19 de març 2021

Un barbero de derechas y un zapatero de izquierdas

El barbero y el zapatero eran hermanos antes de ser zapatero y barbero. Cuando eran pequeños ignoraban ese destino: los dos pensaban que iban a ser campesinos, como su padre y su abuelo y su bisabuelo. Crecieron juntos en el pueblo, en una casa que tenía algunas tierras. Pero las tierras no daban para mucho y llegó la filoxera, que arrasó con el cultivo de la vid. Ninguno de los dos era el primogénito: la herencia sería minúscula, un pedazo muy pequeño de tierra miserable abrasada por el sol y devorada por el pulgón. El futuro, visto des de su ventanuco de la masía de Cal Coix, era un océano de sombras, aunque ellos jamás habían visto el océano. Ambos se sacaban algunas pesetas haciendo trabajos precarios: la precariedad laboral no se la inventó Mariano Rajoy.

El futuro barbero, cuando terminaba su jornada en el campo exhausto, llevaba los pasajeros que llegaban en tren des de la estación hasta la Plaza Mayor en un carricoche destartalado tirado por una mula, y el futuro zapatero empezaba a conocer algo de su oficio futuro remendando cosas por aquí y por allá. A veces le daban una peseta, a veces pan, a veces un pellizco, a veces nada. Ninguno de los dos sabía cual sería su oficio: la formación profesional, en un pueblo y en la primera década del siglo XX estaba en esas lindes.

Cuando ambos sintieron el aliento del hambre, decidieron poner tierra de por medio. Agarraron cuatro cosillas y se fueron a Barcelona con lo puesto, como un africano en una patera. Ninguno de los dos contó jamás como fueron los primero años: en la ciudad no conocían a nadie, no tenían nada. Jamás pronunciaron una sola palabra sobre aquellos primero años en la capital y uno tiene reparos en imaginar el primer día, la primera noche. No hay que ser muy avispado ni muy fantasioso para imaginarse a los dos hermanos durmiendo bajo el alero de cualquier edificio solitario, en un banco del parque. Vaya usted a saber. Los dos jóvenes hermanos pobres bajo el techo de estrellas.

Pero pasaron los años: el zapatero consiguió hacerse con un tallercito minúsculo y allí se estrenó de zapatero remendón. El barbero se puso de aprendiz en una barbería, hasta que el dueño, ya muy mayor, se la traspasó por un buen puñado de duros que él le iba pagando como podía. La barbería incluía unos cuartos en la trastienda: una cocinita, un dormitorio y arriba de una escaleras verticalizadas, un par de cuartuchos. La vivienda del zapatero no era mucho mejor. Los pisos pequeños tampoco los inventó un arquitecto diabólico y japonés.

Pasaron más años y llegó una guerra. Ninguno de los dos hermanos entendía mucho de política. El zapatero quizás algo más, y se afilió a un sindicato anarquista. No se sabe si fueron las amistades, la novia o la sangre hirviendo, o el recuerdo de la miseria. Su hermano, que había pasado por la misma miseria, era más bien conservador, amén de algo díscolo. La guerra avanzó y había muchos muertos en todas partes, y además de la guerra y sus frentes y sus campañas y sus ofensivas había una revolución en marcha tras el frente. Uno de los dos hermanos vivía asustado, el otro vislumbró una oportunidad.

Un día el zapatero se hizo revolucionario y, provisto de dos compañeros y una metralleta, entró en la barbería de su hermano y le incautó el negocio en nombre de la revolución.

-Este negocio está colectivizado, le dijo, pero te permito que sigas trabajando aquí.

La guerra terminó y el bando del zapatero perdió. El zapatero se exilió en Francia. Llegó a París con algo de dinero, puso un tallercito de cordonnier y años más tarde ya tenía una zapatería. Luego otra. Su hijo expandió el negocio y a día de hoy tienen, entre otras, una tienda fabulosa en el Boulevard Saint Germain. A veces los descendientes vienen a Barcelona, bien vestidos y en buenos coches. Y visitan los lugares por donde anduvieron los viejos y se maravillan de la miseria de aquellos difuntos antecesores, tan lejanos, tan color sepia. Jamás visitan el pueblo original. Ni tan siquiera lo nombran. Tampoco se nombra nunca el suceso de las metralletas y la colectivización. 

Quizás todos heredamos el fantasma del hambre. La última vez que estuve en el pueblo del abuelo me senté en un restaurante. La comida, que estaba rica, se me indispuso y sufrí tremendos retortijones. El espectro del hambre del abuelo está en mi cuerpo.

15 comentaris:

  1. Si, bien, he leído la historia con suma atención, pero debe ser mi cortedad, pero no me queda claro, aunque lo vislumbro, que pasó con su hermano, el barbero.
    Un abrazo
    Salut

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    1. No es la cortedad del lector si no la del autor. No quise decir nada más. El barbero vivió el resto de su vida asustado, menestral y superviviente. Se hizo católico ferviente, jugador de ajedrez y amante de las óperas de Verdi y del género chico (expresión en desuso).

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  2. Es curioso, tengo una historia similiar en mi familia y con idéntico desenlace. El colectivizador con los años acabaría rico y sentado en la tribuna de el Español (desconozco si al principio sufrió alguna represalia o persecución por ese régimen con el que luego se acomodó)

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    1. A mi esas historias me gustan mucho y me interesan más. Y podría añadir mucho, pero el formato tiene sus exigencias. Sin embargo, hay algo obvio: a los dos hermanos les gustaba la buena vida. Uno en París y el otro en la Barcelona de Franco y la postguerra... no hay que ser muy listo para vislumbrar cual de los dos la pasó mejor (sin olvidar que cada uno vivió una tragedia previa, tragedia que no se la deseo a nadie).

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    2. Conocí a innumerables, y cuando digo innumerables quiero decir a muchos, ÁNGELS GUIL, que en los años 70, en las gradas del Barça, llevaban llaveros acordes al régimen. En una cara el escudo del Barça, en la otra la cara de Franco. Por cierto, muy católicos ellos, mucho, de misa dominical matutina a la catedral, a ver al Cristo de Lepanto. Los llaveros que portaban eran de color azul, del tamaño de una moneda de 50 pesetas. En su mayoría eran autónomos, pequeños tenderos de botigueta, al estilo de "el barbero".

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    3. No me extrañaría nada que quienes antaño llevaban aquellos llaveros hoy lleven otros, con lazos amarillos.

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  3. Yo tenía unas vecinas q durante el exilio en Paris de sus padres, de toda la familia, aprendieron el oficio de peleteras y en Madrid, de regreso en los 70 montaron su taller o atelier. Hoy mismo serían políticameente poco correctas, eso de la peletería no casa mucho con el ecologismo. Una de ellas se casó con otro exiliado del pueblo q había hecho las Américas y a América se fue y no la volvímos a ver. Recuerdo q e su atelier aprendí de niña algunas palabras en francés q ellas mezclaban con el español, con mucha gracia

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  4. Muy interesante. Me quedo con la intriga de saber qué zapateria es del Boulevard Saint Germain.

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  5. Felicidades Lluís, la exposición es maravillosa i perfectamente escrita. Me ha sorprendido saber de la vertiente zapatera, la cual desconocía casi en su totalidad. Te doy las gracias por ello.
    En la misma forma, denota que el desconocimiento es una carretera de doble sentido, pero puedo aportar algo a uno de los trayectos. Me refiero a la parte recorrida por el barbero.
    El barbero perseveró con humildad, sabedor de cuales eran las necesidades de su familia. Dedicó su vida a amar y cuidar tanto a su esposa como a sus hijos e incluso nietos. Resultó ser verdaderamente rico a pesar de que sus frutos no fueran de índole económica. Pero sí fueron perdurables.
    ¡Y aún le quedó tiempo para vencer día tras día a los crucigramas de la Vanguardia!
    Permítame un apunte al relato expuesto, el hermano zapatero cuando le incautó el negocio le permitió seguir trabajando sí, entre otros motivos porque de esa forma se aseguraba poder incautarle periódicamente una parte del jornal.
    Pero esto es sólo un apunte...
    A dia de hoy y sabiendo que el tiempo transcurrido es implacable, varias son las personas que aún le recuerdan por su entrega, amabildad y buen hacer.
    No puedo extenderme más ahora mismo, porque la historia del barbero da para mucho más. Profesionalmente logró aúnar por primera vez el concepto hombre-mujer en una sola peluquería. Corría el año 1932, es fácil imaginar el revuelo que conllevó en esos entonces.
    La peluquería se mantuvo hasta bien entrado el año 2016 y logró expandirse a través de 3 generaciones. Su legado llegó incluso al hotel Ritz de Barcelona! Pero esta es otra historia...

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  6. me gustan los barbero pero no puedo crear historia porque por aqui no existen más
    saludos desde Miami

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