1 d’ag. 2021

Atlas de parasitología catalana

La Editorial Barcino publicó, en 1961, el libro de entomología titulado Els nostres insectes, que se reeditó en el 89. La primera vez que vi citado el título pensé que se trataba de una broma sobre la falta de límites racionales que presenta el pensamiento nacionalista, pero luego descubrí que era un libro real. Y, en realidad, no es nada raro: durante muchos años, muchas fueron las obras que se publicaron en Cataluña cuyo título empezaba por Els nostres. Els nostres ocells, bolets, mamífers, muntanyes, paisatges, pobles, monuments, escriptors, músics, inventors... Los nuestros, el concepto que se opone a los suyos, los otros. El enemigo, en definitiva. 

Dicho de otro modo: se nos intentaba inocular la idea de que existían insectos catalanes, completamente distintos de los demás y, en especial y por supuesto, de los insectos españoles.

Algunos de ustedes recordarán también la etapa dels Catalans Universals, cuando se divulgaban catálogos de personas que, habiendo nacido en Cataluña, habían aportado algo significativo a la cultura universal. A mi siempre me sorprendió el nombre de Joan Oró, trabajador de la NASA y al que, si uno escuchaba a sus exegetas, parecía que le debiéramos la gesta del Apolo 11 por entero.

El nacionalismo tiene eso, algo casi tierno, ingenuo hasta lo pueril y, aparentemente, inocuo. Una simple reivindicación folclórica cuyo único objetivo es autoconvencernos de pertenecer a una tribu relevante, con sus iconos y sus fetiches, todo ello en un esfuerzo tan humano como inútil por no hundirse en el olvido, arrastrados por la marea del tiempo. Del mismo modo que en muchos pueblos de todo el mundo hay curiosas placas votivas, en algunas fachadas, en donde se nos informa que en esa casa nació alguien, cuyo nombre nadie recuerda ya. En Londres, en concreto, una placa informa al transeúnte que aquí vivió Marx durante unos pocos meses de su vida.

El nacionalismo tiene algo de testarudo y contumaz, y siempre debe remitirse a pasados históricos o legendarios. En una carretera pel Pre-pirineo hay un mojón ajado por los años que recuerda el vínculo de Guifré el Pil·lós con aquel lugar, el noble que, dicho sea de paso, firmaba sus documentos como Wifredus o Wifredo, pero jamás como Guifré. Hay multitud de placas y atriles y lápidas destinadas a combatir el tiempo y el olvido, y todo eso me despierta una compasión profunda.

En el pueblo de Sant Hilari Sacalm, un pueblo del Montseny que fue antaño destino termal y disponía de balnearios y hoteles y hoy languidece suavemente en la decadencia, en esa herrumbre tan especial que azota los antiguos pueblos con balneario (pienso, por ejemplo, en Rennes-les-bains) las fachadas se desconchan como azotadas por una lepra de los materiales mientras, en su plaza, se levanta un monumento descomunal y aterrador dedicado a Josep Moragues, el general Moragues. Moragues fue un militar que luchó en el bando austriacista en la Guerra de Sucesión y fue decapitado tras la derrota de su bando. El horrible monumento de Sant Hilari lo presenta así, decapitado, en una plazoleta en donde juegan los niños y las niñas. Creo que solo se representa al homenajeado por la forma en que murió en dos casos: Jesucristo y Moragues. Saquen ustedes sus conclusiones.

El nacionalismo, en esas ocasiones, resulta menos tierno y contiene algo amenazador y oscuro, algo lúgubre. Algo tétrico que pretende alterarnos, meterse debajo de la piel para inocular su mensaje.

La tarde en la que me paseé por Sant Hilari, en la plaza con el monumento a Moragues solo había madres magrebíes con sus hijos tomando el fresco. Los chicos pateaban los balones y las niñas charlaban en un corrillo, sentadas en el suelo bajo la sombra de los tilos y las moreras. Diría que nadie le prestaba ninguna atención al monumento horripilante. Quizás ni tan solo así, con esos gestos grandilocuentes y amenazadores el nacionalismo tiene mucho futuro en una sociedad abierta, plural y preocupada por el futuro, y tan indiferente hacia ese pasado oscuro de héroes decapitados e inanes que, por fortuna, ya no cuentan nada interesante. Aunque no es fácil ser un optimista en la historia, quizás hay esperanza.

Pero a la vez no se debe ser muy avispado para intuir como el nacionalismo sigue con sus argucias parasitarias, decidido a inocular una y otra vez el huevecillo esencialista, el gérmen del delirio de pureza (genética, lingüística, cultural) bajo la piel de quienes nacimos aquí. Quizás sí exista un tipo de parásito estrictamente local. Quizás el libro que necesitamos es Els nostres paràsits.

Debemos confiar en que la ciencia, la razón y la democracia nos liberen de esos generales decapitados, de esos muertos que pretenden devolvernos a un pasado siniestro de identidades esenciales. El mundo ya no les pertenece.


2 comentaris:

  1. "Els nostres insectes" es un libro arrolladoramente actual. Promete intrigas, suspenso e incluso muertes, me viene a la cabeza la Mantis Religiosa después de copular.
    Nadie hubiera podido hacerlo mejor, ni a propósito.
    Un prólogo como Dios manda sería el de el Sr Millet:
    "Somos cuatrocientas familias y siempre somos los mismos"

    Un abrazo

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  2. Y el susodicho general tan solo luchaba por que el Rey fuera uno y no el otro. que parece que el contenido de la guerra hubiera sido un separatismo derrotado. No, simplemente querían otro rey.

    podi-.

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