31 de maig 2020

Yo acuso (al Grupo Koiné)

Grup Koiné (@GrupKoine) | Twitter

El grupo Koiné quizás existe o quizás no existió jamás. Chesterton escribió en "El hombre que fue jueves" sobre la posibilidad de un grupo terrorista que es y no es a la vez. El grupo Koiné tiene un cuñado institucional subvenciado que se llama Plataforma per la Llengua, y otro cuñado, súcubo, oficial: la Oficina pels drets Lingüístics: una caterva de funcionarios de la cosa nacionalista en versión oficial. Hubo un "Manifiesto Koiné", hace un tiempo, y hubo un grupo de personas firmantes de un manifiesto que abogaba por implementar una sola lengua oficial en Cataluña y prohibir las demás. Lo más relevante de aquél manifiesto era su prólogo, en donde contaba que el idioma castellano es extranjero en Cataluña (contra todas las evidencias científicas), y que el castellano en Cataluña se debe a la colonización orquestada por el régimen franquista. La argumentación del Manifiesto Koiné era ridícula y malintencionada, propia de personas que mezclan la ignorancia con la mala fe. En términos vulgares: en la gilipollez.

El manifiesto del Grupo Koiné, más allá de la ignorancia y de la mala fe, caló hondo en algunos sectores de la sociedad catalana y alentó el odio en una sociedad nacionalista aburrida y exhausta que deseaba encontrarle un sentido "nacional" a su vida, tras haber crecido y prosperado en el franquismo. Hubo un presidente del gobierno regional catalán que se apuntó al discurso de este grupo, y afirmó que los castellanohablantes parecen bestias más que personas. Personas que escriben pseudoliteratura en catalán se sumaron a este discurso. Quizás para defender su negocio: vender libros escritos (mal escritos) en una lengua en fase terminal.

El catalanismo (una ideología estrictamente burguesa y tradicionalista) prosperó en el franquismo pero no contra el franquismo: el catalanismo burgués vivió en una rara esquizofrenia durante la España de Franco. A Franco le agradecían que les hubiese liberado de las hordas obreras, anarquistas y comunistas, y a la vez le reprochaban la prohibición, más o menos formal, del catalán. Òmnium Cultural nació para demostrarle al líder español que el idioma catalán no era incompatible con el fascismo, y la historiografía demuestra que la génesis de Òmnium Cultural es gestionar el interés del fascismo catalán: controlar la producción cultural en catalán para que sea afín al régimen.

El Grupo Koiné y sus ancestros son culpables desde hace muchas décadas. Culpables de ensombrecer y de empobrecer la cultura catalana, ya sea producida en catalán o en castellano, de intentar enfrentar a comunidades lingüísticas que habíamos convivido sin problemas o con pocos problemas, de empeorar la convivencia, la sociedad. ¿Querían convertir la convivencia de lenguas en un conflicto? Lo han logrado. Querían hacer de Cataluña un lugar difícil y oscuro y lo han logrado. Vaya logro. En un mundo que se globaliza, ellos quieren dificultar la convivencia y enfrentarnos. Quieren una sociedad jodida, que no solo se exprese en una sola lengua (residual y extinguible) si no una sociedad que piense de una sola forma, y que se pelee. Sobretodo eso, que se pelee. Quieren lucha aún sabiendo que su lucha está perdida de antemano, quieren contenedores ardiendo en las calles, aún sabiendo que en los contenedores solo hay basura catalana. Quieren engrandecer la figura de la diputada Laura Borràs. Borràs nos llena de vergüenza a muchos catalanes, no solo por sus indicios de corrupción delincuente al frente de la Institució de les Lletres Catalanes si no por su gestión tan deficiente de la cultura.

Laura Borràs nos demuestra que la cultura catalana no existe, que solo hubo la cultureta lamentable, la que excluye a la mayoría y solo incluye a sus amiguitos y amiguitas. La cultura y la lengua catalana morirán muy pronto a manos de las personas como Laura Borràs. Borràs y Pau Vidal y el grupo Koiné son una imagen renovada de las huestes de los hunos: tras su paso por la tierra la hierba no crecerá jamás. Podrán jactarse de eso. Y que les aproveche su jactancia onanística.

Acuso al grupo de los firmantes de Koiné de haber arruinado los restos de una cultura que pudo haber sido y no fue, de haber destruído la posibilidad de una cultura. Y de la lengua catalana, que fue mi lengua materna, la lengua de mi madre. A día de hoy, gentes como las del grupo Koiné liquidaron mi lengua materna y la hicieron antipática, borde, imposible.

Acuso al grupo Koiné de haber asesinado la lengua de mi madre cuando querían exterminar la lengua de mi vecino. Vaya cagada, grupo Koiné. Cuánta ignorancia en vuestra supremacía, cuánta estupidez en vuestra alma resentida, Vidal y Borràs, cuánta insensatez. No supisteis ver nada. Solo fuisteis una cagarada. La caca de la vaca, la caca de un mamut. Unos mierdas, unos nacionalistas. Vosotros os cargaisteis la lengua de mi madre y no contentos con eso emponzoñaisteis la vida en Cataluña. He aquí vuestros méritos.

29 de maig 2020

Sor Juana Dolores en las Nubes


En las personas muy ideológicas hay una rara voluntad de santidad. Lo he visto en los creyentes de cualquier religión, de cualquier creencia esotérica, de cualquier fe en lo sublime más allá del mundo material. Incluso en los bebedores compulsivos. Pero también en las personas muy politizadas. Algún autor dice justamente eso, que el mayor drama del ser humano es no poder alcanzar la santidad. Se trata de un autor existencialista, claro. Diría que tanto en el comunismo como en falangismo, por poner dos ejemplos, hubo grandes ejemplos de ese deseo. (Y también los hubo de todo lo contrario, por supuesto).

El deseo de pureza nos ataca siempre y a todos. A unos les dura más tiempo, otros se vacunan enseguida y lo viven como un achaque pasajero y otros soslayan el asunto desde el principio: a veces es el deseo quien se interpone, otras la codicia, otras la pereza. Mi padre vivió una etapa muy politizada en su juventud. Tanto fue así que una vez se le acercó una mujer con intenciones eróticas y él la apartó de su vida con ese argumento: estoy enamorado de mi causa, y mi causa me exige fidelidad y entrega. No voy a revelar cuál era su causa en aquélla época, eso qué más da: mi padre murió hace quince años y su causa se la apropiaron otros. No queda nada. Todo se lo llevó el tiempo en sucesivas oleadas de nada y de dolor, de olvido, de lluvia.

El otro día reviví esos asuntos leyendo la entrevista a una joven poeta nacida hace 28 años en el Prat de Llobregat, provincia de Barcelona. La entrevista se publicó en un medio digital que se titula "Núvol". Creo que pronto volverá a existir en papel, pero los papeles que se acumulan en mi piso me previenen. Papeles, polvo, esos insectos comedores de papel y de polvo que conocemos como "pececillos de plata" jamás han sido suficientes para terminar con eso. Compro libros, emborrono papeles, acumulo papeles. La poeta, cuyo nombre es un metafísico Juana Dolores, me llevó a vislumbrar ese deseo de pureza tan raro que une a los artistas locos con los derviches y los eremitas. Juana Dolores se pierde por argumentaciones políticas en donde aparecen, mezcladas, mujeres inmigrantes arrodilladas en el suelo limpiando casas de familias pudientes, patrias medievales y atormentadas, el oficio excelso de la poesía, el comunismo en sus distintas versiones (des del comunismo libertario hasta el pragmático). Hay un deje religioso que me conmueve. Me conmueve porqué lo siento como un sueño perdido, un ideal arcádico que alguna vez vi como en el duermevela. No sé como fue, pero mi mente me llevó a dos nombres: Tristan Tzara y Arthur Cravan. Pero, inesperadamente también, poco más tarde, a Rafael Sánchez Ferlosio y a Emmanuel Carrère. Poetas, locos, idealistas. Carrère busca a Dios, luego se aleja de él, luego intenta comprenderlo a través de los textos de los santos, transita por el misterio de la piedad y la oración. Se distancia, se acerca. Como las olas.

En Cataluña existe una agrupación política llamada "CUP" que se acerca al comunismo (a una cierta versión de él, de índole libertaria) pero también se acerca al nacionalismo (¡?) e intenta una síntesis tan extraña y tan rara que soy incapaz de seguir la huellas de sus argumentaciones, si las hay o si son racionales. Creo que Juana Dolores vive cerca de esas ideas y además escribe poesías, una combinación que se me aparece como algo a medias quijotesco y a medias de Teresa de Ávila. Sí, lo sé: es fácil burlarse de esas cosas en nombre de un realismo que parece reduccionista, que limita la vida algo muy pequeñito, de euros y de propiedades terrenales. Para los que llegamos a la socialdemocracia como yo, tras cruzar varios desiertos (como el de los tártaros) y alguna selva oscura, la opción de Juana Dolores se nos puede antojar como un dulce sueño de juventud, de juventud nebulosa. Como cuando me acuerdo de aquéllos veranos, saltar desnudos al agua fría del río sin pudor y sin miedo porqué nos sentíamos fuertes, intocables, invencibles. La CUP llegó a proclamar el eslógan: hagamos la independencia para cambiarlo todo (hay un hedor nacionalista en la frase, pero eso vamos a dejarlo para otro día), que era una forma de hablar del deseo de santidad, de pureza, de lo sublime. De la Arcadia.

De la Atlántida, en definitiva: el mito platónico de la Atlántida es poderoso porque nos cuenta que hubo una sociedad bella y perfecta que se hundió en el fondo del mar. Y eso sucedió en la primera juventud de la humanidad, es decir, en la primera juventud de cada hombre. O de cada mujer. Algo tienen en común las nubes y el fondo del mar. Expresiones del agua las dos.



27 de maig 2020

Aventuras de Terenci y Juana Dolores en Cataluña

Hoy se me ocurrió arrejuntar a una extraña pareja: Terenci Moix y Juana Dolores Romero. Él murió hace años y ella es insultantemente joven. Uno nació en el Barrio Chino, la otra en el Prat de Llobregat. Terenci escribió novela y teatro, Juana Dolores poesía y además es actriz. Terenci es uno de los más relevantes autores y practicó una escritura bilingüe, brillante en ambas lenguas. Juana Dolores tiene toda la vida por delante, para escribir o para hacer lo que le dé la gana. Los dos usan la lengua que mejor les conviene como mejor les conviene, y cuando escriben en catalán no lo hacen para salvar idiomas ni patrias: piensan en escribir bien. Como debe ser.



Para leer la entrevista de "Núvol" a Juana Dolores Romero, pinchar aquí.

26 de maig 2020

Me llamo Karles y soy nacionalhólico


Dijo Karles que, si obtenía el salvoconducto de diputado europeo, volvería a Cataluña. Tampoco lo hizo: se paró en Perpiñán, con la mediocre excusa de que Perpiñán es "Cataluña Norte" a pesar de que todo el mundo sabe que está en Francia. Su historia es eso, una persecución imposible, un eterno quiero pero no puedo. Algo muy humano y, por cierto, muy español. Muy ibérico.

Alguien me contó cómo deben leerse los dibujos animados del Correcaminos y el Coyote. Me dijo: esos dibujos de apariencia infantil, repetitiva y algo burda ejemplifican la imposibilidad humana para alcanzar a Dios. Desde el momento en que lo supe no he podido dejar de verlos según esta clave interpretativa, extasiado ante una metáfora tan brillante por lo simple y didáctica que es. Todos aspiramos a algo (sublime, perfecto, bonito, feliz), a algo bello. La notoriedad, el reconocimiento, el dinero, lo que sea. Cada uno se crea su dios para poder construirse su infierno -que es lo que de verdad importa. Por algo será que la única parte interesante de la Comedia del Dante es el Infierno (lo demás es un puro aburrimiento).

El señor Puigdemont se empecina en aparentar una cierta relevancia en su largo crepúsculo. Y pienso: hete aquí, Puigdemont es nuestro Coyote. El pobre tipo hace lo imposible por parecerse a un dirigente con ideas y proyectos. Puigdemont intenta parecerse a un político que persigue algo, pero solo quiere salvarse a sí mismo.

Puigdemont es "KRLS" en Tuiter y (dicen que) "Putxi" para los amigos. Dos denominaciones más propias de un jovenzuelo bravucón que de un político -de más de cincuenta años- que aspira a transformar una región autónoma en un estado (abracadabra, pata de cabra). Visto de cerca, el expresidente regional es todavía un chavalote de pueblo catapultado con nocturnidad a la presidencia catalana por un destino caprichoso y sarcástico, que lo metió en camisa de once varas (incluso el traje azul marino le va cómicamente holgado). Si cierro los ojos le imagino de joven, en el pueblo: vacilón, chuleta y ramplón pero amigote de sus amigotes, poco dotado para los estudios y bastante refractario a la cultura. Solo hay que leer sus tuits compulsivos y trumpianos para vislumbrar el rastro del adolescente que fué, en el pueblito.

Hay algo en Puigdemont que despierta una cierta compasión. Más allá de la discrepancia que siento por el político nacionalista-neoliberal, veo en KRLS al ser humano mediano y mediocre como yo mismo, enfrentado a su estupidez y su incompetencia, la de todos. Krls es un tipo digno de ser personaje de novela cómico-pesimista centroeuropea, el soldadito Schwejk versionado para el lector catalán en la pluma Josep Maria Espinàs y cantado en verso por Núria Feliu. Del mismo modo que yo no obtendré el Nobel de literatura, Putxi jamás logrará parecerse a un político digno de mención en los libros.

Putxi no debió cruzar jamás el Llobregat, como aquellos pistoleros de las películas de Sam Peckinpah, procaces e imprudentes, que cruzan el Mississipi para caer en manos de un sheriff rufián que les lleva al cadalso.

Cuando veo las fotos de la extraña pareja Putxi-Comín dando tumbos por Bélgica no pienso en cowboys existencialistas ni en centauros, si no en Abbott y Costello. Los periplos de la pareja por el mundo a la caza de adhesiones para su causa mística contienen un mensaje enternecedor. Son solo dos tipos -dos catalanets desorientados- perdidos en el Oeste que, queriendo emular a Perceval y Galahad en la búsqueda del Grial, se quedan en payasos tristes, de cine mudo en blanco y negro. Lo dicho: humano, terriblemente humano. Y tremendamente español: es cierto, el independentismo catalán es un fenómeno muy español lo mires por donde lo mires. Podría ser un capítulo de la segunda parte de El Quijote.

Vuelvo por fin al Coyote. Un "Coyote" es, en México, el tipo que, de estranjis y previo pago, te lleva a cruzar la frontera con Estados Unidos. Krls Putxi quiso hacer el Coyote catalán y levantar una nueva frontera para cruzarla él mismo, en una extraña versión del asunto. Finalmente hizo el Coyote, pero el de Looney Tunes: el pobre tipo al que todo le sale mal y sin embargo insiste, cual Sísifo de dibujos animados que, aún sabiendo que en su insistencia y su negativa a aceptar la evidencia del desastre está el ridículo más atroz, lo repite una y otra vez.

24 de maig 2020

El bisabuelo Ladrón de Guevara, en color sepia


«Supongo que ya lo sabes: la fotografía se inventó para obtener imágenes de fantasías, para asustar o para demostrar la existencia de los espectros y otros entes maravillosos, y con la intención de mostrar la forma de los ectoplasmas», me dijo el tío Alberto. Yo asentí con la cabeza, sin pronunciar palabra alguna. Pensé que, aunque hubiese asentido con el gesto, mi silencio me concedía el derecho a rebatirle más tarde. Sin embargo, no pude hacerlo: mi tío Alberto murió antes de que pudiese encontrar una respuesta buena.

De mi familia conservo pocos enseres. Unos álbumes de fotos, algunos documentos, unos pocos libros y ninguna hacienda. La hacienda no la perdí ni la dilapidé: simplemente no hubo otra herencia que la memoria, los genes y esos trastos que guardo y que se van cubriendo de polvo en un cuarto poco ventilado de mi cuadra. Mi tío Alberto tenía un bisabuelo del que solo guardo una fotografía en sepia sobre un cartón recio. Me dijo: «Este hombre que ves en color sepia se llamaba José Coronado Ladrón de Guevara y nació en Cartagena de Murcia». Debió de ser tomada algo antes de 1890. Ahí está el bisabuelo sepia del tío Alberto, el hombre sepia que es mi tatarabuelo sepia, sentado en una silla humilde, con el codo derecho apoyado en una mesita de líneas austeras sin marqueterías ni bajorrelieves, ni jarrones con flores encima de la base. El fondo es blanco, liso. Lo único que atrae la mirada es el uniforme militar del tatarabuelo, ese uniforme que es el tema y el argumento, el uniforme que atesora un montón de galones y medallas y condecoraciones metálicas orondas, grávidas, todas ellas arrebujadas sobre el lado izquierdo del pecho. Entre ellas se destacada la estrella de ocho puntas que le cubre la tetilla.

Le mostré la fotografía sepia a un amigo que entiende de las cosas militares. «¡Vaya!» me dijo, sorprendido: «Tu tatarabuelo fue teniente coronel del Ejército de Tierra de Ultramar, y una de las condecoraciones que lleva le premia por el gran número de bajas que le infligió al enemigo. Esa condecoración no se la dieron a muchos, créeme». De mi tatarabuelo, la familia solo me contó tres cosas: que era muy buena persona, que estuvo destinado en las Filipinas y que los criados nativos le querían muchísimo, le adoraban. Y tanto fue así que le lloraron amargamente cuando les abandonó para regresar a España, mucho antes de la debacle.

Cuando todos mis ancestros hubieron muerto y yo me vi en el último tercio de la vida, se me ocurrió investigar sobre el tatarabuelo en sepia. Investigué en los archivos militares, en las bibliotecas, en las hemerotecas. La tarea no resultó fácil. Tuve que pasar por varios y pequeños viacrucis burocráticos, por detectores de metales, por peajes de varias clases. Al fin, un día di con el expediente militar y la fotografía del militar José Coronado, nacido en Cartagena de Murcia y mandado a las Filipinas cuando era solo un cabo de segunda. José Coronado ladrón de Guevara pertenecía, en 1863, a un regimiento de infantería acuartelado en Guadalajara, y embarcó hacia la colonia oriental en el puerto de Santander el día 5 de octubre de aquel año por orden del general Ros de Olano, marqués de Guad-el-Jelú. Contemplé su foto. Me quedé pasmado. Mi José Coronado ancestro no era aquel José Coronado de los archivos militares y fiables. Ni su aspecto ni su edad ni nada de nada coincidían con la foto heredada. Si el José Coronado de los archivos militares era el verdadero, cosa que resulta difícil de dudar o de rebatir, la foto de mi tatarabuelo, ese teniente coronel sepia y tan condecorado, solo podía ser la foto de un suplantador, de un bromista o de un farsante.

Entonces, perplejo y desconcertado, recordé que entre los trastos heredados, disponía de otra foto familiar, la de un pariente desconocido que emulaba a Fu Manchú en los primeros años de la posguerra de Franco, y que daba funciones privadas de magia de tres al cuarto en su domicilio del barrio barcelonés y pobre de la Ribera, funciones que, según me había contado mi tío Alberto, siempre terminaban recitando versos del poeta americano Edgar Allan, algo que desconcertaba pero a la vez encandilaba al respetable. «Tu pariente, el falso Fu Manchú, y Allan Poe solo tenían en común la dipsomanía», susurró mi tío. Las funciones de magia y prestidigitación terminaban en un aquelarre dionisíaco. Y tras una pausa añadió: «Cuando seas más mayor te contaré lo del dionisíaco».

Hace poco tiempo descubrí, pasmado, que la mirada del tatarabuelo en sepia es idéntica a la mía.

20 de maig 2020

El Sociocomunismo en España


Desde luego que sí: las cosas empeoran con el tiempo, se degradan, se gastan o se averían. Incluso desaparecen, se evaporan o se esfuman. Mi propio cuerpo, antaño lozano, se despierta una mañana con un dolorcito aquí, y después de la siesta demasiado prolongada, otro allá. Luego está la presbicia, la calvicie, el colesterol, el acúfeno en el oído izquierdo, la melancolía. Mi padre le tenía terror a la decadencia, aunque cuando esa se abalanzó sobre él hizo como que no se daba cuenta. Quizás la había temido tanto tiempo que al final resulta que la deseaba o que ya la conocía demasiado.

Caos, entropía. El universo entero teme o ama la caída. A mi alrededor veo personas que, ante la epidemia desarrollan un apego hacia la vida que me sorprende, como si hubiesen pensado, hasta la llegada del virus, que iban para inmortales. Cuando yo era pequeño también me sentía inmortal, hasta que un día, a los quince recién cumplidos, estuve en un tris de ahogarme en una piscina pública y descubrí la verdad. En realidad, la verdad me la mostró la muerte de mi abuelo Luis unos pocos años antes, cuando murió de leucemia en un pabellón modernista y oscuro del Hospital de San Pablo. La verdad, luego, me ha sido repetida muchas veces. El número de muertos a mi alrededor no dejará de crecer hasta el día en que, súbitamente, se detenga para siempre. A partir de aquel instante ya no morirá nadie.

Si nuestros cuerpos y nuestras vidas tienden al abismo y acaso lo desean, nada mejor se le puede pedir al que gobierna. La Generalitat de Cataluña prometió (solemnemente, en su estilo) catorce millones de mascarillas para los súbditos de la desdichada tierra. Las mascarillas no llegaron jamás y la institución no se disculpó nunca. ¿Para qué disculparse? Al fin y al cabo prometieron una república a sus fieles, no cumplieron ni se disculparon. Si son capaces de eso con una república, ¡de qué no serán capaces por una mascarilla!. Ahora prometen millones de tests serológicos, y la mayoría espera que el Mercadona haga con los tests lo que hizo como con las mascarillas: la cadena de supermercados demostró una mayor fiabilidad que un gobierno regional. Todo tiende al desastre ¿menos el Mercadona?.

En las últimas semanas antes de su muerte, mi padre estuvo ingresado en una clínica de cuidados paliativos. (Un lugar para moribundos, desprovistos de más adjetivos). Era una habitación con dos camas. En la de su lado conocí a tres compañeros que desfilaron antes de él. Al cuarto ya no, puesto que quien se marchó fue mi padre. Uno de ellos era un hombre menudo, enjuto, correoso. Alguien le traía maquetas de barcos para montar y el hombre se entretenía así en sus última horas. La reproducción de la HMS Bounty jamás se terminó. Se quedó a medio construir, detenida en el tiempo con solo un mástil. No he podido olvidar aquella miniatura inconclusa, símbolo de algo que no soy capaz de nombrar. Quizás del deseo de vivir, y de convertir la vida en un proyecto de algo, algo bonito y delicado como un barco de vela del siglo XVIII que solo existió por siete años: al séptimo, y tras el motín que encabezó Marlon Brando, lo quemaron. Es lindo quemar barcos: ya no hay vuelta atrás. Eso lo contó Homero hace unos 2.800 años.

Hoy he escuchado hablar de "sociocomunismo" en el Congreso de los Diputados y me ha divertido la expresión. ¿Qué demonios debe significar? Creo que es muy sencillo: la expresión expresa el profundo desconocimiento y la mala leche de quien la dice. Poco después he comprado un paquete de 10 mascarillas por 6 euros. Debajo del plástico del envoltorio hay una etiqueta impresa en tinta negra y rojo. En rojo, la estrella comunista de cinco puntas y esa grafía tan bella de los chinos. ¿Será eso el sociocomunismo? Montones de chinos trabajando para venderles a los occidentales capitalistas, neoliberales o nacionalistas el ingenio que les puede salvar la piel. El comunismo ya no es lo que era: pasó de fabricar misiles nucleares para aniquilar el capitalismo a venderle mascarillas higiénicas. Antes nos vendieron la pólvora y los fideos, pero entonces no eran comunistas. Quizás la China no tiende al caos. Quizás, al fin, solo lo hace la Generalitat de Cataluña, quien sabe. A lo mejor uno confunde a su padre y a su patria con el mundo, algo que muy bien podría ser.

Me pongo pensar y caigo en la cuenta de que el sociocomunismo español no existe, pero tal vez haría bien en hacerlo. La última conversación que tuve con mi padre trató del fin del Tercer Reich y de un par de mariscales alemanes (Rommel y Paulus) que nunca supe que había admirado, cuando era un joven de la España filogermánica. También me mostró su simpatía por el General Zhukov (ese sí era comunista de veras) y, en general, por los mundos que se desmoronan. No hablamos de Cataluña en aquellas últimas horas, aunque él era mucho de Cataluña y la Generalitat y la cosa nacional en general.

18 de maig 2020

La bacteria independentista


La bacteria Helicobacter pylori 

De entre las muchas bacterias que viven en nuestro organismo hay una que se siente muy bien en el interior de mi cuerpo. Tanto es así que prospera, ocupa, señorea mi estómago. Se adueña de él hasta hacerme sentir que soy su hacienda y ella la señorita, duquesa quizás. En un tratado que leí se afirmaba que el peso de las bacterias que habitan el cuerpo de un humano es de varios quilos. Sin embargo, afirmaba el estudio, sin ellas nuestra vida es inviable. De modo que eso debería de hacer reflexionar a los más egocéntricos: quizás el diseño de la humanidad estaba pensado para contener, albergar y alimentar a las bacterias, el verdadero sentido de la creación, su finalidad última. Así pues, algunos contenedores de bacterias se dedican a las artes o a las ciencias, a la manufactura, a los oficios o incluso al fornicio sin sospechar que todos ellos solo procuran por el bienestar de un organismo pequeño, feo y silencioso. Cuando Jesucristo recomendó crecer y multiplicarse ¿a quién se dirigía?.

Durante una siesta primaveral, tras haber ingerido una dosis excesiva de paella y de vino blanco (un ribeiro, creo), soñé que un ser abyecto, sin duda una bacteria, acudía a mi bajo el aspecto de Arthur Schopenhauer y me agradecía la ingesta tan copiosa. Sus bigotes temblaban de placer, y un hilillo de baba descendía por su barba densa. El resto del día, lo que quedaba de aquella tarde de mayo, consistió en yacer, meditar estupideces, quejarme. El crecimiento de la bacteria es doloroso, causa ardor de estómago y visiones de muerte cuando no el mismísimo deseo de morir cuanto antes. Sin embargo uno procura no morir. Para preservar el éxito de la bacteria, su nuevo triunfo, su voluntad de ser. La voluntad de ser del pueblo bacteriano es imparable.

En los años 30 y en Alemania, una cineasta tan genial como afín al nacionalismo filmó la cinta “El triunfo de la voluntad” por encargo del príncipe que gobernaba aquél lindo país, cuna de Bach y de Goethe (ambos dedicados a mantener a buen recaudo sus buenos tres quilos de bacterias). Leni Riefenstahl, también al servicio de su helicobacter pylori, se puso al servicio del nazismo, ideología que plagiaba el mecanismo de las bacterias. Parece que todo se parece, todo es bucle, todo es bacteria. Y a veces virus.

A día de hoy, en cataluña también hay una cineasta entregada a la bacteria, una señora que se llama Isona Passola y conviene saber que su nombre es el apócope de Lluïsona, (Luisona), es decir, Luisa. Su señor padre fue el promotor de los Setze Jutges, el huevo de la serpiente, cuna de cantautores sin arte pero con mucha afición patriótica. La hija es lo mismo: nada de arte, mucha patria. Patria de cobro, claro está. Como las bacterias, los nacionalistas crecen y se multiplican en el estómago de las sociedades bien cebadas y allí prosperan, ansiosas por poseer todo el cuerpo, ese afán totalitario de la bacteria.

Tómense Omeprazol y calmantes. Y sobretodo lean, ilústrense. El nacionalismo bacteriano no resiste a la ilustración.

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En el video adjunto pueden ver con todo lujo de detalles la argumentación bacteriana del nacionalismo a cargo de Ermengol Passola, padre de la cineasta. A algunos les resonará en la memoria el Plan de Pujol, el delincuente. La entrevista no tiene desperdicio. Es fantástica, el retrato de un segmento social tan mezquino como ridículo, con sus pisitos clandestinos y sus odios.

17 de maig 2020

Joyce, el irlandés botifler, confinado

Hay un cuento de Joyce, contenido en "Dublineses", que se titula "Los muertos". John Huston hizo una adaptación para el cine de este cuento, y esa fue su última película, casi como una premonición. Creo que Huston hubiese renegado del concepto de "premonición".  He pensado en Joyce, el irlandés botifler, y he intentado imaginar su exilio como una variante del confinamiento. Para ello les dejo mi lectura del final de Los muertos, un cuento escrito en el exilio.

16 de maig 2020

Madonna


En los primeros días del confinamiento hice este apunte pictórico que, irónicamente, titulé "Madonna del Confinamiento". O algo así. Por aquellos días ni me podía imaginar todo lo que se avecinaba. No podía sospechar nada, ni lo bueno ni lo malo. Ahora, echando la mirada atrás, parece que hayan pasado años desde el instante cero, cuando llega el aviso de que nos encerramos ahora mismo, se suspenden las clases. Hubo unos minutos de estupor. Incluso de miedo. Los catastrofistas lo pasaron de rechupete: como si por fin hubiese llegado el ansiado fin de la civilización. Quizás del mundo.

Schopenhauer, mucho antes de los ecologistas que desean secretamente la extinción de la humanidad para salvar lo que queda de la naturaleza, ya había propuesto la extinción como estrategia para arreglar las cosas, aunque se refería más bien al sufrimiento inútil de la vida humana. Su conclusión es: "sería preferible no haber nacido". Los apocalípticos también esperan eso, y la carga de la caballería ligera del Virus les animó: quizás desean morir como figurantes en el escenario de una ópera de cataclismos reales, sin efectos digitales, de verdad de la buena.

Sin embargo el confinamiento se fue prolongando, lento, sinuoso. Pasaron los días, días que parecen años. Creo que envejecí durante esos dos meses. Ahora no me pondría a pintar la Madonna Confinada. Pasaron un montón de cosas. En los primero días seguía atento las noticias, las ruedas de prensa. Leía artículos, reportajes sobre virus, pandemias, mortalidad. Luego, poco a poco, me fui alejando de casi todo. Aparecieron el teletrabajo, los guantes en el Mercadona, las mascarillas, los pasos de baile de la gente al cruzarse con uno, queriendo evitar el contacto con algo que es invisible, como quien evita a Dios, a los ángeles o a la belleza secreta de las cosas inesperadas. El extraño deseo de seguridad en un mundo incierto, frágil y quebradizo. Lo raro se hizo normal.

Quizás estemos viviendo bajo un experimento de control social de grandes dimensiones. Algo que deben celebrar como nunca en Silicon Valley. Creo que de poco sirven las advertencias de pensadores como Jorge Riechmann, alertando de los peligros de la virtualización de las relaciones humanas: el miedo a la muerte es más poderoso que el miedo a un ordenador. Seguimos sin saber si hay algo más allá de la muerte, pero por de pronto sabemos que tras el virus hay una vida fantasmal, con la nariz del no-muerto pegada a una pantalla, atisbando un simulacro de vida en imágenes de colorines, colorines que bailan ante nuestros ojos acristalados para protegerse de la vida. O de la muerte, ya nadie lo sabe. Nunca sabemos muy bien de qué nos protegemos: ¿de vivir? ¿de morir? 

Hay quien aprovecha la circunstancia propicia, ajeno a todo. O casi a todo. Menos a lo suyo, a sus obsesiones. Así es como llego a las audacias inmorales del señor Torra, quien a su vez me remite a algo que escribió Manuel Azaña, posiblemente en 1938:

"(...) las muchas y muy enormes y escandalosas que han sido las pruebas de insolidaridad y desapego, de hostilidad, de chantajismo que la política catalana de estos meses ha dado frente al Gobierno de la República".

Incluso el señor Torra, por fortuna, me parece el recuerdo lejano de algo grotesco y pretérito, y se desdibuja en la memoria como la ensoñación de un fantasma en el duermevela. En el balcón han aparecido flores maravillosas por inesperadas.




14 de maig 2020

Suspiros de España


"Viva España, viva el Rey, viva el orden y la ley". Eso reza el mensaje que recibí, como comentario a un tema que nada tenía que ver con ninguno de los tres conceptos. Escrito en letras mayúsculas. Me llegó en un día cualquiera, entre semana, durante el confinamiento. Sería la una de la tarde. Había otra frase a continuación: "Muerte al dialecto catalanufo". El mensaje era anónimo. Luego, nada. No hubo más aportaciones.

Llevo años reivindicando el bilingüismo en Cataluña, la posibilidad de ser ciudadano de España sin dejar de ser catalán (o del revés), mi oposición a los planteamientos independentistas, mi opción federalista a veces, mi postura socialdemócrata, mi oposición al lacismo amarillento. Nunca me he ocultado, nunca he disimulado. Siempre he contado que procedo de una familia de tradición catalanista, y también he contado los problemas personales que me ha conllevado esta opción. Mi postura, explícita sin miedo, me ha comportado no pocos líos. Y no me arrepiento, como Alaska. Lo volvería a hacer. Yo también, como Jordi Cuixart, afirmo: lo volvería a hacer. Es mi opción política. Es decir, ética. De mis opciones políticas no saco beneficios de ninguna clase: no he obtenido ganancias materiales ni inmateriales. He conocido a personas gracias a ello, claro. He tenido conversaciones interesantes, he contactado con afines. Pero de eso no surgió ningún chalé, ningún cargo, ninguna prebenda. No he elaborado balances a tenor del asunto, y si los hiciera quizás descubriría que perdí mucho más de lo que gané, aunque no soy capaz de valorarlo. La verdad: el cálculo de pérdidas y beneficios es algo que me da igual.

Durante el largo viaje a través de la noche oscura del independentismo uno encuentra compañeros de viaje inesperados. En algunos casos lo celebro, en otros simplemente lo sobrellevo. Descubrí que mi opción política atraía a varios tipos de "perfiles" ideológicos distintos. Desde socialistas federalistas hasta votantes de Vox. Nos unen unas pocas cosas y nos separan muchas: el consenso es una maravilla difícil, como los tréboles de cuatro hojas. Cada uno debe decidir dónde sitúa el acento: ¿en lo que une? ¿en lo que separa?. Y España es cainita, eso lo sabemos todos. Incluso las facciones del independentismo, profundamente españolas aunque quieran ignorarlo, se odian profundamente entre sí.

Eso me lleva a recordar un artículo del filósofo Rafael Argullol leído hace pocos días, en donde cuenta (a raíz de la pandemia actual) que no se ha visto en ningún país europeo tanto cainismo ni tanta mala fe como en España. El mismo día, un periodista de La Vanguardia hablaba de la España del "federalismo salvaje". El periodista comentaba la actitud de los dirigentes regionales frente al Gobierno español. Hablaba de la profunda deslealtad de Torra y de Ayuso en concreto. Entonces me acordé de un texto de Manuel Azaña que debe ser de 1938, en el cual lamenta la deslealtad tan fea de la Generalitat catalana durante la guerra civil.

Mi postura con el asunto catalán no cambiará: creo que el nacionalismo catalán es de naturaleza egoísta, insolidaria, fea. Creo que es un giro argumental deplorable del catalanismo burgués, y que es entre cómico y trágico que ciertas "izquierdas" se permitan permitirlo, o avalarlo o incluso defenderlo. Pienso que es una desgracia de grandes proporciones. Y eso último es tremendamente triste.

Pero nada de eso me lleva a abrazar eslóganes como el de los "Vivas". Tan errónea me parece una postura como la otra. El idioma (o dialecto) catalán morirá cuando le toque, como lo hicieron el latín y el griego clásico. De hecho, parece más bien que haya optado por un suicidio lento y seguro. Así que nada, vamos a dejarles. No gritaré "Viva el rey". Tampoco le deseo la muerte. Las monarquías europeas no son malas cuando son constitucionales y democráticas, pero es obvio que tienen los días contados. No creo que la historia sea la narración de un progreso sin fin, pero tampoco es un retrato inmóvil.

No me gusta Jordi Cuixart y no me gusta Carme Forcadell. Es decir: no me gustan sus ideas (ellos, como personas, me resultan por completo indiferentes, soslayables). El anónimo que escribió el título, ese también es soslayable. Me gustaría vivir en una España tranquila, fraterna, de convivencia y de consensos. Es difícil. Pero es posible.


12 de maig 2020

Cercas: ficciones y preguntas

Javier Cercas, aún siendo quizás el mejor de su generación (para mi, claro) es un escritor del cual se habla más para reprocharle sus ideas políticas referidas a Cataluña que para comentar su obra. Eso es lo que quiero revertir con mi comentario: vamos a hablar de su obra. Aunque, sobra decirlo, comparto con él 99% de sus ideas sobre política catalana. Quién le acusa de fascista, de falangista o de no sé qué barbaridades solo pretende emponzoñar Cataluña, degradarla y, finalmente, hacerla fea y antipática. Casi lo han logrado, pero debemos resistirnos a la barbarie nacionalista.

7 de maig 2020

Historia de Cataluña sin memeces

Marcelo Capdeferro es un historiador que publicó dos historias de Cataluña. La primera, en su juventud, bajo el influjo de los historiadores catalanes románticos como Ferran Soldevila, culpable de la tergiversación idealista y mitificadora. Luego, una vez se liberó (¿se independizó?) de la mentira y el mito, regresó con este libro. "Otra historia de Cataluña" es el libro de historia local que pedía Josep Pla cuando se preguntaba ¿cuándo se escribirá una historia de Cataluña sin memeces?.



Escultura de Wifredo el Belloso, Plaza de Oriente frente al Palacio Real.
(Cortesía de Jordi Barceloneta)

6 de maig 2020

El extraño caso de las mascarillas de Terrassa


El día 9 de abril, a través de la red social del Alcalde, se anunció la compra de un millón de mascarillas para una población de unos 200.000 habitantes. ¡Bravo! debieron decir muchos vecinos que, como yo, tardamos semanas en conseguir una mascarilla y se nos ponía cara de apestados cada vez que íbamos sin ella al Mercadona. ¡Viva el señor Alcalde! Se divulgó por todas las redes, sobra decirlo: el alcalde es muy aficionado al Twitter, cosa nada novedosa en los políticos de hoy.

Las mascarillas se recibieron a partir de la primera semana de mayo, casi un mes más tarde. Una por cada persona empadronada en la localidad. Pero eso no lo voy a criticar: sabemos lo complejo de la logística y de los trámites burocráticos. Luego está lo otro: el tipo de mascarillas distribuidas no se corresponde con las anunciadas, que eran de mayor calidad. Pueden ver en la foto de arriba cuáles fueron las que llegaron a los hogares. En sede municipal, el PSC (grupo mayoritario en la oposición) preguntó por ello, y en un primer momento atribuyeron la diferencia a un error del técnico que escribió la nota. La respuesta es de una ética dudosa: echarle las culpas al currante no es lo que se dice ser muy elegante. Aparte de que, de ser cierto, parece un error con una capacidad viral sorprendente (valga la ocurrencia), ya que el propio alcalde lo repitió de viva voz.

Sin embargo, el anuncio inicial de la alcaldía llevaba una nota a pie de página, en donde se agradecían algunos donativos: una empresa local, una asociación (desconocida) "Mascarillas Solidarias" y finalmente la sí conocida ANC, la Assemblea Nacional Catalana. Por si no lo sabían, los chicos de Paluzie se han puesto a confeccionar mascarillas. Bueno, sería de mal nacido ser desagradecido, así que vamos a tener que tragar con eso.

Y luego viene lo demás: el grupo socialista también detectó diferencias notables entre las facturas y las cantidades, y el asunto parece que todavía colea.

A mi me sorprende la participación desinteresada de la ANC, a quien no se le conocía ninguna actividad solidaria, desinteresada ni nada que tuviese que ver con el bien de la ciudadanía: su historial, breve pero intenso, siempre ha consistido en crear malestar, división y enfrentamiento. ¿Se han transformado en seres de luz y de bondad quienes siempre habitaron la oscuridad nacionalista y la discordia? Vamos a suponer que así sea, puesto que piedras más grandes han caído. Lo que me pregunto solo es ¿la ANC ha donado 10.000 mascarillas sin pedir ninguna compensación? No hablo ya de dinero, si no de las muchas otras compensaciones que existen en el mundo de la política catalana.

Y si me lo pregunto es por la ambigüedad del alcalde --de natural melifluo--, con el asunto nacionalista. Durante la campaña electoral, el candidato fue preguntado: ¿es usted independentista?. A lo cual el interpelado respondió con la siguiente ocurrencia: "Soy terrasista". ¿Qué conclusión sacarían ustedes? Yo les cuento la mía, aunque sea innecesario: el hombre es independentista pero no lo quiere decir así, de esta manera. Lo siguiente, una vez ganadas las elecciones, fue pactar con el grupo de ERC para obtener la mayoría.

Hay que contar las cosas como son: el alcalde ganó las elecciones de calle. Con un programa y una campaña de corte limpiamente populista, con mucho dinero para ser un independiente y con una lista de candidatos variopinta y heterogénea (lo cual no tiene porqué ser malo) pero con clara voluntad populista: deportistas medio famosos y retirados, actrices de Tv3, alguna Creu de Sant Jordi provecta y etc. (¿Alguien cree todavía que una Creu de Sant Jordi es algo admirable?). Este alcalde ya fue alcalde en las elecciones anteriores, pero entonces como candidato por el PSC. Cuando llegó el día del Artículo 155 el hombre dimitió por no estar de acuerdo con el apoyo socialista a la medida. Para argumentar su dimisión dijo exactamente eso: "Este partido no me representa".

Sin duda, el Alcalde no pasará a la historia como autor de frases brillantes, puesto que en esta última hay algo que chirría en el concepto. Como el partido no le representaba, se montó un partido propio. Aquí paz y después gloria. Y luego populismo barato.

Es posible que si el asunto de las mascarillas se complica el señor Alcalde termine manifestando que "las mascarillas no me representan" o bien que "no las hice yo, fue cosa de un subalterno", respuestas que redundarán en su talla humana.

Si han llegado ustedes hasta aquí en su lectura les pido que me perdonen el desliz de haberme puesto a periodista. A periodista de medio pelo. Aunque yo sí reconozco la autoría del texto.

5 de maig 2020

Badal y el bilingüismo en Cataluña

J.L. Badal es un autor poco conocido que, sin embargo, me permite abordar el asunto del bilingüismo en Cataluña. En vez de celebrar que somos bilingües y eso nos enriquece --no sólo como hablantes sino como pensantes-- hay a quien le molesta y desearía que no fuese así, hay quien desearía exterminar el castellano, o por lo menos erradicarlo de Cataluña. Tarea vana además de estúpida.

2 de maig 2020

¡Con lo catalana que era tu madre!


"¡Parece mentira, mira como te has vuelto...! ¡Con lo catalana que era tu madre!" Este es el reproche entero, que no me cabía en el título. Como se puede inferir, mi opción de no ser catalanista se ha transformado en no ser catalán, o en serlo de una forma incorrecta. ¿Es posible ser mal catalán? ¿Cómo se hace para ser buen catalán? En realidad, debería corregir a quien me amonesta y explicarle que mi madre era tan catalana como Carmen Amaya. Mi madre no se distinguía por ser catalana, ya que el lugar de nacimiento solo nos proporciona un lugar de nacimiento. Lo que la distinguía a ella era su catalanismo, no el hecho de haber nacido aquí o en cualquier parte. Estar orgulloso de haber nacido aquí o allá es tan interesante como estar orgulloso de haber nacido con dos orejas (el símil es de Antonio Muñoz Molina, no es mío pero me gusta).

Mi madre, además de catalanista, también era católica. Quizás no muy de misa, pero sí muy cristiana. Yo no lo soy: practico un panteísmo vago y melifluo, con brotes de ateísmo súbito. Sin embargo, nadie me ha espetado jamás ¡Con lo cristiana que era tu madre!. Todo el mundo (o casi) entiende que el cristianismo, como el comunismo, el estoicismo, el solipsismo o el onanismo no son hereditarios, y esa evidencia se acepta con bastante naturalidad. Rafael Sánchez Mazas tuvo un hijo que se llamaba Chicho Sánchez Ferlosio. Por ejemplo. Aunque debo aportar algo: tras una pelotera ideológica con mi padre (que también era muy catalanista) a propósito de Cataluña y su independencia, el hombre terminó por preguntarse si no sería que me había educado mal. Al contrario, papa, le tranquilicé: me has educado bien y te estoy agradecido por ello. Me has educado en el pensamiento crítico, que es el más deseable de todos los objetivos de la educación. Lo otro sería clonar seres humanos, y eso no es deseable para nada.

Mi madre era muy catalanista a pesar de tener, a su vez, una madre murciana --profundamente asimilada en la cosa catalana. De modo que ella, también, optó por tener sus propias ideas. Como mi padre, hijo de un padre más bien franquista a quien le gustaba la música clásica y la ópera: a mi padre la música le parecía un ruido aceptable y nada más. Creo que nadie está obligado a seguir los gustos y las ideas de sus progenitores, y que optar por otras (o por las mismas) no significa para nada tenerles más o menos respeto. ¿Amaba yo menos a mi madre que el hijo que vota lo mismo que votaba su madre?. Mi madre votó a Convergencia durante muchos años, y luego votó a ERC. Son los dos únicos partidos que no he votado jamás. A los demás me parece que les he votado a todos. O casi. ¿Es eso indicativo de ser un mal hijo, un hijo que no ama a su madre? De todos modos: mis lecturas de Freud y de Lacan me permiten tranquilizarme. El amor a la familia es algo biológico y a la vez peligroso, castrador y peliagudo. Hay que andarse con cuidado. Ni estamos obligados a seguir las ideas de la generación precedente ni obligados a oponernos a ellas.

Pensar por uno mismo (y aceptar las consecuencias de este acto de conciencia) es lo que nos presenta ante el mundo como personas y, a la vez, lo que nos hace humanos. Y, en consecuencia, lo que muestra el respeto y el amor hacia quienes nos educaron.

En el caso de que fuese del revés --si hubiese tenido una madre españolista--, nadie me reprocharía ahora ser independentista dentro de mis círculos próximos. He optado por lo opuesto y en ello han participado otras voces, libros, experiencias. No comparto las ideas de mi madre, es más, las combato porqué las detesto. Pero no detesto a mi madre. Amo a mi madre y amo a esa España actual, democrática, plural, abierta, integradora. Les amo a cada una con todos sus defectos. Quizás las amo porque son defectuosas. Aborrezco la Cataluña cerril e independentista por su asqueroso deseo de perfección. Y acepto lo que me pase por haber tomado mis opciones.

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La foto de arriba es un ajo.