4 de des. 2017

Hiro Onoda en la calle de las Tapias

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La Calle de las Tapias de Barcelona en 1959. Foto extraída del blog Tot Barcelona.


Hiro Onoda nació el 19 de marzo de 1922, en Kainan (Wakayama, al sur de Osaka). Hiro Onoda fué soldado en la segunda guerra, y ejerció como oficial de inteligencia. Aunque lo de la inteligencia militar suena casi siempre a broma, la historia del teniente Onoda no es ningún chiste si no la historia de un drama de tintes griegos, una historia clásica, intemporal. Una historia universal.

Hiro falleció en Toquio a los 92, el 16 de enero de 2014.

Las vicisitudes de la guerra llevaron al soldado Onoda hasta Lubang, una isla del Pacífico del archipiélago de las Filipinas. Entre las órdenes que debía cumplir estaba la de no rendirse jamás, bajo ninguna circunstancia. O bien suicidarse. Onoda era un tipo serio, disciplinado, y creía firmemente en su emperador y en el sentido sagrado de la guerra. Aislado en la selva junto a un puñado de hombres, Onoda no se enteró del fin de la contienda.

En su avance hacia el corazón del imperio del Sol Naciente, los marines yanquis dejaron atrás la isla de Lubang con su guarnición atrincherada en la selva, ya que Lubang que no era objetivo de su estrategia. De modo que Onoda siguió en pie de guerra hasta 1974, cuando se rindió, por fin, a las autoridades filipinas. No se suicidó. Quizás con la edad acumulada a lo largo de su extraña guerra sin enemigos a la vista, sin tiros ni asaltos, Onoda comprendió que el suicidio no es una buena opción y la rendición algo menos malo de lo que le dijeron al principio, cuando era un joven recluta del Emperador, el que se hacía llamar Soberano Celestial. Con el paso de los años, uno tiende a pensar que la vida, porqué es frágil, es algo que vale la pena conservar y el emperador, al fin y al cabo, solo un tipo lejano, casi invisible, caprichoso, vanidad envuelta en pellejo humano.

Con el caso de Hiro Onoda se podría escribir algo denso, bonito y verdadero sobre la humanidad, sobre el poder de la mentira, de la estupidez, del engaño y del autoengaño, el peso de la ficción y las grandes palabras, la vacuidad de algunas (patria, honor, deber -por ejemplo). Onoda podría haber dado nombre a un síndrome, a una categoría de la psicología o de la psiquiatría. Desconozco si lo ha hecho. Quizás en Japón. O en las Filipinas.

Hay personas que conservan su anillo de matrimonio en el dedo adecuado hasta muchos años más tarde de haberse divorciado. Hay quien anda por la calle con gesto soberbio y altivo aún siendo un don nadie, hay quien acude al comedor de Cáritas con el traje y la corbata de cuando era un digno apoderado el banco. Hay quien se va para Bruselas vestido de presidente cuando es nada. Hay quien, con intención espuria, oculta el anillo de casado. Hay quién emigra muy lejos y una vez allí jura que fue presidente de un país. Hay quien va por ahí contando que es un poeta reconocido cuando en realidad solo se autoeditó un librito con los poemas de la primera juventud. Todo eso es humano.

Luego están los que aseguran comer cada día por los menos dos veces y una de ellas en un buen restaurante, con estrellas. Y los que no comen pero llevan un buen coche en vez de un Dacia, y los que no se duchan pero se perfuman. Los que cuentan aventuras sexuales estratósfericas con hembras o con hombres de bandera. ¡Ay, las banderas!. Esos también son humanos.

Cuando yo tenía 14 años, me fui un día hasta la calle de las Tapias de Barcelona con un amiguete de BUP. No teníamos ni para pipas, así que nos fuimos hasta allá a patita des del noreste de la ciudad. Estuvimos andando más de una hora. Esó sucedió hacia el final de los setenta. La calle de las Tapias era, todavía, lo que fue antaño. Recuerdo las casitas desvencijadas, los portales sin puertas, cubiertos con damascos ajados, y las prostitutas cuarentonas, cincuentonas, sesentonas, setentonas, exhibiéndose ligeras de ropa y tomando el sol ante las fachadas, sentadas en sus sillitas medio rotas y taburetes de tres patas, como de estudio de pintura. Eso era la Barcelona de entonces en el barrio del Portal de Santa Madrona, cuando todavía estaban allí las ruinas de La Criolla (la de Flor de Otoño) y las de Cal Sacristà, que tal vez fue peor que La Criolla porqué casi nadie musita nada sobre Cal Sacristà.

A día de hoy no queda nada del cabaret La Criolla ni de Cal Sacristá, su hermano oculto. Al cabaret le destruyó una bomba deslizada des de un bombardero italiano Savoia-Marchetti. Esa bomba presagiaba las excavadoras y los planes urbanísticos -plan de remodelación, lo llaman- de un ayuntamiento futuro y socialdemócrata (pero eso es otra historia -o quizás la misma).

Al final de los años setenta, la calle de las Tapias no simulaba ser nada. Era lo que era, con todo su dolor, su miseria y su pena a pleno sol, a la luz del día. Cualquiera se daba cuenta de que ese espectáculo crepuscular y triste no tenía ningún porvenir. Mi amigo y yo lo contemplamos des de un extremo, como quién hoy contempla la jaula de los leones en el zoo: eso era el residuo de un pasado extinto que sobrevivía simulando la vida que se le había escapado como el agua del arroyo de entre los dedos.

Con el paso del tiempo, incluso la nostalgia desfallece. Cuando hoy recuerdo mi excursión a la calle de las Tapias con mi amigo Emilio, nos veo a los dos provistos de escafandras, como buzos o astronautas, viajando a otro mundo. Mi recuerdo contiene ya pocas verdades, más ficción que verdad.

Me lo contó alguien hace pocos días: en la calle de las Tapias hay, a día de hoy, un Hiro Onoda catalán. Me dice que será por culpa de una subvención que le subvenciona su distopía. Me dice: en la calle de las Tapias hay un tipo de me recuerda a Hiro Onoda. Hay un tipo que se niega a aceptar la realidad.
-Onoda no se resistió jamás a ninguna realidad -le reprocho- Onoda disponía de su realidad, como yo dispongo de la mía.

Eso es humano, nada más que humano.

La calle de las Tapias siempre ha albergado algo de tragedia clásica, y ese hombrecito que escribe editoriales como sermones, que cuenta el sexo de los ángeles a diario, que argumenta para negar la realidad que sus ojos saltones obervan, no se ha dado cuenta de que se está convirtiendo en el personaje de una comedia que es vieja y no es tragedia. Hay quien se convierte en viejo sin haber sido clásico. Para ser clásico hay que haber sido moderno, y ese hombrecito es, sencillamente, un antiguo.

Pero a fin de cuentas eso también. Eso también es humano.

Resultat d'imatges de hiro onoda

Hiro Onoda en el momento de su rendición a la realidad. Tiene 52 años y el gesto serio. Simula dignidad pero es incapaz de ocultar el dolor y la vergüenza.

3 comentaris:

  1. Como humano es el seguir órdenes, el no acatarlas, el rechazarlas y aplicarse lo de la obediencia debida.

    Todo, todo es humano, porque lo humano es TRASCENDENTE, lo equidistante a lo LEGAL, y a lo que nos llevan los idiotas que quieren equiparar lo MORAL CON LO LEGAL.

    Si a ud. le dicen, sr LLUIS, que si le votan serás más feliz, le joden.

    El votar es legal, la felicidad es transcendental. Es mezclar el agua y el aceite es anormal.

    No puedo prometer felicidad, dado que esta es a la medida de cada ser humano. Quizá por esto, ya no hago caso a los políticos, porque han mezclado lo humano con lo político, y no quiero, ni tengo fuerzas para ir explicando que nos engañan y nos manipulan.

    Que cada uno se equivoque sólo.
    salut

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  2. wow que interesante tu blog
    lo acabo de encontrar
    me has dejado sin palanras

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    1. Lo que yo pretendo es promover palabras o pensamientos o lo que sea.

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