21 de des. 2012

El fin del mundo según Louis Schlesinger


Como había decidido esperar el fin del mundo sentado en casa y leyendo (me parece el acto más consecuente después de una vida mayormente dedicada a leer), me encontré con un nombre enigmático en la página 55:

Louis Schlesinger

[Al lector atento, y mejor aún si es aficionado a los números pitagóricos, no se le habrá escapado la bonita aritmética del asunto: Louis (5 letras) X Schlesinger (11 letras) = 55, el número de la página en donde aparece].

Este nombre sonoro se menciona de forma marginal en la biografía del general Narciso López, y su vida queda resumida en unas pocas frases. Se sabe de él que era judío nacido en Budapest, el 9 de marzo de 1825. Combatió en varias revoluciones centroamericanas. Su rastro desaparece en las playas del Pacífico, hacia 1860. No hay registro de su muerte.

Schlesinger había combatido en la frustrada insurrección de Hungría de 1848 junto a Lajos Kossuth y después se marchó a América. Todas las aventuras militares en las que participó son desastrosas hasta la calamidad. Este erudito políglota a quien quizás le estaba reservada una apacible vida de funcionario o de abogado en Budapest fue a buscar la muerte a lejanos países tras elegir, en cada ocasión y con una constancia rayana en la lucidez, el lado malo de la historia. El lado de los perdedores.


¿Una posible imagen de Louis Schlesinger? Probablemente no


Estuve rastreando estas dos palabras juntas (Louis y Schlesinger) durante unas horas, y conforme pasaba el tiempo y más cosas descubría más se desdibujaba Louis Schlesinger, hasta perderse en una bruma de color ámbar. Algunas de las escasísimas imágenes que encuentro podrían no corresponder al personaje, no hay ninguna certeza. La que he escogido es dudosa, improbable. Y si fuese su verdadero rostro, no deja de estremecerme este aspecto de fantasma, esa cualidad translúcida.

Más tarde descubro que alguien con este mismo nombre y apellido fundó la comunidad Societas Fraterna en 1878, en Orange County, California. ¿Se trata del mismo hombre? La sociedad secreta se disolvió poco después, a raíz de un escándalo sexual relacionado con el amor libre que practicaba su fundador. No tengo ningún motivo para creer que se trate del mismo Schlesinger, pero la posibilidad -por más hipotética y trasnochada que sea- me resulta muy atractiva. Así que por fin me tumbo en el sofá y me quedo contemplando el cielo nublado, gris y monótono del último día del mundo.

Imagino a Louis Schlesinger huyendo de Costa Rica vete a saber como, pero sin duda en un estado penoso, abatido, quizás enfermo. Durante estos años de derrotas y fracasos ha pensado y ha leído, y muchas veces ha soñado con una Arcadia radiante y luminosa sin violencia, todo amor. Incluso imagino que se marchó de Hungría por culpa de alguna tragedia amorosa. Entonces imagino que su novia húngara de los dieciséis años murió de fiebres y pobreza, y Schlesinger no tuvo más remedio que lanzarse a perseguir la muerte por todo el mundo. Siempre buscando guerras perdidas de antemano, alistándose en el bando más débil posible.

Hasta que llegó el día en que emprendió el camino hacia la Arcadia soñada y se fue a la mítica y soleada California, de la que tanto había escuchado hablar. Allí encontró la paz y la dicha, bajo la forma del amor libre.


Y con esta imagen medio soñada durante la siesta me voy adormeciendo. Contemplo por última vez el pedazo de cielo gris plateado que se puede ver tumbado en el sofá de casa. ¿Dejaré de escribir si se termina el mundo? Esta es, sin duda, la mejor idea. Y luego contemplo de nuevo el cielo del último día del mundo.



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Si por alguna razón desconocida el mundo no ha terminado y este post aparece en tu pantalla, dejo algunos rastros que permiten imaginar más cosas de la vida de Louis Schlesinger:

http://www.latinamericanstudies.org/filibusters/schlessinger-guatemala.pdf

http://the-great-silence.blogspot.com.es/2006/10/grasseaters-halloween-series.html




18 de des. 2012

William Walker


Des de la ventana, sentado ante la mesita des de donde escribo, puedo ver la farola de la calle. Es un modelo que creo haber visto en otra parte. Despide una luz ambarina y triste, es una farola que apenas se ilumina a si misma.

1. La comodidad de las habitaciones

Hay un párrafo de Pascal dedicado a los apasionados y a los furiosos que parece destinarse también a los revolucionarios, guerrilleros, aventureros, soldados de fortuna y a los lordbyrons del mundo:
Cuando en ocasiones me he parado a examinar las distintas agitaciones de los hombres y los peligros y penas a los que se exponen, en la corte, en la guerra, de donde nacen tantas disputas, pasiones, empresas osadas y a menudo funestas, he dicho con frecuencia que toda la desdicha de los hombres procede de una sola cosa, que es no saber permanecer descansando en una habitación.
Cuando lo leí se me ocurrió discutirle un detalle al sabio francés: para que un hombre prefiera quedarse descansando en una habitación primero debe disponer de esa habitación que presuponemos cómoda y acogedora. Como este requisito no lo tiene toda la humanidad, yo creí haber encontrado mi primera incursión en las discusiones lógico-filosóficas del mundo. Pero iba equivocado.

Es cierto que Sandino, Durruti y otros valientes de la Cnt-Fai, Emiliano Zapata y el Subcomandante Marcos no dispusieron nunca de bonitas casas con cómodas habitaciones.

Pero sí disponían de habitación cómoda (en una agradable mansión) el Che Guevara, Fidel Castro, Simón Bolívar, Pancho Villa, Bin Laden, naturalmente Lord Byron y William Walker.


2. En la selva de Honduras, cerca de Trujillo

El ejérctito hondureño acorraló a los escasos supervivientes de Los filibusteros entre los que se encontraba un Walker herido y exhausto. Los empujaron a través de la selva hacia el infranqueable Río Tinto. Allí los apresaron y los mataron. Walker fué fusilado en la playa de Trujillo, frente al Mar Caribe. El día 12 de septiembre de 1860 moría a los treinta y seis años el aventurero de Nashville, Tennesse, que llegó a Presidente de la República de Nicaragua.

La vida de William Walker es una oda a la locura y el delirio, la rabia, la arrogancia y la lucidez. Iluminado y oscuro, brillante y ridículo. Después de muerto su nombre apenas se nombra porque nadie sabe muy bien como nombrarlo: héroe o villano, libertador o sometedor, anarquista o mercenario del capital.

Muchísimos años más tarde, un director de cine aficionado al punk reconstruyó libremente las aventuras de Walker en Nicaragua, y Joe Strummer le puso la banda sonora. Y más tarde aún, el escritor francés Patrick Deville escribió una novela sobre él: Pura vida (Seix Barral, Barcelona, 2005). Me la acabo de comprar por 5 euros en una pequeña librería de barrio que liquida stocks.

Sigo escribiendo y mirando de reojo esta farola que parece agotarse. Aunque sea un instrumento pra alumbrar parece anunciar, también, la decadencia y el fin. Hemos llegado al 18 de diciembre y estoy consiguiendo hacer el diciembre menos navideño que puedo.


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Versión cinematográfica de las aventuras de Walker, debida a Alex Cox, un director punk con influencias de Luis Buñuel, y con banda sonora debida a Joe Strummer. (VO sin subtítulos).


13 de des. 2012

Ermita de san Durruti (y 2)


Un silencio cargado de agua, preñado agua. Un silencio de agua casi ensordecedor: llevaba dos días lloviendo sin cesar. En el Cañón de Añisclo el agua brotaba de todas partes como en un milagro pagano, como en un mundo primigenio, libre y salvaje. Todo brillaba bajo la pátina de la lluvia: las hojas, los troncos de los árboles, tu pelo, las rocas. Llevábamos los zapatos llenos de barro, la ropa empapada.

Cuando la lluvia arreciaba teníamos que buscar algún saliente de la piedra y quedarnos allí, contemplando las burbujas que danzaban con furia en el camino, abrazados para combatir el frío con el escaso calor que desprendían nuestros pequeños cuerpos. La cueva de san Durruti nos acogió en una de esas ocasiones.


Este el el recuerdo que tengo del camino que discurre entre la roca cuando uno se acerca a la ermita de san Durruti. En verdad no se porqué imagino que la ermita está dedicada a Durruti, porqué eso es una verdadera insensatez o una broma sin mucho sentido. Ocurrencias que tiene uno, a veces tan absurdas y fantásticas como el sueño de una siesta de verano.

Aunque sin duda hay algo que lleva a pensar en el deseo de pureza o de santidad en la vida y en la obra de Buenaventura (y eso debe ser lo que me atrae, lo que le envidio). Incluso en sus episodios violentos se intuye algo de una iluminación abrasadora, de una lucidez que estremece. En estos tiempos ya sólo me admiro de los revolucionarios y sus hechos adquieren, a mis ojos, una dimensión mitológica. En tiempos de incertumbre y de miseria (en estos tiempos tan bobos como los define Luis Goytisolo) uno debe admirar figuras simbólicas e imitar hechos limpios, potentes y claros.


En estos momentos, la lectura de El corto verano de la anarquía es como un rayo de luz que rasga las nubes y desciende sobre mi, pero también sobre el mundo. Luz en la tristeza, alegría en la penumbra.

El día en que me ponga a escribir sobre Buenaventura Durruti lo voy a abordar des de ahí. Aunque no se si seré capaz: la leyenda penetra tan adentro del relato que todo se confunde. Todo el agua fluye hacia el mito. Exactamente como les sucede a las vidas de los santos medievales. Dicho de otro modo, el relato es imposible y por lo tanto, finalmente, tampoco es una idea trasnochada imaginar una ermita dedicada a su memoria.

Quizás no debería escribir nada y convertirme en un dichoso eremita en Añisclo. Cultivar hortalizas, leer y soñar, comer poco, hablar menos, vivir más feliz y en paz con la nostalgia de las cosas que no fueron.


*     *     *

Buenaventura Durruti se define a través de su lucha. Así se manifiesta su "aura" social, de la que participan también, a la inversa, todas sus acciones, declaraciones e interpretaciones. Todas las informaciones que poseemos sobre Durruti están bañadas de esa luz peculiar; es imposible ya distinguir entre aquello que puede ser atribuido estrictamente a su aura y aquello que sus comentaristas (incluso sus enemigos) le atribuyen en sus recuerdos.[...] Se trata de reconstruir la existencia de un hombre que murió hace treinta y cinco años, y cuyos bienes se reducían a "ropa interior para una muda, dos pistolas, unos prismáticos y unas gafas de sol". Éste era todo e inventario. Sus obras completas no existen. Las declaraciones que expresó por escrito son muy escasas. Sus acciones absorbieron por completo su vida. 
Manuel Buenacasa, Crónica (Prólogo a El corto verano de la anarquía, Anagrama, Barcelona 1998)

A primeros de mayo de 2012, en la provincia de Huesca se activó la alerta por lluvias torrenciales en las comarcas del Pirineo, que podían superar -y lo hicieron- los 20 litros por hora. También se registró precipitación de nieve en el Alto Aragón.


Una de las mejores aproximaciones a Durruti se debe a un trabajo de la compañía Els Joglars:




12 de des. 2012

Ermita de san Durruti (1)


Metida en una cueva del cañón de Añisclo está la ermita de san Durruti, en el término de Fanlo. Bueno, en realidad no es exactamente así. Habría estado bien, ya que Huesca también es la cuna de algunos de nuestros más ilustres anarquistas y libertarios. Habría estado bien así, pero sólo es ficción

Hoy a las siete de la mañana estaba nublado y a las nueve ha salido el sol, aunque parece que el azul está ligeramente empañado por una neblina ocre. Me siento en el sofá a tomar un café, abstraído en esas nubes que se retiran y desaparece del rectángulo. La vida del hombre de mediana edad en el paro es bastante limitada.

Leo y escribo más que nunca, empujado en parte por el tedio, y en parte por la necesidad de facilitarle pensamientos ordenados al cerebro, enmedio del desconcierto. Sobre la mesa se acumulan libros a medio leer, carpetas con papeles, libretas con notas. Hace un par de años empecé a escribir una novela y ahora creo que la voy a terminar. Siento que debería aprovechar todavía mucho este tiempo de libertad, olvidándome de la contrapartida de esta libertad que es el empobrecimiento. Sin embargo, lamento mi predisposición (¿genética?) a las actividades sedentarias, esa renuncia al movimiento y la acción que me acompañan. Justamente hoy leo esto en un libro abierto al azar:
Ningún escritor se habría arriesgado a escribir la historia de la vida de Buenaventura Durruti; se parecía demasiado a una novela de aventuras.
Este obrero metalúrgico había luchado por la revolución des de muy joven. Había participado en las luchas de barricadas, asaltado bancos, arrojado bombas y secuestrado jueces. Había sido condenado a muerte tres veces: en España, en Chile y en Argentina. Había pasado por innumerables cárceles y había sido expulsado e ocho países [...].
Ilya Ehrenburg, citado en H.M. Enzensberger, El corto verano de la anarquía 



He vivido en siete poblaciones, aunque por desgracia no me han expulsado de ninguna de ellas. He deseado varias veces atracar bancos y lanzar bombas en el Liceo, y siempre lo he deseado en el duermevela, sentado o yacente con indolencia. Y sigo sentado. Supongo que en el mundo cada uno ocupa su lugar y tiene su rol. El mío no se parecía al de Durruti. Ahora han vuelto las nubes, forman un techo bajo y liso, de un gris ceniciento y triste. En la época medieval la gente escuchaba -más que leía- vidas de santos, algunas fascinantes y tan llenas de aventuras enloquecidas como la de Durruti (valga como ejemplo un santo pequeño como Úrbez).


Sigo leyendo, el cielo se oscurece. El frío penetra, silbando, por debajo de las puertas. Lo soñaré mil veces, y ninguna vez habré atracado un banco. Creo que Durruti es el último santo verdadero de nuestros tiempos y yo apenas un monje.
El 28 de agosto es el día de San Agustín, el santo patrono de Bujaraloz. Ese día se celebra la tradicional verbena. En vísperas de la fiesta la gente andaba un poco desconcertada y no sabía qué hacer. No parecían muy dispuestos a renunciar a la verbena, aunque no armonizara mucho con la nueva situación. Fueron a ver a Durruti para discutir con él el problema.
-¡Sea! -dijo él-, antes hacíais fiesta en honor a San Agustín, desde mañana festejaréis la gloria del compañero Agustín, y asunto arreglado.
En lo que se refiere a la cuestiçin religiosa, nunca me molestó, una vez me regaló incluso una biblia en latín que había encontrado no sé dónde.
Jesús Arnal Pena, Memorias. Yo fui secretario de Durruti.





9 de des. 2012

Esto es el fin, dice Kukulkán


Amaia se levantó muy temprano el viernes 9 de noviembre. Todavía medio dormida asomó la cabeza por la ventana del dormitorio y contempló el cielo. Azul limpio, sin señales. Según los mayas, pensó, faltan cuarenta y dos días para el fin del mundo. En realidad faltaba apenas hora y media.

Mientras se aseaba recordó de repente un sueño que había soñado durante la noche, quizás ya entrada la madrugada. Recordó un vendaval sordo que levantaba las cosas del suelo y las proyectaba, en una espiral enloquecida, hacia las alturas. Coches, personas, perros, contenedores de basura y guardias urbanos ascendían más arriba de las copas de los árboles. Miles de hojas de periódico, bolsas de plástico, folletines publicitarios se condensaban en lo alto formando una nube turbia.


Lo había leído pocos días atrás en la prensa gratuita que reparten a la entrada del metro: los seguidores de Quetzalcóatl predijeron el fin para el día en que empiezan las vacaciones escolares de invierno. Posiblemente, los de Quetzalcóatl aborrecían el tedio de las vacaciones encerrados en casa, pensó ella entonces: el frío de la calle, las larguísimas horas de esas tardes oscuras, los olvidados familiares que reaparecen con un regalito decepcionante y encima te pellizcan el moflete
-Pero... ¡como crece este niña! ¡Qué guapa y grandota está! ¡Está para comérsela a besitos!

Aquéllo era terrible pero bueno, no era el fin. La niña que fue Amaia pensaba a veces en el fin, lo imaginaba. Buscaba imágenes para representarse el final de las cosas. Recuerda vagamente que veía paisajes vacíos y silenciosos. La imagen después del fin era una imagen de paz. Las vacaciones de invierno, con todo el lío de las navidades en un hogar agnóstico, eran una tortura más de las que los adultos infringen a sus crías. Sin darse cuenta de nada.


Con el paso de los años Amaia se liberó de celebrar la natividad de Cristo (una vez celebró el nacimiento de Aura-Mazda o el de Mitra, ya no se acuerda). Sin embargo, no ha podido zafarse jamás de imaginar el fin del mundo. Sin duda, las representaciones del cine ayudan porqué nos nutren de imágenes. A ella le gusta la visión del fin de Andei Tarkovsky porqué es probable: un montón de basura, residuos cotidianos mezclados con ruinas industriales, un barro negro como la marea del Prestige.

Una tarde de domingo, en invierno y en una gran ciudad, también contiene algo de eso. Una tarde cualquiera de un domingo cualquiera, en una ciudad cualquiera.

Hoy es viernes pero es un viernes triste, piensa Amaia mientras se viste. Dentro de poco llegarán el apoderado de La Caixa junto a dos policías con la orden de desahucio. Cuando eso suceda (sobre las nueve y pico) Amaia saldrá al balcón de su casa y saltará al aire de la mañana.


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[Mi amigo Aris lleva un mes con un blog nuevo, titulado El fin del mundo. Está haciendo un retrato terrible del mundo, claroscuro de blancos y negros. Le voy a proponer (a él y a cuantos lean esto y les guste la idea) que el día 22 -si seguimos ahí, claro-, pongamos nuestra imagen del día después.]

3 de des. 2012

María Mercedes se va pa Kamchatka


María Mercedes sale al balcón como cada día entre las doce y la una, que es justo cuando da el sol en los geranios. Comparte con las macetas el calorcito leve del sol en diciembre. Lleva cinco meses en el paro, va para seis. Sólo enciende la calefacción un par de horas, cuando oscurece, para que las sombras sean menos gélidas. En enero ya no la podrá encender porqué los números ya no saldrían. Por eso ha mirado, en el bazar chino, unas estufas que funcionan quemando parafina. Lo malo de la estufa de parafina tienes que llevarla contigo de un lado para el otro del piso, pegada a las piernas. Es una estufa como un perrito con ruedas.

A partir de enero deberá fumar sólo la mitad -o menos, si puede ser- y sólo una cervecita al día. Comerá arroz con lentejas. A no ser que se las pire de este país. Sí, porqué a lo mejor se marcha. La edad le parece un obstáculo para emigrar, pero no es un obstáculo insalvable, porqué más difícil parece agonizar despacio. Hay que hacer los números con la cabeza muy fría. Quizás la calefacción apagada le ayudará a pensar con más lentitud y mejor.

Desde el balcón María Mercedes ve aparecer a unos nuevos vecinos justo ahora, cerca de la una del mediodía. Vienen en fila india, bien peinados, se les ve aseados y dignos en su pobreza. Sonríen, saludan a todo el mundo. ¿De dónde vendrán? Lo pregunta y le responden "Kamchatka". Hasta ahora jamás había oído hablar de ese lugar, no sabía que en el mundo existía una región con este nombre.

La historia de la humanidad no se debe a los que se quedaron quietos, piensa María Mercedes mientras les saluda y se arropa en su chal de lana peluda color turquesa. El hombre que murió en el mismo lugar en donde nació, como un árbol, nunca escribió nada. La madera es triste. Aquéllos que se fueron, como pájaros. Esos sí le interesan. El turista muere un poco en cada viaje. El emigrante nace otra vez.

En este instante el enorme edificio de los juzgados oculta el sol y María Mercedes se mete para adentro mientras piensa. Intenta recordar donde está su vieja maleta, y si tendrá las medidas permitidas por Ryanair.



Cuando el autor del texto sube Ramblas arriba, entre turistas borrachos que buscan paellas congeladas y predigeridas, descubre con estupor oficinas bancarias todavía sin asaltar, quemar y arrasar.

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La compañía Kamchàtka, junto a Fadunito y a Adrian Schvarzstein actuaron en la Plaza de la Mercè de Barcelona el domingo día 2 de diciembre, cooperando con la Asamblea de Indiginados/as del barrio. Se trata de reivindicar el uso del espacio público secuestrado -por unas vulgares ordenanzas municipales de tono terrorista. El asfalto, empedrado, adoquinado y alumbrado lo hemos pagado nosotros (usted y yo), contribuyentes netos. Entonces ¿porqué deberíamos pedir permiso para usarlo? Y aún peor: ¿con qué argumentario la autoridad municipal podría denegar el permiso? Es muy sencillo: los derechos no se suplican a la autoridad: se ejercen.

1 de des. 2012

Payasos vs. Poetas


En determinados ambientes no es raro ver partidos de fútbol donde se enfrentan casados y solteros. En uno de los pueblos en donde viví, no faltaba nunca este evento durante la fiesta mayor. Aunque el comentario no venga al caso, debo decir que el atractivo del partidillo era imaginar ¿qué soltero de este año militará en el equipo casado dentro de un año? pero especialmente: ¿qué casado volverá a las filas solteras dentro de doce meses? Incluso: ¿quién seguirá entre los casados, pero estará casado con otra?

Cuando tenía dieciséis años me afilié a una asociación de escritores imberbes, repartidos en dos agrupaciones enfrentadas: poetas y narradores. No recuerdo haber jugado jamás un partido de fútbol entre las dos facciones ya que apenas nos dirigíamos la palabra y debería ser casi imposible organizar cualquier evento común. Yo elegí el bando de los poetas porqué era muy joven y porqué en esta célula militaban más mujeres, pero en realidad le daba más a la narración. Había tipos raros en ambas facciones, pero en el bando poético abundaban más y eran mucho más extremos. Recuerdo a individuos algo siniestros, siempre serios y compungidos, con la frente tan arrugada como un pantalón de pana.

Con el paso de los años les he perdido la pista a casi todos, aunque puedo afirmar que casi ningún poeta ha prosperado mucho en el mundo adulto (negocios, dinero, hacienda y demás promesas les han sido generalmente adversas, cuando no negadas). Sin embargo entre los narradores recuerdo a uno que ahora es diputado en Madrid, un policía local, un profesor universitario, un técnico de sonido. El que menos alto llegó es profesor en un instituto suburbial. ¿Qué sucede con los poetas? Thomas Mann tiene una propuesta para explicar el fenómeno:
Tengo que confesar que no he tenido otra opción. Siempre me he sentido inútil para cualquier otra actividad humana. Me parece que esta incapacidad indudable e incondicional para cualquier otra cosa es la única prueba y piedra de toque de la profesión de la poesía, tal vez, de hecho, no haya que ver en la poesía una profesión, sino precisamente la expresión y el refugio de esta incapacidad.
He aquí, finalmente, algo capaz de darte esperanzas (*).
Sospecho que los altibajos de mi vida se deben a haber vivido una parte de ella como poeta, aunque fuese en aquella lejana juventud de escritorzuelo: debe ser como una maldición. Abandoné finalmente el grupo de poetas porqué la poesía me abandonó a mi y sólo se me ocurrían cuentos (generalmente plagios de Lovecraft, Poe, Arthur Machen) y luego historias a lo Raymond Carver, pero ya nunca más poemas. Y además no me gustaba nada que me nombrasen como el poeta. Eso me incomodaba mucho, me ruborizaba y tenía que marcharme enseguida.

A lo largo de los años también estuve en un grupo de teatro (entonces me llamaban el artista), y durante algún tiempo me dediqué al dibujo y la pintura. Como exponía mis obritas en bares y restaurantes, escuché frases como mira, aquí está el pintor o bien eh, tu, pintor, págate una cerveza. En ambos casos un resorte profundo de mi psique me empujaba a negarlo, a salir huyendo cada vez.

Ahora, con la perspectiva de la edad he descubierto algunas cosas: por lo que respecta al dilema narración/poesía me gustan especialmente los narradores que también son (o han sido) poetas -les veo más ricos de lenguaje y de imágenes. Por lo demás, nunca me han nombrado el contable, el profesor, el administrativo, el empleado de banca, el burócrata, el político, el policía. Por suerte, claro.

No se si yo debería haber sido finalmente poeta, pero algo de esa incapacidad para otras ocupaciones sí lo tengo. Con el paso de los años me he ido desinteresando de la mayoría de las profesiones humanas, de modo que hoy por hoy casi todas me resultan entre aburridas y despreciablesCreo que en realidad no he tenido nunca una profesión. Quizás fue eso lo que me llevó a convivir un tiempo con poetas.

Ejercí un poco de poeta y luego de narrador, un poquito de artista y un poco de pintor. Creo me hubiera gustado más ser actor de circo. Y que, cuando entrase en cualquier cenáculo, pudiese escuchar
-Mira, ahí está el payaso.


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Mann, Thomas, Alteza real, ediciones GP, Barcelona 1968