En el fondo del mar hay 5 hombres (y ninguna mujer, por cierto) que pagaron 250.000€ por morir en una muerte transmitida en directo. En 1980, un joven Bertrand Tavernier rodó "La muerte en directo", una macabra premonición de los reality shows extremos que tiene puntos de contacto con el suceso del submarino para multimillonarios. El espectáculo de la muerte televisado minuto a minuto.
Hay cinco personas que pueden dilapidar esa cantidad en unas horas de crucero exclusivo, solo por poder decir: yo he gastado esto, yo estuve allí. Porque yo lo valgo, me imagino que pensaban decir, luego, de haber salido con vida. La muerte les ha llegado de la mano de la vanidad. Quizás no hay nada más grotesco que morir por un exceso de vanidad. Como en un cuento medieval, la muerte les ha recordado que no eran diferentes, y que podían morir como el más miserable de los hombres: como Aylan Kurdi.
Uno no se puede alegrar de la muerte del prójimo, y la muerte que han encontrados esos cinco (a 250.000€ por muerto), debe de haber sido especialmente atroz. Pero hay algo que nos lleva a otras cuestiones: al mismo tiempo en que los medios se vuelcan en esa muerte de cinco señores muy ricos, hay hombres y mujeres ahogados en la misma agua, sin retransmisiones ni titulares tan grandes. Si los del Ocean Gate murieron por ricos, esas decenas, centenares y miles que se ahogan en el Mediterráneo se ahogan por pobres. Pobres posiblemente engañados por mafias, por esperanzas ensoñadas. El agua es idéntica. La asfixia también. Solo cambian los titulares, los medios para el rescate.
Si para rescatar a los cinco ricos del Ocean Gate no se repara en gastos (aviones, buques, submarinos), para salvar a los miles de ahogados pobres todo son excusas, vagas declaraciones de enmienda o, en el peor de los casos, la absoluta indiferencia -cuando no el rechazo- que ciertos políticos sienten por el pobre que intenta cruzar el mar hacia una vida más digna. A algunos políticos, el mar les hace el trabajo sucio. Esa inmensa tumba azul oculta celosamente lo que se traga: si no hay cadáver no hay delito. Si no hay culpa, no hay pecado.
Escribo eso cuando, según algunos medios, todavía hay esperanzas de encontrar a los cinco millonarios con vida. Es improbable pero no imposible. Sin embargo, sería una vergüenza inmensa para la humanidad, una paradoja insalvable.
Pero vamos a ser buenos, y a imaginar que les salvan. Y que dedican el resto de sus vidas y de sus millones a rescatar a esos hombres y mujeres pobres que se ahogan en el Mediterráneo.