1 de maig 2018

Loubna en Cataluña

Resultat d'imatges de hiyab

Loubna sale de su piso de mañanita, apresurada, para estar de vuelta antes de que los niños se despierten. La puerta cierra mal, esa cerradura se va a romper un día de esos. Lo sabe porqué lo presiente. Desciende las escaleras del bloque, tan estrechas que ya me dirás tu como se podría subir una nevera de esas grandes y bonitas que venden en el Carrefour y que tanto le gustan. Como no hay dinero para neveras, se sonríe, esta preocupación es una de las muchas que no sirven para nada.

Le contaron que estos bloques en donde vive se construyeron a toda prisa después de una riada tremenda que se llevó un montón de casitas de pobres, una riada que dejó decenas de muertos y centenares de familias sin techo. Eso pasó en tiempos de Franco. A los supervivientes les alojaron aquí. Con el paso de los años, los supervivientes de la avenida del agua empezaron a marcharse. Los que pudieron. Aquellos a quienes las cosas les fueron bien se largaron a barrios mejores. Incluso hubo quienes se volvieron a sus pueblos, de Jaén o de Cádiz o de Badajoz. Los pisos vacíos se ocuparon con las gentes que, como ella y su familia, vinieron de Marruecos.

Los vecinos de antes, los que se quedaron por la fuerza de una pobreza insoslayable, detestaban a los nuevos inquilinos y les hicieron la vida imposible. Al principio. Aunque, como cada vez quedan menos, ahora hay más paz que antes entre los vecinos. De los de antaño quedan muy pocos y están muy mayores. Uno de ellos, el viudo del tercero B, le paga a su amiga Souad para que le ayude con la compra y la limpieza del piso. El viejecito del tercero B apenas puede moverse. Del sofá a la cama y de la cama al sofá, en donde se pasa el día con la mirada fija en el televisor, aunque esté apagado. Souad le cuenta que el viejo es desagradable, maleducado, racista. Pero lo soporta. Lo aguanta no solo por los 20 euros a la semana que le paga el viejo gruñón, triste y enfermo, si no porqué sabe que todo eso, la mala educación y el racismo y lo demás, todo eso solo es fruto de la miseria y, en realidad, no es su culpa.

Loubna llega a la calle y la cruza sin mirar. No pasan coches en esta hora.

La panadería ya está abierta. Compra la oferta del día: una bolsa con dos cruasanes, un bollo de azúcar y cuatro palmeras diminutas, todo por un euro. Con eso los niños desayunarán y a lo mejor le queda algo para ella. Anoche llovió. La tierra huele a humedad, qué perfume tan dulce, piensa. La vida tiene cosas bonitas e inesperadas. Ahora, cuando el sol de primavera calienta las jardineras, el perfume de la tierra asciende hacia el cielo y, en su camino al limbo, su nariz puede olerla. Le vienen imágenes de la vida en el pueblo, cuando era niña. Allí la tierra también huele por la mañana, aunque el olor es más bondadoso, por la presencia de aquellas flores violetas con los estambres naranjas que, al llegar la primavera, cubrían el campo hasta donde te llega la vista.

-¿No te da calor, eso? -le pregunta la panadera, señalándole el velo verde desleído.

Se lo pregunta a menudo. No pasarán tres días y se lo preguntará otra vez. Quizás la señora no recuerda que ya se lo ha preguntado antes. Loubna le sonríe y mueve la cabeza: no, no me molesta. Ella tiene su propia teoría sobre la repetición de la pregunta. La panadera piensa que todas las moras del barrio son iguales y por eso no las distingue, de modo que le es imposible saber si la pregunta sobre el velo ya se la hizo.

Cuando Loubna sale de la panadería con su bolsita de bollos en la mano ve a los chavales que ya están revoloteando, fumando y armando barullo. A uno de ellos le reconoce: es el mayor de los hijos de Asía, que debe tener los trece. Teme la edad en que sus hijos lleguen a la adolescencia. Por ahora los tres van contentos al cole y hablan de cosas pequeñas y divertidas y son buenos niños, aplicados y obedientes, traen buenas notas y juegan bastante felices, dentro de lo que cabe. En las clases de la mezquita, los sábados, le dicen que se esfuerzan y se portan bien. Pero ya veremos, se dice Loubna, ya veremos cuando lleguen a la adolescencia y sepan las cosas que todavía no saben, cuando alguien les dirá "eh, tu moro, ¿qué te has creído?". Ya veremos.

Loubna, de vuelta para el bloque, cruza por el paso de zebra que hay enfrente de la panadería y descubre que alguien pintó unos bucles amarillos en las listas blancas, y que estamparon las palabras "Llibertat Jordis" entre los lazos gualdos. Eso es raro, piensa: eso tiene que haberlo hecho alguien de fuera del barrio. ¿Qué debe significar y porqué lo estamparon precisamente aquí?.

Loubna sube despacio las escaleras. Tan temprano y ya se siente cansada. Cansada por haber dormido poco y mal, y cansada porqué sabe el día que le espera, y ese pensamiento te cansa por anticipado. Esa fatiga que no se desvanece jamás. A media ascensión se pregunta si hicieron bien en venirse a Cataluña, pero a pesar del cansancio se esfuerza en borrar esa duda. Además, ¿de qué sirve dudarlo? El marido lo tenía muy claro cuando le dijo que lo preparase todo porqué se iban a Europa. Y ella aceptó, porqué el marido manda y además debe tener razón cuando dice que Europa es lo mejor para los niños, para su futuro.

En Nador, el padre de Loubna tenía una mula. La mula obedecía siempre y sin rechistar, y lo hacía con una mirada ausente y complacida, como si se enorgulleciera sabiendo que con su esfuerzo hacía mejor -o por lo menos más llevadera- la vida de los hombres. A veces, la mula soltaba un lagrimón gordo y rechoncho que se le pegaba en los pelos de la mejilla, y allí se solidificaba. En esa gotita, si te fijabas bien, había un arcoiris pequeñito.

6 comentaris:

  1. Cuando aquí se agotaron las mulas sumisas, hubo que encontrarlas lejos de aquí, para que la noria que alimenta los bolsillos de unos pocos siga girando.

    Pero nadie pensó que sucedería si las mulas de otras tierras dejasen de ser necesarias, donde se las estabularía, o que se haría con ellas. Y si habría pienso y pasto para todas las mulas.

    Saludos.

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    1. La historia se va repitiendo una vez tras otra. Las mulas cambian de nombre y de procedencia. Los que las contratan, no. Son siempre los mismos. Hay una mayoría que entrega su vida para salvaguardar la existencia de unos pocos. Hace poco, alguien me dijo que se preguntaba porqué los ricos siempre son ricos y los pobres siempre pobres. Hay una candidez sorprendente en esta pregunta.

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  2. Todos somos sumisos de algo. Loubna lo es de su marido, su marido de la religión; los niños de ambos, de la miseria, y el barrio en donde viven de los políticos de turno.

    Es un relato veraz y triste, como son los relatos auténticos, los que no tienen final feliz, simplemente porque no hay espectativas.
    Un abrazo

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    1. Bueno, a pesar de todo yo tengo algunas espectativas. No para mi, claro, si no porqué sigo creyendo en el valor del pensamiento crítico. Avanzamos algo, aunque sea dando palos de ciego. Tu y yo, de hecho, somos un ejemplo de que algo se puede avanzar, aunque no sin dolor ni pena.

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  3. és com és la vida de moltes dones i no nomès al marroc. L'avi Lluís quan es referia a la iaia Maria, sovint ho feia com: la burra.

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    1. Tens raó. Aquí ens creiem molt avançats i molt llestos, i fins i tot hi ha un cert complex de superioritat alimentat pel supremacisme. Però som vulgars i corrents i, com a societat, molt atrassats.

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