Tras el derrumbe, el recuento de bajas y desperfectos. Sobre las bajas surgen preguntas curiosas ¿Qué fue de Anna Gabriel? ¿De Marta Rovira? ¿Qué fue de tantos que se pavoneaban por las calles (que siempre debían ser suyas) y por las cámaras de Tv (que siguen siendo suyas)?
Durante los últimos momentos antes del hundimiento, coincidí en una estación de servicio enmedio de una autopista con un coche enorme, gris grafito, del que se apearon Alfred Bosch, su escolta, su chófer y su asistente. Todos revoloteaban a su alrededor para complacerle: uno le ayudó a encontrar el número en el móvil, otro le llevó un café y el otro, posiblemente, le sacudía la caspa de los hombros. Él, gafas oscuras y gesto altanero, se comportaba como un ministro austrohúngaro. Pueso eso ¿dónde está Alfred? Resulta que ha encontrado trabajo en una universidad privada internacional, con sede en Barcelona, dedicada a los negocios y cuyo eslógan para atraer alumnos es el sol de España, sus paellas y sus vinos.
Tras el descalabro, la realidad. La realidad es que aquél sistema informático capaz de hacer un censo mágico, ipso facto y brillante para poder votar el nefasto 1 de octubre de 2017, es el mismo sistema informático que hoy es incapaz de responderle cuando le pide el certificado Covid.
El paisaje tras la batalla nos muestra una imagen de terror: empezamos a ver en qué querían convertirnos, cual era el país prometido tras el velo de ilusión y engaños. Quizás la mayor mentira del procés es la que se dijeron a sí mismos los líderes del invento. Quizás ellos fueron los primeros en descubrir que, tras el engaño y la ilusión, no había nada: eso debe expresar el rostro del señor Turull mientras transfiere sus bienes a la esposa, con la ilusión de que la justicia no le deje sin patrimonio. Vaya aterrizaje en la realidad, el del señor Turull. Aunque el mismo señor, por estos días, vuelve a medrar por los aledaños del gobierno, con la ilusión de tocar poder otra vez.
Tras el descalabro, los despojos. Pellejos de infidelidades, puñaladas traperas, quiebros argumentales. Silencios raros. El silencio algo siniestro -como todo en él- del señor Junqueras, tan temible como un obispo maligno conspirando para quemar a algún hereje. La sonrisa bobalicona y pérfida a la vez del señor Puigdemont, solicitando socios y pagadores para su incomprensible Consell per la República del que nadie habla, salvo sus pobres cuatro socios.
Tras el naufragio, la balsa de la medusa: la señora Paluzie, antaño vociferante y émula de Pilar Rahola incluso en el porte y el peinado, hoy afirma estar cansada de presidir la ANC y sueña, a todas luces, con una retirada discreta hacia su puesto de funcionaria de España, ganado en unas oposiciones al cuerpo de funcionarios del Reino de España.
Tras el colapso, las cosas vuelven a su cauce: los mezquinos conspirando. Los pobres de espíritu moviéndose por las sombras a la caza de un puestecito fácil y bien pagado. Rull y Turull. Gabriel y Rovira tomando las aguas en algún balneario suizo. Los desdichados herederos tirándose de los pelos ante un ordenador que no funciona. David Madí en alguna oscura operación empresarial de altos vuelos. Tv3 conjurándose para beatificar a Pujol en vida. El país, hecho trizas, contempla el paisaje tras la batalla, cuando las aguas vuelven a su cauce y descubre que vive en la Cataluña eterna pero un poco más jodida y más pobre. En los mercadillos de los pueblos del interior se venden a 1 euro las últimas baratijas. Pancartas de libertad, serigrafías de líderes desaparecidos, eslóganes, chapas, lacitos, espardeñas y sardanas. Y el último librito de Cuixart, gratis si usted se compra tres calcetines amarillos.