27 de febr. 2017

Pablo Ráez, ejemplo de muerto heroico y neoliberal

Resultat d'imatges de leucemia

Hace pocos días, los medios se llenaron con el relato panegírico de una muerte calificada de "heroica". Se trata de un chico joven y español, fallecido tras una leucemia diagnosticada hace unos años. Se llama Pablo Ráez, aunque el nombre importa poco. El chico tuvo la idea de contar su enfermedad en las redes, mostrarse, publicar su enfermedad. Y es por ese motivo que su muerte ha sido anunciada en los medios, en casi todos.

El relato de los medios habla de la lucha del joven Ráez, de su lucha heroica y tan ejemplar como ejemplarizante contra el mal.

Eso empieza a ser algo preocupante de veras. Se ha convertido al enfermo en un gladiador, en un luchador solitario cuyo ejemplo de tesón debe ser transmitido al pueblo. Ya lo sabes, nos cuentan: si estás enfermo debes luchar como este héroe. Y es así como se convierte al enfermo de cáncer en el responsable de su suerte. Y de su muerte. Ahí estás tu y está tu enfermedad, nos dicen, y solo tu heroísmo te puede salvar. Hay algo horrible y malsano en el mensaje, y debemos prevenirnos contra ese mensaje tanto como contra el cáncer.

Un enfermo de cáncer no se libra de la muerte gracias a su voluntad ni su heroísmo, ni te puede salvar una frase de Paulo Coelho. Ni tampoco un consejo inscrito en el sobrecito del azúcar que te dan en el bar, junto al café. En esos mensajes se halla, bien disimulado y casi genialmente oculto, el discurso neoliberal que pretende justificar el fin de la sanidad pública.

Cuando el enfermo es el último responsable de su enfermedad se nos está colando un monstruo en la mente: no existe la sociedad, solo existe el individuo. ¿Nos vamos a convencer de que la inversión en sanidad pública es irrelevante? Creo que ninguna otra especie del planeta estaría de acuerdo con ese planteamiento individualista tan extremo. Incluso las hormigas de los hormigueros muestran una actitud más colaborativa y más lógica. Más "humana".

La medicina privada lleva años hablando de "medicina personalizada", insinuando que si un virus se mete en tu organismo es por tu culpa, quizás lo has atraído y eso es tu responsabilidad. Algunos gurús del mundo new age lo aplauden y le dan cobertura metafísica a ese discurso tan peligroso, tan neoliberal. Hablan de tener cuidado con no llevar una vida mal planteada, y en definitiva nos susurran que cada uno es responsable de su salud. Un "conseller" de Sanitat ultraliberal y catalán (Boi Ruiz) insistió mucho en eso para justificar que el gasto público en salud debe ser limitado, recortado.

Parece que todo son intentos por romper el concepto de sociedad, para dejar al individuo solo ante su suerte. Y, en definitiva, por corromper cualquier concepto de colectivo y de solidaridad. Los catalanes no quieren ser solidarios con los andaluces o les extremeños, y algún día los mismos catalanes de la provincia de Barcelona no querrán ser solidarios con los de Lleida o los de Tarragona. Ese es el escenario que se nos presenta si nos descuidamos. Pero el enfermo es un enfermo, un paciente. No es un héroe ni un luchador solitario.

El niño es un humano que vive su humanidad como niño, no es "el adulto de mañana", cuando será útil al sistema. Del mismo modo que usted es un adulto que vive como adulto, y no desea ser tratado como el enfermo ni el muerto de mañana. Hay que protegerse mucho de los discursos en boga que solo nos hablan de ser piezas del engranage económico y que nos responsabilizan de serlo menos o de causar pérdidas a la causa de ese capitalismo degradante para las personas.

Pablo Ráez enfermó y murió porqué la leucemia no tiene cura, y la podría tener, quizás, en el futuro. Eso depende de la inversión pública en investigación pro en ningún caso de los heroísmos individuales. Ráez no era un gladiador, era un enfermo que esperaba mayor inversión en investigación médica y que sin duda se preguntaba por el destino de los dineros de nuestros impuestos.

10 de febr. 2017

El juez Vidal y las tinieblas

Resultat d'imatges de el juez de la horca
Fotograma de "El juez de la horca", una genialidad de John Huston

Según reza una definición de la palabra "proceso", un proceso es una secuencia de pasos dispuesta con algún tipo de lógica que se enfoca en lograr algún resultado específico. De ese modo, una sesión de sadomasoquismo o de tortura (ya sea consentida o no) sería un "proceso". Luego está lo que se llama "proceso" en el ámbito judicial, pero eso ya es otro asunto bien distinto.

Uno intuye que en la secuencia de pasos habrá momentos de toda clase: amables, divertidos, amargos, ácidos. La naturaleza también tiene sus procesos, en los cuales la lógica es otra distinta a la humana: morir también es un proceso.

Y luego está el llamado "proceso independentista catalán", que sigue una lógica especial. Sin embargo, es evidente que en ese procesos se pueden identificar diferentes secuencias. Lo que antaño se presentó como algo simpático, festivo y una celebración democrática (sus promotores llegaron a presentar su revolución como "la revolució dels somriures") hoy vive un instante de rudeza inaudito en la Cataluña que presumía de pacífica, heroína del pacto y del diálogo, árbitro de la elegancia.

Y no tan solo porqué el independentismo convoca a lo peor de cada uno, si no por que la cosa se está embarullando y ya nadie parece estar en condiciones de adivinar cual será el paso siguiente: la lógica se ha evaporado y solo permanece una desagradable incertidumbre, que se suma a la incertidumbre global. 

A medida que el proceso entra en esa fase de rudeza, desprovisto de épica, de poesía y de sonrisas, van emergiendo los posos, eso que anida en el fondo oscuro y turbio del alma humana y de la historia trágica de la humanidad. Parece que venimos del horror y la barbarie, y que lo que deseamos secretamente es volver a ellas. Me pilla la redacción de este texto terminando "El corazón de las tinieblas" y quizás ese "horror" me tiene subyugado. 

Pero algo hay: el juez inhabilitado y reciclado en senador que iba por ahí jactándose de usar información obtenida ilegalmente de los ciudadanos desciende del señor Constantino, un notable falangista, militar y alcalde de un pueblo del vinícola Penedès. Uno suele mejorar respecto a la generación que le precede, incluso llega a mejorar ideológicamente. Pero sin ser psiquiatra forense, todos sabemos que en el fondo hay una oscuridad que se arrastra, en silencio, burbujeante y semilíquida como los monstruos psicoanalíticos de Lovecraft.

Para que no me digan que me meto con los difuntos y que practico un argumentario feo, voy a hablar de mi padre. Mi padre era un hombre de izquierdas (de la izquierda independentista arcaica, la de los años 70). Había leído, había militado en un partido clandestino y fue detenido varias veces. Cuando Franco o alguno de sus gerifaltes acudía de visita a Barcelona, le llevaban al calabozo de forma preventiva y casi amable, diría yo. Cuando la autoridad visitadora se largaba para sus fueros, le soltaban y todos tan amigos. Todo eso lo cuento como prólogo. Luego estaba la otra faceta de mi padre. A pesar de sus ideas progresistas (socialista, colaborador con la resistencia antipinochetista, antisomozista y etc etc), era, en familia, un hombre de praxis autoritaria y represora. La disciplina para con sus hijos ocupaba una parte central en sus ideas de lo que debía ser su labor como progenitor y educador de niños. Ese poso represor, que se apaciguó mucho con los años, las enfermedades y la proximidad de la muerte, era algo heredado. No solo de un padre (mi abuelo) muy conservador, bastante primitivo, rural y simpatizante de Franco, si no de una época: la época gris del franquismo en estado salvaje, cuando el sistema se mantenía mediante la violencia.

Para desembarazarme de ese fondo oscuro, yo tuve que detenerme y bucear dentro de mi, desaprender para aprender de nuevo. Y aún así no estoy muy seguro de haber saneado completamente ese viejo cajón.

Creo que al juez lenguaraz le pasa algo parecido a lo que le pasaba a mi padre. Cuando uno quiere que sus ideales políticos se conviertan en realidades, se remite a su fondo oscuro. Eso es una guerra, al fin y al cabo, y en la guerra todo vale. Hay algo feo y pringoso en lo que dice el juez. Pero también en lo que suelta el señorito Puigdemont, en lo que lee uno en la prensa procesista, en lo que se ve por ese Twiter que canaliza bilis a destajo como un río desbordado por la mala uva infinita que anida en las profundidades de la caverna del alma.

Uno debe detenerse a meditar: se planteaban crear un nuevo país (con todo lo adánico de la propuesta), un país virginal, paradisíaco, ejemplar. Pero al primer escollo parece que se nos propone un estado infernal, puesto que se ha despertado la bestia que dormía en el fondo.

Puestos a confesar, confesaré otro asunto familiar. Mi hermano, hijo del mismo padre al cual me he referido antes, me dijo un día (siendo tanto él como yo jóvenes e imberbes): yo me haría pacifista, pero para hecerme pacifista tendríamos que cortar antes muchas cabezas.  

2 de febr. 2017

Un catalán en la corte del Rey Arturito

Resultat d'imatges de rey arturo

Quince años atrás escribí el guión para una novela de humor. Era la primera vez que se me ocurría lo de la novela de humor (y sarcasmo). Dejé escritas unas diez páginas de esquemas, notas, apuntes sobre personajes y una primera plana en la que se presenta el narrador, un tipo catalán y desquiciado que escribe desde Burgos, ya que ha pedido asilo político en España. Un catalán refugiado en el santuario español, escribiendo en una libretita, sentado ante la catedral burgalesa con un tetra-brik de vino Don Simón a su lado, fiel como un perrito. Eso sucede unos meses después de la independencia de Cataluña. Para que luego digan que el independentismo y sus grotescas crónicas son cosas recientes.

La novela trata de Celdoni Puidengolas, un funcionario gris del Departament de la Presidència al que se le encarga investigar si en Cataluña existe alguien con pedigrí monárquico, descendiente de los antiguos Condes de Barcelona o de cualquier otra rama noble del feudalismo catalán medieval. Estamos en 1984 y el protagonista se inspira en un tipo que descubrí en "El abrigo", que es un cuento de Gógol desternillante.

En el primer capítulo, Celdoni es llamado a la casa que tiene en Pedralbes un misterioso alto cargo del régimen catalán. Le cuenta que el Govern ha decidido conspirar para la independencia de Cataluña, y que para lograrlo cree que debe construirse una monarquía sólida y verosímil, algo que levantará los ánimos patrióticos del poble català, ansioso por revivir sus glorias medievales. Le nombra a Pere I, a Martí l'Humà, las crónicas de Ramon Muntaner, los almogávares y el "desperta ferro!" y etcétera. Celdoni, como es de suponer, se emociona y besa los pies del hombre misterioso, orgulloso de recibir tan alto encargo. Cuando sale de la entrevista y camina por la Avenida de Pearson, entre aquellos palacetes, llora y busca una iglesia para poder arrodillarse y dar las gracias al Altísimo.

El hombre empieza su labor con método y disciplina, tal como sería de esperar en un funcionario chapado a la antigua, un tipo que ganó unas oposiciones durante el franquismo y fue reabsorbido por el catalanismo autonómico (ya que su familia siempre fue de misa, de la sardana y seguidora de las letras catalanas).

La novela sigue las andanzas del caballero, a la búsqueda de un futuro rey para Cataluña. Se trataba de reirse de las novelas artúricas. Y a la vez que del Gran Garbancito: cuando escribí aquél guión, Garbancito Pujol era el Gran Virrey de Cataluña. El Gran Visir de l'Eixample, el pequeño gran hombre. En la novela, Garbancito es un tipo corrupto y ladino pero quizás menos de lo que luego hemos conocido. Ya lo dice el tópico: la realidad supera a la ficción.

Y también la supera en lo malos que imaginé a los independentistas. Unos tipos conspiradores y cínicos, demagogos y postfascistas. Pero también menos de lo que luego la realidad nos ha revelado. Lo único que era imposible intuir era el asunto de las CUP, algo que debe aparecer obligatoriamente en una novela de humor contemporánea y catalana. Quizás no hay nada más cómico que David Fernández y Anna Gabriel apoyando las políticas de Convergència des de su fabulosa radicalidad Trotskista. Fabuloso.

Las desventuras del desdichado Celdoni se complican cuando, cada vez que descubre un posible heredero del trono catalán, este aparece muerto en extrañas circunstancias. Accidentes de tráfico, aparentes víctimas fortuitas en un atraco con disparos, de un atentado en plena calle, etc. Un día, el pobre Celdoni se da cuenta de que la policía le va a tomar por el principal sospechoso, ya que los nobles aparecen muertos poco después de haberse entrevistado con él. Es entonces cuando despierta y comprende: el Molt Honorable le está usando para eliminar cualquier noble que pueda ensombrecer su auténtico propósito, que no es otro que erigirse en Rey de Cataluña para luego cederle el trono a sus hijos.

Una vez desfacido el entuerto, Celdoni huye a España temiendo la detención por los Mozos de Escuadra en el mejor de los casos. Y en el peor, aparecer muerto en cualquier cuneta de la montaña de Montserrat o en la playa de Cadaqués, cerca de la mansión de los Rahola. Cuando escribí esas páginas, la señora Rahola ya era esa persona engreída, bravucona y trabucaire que, con el paso de los años, ha crecido dentro de ella. Cosa rara viniendo de clase alta y siendo señorita de mierda, ya que suelen ser más elegantes.

La novela no se escribió jamás, ya que me incliné por la cosa gótica, el misterio y todo eso. Quien sabe si, después de publicar este artículo, un editor atrevido me encarga que la escriba. Alea iacta est, como dijo Wifredo el Peludo mientras estampaba sus cuatro dedos en el escudo de marras (¿porqué no se los metió en el trasero?). Ahora que me acuerdo: sobre Wifredo también escribí algo, de joven, cachondeándome de la falta de escudo de la realeza catalana.