27 de març 2022

La patria de papel


Me veo a mi mismo desarraigado. No me gusta la cultura popular y las tradiciones me parecen rancias cuando no bochornosas, telúricas, aborrecibles. Jamás me identifiqué con ninguna tribu, así que pasé por varias aunque con algo de distanciamiento, siempre con una ceja arqueada. Me sentí catalán durante un tiempo, que fue breve y me duró menos que el tiempo en que me sentí fan de David Bowie. Cuando me dijeron que sentirse ciudadano del mundo ya no estaba de moda y que el internacionalismo ya no se llevaba, me quitaron mi último asidero.

Si me declaro constitucionalista (para evitar en anti- de antinacionalista) me tratan de facha, y cuando manifiesto mi preferencia por la socialdemocracia y el estado del bienestar, me llaman sanchista o podemita, adjetivos absurdos y reduccionistas, usados como un insulto tabernario. Cuando uno se sale del camino tribal queda a merced de cualquier temporal: eso debe explicar el éxito del pensamiento tribalista. 

Sin embargo, uno intenta construirse patrias. Aunque a veces sean islas habitadas por un solo Robinson, en donde a veces aparece un Viernes que luego se va. Quizás debería releer al viejo Defoe, leído a los 14 cuando no sabía nada del mundo más que lo que me contaban mis padres, que fueron  buenas personas pero solo personas al fin y al cabo, crecidos durante la tiniebla franquista, maltratados, sometidos a la postguerra, la miseria y la ignorancia que les tenía reservada el régimen. Es cierto: la patria familiar también fue breve y mis padres murieron hace muchos años. Quizás se mantiene un solo recuerdo claro y singular del hogar de la infancia, que era pobre y de alquiler: los miles de libros que había allí, y que ocupaban el pasillo, el comedor y penetraban en las alcobas.

Tardé mucho tiempo en comprender que mi única patria estuvo allí des del principio: era el papel de los anaqueles. Leí muchísimos libros sentado en la taza del váter, marca Roca. Esa pieza minúscula del váter pequeño, tal como era conocido en casa, me hizo comprender el eufemismo de "reservado": era mi trono, mi espacio, el pequeño planeta fuera del sistema solar y del sistema en general. Luego estaba el lavabo, que era grande y con bañera y bidé. Ahí, en el váter pequeño, leí a Pavese, a Shakespeare, a Camus, a Tagore y a Kipling, a Sarsanedas, a García Gual, a Norman Mailer. Mientras leía a Mailer, con los muslos desnudos, descubrí que me estaba creciendo pelo en ellos y que iba camino de convertirme en un homínido más. Aunque iba a ser un homínido lector. Sin darme cuenta, mientras afloraban los pelitos, entraba en mi única patria. Mi refugio para cretinos.

Leer no me ha hecho mejor: me ha hecho lector. Pero me ha dado un país, quizás imaginario. Pero no más imaginario que Cataluña. A veces pienso: igual ahora mismo hay tres mil personas más leyendo a Juan Tallón y eso no me calma y me siento igual de solo, pero hay algo compartido, que ya es algo. A lo mejor hay un pobre diablo leyendo "Obra maestra" bajo un puente, o en una mansión lujosa cerca de Madrid, o en un cortijo cordobés, o en una chabola de Montcada, o en un pisito aquejado de humedades y aluminosis del barrio de Campoamor. Mi patria de papel tiene más habitantes, sin duda, pienso, y no importa si no nos conocemos ni tenemos banderas ni logotipos. Lo importante es que esta patria no tiene territorio ni frontera, ni a nadie que queme contenedores de basura para reivindicarla, y uno puede adquirir la nacionalidad cuando quiera, o rechazarla cuando se harte. El destino de la carne es volverse triste: de unos años para acá, aquellos pelitos de los muslos han empezado a menguar y uno tiende a espiritualizarse aunque no sepa el significado del término "espíritu". 

Me agarro a mi patria de papel que se marchita y se amarillea y permaneceré atado a ella y con gusto, como William Turner al mástil de un barco de vapor sin nombre conocido. Por amor al arte.

2 comentaris:

  1. La base sobre la que se asienta este escrito es sólida y el lector avezado se siente próximo a ese sentimiento de la patria de papel: lo que se confirma -a través de múltiples escritos tuyos- es cómo haces de ti una suerte de héroe romántico seductor, una especie de loser, de profundos sentimientos que no coinciden con el mainstream y que te hace ser, según lo sientes, profundamente diferente a pesar de que te identifiques con muchos otros seres aparentemente sin historia oficial. Esta autorromantización algo barroca se le queda al lector más que el objeto del texto. Te quitas importancia, es cierto, pero en ese juego paradójico quedas como el gran héroe del relato. Saludos cordiales.

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  2. Siempre me ha gustado sentirme "charnego", y nunca he renunciado al apelativo. Así me siento, y no me siento mal.
    Un abrazo
    Salut

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