31 de març 2019

Durero anda perdido en Barcelona

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Acudí a la ciudad para un evento relacionado con mi actividad laboral, y aproveché la ocasión para ilustrarme. Visité la exposición (repartida entre tres locales) dedicada a los grabados de Durero, el artista conocido en su tierra como Albrecht Dürer. No se confundan con ese nombre que, escrito en alemán, parece más bien el nombre de un comandandante de campo de Buchenwald. (¿Porqué será que todos los nombres alemanes iluminan en mi cerebro imágenes de comandantes de campos nazis?). No, nada de eso. Durero es quizás el mejor grabador de la historia del arte. Su sensibilidad, su audacia y su pericia son escalofriantes.

Cuando uno contempla "Melancolía I" en directo, a escasos centímetros de la punta de su nariz, siente un escalofrío trascendental que le sacude todo el cuerpo, des del córtex frontal hasta la uña del dedo meñique del pie. Lo mismo sucede ante "El caballero, la muerte y el diablo". El grabado de San Eustaquio me impactó sobremanera, quizás porqué jamás había prestado mucha atención a esta pieza y ahora, de repente, al contemplarla, caí rendido ante tanta maravilla concentrada. Durero habla de un tiempo antiguo pero no remoto, en el que las horas y los días transcurrían de otro modo: las horas que empleó el genio de Nuremberg en realizar esta obra no se pueden calcular con nuestras medidas del tiempo. Si alguien duda todavía de la subjetividad (de la relatividad) del tiempo que se ponga ante el San Eustaquio de Durero y comprenderá como en una iluminación.

La exposición está repartida en tres salas. El Círculo Artístico, el Museo Diocesano y la Sala Capitular de la Catedral, a la que se accede des del claustro. En la primera, y mientras estaba admirando las obras expuestas, coincidí con una pareja japonesa. Entraron raudos, sigilosos pero muy raudos, transcurrieron ante los grabados a velocidad de crucero y huyeron más que salieron al cabo de unos tres minutos. En la segunda sala había quizás cinco personas. Una familia de italianos y otros dos o tres que no recuerdo. En la Sala Capitular de la Catedral, dos coreanos deambulaban buscando ángulos raros para sacar fotos de la arquitectura del lugar, sin prestarle mucha atención a los grabados del alemán.

En la calle, los turistas se daban empujones entre si, se pisoteaban, se situaban en primera fila ante los músicos bohemios apostados en las esquinas de la Calle del Obispo, como francotiradores neoliberales en una Sarajevo neoliberal pero melómana. Una pareja de aspecto anglosajón se arrullaba emocionada con una versión débil y quejumbrosa de "Wicked game" de Chris Isaak, y luego se largaron sin dejar ni un solo penique. Y luego pasa una bicicleta egoísta, con prisa. Las calles serán siempre mías, parece murmurar, tal como gritan los independentistas furiosos. Luego pasa un tuk tuk con dos orondos celtas a bordo (en la popa), conducido (en la proa) por un tipo de sorprendente aspecto indú, aunque el conductor susurra "lo siento" en castellano y como quien dice una oración. Barcelona, 2019. Tras una esquina gótica, tres grandes burbujas multicolores flotan en el aire, en silencio. Al doblarla descubrimos que hay un tipejo con aspecto de vikingo venido a menos que juega con agua y jabón. Sus ojos, azules y líquidos, transmiten el dolor de una civilización perdida, una mirada atónita, sin esperanza, que confía en las burbujas para sobrevivir en un mundo de locos rocosos. La cruzada de los niños turistas. La cruzada de los niños turistas en crucero de tres a cinco estrellas.

Cuando yo era pequeño (nací en una callejuela a 10 minutos de aquí) esas callejuelas eran tristes, sombrías, casi lúgubres. Eran callejuelas en blanco y negro o, como mucho, bicolores: negro y azul falangista. Señor, llévame pronto, pienso yo ante un chiringuito de la ANC de estética casi mantera que vende abalorios indepes al paso de los cruceristas: banderas estrelladas, gorras amarillas, chapas reclamando la libertad de los "political prisoners". Antes fue el azul falangista, hoy el amarillo nacionalista: dos colores, una misma desgracia. Suena una música de sardanas que no se de donde diablos procede. Creo que no volveré jamás a Barcelona, Ada, me digo (le digo).

Poco más tarde me refugio en el cine Maldà, para ver la última de Von Trier. En la cola de entrada somos ocho. En las galerías Maldá, reconvertidas en un inaudito paraíso del freak comercial, hay un promedio de 30 personas esperando para entrar en la tienda de Harry Potter, en la de Star Wars, en la de Juego de Tronos o en la de los ídolos del fútbol. Señor, llévame a la época del Durero. Barcelona, marzo de 2019. Ya no reconozco nada del barrio en donde nací. Estoy en la periferia del tiempo.

27 de març 2019

Koiné o la irresponsabilidad

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(Lo hice: leí el manifiesto y actué en consecuencia).

Voy a contar una historia muy sencilla: soy catalanohablante porqué mi padre y mi madre lo eran. La lengua materna es insustituible porqué madre solo hay una. Sin embargo, mis dos abuelas no lo eran: la una, murciana y la otra, de Castellón. A mi alrededor siempre hubo castellanohablantes: en la familia política, en amigos, y había dos lenguas en los estantes de casa. Mi padre no era un gran lector, pero era un gran comprador de libros. Mi padre, obrero, de clase baja y escasos estudios, compraba libros. En catalán y en castellano. Incluso, por motivos que desconozco, en francés. Bueno, creo que estudió francés durante un tiempo breve, poco antes de casarse, cuando planeaba emigrar a Suiza para encontrar un trabajo digno. Crecí leyendo literatura en catalán y en castellano. Jamás se me ocurrió comparar ambas lenguas ni sospeché que hubiese conflicto entre algo tan sublime. Yo soy uno de los niños de los sesenta que se salvó gracias a la lectura.

Así que, según crecía, desarrollé una identidad bilingüe, consciente y feliz. Y elegida libremente. Ojalá hubiese podido ser trilingüe, me decía cuando leía novelitas de ciencia ficción y terror de autores anglosajones. Me alegré de haber nacido en un parte de España que me permitía acceder a dos culturas, a dos literaturas. No tuvo que pasar mucho tiempo para que me diese cuenta de algo obvio: una de las dos literatura era enorme, casi infinita, riquísima, vasta. La otra era pequeñita y a veces ñoña, pero era la lengua de mi madre y por eso la amaba. En el barrio, casi en la periferia de Barcelona, los chavales hablábamos las dos lenguas sin conflictos. Algunos chavales me pedían que les hablase en catalán, para aprender, me decían. Los castelllanohablantes, hijos de inmigrantes y pobres como yo, querían aprender.

Recuerdo que, en el instituto, nos hicieron leer un librito de sociolingüística en el que aparecían conceptos como la "diglosia" y el conflicto de lenguas, que era como una versión muy rara de la lucha de clases. Sin embargo, los alumnos pasamos por aquella lectura y nos quedamos tan anchos. Seguimos con nuestro bilingüismo feliz, sin problemas. La vida era bilingüe, tan simple como eso. Como que hay hombres y mujeres. Por suerte. Hacia los quince, obcecado con la literatura gótica, mis lecturas se inclinaron por el lado del español, pero solo porqué apenas había traducciones al catalán de mis autores preferidos. Conocer la lengua española me dio felicidad, y eso es algo que a uno se le queda gravado. Luego me pasó lo mismo con otros géneros. Y hasta hoy.

Bueno, no, hoy ya no, porqué hoy es distinto. Algo cambió. Cambió algo que no era yo. Se rompió algo hace poco y se formaron bandos, y entonces tuve que tomar partido. Por una predisposición mía que debe ser biológica, tomé partido por el débil. Tomé partido por la lengua castellana. Si, ya se lo que muchos dirán: que soy miope y confundo lo grande con lo pequeño, o que soy un malintencionado, un demagogo. Quizás incluso ¿por qué no? un facha. Pero yo se lo que me digo.

Para entender eso solo hace falta leer el manifiesto Koiné o las continuas algaradas de uno de sus más furiosos redactores, el traductor Pau Vidal, un traductor que anda siempre enfurruñado, cabreado con el bilingüismo y contra los que hablan castellano en Cataluña. A mi me duele esa actitud, que me parece poco realista pero sobretodo injusta. Por no hablar de que es una actitud que parte de la superioridad de una comunidad lingüística, superioridad y legitimidad y no se cuantas prerrogativas más. Vidal y los suyos quieren eliminar el idioma castellano de Cataluña en nombre de unos argumentos que prescinden de la historia, de la verdad, de la ciencia. Que se remiten al esencialismo, al supremacismo, a la exclusión.

Vidal y los de Koiné viven obsesionados con la desaparición de la lengua catalana, en un estado de cabreo permanente. No se acuerdan de que la lengua catalana es la lengua de las escuelas catalanas, que jamás esa lengua dispuso de tanta protección legal e institucional, de tantas prerrogativas. De que es la lengua de la administración del estado en Cataluña (es decir, la autonomía), que dispone del canal de televisión público más caro de España, de que las editoriales reciben subvenciones por publicar en catalán (pregúntenle al señor Torra, que algo de eso sabe). En toda la historia de la región catalana, jamás la lengua catalana había sido tan cuidada, tan sufragada, tan promovida por el aparato estatal y sus leyes.

Nadie se quejaba. Había consenso. Los alcaldes socialistas del Baix Llobregat hicieron más por la lengua catalana que Pompeu Fabra y Josep Ruaix juntos: la defendieron, la usaron, la prestigiaron en aquellas poblaciones. Firmaron a favor de la Ley de Normalización Lingüística y destinaron millones de pesetas -luego millones de euros- a ello. Porqué había consenso, respeto, pacto. Nadie pretendía que una lengua fuese mejor que la otra. Siempre hubo victimistas defensivo-agresivos, pero eran muy pocos y el consenso les mantenía a raya. ¿En nombre de qué? De la convivencia, de la democracia.

Creo que no terminan de comprender, los independentistas agresivos como los del grupo Koiné, que se van a cargar el consenso y todo lo conseguido hasta hoy. Creo que no comprenden que su actitud es el peor daño que le podían infligir a la lengua catalana. Que su análisis sesgado y tétrico y aguerrido terminará con lo que pretenden defender. Creo que no comprenden: que romper el consenso y la convivencia es un error mayúsculo. Si una lengua tan subvencionada, tan mimada y tan amparada por las instituciones del estado está en declive, deberían pensar un poco más antes de sacar sus conclusiones que consisten en acusar al otro. Toda la culpa es solo del otro. Todos sabemos identificar qué tipo de ideologías son las que señalan al otro como el culpable de sus males. Es el paso previo a proponer la expulsión del otro. No hace falta decir más.

Mi pequeña historia tiene una apostilla: aquí estoy, ahora, escribiendo solo en castellano. Sigo hablando en lengua materna con mis seres queridos, y sigo en la docencia de la lengua catalana, porqué amo las lenguas y me apasiona acompañar a los pequeños en ese aprendizaje que es, creo yo, el más fascinante de todos. Enseñar a comunicarse con los demás, a interaccionar para ser más inteligentes y más cultos. Y más abiertos al mundo y al conocimiento, y más despiertos. Por lo que hace a mi elección íntima, ya solo escribo en castellano.

22 de març 2019

Buscadores de huesos


Corren malos tiempos para los muertos. Bueno, creo que nunca ha habido buen tiempo para los muertos, así que corrijo. No he dicho nada. Quién si dijo algo fué un diputado regional de Vox, el otro día. Se burló de quienes reivindican los entierros dignos de sus parientes sepultados en fosas o en campos de cultivo, y se mofó de ellos de ese modo, llamándoles "buscadores de huesos". La verdad es que me sonreí: si todos los tiempos han sido malos para estar muerto, todos han sido buenos para los buscadores de huesos.

No hay que tener mucha ciencia para acordarse de quienes buscaron (¡y buscan todavía!) los huesos de Cristo. Buscadores de huesos haylos, y muchos, y todos buscan con gran ahínco, y el diputado no se burla de ellos. Hay quienes buscan los huesos de la familia Romanov. Los conspiranoicos que buscan el verdadero cuerpo de Hitler allende los mares e incluso en la Antártida, entre pingüinos. Tampoco hay que ser muy burro para no darse cuenta del cirio montado con los huesos de Franco. No creo que el agudo diputado regional deseare mofarse de los buscadores (o los defensores) de esos huesos que he nombrado.
-Es que esos de Vox son muy fascistas -me responde uno, uno de los del lacito de marras.
No le respondo: todos ven la mota fascista en el ojo ajeno.

Una consejera de un gobierno de Arturito Mas dijo que ya vale de gastar dinero abriendo fosas de la guerra civil y dejó el asunto sin presupuesto. Lo argumentó con dos argumentos, para no dejar opción a la respuesta. El primero fue: no hay dinero (era en tiempos de los recortes salvajes) y el otro, el bueno: la guerra civil es un asunto zanjado. Es decir: ara no toca.

A la consejera de Mas (Joana Ortega, se llama)  ningún patriota catalán la llamó "facha".

Sin embargo, ahora, lo de la guerra civil interesa a ambos nacionalismos: al catalán, porqué hace jirimejias para demostrar que España sigue siendo franquista y pretende que Cataluña nunca lo fue. Al españolismo cerril, porqué sabe que se saca buen rédito en votos cuando se hurga en las heridas. Los de Puigdemont, a sabiendas de ello o no (la respuesta depende del grado de estupidez que se les presuma: en una escala del 0 al 10, escoja usted entre el 9 y el 10) juegan encantados al juego de Vox. Aunque el abuelete de Puigdemont fuese un falangista notorio que se fue a Jaén para evitar ser metido a filas republicanas, resulta que la guerra civil mola, porqué según ellos fue una guerra de España contra Cataluña. Si Cristóbal Colón, Hernán Cortés y Erasmo de Rotterdam eran catalanes, la guerra civil pudo ser una guerra de España contra Cataluña. Y la tierra, plana.

Por cierto: ¿dónde están los huesos de Colón, de Cortés y de Erasmo? Es que ahora no caigo. ¡Ah! ¿Y los de Rafael de Casanova? Ahora, cuando la historiografia científica ha demostrado que Casanova no murió defendiendo Barcelona en 1714, si no que se pasó al bando borbónico, ya se habla poco de él. Tampoco se habla mucho de los muertitos del Fossar de les Moreres, puesto que la ciencia -otra vez la puñetera ciencia- ha desvelado que los cadáveres que están bajo el Fossar de les Moreres son muy antiguos y no tienen nada que ver con la guerra de Secesión. Se sabe que todo fué la patraña de un escritor (Pitarra), el mismo que se cachondeó del mito catalán de Jaime I en su obrita sarcástica "Don Jaume el Consquistador", en donde el rey, cuando contempla los mástiles erguidos de los bajeles catalanes, se pone cachondo y le escribe una misiva erótica a su mujer. Nadie le llamó facha, a Pitarra.

Hace algunos años, mi familia decidió repatriar el cadáver del abuelo Miquel, que murió en el exilio francés, en 1941. Estuvo enterrado en el cementerio de Montpélier durante 70 años. Se hicieron infinidad de trámites burocráticos con España y con Francia (hay que decir que facilitaron más las cosas en el lado español). Finalmente, obtuvimos una fecha para ir a recoger los restos del abuelo republicano. El funcionario de Montpélier era un tipo canoso y cansado, amable lo justo. Vamos a dejarlo en "correcto". Nos contó que, en esos casos, a la familia no se le entregan huesos, si no una urna con la ceniza de ellos. (Yo siempre había fantaseado con ese viaje a la ciudad occitana, de la que iba a regresar con una caja de cartón 60x20x40 en el asiento de atrás, escuchando como se entrechocan los huesecillos en las curvas de Banyuls a Portbou). Pero no: era una urna con polvo gris, de peso muy liviano. El funcionario se puso lívido en algún momento de la operación papelística, pero no contó a qué diablos se debía la sudoración fría que perlaba su frente pálida y francesa. Llamó por teléfono, consultó el ordenador. Al fin nos confesó: hubo un error, y estuvieron a punto de darnos las cenizas de un tipo que no era el abuelo pero jamás supimos quien era (a mi me hubiera interesado, al verdad, ya que eso me parecía una buena historia).

Por fin nos libraron el paquete. Nos despedimos del burócrata de la République y salimos al parquing del Tanatorio. Mientras metíamos al abuelo en el maletero, el funcionario francés acudió a grandes zancadas, dando voces. Llevaba otra urna en brazos. Después de mil excusas (exquisitas, bien orquestadas) nos dijo que el lío era tremendo, pero que el verdadero abuelo era el que llevaba él y no el que habíamos metido en el coche. Nos juró mil veces que todo se debía a un error informático, y también nos juró que ahora ya estaba resuelto y sin dudas. Le cambiamos el bote de las cenizas y nos volvimos para Barcelona.

Enterramos la urna francesa en el cementerio de Las Corts, con vistas al Camp Nou, junto a los restos de su esposa. Mejor dicho: metimos la urna en un nicho de un tercer piso, en un bloque de nichos que remite a los bloques para pobres (pobres pero vivos) de La Mina de San Adrián. Hicimos un pequeño homenaje, bastante íntimo. No acudió nadie del partido en el que militó el abuelo. Mejor así, claro. Si llega a aparecer un pájaro gilipollas de ERC, me voy volando.

Mi tío, el hombre que cargó con los trámites de la repatriación, enfermó poco después y no tardó mucho en morir. Una vez que fui a visitarle, entre susurros (le faltaba el aire) pero con un sonrisa, me dijo que él siempre pensó que la urna que nos trajimos de Montpélier no contenía los restos del abuelo, si no los de un tipo desconocido, vete a saber quién, un marinero marsellés, un ruso bohemio, un músico loco austrohúngaro...

Pues nada, pues eso: ríanse ustedes de los buscadores de huesos o de los encontradores de huesos. Por cierto: los trámites, el viaje, las pesquisas y todo lo demás, lo pagamos la familia y jamás le pedimos un solo euro al estado. Los cafés y los bollos en el Tanatorio de Las Corts, solo eso, ya nos costó un buen pico.

21 de març 2019

Contriciones Duran-Lleida, S.A.

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El señor Duran concede entrevistas. Dice que siempre supo que el señor Mas era un pequeño inútil y un mediocre o algo así. Que el señor Torra no merece ningún comentario, ya que es insignificante; que el señor Puigdemont es más de la CUP que de Convergencia (¡olé por la ocurrencia!), que el "procés" es un sinsentido y que eso terminará mal, y que hay que ser racional y etc.

El señor Duran dice esas cosas ahora, en marzo de 2019, cuando el señor ya no vive de su nómina de diputado nacionalista catalán si no de lo que cobra por ser miembro del consejo de administración de un grupo empresarial muy conocido, ocupando la plaza que dejó vacante el señor Josep Piqué, el exministro del PP y exconseller de Pujol (la historia es larga, densa y retorcida, a fe de Dios). Lo dice cuando ya no arriesga nada. Eso es de cobarde, claro. Pero como cobardes, pusilánimes y peseteros lo somos casi todos en Cataluña, la cobardía no se la afeo.

Lo que le preguntaría es lo otro. Lo demás. Lo que Duran no dice no dice.

El señor Duran fue el socio necesario del señor Pujol, el alma del nacionalismo convergenteunionista, uno de los arquitectos de la política del "peix al cove", el escudero del sátrapa que robaba a los catalanes, el mayordomo de la familia, el consigliere en la sombra. Duran vivió no solo muy bien al albur del nacionalismo pujoliano que es la semilla del desastre actual, si no que vivió en una suite del Hotel Palace de Madrid, lugar que mostraba satisfecho a los reporteros. Duran siempre me pareció una víbora, el paradigma del "profesional de la política" en el mal sentido. En el mismo sentido en que el Dioni fue un profesional del transporte de caudales.

Duranes los hay en todo el maldito mundo. Y, aunque se prodiguen más en la política profesional que en otros ámbitos, también los hay en la cultura, por decir un ejemplo. Dylan se pasó al rock eléctrico en cuanto vió que eso tenía más futuro que el folk plomizo de Joan Báez. Wong Kar Wai se pasó al cine de trompazos y bofetadas marciales cuando descubrió que daba más dividendos que sus espesas reflexiones sobre el romanticismo decadente y los trabajos de amor perdidos. Durán jamás hizo aportaciones tan notables a la cultura universal como los anteriores pero, sin embargo, como ellos, supo variar el rumbo para acercarse al sol que más calienta.

Dice el señor Durán que nunca quiso ser ministro español. Dice que nunca fue nacionalista el que fue la sombra más fiel del ladrón Pujol. Lo dice el que capitaneó un partido misteriosamente perdonado siempre de sus desmanes y corruptelas, con un muerto incluído (suicidado, dijo la sentencia inapelable). El señor Duran muestra ahora un perfil racionalista y exquisito (bueno, exquisito siempre lo fue, con la exquisitez de un doctor Lecter de las tierras bajas). El señor Duran intenta alejarse de aquella caricatura ya antigua, la del hombre cristianodemócrata de cintura para arriba y socialdemócrata de cintura para abajo, dualidad de la que se cuentan cosas -siempre en voz baja- que no voy a contar porqué el delito tiene aspecto de sobreseído por prescrito. Ahora se presenta como un ejemplo de racionalismo que contiene algo de santidad. O, por lo menos, de beatitud probable.

Si el señor Duran supo qué cosa era Mas ¿porqué aguantó tanto tiempo a su lado? ¿Qué cosas esperaba a cambio de secundar al que consideraba un necio? ¿A qué tipo de ética personal responde esa actitud?

Creo que el señor Duran es tan profesional de la política como de la mentira, en el caso de que eso sean cosas distintas (yo, ingenuo de mi, todavía creo en que lo son, por lo menos algunas veces, en algunos casos). También creo que el rollo contricionista actual del señor Durán es una forma elíptica de querer restaurar la figura de su antiguo dueño/socio, el ladrón que reside en General Mitre. Creo que el señor Duran participa de una operación que pretende redimir a Pujol y a su oscuridad medieval. Creo que él, como otros, pretenden hacernos creer que Pujol fue el último hombre sabio (o santo), lo cual me parece de una indignidad monstruosa. Pujol no solo es el orígen del mal y el huevo de la serpiente, si no un corrupto mayúsculo. Por eso no me creo al señor Duran.

Creo que más pronto que tarde muchos otros se apuntarán al carro de las contriciones de Durán. Asustados ante el baño de realismo que les da el juicio a los golpistas, asustados ante la historia, temerosos de la justicia democrática. Muchos dirán que ellos no fueron, señoría, que ellos no sabían nada de la solución final o de nada de nada, que solo obedecían órdenes. Algunos dirán, como Trapero, que no solo no estaban si no que les advirtieron a los que estaban de que no deberían estar. Nadie dirá:
Que todo nacionalismo es una corrupción. Ya sea un nacionalismo blando, negociador y pactista, ya sea agresivo, unilateral y lacista. Ya sea catalán o castellano (palabras que comparten la misma etimología, aunque no lo reconozcan). El nacionalismo es corrupción, bajeza y mediocridad. El nacionalismo es el robo y la muerte. 

14 de març 2019

A propósito de la Voz de Chtulhu

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Llevo meses obligándome a no hablar de la Voz. Prometiéndome que no lo haré. Llevo tiempo mordiéndome la lengua (hasta sangrar, a veces -en metáfora) cada vez que escucho a alguien hablar a propósito de la Voz.

Vox es un diccionario antiguo, me digo. Vox es un programa de Antena 3 que no he visto jamás, en donde personas se disfrazan de otras personas para cantar o algo así. Vox es una novela norteamericana de los noventa en la que un hombre llama a un teléfono erótico y pronuncia un monólogo muy largo. Llevo meses repitiéndome eso, consciente de que el auge electoral de la Voz está en relación a las veces en que hablamos de la Voz. Es mejor callarse ante la Voz, me repito.

Pero a veces hay que hablar. Hablar o no hablar de la Voz: ¡vaya dilema, vaya frase tan paradójica, tan rara!. ¿Hubiese sido mejor nacer mudo -o simplemente no haber nacido?

Unos días atrás, durante la hora de la comida, en el centro de trabajo, se nombró el asunto de la Voz. Conseguí comer en silencio durante un tiempo bastante largo. No más de unos 30 segundos. Comentaban el suceso: el fin de semana anterior, la Voz montó un chiringuito enmedio de la calle comercial de la ciudad en donde habito, enfrente de la tienda de Springfield, al lado de la tienda de Apple, muy cerca de la tienda de Benetton. Miles de personas transitan por esa calle los sábados, provistas de poco dinero y muchas ganas de gastar. Es la calle del desespero, la calle del quiero pero no puedo, la calle de la nostalgia de la antigua clase media. Ahí montaron su chiringuito los de la Voz. Muy poco tardaron los CDR locales en hacerles un cordón, más sanguinario que sanitario. Tuvo que acudir la policía. Los Mozos circuncidaron el chiringuito para protegerle de los CDR, cuya agresividad es a veces pasmosamente metafórica, pero otras inesperadamente veraz.

Eso comentaban durante la comida en el trabajo: que no les queremos aquí, que se vayan, que no les queremos porqué son fascistas y son de fuera. Tardé unos 30 segundos en responder algo así como que la Voz tiene el mismo derecho a estar aquí que los demás. Dije que la democracia es esto, justamente, y que prohibir partidos políticos que respetan la Constitución y no han cometido delitos de sangre no me parece una postura democrática. Se levantó una polvareda considerable, aunque debo agradecer las intervenciones de los que, con gran inteligencia, me apostillaron para decir que mi comentario era una boutade y nada más que eso. Se lo agradezco. Lo que menos deseo es tener un conflicto laboral a causa la Voz.

Pero el asunto está ahí.

¿Quienes llamaron a la Voz? ¿A qué se debe su aparición, su despertar tras el letargo?

Me acordé de los cuentos de Lovecraft. De su obra sobre Chtulhu y los dioses primigenios que duermen en el fondo de un pozo profundo esperando al incauto que los despierte pensando que eso es un juego, una chorrada. Hay que releer a Lovecraft, hay que revisar los mitos de Chtulhu. Hay una maldad antigua y primigenia que dormita en la penumbra. Hay que andarse con cuidado, no desvelarla. En España llevábamos casi cuarenta años cuidando de no desvelar al dios maligno. Pero, como en los cuentos del genio de Providence, un grupillo de incautos, más bien cortos y muy listos, creyeron que los monstruos atávicos eran cadáveres, momias, residuos. Desafiaron al bicho, y el bicho resurgió de las profundidades. No estaba muerto. Estaba soñando que estaba de parranda durante una siesta leve. Abrió un ojo y les miró a la cara. Ellos pensaron que les miraba un muñequito risible, fácil de doblegar. A incautos y a ignorantes no les gana nadie. Quien cree en los beneficios del "cuanto peor, mejor" es un inútil y un peligroso inconsciente. Del caos solo sale más caos. Y por lo tanto, dolor, desgracia, maldad. Puigdemont es una maldición para todos y justamente por eso.

Me cuentan que hay un escritor escribiendo una novela policíaca o de espionaje en la que los servicios secretos chinos eliminan al Puchi por haber apoyado a un grupo étnico chino (chino e islámico): del caos solo se sale más caos. Es la ley de Chtulhu.

Lo que han despertado no es ni pequeño ni local ni antiguo. Es enorme, mundial y muy jodido. Es el fin de la democracia tal como la conocimos. De nada sirvieron los esfuerzos de dos generaciones de españolitos. Jamás entendieron que "el régimen del 78" es el mejor de los regímenes posibles. Jamás entienderon a España, y no tienen ni idea de Cataluña. De la Cataluña real, ni idea. Ni idea.

Lo malo de todo eso es que, como en los cuentos de Howard Philips, las consecuencias de su estupidez las vamos a pagar entre todos. En los cuentos del escritor de Nueva Inglaterra, el monstruo devora a los insensatos que le invocaron y luego a todo el mundo. Entre Puigdemont, Turull y Rull y los demás incautos, nos están laminando la democracia en su concepto, en su raíz. Hay que mencionar esa política de tuit mañanero que tanto les ayuda, y que es el nuevo Necronomicon. Eso no tiene un buen final, no lo puede tener. La Voz empieza a resonar por las calles. En esta ciudad mía pero que no es mía, la Voz tiene su agrupación más numerosa de todas las agrupaciones de la Voz en tierras catalanas.

-Lo más sensato -murmuro yo- sería pasar de largo ante un chiringuito de la Voz. Si te detienes ante ellos y les increpas les estás haciendo el favor más grande. Es decir: les invocas. Válgame la redundancia etimológica.

Bajo su armadura de metal reluciente, el Parsifal de Wolfram von Eschenbach cabalgaba con las  ropas del loco. Es para morirse de la risa. O para llorar. O para hacer ambas cosas, como lo hizo Hans Reiter en los albores del triunfo nazi en Alemania.

11 de març 2019

La constitución de Kataluñistán

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Título primero: De la esencia catalana. Artículo uno: Cataluña es una, grande y libre. Artículo dos: quien ose dividir la patria, negarla o mofarse de ella será juzgado y apedreado por un tribunal popular en la plaza Mayor de Vic...

-¡Un momento! -interrumpe uno de los redactores- Eso de "una, grande y libre" me suena de algo y ahora no atino... Creo que algo así decía mi padre, que en gloria esté. O mi abuelo, que en mayor gloria le tenga Nuestro Divino Señor, ya que fué él y no otro el que fundó el negocio familiar, en 1941.
-El que fundó el negocio que tu te fundiste -murmura casi inaudible otro, a su derecha, y luego simula un achaque de tos irritativa.

Los demás se enfurruñan. Sus frentes toman la textura de un pantalón de pana gorda. Piensan a marchas forzadas. A todos les resuena la expresión, pero, como el interruptor, nadie consigue dar con la solución del enigma.
-A lo mejor lo dijo el abuelo Macià ¿no? -sonríe el más joven- O quizás Valentí Almirall. A ver, Fredo, tu que sabes de historia ¿nos puedes iluminar con tu mollera resplandeciente?

Fredo lanza una de sus miradas raras y sombrías, sorbe las últimas moléculas del escocés de 24 años en barrica de roble inglés y, con mueca torcida y siciliana, farfulla:
-Analfabetos... La frase es de una novela mía. Es que mira que sois ignorantes.
-Ministro, que vas p'a ministro, Fredo -le espeta el que antes murmuró y ahora finge que está medio borracho para obtener la disculpa etílica.

Los reunidos en la trastienda de una conocida peletería del centro de la capital provincial se denominan a sí mismos "Los imparables", aunque hay alguien por ahí (en voz baja y entre risitas más o menos comprensivas, cómplices y levemente discrepantes) que les llama "Los calaveras". Hace un par de semanas, tras coincidir en la Feria del Aceite del Garrofín Nostrat (en donde también estaba el Prezidanto), se conjuraron para redactar la Constitución de la Patria Inminente. Se pusieron a redactar a bocajarro, sin guión previo ni encomendarse a ningún dios. Furiosos, iluminados, valientes como el primero en salir de la trinchera del Somme, airados, patrióticos. ¿Qué más se necesita para redactar el acta fundacional de una patria? ¿Acaso los redactores de Filadelfia de 1787 eran juristas o algo parecido?. Hay uno que cree saber algo acerca de Jefferson, ya que su hermano mayor escuchaba Jefferson Airplane mientras se liaba unos porritos. Así anda la intelectualidad por aquí en el mejor de los casos.

Se pusieron a escribir una constitución con un empeño heroico y la sangre hirviendo, el corazón henchido. Se pusieron a redactar una constitución como cuando yo escribía poesías para las chicas del Instituto, llevado por el viento inflamado de la primavera burbujeando en el atisbo de la adolescencia. Entonces, cuando yo redactaba aquellos poemillas ruborizantes, ¡qué más me daba si incurría en una o dos o tres mil barbaridades! ¡Al revés: mejor cuantas más barbaridades hubiese, mejor, mucho mejor: más frescura, más arrojo mostraba!

La constitución de los valientes incluyó artículos como la prohibición de los partidos que duden de la sacrosanta verdad de la patria catalana. Legisló la posibilidad de elegir entre dos nacionalidades: la catalana y la otra. Si usted elige la otra, dice el artículo pertinente, que sepa usted que vale, que de acuerdo, pero que usted no tendrá papeles y no podrá trabajar en la patria milenaria de los escogidos. También insertaron en su poema un largo y tedioso capítulo dedicado a la confiscación de los bienes de titularidad española, que cifraron en 19.000 millones de euros según el cálculo que había hecho un economista amateur, de esos de la economía recreativa (y el mismo tipo que -caballero entre caballeros-, un tiempo atrás, dijo que para escoger bien a una mujer para el cargo de Consejera se debe escoger a la de más volumen de senos. Se desconoce si la constitución contiene algún artículo en donde se detalla el asunto que vincula volumen mamario con altura del cargo).

Se desconoce eso último porque la constitución catalana tuvo el mismo final que mis poesías de los 14 años: terminó en algún descampado, rota en mil pedacitos. O quizás mucho más digno, catalán y tecnológico (perdón por las redundancias) en la destructora de papeles de alguna Consejería. O en el inodoro de algún chalecito que puede estar: en el Ampurdán, en la Cerdaña o en un vertedero clandestino, que está según se sale de Amer en dirección a Francia. Por desgracia, alguna copia cayó en manos de un juzgado. Desgracia gorda, esa, vaya por Dios.

-¡La frase la dijo Bonaventura Gasol, el poeta del pueblo! -grita de repente uno de los poetas imparables, como saliendo de un ensueño.
-¿Gasol? -se asquea un redactor constitucional que publicó algunas novelas policiales- Pero ese... ¿ese no era un mierda izquierdoso?
-¡Un gran baloncestista! ¡Qué poeta ni qué pueblo! ¡Un gran baloncestista, eso es lo que era Gasol! Pero luego se hizo unionista, cagüen la mar salada -se desgañita uno que hasta entonces había permanecido en silencio mientras hacía bocetos de cadalsos y diseños de piras para incinerar a botiflers.

8 de març 2019

Conquistadors: Francisco Pizarro según Vuillard


La lectura de Vuillard en versión original no es nada fácil para quien, como yo, estudió francés durante cuatro cursos del Institut Français de Barcelone (calle Moià), mientras cursaba el BUP, y luego solo ha practicado algo en el cine en VO y en algunas lecturas más bien simples. Ahora, cuando el que me pagó aquellos cursos de francés ya no puede protestar, puedo confesar que muchas de aquellas tardes extraescolares las pasé en la sala de cine de la academia (gratis para los alumnos) viendo cine negro francés, es decir, "polar": Alain Delon un montón de veces, Clouzot, el joven Depardieu, Jean-Pierre Melville, y algo de Resnais, que no era "polar" pero era terrible. Recuerdo muchas secuencias de "Providence", uno de los filmes que más me ha impresionado, visto por aquel yo no solo imberbe sino mentecato, un auténtico petimetre que se las daba de algo, no recuerdo de qué pero de algo, de algo que no era ni fue.

La prosa de Vuillard es brillante y grandiosa, y a la vez esforzada, de lectura lenta. Contiene párrafos de más de diez líneas construidos con una sola frase. No todo el mundo sabe hacer eso. Es decir: muy pocos saben hacer eso. Solo transcribo uno de esos párrafos. Para muestra, un botón. Atención a la apertura de la frase: "Et le soleil", y al cierre: "la gloire".
Et le soleil, par-delà les choses, fit émaner d'eux la puissance; par une ironie sanglante, lui, le père des Incas, parla une langue de feu, fit don aux chrétiens du sang de ses fidèles, leur octroya une jouissance inouïe sur la terre d'anéantir et de fonder; leur permit même de détruire sa propre idolâtrie, de faire jaillir depuis une source plus profonde le sacré, de parcourir -bêtes nomades- des milliers de collines, de ferrer leurs mules avec de l'or, d'aller -jusqu'aux limits extrêmes de la certitude, aux confins de l'affirmation et de la négation- s'entretuer, s'unir, se séparer comme nul avant, peut-être, n'avait eu l'occasion ni la force de la faire; libres, profanant tout, d'une iniquité considérable, portant dans le coeur une conception enragée de ce qui est, voyant sans cesse la richesse devenir feu et cendres, sa lumière éclairant une fondation et une dévastation sans mesure, la fin d'un monde -la gloire.
Vuillard es honesto y claro. Y contemporáneo sin remilgos, sin flatulencias contemporizadoras. Pizarro y sus compañeros de aventuras eran analfabetos, iletrados. Uno de ellos huía por haber matado a una mula que le confiaron en custodia, el otro era un porquerizo. Esos hombres conquistaron América, combatieron y vencieron al Inca, destruyeron un imperio y pusieron los cimientos de otro, el nuevo. Atravesaron montañas, valles, glaciares. Se aliaron con algunos pueblos para derrotar a otros. Participaron en innumerables guerras fratricidas contra otros españoles, lucharon entre ellos, se traicionaron, se putearon. Nadie es capaz de explicar muy bien el asunto: cuatro gatos arrasaron un continente, exterminaron, violaron, pegaron fuego, conquistaron un mundo y luego se mataron entre sí. Todo es muy español, tan español como Llarena contra Puigdemont, como Marchena contra Junqueras. Como Junqueras contra Puigdemont. España.

Al principio del texto, Vuillard dice algo sobre la fascinación, el oro, la fama. Le pegaban un arcabuzazo al cielo y llovía oro [La independencia de Cataluña nos traerá 16.000 millones de euros extras, dijeron.] Sus gestas recorrían el mundo entero, el mundo entero conocido entonces. Pizarro sufrió mil contratiempos, y siguió para adelante. P'alante. Sufragó de su bolsillo caballos, artillería, milicianos. No solo era analfabeto: era crédulo, ingenuo, bestia, asesino sin remordimientos, ávido de riquezas. Y a la vez desprendido, iluminado por el fuego, heroico, ejemplar, loco. Pizarro inaugura un mundo y una época mientras destruye un imperio lejano. La tragedia de Pizarro es la tragedia de nuestro mundo, el de hoy. Con él empieza todo. Un analfabeto está en el génesis de nuestro mundo. El ruido que provoca la caída del imperio del Inca resuena todavía en el planeta, es ese ruido de fondo, el mundo que declina, el mundo que asciende. El ansia por el oro, el deseo irrefrenable de la fama, la caravana de soldados e indios arrastrando cañones por las sendas andinas que filmó Herzog en "Aguirre, la cólera de Dios". Todo está allí, en ese instante en manos del analfabeto Pizarro y sus compañeros.

La historia creó mitos, pero tras los mitos está la verdad, que es más interesante que el mito. Creo que eso es lo que quiere contar Vuillard con su prosa brillante, reluciente, arrolladora. ¿Para cuándo un Vuillard que nos cuente a Jaume I? ¿Para cuándo una crónica de los almogávares con el brillo del autor francés? ¿Acaso los almogávares eran menos analfabetos, brutos y asesinos que los conquistadores de América? Todas las historias necesitan una revisión tal como la hace Vuillard, que pretende escribir para un lector de hoy, libre de prejuicios. Se debe contar el pasado con las palabras de hoy, aunque "hoy" es, en realidad, "ayer". Hay que hablar con el conocimiento que nos da la racionalidad para comprender de donde venimos. Y no venimos de ninguna otra parte que no sea el horror. No se puede comprender la mitificación del pasado, porqué en el pasado solo hay barbarie, bestialidad, ignorancia. Horror. ¿Cómo se puede mitificar el pasado medieval para justificar aventuras contemporáneas destinadas a crear naciones? Hay que leer a Vuillard y recordar, a la vez, al coronel Kurtz de Conrad, y la historia de la colonización del Congo a cargo de los belgas (un asunto del cual Vuillard también se ocupó).

Hay que aprender a mirar al pasado mitificado, mirarle a los ojos y poder decir: amo lo racional, la democracia, las constituciones. Amo las leyes democráticas y la separación de poderes. Odio a las naciones y sus mitos. Quiero vivir en paz, en democracia, en la ley compartida. Reconozco que venimos del horror, de Pizarro y de las guerras, de las tribus, de los almogávares, de los mitos fundacionales, de los héroes iletrados, de la barbarie, de los gritos guturales ("Patria o muerte", "independència o mort", etc). Pero no me interesan los gritos guturales patrióticos, no los quiero para mi ni para mis hijos. Que las naciones, los imperios y las guerras sean una ilustración, un motivo de reflexión, una motivación del arte literario. Y nada más que eso. Hay que convivir con la pesadilla heroica del pasado como convivo con la pesadilla de la última siesta demasiado larga. Ni patria ni muerte ni mito ni mentira ni héroe de una tarde en una declaración.

Democracia, igualdad y vida.

7 de març 2019

La otra historia de Cataluña


Esa es la historia de un libro de historia. Empezaré hablando del libro en sentido estricto: el objeto concreto llamado libro y que reposa de pie, como los guerreros, en un estante del piso. Ahora, cuando empiezo mi reseña, dudo de que en la extensión que se recomienda para el artículo de un blog quepa lo que uno considera que es una reseña canónica.

Supe de la existencia de "Otra historia de Cataluña" gracias a una amiga que me lo recomendó. Con ella me unían algunas afinidades previas, pero creo que la determinante fue nuestra convicción antinacionalista y antilacista, que es una forma de hablar. Las personas no se entienden por estar en contra de algo, eso tiene una lectura negativa que no le gusta a nadie. Ambos estamos a favor de la democracia, del derecho, de la igualdad. Pero ustedes ya me entienden. Así que, hablando de tractores y lazos amarillos, me habló de un libro. De este libro. Busqué información y luego busqué el libro. A través de las web de las librerías catalanas no conseguí dar con él. Era imposible encontrar en Cataluña un solo ejemplar de un libro que trata de la historia de Cataluña. ¿Qué misterio se escondía en esa ausencia? Esa anomalía (en realidad nada anómala si uno conoce la idiosincrasia catalana) me animó en las pesquisas.

Por fin lo encontré. Había un ejemplar disponible. Estaba en la Librería Los Terceros, de Sevilla (Plaza de los Terceros 14 de la ciudad andaluza). Hice la gestión on-line y unos días más tarde me llegó al buzón. El libro no está en perfectas condiciones, aunque son buenas si tengo en cuenta que es una edición (la segunda), de 1990. Tiene 28 años. Lo publicó la editorial Acervo, cuyo domicilio estaba, entonces, en la calle Julio Verne de Barcelona, una callejuela del barrio del Putxet. En el ángulo superior de la primera hoja hay un 495, que supongo el precio original, escrito en pesetas. Luego está un nombre escrito en bolígrafo azul, caligrafía bella, algo femenina y ágil, en diagonal ascendente: Juan Rafael Gómez Torres. Puedo suponer que fue el dueño de este libro en otro tiempo. Escribí mi nombre debajo del de Juan Rafael, para que conste que yo también lo tuve -y además lo leí.

Ordenado como pretendo ser, empecé por la presentación que Ricardo de la Cierva escribió para la primera edición (1985) y luego seguí por el prólogo, en el que el autor desvela el motivo del adjetivo con el que abre el título: ese "otra" no se refiere a una historia alternativa si no que cuenta un asunto íntimo. Marcelo Capdeferro (nombre real aunque parezca un pseudónimo) era un historiador forjado en la escuela romántica de Ferran Soldevila, que escribió una primera "Historia de Catalunya" bajo el influjo del padre de la historiografía mitificada. Pero Capdeferro siguió estudiando, y se dió cuenta de que su obra anterior no contaba la verdad, si no la verdad de los nacionalistas postrománticos. Hay que aprender a distinguir entre lo que es verdad y lo que es verdadero: ese aprendizaje nos trae de cabeza a muchos y nos exige años de esfuerzo. En algún instante de su periplo vital, Capdeferro se dio cuenta de que su libro de historia mentía, y se puso a escribir otro, este. De modo que el "otra" del título es una corrección que se hizo a si mismo. En realidad, eso es una expiación.

El libro es un ejercicio meticuloso y lento, tal como recomienda Aristóteles, un trabajo detallado, lleno de referencias, de precisiones, de ejemplos. Un trabajo de desmitificación. A través de las más de 600 páginas del cual Capdeferro demuestra con datos -siempre con datos objetivos y comprobables- el mito de la nación catalana, el mito de su fundación, el mito de sus héroes imposibles y sus hazañas improbadas. Datos, como por ejemplo este: la leyenda romántica habla de la gesta de Guifré el Pil·lós (una leyenda que me contaron siendo niño y que no solo me creí, si no que la creí histórica), pero el personaje histórico siempre firmó sus documentos como Wifredo o Guifredo, y jamás tuvo la menor consciencia de nada llamado "Cataluña". El mito de la fundación catalana en Ripoll es más falso que un duro sevillano.

Y así llegamos hasta el final, para concluir que "Cataluña" es una construcción del romanticismo tardío, de finales del XIX (todo es tardío por estos lares, y lo que no es tardío es ausente,) y que nada es lo que nos dijeron. Sorprende que ese romanticismo ñoño sea tan vigente hoy en día (sorprende pero ayuda a comprender los fenómenos del separatismo actual y los discursos de los enjuiciados por el intento de golpe de estado postmoderno -Cercas dixit- de octubre del 17) aunque ya fue definido por Menéndez y Pelayo con esas palabras tan exactas: "Miscelánea de aspiraciones vagas, de tiernas melancolías, de solitarios dolores y de idealismos confusos": ¿acaso no está todo eso en el discurso de Junqueras, de Rull y los demás?

Tal como me temía, el espacio se me terminó y casi no dije nada del libro. Lo dejaremos para artículos posteriores: me falta hablar de la relación de Josep Pla con este libro, y de algunos asuntos que cuenta Capdeferro, que son verdaderamente relevantes. Prometo grandes tardes de pasión. Y de risas (o de llanto, depende del prisma con que se lea).

4 de març 2019

Por fin llega Éric Vuillard


Llevo miles de años leyendo ficción literaria, y otros tantos viendo cine de ficción. Empecé de muy niño con la lectura de novelas de aventuras. Y, de muy joven, en el cine, en el cine del barrio, que era barato y de sesión doble, con humo de tabaco y a veces con pederastas tristes y cincuentones rondando por las butacas. En una casa muy pobre como la mía, y en cierta forma desarraigada, los libros de la biblioteca pública fueron el oxígeno del niño que fui. En casa (en realidad, un piso casi suburbial) no había aparato de tv, pero había una butaca de escay y un carné de la biblioteca. Con eso sobreviví.

Con el paso de los años, uno aprende a pactar con la realidad, y aprende incuso algunos trucos para sobrellevar el malestar, trampear con la pobreza (es decir, meterse a asalariado) y lo demás. Sin embargo, uno no deja de leer nunca, porqué la realidad y los pactos con ella suelen ser renuncias, bajezas, rendiciones. La lectura es triunfo, mejora, redención y maravilla.

Sin embargo también, y aunque eso uno no lo escoja, uno crece. Se hace mayor. Encanece, se cansa más tras cualquier esfuerzo físico o mental, reflexiona largamente sobre nada en el sofá, se duerme con la tele encendida y se encandila con las primeras flores del fin del invierno mientras sonríe, con una socarronería ingenua y se dice: ¡Mira! He sobrevivido a otro invierno. Y se apasiona por asuntos que antes no le habían interesado, así como se desinteresa por cuestiones que antaño le parecían muy apasionantes.

Así fue como llegó el momento en el que las ficciones narrativas me cansaron. Por decirlo de algún modo, tuve la sensación de que me las sabía todas. Los trucos del narrador, los giros argumentales, los planteamientos ingeniosos, las frases brillantes que pretenden sustituir que "la marquesa salió a las cinco" y todo eso, todo eso me aburre. Me aburrieron casi de repente esas cosas, como en una iluminación. Abandoné decenas de novelas en la página 50 y centenares en la 10. A algunos autores conocidos les mentí y le dije que había leído su novelita, pero en realidad la tiré al cubo de la basura tras quince minutos de trabajo de lectura forzada: a partir de los 50 años de vida, creo que eso se puede comprender. O tolerar, por lo menos. Demasiados años leyendo ficciones, pensé. Salvé a pocos autores: los clásicos, y luego Faulkner, Bulgakov, Bolaño y pocos más. Ahora me doy cuenta de que todos ellos están muertos. Salvo Mircea Cartarescu, que por fortuna suya sigue vivo.

Unos días atrás revisité la cinta de Peter Greenaway "El contrato del dibujante", vista por primera vez cuando tenía 19 años. Eso pasó en 1983. Me enamoré de Greenaway por esa cinta. En ella, la tesis (o la tesis que yo creo que Peter Greenaway quiso expresar) es esa: cuando el arte intenta reproducir la realidad, siempre termina por contar un crimen. Entonces ¿a qué falsa necesidad obedecen las ficciones criminales, las novelas negras y sus parientes, los thrillers, las tonterías policiales?

La realidad es el relato de un crimen. Da lo mismo que uno cuente el colonialismo europeo en África que la vida de Buffalo Bill, que la vida de un rey polaco, que la búsqueda de El Dorado, que lo que sucedió en el puente de San Luis Rey, que los hechos de Waco, que los negocios del Pigat de Vilassar de Mar, que las intenciones de los racistas de Alabama o los lacistas de Gerona.

Abandoné la ficción. Y, como no podía prescindir de la lectura, me fui para el ensayo. Descubrí que hay muchos géneros en el ensayo. El periodístico, el literario, el científico, el divulgativo, el histórico. Incluso me encontré con la crítica literaria, de la existencia de la cual había dudado siempre. En el ensayo literario (eso que algunos llaman "novela de no-ficción") me encontré a autores fascinantes, a personas que escriben con un registro alto, exigente, poético y sugerente. Cuando uno le pide a la literatura que sea arte más que entretenimiento como es mi caso, teme que el ensayo no le ofrezca arte en palabras. Nada más lejos de la verdad.


Así fue como llegué a Vuillard, o como Vuillard llegó a mi. Di con Vuillard por casualidad y creo que gracias a la publicidad. La publicidad no siempre es mala, ya lo ven. Empecé por "El orden del día", seguí con "Tristeza de la tierra", y ahora me espera "Conquistadores". Sobre "Conquistadores" hay algo que me intriga y que debo decir: Vuillard escribe una obra sobre Francisco Pizarro y la conquista del imperio inca que no se ha traducido al español: la leo en francés. No me lo explico. Si alguien francés escribiese una obra sobre la barbarie de los Almogávares entendería que no fuese jamás traducida al catalán, que es lengua de veto, excluyente y fastidiosa, pero que "Conquistadors" no se traduzca al español, que es idioma abierto, plural y de debate, no me lo explico. Supongo que ese déficit será corregido pronto.

Les recomiendo a Vuillard en esos tiempos de banalidad, simplismo y romanticismo levantisco y desatado.

[Otro día les contaré porqué hay que leer la "Otra historia de Cataluña", que es un gran ensayo sobre historia, del que se concluye que en su título hay un error: jamás existió ninguna realidad nacional o jurídica llamada "Cataluña". Todo fue un inmenso error de interpretación]

2 de març 2019

La conjura de los listillos y el listo Puigdemont

Resultat d'imatges de puigdemont bajo el puente

Sobre los doce o trece políticos procesados, la verdad, da pereza escribir más: ¿se puede escribir sobre la mediocridad y la mentira algo que no se haya escrito antes?. Aunque cada vez que pienso en ellos pienso en el ausente, en ese Carles Puigdemont que huyó en el maletero de un coche y engañó a los que están sentados ante el tribunal. Él les condenó.

El ausente Puigdemont, el del chaletazo y las comilonas en Bélgica, convocó a los ahora procesados para el día siguiente al 1 de octubre de 2017. Les conminó a ser valientes y acudir a sus puestos de trabajo. Lo hizo cuando él ya había decidido fugarse. Sabía que a sus cómplices les detendrían. La mezquindad de Puigdemont es una mezquindad que el cine negro ha contado muchas veces. Un grupo de delincuentes atraca un banco. Uno de ellos se lleva el botín y se citan tal día en tal lugar para repartirse el beneficio de la fechoría. Pero el listo no acude jamás a la cita: sabe que el lugar de la cita estará vigilado por la policía. Los demás terminan en chirona mientras él se pega la vida padre. Hay tantas películas que han tratado ese tipo de traición que son innumerables: a cada uno se le ocurre una por lo menos.

Carles fue un listillo en una conjura de listillos, pero los demás lo eran menos que él: ¿eran confiados? ¿ingenuos? ¿tontos? ¿idealistas?. ¿Eran idealistas confiados, ingenuos y tontos? . En el asunto del "procés" hay miles de ejemplos de esta competencia, la del listillo, una competencia que no está contemplada en la prueba de competencias básicas que pasan los alumnos al finalizar la educación primaria pero quizás debería estarlo. Esconder las urnas, esconder la partida presupuestaria que las pagó, esconder, esconder, burlar a la policía, burlar a un estado. Pretendían burlar a un estado democrático de Europa. Eso es un propósito de listos y de listillos, pero no de personas inteligentes. Hubo listos, listillos y pseudolistos. Y nada más.

Hasta que se aparece el más listillo de todos. En el mundo de los listillos, el listo es el rey.

Resultat d'imatges de bruegel ciegos tuertos

Sobre Carles Puigdemont hay un dato que quiero resaltar: al fugado no se le conoce ningún artículo, ningún ensayo. Hay un libro que corre por ahí y que nadie cita, ni tan solo sus seguidores. "Carles Puigdemont. The catalan question" o algo así, pero lo dicho: nadie lo cita. Incluso los suyos lo soslayan. Sus textos se reducen a esos tuits urgentes, breves, a veces medio ingeniosos y a veces solo apresurados, pero siempre construidos a partir de eslóganes, de ideas románticas e irracionales más trasnochadas que Fu Manchú, tuits facilones para consumo rápido de sus seguidores. En el mundo del pensamiento político, Puigdemont es algo inferior a un MacMenú básico, de esos de a 3 euros con refresco incluido, si lo trasladamos al mundo de la nutrición.

Es un dato relevante: Puigdemont no escribe. No sabemos si lee. Se puede especular sobre su lectura, y sobre esa faceta de su vida nadie aportará evidencias. Yo diría que es hombre de pocas lecturas, pero eso no lo puedo demostrar y lo dejo a un lado. Sobre su actividad escribidora, si: Puigdemont no escribe nada más allá de tuits. Estoy seguro de que los periódicos del régimen le habrán pedido artículos, pero jamás he leído ninguno. Concede entrevistas, algunas, y la mayoría le salen mal. En los canales de tv europeos por los que ha pasado se muestra titubeante, inseguro, fanático, portador de frases tópicas, incapaz de razonamientos que le presenten como un político que piensa, que sabe, que dispone de formación. Incluso los políticos y la prensa escocesa nacionalista han explicado que la "vía Puigdemont" ni les interesa ni les conviene.

Puigdemont no inaugura un nuevo tipo de liderazgo político: apenas se puede considerar un líder y nada en él va más allá de los pseudo-liderazgos populistas más rastreros de antaño. De ninguna forma ejerce un liderazgo nuevo, nada a tener en cuenta. El tipo que se cambió de coche bajo un puente el día 1 de octubre para burlar el seguimiento policial auguraba al que se fugó en otro coche unos días más tarde y, en cierta forma, parece un personaje de alguna película de los hermanos Cohen. Pienso que podría ser un buen secundario en una escena descartada de "El gran Lebovsky" y nada más, esa cinta de los Cohen que habla de listillos de medio pelo metidos en trifulcas delirantes.

Algo huele a conjura de listillos en todo el asunto de la república no proclamada, y algo huele a listo cutre en la salida del líder que se pega la vidorra en Waterloo mientras los cómplices menos listillos acatan las normas del tribunal y responden "yo no fuí", "solo era una broma", "íbamos de farol" y cosas así. Hay que distinguir entre listos, listillos e inteligentes. Inteligente no hubo ni uno. Listos, uno. Listillos, un montón. Creo que, aproximadamente, dos millones.