22 de des. 2018

Ismail está vivo. Cuento de navidad.






Me llegó un mensaje al celular: Ismail ha muerto.

Yo fui el maestro tutor de un niño llamado Ismail cuando estaba en el colegio que lleva por nombre el de un poeta catalán de la guerra y la postguerra, un poeta oscuro y medio loco, muy críptico, muy indescifrable. Sabe Dios que ningún maestro ni ninguna maestra de aquella escuela habían leído jamás ni un solo verso del poeta que encabezaba su contrato, su nómina. El nombre del poeta era un nombre seguido de un apellido y nada más. Si el nombre hubiese sido Juan y el apellido García, habría dado lo mismo. Nada. Lo importante es cobrar.

La relación del poeta con la ciudad es coyuntural: el poeta se casó con una cuentista nacida en esta población del Vallès. El hijo del poeta y la cuentista, exiliados en México tras la guerra, Roger, es profesor de antropología en México DF y no quiere saber nada de Cataluña. Hace bien, el hijo.

Cuando leí el mensaje en donde me comunicaba la muerte de Ismail lloré. Lloré sin consuelo. Recordé al niño, lamenté las veces en que le había reñido, me flagelé, busqué -con desesperación- las cosa buenas que hice por él, y encontré cabos medio sueltos en donde asirme, y terminé por pensar que fui bueno con él. Quizás me engañé para justificarme, quizás me inventé escenas de bondad mía para con él, quizás asalté mi memoria para pervertirla, para saquearla y sustituirla por recuerdos falsos, quizás le solicité al diablo que me diese otros recuerdos. Lloré y escribí y bajé al bazar paquistaní y me compré una botella de vino tinto, todo lo que sirva para olvidar será bienvenido.

Ayer decidí cambiar las cortinas del salón. Solsticio de invierno: cambio las cortinas de verano por las de invierno. Le llamo salón a una estancia discreta que hace las veces de comedor, de biblioteca y de salón. Subido a la escalera, vi que la luna estaba llena. Y eso me llevó a pensar en los musulmanes. Pensé de nuevo en Ismail.

Más tardé bajé al supermercado. A la salida, bajo un árbol, una voz me llama: -Luis! Es la madre de Ismail. Ismail está a su lado. Dentro de un abrigo marrón de tierra y sus ojos relucientes. Encajo la mano de la madre y toco la cabeza de Ismail. Parece real, pero eso no es nada remarcable. Nada que no pueda ser fruto del engaño de mis sentidos o de un dios malicioso. Entonces, como salido de la nada, aparece el hermano mayor de Ismail sentado en el respaldo del banco que hay tras ella. Le reconozco vagamente. Les pregunto, como quien pregunta algo educado. Busco una respuesta que delate su condición de fantasmas sin delatar mi idiotez. Sin embargo, todo parece normal. El niño parece vivo y normal, corpóreo. La mirada de la madre es natural, neutra. Se alegra de verme y nada más.

El Ismail muerto debe ser otro. Debió de haber un Ismail en Primero B, me digo, debe ser eso. Y ese otro Ismail muerto me calma por un tiempo, me llena de tranquilidad. Mezclaron a los niños de aquel 1A con los del 1B al llegar a tercero. Debe ser eso, y eso debe explicar la confusión de la madre que me escribió para contarme:

-Ismail ha muerto.

El Ismail muerto es otro, un desconocido o un olvidado. Paul Auster empezó así una de sus mejores obras, y yo no seré capaz de escribir ningún cuento con todo eso que el azar me ha brindado, y que es mejor que lo que le brindó a Auster. Así se distingue a los buenos de los malos. Dejénme tiempo, se lo ruego.

Sin embargo, creo que tengo mi cuento de navidad. El cuento trata del falso Ismail y de su falsa muerte, de como me ayudó el anuncio de su muerte falsa para buscar como fuese en donde fui bueno con él, donde fui comprensivo, humano, humano, humano. Con él o con el otro, que está vivo, vivo y con esos ojos abiertos que esperan algo de nosotros. El cuento de navidad de 2018 está por escribir pero trata de lo que le contaré al Ismail vivo, ese niño que está vivo y crece en una Cataluña pálida y encapuchada pero también buena, a veces. Algunas veces.

Vete con los charneguillos, Ismail, te diré. Espérame entre ellos. Huye de los encapuchados con estrellas. Esas estrellas de los estrellados no son las del cielo, son cometas que se precipitan al infierno y quieren arrastrarnos con ellos.

Tengo mi cuento de navidad sobre los dos Ismailes, el vivo y el muerto. Solo debo ponerme a escribir.

19 de des. 2018

21D: La fiesta del mal vivir

Resultat d'imatges de cdr

El 21 de diciembre de 2017 nuestros queridísimos procesistas inauguraron la fiesta del Mal Vivir. Teniendo en cuenta lo aficionados que son los catalanes de bien a las tradiciones profundas y carlistonas, era previsible que en la misma fecha, pero en 2018, insistiesen en consolidar su festividad con otro Día del Mal Vivir.

La visita de Pedro Sánchez y sus ministros les ha venido al pelo. Esta tarde, en el trabajo, todo el mundo iba alborotado con unos mensajes de wassap que circulan y en donde se detallan los cortes de carretereas que ejecutarán esos simpáticos pacifistas llamados CDR el día 21 a las 5 de la madrugada. ¡Vaya! A priori me sorprendió que esos chicos de casa bien se levanten tan temprano, ya que más bien les imaginaba acostándose a las 5. Bueno, quizás simplemente no se acostarán, si no que irán de tasca en tasca para llegar calentitos y bien a su cita con la revolución de las 5 de la mañana, hora peninsular.

Lo que importa es eso: darnos un mal día a los que tenemos que ir a trabajar. Un verbo que ellos no declinan ni tienen previsto hacerlo en un futuro próximo.

Lo que me ha indispuesto a mi, viendo a mis compañeros de trabajo consultando los wassaps que difunden los CDR, es que se planteen alterar su agenda, cogerse un día libre, indisponerse o simular una visita al médico inesperada. Aquí nos equivocamos: asustarse ante las amenazas de grupos que ni se sabe quienes son es cederles el terreno a los violentos, ofrecerles su victoria gratis, concederles el titular de prensa que persiguen.

Con tantos años de fomentar la equidistancia, al final seremos equidistantes con los violentos. Y eso es el principio de un nuevo desastre para la convivencia en Cataluña, cada día más resentida. Iré a trabajar y haré todo lo que tenía previsto hacer, con CDRs o sin ellos. Aún así, el Día del Mal Vivir lo voy a tener asegurado. A lo que me niego es a tener que decirles, a unos niños que viven muy alejados del desastre nacionalista catalán, que el 21 se quedan sin su fiesta de fin de trimestre porqué unos niños ricos y mayorcitos (pero niños al fin y al cabo) están jugando a revoluciones de pacotilla y quieren fastidiar el día a cuanta gente puedan.

16 de des. 2018

La madre de Ismail

La madre de Ismail, y su padre, viajaron de Marruecos a España. Una vez aquí empezaron a trabajar en trabajos muy precarios, muy pequeños. Se instalaron en una ciudad mediana, de provincias, a no muchos kilómetros de Barcelona. Alquilaron un pisito. Un tiempo después, nació Ismail. Uno de los motivos que tuvieron para emigrar a España fue ese: darles mejores oportunidades a sus hijos. Hicieron como tantos emigrantes a lo largo de la historia.

Viven en Ca n'Anglada, que es un barrio antaño conflictivo y hoy un buen barrio, porqué el ayuntamiento hizo sus deberes y Ca n'Anglada es un barrio pobre, obrero, de inmigrantes, pero un buen barrio: tranquilo, con sus tiendas y sus quinquis, bastante limpio, sus locutorios, sus tres mil lenguas, sus bares, sus bazares, sus motocicletas zumbando a las tres de la magrugada cuesta arriba, su panadería de toda la vida, su colegio, su restaurante de bodas y banquetes en decadencia, su mezquita, sus moritos con la chilaba, su salam aleikum, su buenos días, su bon día. Un barrio más. Pobre pero alegre.

Ismail nació con una cardiopatía congénita. No se preocupe, señora, le dijeron los médicos de la mútua que hace las funciones de la sanidad pública en la Cataluña post Artur Mas, post Boi Ruiz. Le ponemos en lista de espera, no se preocupe.

Ismail y yo coincidimos en su primer curso de primaria. Ismail es un morito de ojos claros (medio verdes, medio azules) y pelo rubio, aunque un pelo endiabladamente rizado. Ismail es bueno, dulce, sonríe siempre. A veces llora y me cuesta mucho saber las razones de su llanto. Es un niño delicado, frágil. Es menudo, escaso, invisible a veces. Discreto, como quien está pero sin estar, sin intención. Está en las nubes, en los paisajes indescifrables de su imaginación, ensoñado. Sonríe. Con una sonrisa leve, generosa, ancha. Una sonrisa silenciosa, sin risa.

No pregunta, no se pelea con nadie, pasa desapercibido, como el torrente de agua que transita el bosque lejano tras la lluvia, lejos de los caminos, lejos de los ciclistas y los trotadores con ropas relucientes del Dectahlon. Ismail es así, pequeño como un secreto de niños, minúsculo, nació a finales año. No le gusta salir al patio y por eso descubro su cardiopatía. A veces le pido que se quede en clase, sin patio. Le pido que me ayude a preparar cosas, a ordenar la biblioteca del aula. El me sonríe, no dice nada. A veces le toco su cabeza de pelo rubio y rizado. El me mira, me sonríe. Jamás comprenderé que les pasa por la mente a los abusadores. Hablamos a veces, pero poco. A él todavía les cuestan el catalán y el castellano. Cuando se termina el primer trimestre monta un álbum de pena y yo no me doy cuenta hasta que su madre no me lo muestra y con sus grandes ojos me dice: ¿qué álbum es esto? Ismail ha puesto la portada del revés, la contraportada tras la portada, las hojas desordenadas. Jolines, le digo yo. No se preocupe, eso no sucederá más. Los álbumes del segundo y del tercer trimestre llegan impecables a las manos de su madre y el se los entrega con esa sonrisa que le conozco, esa sonrisa de silencios, de ojos claros.

Ismail murió hace quince días. Estaba en lista de espera, esperando una operación que ya no hace falta. Ismail murió hace quince días, está muerto. Su sonrisa ya no existe. El mundo perdió la sonrisa ancha de Ismail, perdió su mirada de ojos claros. Mientras Ismail moría, un señor llamado Quim Torra hablaba de la vía eslovena para conseguir la felicidad de él y de los suyos. Otro señor, llamado Donald Trump, defendía los muros electrificados en las fronteras. Otro señor, catalán como Ismail, insistía en reclamar donaciones para mantener su tren de vida en Waterloo. La muerte se ensañaba en el lado de los pobres, de los pobres que sonríen sin hablar, sin micrófonos, solo números grandes en una lista de espera que la Parca cuenta, siniestra y solemne como una declaración de independencia, siniestra y seria como un protocolo, como una sesión parlamentaria.

Ismail está muerto. Muerto de veras. Ninguna novela negra catalana relatará el crimen. Su costumbrismo nacionalista soslaya a los de fuera. Yo ando buscando a la madre para mostrarle algo, una forma de pésame que deberé improvisar, un gesto, algo. Ella no comprende el catalán ni el castellano. ¿Como se expresa la pena y el dolor sin palabras?

5 de des. 2018

Escoge bien a los amigos, Laura

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La escuela en donde trabajo hace mucho hincapié en el asunto de la amistad: se debe educar, sin duda alguna, en el concepto de "amistad". ¿Qué es un amigo? ¿Cómo distinguir a los buenos amigos? Se deben poner palabras a la definición de amistad, ya que así preparamos a los niños y niñas a diferenciar que es amor y que no es amor, algo que deberán preguntarse en un futuro no muy lejano. Un amigo es el que te defiende, el que se posiciona a favor tuyo, el que está ahí, a tu lado. Un amigo no te insulta, no te pone sobrenombres, no te pone en peligro: la amistad es el primer contacto con el amor que vendrá luego.

Saber escoger a los amigos, saber rechazar a los que no lo son. Hay estudios muy serios que demuestran que tener un (uno o más) buen amigo previene de forma muy eficaz ser víctima de cualquier tipo de violencia y disminuye en gran medida el riesgo de sufrir bullying.

Ojalá yo hubiese sido educado según esas premisas tan necesarias: estoy seguro de que me hubiese ahorrado algunos chascos, por mencionar algo leve. Los de mi quinta hemos tenido que aprender qué es amistad y qué es amor a fuerza de trompicones. Todos tenemos (o tuvimos) un amigo complicado, liante, que te mete en líos sin habérselo pedido. Todos hemos pasado por eso. A veces confundimos la amistad con el colegueo, con la afinidad ideológica, con los proyectos compartidos. Yo tengo pocos amigos, siempre tuve pocos amigos.

Comprendo que, cuando uno tiene poder, corre muchos riesgos en el asunto de la amistad, ya que le salen amigos de debajo de las piedras, de debajo de los charcos, el musgo y las cloacas. De debajo de la oscuridad. Los que tienen poder deberían protegerse mucho más de las amistades extrañas que aquellos que, como yo, mandamos muy poco. Estoy pensando en la señora Laura Borrás, antaño directora de la Institució de les Lletres Catalanes y hoy ya Honorable Consejera de Cultureta de la cosa catalana. Resulta que está siendo investigada por la policía por un presunto caso de corrupción en su etapa anterior. He leído con interés lo que se publica sobre el asunto y al fin todo remite a un caso de amistad iconveniente. La señora Borrás, (hoy honorable) tiene o tuvo un amigo, de nombre Isaías -según cuenta la prensa- que la ha comprometido muy seriamente.

La cosa de la cultureta catalaneta anda más mal que bien y no levanta cabeza desde hace más de cuatro siglos (salvando algunos escasos ejemplos), y solo le faltaba que su máxima dirigente saliera trasquilada en un caso de corrupción. Hay que respetar la presunción de inocencia, del mismo modo que la presunción de culpabilidad que defendía Franz Kafka, con ironía y vehemencia, en "El proceso" (en catalán, El procés). Lo que publica la prensa sobre el extraño amigo de la honorable señora Borrás es tremendo: ahora va la policía autonómica (que hoy ejerce de policía judicial) y dice que el amigo de la Consellera fue investigado unos años atrás por tráfico de marihuana, falsificación de billetes y otras lindezas. Hay que saber escoger a los amigos. Lo dije. Aunque yo también tuve amiguetes poco recomendables, debo decirlo.

El amigo de la Consellera Borràs formaba parte de un grupo de estudios ("Hermeneia", se llama, muy académico, muy catalán), fundado por ella, que convocó un premio literario por cuatro veces, en cuatro años sucesivos, en una bella población catalana que linda con la provincia de Castellón. Yo me lo guiso, yo me lo como, algo frecuente en los premios literarios catalanes. El señor amigo de la señora Consellera ganó dos veces el premio, lo cual le presenta como un literato de éxito más que rotundo. Jamás nadie ha ganado dos veces el Nobel de Literatura. Eso es muy raro ¿no creen ustedes? Y luego fue adjudicatario de unos encargos públicos fraudulentos, aunque eso deberá dilucidarlo la justicia. La justicia española, para la que está trabajando la policía autonómica. Bueno, parece que a veces vamos bien todavía.

Con todos esos datos (perdón: indicios solo y nada más que indicios) me permito intuir que el amigo de la señora Borrás es uno de esos amigos liantes y complicados a los cuales nos ata algún apego irracional y peligroso (todos conocemos el asunto de las amistades peligrosas, aunque solo sea gracias a John Malkovich y a Michelle Pfeiffer). Creo que me reconozco en Laura Borrás, en cierto sentido solo, y en su incapacidad de discernir entre amistades buenas y amistades tóxicas. La suya es de las segundas. Ese amigo la ha metido en un buen lío, y veremos como termina todo.

El asunto feo y triste del amigo de la Consellera de Cultura es lo único que le faltaba a la cultura catalana, que ya iba "a mal borràs", como decimos en catalán (que iba encaminada a un mal final, al abismo).

3 de des. 2018

Los siete nichos de Francesc Canals

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La primera vez fue durante un invierno. En las fotos voy cubierto hasta la cabeza y, conociéndome más o menos, deduzco más que recuerdo el frío que hacía aquel día, un domingo. Lo del domingo sí lo recuerdo. No recuerdo de donde me viene la afición por visitar cementerios. Pero recomiendo a todo viajero (incluso a cualquier turista) que no se pierda nunca la visita al cementerio de las ciudades o pueblos por los que pasa. Dicen que García Márquez sacaba los nombres de sus personajes de las lápidas de los cementerios. Yo lo hice alguna vez, y es muy recomendable: hay nombres redondos, sonoros o silenciosos, rimbombantes, antiguos, muy apropiados para un cuento aunque no sea de miedo. Hay lápidas que contienen una novela sintetizada en escasas palabras. Uno se da cuenta a veces, de que los esposos allí sepultados eran primos hermanos. A veces solo la fecha del deceso ya cuenta algo importante. Otras veces es el pequeño epitafio, o la frase votiva que estampó una esposa, un hijo. Quizás una amante. Las lápidas que ocultan el cuerpo de un niño producen un escalofrío, como esos juguetitos que le han dejado en el alféizar por si el muertito quiere jugar con el muñeco de peluche o el patito de goma que se marchita, tristísimo, guardián de la tumba. Hay patos de goma con una pata en cada lado del espejo y esos son como más serios a la par que más deslucidos.

Hay lápidas con fotos, y esas fotos aportan la psicología del muerto: un rostro agrio, una mandíbula solemne, una mirada furiosa, un gesto de bondad en la boca. Es una pena que se perdiese la costumbre de fotografiar al difunto. Dicen que la costumbre desapareció durante la Gran Guerra, ya que la gente se empachó con tanto muerto. Allí, entonces, empezó el ocaso de los muertos, que fueron desapareciendo del mundo de los vivos.

Va poca gente a los cementerios en los días comunes. Son espacios algo melancólicos pero apacibles. Aunque uno siempre anda con un cierto temor vago, irracional.

Llegué ante el nicho de Francesc Canals Ambrós ese domingo de invierno y me encontré a un vivo que barría el suelo ante el nicho con una escoba azul y rosa y muy viejecita. Iba vestido con ropa recogida de los contenedores, quizás de Cáritas. Su aspecto era miserable y estaba delgado en extremo. En sus ojos había bondad, una bondad cándida, una paz conquistada al finalizar la travesía de su infierno. Ciertas sustancias dejan huella en el cuerpo cuando son ingeridas durante largo tiempo, y el rostro no escapa al estigma. Me senté ante el nicho y entablé conversación con el hombre. Era un tipo agradable, parlanchín. Me contó que viene muchísima gente a visitar el nicho de Canals. De todas las partes del mundo, dijo. Rusos, apostilló, para demostrarlo. Vienen muchos gitanos, es verdad, le tienen mucha devoción al santet. Pero gente de todo el mundo. Latinos. Ayer estuvieron unos italianos.

Francesc Canals murió a los 22 y enseguida fue reconocido como un muerto milagrero, aunque dicen que, en vida, este chico que fue dependiente de los almacenes El Siglo de Barcelona, ya obraba grandes maravillas y además predecía el futuro. Una vez muerto, son muchos los que testimonian las curaciones que acontecen tras rezarle. Su nicho está rodeado por otros seis que se dejaron vacantes, para albergar los ex-votos y las súplicas de sus creyentes. Yo le escribo un deseo que no es para mí y lo introduzco en esa urna de cristal improvisada que hay ante la lápida. Mi hojita de papel se desploma entre cientos de otras. Le ofrezco papel y bolígrafo a mi interlocutor y él lo rechaza con un gesto veloz. "No hay que abusar", dice. "Yo le pedí y él me dio. Hay que ser comedido. La codicia no".

Saqué un par de fotos del nicho y otras de los seis nichos adyacentes, llenos a rebosar de estampas, muñecos, dibujos infantiles, objetos cotidianos y misteriosos (un peine, un zapatito, velones, vírgenes de plástico, flores, medallitas, unas gafas, piedras, monedas de países lejanos). Luego me marché. Me di la vuelta antes de doblar la esquina y el hombre de la escoba me saludó con la mano, y la otra asida a la herramienta que representa su ofrenda humilde, algo como una expiación, esa escoba azul.

He visitado la tumba dos veces más. El hombre de la escoba no estaba y me pregunté por él. Me acordé de que, el deseo que le escribí al santet en mi primera visita, se refería a él y me pregunté si no sería que el santo había obrado el milagro de darle una vida mejor y bien merecida a quien ha vencido al infierno provisto de una escoba de plástico vieja y ajada, su lanza de héroe mitológico. O por lo menos una muerte buena.