29 de set. 2021

Cataluña y Jauja

El señor Antoni Bori i Fontestà, que tiene calle en el callejero barcelonés, nació en Badalona en 1861. Como escritor no pasó a la historia, pero nos dejó un poema fascinante, aunque de nivel literario más bien escaso: La terra de Xauxa. Les dejo el enlace al poema entero, algo largo y tedioso pero suculento si pinchan aquí.

Xauxa es la tierra ideal y un proyecto político. Aunque el propio autor sugiere, en el cuarteto final, que Xauxa es, quizás, una simple fantasía. La descripción de lo que allí sucede es minuciosa y muy detallada. No sabría en donde detenerme, les dejo solo unas pocas notas, con datos de especial interés y que cada uno daría para un artículo sobre las utopías y sus peligros graves para la humanidad:

  • En Xauxa no hay pobres: todo el mundo es rico.
  • Todo el mundo obedece y se comporta con rectitud.
  • No se celebran elecciones ni se pagan contribuciones.
  • No hay descontrol y por consiguiente no hace falta policía.
Leyendo el poema, que vino a mi por casualidad y sin esperarlo, me acordé de las varias campañas de la Assemblea Nacional Catalana y de Òmnium Cultural, en donde nos invitaban a soñar la Cataluña independiente. Vull un país on... se tituló aquélla campaña, en el momento álgido del independentismo, cuando los eslóganes invitaban a pensar una independencia inminente, fulgurante y envidiada por el mundo entero, cuando el mundo entero solo tenía ojos para Cataluña. Cada uno podía aportar sus sueños y así lo hicieron miles de soñadores. Cada iluso con su ilusión, hubo quien pidió helado de postre cada día, fresas con nata para desayunar, justicia poética en vez de justicia democrática, felicidad para abuelas y abuelos, un país donde solo los besos tapen las bocas, un país que se levante temprano y se acueste tranquilo, donde crear una empresa sea fácil, sin listas de espera, con trenes puntuales...

En el ambiente había solo pensamiento mágico y la idea de que, solo por pedirlo, todo sería concedido. El ensueño del separatismo lo iba a permitir todo. Y aunque algunas peticiones sean de lo más realista (escuelas públicas de calidad, sin listas de espera, sin corrupción ni recortes), uno se pregunta para qué demonios hace falta crear un nuevo país: esas peticiones se deben exigir aquí y ahora, siempre, y también entonces, a los políticos que estaban mareando a la ciudadanía con promesas, declaraciones solemnes y leyes de transitoriedad que enmascaraban aquel golpe de estado postmoderno que perpetraron los días 6 y 7 de septiembre de 2017, los días más oscuros para la democracia.

Hay algo del sueño de Jauja de Bori i Fontestà en el delirio independentista. Algo de aquella Jauja está allí, agazapado en el duermevela, ese momento en el que la razón se esfuma y la realidad se confunde con los deseos. Había algo de Jauja y de las ideas más peregrinas de Paulo Coleho en los instantes más lúgubres para el sentido común y el sentido de la democracia. Todo terminó en un estrépito tremebundo de coches policiales, detenciones, juicios, presos y hombres que se fugan en el maletero de un coche tras mandar a sus subordinados al trabajo. La realidad, prosaica, inexorable e impávida, se impuso. Tal como sucede siempre y sin remedio: uno puede ensoñarse con un revolcón estival junto a su actriz favorita pero a la mañana siguiente amanece solo en la cama en el mejor de los casos y, en el peor, encamado junto al ser que detesta. Y entonces viene el lamento. O el crujir de dientes. Es la realidad el lugar en donde estamos y para el cual trabajamos.

Lo que viene tras el sueño de Jauja es eso: la frustración. Y es la frustración el sentimiento que se apodera de la Cataluña tras el procés: no hubo nada de nada, el mundo fue indiferente y estamos peor que antes. Ahora estamos divididos, jodidos por los efectos del virus, con más violencia en las calles y, además, sin helado de postres. Y el Barça pierde.

26 de set. 2021

Simulo que existo


Jean-Baptiste Regnault compuso "El origen de la pintura" en 1786, un cuadro que no es muy popular. En este lienzo, al óleo, Jean-Baptiste nos presenta a una joven pareja en un lugar bello pero siniestro: están tumbados y medio desnudos ante un panteón y ella, aprovechando los últimos rayos del sol, perfila la sombra de él proyectada en el muro de un sepulcro. Trata así de recordar al amante y al momento, que ambos saben que no se repetirá. Cuando se hayan marchado para siempre permanecerá allí la reseña del instante.

Ayer recibí la encuesta de una alumna de Bachillerato que está haciendo un trabajo para la asignatura de Filosofía. Pregunta sobre la idea de la muerte y yo intento responderle con sinceridad pero con brevedad: sinceridad y brevedad, cuando se trata del asunto, son dos elementos de difícil cuajo. A lo largo del curso respondo a varias encuestas del alumnado, y esta me ha entretenido un rato. Aunque la alumna mezcla conceptos tan dispares y lejanos como el suicidio, las enseñanzas que nos ofrece la muerte de un ser querido, el concepto de "vida" o la opinión sobre las enfermedades incurables y terminales, la verdad es que he pasado un buen rato: pensar y escribir sobre la muerte me ha dispensado un grato entretenimiento mientras andaba atareado con mi vida y sus servidumbres.

Creo que muchas veces simulamos la vida. Una de las preguntas de la chica es, imprevistamente: "¿Vives la vida que te gustaría vivir?". Esa pregunta, formulada a la edad de una alumna de Bachillerato, me ha enternecido: la chica, muy joven, intuye algo de su futuro y se lo pregunta a los demás. Sin tener ni idea de lo que le podrán responder los demás respondientes, he sido honesto y he advertido: sin duda que no vivo la vida que me hubiese gustado. Me conformo, por supuesto, pero no era mi ideal de vida la vida que tengo. Quizás hubiese preferido vivir en la Francia del XVII y ser el hijo de un rico. O en mi tiempo pero en Brooklyn, Nueva York. Quizás hubiese preferido ser mujer negra en el Bronx, becario en Harvard, trompetista de Jazz en el New Orleans de 1920. Cuando era joven como la bachiller que me pregunta, yo quería ser guionista y dibujante de cómics para la revista "El Víbora" en la Barcelona de 1980.

En la inmensa mayoría de los casos, los adultos nos sentimos así: algunos creen que les engañaron, otros creen que se engañaron a sí mismos. En cualquier caso, la vida es lo que sucede mientras pensamos en las vidas ideales, alternativas, soñadas. Crecer, llegar a adulto y procurar llevarlo bien es algo así: reconciliarse consigo mismo, con el mundo. Conseguir eso no es fácil: es una heroicidad.

Hay quien necesita simular, o simularse. El otro día, un tal Puigdemont orquestó una detención para simular que todavía existe, que todavía es algo. Muchos son los que, a diario, exponen sus carencias, sus necesidades, sus temores, sus fobias, sus filias más problemáticas en las redes: simular que se existe no es nada fácil, pero para eso están las redes sociales. Creo que esa es la principal función de las redes y el argumento principal de su éxito. Me ven luego existo. Me comentan luego existo. Me insultan: existo. En este sentido la vida sería una exhibición de la vida, una constatación mediante el reflejo en el ojo ajeno.

Yo mismo, quizás y sin ir más lejos, les escribo aquí para obtener "likes", comentarios, aumento de números en el contador de visitas del blog. Para demostrarme que soy real mediante mi exposición virtual, aunque suene a rechifla. Sin embargo, yo se que la vida es lo que sucede de veras y generalmente en soledad. Mi dolorcillo en la pierna, los quebraderos de cabeza en el trabajo, las dificultades para comprender y ser comprendido (y no digamos, ya, para amar y ser amado), mis deseos de aburrirme soberanamente o de leer libros inútiles, prescindibles (pero muy divertidos, como el Diccionario razonado de vicios, pecados y enfermedades morales). Por no mencionar los problemas del sistema digestivo, al cual tengo olvidado en mis textos.

La vida, querida alumna de bachillerato, es muy poquita cosa aunque la magnifiquemos con ideas trascendentes, patrias, ideologías y demás. Algunos la decoran con cenefas esotéricas y otros con ribetes solidarios, pedagógicos, religiosos. La vida, estimada alumna, solo es estar vivo durante un tiempo y aceptar que esa vida es un soplo, un segundo en el reloj, el instante que media entre una eternidad de nada y otra eternidad de nada.

Si me apuras, la vida es intentar estar vivo con algo de dignidad: infligir el mínimo mal posible a uno mismo, a los demás y al planeta que nos ha permitido la vida. Y eso, estimada bachiller, es mucho, muchísimo. Y deseo de veras que lo consigas.

Te aporto un dato adicional: algunos filósofos dijeron que sería preferible no haber vivido.

24 de set. 2021

Aventuras de Puigdemont, el niño Travieso

De travesura en travesura, el Travieso Puigdemont se plantó en la isla de Cerdeña para asistir a un festival floklórico. Hay quien viaja para escuchar a Monteverdi o a Bellini y hay quien hace miles de quilómetros para ver danzas y coros populares. El Travieso no se iba a Cerdeña en general: se iba a un pueblo llamado Alghero que, muchos siglos atrás de llamó l'Alguer y era colonia catalana, de cuando los catalanes jugaban a vikingos del Mediterráneo. Aquello terminó como el rosario de la Aurora, como es lógico.

Detenido en Italia (o retenido en l'Alguer, según Tv3) durante unas horas, el Travieso Puigdemont ha sido puesto de patitas en la calle. Yo diría que los italianos quieren tenerle fuera de su territorio cuanto antes mejor. Y, una vez en la calle, al Travieso Vividor no se le ha ocurrido otra que soltar la frase:

-España no pierde la ocasión de hacer el ridículo.

Como todo el mundo sabe, lo que más nos molesta en los demás es, siempre y sin falta, lo que más nos molesta de nosotros mismos. Según esta ley natural, es posible que el señorito Puigdemont haya caído en la cuenta de que (por lo menos) los últimos años de su vida, con sus extraños periplos, viajes accidentados o en el maletero, espías rusos y demás sandeces son exactamente eso: un ridículo tremendo que va en aumento y que lo engullirá más pronto que tarde. Ya hay algo bufonesco en su figura y su curriculum no deja de engrosar las sandeces.

España hace el ridículo, suelta el señorito. Bueno, creo que España ni hace el ridículo ni deja de hacerlo: es un estado europeo que actúa en base a unas normas y a unos reglamentos jurídicos.

Otra cosa será lo que se le ocurra al Vividor cuando se plante delante del espejo y contemple, entre las sombras de su flequillo, el rostro cerúleo y raro en que se transforma lo que antes fue un hombre y es, cada vez más, la máscara de un héroe impostado, sin honor ni dignidad, un patán de tebeo que da tumbos esperando su momento de gloria y solo halla instantes de un fulgor oscuro. La voz le tiembla en la garganta: me lo había parecido antaño y hoy lo he evidenciado. Es una voz gangosa, lastimera. Todo se derrumba en el petimetre que aspira a figura histórica (no hay catalán que se precie que no intente el salto a la historia) y él ve ridículo a un estado europeo del que se fugó, por patas, en el maletero de un coche. Ahora en Cerdeña, quizás mañana en Córcega o en Sudán del Sur, o pasado mañana en un encuentro de flautistas bretones tradicionalistas.

Digo yo que se habrá percibido de que, en Italia, ni los nacionalistas de la extrema derecha padana le han mencionado.

El señor Puigdemont terminará convertido en personajillo literario, se lo vaticino: al paso que va, dando tumbos por los recovecos medievalistas y acusando de ridículas a las democracias europeas, será un dibujito que exclama al fin de cada tira cómica: ¡Qué ridículos son todos los demás menos yo!.

23 de set. 2021

NO PUC AMB LA CUP

La frase "no puedo con la Cup" no tiene la misma gracia en catalán que en castellano. Es gracioso que la Cup suene más cómica en su idioma preferido: mala suerte. Tardé un tiempo en dar con la expresión del título, que suena a chiste minimalista, a verso catalán de esos construidos con monosílabos que tanto le gustaban a Joan Oliver, ya que Oliver consideraba que el catalán era idioma superior por el hecho de poder decir muchas cosas con monosílabos. Y es cierto: ung yah yogh urg ngé sprut suena mucho más evolucionado y sutil que my mistress eyes are nothing like the sun, o  Que j'aime voir, chère indolente, De ton corps si beau, Comme une étoile vacillante, Miroiter la peau! 

Adónde va usted a parar.

Llevo años soportando a la Cup, es decir, a esas personas que se arremolinan bajo esas siglas y que uno no puede dejar de preguntarse: ¿qué le ha aportado la Cup a la política catalana? Es decir: ¿le ha aportado algo bueno a la polis catalana?

La Cup tiene una legítima vocación antisistema, contra la democracia liberal y etcétera. Supongo que es lícito que un grupo así se constituya como partido y se presente a las elecciones y que obtenga diputados: la Constitución de España es así de tolerante y de magnánima, lo cual me parece muy correcto. La Cup es, en un lado del espejo, lo que es Vox en el otro lado del espejo. Por usar una imagen algo críptica robada de San Pablo, el tipo de Tarso que se llamaba Saulo antes de ser San Pablo.

La misma pregunta anterior se les puede aplicar a ambas formaciones: ¿la Cup y Vox han venido para aportar algo bueno a la política española? La respuesta es un rotundo no, o asó lo veo yo: ambos vinieron para romper, rasgar, tensionar, molestar y desencajar. Vox pretende tensionar a la derecha española y la Cup a la derecha española que se considera derecha catalana. Ambas formaciones usan un lenguaje decimonónico plagado de citas de grandes figuras remotas en el tiempo, de poetas oscuros, de rapsodas tenebrosos, de literatura turbia. Cada una con sus estilo propio y sus neurosis, las dos formaciones han aparecido con un mismo objetivo: abandonar la racionalidad, implantar la bronca e insertar en los parlamentos democráticos el lenguaje de la taberna. O de la Herriko Taberna.

La herriko taberna es el lugar en el que, tras engullir una cantidad inmisericorde de birras, uno sale a la calle dispuesto a cambiar el mundo por el mecanismo, tan brillante como mediático, de quemar los cuatro contenedores de basura que nos queden más cerca. La revolución es una incineradora de residuos nocturna y etílica.

Los líderes de la Cup mantienen una afición extraña por la poesía de difícil comprensión, por la metáfora oscura, por la imagen críptica y por versionar canciones de un tal Ovidi Montllor que, por estar ya muerto, no puede protestar. Y a la vez, por el eslógan tonto y facilón: otro mundo es posible vale como ejemplo de eslógan simplón apto para menores. Vaya puerilidad. Hay algo de adolescente de 50 años embarrancado, patológico, en la adolescencia.

A lo largo de mi vida he tenido el placer de coexistir con mujeres y hombres de la Cup. No les voy a juzgar, me libre Dios de juzgar a nadie. Solo voy a ensayar una aproximación descriptiva: las personas de la Cup con quien he interactuado son las personas que mejor viven, en el sentido más objetivo: chalé con piscina en Sant Cugat, chalé con piscina en Matadepera, ático de ensueño en el barrio de Gracia, dos residencias por lo menos, papá empresario y herencia a la vista, contactos por doquier... La mayoría de ellos, ellas y elles son funcionarios con plaza inquebrantable en el funcionariado español, de los de Muface, mayoritariamente en el sector de la docencia, y con un sentimiento de superioridad o de supremacismo intelectual que a uno le cuesta comprender.

Me pregunto, preocupado, qué cosa sucedió para que personas con un sentido de la realidad tan alto como quienes se preocuparon por obtener una plaza de funcionario de España sean quienes militan en la Cup, quienes repiten frases infantiloides o quienes alientan la quema de contenedores como solución a problemas sociales. Eso es muy raro. Aunque quizás no tanto: otro día igual les cuento lo que escribió Freud sobre esos fenómenos.

Lo que me preocupa es el abandono de la racionalidad que practican esas personas de la Cup, esa fijación por el pensamiento mágico y adolescente cuando uno cuenta con más de cincuenta tacos y parece haber comprendido muy poquito o quizás nada. Cuando me siento racionalmente optimista pienso que tanto la Cup como su gemelo Vox desaparecerán del panorama electoral en un santiamén. Luego, sin embargo, me desespero y descubro que el uno necesita al otro, que se alimentan mutuamente. No es nada raro que Vox y la Cup sacaran un resultado electoral tan simétrico en las últimas elecciones catalanas. Y es muy sintomático que ambas formaciones se olvidasen de reseñar esta coincidencia cuando celebraron sus resultados.

En resumidas cuentas: no puc amb la Cup. No puedo con la Cup. Su discurso es una farsa vacía, una farsa de viento. Como un buñuelo de viento. La fotocopia defectuosa de algo que fracasó en Euskadi porque a Euskadi, el original de la fotocopia solo trajo desgracia, malestar y dolor. Y luego nada.

22 de set. 2021

Virtudes del procés como el Museo Nacional, por ejemplo


Hablar de virtudes del procés suena a broma: ¿qué cosas buenas nos puede aportar un delirio identitario e iliberal, antidemocrático y supremacista como este? En términos objetivables y racionales: el llamado procés es un dislate que ha llevado división, enfrentamiento y desgracia a la comunidad de ciudadanos y ciudadanas de Cataluña.

Pero dicho esto, también le reconozco algunas aportaciones interesantes. A algunos les ha caído la venda de los ojos, a otros les ha animado a posicionarse y a algunos incluso a escribir textos para reseñar. Este es el caso, por ejemplo, de Iván Teruel, que muy posiblemente no hubiese escrito su "¿Somos el fracaso de Cataluña?" de no ser por esa circunstancia. El libro de Teruel es un fenómeno entre muchos y lo cito como ejemplo.

Hace algunos días estuve en el Museu Nacional d'Art de Catalunya, para ver una exposición temporal sobre arte y guerra civil. En la primera salita de la exposición hay una breve introducción que cuenta: el Museo se inauguró en 1934 como "Museu d'Art de Catalunya". Más tarde (en tiempos de Jordi Pujol) pasó a llamarse "Museu Nacional d'Art de Catalunya". Supongo que habrán notado el cambio. Si se fijan en el diseño del logotipo arriba referido también descubrirán otros elementos reseñables: la ascensión de la N y la grandeza de la C. Dicho de otro modo: las iniciales de museo y de arte están disminuídas cuando son, en realidad, los dos únicos sustantivos significativos.

Quizás alguien se dio cuenta entonces. Pero les anticipo que yo, por entonces (cuando el cambio en la nomenclatura) era un iluso. No supe ver la osadía y la insensatez. Hoy sí las veo. Y entonces repaso el organigrama y leo ese nacional en todas las partes: Teatro Nacional, por ejemplo.

¿Se imaginan ustedes que llegan a Valladolid y se encuentran con el Museo Español de Escultura de España? Preguntado de otro modo: ¿se imaginan ustedes que el Georges Pompidou de París se denominase Musée National de l'Art Contemporaine de la République Française? 

El procés ha sido un desastre, pero a muchos nos ha abierto los ojos a una realidad nacionalista que preparaba el estallido del delirio de forma sutil, sibilina, como quien no quiere. Yo no vi la ideología en el MNAC, es cierto. Pero gracias al procés ahora la veo, me río de ello y lo comentamos luego, en la terracita de un bar, entre carcajadas y referencias a los dineros de Pujol en Andorra, a las solemnes burradas de Puigdemont en Waterloo, a los ridículos eslóganes de una CUP que solo parecen transmitir una grave distorsión cognitiva de adolescentes de clase media-alta si no también una extraordinaria capacidad dañina para la convivencia pacífica.

El nacionalismo es ridículo, pero la ridiculez no le impide ser, también, el mal. Que se lo pregunten a la ciudadanía vasca, que tuvo que soportarles en su peor versión posible. Hasta que se dieron cuenta de que el nacionalismo no solo es ridículo, inútil y torpe: también es maligno.


19 de set. 2021

TRES APUNTES A LA "MESA DEL DIÁLOGO"

Primero: No comprendo muy bien las razones que llevan a crear una "Mesa de diálogo" cuando el Estado dispone de un Congreso de los Diputados y de un Senado, además de los parlamentos autonómicos, que son los lugares del diálogo entre los diferentes. En esos foros hay cámaras, luz y taquígrafos y, por consiguiente, democracia. Pero supongamos que hay asuntos que se deben tratar con discreción, de acuerdo. Aceptemos pues que debe haber negociaciones discretas. Pero el asunto catalán no es ETA ni el IRA, ni España es Suráfrica, y todo el mundo ve las diferencias entre negociar con unos zumbados que llevan armas y ponen bombas, y negociar con un gobierno regional que se otorga derechos extramundanos.

Segundo: En esta mesa del diálogo estarán los representantes del gobierno autonómico por la parte catalana, todos ellos independentistas en mayor o menor grado, pero no contemplarán a la mitad de los catalanes y catalanas que no somos nacionalistas ni independentistas. ¿Es eso un diálogo en todo su profundo significado? Si eso es un diálogo entre Cataluña y España (???) ¿no deberían estar ahí los representantes de la ciudadanía no-independentista?

Tercero: Teniendo en cuenta lo anterior, y a título personal: quiero que sepan, señor Sánchez y señor Aragonés, que a mi, aún siendo catalán, me siento representado por la parte del gobierno español y no por la del catalán en la susodicha mesa de negociación. Dicho de otro modo: en las elecciones autonómicas voté al PSC (hubiese preferido votar al PSOE). Hay ocasiones en las que ser catalán de nacimiento es más un pesar que una identidad. O es una identidad de pena y que, además, me importa un bledo.

*   *   *

Por si les sirve de ayuda: a mi, haber nacido en Cataluña me parece lo mismo que haber nacido con dos orejas y un rabito: me importa un comino y no haré de ello una identidad. Me siento español porque España es una estado de la UE y quiero seguir en la UE. Me gusta ser un español europeo, y eso es algo que nos ha costado siglos. No lo vayamos a estropear por un ensueño romántico y sin sentido. Eso no es negociable.

¿Soy un botifler? ¡Por supuesto que lo soy! No veo nada más elegante que ser un botifler en esta Cataluña triste y ensimismada. Los botiflers debemos estar en la negociación.


15 de set. 2021

Un aragonés en Waterloo

Cuando se dice de alguien que "aquel fue su Waterloo", uno se refiere al advenimiento de su peor derrota. Waterloo es, por consiguiente, la imagen del desastre. La imagen, originada en la batalla en donde Napoleón perdió su guerra, está obteniendo nuevos significados no muy fáciles de interpretar.

Waterloo, es a día de hoy y gracias al señor Carles Puigdemont, el referente de algo más complejo. Nadie sabe exactamente qué hace Puigdemont en Waterloo: hace unos años nos contó que diseñaba sellos. Luego, nada. Ahora sabemos que está entregado en cuerpo y alma a la noble tarea de derribar al gobierno nacionalista catalán, aunque eso pueda parecer muy raro. ¿Un nacionalista contra los nacionalistas? se preguntará alguien, poseído por la ingenuidad y el romanticismo que envuelve a todo lo que sea románticamente nacionalista.

Pues si: del mismo modo que el amor romántico es el más peligroso para la salud y la vida de los enamorados románticos, el nacionalismo romántico es muy hostil para sus románticos nacionalistas. Ningún enemigo de un nacionalista romántico es más peligroso que otro nacionalista romántico, incluso cuando lo sean de la misma nación, incluso cuando lo sean de una nación que, en términos estrictos y científicos, jamás ha sido una nación. Léase Cataluña, por poner un ejemplo cualquiera.

El señor Aragonès ganó las elecciones casi que por los pelos, pero las ganó. Y los afiliados a la secta del señor Puigdemont hicieron como que lo aceptaban puesto que es nacionalista como nosotros. Pero luego añadieron: el señor Aragonès es nacionalista, pero menos que nosotros. El señor Puigdemont tiene algo de gurú de los gurús raros, esos gurús que hablan poco pero mandan mucho, de esos gurús a quienes les gustan las sombras, los escondrijos, las frases crípticas, las jugarretas. A medio camino entre un tipo profundamente pueril y un gángster profundamente egoísta y ambicioso. A medida que pasan los años, Puigdemont adquiere un sonrisa más siniestra y más próxima al Jóker de Todd Phillips, con todas sus consecuencias.

Aragonès es, a día de hoy, un hombre perdido en Waterloo: no supo deshacerse de él y ahora debe soportarlo. Y no tan solo soportarlo: debe resistir sus embites, sus cinismos, sus perogrulladas patrióticas. Nadie sabe en qué cree o en que piensa el hombre en el castillo de Waterloo: su libro es una mezcla de superchería y de lenguaje críptico, rarao y solo para iniciados. Puigdemont es ya casi un Alesteir Crowley con mucho más pelo, sin duda, pero igual de incomprensible.

El señor Puigdemont, perdido y hundido en su Waterloo, solo busca algo que podría ser la venganza o podría ser la expresión, triste y lamentable, de un sentimiento voraz de odio hacia sí mismo, transmudado en odio a España. Y en no pudiendo perjudicar a España, perjudica a la región catalana que, por lo que sea, le parece más asequible. Ante ese individuo se pierde el señor Aragonès, quizás atrapado por su juventud.

Cataluña, la tierra que se disputan a sangre y fuego (fuego y sangre metafóricos, por fortuna) los dos señores, está bastante dolida. Cataluña es, hoy, una región herida y enfrentada entre sí, pero eso no creo que se lo más grave que le sucede: la despreocupación de sus líderes (y sus gurús) la ha dejado desnuda ante el virus, ante la falta de planificación educativa, ante los recortes jamás revertidos en sanidad, ante los desahucios, ante la pobreza. En todos esos frentes, la responsabilidad del gobierno regional es la única responsable. Y ellos lo saben. Quizás por eso deciden debatir sobre si el señor Turull debe estar o no en una mesa de negociación que no le interesa a nadie pero la quieren presentar como algo interesante.

Lo que están perdiendo en Waterloo es Cataluña. Y cuando digo Cataluña me refiero a su ciudadanía: a los alumnos sin plaza, a los enfermos sin cita, a los desahuciados, a los pobres que son pobres a pesar de trabajar diez horas diarias, a todos esos datos que no son datos si no personas con nombre y apellido y que nos sitúan en la cola de todos los parámetros. Cataluña se va al carajo en Waterloo.

Señor Aragonès: váyase de una vez por todas de Waterloo. Y véngase a Badia, a Campoamor, a Can Puiggener, a San Adrián, a San Cosme, a Rocafonda. Váyase de Waterloo y acérquese a Cataluña.


12 de set. 2021

El campo de batalla catalán


A día de hoy, 12 de septiembre del 2021, sería mejor hablar de la disminución de las batallas y de sus malditos campos. Tras el virus, la mayor parte de Europa (y quizás del mundo) piensa en nuevas formas de colaborar, entenderse y cooperar. Frases como "juntos saldremos de esto" no son solo eslóganes. Pero algunos no lo comparten ni lo comprenden: prefieren sus batallas, sus zarpazos, sus odios. Ahí están el desdichado Pablo Casado, los insensatos de Vox y sus homólogos catalanes, los independentistas furibundos: la aldea patriótica-nacionalista solo quiere vivir en la guerra. Contra quien sea.

El independentismo catalán sigue en sus trece, y están en su legítimo derecho de hacerlo: quieren llevar el procés más lejos en el tiempo y en el espacio. Pero, a tenor de los últimos datos, parece que ambas coordenadas se les achican, y eso es lo que demuestran las cifras oficiales, oficiosas y presumibles de su manifestación de ayer: la desinflamación es una evidencia que podrán matizar, sin duda, por supuesto. Pero ahí están los números.

La realidad social se puede medir de varias formas, o por lo menos en dos parámetros: el cuantitativo y el cualitativo.

En el cuantitativo, la agonía del independentismo es palmaria. Se terminó la ilusión. Quizás el virus, quizás el cansancio, la frustración tras unas promesas demasiado maximalistas y grandilocuentes, quizás la maldición de la inmediatez invocada por aquellos eslóganes imperiosos que invitaban a creer en un desenlace rápido, brillante e indoloro: todo fue mentira y todo se construyó sobre la fantasía. El pensamiento mágico tiene eso: es frágil y no se sustenta sobre nada serio. Pasados unos meses, se descompone como el burro muerto en una cuneta que filmó el genio de Buñuel y luego replicó Greenaway con más cámaras y más tecnología. El independentismo ya no ofrece números. Es un asno sometido a la descomposición y los gusanos luchan entre sí para comerse sus últimos restos, sus últimos principios.

En lo cualitativo, la degeneración del independentismo se mostró con una crudeza escalofriante en varios actos: pitidos a algunos líderes, broncas, tuits rencorosos y vengativos. Y luego está la batalla tabernaria y bochornosa entre las facciones más aguerridas y las -digamos que- moderadas del independentismo, esa lucha primitiva en el "Fossar de les Moreres", combate entre tipos musculosos, australopitecus estrellados, las distintas tribus del Homo Independentistus que actúan como hooligans en el campo de fútbol de tercera regional. No consiguieron ser visibles en el mundo, no pudieron ser reconocidos en Europa: solo les queda darse tortazos entre ellos para encontrar al culpable del desastre y así poder lincharle con argumentos sólidos: tan sólidos como esa silla de terraza de bar que se atizan en sus cabezas.

El campo de batalla se circunscribe pero se amplía: quienes antes eran amigos, socios, compañeros de lucha, ahora son sus peores enemigos. Hace bien el pobre Jordi Cuixart, ese hombre encendido por el rayo, en reivindicar las luchas compartidas: en sus ojos enloquecidos veo un terror abismal. Cuixart, que antaño me pareció una versión del Saulo de Tarso más desquiciado, me parece ahora un hombre perdido en el desierto, alma en pena deambulando por el desastre tras la batalla, extraviado y a la vez varado entre las rocas de una costa infernal, tan hostil como indiferente a su furia trasnochada.

Al final, pues, el supuesto problema catalán era justamente esto: un conflicto entre catalanes y nada más que eso. Algunos lo advertimos y no nos escucharon. Si fuese por mi, no se debe negociar nada en una mesa de negociación España-Cataluña. El único conflicto que existe es un conflicto entre la mitad de los catalanes contra la otra mitad. La única mesa de negociación que nos hace falta es una mesa entre catalanes. Somos los catalanes, entre nosotros, quienes debemos hallar la concordia y la paz. Creo que ya va siendo de hora de hablar entre nosotros y reconocer que todo el embrollo no ha servido para nada bueno, que solo nos ha traído malestar, confusión y tiempo perdido.

8 de set. 2021

CATALUÑA Y LAS 3 BRAGAS A 1 EURO

RETRATO DE CATALUÑA EN 4 INSTANTÁNEAS

1- Lo más interesante, distraído y ameno no ha sucedido, por primera vez en décadas, ni en un Parlamento ni en un Palacio de la Generalitat si no en un Palacio... episcopal. Esta Cataluña ensimismada, monocorde y monologuista nos ha ofrecido una brillante salida hacia adelante en el caso de un obispo que renunció a la mitra por amor, aún siendo un obispo férreo en la doctrina. Que lo sepan: esto sí nos pone en el mapa. Que lo sepan: ahora sí que el mundo nos mira. Mira a un obispo talibán que cambió el boato y la iglesia por una mujer. Por fin Cataluña le ofrece algo admirable al mundo.

2- Si el día 11 de septiembre llueve a cántaros, la ANC lo agradecerá más que nadie ni nada en el mundo, puesto que la lluvia le dará la excusa regalada para explicar el pinchazo de su cónclave anual. Están liquidando las camisetas votivas a 1 euro, como en el mercadillo de Campoamor las bragas. El cartelito, por cierto, se lleva el premio al más feo de la década.

3- Aeropuerto barcelonés o Gobierno regional. Lo que ha sucedido (y sucederá) con el aeropuerto es el reflejo y la consecuencia del descalabro del pacto de gobierno catalán, que no puede dar ni un paso más sin tropezar y darse de bruces consigo mismo: si el obispo se ha enamorado, los socios del gobiernillo se han desenamorado por completo. Una parte del gobierno regional (la parte de Convergència) pacta la ampliación de aeropuerto con el Gobierno, mientras que la otra mitad (la de ERC) organiza una manifestación contra el mismo aeropuerto. Este gobierno lleva tres o cuatro meses y ya le pasan esas cositas. El procesismo agoniza y se resquebraja. Pronto estará de rebajas y luego de saldo, como las bragas en el mercadillo de Campoamor. El vicepresidente Puigneró acaba de acusar de populista al presidente Aragonès. Fascinante. Excelente elección, señor Puigneró: le felicito por su buen ojo al detectar el populismo ajeno.

4- A consecuencia de lo anterior, el Gobierno de España suspende el proyecto del aeropuerto. Es una buena jugada: les cuenta, sottovoce, que no puede pactar con socios divididos y enemistados, una forma elegante de advertirles de lo que sucederá con la "Mesa de negociación": ¿con quién voy a negociar? ¿Me venderán las bragas a 1 euro o me las darán gratis si compro tres camisetas indepes?

6 de set. 2021

El obispo y Javier Cercas

Empecé a alejarme de las ficciones literarias hace unos pocos años. Contribuyó a ello la correlación de lecturas fallidas en el género ficcional, a la par que me encontré grandes libros de ensayo entre las manos, de novela de no-ficción y textos de periodistas de una excelencia literaria insuperable. Este último asunto, el de los periodistas, es para resaltar: se trata de obras debidas a hombres que no constan como escritores si no como periodistas o a veces pequeños cronistas, cuando en realidad son enormes literatos: Chaves Nogales, Camba, Ferran Planes, Paco Madrid, Sven Lindqvist. Y etc.

En el mismo orden de cosas: para mi, Genet en el Raval, de Juan Goytisolo, es una obra fabulosa, tanto como Campos de Níjar, que se presentan como obras menores del autor, un simple cuaderno de viaje o una pequeña colección de artículos. 

Hoy he escuchado hablar de M., el hijo del siglo, el relato de Antonio Scurati que narra el origen del fascismo italiano y el nacimiento del líder, libro que intuyo de lectura indispensable en nuestros días difíciles.

Abandonar la literatura de ficción y pasarme a la otra también se debió a la lectura, casual, de una boutade de Josep Pla: yo no me fiaría mucho de un hombre que, más allá de los 40, lea novelas.

Sin embargo, para escribir una buen libro de no-ficción, como hacen Carrère, Vuillard, Cercas o Jablonka, se debe cumplir un requisito estricto y difícil: se debe encontrar el filón. Un filón que exista, que esté en el mundo, que sea interesante y del que se puedan extraer buenas páginas para lectores inteligentes, de los que no dejan seducir a la primera con giros ingeniosos del guión. Hay que descubrir lo universal, lo relevante y lo humano que se agazapa tras la anécdota. La anécdota puede ser un crimen, un delito, un suceso vulgar.

De repente, aparece un obispo que abandona el obispado para empezar a vivir, en pareja, con una mujer que escribe literatura erótica.

El obispo, cuando era obispo, era un obispo intransigente, auténtico talibán católico, un hombre doctrinario en extremo, moralista y sancionador. Un obispo que se mostraba partidario de las terapias para revertir homosexuales, algo que el propio Papa Francisco (su jefe) considera que son terapias destructivas. 

Pues bien, he ahí el argumento: ese obispo de la doctrina se larga del obispado para irse a vivir en un pisito de una ciudad triste y provinciana, con la mujer que ama. Despojado de privilegios, palacios episcopales y olor de santidad, el hombre está buscando trabajo: ha desempolvado su viejo título de ingeniero agrónomo y está mandando currículums a las cooperativas agropecuarias españolas. En su currículum de ingeniero agrónomo aparece una gran laguna: la de las décadas en las que ejerció de prelado. No lo tendrá fácil. En las entrevistas de trabajo le preguntarán por esa laguna y deberá tener una buena respuesta. 

Ha caído desde el cielo hasta la tierra áspera, sedienta y enjuta. La tierra del paro, de la precariedad.

Abandonó los palacetes divinos para poner los pies desnudos en la tierra de los hombres y ahora, de repente y por un acto de amor casi tardío pero insobornable, ejercerá de hombre, de común.

En esta Cataluña que lleva tantos años ensimismada, lo del obispo que deja el obispado por la llamada de la carne es, sin duda alguna, lo mejor que ha pasado. Eso es una novela y no es ficción.

Tan solo el relato de su búsqueda de empleo es una novela. Su plan de inserción laboral es una novela y eso, como comprenderán, no es ficción.

¡Ay..¡ ¡Quién fuese Emmanuel Carrère...! Quizás... Javier Cercas estará a la altura.


5 de set. 2021

Un cangrejo recorre Twiter





Para J.B.P., alcalde

Tanto mi padre como mi madre murieron tras sufrir la enfermedad del cáncer. Solo quien lo ha visto de cerca sabe lo que significa eso y conoce las exigencias, las urgencias, los instantes de oscuridad profunda, la extensión de la sombra que proyecta el cáncer sobre la vida diaria de los familiares, el desolador aliento de muerte y de pena, sin luz en ninguna parte. Y el olor raro de la química que se instala en la casa, como un inquilino suave, discreto y maligno.

Solo quien ha visto de cerca el rostro de esa enfermedad conoce sus servidumbres.

No es la única enfermedad del mundo, el cáncer. Otros muchos conocen la faz del ELA, de tantas enfermedades degenerativas de una crueldad inconcebible, o del Alzheimer, que obra con esa lentitud exasperante aunque a veces se envalentona para luego adormecerse, lánguida, en el duermevela casi constante de los ancianos. Pocas cosas, en el mundo, nos revelan esa tristeza que acompaña a los vivos en los días del fin. Cuando Virgilio te suelta la mano puede que te la agarre dulcemente el Cangrejo o el señor Alzheimer en una lenta carrera de relevos hacia el precipicio.

Mi padre se adormeció y no despertó. Consumido, enjuto, pálido, poseído por recuerdos de la adolescencia. Yo no pude hacer nada más que tomarle su mano leñosa y áspera, fría. Y escuchar ese discurso errático que se perdía por los laberintos de la juventud y por los recuerdos probablemente ficticios que le acunaban como si la muerte fuese una madre.

Sonó el teléfono a las siete de la mañana. Sucedió en un otoño de hace...

Pocos años más tarde fue mi madre quien le tendió la mano al sueño. Aquel día no pude ir a su casa y me llamó la vecina para alertarme de que algo malo estaba pasando. Llamé a la Guardia Urbana. Ellos me comunicaron, lacónicos, que era imprescindible mi presencia en su casa. Era un invierno gélido y lluvioso. Hace once años, creo.

Es cierto que ahora mismo estoy escribiendo y contando todo eso. Sin embargo, jamás se me ocurrió sacar fotos de mi padre o de mi madre en el hospital, en sus lechos últimos. Sí narré, luego, mis impresiones, es cierto que lo hice. Las escribí y las publiqué. Cierto que lo hice. Escribir y publicar mis sentimientos me ayudó a sobrellevar el duelo y, como el llanto, eso fue una forma de quitarle gravedad al dolor. Creo que incluso Shakespeare dijo algo así: llorar es quitarle profundidad al dolor.

No se me ocurrió jamás exponer la enfermedad de mis padres. Jamás pensé que la exhibición del dolor propio o ajeno pudiese ser algo que se exhibe para conseguir algo: el favor de los otros, la compasión convertible en beneficios de cualquier clase o condición. O los aplausos. O los votos del electorado.

En Twiter tengo a un conocido que cuenta sus desgracias clínicas en un tuit y en el siguiente anuncia sus productos. Ese es su patrón de conducta tuitera. Y creo que le funciona bien. En Facebook, seguí durante años a una persona que en un mismo post era capaz de exponer el dolor por la pérdida del ser amado y de promocionar algo: su blog, su último libro, su siguiente charla en algún foro. Llegó a colgar una foto de sí misma levantando las dos manos: en la una mostraba la fotografía del difunto y, en la otra, el voto para el partido de sus amores. Su rostro era un mar de lágrimas. Decenas de comentarios le expresaban solidaridad con el voto y el dolor. Me quedé, más que pasmado, atónito.

Hace unos días, el acalde de una población catalana de las grandes emprendió el camino de la exhibición del dolor. Su propósito, todavía no manifestado, puede ser mantener al electorado motivado del mismo modo que lo haría un cantante para vender sus discos. Se encuentra en mitad de la legislatura y quizás sus asesores le han sugerido que practique esa estrategia: la exhibición del dolor. Quien le diga que eso es impúdico, inmoral y rastrero se llevará el desprecio de los demás. Parece una jugarreta casi magistral, y una estratagema brillante para obviar la gestión fracasada y lamentable de su alcaldía (en caída permanente) en nombre de la pena, la empatía y el dolor. El señor alcalde exhibe sin tapujos ni metáforas ni elipsis la enfermedad gravísima de su hijo, un menor.

Lo repite día tras día. Sin cesar, sin vergüenza, sin rubor. Anuncia que no deja su cargo pero a la vez lo deja para atender a su hijo gravemente enfermo. A ver quien es el guapo que le reprocha eso. Camino de convertirse en un héroe o un mártir de la lucha contra la muerte, el alcalde avanza, imperturbable, por los caminos de la impudicia. No duda en usar a un niño para sus fines políticos. No hay atisbo de dignidad en ese alcalde.

Ya no hay moral alguna en esa conducta de un cargo público. Siento una pena grande y profunda por el niño usado incluso en sus peores momentos, en un instante tan lúgubre, injusto y lamentable. Y más aún, si cabe, por la desvergüenza de su padre. Todos deseamos la curación de su hijo, señor alcalde: los niños no deberían sufrir eso, y ese sufrimiento nos provoca escalofríos. Pero la utilización de la pena por parte de un cargo político produce una gran angustia y cuestiona el futuro de la democracia.

2 de set. 2021

Una violación catalana


Incluso al violador más astuto, esquivo y sagaz le llega la hora de rendir cuentas. 

Les ruego que me disculpen si creen que voy a banalizar la violación de una mujer (o de un hombre): nada más lejos de mi intención. Y sin embargo, es cierto que usaré el símil de la violación para hablar de un fenómeno político y social. Es una licencia que me otorgo, a sabiendas de que podría ofender a alguien. Espero que, al fin del texto, hayan comprendido mi intención y mi argumento. Si no es así, será mi torpeza pero no mi mala intención lo que les habrá molestado.

Pero siento que la comparación es oportuna cuando me refiero a lo que han hecho los políticos nacionalistas catalanes con su pueblo (es decir, con la ciudadanía de Cataluña) durante esos 10 años últimos. Han violado a su ciudadanía. ¿Quizás debería decir la han violentado? ¿De qué otra forma se puede contar la suma de acciones emprendidas por el gobierno regional en nombre de un proyecto de independencia? ¿Acaso un violador de mujeres y un violador de cuerpos sociales no parten de la premisa (enfermiza) de que usan al cuerpo del otro para sus fines porque creen que les pertenece? 

Dice el violador de mujeres: la ataqué porque llevaba la falda muy corta y andaba provocando. Dice el político nacionalista: hice lo que hice (y quizás lo volvería a hacer) porqué me lo pedía mi electorado y porque es algo a lo que tengo derecho. Reclamo mi derecho a la libertad de acción.

Dice el violador de mujeres: respondí a la llamada de la naturaleza. Dice el político nacionalista: yo tenía un mandato democrático naturalizado (o legitimado, o autorizado) por las urnas del 1 de octubre. Poco importa que el referéndum fuese ilegal, las urnas compradas en un bazar y que ninguna autoridad internacional (¡incluso las contratadas para tal fin!) diesen su visto bueno. 

Dice el político nacionalista: yo les prometí una república feliz y ejemplar a cambio de seguir mis consignas y desfilar tras de mi. Un violador de mujeres, en Francia (citado por Ivan Jablonka en "Laetitia o el fin de los hombres") le dijo al juez, tras pedir perdón, que solo esperaba que la mujer violada recordase el buen rato que le hizo pasar.

Quizás la violación de una mujer (o de un hombre) no es comparable a la violación de un cuerpo social, ya que concurren elementos y características muy distintas. Pero un cuerpo social es una entidad física y real que posee unos derechos, una legalidad que lo protege. En un estado democrático como lo es España (y eso nadie lo discute), no se pueden violentar los derechos de la ciudadanía en nombre de ningún deseo, ilusión o fantasía romántica.

Quizás alguien empieza a comprender todo eso en vísperas de un 11 de Septiembre que la ANC no levanta ni con ofertas de última hora. Quizás eso explique el sorprendente perfil bajo de Pere Aragonès, la eliminación de Pilar Rahola de los medios del señor Godó y otros fenómenos pequeños que indican el final agónico de aquella ilusión que era, nada más y nada menos, una violación en toda regla.

1 de set. 2021

El calcetín reversible de Pablo Casado

Casado, en efecto, ha hablado de los calcetines en un arrebato de costumbrismo y dicho popular, válgame el jueguecito de palabras. Según él, y en tono de amenaza, cuando el PP llegue al poder deberán darle la vuelta a España, tal como se hace con un calcetín. ¿Mandarán el País Vasco a la zona que hoy ocupa Cádiz y pondrán a Cádiz en la orilla del Cantábrico?

Recuerdo haber seguido, más por ociosidad que por interés, el debate que enfrentó a Casado con Sáenz de Santamaría, cuando se disputaban la dirección del partido. Por lo visto, todo el mundo sabía que Soraya iba a perder la votación -y así fue. Un insigne dirigente popular dijo que Casado debería alegrarse poco o nada de su victoria, ya que todos se habían confabulado para votar contra Soraya y que, por lo tanto, hubiese ganado cualquier alternativa, se llamase Casado o Perico Palotes.

Esa conjura explica la victoria aplastante de un chico con intentos bienintencionados pero torpes, algo vehemente y dotado de una sonrisa inquietante, gélida y artificial, y con un discurso que sonaba a rancio y a tópico. Lo de Vox vino un poco más tarde, para desgracia suya. Casado no ha salido todavía de aquel intento de construir un líder y  sigue buscando al líder que cree tener en su interior. A día de hoy creo que ya solo le falta hurgar en la vesícula biliar, a ver si el liderillo está justamente en ese rinconcito del cuerpecino. Casado, cuando sonríe, me recuerda al malo de Terminator 2, pero con barba. Y eso que el malo de Terminator 2 no sonreía jamás.

No pasa semana sin que el chico suelte alguna perla de gran valor: en pocos días, valga el ejemplo, ha soltado la propuesta del calcetín y poco más tarde ha dicho, para pasmo de todos, que se debe defender la identidad de Galicia. ¿La identidad de Galicia? nos preguntamos muchos, azorados. Un día de estos nos va a soltar que Galicia é unha nación.

Bueno, sobre el caso gallego ya se apañarán: siendo yo catalán tengo demasiado trabajo con los identitarios de acá y no me pringaré con los de allá. Pero desde luego, chico Pablo, ya te vale: ¡las identidades territoriales! Supongo que alguien, en la derecha, se acordará algún día de los derechos de los ciudadanos y las ciudadanas, y se olvidará de esos derechos identitarios de los territorios, una idea más bien medieval y romántica muy alejada del racionalismo y la democracia del XXI. ¿Casado sigue los tuits de Cuixart y de los gemelos Tururull? 

Creo que mucha gente se ha dado cuenta del trilerismo popular, el que afirma "solo es un buen patriota español el que piensa como yo". En eso, los catalanes estamos muy curtidos y la experiencia nos permite detectar esa variante del chantaje emocional. No en vano llevamos décadas escuchándola en boca de todos los líderes procesistas, de Pujol a Mas pasando por Puigdemont, Torra, Borràs y el resto. Casado no es nada original: uno diría que ha plagiado frases enteras del desdichado Puigdemont e incluso más del pobre Torra, muy dado a definir como debe ser un buen patriota catalán.

Lo del calcetín, la verdad, da más miedo que lo de Galicia. Un cierto pavor. Aunque el PP lo tenga difícil para ganar unas elecciones en breve, lo cierto es que la amenaza de tratar a España como a un calcetín es una pésima idea que nos provoca todavía más temor a la sufrida ciudadanía. ¿Qué le molesta a Casado? Supongo que en esa vuelta de calcetín estarán incluidos los derechos que últimamente han sido reconocidos: la eutanasia, por ejemplo. El salario mínimo. El alquiler. Las políticas sociales en general. O la cosa feminista que, aunque a algunos les huela a progresía ridícula, no deja de ser un avance legislativo en protección y fomento de la igualdad.

Creo que lo del calcetín de Casado se refiere a eso que al señor Santiago Abascal le produce tantos sarpullidos, eso de los progres. Es curioso que, cuando yo era joven, ser progre era algo bien visto y que resultaba muy eficaz para el ligue en asambleas de estudiantes e incluso, sí señor, en bares y tabernas. Progre es, ahora, un insulto: una bajeza, una debilidad, una forma del ser ridículo y adocenado.

La lucha del chico Casado contra lo progre es, sin duda alguna, otra de las manías que el chico Casado les ha pillado prestadas a los señores de Vox: del mismo modo que en Galicia es identitario como Feijoo (el que gana las elecciones en la tierra de Álvaro Cunqueiro), en Madrid se apunta a los exabruptos de la señora Díaz Ayuso. En cada lugar de España, Casado repite los eslóganes del líder popular que más triunfa en la plaza. Quizás ahí está su truco para construir un líder: en cada plaza digo lo que más gustan de escuchar, y lo de menos es que se contradigan entre sí o que tengan algo de sensato. Vaya líder, chico Casado, vaya líder, por Dios.

Si el identitarismo regional es penoso, tanto más lo es esa batallita contra los progres, esa cruzada nacional contra el progresismo. Si el progresismo es ridículo... ¿a qué viene luchar contra él?

Les dejo la última paparruchada del chico Casado: según él, España llegó tarde y mal (sic) al rescate de los afganos que querían salir del país caído en manos de los barbudos. De su frase se deduce que él sabía la forma de llegar pronto y bien. Si era así... ¿porqué no difundió su plan brillante para llegar pronto y bien?.

Incluso en los primeros meses de la pandemia el chico Casado jugó reiteradamente a emular al Capitán Aposteriori, sin darse cuenta de que solo hubiera sido creíble en el caso de haber hecho propuestas para combatir la pandemia a priori. Ahora lo repite con lo de Afganistán y sin darse cuenta de que es otra metedura de pata. Y van... ¿cuántas?

Pero volvamos al calcetín una vez más: ¿podría desarrollar, el chico Casado, su propuesta calcetinera para España? A quienes llevamos décadas esperando una derecha española sensata, racional y europea nos gustaría mucho escucharle. A los catalanes nos pasa otro tanto: llevamos décadas esperando una derecha catalana racional y homologable con las europeas. Lo cuento porque a veces me preguntan ¿cómo puedes ser socialdemócrata y votar a ese Psoe? He aquí mi respuesta.

Y de mientras, espero la definición de darle la vuelta al calcetín del chico Casado, que me tiene muy inquieto.