9 de gen. 2021

Un hombre de rodillas en la puerta del Mercadona

El hombre lleva muchos meses sentado en la puerta del Mercadona. Es un hombre joven, antes de los treinta. Es moreno, delgado, enjuto y escueto. Tiene ojazos azabache y labios rojos, siempre al borde de una sonrisa triste, como de santo gótico. A diferencia de los santos antiguos, en su sonrisa no hay esperanza. Solo el brillo de un pesar infinito, el brillo muerto de quién hubiese preferido no haber nacido pero una vez aquí se dijo: ¡qué le vamos a hacer!. Llega cada mañana volando en un patinete, que aparca a pocos metros. Lleva una mochilita del Decathlon y un smartphone como de casa buena.

No fuma, no bebe. Teclea todo el tiempo en su pantallita. Debe hablar con ángeles desconocidos. O con demonios conocidos por todo el mundo.

Hay una belleza rara y metafísica en la palidez de los hombres desnutridos. Una belleza envidiable en esa delgadez que ansían los que pagan la cuota del gimnasio y él se la paga al hambre, meticulso y concienzudo. Al hambre del hombre que se bajó del árbol para postrarse se rodillas en la tierra áspera.

A veces se sienta y a veces se arrodilla. Deposita delante de sus rodillas un vaso de plástico con la marca de Starbucks. Siempre hay unas monedas muy modestas dentro del vaso. Creo que las primeras las pone él mismo, para incitar. Nadie nace sin saber dos o tres estrategias de marketing elemental.

Tiene el pelo liso, brillante, negro como el alquitrán recién echado en la carretera. Me recuerda a mi mismo cuando tenía los veinticinco. Quizás sea una proyección mía, quizás él sea yo en otra dimensión, en otro tiempo, en otra opción del universo. Yo también nací en una casa pobre y, aunque no sé de nadie de mi familia que hubiese pedido limosna arrodillado en la calle, eso no sería imposible.

He hablado con él algunas veces, más bien pocas. El joven es hombre de pocas palabras y prefiere hablar con mujeres. Eso sí, siempre le saludo. Nos decimos hola y adiós cada semana.

La primera vez que hablé con el joven moreno y más bien guapo de la entrada del Mercadona le pregunté por su lectura. El chico estaba leyendo un libro de pocas páginas, gastado y perdido el color de las cubiertas ocres. Se trataba de un manual para prosperar en las relaciones sociales, la edición antigua del Reader's Digest. Le pregunté si le gusta leer y me sonrió. Claro, me dijo. Este libro es muy interesante.

Pocos días más tarde le regalé un librito, unos cuentos de Stevenson sobre los mares del Sur. El chico contempló la portada, me sonrió con esa sonrisa de mártir medieval y luego se miró los pies.

Días más tarde, cuando llegué al supermercado para mi compra semanal, me encontré al coche patrulla de la Guardia urbana con esas luces azules, centellas de un neón lunar y futurista. Le tenían apresado junto a otro pedigüeño. Hubo una pelea territorial, me dijeron. Las clientas del Mercadona se santiguaban. Bueno, la mayoría movían la cabeza con desdeño, pero yo me fijé en las que se santiguaban. Me acordé de Blade Runner.

El joven con la sonrisa de un mártir antiguo tardó días en volver a la puerta del supermercado. Ahora habla menos y sonríe menos. Aún así, sigo viendo a un santo medieval y juraría haberle visto, años atrás, pintado en al ábside de una iglesia abandonada.


8 comentaris:

  1. Me ha gustado mucho, Lluís. Yo también tengo "mi moreno guapo", moreno de piel y de pelo. Me produce una tristeza infinita.

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    1. Esa tristeza, que siento como tu, contiene algo de una tristeza metafísica por la especie humana en general. Y por uno mismo, creo yo, ya que nos vemos reflejados a nosotros.

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  2. ¡ Qué cabrón ¡"...Nadie nace sin saber dos o tres estrategias de marketing elemental..." esta frase después de la introducción es genial.

    Me gustaría poner algo, no se que decir. Me estoy acostumbrando , y eso no es bueno.
    Salir de casa y bajar a TdC son no más de vente minutos. Puedo contar hasta 9 personas recostadas en los soportales.
    Salir de TdC y contar de 20 en 20 en una cola nada prolija pero efectiva , puedes llegar hasta mucho más de 450.
    No hay nada peor que la rutina, y temo que me comience a acompañar.
    Pero sigo sin acostumbrarme, y no puedo parar de pensar que yo, tranquilamente, podría ser uno de ellos, y que Ortega tenía mucha razón, que las circunstancias hacen mucho, aunque otros les llamen suerte.
    Si. Suerte es haber nacido blanco, varón, y dentro una familia de "posibles". Si a todo esto le añadimos una casita en Palafrugell y ser dels quatre-cents de tota la vida, como que te tocó la lotería.
    salut

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    1. La mayoría no somos de las 400 familias. Y como no creo nada sobre ascensores sociales. siempre me he sentido más cerca de los arrodillados que de les que creen haber ascendido.

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  3. Cuando veo a personas pidiendo siempre me hago la misma pregunta:

    ¿Como se llega a esto?

    E imagino una confluencia de divorcio, paro y desorden, cada uno ve lo que quiere ver. Luego me pregunto: ¿si yo acabaría así como reaccionaria?, no lo se, pero creo que antes de mendigar, tomaría otros derroteros.
    También existen gentes que no quieren meterse en el orden social, que buscan intencionadamente o no, esta vida, porque están a gusto, son los menos, las excepciones, pero también los hay, lo se.

    Un saludo.

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    1. Los caminos que llevan a vivir en la calle, en albergues sociales o en la medicidad son largos y muy complejos. Los motivos son infinitos. Existe el componente antisocial, las adicciones, los trastornos, las desgracias encadenadas. Nadie está libre de eso, y quien lo crea anda equivocado. Por eso siento respeto por esas personas. Porque nadie está libre de esta posibilidad.

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  4. Ostras yo tambien tengo un Baltasar sin corona a la puerta del super de la calle Urgell, solo dice buenos dias...nada mas, El otro día estaba observando un bocadillo casero de jamon serrano que alguna vecina le había dejado.
    El miraba y vi como si dudase... era cerdo !! y vi que no se lo comería.... así que se lo compré sería la única forma de no hacerle "pecar" por su religión (que vaya tela)
    Dudó en vendermelo pero con lo que le pagué (el no le puso precio, pero yo sí) podría comprarse por lo menos dos o tres de tortilla o queso.
    Es una pena enorme, que quieres que te diga.
    Mañana es día laborable y volveré a pasar por delante de él...
    Un saludo !!

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    1. he tenido varias anécdotas y experiencias con personas que viven en la calle y piden comida o dinero. Hubo un tiempo, hace muchos años, en que se me ocurrió escribir sobre ellas y salía por las noches, me sentaba junto a personas de esas y charlaba. Tomaba notas en una libretita. A uno de ellos llegué a gravarle en video (previo permiso explícito). Hasta que un día (una noche, mejor dicho), me senté junto a uno que, tras hablarme mucho rato me dijo que yo era solo un pijo que buscaba el espectáculo de la miseria. Aquel día rompí mi libretita ante él y la tiré a un contenedor de basura irreciclable.

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