23 d’ag. 2018

El verano de la niña D.


A la niña D., en la fiesta de final de curso, le tocó uno de los regalos más preciados de los que se repartieron en aquella efeméride. Le tocó una bicicleta, donativo de alguien anónimo que quiso contribuir a la fiesta. En esta fiesta se premia a los niños y a las niñas que se han esforzado más a lo largo del curso, sin tener en cuenta los resultados académicos. D. se lo merecía con creces: su esfuerzo, sostenido a lo largo de los diez meses, fue ejemplar. Casi conmovedor. Lloré cuando vi sus lágrimas al recoger la bicicleta azul. Lloré en silencio, para adentro, como si quisiera que mis lagrimales absorbiesen las lágrimas para atrás, igual como ella hace con sus mocos, por esa vergüenza heroica que tiene. Y que algún día sabrá superar, sin duda y por su resiliencia.

D. es una niña de familia muy pobre y muy mora, y será mujer mora y de clase baja, motivos por los cuales vale la pena estar a su lado y ayudarla a crecer con fuerza. El esfuerzo que ha hecho durante el curso es un ensayo con gaseosa del esfuerzo que deberá hacer en el futuro.

Al día siguiente al de recibir el premio por su esfuerzo apareció ojerosa en el colegio, a las ocho y media. Le pregunté el porqué de esas ojeras. Me dijo, muy bajito, que se había pasado la noche en vela mirando la bicicleta, aparcada al lado de su cama. Me dijo que no pudo pegar ojo porqué temía que, si se dormía, la bicicleta iba a desaparecer para siempre, engullida por la oscuridad de la alcoba.

Ahora, cuando el verano inclina su cabeza sudorosa ante la llegada del otoño, me pregunto como habrá sido el verano de la niña D. Su madre me dijo que quizás se iban a Marruecos, pero que eso dependía del dinero disponible. Y no estaba nada claro. A la niña D. le gusta pasar el verano en su pueblo (que en realidad no es el pueblo en donde nació, si no el pueblo en donde nacieron sus padres). Y también le gusta pasear por entre los bloques de ese arrabal que es su pueblo de nacimiento, bajo la sombra de las moreras de buena sombrita, esa fronda verde y fresca incluso durante los días caniculares. Los niños pobres saben que el verano de los pobres se puede pasar en cualquier escenario, que solo debe cumplir el requisito de ser un escenario de pobres.

La madre de D. apareció en la escuela cuando ya se había terminado el curso, en una mañana de principios de julio. Habla un poquito de español, con mucha dificultad. Me encontró casi por casualidad. Me dio más de 100 euros, los depositó en la mesa. Con sus medias palabras comprendí: eso es un anticipo por las cuotas escolares de las niñas del próximo curso y lo pago ahora porqué ahora lo tengo y mañana ya no se. Aparte de D, esa madre tiene dos hijas más en la escuela. Mientras le hago el recibo pienso que quizás se llevará una reprimenda del marido por esa decisión, pero ese pensamiento es presuntuoso, quizás indigno, quizás fruto de mis prejuicios y de mi ignorancia. Puede ser que el marido apruebe la decisión de ella sin más, quien lo sabe, yo no.

Los veranos de los pobres no son fáciles ni divertidos. Eso no es ninguna inferencia, ninguna deducción. Yo fui un niño pobre, y mis veranos eran largos, tediosos, aburridos. Leía muchísimo (¡y sin gafas!), leía hasta que se me enrojecían los ojos y sin entender. A los 13 leí "La peste" de Camus y no entendí ni un carajo. Solo recuerdo de aquella novela que transcurría en Orán, que no cae muy lejos de Tánger, de donde son los padres de la niña D. Al final, la historia de los pobres y la historia de sus veranos sin veraneo siempre es la misma. ¿Progreso? Pues si, claro que si, siempre se progresa un poco. D. tiene una bicicleta, y espero que la conserve hasta el otoño y más allá.

Creo que la madre de D. está embarazada de poco pero no se lo pregunto. Conozco la reacción avergonzada y la tensión inútil que se produce cuando alguien como yo le pregunta por algo íntimo a una mujer musulmana, y por eso lo soslayo. Eso solo es un fisgoneo. Debo aprender más. Debería saber que las consecuencias de la miseria son iguales para todos, debería saberlo y no achacarlo a la religión, vaya tontería por mi parte.

Espero que la niña D. haya vivido un buen verano pero no creo que se lo pregunte. Me la imaginaré ante el mar, en la playa de Tánger y esa será mi imagen del verano de la niña D. Es muy probable que lo primero que le pregunte en septiembre sea si recuerda la tabla del 3, porqué ese es mi oficio. Me olvidaré del niño pobre que fui y me preocuparé por su esfuerzo, otra vez, de nuevo.

4 comentaris:

  1. Hay que ser optimista. De momento vendrá el curso que viene, su madre ya se ha asegurado de que así sea.
    Eso es todo un triunfo.

    Un abrazo

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    Respostes
    1. Es cierto lo que me dices. El progreso es muy lento, avanza y retrocede, pero ahí está.

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  2. Bueno, en la infancia no se perciben con toda su fuerza los rigores de la pobreza, sencillamente se vive despertando a un mundo que aún no comprendes. Y se disfrutan los largos dias del verano, sin mucho que hacer, salvo absorber la lúz del verano, corretear libremente, y extasiarse con el vuelo de un pájaro, la inmovilidad de una lagartija en una pared blanqueada, o el sonido del oleaje bajo un cielo azúl.

    O al menos, deberia ser así.

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  3. B., la superiora de Teresas de Calcuta, ha estado en India, Bangladesch, Camerún, Francia, Inglaterra, Portugal y España. Domina cinco idiomas a la perfección y otras tantas variantes dialectales.
    Pronto marchará a otro destino, se cumplirán los dos años de permanencia que tienen asignados, pero no sabrá hasta la última semana a donde la enviarán.
    B. y yo mantenemos una buena dialéctica. Licenciada por la Sorbona en Filología Románica, es una cabeza que por su experiencia y sabiduría merece ser escuchada.
    Siempre me comenta que la cultura magrebí, y en España, lo que es, es pobre físicamente, pero muy rica espiritualmente, y que los niños, si crecen rodeados de espíritu familiar logran superar todos los baches.
    He de darle la razón, yo crecí sin padre y aun hoy lo encuentro a faltar, (bien es verdad que cada uno sueña con quien no duerme), por eso, amigo mío, la niña D, triunfará. está con sus padres y con unos maestros que, aunque carente de medios, poseen los verdaderamente importantes que son, y según mi criterio, amor, empatía, paciencia y comprensión.
    PD: Acabo de releer "El sentimiento trágico de la vida (y el mundo)". Entiendo el estado de "congoja" que cuando escribes sobre este tema, te acompaña.
    Bienaventurado tu, que comprendes a los niños.
    Salut.

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