Me llegó un mensaje al celular: Ismail ha muerto.
Yo fui el maestro tutor de un niño llamado Ismail cuando estaba en el colegio que lleva por nombre el de un poeta catalán de la guerra y la postguerra, un poeta oscuro y medio loco, muy críptico, muy indescifrable. Sabe Dios que ningún maestro ni ninguna maestra de aquella escuela habían leído jamás ni un solo verso del poeta que encabezaba su contrato, su nómina. El nombre del poeta era un nombre seguido de un apellido y nada más. Si el nombre hubiese sido Juan y el apellido García, habría dado lo mismo. Nada. Lo importante es cobrar.
La relación del poeta con la ciudad es coyuntural: el poeta se casó con una cuentista nacida en esta población del Vallès. El hijo del poeta y la cuentista, exiliados en México tras la guerra, Roger, es profesor de antropología en México DF y no quiere saber nada de Cataluña. Hace bien, el hijo.
Cuando leí el mensaje en donde me comunicaba la muerte de Ismail lloré. Lloré sin consuelo. Recordé al niño, lamenté las veces en que le había reñido, me flagelé, busqué -con desesperación- las cosa buenas que hice por él, y encontré cabos medio sueltos en donde asirme, y terminé por pensar que fui bueno con él. Quizás me engañé para justificarme, quizás me inventé escenas de bondad mía para con él, quizás asalté mi memoria para pervertirla, para saquearla y sustituirla por recuerdos falsos, quizás le solicité al diablo que me diese otros recuerdos. Lloré y escribí y bajé al bazar paquistaní y me compré una botella de vino tinto, todo lo que sirva para olvidar será bienvenido.
Ayer decidí cambiar las cortinas del salón. Solsticio de invierno: cambio las cortinas de verano por las de invierno. Le llamo salón a una estancia discreta que hace las veces de comedor, de biblioteca y de salón. Subido a la escalera, vi que la luna estaba llena. Y eso me llevó a pensar en los musulmanes. Pensé de nuevo en Ismail.
Más tardé bajé al supermercado. A la salida, bajo un árbol, una voz me llama: -Luis! Es la madre de Ismail. Ismail está a su lado. Dentro de un abrigo marrón de tierra y sus ojos relucientes. Encajo la mano de la madre y toco la cabeza de Ismail. Parece real, pero eso no es nada remarcable. Nada que no pueda ser fruto del engaño de mis sentidos o de un dios malicioso. Entonces, como salido de la nada, aparece el hermano mayor de Ismail sentado en el respaldo del banco que hay tras ella. Le reconozco vagamente. Les pregunto, como quien pregunta algo educado. Busco una respuesta que delate su condición de fantasmas sin delatar mi idiotez. Sin embargo, todo parece normal. El niño parece vivo y normal, corpóreo. La mirada de la madre es natural, neutra. Se alegra de verme y nada más.
El Ismail muerto debe ser otro. Debió de haber un Ismail en Primero B, me digo, debe ser eso. Y ese otro Ismail muerto me calma por un tiempo, me llena de tranquilidad. Mezclaron a los niños de aquel 1A con los del 1B al llegar a tercero. Debe ser eso, y eso debe explicar la confusión de la madre que me escribió para contarme:
-Ismail ha muerto.
El Ismail muerto es otro, un desconocido o un olvidado. Paul Auster empezó así una de sus mejores obras, y yo no seré capaz de escribir ningún cuento con todo eso que el azar me ha brindado, y que es mejor que lo que le brindó a Auster. Así se distingue a los buenos de los malos. Dejénme tiempo, se lo ruego.
Sin embargo, creo que tengo mi cuento de navidad. El cuento trata del falso Ismail y de su falsa muerte, de como me ayudó el anuncio de su muerte falsa para buscar como fuese en donde fui bueno con él, donde fui comprensivo, humano, humano, humano. Con él o con el otro, que está vivo, vivo y con esos ojos abiertos que esperan algo de nosotros. El cuento de navidad de 2018 está por escribir pero trata de lo que le contaré al Ismail vivo, ese niño que está vivo y crece en una Cataluña pálida y encapuchada pero también buena, a veces. Algunas veces.
Vete con los charneguillos, Ismail, te diré. Espérame entre ellos. Huye de los encapuchados con estrellas. Esas estrellas de los estrellados no son las del cielo, son cometas que se precipitan al infierno y quieren arrastrarnos con ellos.
Tengo mi cuento de navidad sobre los dos Ismailes, el vivo y el muerto. Solo debo ponerme a escribir.