2 de març 2020

Granollers: entre la civilización y los bárbaros


Una expedición al Reino de los Lazos
Capítulo 2. El límite

Me acerco a Granollers un sábado por la mañana. El día ha amanecido gris, quizás sea niebla más que nube. Tras toda una semana de sol, el fin de semana se despierta legañoso. La clase obrera no va al paraíso. Para mi segunda expedición a la Cataluña de los lazos elegí esta capital comarcal atraído por el relato de un conocido que se desplazó desde Gerona a Barcelona y reportó este dato intrigante: en Granollers está la frontera del lacismo. Quise comprobarlo con mis propios ojos. Soy de naturaleza descreída.

La entrada a Granollers es deprimente. Todas las ciudades industriales te reciben con esos arrabales tristes, el no-lugar que circunda la ciudad. En esta zona de nadie, como en el escenario después de la batalla, sobreviven algunas construcciones viejas junto a naves herrumbrosas, polígonos en decadencia y campos de labranza abandonados. La vegetación es escasa y enfermiza.

Sin embargo, la entrada al núcleo urbano me devuelve algo de alegría. Hay mucha gente por las calles, familias de toda índole, niños y niñas, viejecitas tomando el sol y charlando en las esquinas, autóctonos y extranjeros, hombres solitarios, adolescentes apresurados. Hay un fluir fácil, suave.

La primera impresión es que las banderas independentistas son muy pocas. Cuesta trabajo descubrirlas. Las pocas que veo están, mayoritariamente, en lo alto. En los áticos. Entro en la villa por la Avenida de Esteve Terrades, amplia, casi una autopista, flanqueada por bloques enormes. Me digo que la ausencia de banderas responde a que en estos edificios no viven los catalanes de toda la vida. De modo que aparco el coche en lo alto de la Calle Carles Riba, detrás de la Comisaría de la policía autonómica y al lado del tanatorio. Me meto a pie en el casco antiguo. Las callejuelas están muy animadas. Hay una feria. Los comercios han sacado sus cosas a la calle. Hay color, bullicio. Y además ha salido el sol. Ha llegado la primavera al Vallès Oriental. Estoy casi desconcertado: no veo simbología independentista. Me digo que estoy flotando en el ensueño.

Así que decido enfrentarme a mis peores miedos y ando hacia el corazón de la ciudad. Me dirijo con cierto ánimo de kamikaze diletante hacia la Plaza Porxada, emblema e icono de Granollers, la plaza en donde está el ayuntamiento. En la fachada del consistorio están las banderas oficiales, de la española a la europea pasando por la regional y la local. Los cuatro trapos están limpios, todos por igual. Entro en el estanco. Los estanqueros, creo que padre e hijo, están atendiendo a una señora que hace una compra notable y la atienden en castellano. Ellos, sin embargo, se comunican en catalán entre sí. Decido hacer la prueba: yo hago una compra muy modesta y me dirijo a ellos en castellano sin disimular mi acento nativo. Me responden en castellano. Ningún problema.

En la Plaza, tras un examen más o menos atento, descubro unos harapos amarillos colgando de un árbol caducifolio, en una esquina. Son unos plásticos raídos, casi desprovistos de color, amarillo momia. El único vestigio de la fiebre amarilla.

Más tarde, de vuelta para el coche, me encuentro con un graffiti en una pared. Representa al Patufet, el logotipo de una revista de los años 30 más o menos insertada en el imaginario nacionalista. Debajo de la figura del niño con barretina está la inscripción "Som República". El Patufet fue una revista en catalán que se publicó en dos etapas: la primera entre 1904 y 1938. Luego tuvo una resurrección breve y azarosa entre 1968 y 1973. En casa de mi abuela había muchos ejemplares de la primera época. Era una revista infantil, muy reseñable en el asunto de la ilustración, con grandes dibujantes. Aunque hay que contarlo todo: el Patufet fue el vehículo de expresión del nacionalismo catalán de entonces, que simpatizaba con los fascismos europeos contemporáneos. Josep M. Folch i Torres la dirigió, entre otros, al tiempo que levantaba una organización juvenil llamada "Pomells de Joventut" y que, vista a día de hoy, no dudaríamos de calificarla de fascista paramilitar amén de machista y xenófoba. Pero eran otros tiempos y no es correcto, por lo tanto, analizar los "Pomells de Joventut" con parámetros actuales.

Es curioso que el independentista que decidió estampar el Patufet en las paredes del centro de Granollers para ilustrar la "república" haya recurrido a una imagen tan antigua, tan incapaz de referenciar algo en las personas de menos de 50 años. Para los niños y los jóvenes actuales, el "Patufet" solo es el protagonista de un cuento popular extravagante, un niño minúsculo que es comido por un buey y luego expulsado de las entrañas del bóvido mediante un pedo: un relato extraño, casi esotérico y sobretodo muy escatológico. Quizás el independentismo residual de Granollers sea solo eso: nostalgia de un pasado idealizado, melancolía de una infancia lejana y perdida. ¿Será el Patufet la magdalena del nacionalismo catalán?.

Durante el paseo por el centro de Granollers he observado a un clase media y media alta muy acomodada a juzgar por su forma de vestir, por ese aspecto tan vistoso de los que han trabajado poco y manejado dinero desde la cuna, más cuidados y más guapos que la media. Eso no significa que sea una ciudad de Bradpitts ni de Angelinajolies, pero es cierto que hay un buen número de personas que se preocupan de su imagen y la de sus vástagos, y la lucen bajo el sol de esta primavera en febrero. Contra mi pronóstico pesimista, la gente guapa no lleva lazos amarillos en la solapa.

No se pueden sacar conclusiones apresuradas. Quizás algunos de estos guapos y guapas estarán luego en Perpiñán aplaudiendo al líder loco que se les aparecerá como una Virgen de Fátima resplandeciente, eso no se puede descartar.

Antes de regresar para el aparcamiento descubro la tienda "Món Groc", cerrada, el local en alquiler. Bueno, me digo, a fin de cuentas debe ser cierto: Granollers está en el límite del imperio. Quizás están esperando a los bárbaros. Me acuerdo de J.M. Coetze y la gran novela que lleva este título, título tomado de un poema de Cavafis, el mismo poeta que escribió "Viaje a Ítaca". Mientras intento recomponer el argumento de Coetze en mi memoria regresan las nubes en el cielo de Granollers.

Es hora de marcharse. De camino al coche, a 20 minutos de distancia, hago inventario de las poquísimas banderas que veo: las banderas indepes suelen estar en los áticos, las españolas en los pisos más bajos. Por la noche, ya en casa, veo por fin "Parásitos", la peli de Corea del sur, el país que está en la frontera más sugerente del mundo. Buñuel reencarnado en Seúl.




4 comentaris:

  1. "...las banderas indepes suelen estar en los áticos, las españolas en los pisos más bajos..."
    Una observación muy aguda, y cierta en su mayoría.
    Digno de un estudio no muy profundo, porque como muy bien sabemos los que observamos el tema, esta algarada (ya no se le puede llamar "revolución"), empezó en La Bonanova, y es piramidal, nada de trasversal. Los que tienen la pasta y el poder , las cuatrocientas familias del Millet dixit, no desean dejar de ordeñar su feudo.
    Salut.

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  2. Estimado hermano:
    Te escribo aquí, LLUIS, antes que hacer una entrada en mi bloc. Lo entenderás en seguida. Suelo hablar de Barcelona, y lo que pondré no tiene nada que ver con ella, pero toca con una hendidura más que superficial, de aquellas de hoja de papel.

    El día 6 de febrero se fue a la mierda un vertedero en el País Vasco, en Ermua, creo. Hay dos desaparecidos porque no hay cojones de encontrarlos, y un incendio incontrolado de gases tóxicos de los que nadie dice nada.

    Y a lo que voy: Tampoco dicen nada de que el Ejército el día 8 se ofreció voluntario para encontrarlos, pero no, allí no. Los del PNV y comparsa prefieren que se queden sepultados para siempre antes que entre el ejército allí. (Aquí pasaría tres cuartos de lo mismo, menos si los enterrados en la mierda fueran familiares próximos a los que mandan, que esa es otra). Esto es con la convivencia de quien nos manda en Madrid, pues dependen de los votos de la burguesía eskalduna para los presupuestos.

    Y dos) Txagorritxu, de hospital de referencia a zona cero de los contagios en Euskadi del Corona virus nos dice: "...La situación es crítica, Euskadi busca médicos "con carácter de urgencia" ante la cascada de bajas y cuarentenas por el coronavirus..." y aquí obvian lo que el mismo PNV obliga, al idioma euskaldun como obligatorio, por más que tu tengas un master en Románicas aparte de ser un buen profesional de la medicina.

    O sea, y por lo que dicen los mismos profesionales de la medicina, puntua más saber el euskera (y eso que debería ser una tierra bilingüe), que tener un master en una especialidad. (Y aquí he de decir, por lo que se, y se bastante porque en la familia de mi señora hay siete personas que se dedican a la sanidad, que pasa lo mismo).

    Y ahora...¿donde encontrarán profesionales sanitarios que sepan euskera y que quieran ir allí a trabajar?

    Jamás, en defensa de no se que interés, hemos dejado tan desatendida a la población, eso si, con los trapos ondeantes y el orgullo siempre en pie.

    Gracias
    Salut

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  3. Tinc 17 anys i sóc granollerí de tota la vida. El jovent ho tenim clar, la República catalana serà una realitat tard o d’hora, és inevitable perquè de la meva generació en avall un 90% som independentistes. Els colons espanyols podeu anar pensant en tornar cap a les espanyes xD Visca la terra lliure i puta Espanya!

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