1 de gen. 2018

La batalla del general Rojo

Resultat d'imatges de general vicente rojo

La última batalla parece algo ineludible pero que, sin embargo, siempre está por llegar, algo que, por lo tanto, no llega nunca. Algo detenido en el tiempo, como si el descenso del ave rapaz en el aire se detuviera congelado, convertido en instantánea. Pienso en eso, en si el general pensaba cosas como ésta mientras contemplaba los meandros del río, allá abajo y al fondo, en el puesto de observación avanzado de La Figuera por donde voy dando saltitos como de petirrojo brincando encima de las zanjas, esa trinchera de hormigón des de la que Vicente Rojo dirigió la batalla del Ebro. Quizás el general hizo gestos parecidos a los míos, entonces, y en cosas como esta ando pensando. La espera de la batalla debe de ser larga, una eternidad aguda, punzante, y con ese olor a chaqueta de cuero, los prismáticos golpeando en el plexo solar a cada paso, las gafas que se te resbalan por la nariz.


Al general Vicente Rojo se le ve marcial, sobrio y algo desmejorado en las fotos de los días previos a la batalla. El gesto serio y la actitud del que se ha comprometido a cumplir con su cometido, como el trabajador que acude al trabajo. Rojo se consideraba a si mismo un hombre católico, pero dio palabra de defender al Estado al que le dio su juramento de lealtad y lo hizo sin más. En aquellos tiempos había un sentido de la lealtad y de la ley, y de la palabra dada que hoy nos resultan extemporáneos, habituados como estamos a ver a pequeños aficionados a las revoluciones de saloncito y al discurso facilón, a la épica barata de las emociones y las medias mentiras, al uso de los conceptos ñoños y la bufandita amarilla en el cuello de señoras y señores bien.

Vicente Rojo es el general de la República Española por excelencia: buen estratega, planificador, el tipo que volvió loco a Franco aún disponiendo de un ejército menor y peor provisto. Los movimientos del general Rojo en la batalla del Ebro se estudiaron en las academias militares durante años, y un historiador militar lo nombra "el general que humilló a Franco", aunque Franco, al final, le arrolló. El general rifeño, el sedicioso, tuvo que usar la fuerza bruta y el ataque frontal para derrotar a Rojo.

Vicente Rojo se fue a Francia tras la guerra. Tras el fin de la batalla, vinieron las guerras personales, la supervivencia, la tristeza, la distancia, la nostalgia del país perdido. Vio el hacinamiento de los presos republicanos y protestó airadamente ante Negrín, que no supo darle respuesta. Luego emigró a la Argentina, en el mismo barco en el que iba José Ortega y Gasset. El exilio de Vicente Rojo es difícil: al gobierno argentino no le apetecía acoger a refugiados españoles y no le dio ayuda alguna. Rojo malvivió escribiendo artículos en la prensa y para publicaciones militares. Llegó a escribir una novela, unas memorias y un libro de pensamientos y aforismos que se perdió, y del que se sabe que lleva el título tan sugerente de "Platillos volantes".

Así pues me imagino como andaría Vicente Rojo por el refugio observatorio de la Figuera por el que me paseo ahora, 80 años después, intentando pensar que pensaba el general pero sabiendo lo que él, entonces, no sabía: lo del exilio, su vida como escritor en otro continente, y por fin el regreso humillante a su país, el país al que sirvió en nombre del juramento dado a la legalidad, a la defensa de la legalidad.

Vicente Rojo tuvo un sobrino que se llamó como el, Vicente Rojo, que vivió en México y allí desarrolló una carrera como artista gráfico, campo en el que fué un referente todavía imprescindible. Cuando el general andaba por el cerro de La Figuera no sabía nada del sobrino que se iba a llamar como él. Ante sus ojos los suaves meandros del río, allá abajo y al fondo, entre la neblina azulada, al fondo, entre los olivos y las vides. La inminencia de la batalla, el viento frío que azota la ermita de la Virgen del Molar, tan sola y tan austera, testigo del desastre final.

Encontré el libro: "El hombre que se creía Vicente Rojo", de una escritora catalana que se llama Sonia Hernández. Ejemplo de novela breve, inteligente, de estilo sobrio, profunda, algo oscura, reflexión sobre el arte y sobre el papel de la literatura en esos tiempos. Hernández no habla del general si no de su sobrino, el artista, del que ahora contemplo fotos de su obra y me parece tan equilibrada, tan luminosa, tomada por un sentido del orden gravitacional, tan gráfica, tan filosófica. Hay una divertida anécdota que aúna al pintor Rojo con Max Aub y con otro pintor, Josep Torres Campalans, que ahora no voy a contar pero que me remite de nuevo a una época antigua y mucho más interesante, con pintores que leían filosofía y tratados de arte y escritores que fueron generales, generales que perdieron una guerra y lo hicieron con dignidad, sin lamentos.

Un viento frío arrulla el cerro de La Figuera mientras doy tumbos por las ruinas del observatorio del general, mientras intento sentir algo de lo que él sentía cuando miraba hacia abajo esperando la última batalla, inminente, ahora ya inaplazable, y aunque yo se cosas que el no sabía, él si sabía que esa sería la última, y lo que decidió fue eso: que la batalla le encontrara lo mejor preparado posible para afrontarla, bien situado, seguro de si mismo, dispuesto a la derrota, sin lamentos, los dos pies en la tierra y la mirada perdida hacia el fondo, el río, la neblina azul que reverbera encima del paisaje como si la banda azul del arco iris se hubiera desprendido del arco, ese cielo tan enorme y tan terrible que cubre el tramo bajo del Ebro. La guerra dice quienes son los hombres, de qué está hecho cada uno. Por eso se debe escribir sobre la guerra. Y sobre el amor, y sobre la miseria y el olvido. Y sobre el arte.

7 comentaris:

  1. Se ha de escribir sobre todo aquello que nos lleve al recuerdo y no queramos que pase al olvido.
    Sobre la miseria, la pobreza, el hambre y los piojos.
    Sobre el primer amor y el último. Sobre tus actos y sobre los actos de los demás, y sobre la vida.
    Un abrazo.
    Salut

    ResponElimina
    Respostes
    1. ¡Exacto! Justamente la novela de Mircea Cartarescu que estoy leyendo empieza hablando de los piojos: "He vuelto a coger piojos" es la primera frase.

      Elimina
  2. Lluís,
    Com t'agraeixo que recuperis, de mica en mica, la història ara gairebé anònima de petits herois lleials a ideals i a la República. La paraula lleialtat és potser una de les que més m'emociona i, alhora, el seu compromís és fràgil com el cristall.

    ResponElimina
  3. Sento que explicar aquestes històries és una obligació moral que tenim. Sobretot perquè ens estan robant les paraules amb una impunitat indigne, i ho estan fent en nom de conceptes tramposos, que tan sols són eufemismes de la cobdícia i l'egoïsme del nacionalisme, que és l'antítesi del republicanisme. No ho hem de tolerar. Aquests homes van prometre lleialtat a l'estat que els emparava (i que els dotava de càrrec i de salari) i el van servir. Ara hem de suportar gent deslleial i tramposa, aprofitats indecents que no renuncien als càrrecs ni als privilegis, però que conspiren contra l'estat que els protegeix. I hi ha persones que els voten, persones que voten la indignitat.

    ResponElimina
  4. Las memorias de Vicente Rojo son muy buenas. Sobre todo porque, en la misma línea de otras maravillosas como las de Zugazagoitia, demuestran una gran calidad humana. Dicho lo cual, con ese paralelismo que trazas con los apellidos de los muertos en el frente y las listas electorales actuales, te la veo y te la subo a unos subrayados míos de 'Alerta los pueblos' del general y los alcaldes de la vara actuales:

    "Los jefes de ingenieros de sector, diariamente, tenían que recorrerse los pueblos para recoger el personal, llevarlo a los tajos, cuidarse de que les dieran de comer, dirigir el trazado de las fortificaciones y hacer que se trabajase. El resultado era que no podían hacer nada práctico, pues la primera dificultad con que tropezaban era la resistencia de los alcaldes, que, no sólo no daban facilidades para la recluta y reunión del personal apto, sino que consentían que eludieran el trabajo"

    "con una baja moral en retaguardia; con una falta de deseos de cooperar a la guerra en las autoridades subalternas, tan manifiesta, que hasta los propios alcaldes encubrían, cuando no fomentaban, las deserciones"

    "Algunos, bastantes hombres políticos de buena voluntad, emprendieron la tarea de provocar una colaboración efectiva; pero sus esfuerzos eran vanos ante la indiferencia y la falta de entusiasmo de la población civil y de las mismas autoridades subalternas".

    "Barcelona se perdió lisa y llanamente porque no hubo voluntad de resistencia, ni en la población civil, ni en algunas tropas contaminadas por el ambiente. La moral estaba en el suelo"

    "La población estaba cansada de guerra, aunque no agotada por los sufrimientos y el hambre, y sólo pensaba (desde mucho antes de la llegada de las tropas enemigas ante la ciudad) en que el problema terminase pronto. Por eso permanecía recluida en las casas, que a la vez sirvieron de refugio de deserción a los procedentes del frente, que tampoco querían combatir, convirtiendo aquel casco urbano de un millón de almas en un páramo desierto espiritualmente".

    "Aquí el fenómeno era inverso [al de Madrid en el 36]; el Gobierno estaba en su puesto y, a pesar de ello, la colaboración política fallaba. La veníamos buscando, pidiendo ansiosamente desde mucho antes de la caída de Barcelona, y salimos de Cataluña sin encontrarla"

    "Solamente un contraste satisfactorio se ofrecía en ese conjunto. En vanguardia buena disposición, temple fuerte, espíritu de sacrificio, serenidad. En retaguardia desorganización, moral baja, desorden, cansancio. Por desdicha, y para que la regla general no fallase, iba a triunfar la retaguardia sobre la vanguardia haciendo posible una gigantesca derrota"

    Subrayados que no tendrían mayor interés que el histórico de no mediar, tras la desgraciada desmemoria, un proceso de falsificación de la Historia.

    ResponElimina
    Respostes
    1. Los subrayados hacen todos referencia a la defensa de Cataluña.

      Elimina
    2. Muchas gracias por tus aportaciones, Álvaro. Hay que leer historia para comprender donde estamos, donde vivimos y e donde venimos. Había leído cosas parecidas, pero las frases de Rojo son diáfanas.

      Elimina