29 de gen. 2021

¿Hay gilipollas en el mundo?

Hoy, durante el descanso entre las clases, he salido a dar una vuelta por entre los bloques de Campoamor. El sol todavía lucía por la parte de poniente. Un niño, de unos siete años, asomado a su ventana del segundo piso, gritaba a pleno pulmón:

-¿Hay alguien gilipollas? ¿Hay alguien gilipollas en el mundo?

Lo repetía una y otra vez, y nadie le respondía. ¿Qué preguntas hará ese niño dentro de una, dos o tres décadas? ¿Habrá alguien para responderle?

Me he acordado de aquella escena de una película de Fellini en la que un hombre encaramado en un árbol grita sin cesar Voglio una donna! y solo los niños se rien de él.

Me he preguntado si yo, cuando era niño, también me había formulado esa duda. Aunque quizás no la planteé nunca con las formas del niño de Campoamor, quizás sí me lo pregunté. O quizás incluso lo pregunté. En cualquier caso, no recuerdo respuesta alguna.

De regreso a las aulas me ha venido a la mente el recuerdo de aquélla cinta en Super 8 que grabó mi tío Alberto. la encontré hace años y la hice pasar a digital. En ella aparecen dos niños y varios adultos. Todos los adultos de la cinta están muertos y los dos niños tienen más de cincuenta años, amén de algún achaque, varios disgustos, más de un quebradero de cabeza. Me sorprende la facilidad de la sonrisa en el niño que fui. Incluso la risa. Dice, un teórico de la física cuántica, que del mismo modo que la materia se expandió en todas direcciones tras el Big Bang, también lo hizo el tiempo. Es decir que hay, en alguna parte, un tiempo que va hacia atrás. Hoy lo he comprobado, viendo aquel Super 8. Aunque esa sea ya una película de fantasmas.

Luego, y ya en casa, he visto las noticias y me he divertido pensando en las dos preguntas: ¿es posible ver fantasmas? y la otra, la crucial, la del niño: ¿hay gilipollas en el mundo?.

Nota: el término gilipollas es, según un estudio reciente, el insulto más frecuente en España.

27 de gen. 2021

Laura, los inteligentes y los fachas

Llevo unos años asombrado ante personas a quienes tenía por inteligentes, sensatas y cabales que, de repente, se manifiestan (a veces con vehemencia) a favor de la independencia de Cataluña. Y no solo eso: también repiten los eslóganes, las frases y las consignas que les dictan sus líderes como si alguien les hubiese extirpado la parte del cerebro que se ocupa del pensamiento analítico. Y no termina todo aquí: a menudo tienen delirios patrióticos, unas veces seniles y otras pueriles. Imaginan y relatan un país de cuento de hadas, casi perverso en su fantasía.

Los ateos, por ejemplo, se asombran ante los científicos, filósofos o grandes ingenieros que proclaman creer en la existencia de un Dios, invisible e inasequible a la razón. Se preguntan ¿se puede ser tan inteligente y a la vez creer en entelequias tan desquiciadas como el Reino de Dios o la resurrección? En el caso de los científicos creyentes no me voy a meter. Solo diré que, si esa creencia les permite llevar una vida mejor, ¿qué habría de malo en ello?

No puedo decir lo mismo de los creyentes en la independencia de Cataluña: su delirio es un deseo de imposición por la fuerza al resto de los catalanes (que por cierto somos la mayoría y ese no es un dato menor). Así pues, solo caben dos opciones ante el dilema entre inteligencia y nacionalismo-secesionismo:

  • Quienes parecían inteligentes en sus cosas y a la vez son nacionalistas, solo parecían inteligentes en lo primero, más no lo eran.
  • Si son inteligentes y nacionalistas a la vez, quizás hay un indicio de maldad en su opción política.
  • Bueno, hay una tercera opción: son inteligentes para unas cosas pero muy ingenuos para otras. (Esta posibilidad se inspira en la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner, que no presenta ninguna evidencia científica).
Otra cosa sería para los líderes, a quienes solo les cabe la opción de la maldad. Quien dice maldad, dice codicia, ansia desmedida de poder. Eso se palpa en las redes sociales, ese engendro del que (casi) todos participamos, unos como títeres y otros como titiriteros. A mi me tiene fascinado la figura de Laura Borràs, candidata que no oculta ninguna de sus ocurrencias delirantes ni su diabólica atracción por el totalitarismo y por un protofascismo más que evidente. Pero más fascinado me tienen aquéllos que la admiran incluso des de sus casas pobres cuando no míseras, con su infinidad de problemas cotidianos. Quienes, como yo, debemos preocuparnos por nuestro día a día y nuestras cosas y sabemos que la independencia de Cataluña nos acarrearía un montón infinito de nuevos problemas: ¿alguien piensa en lo que sería de una Cataluña fuera de España y de la Unión Europea, en una situación como la presente? No parece nada sensato. Más bien parece un suicidio colectivo de tintes freudianos con unas pinceladas del sueño de Himmler, aquélla Alemania medievalizada con sus héroes rubicundos y ridículos.

Laura Borràs no duda en proclamar frases facilonas, soluciones simples, propuestas infantiles. Bueno: sabemos que es una personalidad difícil y compleja, con un ego de aspecto narcisista e incluso peligroso. pero entonces ¿eso solo es visible para quienes no compartimos su delirio? ¿Cómo se explica que haya personas normales capaces de repetir sus sandeces, zafiedades y bobaliconadas?

La respuesta a gran parte del problema debe venir de la ciencia: la sociología, la antropología y la psiquiatría de las masas (y quizás de los individuos). Pero ahora nos encontramos ante la inminencia de unas elecciones, y lo primero es lo primero: debemos ser capaces de proponer un cambio con nuestro voto. Un voto por la racionalidad, por el retorno a lo que es importante. No arreglaremos las disonancias cognitivas de nuestro conciudadanos secesionistas, pero sí podemos exponer nuestro punto de vista racional, sensato y democrático. No somos fachas: somos ciudadanos democráticos que están hartos de que los protofascistas nos usurpen la democracia. Y creo que debemos exponerlo así, en voz alta y clara. No solo nuestro voto cuenta ahora: también nuestra voz.

No somos fascistas, no somos franquistas, no somos totalitarios. Sin embargo, señora Borràs, usted se parece mucho a las tres categorías. ¿Tiene ella derecho a ser como es? ¡Por supuesto! ¿Tiene derecho a engañar a media Cataluña solo para satisfacer a su egolatría? Eso depende de nosotros. Voten. Pero hablen también, sin miedo.

24 de gen. 2021

La posibilidad de una isla


La candidatura de Salvador Illa a la presidencia de la Generalitat indica la posibilidad de una isla: una isla es aquel lugar que te puede salvar la piel después del naufragio del buque insignia que pretendía conquistar el mundo, cuando ya sólo pensabas que te ahogarías sin remedio y que caerías hasta el fondo de un abismo oscuro. Una isla es un fragmento de tierra, que puede ser pequeño o muy grande (Menorca o Australia). Pero tierra al fin y al cabo. Tierra. Un lugar donde puedes poner los pies y vivir sin temor de los tiburones, de los calamares gigantes y del Cracken.

En una isla, sin embargo, te puedes encontrar una civilización ejemplar, como la Atlántida mítica, o una tribu de caníbales. Al final del agua puede haber el horror que narra Joseph Conrad, o el delta final que explica Magris en el último capítulo del Danubio: “Haz que mi muerte, Señor, sea como el deslizarse de un río en el gran mar” .

Es muy probable que la mayoría de los catalanes deseemos esta paz. Que se acaben los sufrimientos, las ofensas, los insultos, las amenazas a la convivencia, las banderas agresivas, las cruces de San Andrés y las boinas carlistas. Es muy probable que la mayoría de los catalanes queramos vivir tranquilos y en paz y en democracia y en concordia y en pacto y en consenso.

Esta es nuestra isla y nuestro delta. Deslizar por la vida sin identitarismos rabiosos. Deslizar y basta, y preocuparnos de las escuelas, de los hospitales, de la asistencia social. Como en un lugar normal cualquiera, sin banderas ni rostros pintados para ir a guerras antiguas que nadie recuerda. Pensar en la salud y la educación sin pensar en la patria. El delta. Allí donde el agua baja mansa, agradable, apta para todos.

Me parece que los ciudadanos de Catalunya necesitamos una isla, aunque esto parezca un eslogan demasiado fácil. Y ya no queremos más eslóganes, tras la borrachera de eslóganes y pancartas en los balcones de los últimos diez años.

También queremos las cosas claras; sencillas y claras. La sedición es sedición y el indulto no contempla la sedición cuando la sedición es un atentado a la democracia. Debemos convivir entre todos porque el mundo es de todos, pero tenemos que preservar la democracia y los acuerdos. Lo que hemos visto en el Capitolio de Washington nos enseña que la sedición es sedición y que la sedición es un atentado muy grave en nuestra democracia.

La democracia no cayó del cielo ni es una ley universal ni nos la envió un Dios benevolente, como la gravedad o las mareas del mar o la extinción de los dinosaurios. La democracia es el resultado, pequeño y frágil, después de miles de años de barbarie. A la democracia tenemos que defenderla, y tenemos que defenderla en aquellos lugares donde sus costuras sufren y se quiebran. En Catalunya sufren las costuras de la democracia, porque hay quien cree que unos presos comunes son presos políticos, y quien cree que un hombre que se fugó de la justicia de un país democrático es un exiliado. En Catalunya la democracia sufre cuando quienes suben encima de un coche de la policía animan a la gente a que ocupe una consejería. Cuando un presidente regional anima a ocupar una autopista, a apretar contra el sistema, a quemar contenedores de basura para que la basura ilumine unas calles oscuras.

La democracia está en juego y necesitamos una isla. Aunque esto parezca un juego de palabras demasiado fácil y demasiado oportunista. Ahora recuerdo a Miguel de Unamuno en sus últimos años, cuando aún no se había dado cuenta de que España naufragaba y pensaba que sólo soportaba unas olas desmesuradas, sin darse cuenta de que el tsunami era un tsunami. No podemos jugar a confundirnos, en España. Somos una península y una península hace, a veces, el papel de una isla. En España no se puede jugar a hacer ver que no veo venir la ola, porque la ola llega y no podemos hacer nada. No podemos olvidar, en España, que hace ochenta años tu abuelo mataba al mío y dejaba el cadáver junto a la carretera. No podemos olvidar que el cura fusilaba al maestro, ni que el maestro tomaba el fusil, al atardecer, y disparaba contra el cura. No podemos olvidar que España era esto hace apenas ochenta años, y que España no es un patio de escuela donde podemos jugar. Necesitamos un instante de paz o una isla o un delta. Necesitamos vivir en paz y comprender que la democracia es el lugar de todos.

21 de gen. 2021

Al señor Pablo Iglesias, vicepresidente del Gobierno de España


Señor Pablo Iglesias,

Durante una entrevista en los medios, tuvo usted un momento desafortunado y comparó a los españoles exiliados en 1939 con el señor Puigdemont. Todo el mundo entiende que los humanos cometemos errores, y casi todo el mundo rectifica cuando se da cuenta de su metedura de pata.

Podría contarle múltiple razones por las cuales es imposible comparar a Puigdemont con los exiliados de 1939, pero usted es hombre leído y con títulos universitarios, así que no creo que sea necesario. Lo que usted no sabe (ni tiene porque saberlo) es lo que le voy a contar a colación. Solo le pido, humildemente, que lea mi historia, que no es mía si no de mi abuelo.

Le voy a contar la historia de mi abuelo materno, Miquel Albert Barris. Miquel, en 1939, era un cargo público en la prisión de Montjuïc. Estuvo allí hasta el final. El mismo día en que las tropas de Franco entraban por la Diagonal, Miquel requisó una motocicleta y no paró hasta llegar a la frontera de Francia. Sabía que si le pillaban le iban a fusilar sin juicio ni mediación alguna.

Cuando se marchó llevaba lo puesto. La ropa, los zapatos, un lápiz y una libreta. Nada de dinero, nada de nada. Los gendarmes le metieron en un campo para refugiados al lado de Montpélier (donde hoy se levanta el complejo de sexo liberal más grande de Europa). Entonces nada más había exiliados republicanos hacinados. Dos años más tarde, Miquel moría de tuberculosis y era enterrado en el cementerio del pueblo. Uno de sus hijos devolvió sus cenizas a España en 2009, pagando todos los costes de su bolsillo.

Durante esos dos años en Francia, Miquel escribió algunas cartas a su mujer y a sus tres hijos (la menor, de 3 años, mi madre). Usaba un pseudónimo distinto cada vez, para no comprometer a nadie. A su mujer le avisaron meses más tarde, un compañero que entró en España clandestinamente. La viuda y los hijos pasaron años de penurias, hasta que el mayor empezó a trabajar y, poco a poco, las cosas se fueron resituando. La familia, sin embargo, quedó seriamente dañada y la esposa jamás se recuperó.

 A día de hoy, por cierto (aunque eso sea anecdótico y prescindible), el partido en el que militaba Miquel, el partido que le dio el cargo y le militarizó en 1938, todavía no se ha puesto en contacto con sus descendientes, ni tan solo para expresar su pésame.

Vivo en Cataluña, nací en Cataluña y no soy nacionalista de ninguna nación y, por lo tanto, no soy independentista. Llevo muchos años soportando --con dificultades y dolor-- a la derecha independentista de esta región, una derecha que se presenta como víctima pero que a la vez ejerce de opresora sin cesar, como si pensara que los catalanes no independentistas carecemos de derechos, o que somos malos catalanes o que no merecemos ningún respeto. En ese proceso tan desafortunado, los partidos de la izquierda tradicional han dudado en la opción que deben tomar y, cegados por el victimismo de la derecha nacionalista, han pensado que deben estar del lado de esa víctima falaz. Usted conoce la teoría de la interseccionalidad, las teorías de Ernesto Laclau y demás teóricos y quizás haya caído en la trampa de pensar que los catalanes no independentistas somos ricos, fascistas y opresores.

Le invito a que piense un poco más en los catalanes, a que me pregunte lo que quiera, y yo le responderé. Prometo ser ecuánime y objetivo. Pero también le contaré la desazón y el dolor de quienes, por no ser independentistas, nos hemos visto sumergidos en una apabullante espiral de silencio en nuestras familias, en nuestros centros de trabajo, en nuestras relaciones sociales.

Su declaración en los medios quizás fue precipitada, mal calibrada. Eso le puede pasar a cualquiera y no tiene mayor importancia. Pero esa frase suya, por desgracia, es la frase del vicepresidente de España. Y por lo tanto tiene una relevancia especial. Una relevancia especial y una consecuencia concreta: su frase nos deja, otra vez, a los pies de los caballos del nacionalismo y de esa derecha oligárquica, secular, que gobierna Cataluña y opta por excluir a los que piensan de modo distinto al suyo.

Voy a volver solo un momento, y para terminar, a mi abuelo Miquel Barris. Miquel se exilió por miedo a perder la vida. Su opción fue defender a la república española, a la constitución democrática. El señor Puigdemont se marchó a Bélgica tras desafiar y violentar la legalidad democrática española. Es decir: mi abuelo (y los demás exiliados de 1939) son exactamente lo opuesto al señor Puigdemont. Si Franco hubiese perdido y se hubiese exiliado, ese sí sería como Puigdemont. Esa es la única comparación posible.

Le estaré muy agradecido si se molesta en respondeme, a pesar de las árduas tareas que le ocupan.

Atentamente,


15 de gen. 2021

Presidentet, posi les urnes!


El principito de la democracia ha suspendido las elecciones catalanas. Es algo maravilloso.

Y aún sabiendo que poco tiene que ver la democracia con el voto, no deja de sorprender que quienes fueron los adalides del votismo ahora suspendan lo que consideraban sagrado. La democracia y el voto tienen poco que ver: en las dictaduras se suele votar, especialmente en referéndums más o menos apañados. Y, por otro lado, por más que votemos, si los dirigentes son autoritarios, la democracia brilla por la ausencia. Es decir... ¿deberemos preguntarnos qué tipo de régimen es el poder autonómico catalán? Y me lo pregunto y se lo pregunto a usted, señor Presidente Sánchez. Creo que usted se lo debe haber preguntado más de una vez, aunque por el momento no se haya removido en su asiento. ¿O si lo ha hecho pero no lo ha dicho?

No deja de sorprender que, quien lleva años lamentando que no le dejan hacer un referéndum ilegal (y luego se queja de que les hayan zurrado un poco la badana por llevar a cabo un acto ilegal), se saque de la manga un argumento como un virus para suspender una elecciones.

El principito de la democracia (y su partido) acaban de sacar una campaña que se titula "Obrim les escoles". Y es cierto: los colegios catalanes están abiertos (cosa que aplaudo). Un servidor lleva ya tres PCRs, y lo que te rondaré, nariz morena. En los colegios, las personas pasamos una seis horas diarias, de lunes a viernes. En los colegios electorales, unos 10 minutos una vez cada cuatro años. Sin embargo, los colegios de estudiar están abiertos y los de votar, cerrados. Eso sucede en la región que quiere votar caiga quien caiga pero ahora suspende una votación. Y la suspende por orden de uno de los principitos del votismo, esa religión que pide adorar urnas chinas de plástico disfrazadas de tupperware.

Dijo Isaac Asimov que existe el culto a la ignorancia. Y que la democracia invita a pensar que vale lo  mismo mi ignorancia que el conocimiento del otro. Algo así debe pensar el señorito Aragonès, que o bien piensa poco o bien cree que los demás somos tontos.

Algo muy raro está sucediendo en Cataluña. ¿Se terminó de repente el votismo? ¿Ya no es sagrada la urna? Es posible que los independentistas intuyan el final de su época y, como todos los regímenes autoritarios, quieren morir matando. Pero también es posible que hayamos entrado en una fase más oscura y siniestra del proceso. Y debemos estar al tanto. Trump intentó un golpe de estado contra sí mismo y esos señoritos, siempre fascinados por el magnate neoyorquino, han pensado que la democracia es frágil. Tanto, que la podemos sustituir por un remedo caricaturesco y decir que llueven virus. Al fin y al cabo, si esos pobres ignorantes creyeron que iban a construir estructuras de estado y una república independiente, se lo van a creer todo.

Quizás ha llegado la hora de que los catalanes pidamos amparo a la ONU. A la espera de lo que haga la Junta Electoral Central, que está por ver. Recuerden que Cataluña no tiene junta electoral regional porqué jamás han elaborado una ley electoral regional, algo que hicieron la mayoría de las demás regiones de España.

Así que, señorito Aragonès, prícncipe de la democracia, presidentito... ¡ponga las urnas! !Queremos votar! Volem votar!

¿No será que era la Cataluña nacionalista y votista, la demofóbica?

Les invito a escribirle al Síndic de Greuges (el defensor del pueblo de la cosa catalana) para reclamarle al señorito Aragonès que ponga las urnas: el poder autonómico no puede suspender la democracia cada vez que se le antoje. Lo hizo el 7 de septiembre del 2017 y lo repite el 15 de enero del 2021. Dijeron que lo volverían a hacer y lo han cumplido. Es lo único que han cumplido en muchos años.


13 de gen. 2021

La caducidad del Síndic de Greuges


Por lo que leo, la función del Síndic de Greuges (en español, el Defensor del Pueblo) consiste en proteger al ciudadano de los abusos del poder. Aquí ya tengo una primera enmienda: ¿este cargo debe presentarse con un título sacado del pasado medieval? Hace poco, me dirigí por segunda vez en mi vida al Síndic de Greuges, para protestar sobre una campaña horrorosa y ofensiva del alcalde de mi villa que ahora no voy a explicar. La respuesta del Síndic, burocrática hasta el delirio, era casi imposible de comprender. Me pidió más datos de la forma más rocambolesca imaginable, con varios correos sucesivos: 

  • En el primero me confirmaba la recepción de la queja y me daba unas claves diabólicas para seguir el curso del trámite.
  • En el segundo me preguntaba si me gusta o no me gusta el protocolo sinuoso de claves, contraseñas y otros laberintos que había generado mi queja.
  • En el tercero procedía a recabar más información.
  • En el cuarto me notificaba el cierre del expediente.
Así, si el título de Síndic de Greuges procede de esa neblina medieval tan cara a los catalanistas, su proceder parece inspirado en un versión 3.0 de Franz Kafka y, en mi imaginario, se me apareció el Síndic de Greuges de la Tyrell Corporation, aquella empresa mefistofélica que es la auténtico protagonista de la cinta Blade Runner. ¡Un Síndic para el siglo XXI!

El galimatías digital del Síndic parece algo sutilmente diseñado para disuadir, aburrir y alejar a los agraviados. Es decir: una forma poco sutil de trabajar poco. Sin dejar de cobrar mucho: algo muy viejo.

Mi primera reacción, la reacción pasional, fue escribir una nueva queja dirigida al Síndic. En esta ocasión, protestando por la complejidad tecnológica que propone la sindicatura, tan barroca como estúpida tras su disfraz de tecnología avanzada.

Luego me vino la calma y me dije: ¿para qué protestarle más al Síndic? ¿Para qué sirve, aparte de para recibir cuatro mails escritos en egipcio antiguo? ¡Debería ser un Champolion catalán para comprender sus vericuetos!

Aún así, me informé un poco sobre el Síndic, un tal Rafael Ribó. Rafael Ribó, Rafael Ribó... me repetía yo para mis adentros, ese es un nombre que me daba tumbos por la memoria de cuando yo era un adolescente que leía El Víbora y él alguien muy importante en la cosa catalana. También supe que su cargo caducó hace un montón de años pero ni le echan ni dimite ni se jubila honrosamente. Yo, que quisiera jubilarme mañana mismo, tengo que ver como ese espantajo no pide la jubilación tan merecida. ¿Porque será?

El día 13 de enero, mientras escucho las noticias, oigo su voz gangosa y lunática en la radio: dice Rafael Ribó que las elecciones catalanas no deberían celebrarse en la fecha que toca. ¡Vaya! Ribó dice lo mismo que quiere Puigdemont, mira qué casualidad. Me sorprende que Rafa quiera retrasar las elecciones. Tiene una edad, ya me entienden. Pero más allá del chascarrillo: ¿es función del Síndic decidir el día de las elecciones? ¿A quién defiende? ¿Defiende al pobre ciudadano Carles Puigdemont ante el abuso de poder de un tal Roger Torrent, que quiere jorobarle el chiringuito? Solo en ese caso se comprendería el empeño de don Rafael Ribó.

Don Rafael, Síndic de Greuges dels Comtats de Catalunya, l'Alguer i el regne de Nàpols: me siento tentado de mandarle una queja sobre el Síndic de Greuges y pedirle, en la postdata, que solicite la jubilación de una vez. Creo que va siendo la hora de renovarle. Usted, que fue levemente marxista en su primera juventud de niño rico, lo comprenderá. Se trata del devenir de la historia, algo que a usted le debe sonar de algo.

12 de gen. 2021

Molt Honorable President Roberto Zucco

Roberto Succo fue un criminal veneciano muy famoso en los 70 del siglo XX, sobre el cual Bernard-Marie Koltès escribió una gran obra de teatro (en el teatro se apellida Zucco), posteriormente llevada al cine con buen sentido por el cineasta Cédric Kahn. Zucco, después de dejar un reguero de asesinatos durante la huida por el norte de Italia y parte de Francia, dijo, al ser apresado por la policía, que todos sus delitos los había cometido por idealismo político, ya que él era, en realidad, un anarquista nihilista en vez de un majadero psicópata. La justicia italiana prestó poca tención a la vocación tardía de Roberto y le dejó en la cárcel de los presos comunes (y peligrosos).

En Cataluña tenemos ya a unos cuantos delincuentes que, tras ser pillados con las manos en la masa, se declaran idealistas, motivados por razones políticas estrictas y, por lo tanto, puras. Como queriendo decir que los motivos políticos son como los del amor, de la fe: por encima del bien y del mal.

Tantos de esos hay en Cataluña que uno, uno por lo menos, llegó a Molt Honorable President y se mantuvo en el cargo durante 23 años. 

A día de hoy tenemos a una candidata a Muy Honorable que seguirá el mismo camino: a su manera, Laura Borràs copiará la metodología Zucco y, cuando el juez la condene por malversación, falsificación, prevaricación, cohecho y algún que otro delito más, afirmará que todo lo ha hecho por patriotismo, por el noble ideal del país que nunca existió. ¿Qué idealismo más alto se puede imaginar uno?

Por consiguiente, ante la probable condena judicial, Borràs se proclamará víctima de la opresión política y judicial contra el nacionalismo catalán y aprovechará el momento para repetir que España es franquista y ella la más demócrata del planeta. Al tiempo.

A la manera de Zucco, Borràs acaba de declarar que es "hija del 1 de Octubre", ya saben, uno de octubre de 2017. ¿Tiene Laura Borràs 2 añitos (y medio) de edad? ¡Qué prontito escuchan la llamada de la patria esos nacionalistas catalanes!, dirá alguien. Pero no, ella cuenta otra cosa: cuenta que el día 1 de octubre del 17 --cuando Borrás contaba 47 añitos, dedicados a otros intereses--, sufrió una epifanía y renació al nacionalismo radical, al nacionalismo que pone urnas de pega y proclama repúblicas de 8 segundos y ¡oh Dios! promete volver a hacerlo y se fuga en el maletero de un Audi y otras lindezas que no hace falta contar.

A su manera, Borràs avisa que declarará ante el juez: señor juez, yo lo hice por idealismo, por patriotismo y eso. Y mire usted: tengo dos añitos (y medio). ¿Meterá a una niñita de 2 años (y medio) en la cárcel? Eso sería el colmo de la opresión, la represión y tal y cual.

Por cierto: el juez no indultó a Roberto Zucco. Es un dato que dejo ahí.

9 de gen. 2021

Un hombre de rodillas en la puerta del Mercadona

El hombre lleva muchos meses sentado en la puerta del Mercadona. Es un hombre joven, antes de los treinta. Es moreno, delgado, enjuto y escueto. Tiene ojazos azabache y labios rojos, siempre al borde de una sonrisa triste, como de santo gótico. A diferencia de los santos antiguos, en su sonrisa no hay esperanza. Solo el brillo de un pesar infinito, el brillo muerto de quién hubiese preferido no haber nacido pero una vez aquí se dijo: ¡qué le vamos a hacer!. Llega cada mañana volando en un patinete, que aparca a pocos metros. Lleva una mochilita del Decathlon y un smartphone como de casa buena.

No fuma, no bebe. Teclea todo el tiempo en su pantallita. Debe hablar con ángeles desconocidos. O con demonios conocidos por todo el mundo.

Hay una belleza rara y metafísica en la palidez de los hombres desnutridos. Una belleza envidiable en esa delgadez que ansían los que pagan la cuota del gimnasio y él se la paga al hambre, meticulso y concienzudo. Al hambre del hombre que se bajó del árbol para postrarse se rodillas en la tierra áspera.

A veces se sienta y a veces se arrodilla. Deposita delante de sus rodillas un vaso de plástico con la marca de Starbucks. Siempre hay unas monedas muy modestas dentro del vaso. Creo que las primeras las pone él mismo, para incitar. Nadie nace sin saber dos o tres estrategias de marketing elemental.

Tiene el pelo liso, brillante, negro como el alquitrán recién echado en la carretera. Me recuerda a mi mismo cuando tenía los veinticinco. Quizás sea una proyección mía, quizás él sea yo en otra dimensión, en otro tiempo, en otra opción del universo. Yo también nací en una casa pobre y, aunque no sé de nadie de mi familia que hubiese pedido limosna arrodillado en la calle, eso no sería imposible.

He hablado con él algunas veces, más bien pocas. El joven es hombre de pocas palabras y prefiere hablar con mujeres. Eso sí, siempre le saludo. Nos decimos hola y adiós cada semana.

La primera vez que hablé con el joven moreno y más bien guapo de la entrada del Mercadona le pregunté por su lectura. El chico estaba leyendo un libro de pocas páginas, gastado y perdido el color de las cubiertas ocres. Se trataba de un manual para prosperar en las relaciones sociales, la edición antigua del Reader's Digest. Le pregunté si le gusta leer y me sonrió. Claro, me dijo. Este libro es muy interesante.

Pocos días más tarde le regalé un librito, unos cuentos de Stevenson sobre los mares del Sur. El chico contempló la portada, me sonrió con esa sonrisa de mártir medieval y luego se miró los pies.

Días más tarde, cuando llegué al supermercado para mi compra semanal, me encontré al coche patrulla de la Guardia urbana con esas luces azules, centellas de un neón lunar y futurista. Le tenían apresado junto a otro pedigüeño. Hubo una pelea territorial, me dijeron. Las clientas del Mercadona se santiguaban. Bueno, la mayoría movían la cabeza con desdeño, pero yo me fijé en las que se santiguaban. Me acordé de Blade Runner.

El joven con la sonrisa de un mártir antiguo tardó días en volver a la puerta del supermercado. Ahora habla menos y sonríe menos. Aún así, sigo viendo a un santo medieval y juraría haberle visto, años atrás, pintado en al ábside de una iglesia abandonada.


7 de gen. 2021

¿Sedición es igual que sedition?

Joe Biden no dudó en calificar de sedición la algarada de Trump y sus chicos. Eso se lo deberían apuntar por estos lares, donde parecen haber perdido el diccionario en el fondo de un cajón carcomido.

Hay que salvar las distancias, pero lo que se vio en el Capitolio de Washington ¿en qué difiere de lo que vimos ante la Consejería de Economía, con Cuixart y Sánchez al frente? E insisto: vayamos a lo esencial, al hecho y a su intención.

Algo muy frágil se rompe ante nuestras miradas estupefactas, indiferentes o alegres, da lo mismo. Algo frágil se está rompiendo, y saltan las costuras en América, pero también en España. La democracia es frágil, no cayó del cielo ni es una ley natural: se puede romper. Y a eso van los antisistemas del mundo: a romper la democracia. Ayer vimos que el sistema democrático se puede violar y no es muy difícil hacerlo. Bastan unos pocos miles de enfurecidos, de gente normal al fin y a l cabo, a los que su líder les ha alentado con consignas simples, burdas, eslóganes fáciles de retener y que sustituyen, anulándolo, cualquier ingerencia del pensamiento racional. Es fácil, y por eso mismo debemos protegernos. Hay que proteger a lo frágil. 

Hay que pensar.

En las manifestaciones, las algaradas y las quemas de contenedores de la ANC y de la Cup ha habido funcionarios: maestros, burócratas de la Generalitat y de los ayuntamientos, infinidad de personas que viven del sueldo público. Es decir, del sistema. Es decir: personas que viven (normalmente bien) del sistema pero que no dudan en echarle piedras al sistema. A un sistema que tiene el techo de cristal. ¿Eran terroristas? ¿Eran salvajes? ¿Estaban poseídos por un demonio violento? ¿Tomados por un trastorno pasajero? Creo que no, creo que nada de eso. Más allá de un análisis psicológico (quizás expresaban su malestar con el jefe, la pareja, los hijos o el trabajo) debemos pensar en el efecto de los discursos irresponsables, de las promesas de soluciones fáciles, mágicas o esotéricas: tras miles de años de civilización y doscientos de democracia, el pensamiento irracional consigue algo que parece imposible: que un maestro de escuela salga a apedrear a un juez, a un policía, a un diputado. Es decir: que salga a apedrear a quien le garantiza la vida en paz y en un país democrático.

Y eso no se puede tolerar, ni perdonar. Ni relativizar. Es imposible comprender a quien, des del poder, aviva el fuego irracional en los demás y les pide que quemen el sistema. No se puede engañar de ese modo. Vivimos, sin duda alguna, en uno de los países más pacíficos, democráticos y tolerantes del planeta. Y no ha sido nada fácil llegar hasta aquí. Por eso mismo, también, debemos protegernos. No se puede perdonar ni indultar al sedicioso: España sabe demasiado sobre las consecuencias de no saber ver lo que pasa. Que se lo pregunten a Unamuno, si saben.

Confío, con la confianza a medio gas, en que nos demos cuenta de lo que puede suceder si queremos ser demasiado comprensivos, enrollados, simpáticos o relativistas. Que la empatía y las ganas de pasar página no nos impidan ver los riesgos, demasiado elevados.

Hay que devolverle la razón y la democracia a las personas. En este país, nuestros abuelos se mataron y echaron sus cuerpos a las cunetas. Unos fusilaron a los curas y los otros a los maestros de escuela. No se puede jugar, en España.

4 de gen. 2021

Guerreros de Cataluña

Algo muy extraño sucede en Cataluña. Hay quienes se proclaman guerreros de la lengua catalana por el simple hecho de escribir en esa lengua. Sin embargo, esos guerreros de la lengua catalana escriben en un catalán miserable, empobrecido y lamentable: su catalán desconoce los principios más básicos de la sintaxis catalana. Quien se proclama guerrero de algo no dispone de armas pero sin embargo se presta a la batalla. La batalla ¿contra quién?. No tiene ni idea del uso de los pronombres catalanes, algo que cuesta un poco de aprender. Que se lo pregunten al pobre Ramón Cotarelo, al cual su admiración por la Cataluña de Puigdemont le sirvió de nada a la hora de escribir en la lengua del pastelero de Amer.

Está sucediendo algo muy raro: los defensores de la lengua catalana, convertida en bandera nacionalista, maltratan la lengua de su nación. Es un fenómeno observable y objetivo.

Es un fenómeno observado en infinidad de ocasiones: los más altos defensores de la nación catalana y de su lengua escriben en un idioma casi incomprensible, repleto de faltas. ¿Será eso una demostración de que la inmersión linguïstica es un modelo de éxito? De éxito ¿de qué?. Si acaso, será del éxito del adoctrinamiento ideológico, pero no del dominio ni de la competencia de la lengua escrita. Es algo muy raro. Pero, tal como pueden ver en la foto, quien se escandaliza de un bilingüismo sano y natural, escribe en un idioma surrealista. No se escandalicen todavía: quién se burla del bilingüismo es una persona que ha publicado por lo menos dos novelas en catalán. Y es la misma persona que, pocos años atrás, me soltó la siguiente barbaridad: quienes escribimos en catalán somos guerreros de la lengua.

Hace muchos, años un juez imputó a Macià Alavedra, consejerito de economia de Pujol, por corrupción. Salvador Sostres, en el diario Avui, dijo que había caído un soldado de Cataluña. Sostres parece haber visto la luz mucho más tarde, quizás por obra de algún whiski escocés. Sostres no es de fiar: hoy dice A y mañana B, en función de la resaca. Soldados de Cataluña y guerreros de Cataluña. Qué más da.

Cataluña no existe, se lo digo a Sostres y a Mayans. Sostres escribe bien en catalán y en castellano. Mayans no escribe, no tiene ni idea de escribir.

Uno tendiría a creer que quien se autoproclama guerrero de la lengua escribirá en una lengua exquisita. Pero en vez de eso lo hace en una lengua casi ilegible, ridícula, bochornosa. No se puede declarar una guerra y presentarse desnudo en el campo de batalla. Por suerte, nadie escuchó su declaración de guerra y nadie se reirá de la desnudez del oponente. No existe ninguna guerra entre el castellano y el catalán, no hay campo de batalla, no hay nada. Aprenda usted a escribir en el idioma que crea que le atrae más, eso es todo. Pero sepa que no hay guerra alguna. Sepa usted que nos alegramos del bilingüismo con todas us consecuencias. Convivir en distintas lenguas es nuestra felicidad, y su desgracia es no saber escribir en ninguna de las dos. Sepa usted que no hay guerras más allá de las que ustedes declaran. Sepa usted que sus guerras las han perdido. Las lengua nacen y mueren. Mueren cuando sus defensores no tienen ni idea de escribirla, tal como nos cuenta usted, la guerrera de la lengua.

MENJAR OSTRONS ÉS FER PAÍS

Anda que caminarás, me encontré de repente ante el rótulo de la foto. El lugar estaba desierto y parecía suplicar la tregua del tiempo y la ruina: abandonado y triste, el local a cien metros del rótulo era poco más que una barraca polvorienta de la cual se desprenden las tablas y se destiñen los colores queriendo ser blanco hueso. En ese lugar el viento es constante, sostenido y malo. El aullido del viento y las voces sardónicas de las aves, ese silencio rumoroso del campo. Eso y la dejadez del sur catalán.

En primer lugar pensé que el autor del rótulo era un tipo con sentido del humor, que la frase era un chascarrillo a costa de ciertos eslóganes nacionalistas que abundan en mi desdichado país, o quizás una burla cruel hacia la frase de aquel presidente regional que proclamó la ratafia fa país (la ratafía hace país). Sin embargo, algo me decía que no había ni pizca de humor en la inscripción: el nacionalismo carece de varias virtudes, y su primera carencia es el sentido del humor. No, me dije, aquí no hay chascarrillo posible: lo que se afirma es lo que se piensa, nada más y nada menos.

Consulté, más tarde, que cosa es un ostrón. Y descubrí que la palabra se refiere a la ostra de una variante más grande y más basta que una ostra común. El ostrón, por esas mismas características, se vende más barato que las ostras. En realidad, pues, el cartelito anuncia una baratija. Pero una baratija patriótica.

Recordé entonces cosas que me dijeron años atrás, cuando yo era muy joven: hablar en catalán es hacer país. Escribir en catalán es hacer país. Los nacionalistas de mi desdichada región siempre anduvieron obsesionados en hacer país a través de cualquier acción. Cuando publiqué una novelita en catalán me felicitaron por hacer país, aunque yo solo quería hacer una novelita. Pasé muchos años de mi vida enseñando a hablar y a escribir en catalán, y me felicitaron por hacer país cuando yo solo quería transmitir el gusto por hablar bien, escribir bien, amar a la cultura. La cultura y las lenguas del mundo.

Me asusté y me cansé. No entiendo de países y más bien me dan grima las banderas, los himnos, las ratafías. Decidí descansar del país. Así que abandoné el país sin salir de él. Me abstuve del país, de emancipé de su cultura y me puse a escribir en castellano, a leer en castellano. A ver cine francés en francés e inglés en inglés. Y cine ruso en inglés, o subtitulado al castellano. Me dan miedo los países y mucho más miedo me dan los países en construcción, ya que siempre se construyen contra algo o contra alguien.

Tuvo un efecto demoledor en mi el mensaje que recibí una noche de hace ya varios años: los que escribimos en catalán somos guerreros del catalán. No, no quiero la guerra, así que le devuelvo a usted las armas, los caballos, los escudos, el bravío. No nací para ir a la guerra. Que no me esperen en ninguna guerra. Y mucho menos en una guerra por una nación que no existe y nadie necesita. Quizás, y aún así lo dudo, participaría en alguna contienda para mejorar la calidad de la educación pública, de la sanidad, del bienestar social, de las comunicaciones, de la igualdad entre las personas, por la igualdad de oportunidades y de resultados, por la cultura universal. Pero nunca jamás por una patria fantasmagórica. Eso no, nunca. Que no me esperen debajo de una bandera, por mucha ratafía que me hayan regalado.

Me marché del lugar del cartelito de las letras rojo carmín y me olvidé de él. Luego, como pueden leer, volví a pensar en él. Con pena. El nacionalismo no solo carece de sentido del humor, si no que extermina el humor y conduce a la pena. En el nacionalismo solo hay guerra y muerte. Solo hay pena y cansancio en las naciones. Y mitos burdos, y héroes falsos, y aspiraciones espurias.

No comeré ostrones. Seguiré escribiendo en castellano. Aunque tenga que pedirle mil veces perdón a mi madre, de lengua catalana, no haré nada por ese país que quiere construirse contra las personas. Haré lo que pueda por las personas que viven aquí, pero nada de nada haré por hacer país.