29 de jul. 2018

Diario de un unionista enfermo


Me lo sugirió un amigo editor (e independentista, para más señas): deberías publicar tus artículos "unionistas" del blog en forma de diario, por ejemplo. Se refería a publicar en sentido tradicional, eso es, en papel. Me lo estuve pensando un buen rato. Y lo seguiré pensando. Mientras lo pienso voy andando por la calle, hacia la estación. Ando pensando en mis cosas, pero me doy cuenta de que, a la vez, estoy detectando, como sin querer, los lacitos amarillos que se cruzan conmigo. Me gustaría expresarles el fastidio que me producen, pero me callo.

Miro los rostros, las vestimentas y los gestos de quienes lo llevan. Una parte de mi mente intenta detectar un patrón. Se que lo hay, que tiene que haber un patrón. La naturaleza funciona por patrones. No solo lo dice la ciencia: también la experiencia, algo nada desdeñable cuando uno ha cumplido los 50 y sabe ya que la originalidad, lo especial y lo único son ensoñaciones ególatras.

Y a la vez, de repente, se me ocurre la pregunta terrible, como un azote: ¿será eso mío un trastorno?

Me refiero a mi mirada, a mi esfuerzo por encontrar un patrón (una razón, en el fondo) tras lo lazos amarillos in pectore. ¿Será una obsesión, lo mío? La pregunta me atenaza por la garganta y me sacude. Siento sequedad en la boca y una presión en las sienes. Entonces, también, pienso que esa facilidad casi pasmosa para ver lazos amarillos en la distancia podría ser algo malo. Ya no me parece una señal de ingenio ni de agudeza visual sino un problema.

Una vez sentado en el tren sigo con mis cavilaciones. Para aliviarlas me pongo a leer el fantástico ensayo de Marina Garcés "Nueva ilustración radical". Empiezo por el preámbulo y cada dos frases siento que está hablando, entre líneas, del proceso independentista catalán. No lo nombra ninguna vez, pero yo siento que en realidad Garcés habla "también" o quizás "sobretodo" del proceso. Cuando habla de los nuevos autoritarismos (llamados populismos) de los nuevos identitarismos defensivos y ofensivos no puedo dejar de pensar en Puigdemont, en Torra, etc... Me sucedió lo mismo revisitando "El pueblo de los malditos" y "La invasión de los ladrones de cuerpos".

Alzo la mirada y contemplo, a través del cristal, el verde suave del atardecer la vegetación de Collserola, el cielo malva y las nubes que amarillean, premonición del ocaso, aviso del abismo. Los bosques y el cielo no me responden. Indiferentes y bellos, no hay en ellos respuesta. Solo la indolencia cósmica.

Intento recapacitar. Quizás llevo demasiado tiempo enfermo de eso. Quizás evaluo demasiadas personas y fenómenos en clave procesista y eso me limita, me empequeñece. Hay libros que ni leo ni leeré porqué son obra de autores indepes. Hay lugares que antaño me gustaban y a los que no voy porqué me temo la avalancha de lazos amarillos, el alud de banderitas que me estarán acechando, como cuervos gualdos, decididos a hacerme sentir el más desgraciado de los catalanes, cuando no de los hombres.

Hace un par de días, mostré la colección de versiones de mis pintores preferidos a una persona conocida a quien, después de verlas, le confesé que no sabía cual sería mi siguiente obra a versionar. Ella, tras comprobar mi propensión por los autores coloristas y salvajes (los fauvistas Derain y Vlaminck, sobretodo) me propuso, con buen tino:
-Y una versión de Joaquim Mir, ¿qué te parece?
-¿Mir? -respondí yo, dando un brinco- Pero si ese... ¡es catalán!

La escena terminó entre risas, por supuesto. Pero poco después, otra vez solo, aquella risa se mudó en mueca agria: mi trastorno volvía a las andadas y me amargaba la mañana. ¿El independentismo de mis congéneres me ha dañado la salud y ha arruinado cualquier (ingenuo) proyecto de felicidad? Y luego: ¿habrá psicólogo o psiquiatra capaz de curarme? Algo me lleva a temer que hay en mi algo quijotesco. En el mal sentido, claro.

Quizás debería marcharme de aquí. ¿Alaska? No, aborrezco el frío. Y además: marcharme no solucionaría el problema, solo enmascararía los síntomas. Estoy seguro de que, una vez en Alaska, detectaría indicios de puigdemonismo en cualquier cacique local -o en un pastor evangélico- que me topase. Es así: la sola idea de creer (creer razonadamente) que Puigdemont dará nombre a un trastorno disociativo es, en si, un mal síntoma. Aunque acierte en mi pronóstico, ello no me hace feliz. Si no todo lo contrario. El fastidio con el procesismo está ocupando demasiadas áreas de mi cerebro a costa de las demás.

Podría conjurar todos mis males convirtiéndome al independentismo, lo se, pero en esa cuestión mi corazón y mi mente están de acuerdo en impedirlo y esa es una opción imposible. Mis dos apellidos catalanes no lo pueden evitar: cuando la fe y la razón se encuentran y se armonizan ¿quién es capaz de traicionar a ambas?

Podría negar mis convicciones y mis razones, ponerme un simple lacito amarillo en la solapa y abrazar la fe independentista: ganaría amigos, apegos, quizás amoríos y calma, incluso subvenciones y palmaditas en la espalda. Pero sería un zombi.

Cataluña no es ni bonita ni culta ni feliz, solo es el lugar del planeta que me ha tocado. Tanto como es ridículo enorgullecerse de haber nacido en ese lugar, lo es aborrecerlo por culpa de los patriotas que me fastidian y me trastornan.

25 de jul. 2018

Los pobres no veranean en Blanes


Solo he estado un par de veces en la villa de Blanes. En la primera, hace más de 20 años, para asistir a un acto de la cultureta y recoger un premio literario. Fue una escena berlanguiana que todavía hoy me trae una sonrisa a los labios. Si, es así: yo también participé de la cosa. Solo me puede excusar mi juventud, con la ingenuidad y la memez que conlleva. En la segunda, ya más madurito, para rastrear las huellas de Roberto Bolaño, el chileno genial que vivió en Blanes (algunos afirman que el chileno eligió Blanes por el capítulo de la novela de Juan Marsé que transcurre en esta villa, y a mi me gusta pensar que es así). En la segunda visita me encontré el paseo marítimo (ese alarde de ingeniería tan inevitable como costoso, además de inútil, que no falta en ningún pueblo costero) devastado por la tormenta del día anterior.

Blanes siempre será, para mi, el escenario de las andanzas de Bolaño y, por supuesto, el de las escenas de una de las grandes novelas catalanas, en las que el Pijoaparte, en la ficción, se pasea (y fornica) y descubre algunas cosas interesantes de la burguesía catalana que veranea en Blanes. Blanes podría ser una villa del imaginario literario, por donde uno podría andar con todos los pajaritos revoloteándole en la cabeza. Blanes pudo haber sido algo bello. Sin embargo...

Sin embargo, la codicia de los ricos afeó la villa con sus hoteles y su deliberada desobediencia a las normativas urbanísticas, un vicio que nos hace muy españoles digan lo que digan los catalanes esencialistas. Y sin embargo, también en Blanes plantan cruces amarillas en las playas esos mismos esencialistas, amparados por la autoridad, algo que, a día de hoy y en la desdichada Cataluña, se considera libertad de expresión. Y sin embargo, también en Blanes nació el que hoy ejerce de presidente de la Generalitat. Todos esos sin embargos han transformado la imagen de Blanes y la invalidan como el lugar literario y mítico que pudo ser.

Hoy pensaba en Blanes solo porqué he empezado a leer "2666", la novela de Bolaño que se publicó, póstumamente, en 2004. He comprado la edición de bolsillo, la más barata. Hace unos años leí algunas páginas, pocas, (tiene más de 1000) de un ejemplar que tomé en préstamo de la biblioteca pública. Cuando uno ha nacido en una casa pobre arrastra para siempre los hábitos que enseña la pobreza. Y no lo lamento para nada: es más, me gusta reivindicar la pobreza como forma de vida, como opción. Quizás no me quede otra opción, claro, ya que la vida de un asalariado español no permite vivir de ninguna otra forma y asumir la pobreza como opción no deja de ser una forma de resignación adornada por tintes cristianos. Quizás. Incluyo la duda con este "quizás" porqué, al fin y al cabo, Artur Mas y otros jerifaltes de casa buena también reivindican la austeridad.

Nací en una casa pobre, muy humilde. Jamás deseé ser rico, las cosas como sean. Ni rico ni poderoso. Y cuando pude codearme con los ricos huí despavorido sin saber porqué, por puro instinto. Se que la pobreza genera ignorancia y la riqueza, codicia. Ya se que la codicia también genera jardines con piscina, sombrillas y muros altos, recubiertos de hibiscus y de buganvilias: no soy tonto. Pero entre la codicia y la ignorancia, prefiero la ignorancia: a la ignorancia la puedo combatir con lecturas y escuchando a los grandes del pensamiento. Sin embargo, nada se puede contra la codicia: dos mil años de cristianismo solo han logrado caridad e hipocresía.

Es por todo eso que me apena la realidad catalana de hoy, ese soberanismo que ansía una república de ricos codiciosos henchidos de una superioridad que no se en qué se fundamenta. Es por todo eso que me entran ganas de subirme a un tren y visitar de nuevo Blanes como un Pijoaparte sin promesas amatorias, sin motivo, solo para sentarme y leer a Bolaño en la terraza del bar más cutre que encuentre. Y regresar en el último tren, de noche, hacia mi pisito que huele a incienso del Mercadona.

22 de jul. 2018

El orden del día


El panel, un sencillo rectángulo de corcho, está en el distribuidor de una de las plantas del edificio. Uno se lo encuentra cuando sale del ascensor y se dirige a una oficina de la Generalitat de Cataluña para llevar a cabo unas gestiones. Todo el edificio, en el centro de Barcelona, está ocupado por dependencias de la cosa pública catalana.

En la parte superior del panel, con dos humildes chinchetas, hay un cartelito: "Informació Generalitat". Y tiene algo de cierto: escorado a la derecha hay un folio plastificado que trata sobre prevención de riesgos laborales. Todo lo demás no es lo que uno espera encontrar bajo el título que promete "información de la Generalitat". No me voy a entretener en describir cada uno de los demás documentos que se exponen en este espacio de información pública. Basta con mirarse la fotografía, pero quizás se puede resumir así: la efigie de Puigdemont aparece tres veces; hay un lazo amarillo (elaborado con papel y que representa la mitad de una cinta de Moebius, muy simbólico), y luego están tres folios, con cifras negras sobre fondo amarillo. Esas cifras hablan en un lenguaje críptico, solo para iniciados. Lo pregunto y me lo cuentan con un susurro, después de mirar con discreción hacia ambos lados. Ahora ya lo se: cada una de las cifras es el recuento de los días que llevan presos los políticos secesionistas en prisión preventiva, ya que no todos llevan presos el mismo tiempo. Era casi previsible: tal como sucede siempre con los misterios divinos y esotéricos, ahí está el tres, la oscura trinidad.

El número 112, el de abajo (es significativo que esté debajo, casualmente), no es el número de las emergencias sino que, ese día de mi visita, la señora Carmen Forcadell llevaba esa cantidad de días en prisión. Quizás sea demasiado atrevido inferir que el número correspondiente a Forcadell ocupa la posición más baja por ser mujer. Quizás lo podré comprobar si me dan un nada improbable "vuelva usted mañana", como en los chistes sobre funcionarios franquistas. A lo mejor, mañana, el 113 estará arriba, quien lo sabe.

Me cuentan -en voz baja- que una persona de estas dependencias cambia cada día los folios, puesto que hay que añadir una unidad diaria: el paso de los días obliga a imprimir de nuevo cada día, en un ejercicio que reedita el desastre de Sísifo día tras día. Jesucristo es crucificado cada día. Pregunto si esos folios se imprimen en una impresora de las oficinas, si el toner y los folios proceden del material fungible sufragado con los bienes públicos. Mi interlocutor encoge los hombros: no lo sabe o no lo quiere saber. O prefiere no contarlo. En este instante he topado con el muro del silencio, tan sólido e impenetrable como la tapia de la iglesia, amigo Sancho.

El edificio es enorme, tiene un montón de pisos. Por aquí pasan centenares de trabajadores públicos a diario, y luego estamos los ciudadanos de a pie, como yo, que acudimos por nuestras gestiones. ¿Nadie ha protestado? Y me responden con un nuevo encogimiento de hombros. Ya no pregunto más. Solo me responde mi miedo, que le cede el paso a otra emoción: una mezcla de tristeza y de hastío, una vaga impresión de cansancio ya desesperado, ya vencido. Penoso y  resignado.

*

Por estos días estoy leyendo "El orden del día", el trabajo de Éric Vuillard que ganó el Goncourt en 2017. Le he plagiado el título en mi artículo. El libro de Vuillard trata de la pasmosa facilidad con la que el nazismo alemán prosperó, de la pasividad mojigata de Europa ante sus desmanes, de la calamitosa "política de apaciguamiento" que propusieron los británicos ante las provocaciones de Hitler. Pero no, no voy a caer en el error facilón y barato (e inútil) de acusar a los funcionarios independentistas de nazis. No lo son. Del mismo modo que, si yo mañana me hago vegetariano, no me he hecho seguidor de Hitler el vegetariano. No son nazis, lo repito, pero sin embargo hay coincidencias formales, actitudes compartidas, la misma soberbia desafiante -¿tal vez inconsciente?. Y el desprecio por lo público -quizás solo es malversación, aunque hablemos de tres folios diarios y la apropiación (¿indebida?) de un panel de información institucional de menos de 2 metros cuadrados de corcho-, eso quizás es muy poca cosa. Pero ahí está la idea de que la "voluntad del pueblo" está por encima de magistrados, leyes, tribunales. Por encima de la Constitución. (La Constitución que, huelga decirlo, ampara y protege la existencia de la Generalitat de Cataluña y la de su parlamento).

Y también está ahí el uso retorcido de la "libertad de expresión", que se esgrime en ese corcho minúsculo. Si a mi se me hubiese ocurrido arrancar los cartelitos en nombre de mi libertad de expresión ¿lo habrían respetado en tanto que acto legítimo de mi libertad de expresión? ¿Sería leído como un ejercicio de represión contra la libertad de expresión?

Colgar esos cartelitos, de apariencia casi naíf, bajo el epígrafe de "Información Generalitat" delata una de las estrategias del independentismo institucional: disfrazar de democrático y legal lo que no pretende si no destruir lo democrático y lo legal para sustituirlo por un orden nuevo, surgido de la "voluntad del pueblo" y que juega a simular democracia y legalidad solo para humillar esos conceptos.

Cuando por fin regreso a la calle, una vez terminada mi gestión en las dependencias públicas, el sol de julio me abate con un ímpetu atronador. Me siento triste y desorientado. Ando sin rumbo durante un buen rato. Luego, unos nubarrones gris de Payne cubren el cielo y se desata un aire fresco, húmedo, inesperada premonición del otoño. Tendremos otro otoño malo, me digo, ya van unos cuantos.

19 de jul. 2018

Cotarelo en Tarragona (los catalanes somos hispánicos)

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El señor Ramón Cotarelo se fue a Tarragona hace unos días, invitado a dar una charla en un local de los Comités de Defensa de la República (CDR) de la ciudad antaño civilizada por los romanos. El señor Cotarelo es un intelectual más bien mediocre pero ha sacado partido de su mediocridad, y Tv3 lo pasea a menudo por sus platós, ya que el señor Cotarelo se nos ha vuelto independentista catalán. No solo eso: se ha trasladado a vivir a Gerona, que le parece la ciudad más indicada para cuando uno es fervorosamente patriota catalán. El señor Cotarelo es nuestro Saulo de Tarso.

El señor Cotarelo piensa, con su mente intelectual, que la conversión merece un premio, a poder ser de índole tangible. Quizás un chalé ampurdanés cedido por la cosa pública (la república) o una nómina poderosa como asesor gubernamental de algo. Yo le auguro, como mucho, una Creu de Sant Jordi. Aunque ya le anticipo que ese galardón de inspiración católica no conlleva emolumentos. Quizás debería conformarse con los cheques que Tv3 le ofrece a cambio de soltar perogrulladas sazonadas con pimienta de intelectual de tercera división.

Nuestro Saulo... Pero, como Saulo, es un hombre malhumorado y proclive a la ira.

Esa característica de su talante (líbreme Dios de criticarla) explica, sin duda, el extraño y desagradable suceso que aconteció en la ciudad que vio nacer a San Fructuoso (y de la cual fue obispo). El señor Cotarelo, en virtud de su categoría intelectual, aceptó dar una charla para los CDR, pero exigió que le pusieran hotel, puesto que el viaje de Gerona a Tarragona se le antojaba demasiado largo y penoso para ir y volver en un solo día. Los CDR, obedientes y deseosos de agradar, le reservaron una pensión. Nótese el conflicto semántico que se produce por la fricción de los dos sustantivos: "Hotel" y "Pensión".

El señor Cotarelo protestó por la baja calidad del alojamiento. Y lo hizo de forma pública. Los CDR le pidieron excusas y le ofrecieron, a cambio, pagarle al día siguiente una comida en un buen restaurante de la ciudad en la que nació el pintor Opisso. El señor Cotarelo montó en cólera ante semejante oferta, y de nuevo lo hizo público. Atención a su queja:

"No se porqué quieren independizarse de España cuando tienen un comportamiento tan hispánico" (por lo de invitarle a una comilona compensatoria).

Muy enfadado, el señor Cotarelo no acudió al acto en donde le esperaban los CDR tarraconenses. Y ellos, en correspondencia, redactaron un comunicado, público y extenso, en donde se sacuden las responsabilidades, pormenorizan los detalles del incidente y ponen en evidencia las exigencias del señor Cotarelo, que se les antojan propias de "la vieja izquierda clasista". Huelga comentar que, como todo el mundo sabe, a la clase obrera le encantan las pensiones cutres con su aura de antro bohemio, de poeta nihilista.

Es un incidente menor y poco más que una anécdota que poco o nada tiene que ver con el independentismo, ya que solo nos ilustra sobre la miseria humana, las ínfulas desmedidas de ciertos personajes que creen ser alguien (sin tener evidencias objetivas de ello) y, en definitiva, sobre la mala educación, más transversal que el republicanismo catalán.

Pero... hay algunos detalles, quizás secundarios, que me parecen muy divertidos entre tanta bronca soez, entre la bravuconería chulesca de ambas partes.

  • La acusación de los CDR a Cotarelo, ese "hedor a izquierda clasista" me huele a insulto que solo puede proceder de planteamientos ideológicos que no son, en modo alguno, de nadie izquierdoso. Por favor: no me digan más que hay un independentismo de izquierdas. Eso es populismo derechón y nada más.
  • El descubrimiento que ha hecho el señor Cotarelo, de que en Tarragona son muy hispánicos, es bello y enternecedor. No se cual es su grado de intelectualidad, pero me alegro de que haya descubierto lo que muchos ya sabíamos, sin ser intelectuales: que los catalanes somos hispánicos. Más vale tarde que nunca.
  • En el fondo del incidente hay un viejo secreto mal guardado: el asunto de Gerona, nunca bien ponderado. Puigdemont es gerundense (bueno, de un pueblecito de la provincia), y Quim Torra nació en el primer pueblo de esa provincia que uno se encuentra cuando va, por la costa, des de Barcelona hacia Colliure. Cotarelo eligió esa ciudad para residir una vez convertido a la causa nacionalista.
Creo que este último punto debe ser estudiado con detenimiento. ¿Son más catalanes de pura cepa (de pura ceba) los gerundenses que los tarraconenses? Podría ser. La ciudad de Gerona es, sin duda alguna, la más indepe de todas las ciudades catalanas y muchos de sus habitantes (los oriundos, por supuesto) tienden a creer que encarnan los valores más profundos y sagrados de la esencia catalana. Creo que eso les viene de cuando les asediaron, siglos atrás, tropas extranjeras. Incluso san Narciso intercedió por la ciudad, mandando enjambres de moscas horrorosas al enemigo.

Por todo eso (aunque lo haya resumido mucho), le quiero proponer al señor Pedro Sánchez (con la humildad y el respeto debidos) que, cuando negocie con el señor Torra, le ofrezca un trato: que se declare la provincia de Gerona estado independiente, y que nos dejen en paz a los demás, que somos muy hispánicos y ya estamos hartitos. Que de una moratoria de un año a todos los buenos catalanes que no residen en Gerona (provincia) para que pidan la nacionalidad de la RIGC (República Independiente de Gerona-Cataluña). [Creo que deberían habilitar un campo de refugiados en Blanes (el pueblo del señor Torra) para acoger a los solicitantes en espera de ser admitidos].

¿Qué perderíamos los demás con la pérdida de la provincia de Gerona? En realidad, poca cosa: un sinfín de granjas porcinas, toneladas de purines fastidosos, un aeropuerto en horas bajas y poco más. Ah, y unos hoteles horribles llenos de hooligans. Amén de algunas playas, pero su estado actual es muy triste y yo recomiendo las de Cantabria, Asturias o Cádiz.

A mi solo me duele por el Mueso Dalí, que me gusta mucho. Pero eso tiene solución, puesto que los buenos catalanes consideran a Dalí un mal catalán y, por lo tanto, se avendrían a desmontarlo para ser trasladado, piedra a piedra, cuadro a cuadro, a una de las provincias hispánicas que hay más al sur.

11 de jul. 2018

Las opiniones y las prioridades del señor President

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A estas alturas a nadie le sorprendre ya que el President diga que las cuestiones sociales no son una prioridad. Incluso Rajoy las mencionaba, aunque fuese a través de una pantalla muy grande y con un cinismo aún más grande que la pantalla. Así es: tras ofrendarle una botella de ratafía al Presidente del Gobierno, el President regional asegura que hablaron mucho de autodeterminación y muy poco o nada del resto, ya que las cuestiones sociales (repito) "no son una prioridad".

A estas alturas, a nadie le sorprende que los Comités de defensa de la república (Cdr) le hayan reprochado al president regional su falta de temple y su tibieza, así como su actitud servil: le acusan de haber pecado de autonomismo. Sin embargo, los Cdr no tienen nada que objetarle a su ratafiesco president sobre el desprecio a las cuestiones sociales. Lo cual confirma mi hipótesis: a los niños ricos se la trae al pairo la cuestión social. "Cuestión social", como todo el mundo sabe, es un un eufemismo de "pobreza" y, de eso, ellos saben poco y les preocupa menos. La pobreza no ha llamado a las puertas de los chalés de Sant Cugat, de Matadepera, del Ampurdán, de la Cerdaña ni de Caldas de Montbui: en esos suaves paraísos la pobreza no está ni se la espera.

En la crítica (bastante dura) que los Cdr le endilgan al President hay algo que me asombra: le reprochan el "simbolismo" y le exigen lo suyo: "República ja!". Si, lo ha leído usted bien, amigo lector: le reprochan el exceso de simbolismo. Yo pensaba que el procés en su conjunto era poco más que simbolismo, pero ahora pienso que quizás iba desencaminado. Quizás sí hubo hechos, como por ejemplo la república de los 8 segundos. Y sus consecuencias. ¡Nunca 8 segundos salieron tan caros!

Bueno, dicho todo esto... Dentro de mi alma sigue chirriando algo. Me dijeron que el President es un intelectual (incluso alguien proclamó que es un "intelectual brutal" -bello oxímoron, por cierto). Yo sospechaba de antemano que el President no es Habermas. Ni tan siquiera Claude Lévy-Strauss. Pero le concedía una sospecha de intelectualidad que, a cada declaración suya, me resulta más indesentrañable. Que en la Cataluña de 2018 alguien diga que las cuestiones sociales no son prioritarias me inclina a pensar que el President piensa poco antes de hablar. ¿Será por la ratafía, esa afición sobrevenida que le tiene poseído? Aunque solo fuese para quedar un poco bien, debería haber dicho lo contrario. Habría estado bien salirse con algo como:
-Hoy hemos hablado de ratafía y de autodeterminación, y en próximas sesiones abordaremos la cuestión social.

Mira si era fácil cumplir con los mínimos que el pueblo espera. Porqué aunque el pueblo de Cataluña sea el pueblo más pueblo de todos los pueblos no deja de ser pueblo, y al pueblo le gusta que se preocupen por sus cuitas. Incluso los intelectuales se acuerdan del pueblo, diría yo. Foucault lo hacía. Un neurólogo como Eric Kandel piensa en los desfavorecidos. François Englert (premio nobel de Física y belga para más señas -aunque me temo que belga francófono y no flamenco-) explica que se dedicó a la ciencia para mejorar la vida de los seres humanos, de todos ellos. Uno espera que los intelectuales se preocupen por cosas como esa. Relegar las "cuestiones sociales", postponerlas o, en definitiva, despreciarlas, no parece una opción bien pensada. Ni en boca de un intelectual ni en la de ninguna otra categoría de político.

Hace un tiempo (eso es una anécdota, lo reconozco) alguien independentista me dijo que yo no era capaz de comprender el alcance de la revolución que propone el independentismo catalán. Me callé porqué, en efecto, no soy capaz de comprender ese alcance: "Lo que estamos haciendo es tan grande que tu pobre cabecita no lo puede asimilar", me dijo, y ante tanta grandeza opté por el silencio, como es normal. "Ni te imaginas la república que estamos construyendo", añadió. Aún admitiendo todavía mi falta de entendimiento -creo que es más falta de fe que de entendimiento- me cuesta mucho encajar las piezas. Y como encaja la pieza del President regional, con su presunta intelectualidad junto a los elogios que le propina a la ratafía y el desprecio que exhibe ante las cuestiones de la pobreza.

En favor de su capacidad intelectual, sin embargo, está esa frase brillante, sugerente y de profundo calado, que dijo ante la Cofradía de la Ratafía:
-La ratafía es país y es familia.

Ite missa est.




9 de jul. 2018

El señor Ratafía y la emergencia humanitaria

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Puse la radio por la mañana, mientras me preparaba para acudir al trabajo. El señor Ratafía dijo, a través de las ondas, que sobre el país se cernía una terrible emergencia humanitaria. Me puse a temblar.

Abandoné mis labores enseguida, bajé las persianas, corrí las cortinas, atranqué la puerta del piso e hice inventario de mis víveres. Y me preparé para resistir. Recordé a mis abuelos y a mis padres, ya que ellos vivieron una guerra, e intenté invocarles para obtener sus consejos. Fue en vano: todos ellos murieron años atrás y mis dotes mediúmicas fueron nulas.

Pasaron algunas horas. Pero no sucedía nada. La demora es una máscara del mal, me dije. Al cabo del tiempo osé asomarme a la ventana y atisbé la calle. Todo parecía extrañamente normal: gentes arriba y abajo, mamás llevando niños al colegio, un guardia urbano multando a un vehículo mal estacionado. El cielo estaba azul y soplaba una leve brisa matutina, indolente, como también ausente de la tragedia.

Elaboré un montón de hipótesis, que incluían el triunfo de una conspiración global y diabólica, el trastorno mental e incluso la posibilidad de haber muerto ya y de estar viviendo -a pesar de la muerte- una situación paranormal. Encendí la tele. En Antena 3, un nutrido grupo de tertulianos debatían sobre un crimen horrendo pero antiguo (¡como les gustan los niños muertos!) y a continuación pusieron anuncios de productos para mejorar la salud, disfrutar de la vida y engañar al paso del tiempo. Pero sin embargo... ni una sola palabra sobre los augurios nefastos del señor Ratafía.

A eso de las diez sonó el teléfono: era el número de mi jefe, que sin duda simularía que no pasaba nada y me preguntaría por mi ausencia. No caí en la trampa y no le respondí. Deduje que estaba compinchado con los conspiradores y rompí el aparato, para evitar una caída en la duda y sucumbir al engaño.

Mientras no llegaba el fin, me puse a buscar apariciones en prensa anteriores del señor Ratafía. Le vi y le escuché hablando de una situación de extrema gravedad, de injusticias sin nombre, de invasiones a cargo de legiones extranjeras, de exterminio, de expolio, de bestias inmundas que se pasean por las calles hablando una lengua bárbara y obscena. ¿Como es posible que no hubiese prestado atención, anteriormente, a las advertencias del señor Ratafía? ¿Como pude ser tan ingenuo, tan incauto? ¡Nos había avisado una y mil veces!

A eso de las doce decidí comer algo, pero poco. Solo un huevo duro precocido, del Mercadona. Vete a saber cuanto dura la emergencia. Bebí un poco de agua. De la botella, por supuesto: a ver quien es el valiente que se atreve con la del grifo, con lo fácil que es echarle venenos a la red pública.

Unos día más tarde recibí un burofax, que un individuo disfrazado de cartero (una bestia invasora, sin duda alguna) echó por debajo de la puerta. Estaba despedido por ausencia injustificada. Bueno, pensé ¿a quién le importa esa menudencia cuando nos acecha el fin de los días?

Cuando el hambre y la debilidad habían hecho mella en mi, acudió la memoria en mi salvación. Recordé que, un tiempo atrás, leí una novela en la que su protagonista ingería salsa de soja para trasladarse a una dimensión paralela, y a la vez recordé una de las escasas herencias de mi abuelo el carlista que guardaba en un rincón oscuro del piso. ¡La botella de ratafía! El licor estaba allí, intacto, porqué siempre me pareció un brebaje indigesto y deplorable. Pero uní los cabos: el señor Ratafía, me repetí, el señor Ratafía... Sin duda era eso: ¡en su nombre estaba oculta la clave secreta de la salvación!

Me bebí la botella entera. El líquido pegajoso y maloliente penetró en mi esófago, deslizándose como una culebra verde y calentita y, aunque creí morir, mi fe en el milagro me permitió resistir al asco. Dormí muchas horas, vomité, tuve pesadillas horribles y al fin, con la ayuda de un Espidifén, volví en mi. Me sentía bien, renovado y optimista y lleno energía. El mundo me parecía un lugar fantástico. Un lugar por el que debo luchar, sin temor. Ahora se que debo plantarles cara a las huestes de bestias inmundas, que de repente me parecen débiles y cobardicas. ¡A por ellos, que son pocos y cobardes! me dije a mi mismo, henchido de valor.

Abandoné mis temores y me presenté en el trabajo. El jefe perdonó mi ausencia, me readmitió ¡y me aumentó el salario!. Todo fue bien a partir de entonces. Tuve un montón de amigos nuevos, recibí montones de palmaditas en la espalda, me surgieron oferta sexuales por doquier, los desconocidos me invitaban a beber cervezas artesanas del Montseny. Obtuve la felicidad en el reconocimiento de los demás y, cuanto más ignorante me mostraba y más repetía sus eslóganes victoriosos, más mejor era mi vida.

Solo me pregunto, a veces, porqué visto camisas de color gualdo -cuando siempre he odiado el color que mató a Molière-, y porqué ondea, en mi balcón, esa banderita que se parece a la de Cuba pero no es la de Cuba. Sin embargo, y más allá de mis dudas, siempre le guardaré un agradecimiento ilimitado a la ratafía, por todo lo bueno que me ha dado.

5 de jul. 2018

Cataluña es milenaria (Carta a D. Benedetto Castelli)

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Por razones que no vienen al caso, he leído la "Carta a D. Benedetto Castelli" que Galileo Galilei le escribió al párroco de Brescia el 21 de diciembre de 1613. Es decir, hace 404 años. Nos separan de ella cuatro siglos, que podrían parecernos una distancia de vértigo. Pero no es así: la lectura permite intuir que el tiempo es una ilusión y que las cuitas, los conflictos y los razonamientos de un hombre de principios del XVII son idénticos a los de los hombres de principios del XXI.

Galileo (aficionado a los silogismos como todo buen renacentista) esgrime una prosa fascinante, delicada, dotada de una enorme sutileza, en la que le explica al párroco como la ciencia de sus estudios no encaja bien con las "verdades" de la Biblia. Galileo se debate entre las dos opciones: ciencia y fe. Del mismo modo que hoy debatimos todavía entre esos términos cuando hablamos de nutrición (las verdades del veganismo contra las de la ciencia), sobre neuromitos, sobre si Cataluña es milenaria o no, sobre apariciones virginales en la Cova da Iria, etc.

Me descubro ante la prosa brillante de Galileo, aunque se percibe en cada párrafo el conflicto interior de un hombre que, sin dejar de ser creyente, se daba cuenta de que sus progresos en astronomía no cuadraban con los dogmas bíblicos. Galileo no solo sufría por el conflicto interior: sabía que la publicación de sus tesis sobre el movimiento de los cuerpos celestes le podía acarrear un disgusto serio. Todo el mundo sabe como terminó el asunto (y que la Iglesia tardó cuatro siglos en disculparse por el daño infrigido a Galileo Galilei).

¿Como he ido de Galileo a la Cataluña milenaria? Pues muy fácil. Por culpa de la propaganda nacionalista que me asalta (que me atormenta) des de hace años. En este asunto, ya metidos de lleno en el siglo XXI, seguimos discutiendo entre ciencia y fe. Si en tiempos de Galileo los científicos sufrían la vigilancia represiva de la iglesia católica, en los nuestros sufrimos la que nos provee el aparato mediático patriota, con su cohorte de tertulianos, columnistas, pseudohistoriadores y voluntariosos usuarios de las "redes sociales", todos ellos anclados (a ver quien será el desanclador que les desancle) en la historiografia post-romántica cuyo compilador fue, sobretodo, Ferran Soldevila (et al.).

La situación no difiere mucho de la del siglo XVII. Y así como Galileo intentó conciliar ambas visiones del mundo para conseguir un clima de paz y concordia, no detecto en mi entorno cultural a nadie dispuesto a asumir el papel del sabio de Pisa. ¿Cómo se puede compaginar la idea romántica de una patria mítica con las evidencias científicas?. A mi me resulta muy árduo comprobar, día tras día, que lo que antaño fue un conflicto entre Dios y la Ciencia hoy se repita punto por punto en un conflicto entre la Patria y la Historia. Me deprime comprobar cuantos mitos nacionales son compartidos y afirmados por mis congéneres (Cataluña es una nación de más de mil años, la democracia se inventó acá, el pueblo catalán es uno e indivisible, grande y libre, Cristóbal Colón era catalán, Tartessos es Tortosa (¡como su nombre indica!), la guerra de sucesión fue una guerra de España contra Cataluña, la guerra civil del 36 lo mismo, y así mil y una ocurrencias más -uso "ocurrencia" como antónimo de "ciencia"-), aún cuando todo el mundo sabe que esos mitos solo se sostienen sobre una historiografía acientífica heredera del romanticismo. Creo que va siendo hora de desterrar al romanticismo del pensamiento colectivo, por lo dañino que ha sido en todos los campos del conocimiento (incluido el arte).

Quizás no sea tan difícil llegar a un entendimiento: sin ofender a la fe de los creyentes en la existencia milenaria de la nación catalana, se puede hablar de las evidencias históricas, y se puede aceptar que ciencia y fe son lenguajes paralelos y que debemos convivir respetándolos a ambos. Del mismo modo que un cristiano puede convivir con la teoría del Big Bang, de la evolución de las especies o del origen mundano de la naturaleza sin que le dé un síncope, un catalán debería aceptar que la fe afecta al ámbito privado (íntimo) y que, por lo tanto, no se puede imponer a los demás. Y esos demás debemos respetar las creencias nacionalistas sin pelearnos. Siempre que los presupuestos públicos respeten esa premisa -y no se destinen a imponer -o promover- la opción romántica.

La lectura de Galileo me ha llevado a otros dos lugares: el primero es la sospecha de que, 400 años atrás, quizás se pensaba y se escribía mejor que hoy. Y la segunda: mientras leía a Galileo decidí escuchar música del XVII, para ambientarme. Escogí a Henry Purcell -si, ya se que Galilei y Purcell no fueron coetáneos en sentido estricto. Y así llegué a "Oh Let me Weep", esa pieza tan maravillosa del músico nacido en Westminster, ese lamento escalofriante y a la vez elegante, con tanta belleza guardada en su contención.

Porque creo que (me temo que) el asunto de mi carta a Don Benedetto Castelli va de lamentos y pronostico que esos me acompañarán hasta el fin de mis días.

Que le pido a Dios que se demore en darme tanto como le sea posible, amén.

2 de jul. 2018

La Virgen, la ratafía y la república

foto de Siscu Baiges Planas.

La Virgen más catalana de todas las vírgenes catalanas amaneció un día con un lazo amarillo en el dedo de la mano que sostiene la esfera negra, imagen del mundo. Alguien se pregunta si el crespón amarillo obedece a las exigencias de la liturgia. Yo, que soy bastante descreído, absentista de las iglesias y además malpensado, le digo que mi hipótesis es otra: que el textil amarillo brillante no corresponde a ninguna liturgia religiosa, si no a la nacionalista que nos atormenta sin compasión ni piedad cristianas en estos tristes días.

El mismo día en que recibo la fotografía de la virgen negra con el apéndice amarillo, me entero de que el MHP Torra se ha ido a la cofradía de la ratafía a loar su licor. El presidente de todos los catalanes, con el lazo amarillo en la camisa, promociona una bebida alcohólica que, en sus palabras, "nos hace más fuertes como país". La primera imagen que me acudió a la mente, con estas palabras, fue la del caldero mágico de Panorámix, el druida imaginario debido a Goscinny y Uderzo, los autores de "Astérix": el líquido contenido en aquel caldero fortalecía a los aldeanos galos hasta conferirles una fuerza sobrehumana, merced a la cual pudieron resistir y humillar, incluso, a las legiones de Roma. Eso es un cómic (yo todavía digo, a veces, un tebeo).

Supongo que esas cosas (lo de irse a la cofradía de la ratafía) las lleva el cargo de presidente. Rajoy se fue a la Rioja y proclamó "¡Viva el vino!". Todos nos reímos. Porqué la situación es risible, sin duda. Aunque hay algo que contar: entre el vino y la ratafía hay leves diferencias. No las pienso detallar. Solo diré que la ratafía es un licor originario de una zona de Cataluña muy concreta, una zona en donde, aparte de originarse esa bebida espirituosa, también se originó el carlismo. Ahí lo dejo. Lo dejo porqué podrían ser coincidencias, ese tipo de coincidencias a las que no se les debe prestar atención.

Mis reflexiones van hacia otra parte: mis conocidos indepes me repiten que el independentismo es una opción transversal, y que en sus filas hay anarquistas de tomo y lomo, anarquistas que se han apuntado al independentismo porqué ven él una herramienta para destruir al estado y crear una república popular. ¡Virgen de la santa ingenuidad! pienso yo: por más anarquistas que sean, deberían saber que los indepes quieren construir un estado, del que no nos han contado cuales serán sus características.

Y a eso voy.

No tengo certezas de las características del estado que quisieran proclamar los independentistas, y no las tengo porqué no las cuentan. Solo tengo datos dispersos, pistas, intuiciones, retazos, insinuaciones. Ni un solo dato científico que analizar. Lo quiero dejar claro. Creo que el independentismo no es transversal ni integrador ni inclusivo, pero doy por cierto que entre los indepes hay personas de la extrema derecha y de la extrema izquierda. Como en el reciente gobierno italiano, por ejemplo, lo cual ya nos ofrece un primer dato evaluable.

Lo que se es que la ideología que lidera el independentismo es la neoliberal y nacional-católica: el grupo de Puigdemont y el Pedecat lo encabeza (940.000 votos), seguida por la ambigüedad de ERC (935.000 votos) y con la coletilla de los anti-sistema de las CUP (195.000). Eso son datos cuantificables. Esos números cuestionan el supuesto transversalismo independentista, muy (pero que muy) sesgado hacia la derecha rancia, la de toda la vida. A esa lista de votos hay que añadir otro dato significativo: los votos obtenidos por la formación Ciudadanos, que fueron 1.110.000: la formación más votada en las elecciones. Un dato: el censo de electores en Cataluña es de 5.510.798 personas: es fácil sacar conclusiones científicas.

Sin tener muchas más certezas, observo los fenómenos que acontecen tras las elecciones de diciembre de 2017. El nombramiento de Quim Torra, hombre de fuertes convicciones católicas y de profundo sentimiento nacionalista -con acento próximo o muy próximo a la xenofobia- abre la puerta institucional a un independentismo esencialista y católico que permanecía larvado y que solo reptaba por las redes sociales. Las Cup (tras la cual está la supuesta cohorte de anarquistas) no tan solo no muestran queja alguna ante el esencialismo de Torra, si no que le prestan su abstención para que pueda ser ungido presidente. Torra se permite declinar el sustantivo "república": habla de trabajar "republicanamente". Pero parece desconocer la etimología del vocablo "república" (res publica), ya que no muestra ningún respeto especial por la cosa pública: su primera medida como presidente in pectore es colgar una pancarta en el balcón del palacio de la Generalitat que pide la libertad de los "presos políticos" (políticos presos por vulnerar las leyes -españolas y catalanas).

Lo de la ratafía, por lo tanto, como lo de la virgen con lazo amarillo, carece de interés real y es una anécdota. Risible y ridícula y lamentable y quizás significativa, pero significativa tan solo en tanto que anécdota.

Lo grave y lo importante del independentismo es lo otro: las continuas faltas de respeto por lo público, su inanidad ante la ocupación del espacio público por parte de los más radicales de los suyos, su pasividad ante el uso propagandista e indecente de los canales de radio y televisión públicas, sus lamentables actuaciones extranjeras en donde habla del "pueblo catalán" cuando solo habla de una parte de él, los tuits clasistas del presidente, el desprecio por las instituciones europeas, etc. El fascismo y sus máscaras no son anecdóticas. La república (la cosa pública) es otra cosa, que parece desconocer quien declina el sustantivo "república" con tanta ligereza y tanto atrevimiento en la semántica .

Quizás no sea anécdotica la admiración de Torra por las fechorías de los hermanos Badia, admiradores, a su vez, del fascismo italiano y del nazismo alemán. Eso se debería analizar con cuidado: los hermanos Badía simpatizaron con ambas ideologías antes del 28 de abril de 1936 (murieron en esta fecha) y por lo tanto desconocían la deriva y las consecuencias de sus ideologías preferidas. Excusa que no es aplicable al MHP Torra.

1 de jul. 2018

La fiesta mayor también es suya



Ha empezado la Fiesta Mayor del pueblo en donde vivo y, en la plaza que hay a escasos metros de mi casa, el ayuntamiento ha ubicado la fiesta mayor "alternativa". Es decir, la que organizan los chicos y chicas de las Cup.

La fiesta mayor alternativa es idéntica a la otra: alcohol, bocadillos (hay opción vegana) y merchandising, pero las casetas están llenas de pancartas reivindicativas y las letras de las canciones van de reivindicación. Reivindicación mainstream. Sin embargo se venden cervezas a precio normal (cervezas con etiquetas combativas, por supuesto), se bebe, se fuma y se prolonga el jolgorio hasta un poco más allá de lo que el respeto por los vecinos recomienda. ¿Alternativa?

La fiesta empieza con un parlamento en el que un chico y una chica se reparten el micrófono (la paridad, la paridad). Es el discurso inaugural, tan convencional como el que más. Han hablado de "opresión", del "estado podrido", de la "brutalidad de la represión policial del 1 de octubre" y de algún otro tópico procesista. ¿Alternativa?

Como da igual tener los balcones abiertos que cerrados, porqué su ruido penetra inevitablemente en casa, me he paseado un ratito por la fiesta. Observo a esos jóvenes y escucho alguna conversación. Son los chicos del centro, con su acento de catalán de ocho apellidos y su politización al uso, una politización construida sobre la repetición de eslóganes, de tópicos y de leimotivs. Bueno, cuando yo tenía su edad incluso repetía frases de Lenin de memoria, orgulloso de sabérmelas. Así que bueno, eso, son jóvenes y no es su culpa: todos hemos pasado por ahí. Lo que me choca más es el estilo de vestir, tan bien calculado y sin reparar en gastos, y algunos de los coches en los que llegan, coches de papá, sin duda. Y algunas furgonetas, claro. Aunque Volkswagen, por supuesto.

Me paseo por la fiesta y miro los bloques que se levantan más allá de las casetas. Esos bloques amarillentos, macilentos, tristes. El barrio es mayormente castellanohablante (incluyendo el español latino), y la segunda lengua es el árabe de Marruecos, seguido del urdu y del chino. Y, por fin, el catalán. Los parlamentos y las canciones de los alternativos son exclusivamente en catalán. En eso si son alternativos, y en este caso a pesar suyo y sin saberlo.

El tendero de la frutería latina está en la puerta del establecimiento. Sus rostro es inexpresivo. Le miro a los ojos y el levanta los hombros. No entiende nada y se resigna. Lo mismo diría del marroquí de la carnicería, que también sale a contemplar la fiesta de los niños bien, que ha empezado cuando a él le quedan unas horas de trabajo todavía. Lo mismo para la peluquera china y para las dependientas del BonArea, que contemplan el jolgorio con rostro impasible, algo perplejas, casi como si viesen a un ser extraplanetario con el no comparten código alguno para comunicarse.

Mientras me paseo entre las casetas reivindicativas y miro de soslayo lo demás (los bloques, los vecinos) pienso en "Código desconocido", la cinta terrible de Michael Hanecke en la que plantea cosas como esa. Aquí coinciden (pero no conviven) estratos sociales distintos que no interactuan entre ellos. Cada uno "tolera" al otro, lo mira de lejos y se pregunta en qué mundo viven ellos, los otros. Unos otros que podrían remitir a la cinta (olvidable) de Amenábar, aquella en la que coinciden seres de dimensiones paralelas en un mismo espacio. En la cinta con fantasmas de Amenábar se plantea un intento de comunicación entre dimensiones distintas. Aquí, en la fiesta mayor alternativa, ni tan solo sucede algo parecido. A no ser que pueda considerarse como un intento de comunicación que nos impongan su música atronadora durante varias horas. Yo he puesto a Wim Mertens en el reproductor de música y el vecino de abajo ha optado por Pink Floyd. Ambos con la misma pretensión fallida: frenar la invasión de la música alternativa que hace retumbar los cristales.
 
La conducta de los chicos y las chicas de la Cup, con toda esa alternatividad de niño bien que les pesa como una losa en el alma es la misma que mostrarían si el ayuntamiento les hubiera cedido un descampado extramuros, enmedio del campo. Los vecinos contamos para ellos lo mismo que contarían los conejos, los ratoncitos y los mirlos del campo: nada. Parece que dicen: "aquí estamos nosotros con nuestro programa de liberación de las clases pobres, pero mejor si los pobres no os acercais porqué sois más bien unos cretinos". Aquí están ellos con sus raps, sus skas, su reggae y su rollito revolucionario e independentista, incapaces de conectar con los vecinos. Quizás se han dado cuenta de que en este barrio hay más banderas españolas (y ecuatorianas) que esteladas, pero incluso si lo han descubierto no creo que hayan descifrado nada.

Pues eso: los vecinos, a tolerar. Menos mal que en pocos días los niños y niñas trotskystas-independentistas ya estarán en sus chalés de Begur, del Ampurdán o de la Cerdaña. Lugares verdaderamente alternativos, desde luego.

Anexos:

1. Ayer sábado, la fiesta terminó a las 3 de la madrugada. Ante el escenario había una docena de personas des de la 1, pero la música no se detuvo ni bajó el volumen, para regocijo de los vecinos. A eso de las 2 sonó una sirena atronadora, seguida de un mensaje contra el patriarcado. Luego dos horas de rap, que siempre va bien cuando intentas dormirte.

2. La fotografía:
Este cartel está colgado en la barra del bar. Se comenta solo, digo yo. La Cup no pierde ocasión de ofender a la clase trabajadora. Me pregunto qué sentiría yo si fuese camarera de profesión y me encontrase este anuncio que me denigra.