27 d’abr. 2017

Lluís Llach, martillo de infieles

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Arthur Rimabud fue el poeta más excelso de su siglo, luego dejó la poesía (o ella le dejó a él) y reapareció más tarde en la remota Abissinia. Se había reinventado a si mismo: en Abissinia, Rimbaud se dedicaba al tráfico de armas, era un oscuro contrabandista de ánimo suicida. Me gustan las personas capaces de reinventarse, de transformarse. Estoy seguro de que Rimbaud se hartó de ser el niño prodigio de la poesía francesa y decidió que la vida es demasiado solo una para vivirla solamente en el Parnaso de la poesía de un imperio decadente.

En la dimensión catalana, las cosas transcurren por otro orden, ya que la idionsincracia catalana es otra. Es el caso de Lluís Llach, que ni fue Rimbaud poeta ni Rimbaud contrabandista, pero que tal como el galo, se transformó. Cuando supe que el viejo cantautor Lluís Llach se había metido a traficante de vinos caros sentí un estremecimiento: ¿era nuestro Rimbaud bajo el microscopio catalanet? Años más tarde Llach dejó los vinos y se puso a defender nobles causas allende los mares, y fundó una organización, en Senegal, para ayudar a los chavales de la zona a labrarse un futuro más digno. De nuevo me chocó el cambio, puesto que esa nueva encarnación contenía algo de romanticismo, aunque muy residual.

Más tarde supe que Llach se había apuntado a las listas electorales de un partido de la derecha nacionalista catalana y entonces pensé que al final todo vuelve a su cauce, que quién tuvo retuvo y que la vida es eso, un lento y laberintico regreso a los origenes. La cabra siempre tira al monte y el niño bonito a la mansión de papá. Llach fue niño de casa buena y por fin regresa con los suyos, pensé. El engendro electoral al cual se apuntó el viejo cantautor se autodenomina "Junts pel Sí", y es eso, el retorno al hogar, una elíptica apelación a la (re)unión de la clase, de la familia.

Cuando yo era muy joven podía clasificar a las personas entre franquistas y demócratas, sociatas y pujolistas, heavys y mods (y punks, y hippies), porreros y pastilleros, entre catalanets i charnegos... y entre seguidores de Joan Manuel Serrat vs. seguidores de Lluís Llach, por entonces un cantautor algo melifluo que oscilaba des de la "canción protesta" hasta la lírica, el género pastoril ("País petit", Vinyes verdes"), algunas veleidades new age ("Un pont de mar blava") y un rollito panmediterráneo bastante impostado. Joan Manuel Serrat encarnaba otra visión de la música popular más suelta y desenfadada, dotado de un sentido de la poesía más espontáneo, creíble, de la calle. Serrat era capaz de transitar del castellano al catalán y viceversa y era un excelente musicador de grandes poetas: de entre su obra destaco las versiones de Machado (en castellano) y de Joan Salvat Papasseit (en catalán). Recuerdo algunas discusiones tabernarias sobre el dilema Serrat/Llach, siempre entre cervezas y en baretos del barrio, al lado del instituto -que entonces se llamaba "San José de Calasanz" y hoy "Moisès Broggi".

A mi, el debate entre los dos cantautores me pillaba un poco con el pie cambiado, porqué yo era más de King Crimson y de David Bowie, pero incluso así y siendo yo por entonces un insufrible petimetre imberbe y bastante simplón, me olía que los fans de Llach eran los mismos de la Chiruca, del foc de camp, de los excursionistas de excursiones con trasfondo patriótico y cristianodemócrata, los que liaban barullos en clase cuando el profesor profesaba en catalán (aunque fuese recién llegado de Portugalete), los que armaban poemas rimados y rodolins en donde, inevitable, aparecía el asunto catalán y los pareados con país/feliç, catalana/magrana, Empordà/Shambalà, Pujol/Ferrussol. Los del Serrat me parecían gentes más relajadas, más abiertas de mente. En caso de buscar cita con una chica, era más atinado y más aconsejable intentarlo con una de las de Serrat, ya que las espectativas copulatorias aumentaban de forma exponencial. (Y perdonen la posible deriva machista de la oración, ya que si yo hubiese sido una chica que buscaba rollo, ahora diría lo mismo hablando de los chicos del Serrat).

[Alguien debería hacer un trabajo de antropología cultural que estudie la tremenda influencia de las letras de Llach en el imaginario catalán de más de una generación de poetas aficionados y lletraferits de medio pelo, y en el lastre de ramplonera ridiculez conceptual que les dejó. Durante décadas, muchos catalanes solo leyeron poesías de Llach y de Martí i Pol, y eso se nota.]

Pasaron los años y Llach devino diputado regional, como antaño Rimbaud contrabandista. Y hoy, cuando la derecha nacionalista catalana se transforma en independentista para reinventarse -como forma de supervivencia in articulo mortis-, va el antiguo cantautor y amenaza a los pobres trabajadores públicos (infermeras y médicos, policías, maestros, asistentes sociales, conductores de autobuses) con sanciones y represalias si no obedecen a las leyes del gobierno regional que todavía no existen. ¡Vamos! Ahora si que ya no entiendo nada de las transformaciones de Llach: justo cuando termina de promover la desobediencia civil, va y amenaza a los posibles desobedientes. Si desobedecer a la Constitución española es legítimo (y democrático, y fantástico y genial), desobedecer a la legislación regional debería ser lo mismo, ¿no?. ¿Se puede construir una desobediencia "transitoria" y caducable?

¿Se puede defender que es bueno desobedecer a las leyes de España pero que es malo desobedecer a las leyes de la región catalana? ¿Qué principios morales argumentan eso?

El señorito Llach, antes cantautor y ahora martillo de herejes, debería pensar un poco más antes de hablar. Pero debe creer que su pasado de artista le habilita para soltar lo que sea, incluso sin fondo de piano y violines. Eso nos pasa a muchos, lo reconozco. El señorito Llach canta de nuevo pero ahora desafina mucho, ya que debería recordar que los trabajadores públicos (clase por la cual los bohemios de rancio abolengo como él sienten un desprecio profundo, lo se) han prometido -o jurado- acatar la Constitución. Y en virtud de esa promesa cobran a final de mes, pagan sus alquileres, los colegios de sus hijos, compran en en el Mercadona del barrio. Los trabajadores públicos han prometido lealtad a la Constitución que es la misma Constitución que le permite al señoret Llach ser diputado regional y disfrutar de su sueldo y privilegios, por si no lo recuerda.

El viaje a Ítaca, que es palabra esdrújula y no llana, tal como él la cantó por desidia, toma un giro chungo, feo y autoritario, una deriva amenazante y chulesca que no parece encajar con el lirismo humanista internacionalista de algunas de sus canciones.

Debo decir que aplaudo ese gesto de Llach, esa desfachatez autoritaria que revela el rostro oculto tras el discursito hiperdemocrático de los secesionistas, la sonrisa de la hiena oculta tras la revolución de las sonrisas. Es bueno que se muestre lo que hay: cada vez somos más los que no tan solo no queremos la independencia de la pobre Cataluña si no que además nos provoca mucha grima el asunto. Los independentistas han conseguido tomar un aire como de Donald Trump, aunque el tupé de Mas decaiga y el de Llach esté ausente -bajo ese bonete casi papal. Quién le iba a decir al viejo vinatero del Priorat (a 75 euros la botella de Masia Llach en el súper) que con su diarrea verbal iba a hacer mucho más petit a su país petit.

* * *

Aunque yo todavía prefiero a King Crimson, creo que Serrat hizo una extraordinaria versión de la "Saeta" de Antonio Machado, y que Lluís Llach hizo una canción que no está mal, "Com un arbre nu". Haría bien en escucharla ahora, atento a su significado olvidado, el diputado martillo de trabajadores descreídos: "som el món sencer i també el no-res", decía entonces el hoy aspirante a Torquemada de país petit. ¿Era Torquemada catalán, como Colón y Cervantes? ¿Era Torquemada en realidad uno de los Torres i Cremades de Sant Esteve d'en Bas, cerca de Amer?

22 d’abr. 2017

Roberto Calasso en Ca n'Anglada, 23 de abril, 2017


Hace algunos años decidí no comprar ningún libro el día de la Fiesta del Libro. No se trata tan solo de mi vocación rebelde ante los mercaderes y sus eventos, se trata tambien de mi dificultad para lidiar con las aglomeraciones, los empujones, esa sensación de ahogo que me asalta. Además de mis prejuicios está una disposición anímica. Pudiendo ir a la librería cuando está silenciosa y solitaria como un buque abandonado en alta mar, ¿quién quiere someterse a los agobios de la masa?

Sin embargo, en el puesto de venta de libros que hicieron los alumnos de sexto curso en el colegio donde trabajo, me compré un par de libros. De segunda mano, por supuesto. Me gasté cuatro euros y así les ayudé a recoger dinero para su viaje de fin de curso. Muchos de esos niños y niñas van a viajar poco o nunca para divertirse a lo largo de sus vidas ya que, aparte de los viajes a Marruecos para ver a la familia, les espera una vida que casi nunca rebasa los límites del barrio. Ca n'Anglada es un barrio de esos que antes llamábamos "pobres" y ahora "desfavorecidos" (palabra, esa última, sobre la que podría escribir un tratado). El barrio -sus bloques prietos, feos y enfermos, sus callejuelas, su proximidad con el torrente- lo construyeron para unos pobres de antaño. Lo construyeron unos señoritos catalanes de buenos apellidos, todavía presentes hoy, y entonces ¡presentes! en su adhesión al franquismo por la misma razón que hoy al soberanismo: por instinto de supervivencia de clase. Aquéllos pobres de antaño se fueron muriendo, y muchos emigraron hacia barrios más lindos seducidos por la sirena de las facilidades hipotecarias y el ensueño de la buena vida que vendían políticos y banqueros. La mayoría de aquellos pobres eran los pobres que se quedaron sin chabola -sin nada- con las riadas de 1962. En este país incluso las riadas favorecen a los señoritos. Los pobres de hoy -los pobres sustitutos de los viejos pobres- llegan huyendo de la riada de miseria que azota sus regiones de origen: nada es más global que la miseria.

El vacío que dejaron los antiguos pobres lo rellenó enseguida una oleada de pobres nuevos, que acudieron de un poco más lejos pero con la misma obcecada voluntad de ejercer de pobre, de mano de obra barata y de paria en la "terra d'acollida" que es un país lejano, frío y antipático. Lo malo del asunto es que los tiempos han avanzado mucho y siempre en contra suya, ya que esos nuevos pobres tienen menos posibilidades de salirse de pobres que los antiguos. Es así como funciona el progreso en nuestra querida, trágica España, ese país tan literario.

Suelo pasear por el barrio a la salida del trabajo y a menudo compro en los colmados y las fruterías de los moros. Me dejo seducir por la nostalgia, los precios bajos y la suave penumbra de esas tiendas, que me recuerdan a los colmados de la España de mi infancia. Aquí no se escucha a nadie hablar catalán: quizás sea esta su venganza de clase, parece que todavía queda algo de aquella antigua dignidad del pobre.

Uno de los libros que me compré fue "Las bodas de Cadmo y Harmonía", -dicen que- lo mejor de Roberto Calasso. Edición de Anagrama, octubre de 1990. Al llegar a casa puse el libro en la mesita ante el sofá y me quedé meditando, como hipnotizado por el color amarillo crema desleído por el transcurso de cinco lustros. ¿Cómo llegó este ejemplar al puesto de libros del colegio? Alguien lo donó, ya que la oferta de libros se nutre exclusivamente de lo que las familias han donado. Siento el impulso de buscar la dirección postal (electrónica más bien) de Calasso para contarle que su libro estaba en el puesto de un barrio muy pobre de Cataluña, y que estoy maravillado de que eso haya sucedido. ¿Qué historia habrá detrás de ese ejemplar? Lo hojeo con nervio, ávido de encontrar alguna pista: un papelito olvidado entre las páginas, una anotación, algo, cualquier cosa. Pero no hay nada. Apenas un poco de polvo. Contemplo su aspecto con mayor detenimiento y llego a sospechar que nadie, jamás, leyó el libro: está demasiado impecable y no se detectan en él los rastros de haber sido abierto ni una sola vez. Eso me decepciona, y para evadirme de esa emoción recurro a pensar en otro asunto, más egocéntrico: quizás el destino del libro era justamente ese, llegar a mi casa y empezar a ser leído, por primera vez, en una tarde de viernes 27 años más tarde de haber sido impreso, religado y mandado al mercado. 27 años de bella durmiente a la espera de ese momento.

Lo mejor de la vida son esos instantes en los que uno percibe la magia, lo extraño e imposible de descifrar. Que eso suceda en un barrio pobre y maltratado me fascina. Si tuviese la mente prodigiosa de J.L. Borges podría escribir algo interesante de veras a propósito de Roberto Calasso, su libro y el chiringuito en donde lo compré. Pero eso no es así y debo conformarme con ser quién soy, y debo estar agradecido por los paseos de esas tardes en Ca n'Anglada, y esa tarde en concreto, con el libro de Calasso en la mochila... Entonces caigo en la cuenta de algo y me detengo, como cegado por una luz misteriosa, más o menos como la luz que descabalgó a Saulo de Tarso: el otro libro que les compré a los alumnos de sexto es un curioso libro de relatos de Friedrich Dürrenmatt, "La muerte de la Pitia" (Tusquets, 1990 -de nuevo 27 años de letargia). ¡La Pitia! Otra referencia al mito griego, y yo sin darme cuenta... ¡hasta ahora! Y en ese instante siento que la vida es algo de veras muy raro, y que Ca n'Anglada, ese barrio pobre y sucio, es el mejor lugar del mundo.

19 d’abr. 2017

Los mejores son los de mi pais

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Hace unos cuatro años, mi amigo el poeta madrileño llamado Neorrabioso escribió un artículo maravilloso en su blog que trataba de este asunto: de que los mejores deportistas son, siempre e invariablemente, los de mi país. Empecé a admirar a Neorrabioso por ese texto y luego me enamoré de muchos otros de sus textos, tan audaces como lúcidos. No pondré enlaces: si alguien siente curiosidad por leerle le va a encontrar, ya que es tan público y diáfano como pretendo serlo yo. Me compré su libro de poemas "Batania. Neorrabioso. Poemas y pintadas", Ediciones La Baragaña. En la portada, la foto de la pintada en un muro madrileño que reza: "Liberqué. Igualiquién. Fraternicuando". Brillante. Llevo cuatro pensando en darle la réplica al artículo sobre el patriotismo deportivo, y pensando en como hacerlo en clave actual y catalana, puesto que me ha sido dado el azar de ser catalán (lo cual es complicado porqué si te escuchas a Pilar Rahola, lo de ser catalán es como lo de ser israelita, y si te escuchas a Anna Gabriel es como ser palestino).

Un poeta madrileño lo cuenta de maravilla: la prensa y la vox populi están de acuerdo en que los mejores deportistas son, siempre, los de mi país.

"Cuando yo era muy niño supe de la existencia de un boxeador cuyo nombre era José Manuel Urtain. En realidad, para aquel niño se trataba de Urtain, simplemente Urtain, sin José Manuel. Luego conocí su sombre completo, y he deducido que debería ser Urtaín, con acento en la í. Lo de “Urtain” debió de ser un apodo, ya que según consta en los documentos con valor documental, la nomenclatura oficial era José Manuel Ibar Azpiazu. Dicen por ahí que lo de Urtain lo tomó del caserío en donde creció.

Hay detalles en la vida de José Manuel Ibar que invitan a pensar en una infancia difícil, desde la cual se llega en línea recta al asunto de los puñetazos, a esa metáfora de la supervivencia entre los humanos del planeta Tierra llamada boxeo. En realidad, creo que toda su vida fue amarga y retorcida. Sus éxitos pugilísticos solo agitan unas chispas de luz en la tiniebla.

¡El boxeo! Es un deporte curioso, ya que el nombre del deporte coincide con la declinación el verbo boxearen primera persona singular del presente de indicativo: yo boxeo. Se trata de un asunto psicolingüístico interesante, y más aún si piensas que, en catalán, el fenómeno es completamente distinto.

Con el transcurrir de los años he superado mis prejuicios de socialdemócrata y progresista nacido en la ciudad de Barcelona, y he comprendido algo sobre la poética estricta y tensa del boxeo. Arthur Cravan me ayudó bastante a olvidar mis quejas, aunque fue el fabuloso poema cinematográfico de Isaki Lacuesta “Cravan versus Cravan” quién me empujó a la nueva mirada sobre ese deporte. Debo decir que mi debilidad por el dadaísmo es antigua. Adoro ese momento, su estética, su capacidad tan enorme para subvertir el ridículo, para devolver algo de humildad a ese ser engreído.

Conocí a Urtain porque un 6 de enero por la mañana –mañana de Reyes– apareció entre los regalos de sus majestades mágicas un objeto de lo más dadaísta. Estoy hablando de un año que podría ser 1969 o 1970. Se trataba de una mezcla de títere y de muñeco articulado, un boxeador de plástico de unos 30 centímetros, provisto de una faldita verde de lana afelpada bajo la cual se podía introducir la mano con la que se sustentaba el invento y permitía el acceso a un resorte, un pulsador mediante el cual el boxeador agitaba sus brazos (con las manos enfundadas en unos guantes marrones) simulando unos ganchos terribles.

— Se llama Urtain —es todo lo que recuerdo que me contaron.

Aún siendo muy niño me interesé por Urtain mientras agitaba el muñeco y propinaba unos golpes demoledores a un aire en el cual imaginaba mandíbulas crujientes. Me contaron que Urtain era un campeón de los de veras. Por lo visto, la tele andaba llena de las hazañas pugilísticas del boxeador guipuzcoano (indudablemente español, en aquellos tiempos). Urtain ganaba campeonatos internacionales de boxeo, derribaba a tremendos contrincantes de todas las naciones y llevaba el nombre de España hasta lo más alto del podio mundial.

Crecí por ley de la naturaleza. Y el muñeco de Urtain debió de romperse, se desarticuló o se perdió por la misma ley. Pero creo que retuve algo del asunto del púgil vasco, ya que a menudo me acuerdo del títere automático. Me pasa por las mañanas, cuando me levanto. Me pregunto si no será que soñé con el títere, y entonces me pregunto qué me dirían Freud, Lacan o Jung de tal ensoñamiento. Me aterran las respuestas.

Fue unos cuantos años más tarde cuando descubrí que cualquier nación solo habla de los deportes en los cuales destaca. Cuando Rafael Nadal desfallece, los noticiarios se olvidan del tenis. Sucedió lo mismo, años atrás, con Arancha (Arantxa?) Sánchez Vicario. Y con Blanca Fernández Ochoa, que fue campeona de esquí. En su declive, la prensa se olvidó del esquí. Cuando Severiano Ballesteros ya solo perdía torneos, la prensa se olvidó del golf. En el mundo estrambótico y bastante dadaísta de la Fórmula 1, el caso de Fernando Alonso induce a pensar que los canales de tv nacionales o autonómicos van a tardar poco en dejarlo. Uno sospecha que la televisión pública catalana trata a los “castellers” como deportistas sobre todo porqué en su deporte no tienen competidores y se puede argumentar con una facilidad pasmosa que a hacer “castells” no nos gana nadie. Tv3 no siente pudor alguno, ni vergüenza de ninguna clase. El día en que los chinos hagan “castells” de quince pisos, la Tv3 se volcará en otro asunto. En cualquier asunto en el que le sea posible contar que nuestros deportistas son los mejores. Se trata de eso. De contar que somos los mejores. Como lo fue Urtain en su tiempo".

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Nota: otra versión de este texto se publicó en La Charca Literaria.

16 d’abr. 2017

Je suis Krls Putxi

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Alguien me contó como deben leerse los dibujos animados del Correcaminos y el Coyote. Me dijo: esos dibujos de apariencia infantil, repetitiva y algo burda ejemplifican la imposibilidad humana para alcanzar a Dios. Desde que lo supe no he podido dejar de verlos según esta clave interpretativa, extasiado ante una metáfora tan brillante por lo simple, didáctica y cómica que es. Todos aspiramos a algo (sublime, perfecto, bonito, feliz), a algo importante. La notoriedad, el reconocimiento, el dinero, lo que sea. Cada uno se crea su dios para poder construirse su infierno -que es lo que de verdad importa.

Entre las formas de pretender alcanzar ese algo maravilloso está: agarrar una guitarra eléctrica, pillarse un balón de fútbol o meterse en política. Exacto: los políticos son grandes ejemplos ilustrados de la impotencia humana. Estoy pensando -como no- en el señor Carles Puigdemont. No por obsesión si no porqué los medios del régimen catalán me lo plantan cada día en sus portadas y uno termina por meditar sobre el personaje. Y pienso: hete aquí, Puigdemont es nuestro Coyote. El pobre tipo hace lo imposible por parecerse a un dirigente, a un gobernante con ideas, ideales y proyectos. Puigdemont intenta parecerse a un político de verdad, a un político que persigue algo en favor de los sufridos ciudadanos de esta parte de España que le sufragamos su salario.

El poeta Gabriel Ferrater dijo una vez, medio en broma, que le gustaría ser "como un charnego". Puigdemont piensa, medio en serio, que quisiera ser "como un Molt Honorable". Pero debe luchar contra el desbarajuste entre sus filas, contra la incompetencia de sus consejeros, contra su peinado, contra la realidad que le zarandea cual pelele, contra las encuestas, contra las escaramuzas barriobajeras entre los socios pendencieros, contra su muy notable incapacidad por ganar simpatías y "ampliar las bases" de la causa secesionista, contra las zafiedades del zafio Rufián, contra la histórica y mitológica mala suerte catalana, contra el mundo. Incluso contra Ada Colau, de quien ya percibe su aliento en el cogote.

Puigdemont es "KRLS" en Tuiter y (dicen que) "Putxi" para los amigos. Dos denominaciones más propias de un jovenzuelo bravucón que de un político -de más de cincuenta años- que aspira a transformar una región autónoma en un estado (abracadabra, pata de cabra). Visto de cerca, el president suplente es todavía un chavalote de pueblo catapultado con nocturnidad a la presidencia catalana por un destino tan caprichoso como sarcástico, que lo ha metido en camisa de once varas (incluso el traje azul marino le va payásicamente holgado). Si cierro los ojos le imagino de joven, en el pueblo: vacilón, chuleta y ramplón pero amigote de sus amigotes, poco dotado para los estudios y bastante refractario a la cultura. Solo hay que leer sus tuits compulsivos y trumpianos para encontrar las huellas del adolescente que fué entonces, en el pueblito.

Hay algo en Puigdemont que despierta empatía, una cierta compasión. Más allá de la discrepancia que siento por el político nacionalista-neoliberal, veo en KRLS al ser humano normal, el humano mediano y mediocre como yo mismo, enfrentado a su estupidez y su incompetencia, las de todos. Krls es un tipo digno de ser personaje de novela cómico-pesimista centroeuropea, el soldadito Schweik versionado para el lector catalán en la pluma Josep Maria Espinàs y cantado en verso por Núria Feliu (en el festival de la Porta Ferrada). Del mismo modo que yo no obtendré el Nobel de literatura, Putxi jamás logrará parecerse a un político hábil digno de mención en los libros "de texto". Ni tan solo se parecerá a un buen gobernante: un año después de ser nombrado para el cargo de presidentet, la inanidad de su gestión es inaudita, sonrojante. Solo comparable a la de Mas, el gafe. Tanto Mas como Krls parecen entregados a la labor de engrandecer la figura de José Montilla.

Putxi no debió cruzar jamás el Llobregat, como aquellos pistoleros de las películas de Sam Peckinpah, procaces e imprudentes, que cruzan el Mississipi para caer en manos de un sheriff rufián que les lleva al cadalso. Aquéllos pistoleros tienen la excusa de que no sabían donde se metían: había un trágico error de cálculo en sus planes atolondrados. Puigdemont no tiene excusa: por más cortito que sea, sí sabe donde se mete. Pero sea como sea, todo es terriblemente humano. Tanto el pistolero descuidado de Peckinpah como el nacionalista lenguaraz que es nuestro querido Putxi nos cuentan algo muy profundo sobre la naturaleza dramática del ser humano. Je suis Krls Putxi.

Cuando veo las fotos de la extraña pareja Putxi-Romeva dando tumbos por Estados Unidos no pienso en cowboys existencialistas ni en centauros del desierto, si no en Abbott y Costello. Los periplos de la pareja por el Nuevo Mundo a la caza de adhesiones para su causa mística contienen un mensaje enternecedor. Son solo dos tipos -dos catalanets desorientados- perdidos en el Oeste que, queriendo emular a Perceval y Galahad en la búsqueda del Grial, se quedan en payasos tristes, de cine mudo en blanco y negro. Lo dicho: humano, terriblemente humano. Y tremendamente español: es cierto, el independentismo catalán es un fenómeno muy español lo mires por donde lo mires. Podría ser un capítulo de la segunda parte de El Quijote, y lo digo muy en serio.

Quizás todo se debe a un error, si, pero el error también es mío: quizás yo confiaba en la posibilidad de un político sabio, de los que se preocupan por el bien común, por mejorar la vida de los que peor lo pasan y todo eso. Sin embargo, debo aceptar la realidad -yo también- de unos tiempos con políticos 2.0 pero cortos de miras, incultos, tramposos y mentirosos -o cuanto menos simuladores de una remota inteligencia. Debo aceptarlo: Putxi es decepcionante y nos dejará una Cataluña hecha trizas, una Cataluña peor de lo que estaba: incluso con la presión trotskista de la hilarante CUP, el país está más jodido que el país jodido que nos legó Mas. Pido un merecido aplauso para Anna Gabriel y sus asamblearios por la contribución desinteresada a la perplejidad y la paradoja -tan valleinclaniana- que nos han brindado. (Anna Gabriel: puedes llamar "facha" a quién te de la gana, pero será difícil olvidar que votaste a favor de los presupuestos de Junts pel Sí).

Vuelvo por fin al Coyote. El "Coyote" es, en México, el tipo que, de extranjis y previo pago, te lleva a cruzar la frontera con Estados Unidos. Krls Putxi quiso hacer el Coyote catalán (mezcla de Coyote mexicano y de Moisés hebreo redentor que lleva el pueblo a Ítaca) y, previo pago, llevar a Cataluña a levantar una nueva frontera. Finalmente hizo el Coyote, pero el de Looney Tunes: el pobre tipo al que todo le sale mal y sin embargo insiste, cual Sísifo de dibujos animados que, aún sabiendo que en su insistencia y su negativa a aceptar la evidencia del desastre está el ridículo más atroz, lo repite una y otra vez.

Porqué ahí está, también, la terrible metáfora de la esperanza humana: a ver si un día suena la flauta y llego al cielo y me sitúo a la derecha del Padre. (Dios Padre o Pujol padre).

8 d’abr. 2017

Rufián y los trogloditas en el Oeste

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Poseído por el espíritu del eterno machito ibérico, el pistolero más locuaz de las provincias del nordeste se marchó para el oeste en busca de nuevas aventuras. Por el camino que asciende desde Fraga hacia la Meseta, se puso el viejo cassette de Loquillo en el loro de su Seat Supermirafiori. Le encantan algunas canciones de la cinta, en especial la del Cadillac y "La mataré". Las tararea y abre la ventanilla para gritar los estribillos. Con su mirada algo bizca desafía a los camioneros, soñolientos, que descienden en sentido contrario.

En el asiento del copiloto está la libreta con sus poemas lacrimosos. Un pistolero poeta es casi un mito romántico, y él está decidido a construirse su mito. Las oportunidades como esa pasan una sola vez en la vida y hay que aprovecharse como sea. Lleva tiempo empeñado en eso. No se lleva muy bien con el vicegobernador Oriol (Junqueras, no Pujol), pero el Oriol es un tipo provisto de un gran volumen dialéctico, cosa que el pistolero admira y lamenta a partes iguales. El otro día, sin ir más lejos, Oriol argumentó que la Generalitat es anterior a la Constitución y que por lo tanto es superior a ella: la Generalitat empezó con unas asambleas del siglo XI, y además Tarradellas restituyó la institución unos meses antes de proclamarse la Constitución. Un tipo brillante y lustroso, ese Junqueras. Quién pudiera, piensa el pistolero locuaz cuando se acerca a Bujaraloz, ya subido a la Meseta como si cabalgase a una yegua. Por aquí pasó Durruti, aunque el asturiano lo hizo sudoroso y a pelo, oliendo a cuero y a pólvora.

El mamporrero catalán pisa a fondo el acelerador. El Supermiariori ruge, ese fabuloso motor Perkins es una joya auténtica. Se manosea los genitales con el ceño fruncido. Frunce el ceño porqué le han dicho que así se parece menos a Miguel Poveda. No le gusta nada el Poveda, dicen que es un poco marica y medio gitano. Se frota los genitales esperando encontrar la rigidez del acero pero encuentra una insoportable levedad. La vida está llena de contratiempos, incluso hay contratiempos para las celebridades. Mañana tiene sesión de fotos para Vanity Fair y luego interviene en el OK Corral, es decir, en el Congreso. Lleva preparado un abanico de intervenciones que le van a poner en la cumbre de los telediarios. "Y lo sabes" grita por la ventanilla abierta, dirigiéndose a un camión portugués que se desliza por la ruta soporífera, como un submarino en el aire denso y amarillento.

El sherif voluntario (pero cobrando de los impuestos que pagamos entre todos los españoles y las españolas) repasa las frases que piensa soltar, como disparos de un viejo Colt herrumbroso y mitológico. Se van a cagar, se dice. Van a saber quién soy yo. Lo van a flipar: jamás se imaginaron, en el lejano oeste, que hubiesen elegido a ese macho ibérico como representatnte de las provincias del este. Menudo soy yo. Y con esa blanca palidez de niñato a quien la barba le redime de la redondez idiotizada del rostro. Niñato, si, pero lenguaraz como pocos, como ninguno. Poeta del pueblo, de las calles. El pistolero que oprime el pedal del gas tiene algo de síntesis de lo mejor de España: algo de Belén Esteban, algo de Bertín Osborne, algo de Loquillo, algo de Hernán Cortés, algo de Curro Jiménez, de cabra legionaria. La novísima aportación catalana al imaginario ibérico, al eterno imaginario ibérico.

1 d’abr. 2017

Soñé una Hojaderruta

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A día de hoy (27 de marzo, transcurridos los 18 meses tras los cuales prometieron que Cataluña sería independiente y maravillosa, cuando los diputados de Convergència y Esquerra devolverían sus actas de diputado en el Congreso para regresar a la República Celestial) todo parece un sueño. Un sueño pesadillesco, tanto como esas ensoñaciones grávidas y sudorosas de una siesta veraniega después de comer demasiado y beber mucho vino barato, vaso tras vaso de garrafa del supermercado.

Llevo un lustro escribiendo sobre el asunto del secesionismo catalán y solo puedo pensar que llevo cinco años despertando luego de una siesta horrible. Quizás he perdido cinco años, como un Sísifo minúsculo, catalán, muy fatigado.

A día de hoy uno diría que la "Hoja de ruta unitaria para la secesión catalana" no existió jamás, que es algo así como las novelas imaginarias reseñadas por Jorge Luis Borges para un divertimento intelectual. De repente todo se desvanece, como en las malas películas pergeñadas por malos guionistas, que terminan con el protagonista despertando en una habitación confortable y suspirando: "Menos mal, ¡solo era un sueño!".

Uno diría que si alguien creyó de veras en la Hoja de ruta solo fueron las personas de la CUP, pero quizás más que nada por su tacticismo críptico, esotérico, por su empecinada fe en la posibilidad de asaltar el sistema por el flanco débil, lo que en su lenguaje se formula así: "destruir a la derecha, estresar a la izquierda". Quizás solo ellas creían de veras en algo llamado "Hojaderruta" y que a día de hoy nadie sabe muy bien qué diablos significaba. Uno se pregunta si eso de las CUP es real o es producto de una siesta con mala digestión, cuando el estómago se ve obligado a digerir pedazos de carne quemada (¡malditas barbacoas!) navegando una bañera de tintorro del Penedès de a 2 euros el litro.

El vocablo "hojaderruta" tenía algo muy de Presidentarturmas, de su gusto por emplear expresiones marineras que debió pillar al vuelo mientras charlaba con Pilar Rahola en tiempos pretéritos y felices, entonces cuando los recortes en sanidad y educación públicas, en aquéllas deliciosas tardes de Cadaqués mientras ambos miraban al infinito y soñaban una Cataluña privada -privatizada por doquier- y sorbían la copa de un chardonnay helado recién llegado del norte de Francia -vía Andorra. Presidentmas cuenta algo de un abuelo marinero para explicar sus delirios náuticos, aunque uno sospecha que el ancestro era marinero de fin de semana, de velero por las calas de Menorca antes de fondear en la bahía de Fornells para zamparse una exquisita caldereta de bogavante de esas de chuparse los dedos y carcajearse comentándole a la amiga que la cena vale lo mismo que cobra una cajera del Mercadona a fin de mes.
-Y no sabes lo mejor -ruge el Presidentmas con una pata de bogavante aprisionada en sus mandíbulas de machote ibérico- Y luego va la cajera y me vota y repite conmigo que Cataluña es una nación!
-Tu sí que en saps, collons! -vocifera ella mientras manda una donación de 2.000 euros a los trabucaires d'Olot, vía Paypal y a través de la Fundació Catdem, que desgrava un montón.

A día de hoy, los vestigios ruinosos de la Hojaderruta dicen que todavía los cuenta, cual zombi, el interino Puigdemont en las Américas, pero por lo que se lee solo le escuchan unos trasnochados políticos cubanos anticastristas, amén de otras perlas transoceánicas entre las cuales Chomsky no estaba presente, creo. Uno se pregunta si Puigdemont es de veras alguien de verdad o solo un avatar con un mocho a modo de birrete. Si Puigdemont fuese de verdad, uno se pregunta entonces como es que no destituye a ese zoquete rampante y de mirada tristona llamado Raül Romeva que le organiza unas giras tan lamentables. En Dinamarca les escucharon los nietos de los antiguos nazis daneses (que los hubo y muchos, porqué en Dinamarca hubo un montón de gente fascinada con el discurso de la supremacía aria: la supremacía de los altos y rubios caló hondo en el país de los altos y rubios, claro). En Italia les escucharon los postfascistas de la Lega Norte. Cabe apuntar que todos esos viajes catastróficos del promotor turístico Raulromeva Protoministrodexteriores los pagamos entre todos a escote y sin rechistar.

A día de hoy la Hojaderruta es pura ruina. A día de hoy se descubre que el Presidentmas licitaba obras públicas multimillonarias en la sede (hoy embargada por el juzgado anticorrupción) de Convergència. Presidentmas el corruptor es el mismo que, como Xirinachs el loco, pretendía apropiarse de Gandhi e si non è vero è ben trobato. A día de hoy uno se pregunta por el silencio sepulcral de Oriol Junqueras sobre cuestiones como esa. (El silencio de Junqueras le da cuatro paladas de tierra a la tumba de la Hojaderruta). Incluso con su ciclópea envergadura, Junqueras también se desvanece como las imágenes de los sueños pocos segundos después del desvelo. Creo que Junqueras practica una estrategia similar a la de Rajoy: si callando gano expectativa de votos ¿para qué hablar?. Es posible que a Junqueras le suene de algo el soneto más citado de Neruda y en concreto ese verso tan famoso que empieza: me gustas cuando callas. No lo juraría nadie pero sin embargo uno concluye que Junqueras se gusta así, cuando se calla. En todo patriota hay un Narciso que se contempla en el espejo -en donde antes ha triangulado, al garabato, las fronteras de su patria soñada, pintalabios rojo-cuatro-barras.

A día de hoy no queda casi nada de todo el embrollo. La Hojaderruta se funde como el cubito de hielo en el gintonic de las tres de la mañana pagado con fondos públicos. Como el aire que se va en un suspiro cuando sopla el viento, como el agua del río que se te escurre por entre los dedos cuando intentabas aprehenderla en el cuenco de tus dos manos. A día de hoy se me dibuja una mueca de perplejidad y de estupidez en la cara por haber perdido tanto tiempo, tanta energía proponiendo otras opciones, luchando contra el tribalismo, la inanidad, la maldad terrible implícita en los nacionalismos. A día de hoy me pregunto adonde se fueron esos cinco años intentando argumentar que ni Cataluña es una nación ni tienen sentido las nacionalidades hoy, y procurando demostrar que los nacionalismos solo pretenden ocultar la tragedia de la desigualdad, del abuso, del desastre.

Solo fué un sueño pero no. Fué una pesadilla muy real. Al principio de esos cinco últimos años me planteé qué significaba ser catalán (lo soy por accidente o por dejadez, igual que usted, amable lector que llegó hasta aquí). A día de hoy, y después de cinco años de diatriba inútil escribo en este blog en castellano y llevo muy mal -pero que muy mal: peor- ser catalán: creo que esa condición solo me ha aportado infelicidad y bochorno.

A día de hoy releo el cuento de Cortázar titulado "Apocalipsis en Solentiname".