12 d’abr. 2021

El amor y la muerte circulan en dirección contraria


Cuando uno lee la prensa, en los últimos tiempos, ya casi solo espera encontrar las sandeces de la señora Ayuso, las ocurrencias de los ex-pertos en la cosa de la COVID o la última invitación al tedio de los políticos secesionistas catalanes. Lo que no se espera uno es encontrar uno de los más bellos relatos sobre el amor y la muerte.

Y, sin embargo, así ha sido. Debería confiar más en la humanidad.

La policía detiene a un automóvil que circulaba en dirección contraria por una autopista catalana, cerca de Gerona. Una vez detenido, se descubre que el conductor, suizo de origen español, circula con un copiloto envuelto en una mantita, muerto des de hace por lo menos tres semanas. El muerto es su pareja. Le prometió, en vida, y cuando ambos sabían que la vida se extinguía, que harían un último viaje juntos. Cumplió su promesa: le sentó en el asiento de al lado, como habrían hecho tantas veces. Y le abrochó el cinturón de seguridad, un detalle que me fascina. Un acto de amor más allá de la muerte, un gesto digno de la mejor literatura romántica de todos los tiempos. Me detengo en ese instante, cuando suena el clac de la hebilla del cinturón de seguridad. Es maravilloso. Quizás este momento contiene algo trascendental y la banda sonora es un vulgar clac metálico, algo tan cotidiano y tan pequeño que ahora, de repente, adquiere una dimensión colosal.

Ramón de España hizo el primer ensayo, en la prensa, para reportar el suceso y elevarlo a la categoría literaria. Él, como yo, hemos pensado en Emmanuel Carrère. A mi, Carrère se me vino a la mente mientras leía la noticia, encuadrada en los sucesos escabrosos. Los medios no percibieron la magia oculta en el hecho. Es más: uno encuentra un cierto retintín escatológico en algunas notas de prensa, una sorda invitación a la burla, una insinuación de chanza. ¡Está chalado! parece decir el cronista incapaz de ver lo maravilloso del suceso.

Emmanuel Carrère supo escribir un libro fascinante en "El adversario", libro que, sin ser uno de los mejores de Carrère, es un libro excepcional. Ahora debería hacer lo mismo con esa pareja de suizos que supieron cumplir una promesa a pesar de la muerte, contra la muerte. Alguien, no muy lejos de aquí, burló a la muerte. En nuestros días, en nuestras narices cubiertas por una pudorosa mascarilla higiénica que creemos capaz de engañar a la Parca, un hombre supo demostrar que el amor es superior a la muerte.

Los matices, las preguntas y las incógnitas son enormes: ¿de qué murió el amante? ¿Fue por causa del virus? ¿Cuánto tiempo llevaban juntos? ¿Por qué, motivo, tras viajar por Francia y por Italia, se metió en contradirección en una autopista española? ¿Pretendía algo o fue un error debido al cansancio, a la pena y al dolor? Yo pensé en Carrère por ser uno de los mejores escritores vivos que conozco y que doy por seguro que habrán leído la noticia y, tras leerla, se habrán preguntado muchas cosas y entre ellas ésta: ¿se puede escribir un libro sobre los amantes suizos?. Pero también pensé en muchos otros escritores que, ya muertos, habrían reaccionado ante tan bella historia. Se me ocurrió, entre varios, al recientemente fallecido Joan Margarit, poeta que supo escribir como pocos sobre el amor y la muerte. ¡Qué bello poema hubiese parido Margarit!

Sobre la relación entre el amor y la muerte escribieron los clásicos antiguos, los poetas medievales y muchísimos otros, y uno, que es lector, tiende a pensar que eso es cosa de la literatura pero no de la vida. pero uno andaba muy equivocado: en nuestro mundo y en nuestros días embriagados de banderas e himnos, de campañas, de esloganes, de superioridades regionales y morales, hubo un hombre que quiso cumplir la promesa adquirida con la persona amada y, tras envolverla en una mantita, la subió al coche, le abrochó el cinturón para que no le pasara nada y se fue para el sur cuando la primavera asomaba en el sur. Visitaron Francia, Italia y España, como cualquier romántico del siglo XVIII.

Estoy casi convencido de que, durante el viaje, el conductor le iba contando a su copiloto la belleza de los paisajes, y como florecen el verde, el blanco y el rosa, el violeta y el añil en los lindes de la carretera. Hasta que, de repente, dos policías españoles les desvelaron de su sueño de colores. Fin del trayecto. 


6 comentaris:

  1. El detall de cinturó de seguretat també és el que més em va corprendre

    ResponElimina
    Respostes
    1. És un detall i no és un detall, és una categoria i em sembla fascinant. No volia que el company prengués mal.

      Elimina
  2. Por lo que he leído, parece que bajaban dirección Barcelona pero había un control policial, y por eso dieron la vuelta y recorrieron unos cuantos kilómetros en dirección contraria, hacia la frontera (me apetece hablar de ellos en plural porque se lo merecen y porque no por morir deja uno de ser persona y porque... ¡qué demonios! ¡juntos hasta el final!).

    Lo del cinturón me parece lógico. Un cadáver no se mantendría quieto en el asiento en las inercias de las curvas y frenazos.

    Es una historia bellísima. La realidad supera muchas veces a la fantasía.

    ResponElimina
  3. Un grito de desgarro al espacio...
    También me vienen varias lecturas a la cabeza, donde "el asesino, el perturbado, el psicópata", no actúa más que por amor: "io uccido" de Giorgio Faletti, por ejemplo.

    podi-.

    ResponElimina
  4. Aquí Platón.
    Platón habla de amor entre un efebo y su amo en El Banquete, siempre bajo la atenta mirada de Eros. Y de ahí lo de "amor platónico".

    Es simplemente una historia fantástica que supera la ficción.
    Salut

    ResponElimina
  5. Me recuerda al título de aquella novela de Celíne, "Viaje al fin de la Noche". Solo que en esta ocasión, la oscuridad ya no tiene fín.

    ResponElimina