Ejercicio de clase: observar una pintura clásica y, tras analizar brevemente la parte técnica (composición, color, pincelada, etc) contar la historia que nos sugiere, las emociones que nos despierta. Cada alumna tiene su propia historia. Una historia que, inevitablemente, tiene algo que ver con ella, con cada espectadora. El ejercicio es delicado y uno debe estar atento: pueden aparecer sentimientos dolorosos. (Hablo de alumnas porque en este grupo solo hay dos chicos).
Una de las alumnas, Hakima, mira la pintura de Delacroix que pueden contemplar en la cabecera. Ella comprende enseguida: se trata de una mujer que se ha fugado de casa y la están persiguiendo su padre y su novio, está desesperada, teme que la alcancen y por eso mira hacia atrás con miedo. Eso es lo que Hakima ha visto en el cuadro. En otros cuadros, Hakima ve: una mujer castigada por su padre y encerrada un fin de semana entero en su cuadro, una mujer a la que acusan de ladrona. El esquema se repite.
Aquí está el asunto, ya que las demás alumnas imaginaron escenas que nada tenían que ver con ese relato: rebeldía, libertad, juventud... Uno de los chicos vio algo erótico en ese rostro.
Llevo bastantes años en el gremio de la educación y, por lo tanto, llevo años tratando a alumnado musulmán. Como ustedes se pueden imaginar, muchas horas semanales de convivencia permiten sacar conclusiones. No me iré por los cerros de Úbeda: ninguna religión monoteísta apareció para hacer felices a las personas, pero de entre ellas hay una que, en el siglo XXI, crea malestar y miedo. Especialmente entre las mujeres sometidas a esa creencia. No pretendo emular a Houellebecq cuando se queda tan ancho tras proclamar que el islam lo pergeñó un árabe aburrido de relacionarse solo con su camello en medio del desierto, pero las alumnas de familia musulmana que he tenido me parecen tremendamente infelices. Conocen lo que les depara la vida.
Y lo que les depara la vida dentro del islam les da grima: he visto jóvenes vestidas con tejanos y camisetas que de repente aparecen con hiyab, de la noche a la mañana, y con una túnica de pies a cabeza, esa pieza de ropa que niega la silueta y la reserva para el uso del marido. ¿Lo han elegido ellas? ¿De veras se puede afirmar que una chica española de 18 años ha elegido esa humillación? Recuerdo el cinismo de la señora Lena de Botton y su "El velo elegido", en el que usa los argumentos del feminismo para contar que la repulsa al velo de la mujer islámica es lo mismo que la crítica a la minifalda en occidente: según ella, el machismo desaprueba el velo que ha sido elegido libremente por la mujer islámica del mismo modo que critica la minifalda. Hay que ser muy ignorante para afirmar eso.
Por supuesto que la mujer islámica que de repente se pone el velo contará que lo eligió libremente: como no lo cuente así le caerá todo el peso de la familia y del entorno, y se arriesga a sufrir las consecuencias tan funestas como difíciles de concretar: el interior de una familia musulmana es impenetrable. El mundo musulmán intenta escapar de la incertidumbre manteniendo a raya a sus mujeres, y en ese férreo control pretende mantener unas esencias lamentables. Sin duda alguna, el tiempo les alcanzará y las mujeres musulmanas terminarán con el abuso.
No debemos ser ingenuos: el catolicismo sometió a la mujer de un modo similar, es cierto. Y en especial a la mujer de clase humilde. Tan cierto como que la mujer occidental supo resquebrajar el entramado católico conservador, incompatible con la democracia y los valores de la Ilustración. Lo mismo sucederá con el Islam, sin duda alguna. Pero nadie habla de ello y ahí tenemos a esas mujeres de familia musulmana por las cuales no veo yo que se haga nada en concreto, y esa dejación se perpetra en nombre del respeto a la multiculturalidad y otras sandeces.