27 d’abr. 2013

Los sueños no son



Sueño despierto y a veces dormido. Sueño que hablo en ruso.
Sueño que mi madre llora sentada en una silla junto al hogar.
Sus lágrimas quieren apagar la lumbre, más el fuego nunca cesa.
Mientras cocina la cena (lentejas y arroz) mi madre llora. 
Sueño que estoy dormido, dormido y ausente, sonámbulo,
sueño que no podía dormir y me levanté de madrugada,
las lágrimas que mi madre lloró mientras cocinaba la cena
cayeron en el potaje de arroz, lentejas y carne de cerdo. 
Un pájaro murió en el aire y se empotró contra mi ventana.
Vi su cuerpecito de plumas asquerosas, su pico ensangrentado
por donde tres hormigas avanzaban solemnes, marciales. 
La madre llora y se ríe, cuenta de cien a cero. Me comí sus lágrimas.
La madre muerta sentada en la taza del wáter y este rojo
rojo marrón de sangre y mierda. El color que recogí con la fregona weleda.
Cuántas veces, luego, he pintado con este color en los labios del pincel.
Mi madre murió sentada en una taza marca Roca. Nada humano me es ajeno.









22 d’abr. 2013

Mactar


En Terrassa, el sábado 20 de abril. Puedo afirmar que hoy he conocido a una persona excepcional.

Para ver la entrevista sólo hay que hacer clic:

18 d’abr. 2013

Сергей Крикалев. Proletarios de todo el mundo


Hoy, al salir del trabajo, andaba buscando una poesía. Llevo muchos años sin escribir ninguna, porque nunca se me ocurre nada que se pueda escribir en versos. Andaba por la calle Florit de Sabadell, y pasé ante una casa arruinada, de donde los inquilinos habían sido expulsados al mediodía. Una brigada de obreros -protegida por la policía catalana- lanzaba enseres viejos, trastos y harapos al contenedor que había dispuesto el ayuntamiento en las primeras hora de la mañanita (Concejalía de Habitatge, Urbanisme i Espai Públic).

Fue así como llegó hasta mi (en el viento suave de una tarde calurosa, la del 18 de abril de 2013) una alucinante hoja de periódico de 1992, 26 de marzo. Yo tenía 27 años aquel día.

Allí estaba mi poesía, aguardándome entre la cochambre y la mugre durante veintiún años. El poema reza así:
El 18 de mayo de 1991, Sergei Krikalev se encaramó a la cápsula de la Soyuz. Surcó los cielos limpios y helados hasta ensamblarse en la escotilla de entrada a la estación Mir. Había salido des de la base de Baykonour, en la Patria de los Trabajadores. Los cohetes rugieron tan fuerte que ensombrecieron el himno de la Internacional, lanzado des de la megafonía. Proletarios del mundo, uníos... 
En el traje espacial llevaba cosida la bandera roja con su hoz y su martillo, brazo izquierdo. 
Sergei se asomó a la ventanilla y contempló la tiranía del espacio vacío, ese negro que oprime sin tener en cuenta la condición, género o naturaleza de los oprimidos. Soñó que lanzaba octavillas: Proletarios de todo el universo, uníos... 
Mientras Sergei orbita en la Mir, la Unión Soviética ha dejado de existir. La bandera roja ha sido arriada en el Kremlin, ya sólo se la puede contemplar en el brazo del astronauta que gira en el vacío. 
Regresó a la Tierra el 25 de marzo de 1992. Miró a su alrededor, caminando torpe, magullado y maltrecho por la estancia en el espacio y la brusquedad del retorno. ¿Dónde estaban la bandera roja, la hoz y el martillo? ¿Quién ha robado el vellocino de oro? 
Proletarios de todo el mundo, rompan filas 
murmuró.


15 d’abr. 2013

La muerte en este jardín



Jordi, el hermano mayor de mi madre, murió a finales de los noventa.

Jordi era un hombre de silencios y de medias palabras, de costumbres fijas, más bien triste. Recuerdo una sonrisa ladeada y breve en los labios, un levísimo brillo en los ojos. Y aquel bigotito que impuso la moda a finales de los cuarenta. Fue un hombre de orden y yo diría que abrazó el orden por el temor que vivía en sus entrañas. Estoy convencido de que el bigote y el amor al orden fueron su salvoconducto, su bote salvavidas. Como para tantos otros niños de Barcelona que crecieron entre las bombas italianas.

Su adolescencia transcurrió durante los bombardeos fascistas. Aunque con el paso de los años hizo dinero -compró un piso en Barcelona y otro en Castelldefels para veranear- y viajó, jamás viajó a Italia: recordaba que los aviones bombarderos de sus quince años provenían de aquel país. Por esta y otras cosas pienso yo que nunca se pudo arrancar el miedo de las entrañas. Así que se casó, trabajó hasta la jubilación en la Caja de Ahorros y murió en silencio, sin ruidos, triste. La imagen que guardo de él es la de un hombre perennemente asustado.

Este sábado estuve pensando en Jordi toda la mañana. Había salido a pasear para tomar este sol repentino y abrupto, este verano en primavera que estamos viviendo. Me metí por un camino que, des de la riera de Las Arenas de Terrassa se mete en un bosquecillo de pinos. Andando por allí me encontré con unas vallas que me impedían el paso.

Se trata del viejo Sanatorio de Torrebonica (sí, Torrebonita). Aquí estuvo ingresado Jordi al poco de terminar la guerra, afectado de tuberculosis. Su madre siempre me dijo que, de joven, Jordi había estado enfermo del pecho. Y creo recordar que alguna vez pronunció la palabra tisis en voz baja. Jamás la escuché nombrar a la tuberculosis.

Al final de mi paseo me senté a fumar, mirando hacia la avenida de tilos que llevan al antiguo hospital. Murmuré una oración por Jordi y por todos los hombres que viven asustados. Por mi también. Luego descubrí la terrible inscripción en pintura negra: aquí murió mi hijo.

Pasaron dos palomas y luego un cuervo graznando. Pensé que el cuervo perseguía a las palomas pero luego me di cuenta de que el cuervo llamaba a su cuerva para retozar en la rama de un pino calentado por el sol, rezumando resina.

11 d’abr. 2013

En la célula anarquista

La belleza de estos paisajes me inspiró el texto que sigue, conjuntamente con la novela de un cura inglés. El título del video podría ser: Paisaje catalán: grandes triunfos del progreso

Alguien que no puedo nombrar me llamó des de una cabina. Era una noche de lluvia lenta, fría como la lejana Kaddath. Fue la última lluvia del invierno.

Dijo ser un amigo, un amigo que me citaba a una reunión secreta. A las siete de la tarde, puntualizó al final. Pero dos días antes volvió a llamar, desde una cabina distinta: la reunión será a las ocho. Los gobiernos han adelantado la hora y a las siete todavía habrá luz, de modo que a las ocho. Sentí un poco de miedo: ¿habían adelantado la hora de todo un continente para intentar descubrirnos?

A las nueve la reunión ya había finalizado y salimos de uno en uno, a intervalos irregulares. Tal como nos recomendaron, di un largo rodeo para volver a casa: me subí a un tren, bajé dos pueblos más allá y volví en autobús. La emoción no me dejó cenar, sentía el estómago carcomido. Habíamos constituído la célula anarquista más letal y terrible jamás imaginada por el príncipe Kropotkin. El ingeniero (antes fue un discreto poeta de suburbio) es un genio, un verdadero artista de la aniquilación. La capacidad del grupo para destruir el sistema y la sociedad es infinita.

En poco tiempo supe que ya nos habíamos infiltrado en el cuerpo de policía (aunque los pesimistas afirmaban que era la policía quién se había infiltrado en la célula). La célula no se comunica, no nos conocemos. Hay que leer la prensa entre líneas para estar al tanto. Fue así como una mañana comprendí que ya habíamos llegado a la cima del poder y lo habíamos ocupado en silencio, como una plaga de microbios implacables, precisos y definitivos.

Leí noticias sobre ministros que mentían, extraños cambios en el poder, espionaje, alcaldes de la Costa Brava que intentaban infiltrarse en la mafia rusa. Resultaba obvio comprender que la célula terrorista había fichado a varios consellers de la generalitat, e incluso al mismo director general de los Mossos de Escuadra. Su comportamiento turbio y oscuro delataba al agente doble sin ninguna duda. Y nuestro poder no se limita a la pequeña Catalunya. Al buen entendedor le resulta evidente que nos estamos infiltrando en los gobiernos del mundo, la banca, la curia romana.

Todos esperamos el chasquido en los dedos del líder para activar el explosivo que lo demolerá todo. Es un explosivo silencioso, sin humo ni deflagración. Sin llamas. Pero no dejará nada en pie. Nada del mundo que usted conoce podrá resistir el estallido. Al día siguiente usted sólo verá demolición y ruinas.

Duermo tranquilo y esperanzado, y con los oídos abiertos. Atento. Todo indica que el momento se acerca, que ya llega. Hoy he observado algo que presagia la inminencia: las gaviotas que transitan Llobregat arriba ya no descienden a pescar peces muertos en el río. Se apostan en los balcones y los tejados, observan con la mirada ávida y fija la fachada del ayuntamiento y el edificio de la policía, se situan ante la oficina de La Caixa como si supieran.

8 d’abr. 2013

Enric H. March


La última vez que nos vimos estudiábamos Cou en un instituto de Barcelona. Casi treinta años más tarde, se me ocurrió preguntarle como le iba la vida. Si alguien quiere ver la ntrevista,

2 d’abr. 2013

Escrache


Aprovechando que Jesús había resucitado, me presenté en la urbanización del Dios para acusarle de nuestros males y desgracias. Nos prometió grandes maravillas pero llevamos la vida de los perros callejeros.

En la urbanización había un silencio de tristeza y polvo, una pena de humedad y basura y meados de gato. Estaba vacío: la calle, las casas. En los rincones recónditos descubrí señales de vida, pero era una vida remota, pequeña y lejana. Voy a ser sincero: me asusté, sentí angustia en el pecho.

¿A quién acusar cuando no hay nadie? Entonces me di la vuelta y me senté a fumar bajo el sol. Por el suelo encontré las aceitunas de un enorme olivo que plantaron allí para decorar la urbanización con un toque de mediterránea elegancia.

Este árbol, sin duda, pretendía añadir valor a las casas. Los flamantes propietarios idolatraron al olivo casi tanto como al dinero que les convirtió en señores vecinos de la urbanización del Dios. Sin embargo, hoy las aceitunas estaban secas y negras. Eran cuerpecitos cadavéricos, oscuros insectos de un viejo cuadro barroco.

1 d’abr. 2013

Francesc Puigcarbó


Segunda entrevista en el blog hermano pequeño de este. A primeras horas de la tarde del día 29 de marzo me he citado con F. Puigcarbó en la Plaza de España de Sabadell. Nos reconocemos enseguida porqué no hay nadie más en la plaza. Llego provisto de mi cámara de video Panasonic (169 euros).