19 d’oct. 2021

Lucy López y el Leviatán

Lucy tiene el pelo castaño, los ojos verdemarino y el perfil de una princesa renacentista. Pero es una chavala del barrio. Lucy no sabe lo que le pasa, solo sabe que está mal, que hay algo malo dentro de ella que no la deja vivir en paz.

Cuando era pequeña le dijeron que tenía dislexia y déficit de atención, y las pasó canutas en la escuela. No guarda recuerdos buenos del colegio del barrio.

Ha suspendido los dos exámenes que ha hecho hasta ahora, no tiene amigas aquí y se siente agobiada. Todos le hablan, todo es ruido, y por eso se esconde en el váter. Se sienta en el rinconcito blanco y se pone a llorar hasta que la mascarilla queda empañada en lágrimas.

A Lucy no le salen las palabras y yo pienso, en primer lugar, que no tiene ganas de hablar. Luego que no puede. Pero al fin me doy cuenta de que hay tantas palabras en ella que no le pasan por la garganta y no le caben en la boca. De modo que, cuando por fin pretende contar algo, estalla en un llanto gordo, redondo, rotundo. Se abraza a sí misma, sentada en esa sillita de plástico y lanza miradas verdeagua a su alrededor, buscando un asidero que no está, que se escapa. Hay tristeza, infelicidad. Hay, sobre todo, la mirada verde de alguien que está perdido en un mundo enorme, antipático, indiferente. Lucy ha descubierto por fin el mundo a donde la trajeron su padre y su madre. Él trabaja todo el día y ella toda la noche, para poder pagar los gastos, que son muchos.

Una de sus profesoras me dijo: Lucy es una niña consentida que no soporta la frustración.

Y puede que haya algo de eso, pero no es solo eso. Lucy descubrió al Leviatán en algún momento pero no sabe su nombre ni puede definir su contorno. El monstruo anda con ella a todas partes. Algo no funciona muy bien en ese lugar en donde los jóvenes más frágiles se pierden y se caen del camino.

-¿Esos nos van a pagar la jubilación? insiste la profesora, ¡Que Dios nos ampare!

Cuando por fin Lucy se marcha la veo andar hacia el poniente rosa y naranja, pequeña y endeble. La depresión es terrible en cualquier cuerpo, pero le puede quebrar a uno cuando la ve en una adolescente renacentista a la que la vida le duele tanto. Cuando Lucy se ha ido descubro una lagrimita asomando en mis ojos, y me acuerdo de las depresiones insondables de mi padre, que también anduvo con el Leviatán la mitad de su vida.

2 comentaris:

  1. Hay muchas y muchos Lucys en esta ciudad tan grande. Sobrecoge no poder hacer nada, o no saber que hacer, que esa es otra.
    Algo hacemos mal.

    Un abrazo

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  2. Me fot molt com les persones adultes, per exemple mestres (mestres!), aboquem tanta merda en criatures que no es mereixen tanta mala llet (ningú se la mereix). Lo raro és sobreviure a tanta mesquinesa i falta de carinyo sincer

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