña? [Pregunta al margen: ¿que dirían los tertulianos de Tv3 si un gracioso de Telemadrid dijera una sola vez Puta Cataluña?] 

¿En alguno de esos supuestos sería aceptable y gracioso el puta? ¿Existe algún caso en el que lo sea?

No parece que en tiempos de igualdad, lenguaje inclusivo y respetuoso se deba aplicar la palabra. Y menos en un canal de comunicación público, insisto en lo público, porque no es baladí que sea público. El tal Jair, el gracioso, quizás sea gracioso. Pero vive en otra época o sufre de algun problema cognitivo, al igual que quienes le mantienen en su puesto, con su sueldo y sus cosas.

No, señor Jair. Se puede ser bromista y gracioso sin recurrir al puta, y eso debería tenerlo claro. Eso es de un mal gusto estratosférico que no debería ni comentarse, ya que usted, que se las da de listo, debería saber que se puede ser gracioso de muchas maneras y sin recurrir a la vulgaridad, lo grosero y lo machista de la peor forma posible.

Me da igual lo que añada usted tras el puta: lo que me resulta impresentable en el siglo XXI es que recurra a esa palabra con el objetivo de hacer la gracia. Usted no es un gracioso, usted es un vulgar maleducado común y ofrece usted una pésima influencia sobre quienes le ven.

Creo que puedo hablar en nombre de muchos docentes, que combatimos cada día ese lenguaje en las aulas por un tercio del sueldo que cobra usted a cambio de sus minutos de tristísima gloria.

El señor Jair, gracioso y televisado, tiene un problema que debe resolver. Pero también lo tiene quien dirige su programa y, en última instancia, el director de la Tv3, de cuyo nombre no me acuerdo.

28 de jul. 2021

El castillo de Waterloo, contra la democracia

El inquilino de un chalé majestuoso (aunque algo siniestro y bunkerizado) en la Rue de l'Avocat de Waterloo afirma que la democracia no se puede resolver en los despachos. Dice: los despachos de Madrid están muy lejos de Cataluña. ¿Quizás sugiere que se puede resolver des de su chalé en Bélgica? ¿En las calles, a pedradas? 

El inquilino del chalé de Waterloo larga un monólogo contra la democracia real (y contra Pere Aragonès, más que nada) pero a favor de una democracia rara, la suya, que es un versión incomprensible de la misma cosa: he ahí otro signo de nuestros tiempos. La misma palabra puede designar dos conceptos distintos, cuando no opuestos. Sucede lo mismo con la libertad de Ayuso, para quien libertad significa tomarse una caña donde y cuando le apetezca a uno. Bueno, no está mal, pero reducir la libertad a las cañas es triste y mezquino, del mismo modo que es triste y mezquino reducir la democracia a unas urnas del Bazar y a un esperpéntico Consell per la República que solo es un club de socios.

La democracia es el parlamentarismo, la Constitución, las instituciones del estado con todo su complejo ensamblaje de garantías, leyes y reglamentos estrictamente validadas por la UE. Antes aludían a la Ilustración para distinguirse del oscurantismo. Y el oscurantismo, junto al pensamiento mágico, parece ser lo que abunda en el chalé de Waterloo, caserón que va tomando el aspecto de guarida tétrica al tiempo que su inquilino (aunque no sabría decir cuántos moran allí dentro) se retuerce, ávido de algo, por mantener algún tipo de notoriedad, influencia o simple presencia. Hay algo de delirio y de vampirismo en ese chalé inicuo. (Nota mental: alguien debería escribir el relato de un nuevo Jonathan Harker que llama a la puerta del chale, enmedio de una noche de perros. Drácula también puede ser leído como la lucha entre la ilustración y la barbarie). Saben, dentro del búnker, que el tiempo les devorará más pronto que tarde: un invento como el Consell per la República no puede sustituir a un Parlamento democrático, ni tan solo actuar en paralelo. 

Se intuye que el citado Consell, que nació tuerto y con pocas luces, se ha reavivado por haber perdido Convergència (o como se llame su enésima secuela) el silloncito de la Plaza de Sant Jaume, es decir, que es una pataleta de quienes se sienten los dueños de la tierra y viven el recambio en el poder tal como lo expresó la señora Ferrusola muchos años atrás: es como si el masover (el guardés) nos hubiese ocupado la masia. Si este es un planteamiento democrático, que baje Montesquieu y lo vea.

En cualquier caso, el engendro del Consell, en donde para poder votar hay que pasar previamente por caja y depositar un mínimo de 10 euros, no parece un invento ni democrático ni pensado para aportarle nada bueno a la democracia: a mi me recuerda demasiado a ciertos inventos de hace un siglo que dieron pie, con el paso de unos años, a la peor etapa en Europa, la de los nacionalismos agresivos y, por consecuencia, a la muerte que asoma tras los nacionalismos esencialistas.

Es posible que las ocurrencias que surgen de Waterloo sean todas ellas una curiosa colección de inanidades, producidas por mentes con una imparable tendencia al frikismo. Y es pensable, por lo tanto, que quizás sería mejor no hablar más de todo eso, relegarlo al olvido. Pero uno, que es de talante más bien pesimista, desconfía siempre de la capacidad dañina de este tipo de personas, cuyo enorme tiempo de ocio lo aprovechan solo para maquinar oscuridades, artimañas malignas y astucias tenebrosas. Su objetivo no es jamás mejorar la calidad de la vida de los demás: su objetivo solo es escalar en las cotas del poder a costa del sufrimiento de la ciudadanía.

No está de más recordar que, hace poco, alguien cercano a la cosa de Waterloo rescató una frase de Marx según la cual (cito de memoria), las revoluciones violentas son la locomotora de la historia. El inquilino de Waterloo y sus amigos quisieran crear malestar y crispación constantes, ya que su estrategia solo es esa: cuánto peor para ellos, mejor para nosotros. El ellos somos los ciudadanos españoles; el nosotros, su pandilla. Puestos a comentar a Marx, les dejo el comentario que hizo Walter Benjamin: "Para Marx las revoluciones son la las locomotoras de la historia. pero tal vez las cosas sean diferentes. Tal vez las revoluciones sean la forma en que la humanidad, que viaja en tren, jala el freno de emergencia".

Al inquilino de Waterloo quizás se le haya olvidado que le olvidaremos. Que nada bueno ni interesante nos está proponiendo. Quizás se le haya olvidado que quienes vivimos en los países de la UE sabemos que vivimos en un rincón del mundo extrañamente apacible, de derechos y libertades, de valores democráticos construidos, precisamente, para paliar la barbarie nacionalista que no asoló y nos dejó millones de cadáveres, de muertes completamente inútiles. Debería recordar, el hombre encerrado en el chalé, que los españolitos deseamos vivir en paz entre nosotros, que para nada nos sirven las esencias medievales de sus ensoñaciones carlistas, que estamos hartos de banderas y de pendones.

25 de jul. 2021

EL POPULISMO YA HA ALCANZADO A LOS GATOS


Me levanto con una noticia sorprendente: en mi ciudad de provincias se acaban de pintar unos pasos peatonales para gatos. Se trata de unas huellas color amarillo, que simulan las de un gato pero a tamaño gigante.

Leo, atónito, que esos pasos se pintan en zonas próximas a las colonias urbanas de gatos y, aunque el redactado es del estilo confuso propio de la prensa local, uno comprende que quizás también estén destinados a los perritos.

Tras leer, dejo caer el dispositivo encima del sofá y levanto la mirada hacia el cielo, aunque lo que veo es el techo blanco marfil del piso. Fuera, tras la cristalera del balcón, cae una lenta ceniza blanca y bailarina que tiene algo de apocalíptico. Hay un incendio lejano, pero la ceniza desciende aquí. El mundo es global. Como el populismo, que se extiende a este paso, titubeante pero seguro. Ahora veremos una huellas monstruosas de gato pintadas en la calzada. Significará que debemos aminorar la velocidad, no vaya a ser que nos salgo un gato. Jamás mataría a un gato. Soy de los que, cuando les entra un mosquito en casa, procuran ahuyentarlo.

No creo que este sea un problema acuciante en mi ciudad, y creo que hay asociaciones y voluntarios que recogen a los gatos que viven en colonias en los solares y los parques urbanos. Les recogen y les acogen, les vacunan y les cuidan. Las colonias urbanas de gatos constituyen un problema de salud pública, como todo el mundo comprende. Sin embargo, no se extermina a los gatos: se les recoge y se les da un plan de vida mejor.

En la misma mañana, algo más tarde, leo que una Ministra ha publicado un tuit solidarizándose con un ratoncito que se coló en un parlamento regional español y fue hallado muerto. Algún ujier debió de darle un escobazo y eso da pena, por supuesto, pero a la vez recuerdo los problemas de higiene y salud que trajeron los ratones urbanos en la Europa de unos siglos atrás. El populismo ha saltado de una especie a otras y no tiene ideologías ni fronteras, ni conoce límites taxonómicos.

El populismo de nuestros días actúa así: si por pintar una huellas amarillas en el asfalto me hago con el voto de los animalistas, todo eso que tengo. Luego quizás no tengo ni idea de como se gestiona una ciudad, pero los votos animalistas ya los tengo.

Es probable que, en mi ciudad, con este alcalde de populismo sin freno, pronto aparezcan otras ocurrencias estampadas en las calles. Bueno, en realidad ya lo hizo: pintó con la bandera del arcoiris unos bancos públicos para ganarse el voto del colectivo LGTBI, por el que no ha hecho nada más que poner pintura y luego sacarse una foto ante los colores. Quizás esta sea la única ventaja del populista: que se autorretrata y tiene el cinismo de subir la foto. Y les recuerdo que el término cinismo, palabra de latina de origen griego, desciende del término griego que designaba perro, animal al que los helenos consideraban desvergonzado por practicar sus necesidades en público y sin pudor alguno.

Mi ciudad, cuyos habitantes de la especie humana sufren las terribles consecuencias de la pandemia con altos índices de paro, de precariedad, de desahucios, de pobreza, tendrá ahora pasos especiales para gatos y perros, supongo. Me temo que el señor alcalde se reunió, durante su exitosa campaña electoral, con los dueños de mascotas y animalistas en general: les prometió algo a cambio y ahí lo tenemos. Pasos zebra para gatos. Dice la prensa local que Terrassa es la primera ciudad europea en aplicar esa medida, de modo que quizás deberíamos estar orgullosos de la patria chica que nos ha tocado.

La medida, siento decirlo, es ridícula cuando no grotesca. Cada vez que alguien tiene una ocurrencia novedosa debería pararse a pensar ¿porqué nadie antes lo hizo? La respuesta puede ser: nadie lo hizo antes porque es una estupidez. Del mismo modo que nadie inventó la rueda cuadrada. Y quizás no hace falta decir que ya existe una señal de tráfico oficial y universal que advierte al conductor/a de la presencia de animales domésticos en la vía: la ocurrencia es completamente inservible. O quizás sirve solo a los intereses del señor alcalde, que son, invariablemente, sacarse un selfie ante su ocurrencia pictórica.

El populismo, como la estupidez y la expansión del universo, no conocen límites. Mi ciudad se empobrece y se ensombrece en los índices de paro y fealdad, pero tiene pasos zebra para los gatos asilvestrados que viven en solares, ruinas y basura. Un nuevo éxito del populismo inane del señor alcalde, Jordi Ballart.

20 de jul. 2021

El de al lado del Camuñas

El señor Camuñas, cuyo apellido recordaba vagamente de mi infancia, se soltó la melena el otro día y contó su propia versión de la guerra civil española. El señor Camuñas llegó a ministro décadas atrás, pero el antiguo cargo no le pesa a la hora de soltar barbaridades. Quizás, al contrario, el antiguo cargo le alienta y lo usa como aval o como ariete.

El señor Camuñas soltó una versión de la guerra civil apta para la barra de la taberna, lugar en el que deberían quedarse ese tipo de ideas (si es que eso son ideas). Quizás eso sea un signo de la política actual: lo que antes se quedaba en la taberna, hoy está en los púlpitos, en las tribunas públicas y, por consiguiente, en las pantallas de la TV. Aquí se debería hacer una mención a los periodistas, profesionales que quizás deberían distinguir entre cretinos y personas serias y, por lo menos, no darles minutos de gloria a los cretinos. Quienes estamos sentados ante la pantalla preferimos escuchar voces sensatas que nos ilustren y nos ayuden a pensar. Para lo demás nos basta con la taberna.

El asunto, sin embargo, no termina ahí. El señor Camuñas lanzó sus sandeces al lado de otros varios señores. Uno de los cuales aspira a presidente del Gobierno de España y se llama Casado, Pablo Casado. El aspirante Casado no movió ni una ceja, ni un solo mohín de pánico o de temor asistió a su rostro gélido ante las solemnes burradas del pobre Camuñas.

El señor Casado escuchó como el tal Camuñas acusaba a la República Española de haber provocado la guerra civil (como si Polonia se hubiese buscado la invasión alemana o como si Sharon Tate hubiese provocado el asalto de Charles Manson) y no parpadeó. Ni tan solo pilló el micrófono para introducir un matiz, por leve que fuera. Nada de eso. Se quedó ahí, inmutable, quien pretende ser jefe de Gobierno de España.

Claro que el mismo aspirante (con cara de eterno aspirante) soltó, no muchos días atrás, otra versión sorprendente de la misma guerra civil: según el aspirante, aquella fue una guerra entre partidarios de la democracia sin ley y partidarios de la ley sin democracia. esta frase es menos tabernaria que la anterior porque contiene un juego de palabras (facilón, todo sea dicho), pero tiene el mismo nivel conceptual.

Para no caer en las bajezas morales y conceptuales de Casado y de Camuñas (hacia abajo no hay límite) le responderé con lo que dijo de la guerra el escritor Manuel Chaves Nogales: en los dos bandos se cometieron crímenes atroces, pero uno de los dos era el bando de la democracia y de la Constitución. Se lo cuento en palabras de Chaves Nogales porqué el señor Casado se autoproclama constitucionalista, y yo pensaba que el constitucionalista es quien está de parte de la Constitución vigente.

Estoy casi seguro de que en el Partido Popular hay personas que deploran esa clase de zafiedades tabernarias, y muchos se habrán llevado las manos a la cabeza ante las estupideces de Camuñas y de Casado. Harían bien en manifestarse los sensatos y los demócratas del PP: somos muchos quienes esperamos un Partido Popular liberal y democrático, capaz de romper con las sospechas de franquismo enquistado que asoman por doquier. Incluso en el partido Popular Europeo, por lo que uno lee, hay una preocupación seria por la deriva de los Populares españoles. De seguir por ese camino, tras la senda irrelevante, histérica e histriónica de Vox, el señor Casado tiene varias décadas por delante como aspirante, con pocas posibilidades de llevarse el premio.

Por lo que respecta al asunto de la guerra civil, sus responsabilidades, causas y consecuencias, les aconsejo a ambos que lean un poco. Hay muchos historiadores serios, cabales, bien formados y bien documentados que les pueden ilustrar. Algunos de esos historiadores son españoles, pero también los hay ingleses y franceses, y todos traducidos al bello español. Y además estamos en verano, que es buena estación para leer.

Señores Casado y Camuñas: ilústrense un poco en historia.

Yo les veo y les leo desde Cataluña, en donde debemos soportar muchos discursos iliberales, antiilustrados y/o carlistas de boca de nuestros políticos nacionalistas. No le añadan más pesar a mi pesar. Los españolitos nos merecemos algo mejor: no hemos hecho nada para merecer esto. 


  

18 de jul. 2021

En las llamas de Juan Eduardo Cirlot


Al amigo Miguel Cartisano


Uno puede consumirse en el tedio, en la nada o en el horror. Pero también lo puede hacer en el conocimiento excesivo, como lo hizo Juan Eduardo. Cirlot me cuenta que todo quema. No solo queman los bosques en verano, cuando no ha habido ninguna gestión forestal como en el caso de Cataluña, por ejemplo. Quema la noche, quema el agua, quema la duda. Hay llamas en todas partes y no hay bomberos para sofocar esas llamas.

Uno puede perderse en el sueño, en el duermevela peligroso o en la infinitud de las pantallas, o en sus sucedáneos lisérgicos que se pueden adquirir en las farmacias o en determinadas esquinas de la ciudad. Las llamas nos esperan, nos acechan, nos desean. Desde muy antaño, algunos seres humanos se consumieron sometidos a los poderes de ciertas setas, de algunas flores, destilados de cactus o fermentaciones de frutos. Otros se perdieron en los vericuetos de algunos laberintos: el dinero, el sexo, el esoterismo.

La atracción del abismo. Yo sufro de daltonismo y de vértigo y por ese motivo comprendo a quienes deciden lanzarse al abismo: no hay mejor opción para vencer al vértigo que arrojarse al abismo y zanjarlo de una sola vez. El precio de la vida es demasiado alto y, a veces, uno desea levantar la barrera del peaje y soltarle al vigilante, con un orgullo en verdad ridículo un "no vull pagar". Hubo incluso un presidente de la generalitat que se hizo grabar un video diciéndole "no vull pagar" a un máquina cobradora de peajes, en la autopista de Gerona.

Por razones que yo solo me conozco (o desconozco, vamos a ser sinceros) descubro una similitud inexplicable entre Juan Eduardo Cirlot y Malcolm Lowry, el del Volcán. Leo que los lectores de Lowry formamos una hermandad secreta, tan secreta que nos nos conocemos entre nosotros, cual célula anarquista dinamitera. Los lectores de Cirlot somos iguales: no nos conocemos y así, si detienen a uno de nosotros, no podremos delatar a los demás. Una buena estrategia.

Estoy leyendo En la llama y descubro que jamás terminaré con este libro, que jamás lo voy a comprender. Este libro terminará conmigo, es capaz de aniquilarme y quedarse tan ancho. Me detengo un instante en Brownyn más no la aprehendo, se me escapa, me rehúye. Siento el fuego de ese mes de julio y de repente pienso que es absurdo que las huellas se queden en el camino polvoriento y no en los pies cansados. Me detengo en una huella en el polvo: hay círculos, estrellas, cuadrados. Un pentágono. Se me ocurre el nombre de Pitágoras. 

En la huella del camino hay indicios de la palabra Quechúa, que será una marca de la empresa Decathlon diría yo, algo que aúna a incas y a griegos antiguos en una unión que no puedo llegar a comprender por completo.

Leo que Brownyn es una Ofelia invertida que regresa de las aguas y ahora sí, ahora ya me pierdo, me ahogo en el agua flamígera de Cirlot. Veo en la TV que hay unos aviones lanzando agua para sofocar el incendio en el Cap de Creus, el agua contra el fuego, Ofelia se cae des del vientre de un avión amarillo como las puntas del fuego.

Nadie nos advirtió de que fuese tan difícil ser humano. No me lo dijeron en la familia, no me lo dijeron en la escuela. Pero lo es, y eso es lo que hay, lo que tengo. Quien no heredó patrimonio alguno heredó dificultad y misterio, como el pobre Galahad, pobre además de bastardo.

17 de jul. 2021

A dialogar hasta enterrarlos en el mar

Quienes creemos en las virtudes del diálogo y del pacto como una opción de la vida (y lo aplicamos a rajatabla en nuestra vida personal y profesional) no dejamos de sorprendernos ante determinadas visiones del diálogo que tienen algunos políticos. En especial, los políticos que insisten en el diálogo como quien insiste en un mantra. ¿Creen de veras en el diálogo o lo confunden -dramáticamente- con el monólogo?

A esos políticos de poco les sirve que incluso la antropología nos cuente que las sociedades antiguas que prosperaron fueron las que entablaron pactos y alianzas con sus vecinas, las que se fusionaron, las que cooperaron.

Graecia capta ferum victorem capit. ¿No es acaso eso una magnífica reivindicación antigua del diálogo y del intercambio?

Es fácil que un monologuista engañe a un dialoguista exigiéndole diálogo, solo como táctica para encontrar un púlpito en el que lanzar su tedioso monólogo. El dialoguista caerá en la trampa como caería yo, de bruces y por ingenuidad, pero también por principios: creer en el diálogo implica aceptarlo siempre, con quien sea y sin remilgos. Incluso con quienes sabemos que solo simulan creer en el diálogo.

El monologuista disfrazado de dialoguista lo tiene bien con su chantaje, e incluso se llevará el gato al agua con su relato, el tan cacareado relato. Su posición es exactamente esta: dialogar hasta enterrarlos en el mar.

Se debe reivindicar el diálogo. Ahí se equivocan Vox o el Partido Popular: diálogo siempre, ante todo. Incluso cuando hay que dialogar sobre la composición de los tribunales. La democracia es un pacto entre distintos: no es poner urnas. Es pacto entre diferentes. El señor Casado anda muy equivocado y quizás debe pensar un poco más y un poco mejor: a su partido no le va muy bien en Cataluña. Hay que dialogar y exigir actitud dialogante. Ahí andan igual de equivocados Casado y Aragonés, dos hombres con muchos más puntos en común de lo que ellos piensan. Y ahí está el asunto: se parecen demasiado.

Hay que creer en el diálogo. Pero se deben conocer las reglas del diálogo, y el señor Aragonès parece que las ignora, por ignorancia o por mala fe. El señor Aragonès ignora, por ejemplo, que antes de ir a dialogar a Madrid debe dialogar entre las distintas sensibilidades de Cataluña. Y le recuerdo, por si lo ha olvidado, que el partido más votado en Cataluña fue el PSC, cuyo representante es el señor Salvador Illa. Con el señor Illa es con quien debiera pactar el señor Aragonès.

Dialogue, señor Aragonès. Dialogue sin miedo con el señor Illa para empezar. Y recuerde que dialogar no es intercambiar monólogos.

 

13 de jul. 2021

Al final solo es carne

La Cataluña de Queralt Lahoz

Cuando yo era pequeño había un puente cerca de mi casa, un puente que cruzaba las líneas del tren. Bajo el puente, la chabolas. Era el Puente del Trabajo. Los jovencitos del barrio de al lado nos íbamos allí a contemplar la miseria de los otros, sin comprender que nosotros estábamos tan cerca. Nosotros no éramos como aquel Josep Maria de Sagarra que se bajaba al Chino a ver la pobreza des de su atalaya en los años 30. Nosotros éramos chavales pobres viendo el abismo bajo nuestros pies en los 80. Recuerdo a Emilio, a Andrés, aragoneses ambos, mis mejores amigos de aquellos años y los tres pobres. Nosotros teníamos una parte de ese abismo esperándonos en el pisito del Camp de l'Arpa.

Algunos de los que vivían en las chabolas en las orillas de las vías hoy son profesores, y algunos de ellos son muy catalanistas, otros habrán muerto, algunos a saber donde andarán. Cada uno elige su infierno, su cariño y su penitencia. Vivir tenía precio.

Por entonces, a los quince, no hubiese comprendido que hay más de una Cataluña. Aunque lo podía ver con mis ojos, por entonces no era capaz de comprender esas fronteras invisibles. Me parecía un error de perspectiva, un pequeño fallo en la máquina. Hoy algunos políticos niegan que existan dos Cataluñas, otros afirman que haylas infinitas y muchos nos cuentan que siempre hubo dos y que casi nunca se encontraron. Tras afirmar la desaparición de las clases sociales nos dijeron que solo había naciones y nacionalidades para afirmar, por fin, que somos un solo pueblo exigente pero feliz.

Oigo a esos políticos y periodistas y cierro los ojos un segundo. Por algo será que siempre recuerdo aquel yo de los quince, con sus compañeros del instituto, contemplando las chabolas bajo el Puente del Trabajo. Solo con entornar los ojos me despierto de nuevo allí, y veo corretear a los chavalines medio desnudos, los bidones ardiendo al atardecer, el agua turbia y fétida dibujando riachuelos entre las barracas, las mujeres sentadas preparando la cena con los pies en el barro, los hombres fumando al lado de las hogueras, los esqueletos de coches, neveras, cocinas, lavadoras. Uno se afeita ante un espejito roto colgando de un cordel, en la fachada de su chabola. En este espejo roto estaba concentrado el mundo y todo se reflejaba en él, en el brillo del sudor en esa cara enjuta, cobriza, que jamás olvidaré. Cuando pienso que cosa es el ser humano se me ocurre antes que nada, antes que nadie, el hombre de la chabola que se afeitaba, en camiseta imperio ante un espejito roto. Barcelona, 1982.

Cuando uno ponía la radio no escuchaba jamás hablar de las chabolas del Puente del Trabajo, como hoy no escucha nunca a sus hijos e hijas: alguno hay por ahí que lo cuenta, pero nadie le escucha. Nadie quiere haber sido el niño descalzo corriendo entre cartones y planchas de uralita. Algunos se ponen como ejemplo de superación, de integración, de asimilación de la buena, y los jefes insisten en las virtudes de la tierra de acogida o incluso exigen agradecimiento sumiso y genuflexo en forma de adhesión a la patria.

Sin embargo, a veces suceden cosas. Y el último suceso que conozco se llama Queralt Lahoz, de quien no se ni su historia ni nada, solo esa música que es la voz de la Cataluña que existe, a pesar de todo, y que levanta esa voz escalofriante.

No se la pierdan. Esta mujer nació en Santa Coloma de Gramanet, y ha venido a recordarnos aquella Cataluña, quizás la única que existe. La única que ha existido siempre, la única que es de carne. Porque al final solo es carne.



11 de jul. 2021

Josep Cuní y el anillo de Giges

La pregunta que se hizo Platón, hace más de 2.300 años es, más o menos: ¿harías lo mismo que haces si fueras invisible?. A partir del cuento sobre el anillo de Giges (un pastor que halló un anillo que lo hacía invisible), el filósofo --y luchador de lucha libre--  se cuestiona qué cosa es la moral y nos indica que la conducta moral sería aquélla que haríamos tanto siendo visibles como invisibles. El pastorcillo Giges, una vez invisibilizado gracias a la magia del anillo, cometió toda suerte de tropelías: se sabía impune. Jamás habría testigos de sus desmanes.

Algo parecido está en la novela de H.G. Wells El hombre invisible: su protagonista, una vez invisible, se da cuenta de que puede hacer lo que le dé la real gana. Esa novelita de Wells, que la mayoría tienden a situar dentro del mundillo de la ciencia ficción y las aventuras, parece ser que fue concebida en la mente del autor como una crítica a la conducta de sus conciudadanos instalados en el corazón de África, en los destacamentos avanzados coloniales. Wells se dio cuenta de lo obvio: un inglés instalado en el final del río Níger era invisible en Inglaterra, y todos sus crímenes serían tan invisibles como él mismo. Ojos europeos que no ven, justicia europea que no siente. Todo lo que se pergeña, se urde y se ejecuta en la lejanía o en la tiniebla (o en la tiniebla de la lejanía) es invisible y, por lo tanto inimputable. 

Parece que hoy han sacado a la luz los tejemanejes, perpetrados en la invisibilidad, de unos políticos que pretendían crear una república independiente. Para ello dispusieron de fondos públicos del Estado. Y ha llegado el día en el que el Estado les pide cuentas. Les han visto y han perdido la invisibilidad.

Pero...

Pero el otro día, en el programa matinal de Josep Cuní en la Cadena SER, el periodista veterano interrogó a sus tertulianos (y tertuliana) sobre el asunto del Tribunal de Cuentas. La respuesta fue casi unánime: los tertulianos se fijaron en los nombres de los integrantes del Tribunal. Y su mensaje, amparado o incluso aplaudido por Cuní, fue que esos jueces no están legitimados para juzgar a Junqueras y a Puigdemont y a los demás. Me quedé estupefacto. Dudé entre cambiar de emisora (quizás la opción más cabal) o permanecer en ella un rato más. Decidí lo segundo, aún sabiendo que mi salud cardiovascular me iba en ello. No pude evitar lo del anillo de Giges: ¿se puede visibilizar a los integrantes de un tribunal para invisibilizar a sus acusados? ¿Se puede negar la legitimidad de un tribunal por el acto, bastante indigno, de señalar su filiación familiar o política y con el objetivo de exculpar al imputado?

Imagínense ustedes que han atracado una gasolinera. Imagínense, que, a continuación, son detenidos y llevados a juicio. Piensen ahora que el juez que juzgará su atraco es cuñado del primo segundo de un empresario de la industria petrolera. Y ahora resuelvan como se digiere lo siguiente: un periodista de una cadena radiofónica, quizás entre las dos o tres más escuchadas en España, suelta por las ondas que el atracador de la gasolinera es inocente porque el juez está emparentado con el lobby del petróleo. Visibilizamos al juez y decimos su nombre, su apellido y su parentesco con la intención de exculpar al atracador, del cual no contamos apenas nada y lo convertimos en una víctima desamparada, ejemplo de inocencia y de bondad.

Me parece que no vamos hacia ningún buen puerto cuando obramos así, y que es muy lamentable que un periodista se permita esas ligerezas netamente antidemocráticas: socavar la democracia y el estado mediante esas argucias, entre chanzas y risas y chascarrillos, solo nos acerca un poco más hacia el descalabro final de la democracia en Europa.

Mi pregunta es muy simple, señor Cuní: ¿es lícito malversar o no lo es? Creo que esta es la pregunta de un periodista sensato y ecuánime. Si es lícito e impune hacerlo cuando uno sabe que el tribunal que le juzgará no es de su agrado, sepa usted que se terminó la democracia en Europa. O por lo menos la democracia en Europa tal como la entendemos.

Luego el señor Cuní se empeñó en convencer a su sufrida audiencia que no se puede acusar de nada a la Generalitat cuando pretende avalar a los encausados por malversación, aduciendo que el delito no puede ser juzgado cuando todavía no se ha cometido. Brillante razonamiento, señor Cuní. Philip K. Dick escribió algo muy paranoico al respecto en The Minority Report. Sumado a lo anterior, se supone que deberíamos aceptar, resignadamente, que usen el dinero público como le plazca a quien le plazca. Dicho de otro modo: ¿la Generalitat me avalará a mi cuando me pongan una multa de tráfico si proclamo que iba demasiado rápido por un motivo patriótico?

Se olvida usted, señor Cuní, de que el dinero público es un bien sagrado. Por lo menos para mi: vivo de un sueldecito y cuando me dicen que no hay dinero para la educación, para la atención sanitaria o para las ayudas a las personas dependientes me acuerdo de los malversadores. Les tengo muy presentes y me resultan muy visibles.

6 de jul. 2021

MI EPIFANÍA SEPARATISTA

Hace muchos años vi por primera vez una peli de Andrei Tarkovsky y me cambió mi mirada sobre el cine para siempre. Comprendí de repente muchas cosas. Como aquel hombre que, en Palestina, se cayó del caballo tras el impacto de un rayo (de un rayo metafórico, por supuesto). Tarkovsky actuó como el rayo de Saulo de Tarso en mi cabecita. A partir de entonces, veo a Tarkovsky en todas partes: le veo cuando está y le veo cuando está ausente, puesto que echarle en falta es una forma de hacerlo presente en la ausencia.

El proceso separatista catalán obró del mismo modo en mi, de un modo tan maravilloso como difícil de contar en términos racionales y comprensibles. De repente, gracias al separatismo catalán, comprendí la educación recibida, el supuesto país catalán, la realidad en definitiva. Este logro epifánico se lo debo a los políticos separatistas en parte, pero sobretodo a sus seguidores.

En esta nueva vida incluso comprendí que no existe nada cualificable como "literatura catalana", puesto que no hay ninguna entidad literaria con el suficiente empaque para merecerlo: entiendo que se puede hablar de una literatura española escrita en catalán, del mismo modo que la hay en andaluz o en gallego, o incluso en vasco.

Volver a nacer implica repensarlo todo, repensarse a uno mismo. Reconocer sin rubor los años que viví engañado o incluso felizmente engañado, como el discípulo de una secta. Uno debe perdonarse por cosas como esas: quizás era demasiado joven quizás debía luchar contra demasiados apriorismos de la tribu. Pero pude hacerlo, gracias al arrebato irracional de los separatistas. Llegó el día en el que tuve que preguntarme quien soy, en qué creo, quienes son los míos. La respuesta jamás incluía lo catalán, lo catalanista: en Cataluña, cualquiera que se posicione a favor de los débiles, los explotados y los denostados, debe posicionarse a favor de esa mitad o más de la ciudadanía que ha sido despreciada, señalada, usada sin manías, tratada de inferior o de débil. Cuando no de colonizadores, de genocidas: ¿puede haber sido colonizadora o genocida mi vecina andaluza y siempre currante, siempre pobre,  siempre despreciada?

¿A favor de quien puedo posicionarme? ¿A favor de los señoritos de la Convergència de Pujol, de la cruel burguesía catalana, de la inclemente oligarquía -decadente y corrupta-, de los xenófobos y los supremacistas...? des de luego que no. Es imposible situarse en otro lado: el imperativo moral exige estar al lado de la democracia, la igualdad y la razón. Ese ha sido mi cambio, mi mirada ante el espejo. No puedo seguir al lado de esa catalanidad excluyente y furiosa, más próxima al Ku Klux Klan que a la Ilustración.

Mi lengua materna no se puede discutir: mi madre era catalanoparlante y así fui durante muchos años. Pero eso no me obliga a nada, ni me impone nada en lo moral. Me duele reconocer lo obvio, pero no me cuenten entre los catalanes. Me pueden contar entre los partidarios de la realidad, que es la igualdad entre españoles: la humanidad solo ha progresado cuando ha colaborado. No hay progreso en las identidades tribales. Esa es mi elección moral, elegida gracias al separatismo rampante y excluyente, irracional e iliberal, reduccionista y tribal: el separatismo que me mostró el camino correcto. Debo estar en contra del separatismo, y a favor de la democracia y del socialismo.

Creo en una Cataluña plural y abierta, para todos y todas, sin banderitas en las rotondas. Una Cataluña de convivencia, bilingüe, tolerante e ilustrada. Una Cataluña para convivir. Es decir, para vivir.

4 de jul. 2021

Pasar cuentas a final de curso


A final de curso, y quienes trabajen en la educación lo sabrán, toca rendir cuentas del trabajo hecho y de sus resultados: el dinero público debe ser fiscalizado con más ahínco que el privado. Una democracia que funcione debe ser así y no hay otra posibilidad más que rendir cuentas. Con todos los detalles que sean precisos. Algunos protestan ante la rendición de cuentas: ¡cuánto trabajo! ¿Para qué sirve? ¿A quién le importa?
El dinero público tiene esas cosas: es el dinero de todos, pagado cachito a cachito no solo con nuestra nómina y su IRPF, si no con el IVA de la barra de pan, del chicle para el niño o la niña. Aquí pagamos todos, escrupulosamente. Hoy he acudido al Mercadona a por cuatro cositas y he pagado 14,40 euros. De ellos, 1,33 han ido al estado en forma de IVA. De este dinerito, que se nos antoja muy pequeño (aunque en mi tiempo mozo eso eran 230 pesetas), unos céntimos irán a la sanidad pública, otros a la educación, otros al bienestar social, otros a arreglar carreteras, otros a la recogida de las basuras. Alguien dirá: ¿y el dinero que se meten los políticos en los bolsillos?
Es cierto: estamos en España y hay que andarse con ojo. Por esa razón debe vigilarse el gasto público.
Y eso ha sorprendido a algunos políticos catalanes, horrorizados ante un Tribunal de Cuentas que les exige la devolución del dinero malversado.
-¿Què carai és la UDEF?, chilló un Jordi Pujol que fue 23 años presidente de una región autónoma.
-¿Què carai és el Tribunal de Cuentas?, chillan hoy un tal Arturo y un tal Andrés (hoy transmutados en Artur y Andreu).
A mi me ha sorprendido que, entre los más horrorizados, estén el señor Artur Mas y el señor Andreu Mas-Colell, dos políticos que, hace unos pocos años, promovieron los recortes en inversión pública más atroces de España. Ni tan solo el señor Rajoy hizo tanto daño a la sociedad española como ellos. Artur y Andreu ejecutaron un ajuste salvaje y despiadado y no les tembló el pulso. Incluso se jactaron de ser los primeros de la clase: ninguna autonomía infligió tanto mal a sus ciudadanos como esos dos señores que ahora hacen grandes aspavientos cuando les reclaman el gasto irregular. Arturo y Andreu nos repitieron que "no hay dinero", y por consiguiente cerraron plantas y quirófanos de hospitales públicos, aulas de escuelas públicas, transportes escolares públicos, guarderías públicas, atención domiciliaria pública, ayudas públicas a la dependencia. Arturo y Andreu condenaron a la miseria a miles y miles de catalanes, al tiempo que los sectores privados engordaron pantagruélicamente. Como es obvio.
Estos dos señores, que condenaron a tantos catalanes a una muerte civil en vida, lamentan ahora su propia muerte política ante la amenaza del embargo del Tribunal de Cuentas. Es inaudito y demuestra un cinismo siempre sospechado pero jamás tan expuesto. Y de nuevo no les tiembla el pulso cuando se lamentan, en ese nuevo giro del victimismo entre los nacionalistas. Temen ser desahuciados, olvidándose de los miles de catalanes desahuciados durante su mandato. Jamás pidieron perdón a nadie. Faltaría más. Los de su clase están educados para no pedir perdón a los débiles. ¿Acaso sus ancestros esclavistas pidieron perdón? Mucho sospecho que Andreu y Arturo no se van a encontrar jamás en la calle con sus bártulos encima de la acera.
Algo me indica que eso no les sucedería jamás. Que pasen por caja. Es lo justo y es lo más democrático. Y si quieren arroparse en banderas y victimismos, allá ellos. Pero que sepan que algunos empatizamos con los que sufrieron sus abusos, pero jamás lo haremos con los abusadores.

2 de jul. 2021

¿Ande vas, España?

Este artículo se puede escribir en verso, emulando a los grandes poetas que en su tiempo se preguntaron por España, por su esencia, su futuro, su pasado, su destino. Haylos muchos, y uno no sabe a cual citar por temor a olvidarse uno, y ser maldecido des del más allá por el soslayado. No solo se ofenden los vivos, ya lo saben: en el cine, los muertos ofendidos han dado muchos argumentos. Si ustedes son aficionados al cine comercial, sabrán lo vengativos que pueden ser los indios muertos y enterrados en un cementerio sobre el que se construyó, en Maine, una urbanización pija.

España no es para menos, y es raro que esa circunstancia no haya motivado alguna buena peli de terror. Creo que El espinazo del diablo, producida por los hermanos Almodóvar, insinuaba algo parecido. Aunque no es lo mismo.

La memoria es frágil (se lo aseguro yo, una vez superados los 50), la desmemoria es atrevida y la ignorancia, indómita. Luego está la mala fe, que cuando se aplica sobre cualquiera de las categorías anteriores deviene en insolencia rimbombante o en estupidez supina, según como se mire. 

Solo eso explica que el pobrecito Pablo Casado defina a la guerra civil española como una guerra entre españoles que querían democracia sin ley y españoles que querían ley sin democracia. ¡Jolines, Pablo...! ¿De donde narices sacaste esa definición? A rancio e ignorante no te gana nadie. ¿Acaso no tenía una Constitución la segunda república española? ¿Acaso aquella Constitución no era la ley ? Y lo que es peor: en tus palabras, Casado, se percibe demasiado bien de qué lado te posicionas: del lado de los insurrectos, del lado de los que se levantaron con violencia contra el orden legal. En resumen: del lado de los sediciosos. ¿Te suenan de algo los sediciosos?. Vaya tela no haber caído en el detalle.

Por detalles como este, Pablo, entiendo que no tienes ningún proyecto para España. Más allá de salvar los muebles de tu corruptísimo partido al precio que sea. Creo, Pablo, que los políticos separatistas catalanes te han señalado el camino y tu lo sigues a pies juntillas: no hay nada mejor para salvar a un partido corrupto que invocar a la patria y a sus esencias.

El futuro de España, en una España democrática e integrada en la UE, está en las manos de su ciudadanía. Incluso cuando España era una provincia del imperio romano, ni los romanos pudieron decidir su futuro. Cataluña tampoco está en manos de esos presos recién indultados que ahora se pasean por los pueblos y los platós como el fantasma de Elvis, con sus séquitos de beatos, sus lloronas y sus llorones, sus adoradores de Baal o de Turull, otro que parece no haber comprendido gran cosa y que, pocos años atrás, manifestaba ideas políticas y sociales muy coincidentes con las del pobre Casado: derecha rancia, nacionalismo distópico, empecinamiento para ocultar la corrupción sistémica de su partido.

Yo, ya me perdonarán, me creo a Pedro Sánchez cuando dice que no habrá referéndum catalán. No por fe en Sánchez, si no por fe en la Constitución. Una Constitución que no tan solo soporta a Sánchez si no también a Josemari Aznar, el presidente que indultó a los presos de Terra Lliure: que no se les olvide el pequeño detalle.

Quizás ustedes recuerden, también, a un político iluminado llamado Lluís Maria Xirinachs, muy similar a Jordi Cuixart en varios aspectos. Del mismo modo que olvidamos al pobre Xirinachs olvidaremos al flamígero Cuixart con sus peinados tan trasnochados como sus verbos floridos y esa lírica que pretende mezclarse con la épica. Pobres hombres. ¿Adónde vas, Cuixart?

Todos deben saber que la democracia y la Constitución les arrollarán, del mismo modo que arrollaron a los demás predecesores en su delirio. España no se adonde irá, nadie lo sabe. Pero España está cansada de mentirosos, de iluminados y de tahúres. España, señores Casado, Cuixart y Turull, está harta de personas que pretenden ocultar su falta de moral tras banderas, himnos y cuchufletas nacionalistas. España les pasará por encima. Se lo aseguro.

Una democracia europea puede soportar a todo eso, a todos esos. Nadie debería dudarlo. Y si España mañana es federal, o republicana o confederal, seguirá siendo España, nuestra querida España, ese lugar en donde convivimos con tanta dificultad como con la que convivimos en nuestras calles, en nuestros lugares de trabajo. Incluso en nuestras casas. Ninguna de esas convivencias es fácil, ninguna es barata, ninguna es eterna.

Si se pasean ustedes por la calle y se salen por un rato de las redes sociales y de los informativos, se darán cuenta de que nos importan un bledo esos individuos. Queremos vivir en democracia, en paz. Queremos vivir juntos porqué no nos queda otra. Queremos vivir juntos y libres de ustedes.

Queremos vivir, y vivir sin banderas. Sin banderas pero con buenas escuelas y hospitales, con buenos transportes públicos, con becas para quienes las necesiten, con pensiones dignas y salarios justos. No pedimos helado de postre cada día: queremos una España que sea buena para su ciudadanía. Las banderas y la banderolas, para colgar en la fiesta mayor, entre la farola y el platanero. Y para nada más.