29 d’abr. 2021

Con Mario en el Sakura

Amenazaba lluvia y me sobraban un par de horas antes del trabajo. Andaba por las calles pensando y por lo tanto sin rumbo, con ese deambular que ayuda a ordenar las nubes de la mente. Creí que lo mejor sería meterse a comer algo, pero mientras andaba mirando locales de comida barata di con la librería de los libros de segunda mano.

Se trata de una nave enorme metida entre concesionarios de coches, supermercados y talleres, profunda como para poder construir submarinos en su vientre majestuoso y sombrío, profunda y algo lúgubre. Los estantes son altísimos, rascacielos de papel amarillento que se pierden en todas direcciones, como los archivos judiciales que filmó Orson Welles para El proceso. Me propuse ir a comer en compañía de un libro, de modo que me impuse no salir de allí sin algo encuadernado. Sin saber muy bien como, di con metros y más metros de "Autores Suramérica" ante mi nariz, bajo la mascarilla. Estupendo, pensé: hay veces en las que los pies saben más que la cabeza. 

Las librerías de viejo son capillas: silencio, algún murmullo, santos, mártires, vírgenes, beatas y arrepentidos. A la capilla de los libros viejos acude gente sola. Hombres de edad provecta y jóvenes rarillos. Mujeres cincuentonas de mirada triste, piel pálida, cabizbajas, algo encorvadas. La soledad te atrapa por la espalda y se te encarama disfrazada de joroba, jamás viene de cara.

Encuentro la Conversación en La Catedral, en una edición de RBA barata en origen y mucho más ahora, tras las varias manos. Me llevo a Mario al Sakura, un restaurante japonés regentado por chinos. El propio restaurante se convirtió (¿se recicló?, dirían ahora?) hace algún tiempo. Eso es una conversión, sin duda. El converso es el creyente más jodido. El menos tolerante. Nada queda del antiguo talante chino: pasaron la página. La identidad nacional es líquida, dudable, y además está sujeta al negocio. La comida es buena, y justa en su medida. 

En esos lugares, y en los mediodías de entre semana, también hay personas solas. Trabajadores con su ropa manchada, un comercial embutido en un traje que le queda casi tan mal como a Puigdemont. Luego está un familia reciclada: la madre parió al niño, pero el hombre sentado enfrente, y decididamente enfrentado a la madre y al niño no es su padre biológico y quizás por eso dedica unos esfuerzos tan titánicos como ridículos en caerle bien al chaval, mientras la madre, casi ausente, contempla con detenimiento desvaído los rollitos de sushi y se pregunta: ¿en qué momento se jodió todo? Incluso en los restaurantes japoneses la vida duele.

En un rincón de la sala hay una mujer en los setenta. Lleva una peluca rojiza que delata la quimioterapia, lo he visto tantas veces que ya me lo aprendí. La mujer come con un hambre lánguida y jamás levanta la mirada del plato. En su plato está el enigma, la respuesta y el misterio. Viste con un cierto gusto, con una elegancia de mujer obrera y sobria. Cuando enviudó, deduzco, su marido la dejó medio bien y no pasa más penas que las justas, las de la naturaleza. Cuando termina exige un café y paga con un billete de 20.

Yo me quedo un rato más leyendo a Mario. Vargas es una catedral de la literatura, lo más grande. Me entretengo en cada frase y casi lloro cuando termino una página, a la que debo condenar al abismo del pasado. Solo por poder leer a Vargas así agradezco haber nacido catalán bilingüe. Cuando por fin pido la cuenta descubro que me he quedado solo en el Sakura. Y encima llueve a cántaros. 

27 d’abr. 2021

En tiempos de tribulación

No cayó del cielo la democracia. No la trajo un dios con su gracia ni la inseminó un ser galáctico con su nave. No se encuentra en la naturaleza. Debieron pasar miles de años y de vicisitudes. Del mismo modo que, para llegar a Botticelli, tuvimos que esperar hasta el siglo XV después de Cristo, tras veinte mil años de comunidades humanas decorando paredes como buenamente podían.

La democracia es obra de los hombres y las mujeres, y como todo lo que es obra de hombres y mujeres, es imperfecta. Philip K. Dick advirtió una vez: si usted se queja de este mundo es porque no conoce a los otros. Y uno sospecha, con el paso de los años, que vive en el mejor de los mundos posibles. O de los probables, mejor dicho. Casi todo el mundo sabe del poder infinito de los sueños y así mismo de la dificultad y la impotencia insalvables de los actos en el mundo.

Todos lo sabíamos: no venían a aportar nada nuevo y mucho menos nada bueno. Pero les reímos las gracias: siempre resulta graciosa la desfachatez, la insolencia, la incorrección. Y mucho más graciosa resulta cuando nos damos cuenta de que somos más pobres, más vulnerables. Cuando los hombres se percataron de que estaban perdiendo privilegios frente a las mujeres aplaudieron al hombre que venía con el pecho descubierto y lleno de pelo a gritarles que el hombre manda y la mujer obedece mientras pare, cuida y nutre a los hijos. Aplaudieron al que les recordó que unos antiguos guerreros expulsaron a los musulmanes en nombre de Cristo. Qué más da si aquellos guerreros eran cazurros, brutos y pendencieros, solo movidos por la codicia de la tierra.

En tiempos de banderas agitadas como para una batalla antigua, estúpida y absurda, se aplaude al que vuelve con una bandera más grande.

No se puede afirmar que un fenómeno histórico sea consecuencia de uno anterior, pero si podemos ver las similitudes entre ellos y pensar que alguna relación tienen. Quizás solo crecieron en un misma ecosistema, bajo un mismo clima. Afirmar que Abascal y Puigdemont son causa y consecuencia o incluso lo mismo me costó algunas reprimendas. Tampoco creo que se les pueda tildar de fascistas, aunque quizás es pronto para las conclusiones: en cualquier caso, ambos flirtean con derribar la democracia, exponerla a la intemperie, abandonarla bajo el frío. A ver si resiste.

No hay un fantasma recorriendo Europa: hay dos fantasmas en la carretera. La derecha extrema y el nacionalismo radical. Quizás alguien vea a un solo fantasma, puesto que muchas veces parecen siameses. Como en un cuento de Lovecraft de aquellos en los que un monstruo dormido durante siglos se levanta de su sepultura mal pergeñada en donde, bajo la apariencia de un muerto, solo era un durmiente.

Alguien me cuenta que fue a un mítin de Vox y vio obreros, gente precarizada que se cansó de ciertos discursos buenistas. Poco más tarde, leo que el votante de Puigdemont/Borràs se piensa a si mismo como una persona progresista y más bien de izquierdas. No olvidemos que el partido que solemos llamar "nazi" era nacionalsocialista. El cartel del MENA y la abuela precaria en el metro de Madrid se parece mucho al de "España nos roba" que adornó las calles catalanas: se suelta una mentira o una falacia que encienda a la gente y luego se pasa a recoger los votos. Siempre se debe añadir algo sobre la libertad, la historia entendida como una línea ascendente hacia alguna parte y por fin estampar una banderita nacional en cualquier rincón del letrero.

La democracia no cayó del cielo y es frágil. Como todo lo humano, es muy frágil. Con un martillo comprado por dos euros en el bazar podríamos romper la crisma de la Pietá, y con un cuchillo de pelar manzanas podemos rajar El nacimiento de Venus: ¡Que se joda Botticelli! ¡Que se joda la democracia del 78! Nosotros tenemos los cuchillos y los martillos, parecen decir quienes no aportan nada nuevo ni nada bueno: pero ni Abascal ni Puigdemón ni Iglesias son Botticelli, ni sabrán reconstruir lo que rompieron en nombre de... ¿la libertad? ¿la patria? ¿el pueblo?. Debemos defender a Botticelli y a la democracia.

22 d’abr. 2021

Allanar el camino hacia la nada

Ando por la calle, a media tarde, por el barrio de Espronceda. Delante mío van dos niños de unos siete años, morenos, avispados, de gestos y andares veloces. Gitanos. Hablan de sus cosas con esa voz poderosa y flamencorra que la naturaleza les regaló para envidia de los demás. En su boca todo es poesía.

-Los planetas son como huevos Kinder: dentro hay chuches, Mandonals, donus.

-Pero hay uno que por dentro lleva caca y pis, responde el otro, más bajito y sin reírse. Es decir: va en serio.

Me siento tentado de preguntarle al niño pesimista si no será que está pensando en nuestro planeta, pero lo dejo. Como es natural.

Han comenzado a florecer los artículos de pedagogos y maestros que hablan de los efectos de la pandemia sobre la población escolar, y no hay buenas noticias. Se nota el cansancio, el hartazgo de las pantallas, la falta de contacto humano, la desaparición de las salidas y las excursiones. Por no hablar de los niños que dejaron de comer en el comedor escolar por lo menos una vez al día durante el confinamiento, algo que nunca nombra nadie. En ese paisaje no me extraña que haya niños con una visión negra del universo. El mundo, de repente, se les revela hostil y amargo. Quizás siempre lo fue pero no quisimos verlo ni quisimos enfrentarnos a las verdades demasiado incómodas.

Dice Sven Lindqvist en su portentoso "Exterminad a todos los salvajes" que dos sucesos históricos parecidos no son iguales ni se puede afirmar que uno sea la causa de otro. Para concretar: el genocidio que perpetraron los belgas en el Congo no causó el exterminio judío a manos de los nazis. Pero sin embargo les allanó el terreno. La lista de exterminios anteriores a los nazis es extensa y prolija.

En 1850 ya había filósofos europeos (ingleses para más señas, como Herbert Spencer) hablando de razas superiores e inferiores, y de la necesidad de apartar a las inferiores en nombre del progreso de la nación. Primero apartarles y luego eliminarles. Todo el libro es un comentario a la frase que le da título, que es una frase pronunciada por el personaje de Kurtz en El corazón de las tinieblas, la obra cumbre del polaco que pensaba en francés y escribía en inglés. (Botifler al cuadrado, diría un procesista catalán).

Sigo andando por el barrio de Espronceda mientras el sol tiñe de malva las nubes y se despeña tras los bloques franquistas levemente maquillados. Es el atardecer lento, en primavera. Por un instante intento contarlo en francés y recuerdo algo de Baudelaire sobre el color malva, los gatos y el olor del pachuli. pero no puedo. No puedo, esa es la realidad. En la calle, más ensombrecida que el cielo, destellan las luces azuladas de la policía en su ronda vespertina por los barrios bajos. Soy incapaz de formular quién allanó el camino a quién, de donde sale la idea de una raza y por lo tanto de una raza superior a otras inferiores. Qué es lo que termina justificando los nacionalismos agresivos, los pasivos o los victimistas que, a la vez son también agresivos y pasivos. Me parece algo ya muy fácil construirse el rol de víctima y entonces recuerdo a Murray cuando advierte: no siempre la víctima dice la verdad ni tiene razón, no siempre es obligatorio que nos caiga bien y, a veces, la víctima ni tan solo es víctima. Eso me lleva a pensar en las veces en las que Laura Borràs se presenta como víctima de una opresión insoportable aún siendo una indiscutible privilegiada.

Víctimas, lo que se puede llamar víctimas, lo fueron los hotentotes, sin duda alguna. Los hereros de Namibia. La mayoría de culturas indígenas de norteamérica, los armenios. Etc. ¿Se le pueden añadir los catalanes nacionalistas a lista de las víctimas? Parece imposible y, sin embargo, lo hacen. Ha habido grupos de nacionalistas que se han juntado ante una panadería para acusar a la dependienta, argentina y recién llegada, de victimizarles por no hablar catalán. Pidieron su despido. Quizás su repatriación. O porqué no, su ingreso en un campo de concentración.

Tengo la impresión de que a día de hoy lo mejor para caer bien es presentarse como víctima de algo o de alguien. Quizás los belgas de Lepoldo II también supieron presentarse como víctimas de algo, para justificar el exterminio de los africanos. Por lo que leo, algunos argumentaron haber cometido atrocidades en respuesta al hecho de que uno de sus compatriotas fue asesinado y luego devorado por los hotentotes. Tras años de soportar torturas, la amputación de millares de manos, miles de violaciones, cientos de miles de castigos inhumanos, un hotentote se comió a un belga. Y los demás belgas exterminaron a toda una población.

Nunca sabremos quien fue el primero, quien allanó el camino a los demás. ¿Qué más da? Hoy me acostaré pensando en ese niño gitano de siete años que insinúa vivir en un planeta relleno de pis y de cacas.



18 d’abr. 2021

¿Se puede ser demócrata e independentista?

Ustedes habrán escuchado mil veces afirmaciones como las que siguen:

  • No soy racista, pero no quiero que un negro me quite el trabajo
  • No soy homófobo, pero creo que los homosexuales no deben exhibirse públicamente
  • No soy machista, pero creo que las mujeres se ocupan mejor de la casa y los hijos que los hombres
  • Creo en la igualdad de las personas, pero pienso que quienes han llegado en patera, sin papeles, no deben tener los mismos derechos que los oriundos
  • No soy totalitario, pero creo que las minorías deben someterse al dominio de las mayorías, o bien ser expulsadas de la comunidad
En todas esas frases, como es bien sabido, solo debe tenerse en cuenta lo que va después del pero, ya que lo que antecede al pero es prescindible.

Las personas que se expresan así siempre me han provocado temor. Incluso más que quienes directamente te sueltan soy racista, soy machista: en estos casos, uno por lo menos asume lo que es y ha identificado donde tiene su punto débil.

La Cataluña de los últimos años ha normalizado, sin pestañear, ese tipo de expresiones:
  • Soy demócrata, pero en Cataluña solo puede haber partidos nacionales
  • Soy demócrata, pero en Cataluña debe prohibirse el uso del castellano
  • Soy demócrata, pero TV3 solo se debe invitar a tertulianos nacionalistas
  • Soy demócrata, pero el gobierno solo debe subvencionar la cultura catalana en catalán
  • Soy demócrata, pero los partidos no-independentistas no deben ocupar espacios en el Parlament
  • Soy demócrata, pero la voluntad del pueblo está por encima de las leyes
  • Estoy a favor de la libertad de expresión, pero solo tolero que se expresen los que opinan como yo
Esta última expresión, en concreto, quizás la más terrible y la más aberrante, se ha escuchado en boca de personas con cargos públicos de relevancia. Esa frase en concreto significa, simplemente: la democracia no existe, ha sido suplantada por el mandato del pueblo. Una frase que pronunciaron en su momento individuos como Hitler, Mussolini, Stalin o Franco. Sí, Franco, lo han leído bien. Lo expresaba con claridad y muchas veces: España es, España quiere. Convertía a la ciudadanía en un sujeto singular e interpretaba su ser, su voluntad o su deseo tal como lo haría un médium, ungido de poderes sobrenaturales. Y todos se llevaban las manos a la cabeza mientras pensaban: ¡claro, habla así porque es un dictador! 

Sin embargo, llegó la democracia y, de repente, alguien habla así en Cataluña a la vez que se proclama el más firme defensor de la democracia. No solo eso: también el único demócrata, sometido a la opresión de un estado totalitario.

El último impulso antidemocrático, iliberal y antilustrado lo tenemos (de nuevo) en la ANC, entidad que pasea un autobús amarillo por las calles exigiendo "Independencia AHORA". Y aporta un número: somo el 52%. Se refieren al porcentaje de diputados independentistas del Parlament. Aunque hay otros números, no los manifiestan. No cuenta, por ejemplo, que en esas elecciones (elecciones y no referéndum) votó el 53% del censo, dato más que relevante en ese asunto. El mismo dato ofrece una lectura mucho más nítida si se cuenta bien: Votó el 53%, y de ese 53%, el 52% votó independentista: luego un 26% del censo es independentista. El uso de los números como me plazca y mejor me convenga no creo que sea un alarde del pensamiento democrático.

Quizás no sería mala idea un buen plan de educación sobre valores democráticos en las Tv, incluso en Tv3: quizás se debería contar cuales son los principios de la democracia: igualdad, diálogo, consenso, pacto, respeto por la minoría, respeto fundamental por las leyes. Sin uno de esos elementos no hay democracia. A lo sumo hay culto a las urnas, pero las urnas no hacen una democracia: incluso Franco convocó referéndums.

El próximo día les hablaré acerca de Javier Cercas.

15 d’abr. 2021

LO QUE SE DE JAVIER CERCAS Y SUS ODIADORES


VOY A CONTAR LO QUE SE DE JAVIER CERCAS en ocho puntos

1. Javier Cercas es uno de los escritores catalanes con más proyección nacional e internacional, si no el que más.
2. Su novela "Soldados de Salamina" fue leída en despachos, coches baratos y coches caros, trenes, furgonetas, almacenes, sofás en pisos amplios diseñados por arquitectos de renombre y sofás en pisos miserables, de arquitecto anónimo, fue leída en autobuses y metros, bancos del parque, chiringuitos de playa y retretes de obra. Personas que no solían leer leyeron "Soldados de Salamina". Fue leída en Pedralbes, en el barrio del Gornal y en Vic. Todo eso me consta.
3. Su obra "Anatomía de un instante" es un ensayo brillante, osado y altamente literario, en donde el autor muestra un oficio apabullante.
4. Cercas es muy bueno en la ficción y en la no-ficción. Es, a mi parecer, nuestro Emmanuel Carrère en versión hispana.
5. Javier Cercas ha escrito textos necesarios, como "El monarca de las sombras", fundamental para comprender la guerra civil española.
6. Su ensayo "El punto ciego" es un texto breve y brillante en el mundo del ensayo literario y contiene tesis quizás no originales, pero jamás tan bien expuestas.
7. Su novela más débil ("Terra Alta") es la novela negra/policial más exitosa escrita en Cataluña.
8. Javier Cercas es el escritor catalán vivo más relevante de nuestro tiempo, tanto en lo literario como en lo comercial.
8. Solo la envidia explica el trato que algunos catalanes le dan a Javier Cercas , la envidia y ese supremacismo sin fundamento, sin vergüenza y sin cuartel en el que vivimos, y que alienta a los peores y los aúpa hasta los medios. Hay unos catalanes que odian a la inteligencia y al arte, y escogen a Javier Cercas para canalizar su odio, creyendo que ese odio neutralizará su envidia.


12 d’abr. 2021

El amor y la muerte circulan en dirección contraria


Cuando uno lee la prensa, en los últimos tiempos, ya casi solo espera encontrar las sandeces de la señora Ayuso, las ocurrencias de los ex-pertos en la cosa de la COVID o la última invitación al tedio de los políticos secesionistas catalanes. Lo que no se espera uno es encontrar uno de los más bellos relatos sobre el amor y la muerte.

Y, sin embargo, así ha sido. Debería confiar más en la humanidad.

La policía detiene a un automóvil que circulaba en dirección contraria por una autopista catalana, cerca de Gerona. Una vez detenido, se descubre que el conductor, suizo de origen español, circula con un copiloto envuelto en una mantita, muerto des de hace por lo menos tres semanas. El muerto es su pareja. Le prometió, en vida, y cuando ambos sabían que la vida se extinguía, que harían un último viaje juntos. Cumplió su promesa: le sentó en el asiento de al lado, como habrían hecho tantas veces. Y le abrochó el cinturón de seguridad, un detalle que me fascina. Un acto de amor más allá de la muerte, un gesto digno de la mejor literatura romántica de todos los tiempos. Me detengo en ese instante, cuando suena el clac de la hebilla del cinturón de seguridad. Es maravilloso. Quizás este momento contiene algo trascendental y la banda sonora es un vulgar clac metálico, algo tan cotidiano y tan pequeño que ahora, de repente, adquiere una dimensión colosal.

Ramón de España hizo el primer ensayo, en la prensa, para reportar el suceso y elevarlo a la categoría literaria. Él, como yo, hemos pensado en Emmanuel Carrère. A mi, Carrère se me vino a la mente mientras leía la noticia, encuadrada en los sucesos escabrosos. Los medios no percibieron la magia oculta en el hecho. Es más: uno encuentra un cierto retintín escatológico en algunas notas de prensa, una sorda invitación a la burla, una insinuación de chanza. ¡Está chalado! parece decir el cronista incapaz de ver lo maravilloso del suceso.

Emmanuel Carrère supo escribir un libro fascinante en "El adversario", libro que, sin ser uno de los mejores de Carrère, es un libro excepcional. Ahora debería hacer lo mismo con esa pareja de suizos que supieron cumplir una promesa a pesar de la muerte, contra la muerte. Alguien, no muy lejos de aquí, burló a la muerte. En nuestros días, en nuestras narices cubiertas por una pudorosa mascarilla higiénica que creemos capaz de engañar a la Parca, un hombre supo demostrar que el amor es superior a la muerte.

Los matices, las preguntas y las incógnitas son enormes: ¿de qué murió el amante? ¿Fue por causa del virus? ¿Cuánto tiempo llevaban juntos? ¿Por qué, motivo, tras viajar por Francia y por Italia, se metió en contradirección en una autopista española? ¿Pretendía algo o fue un error debido al cansancio, a la pena y al dolor? Yo pensé en Carrère por ser uno de los mejores escritores vivos que conozco y que doy por seguro que habrán leído la noticia y, tras leerla, se habrán preguntado muchas cosas y entre ellas ésta: ¿se puede escribir un libro sobre los amantes suizos?. Pero también pensé en muchos otros escritores que, ya muertos, habrían reaccionado ante tan bella historia. Se me ocurrió, entre varios, al recientemente fallecido Joan Margarit, poeta que supo escribir como pocos sobre el amor y la muerte. ¡Qué bello poema hubiese parido Margarit!

Sobre la relación entre el amor y la muerte escribieron los clásicos antiguos, los poetas medievales y muchísimos otros, y uno, que es lector, tiende a pensar que eso es cosa de la literatura pero no de la vida. pero uno andaba muy equivocado: en nuestro mundo y en nuestros días embriagados de banderas e himnos, de campañas, de esloganes, de superioridades regionales y morales, hubo un hombre que quiso cumplir la promesa adquirida con la persona amada y, tras envolverla en una mantita, la subió al coche, le abrochó el cinturón para que no le pasara nada y se fue para el sur cuando la primavera asomaba en el sur. Visitaron Francia, Italia y España, como cualquier romántico del siglo XVIII.

Estoy casi convencido de que, durante el viaje, el conductor le iba contando a su copiloto la belleza de los paisajes, y como florecen el verde, el blanco y el rosa, el violeta y el añil en los lindes de la carretera. Hasta que, de repente, dos policías españoles les desvelaron de su sueño de colores. Fin del trayecto. 


11 d’abr. 2021

Artes de ser maduro



Hace pocos día, un profesor de filosofía me dijo: "hacerse adulto significa concordar lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace". La verdad es que ignoro de donde sacó la idea, si es de un autor antiguo, clásico y renombrado, o de cualquier otra fuente, quizás sin contrastar. La frase parece bastante axiomática. No se lo pregunté: aunque la pregunta sea la génesis de la filosofía, haberlo preguntado indicaba una cierta desconfianza y, a mi, este profesor me merece toda la confianza: a diario está ante una clase de bachilleres de un suburbio urbano, y en su aula habrá alumnos de quizás diez nacionalidades distintas. No hay mayor garantía que eso. 

Con esa frase en la mente, recién llegada, uno no puede evitar un sudor frío, que acude pocos minutos más tarde. El sudor va acompañado de la duda. ¿Se parecen lo que pienso, lo que digo y lo que hago? Bueno, solo pude responderme que estoy en ello, que por lo menos lo intento.

Mis dudas venían a cuento de las ideas sociales o políticas que puedo tener y que a veces incorporo o repito porqué me parecen buenas y bonitas. Pero... ¿mi conducta obedece a esas ideas realmente y las ejemplifica? Y eso es así... ¿siempre?

No puedo dejar de pensar en otras personas que manifiestan ideas progresistas pero que, sin embargo, actúan de modo autoritario o dogmático, que repiten pautas antiguas y nada progresistas, que expresan misoginia o sentimiento de superioridad cultural: es una cuestión de método, siempre nos resulta más fácil ver los defectos en los demás. Sobre los propios cae un espeso velo de compasión, comprensión y disculpa bien justificada.

Siempre he pensado que los humanos somos iguales. Sin embargo, tardé muchos años en poder citar mujeres notables en el mundo de la música, de las letras o del arte. Aparte de las manidas Madame Curie y Frida Kahlo, no daba con otros nombres y eso me avergonzaba. Tuve que emplear tiempo para poder hablar de Sonia Delaunay, de Paula Becker, de Clara Schumann, de Artemisia Gentileschi, de Hannah Arendt, de Núria Amat, de Sara Mesa, de Anna Magdalena Bach, Sally Potter, Lucrecia Martel...

Me sucedía lo mismo para con personas de piel negra. Tuve que aprender, leer, ver documentales, pensar un rato. No sirve recurrir una y otra vez a Luther King o a bell hooks (en minúsculas, sí), a Stevie Wonder, a Toni Morrison. Mi última incorporación a la lista es Raoul Peck, nacido en Port-au-Prince, que me ha ayudado a hacerme un poco más adulto con sus cintas y su discurso tan maravillosamente hilvanado, y a la vez tan creativo, tan brillante.

Peck, tras dirigir varias cintas de ficción y no-ficción, ofrece el documental de 4 horas titulado "Exterminad a todos los salvajes", que ustedes pueden encontrar sin dificultad. Esa obra, que se debe ver en versión original, nos ayuda un poco a todos a madurar, nos ofrece un puente franco hacia la vida adulta como colectivo. En tiempos de crispación, de relativismo moral y de polarización, Peck vuelca su mirada haca adentro y a la vez hacia afuera, hacia el pasado y el presente. Nada humano nos es ajeno, parece decir, y debemos aceptar quienes fuimos. Sin esa aceptación no hay progreso hacia ninguna parte.

Abundan, hoy en día, quienes pretenden reformular la historia con fines espurios y para empequeñecernos, convertirnos en sujetos infantiles que repiten eslóganes simplistas. Alguien opone el socialismo a la "libertad", algo que ya hizo la señora Sarah Palin hace unos años y le abrió el camino a un tal Donald Trump. Hay quien trata a la emigración andaluza a Cataluña de "colonizadora" y propone su sometimiento o incluso su expulsión. Hay, también, quien se plantea si es mejor o peor el fascismo que el comunismo para llegar a la conclusión, feliz y vociferada, de que el comunismo es el más maligno. Ignoran, esos, algo que ya escribió Hannah Arendt en "Los orígenes del totalitarismo": Arendt trató en el mismo texto del nazismo y del comunismo, puesto que son terriblemente parecidos. Lo que pasa es que leer a Arendt requiere un esfuerzo, y repetir un eslogan es muy barato.

Ver la obra de Raoul Peck pide cuatro horas ante la pantalla (más algunas de meditación), mientras que leer un tuit solo nos exige cuatro segundos (más otros cuatro para copiar y pegar).

Lo dicho: crecer es difícil y costoso, incluso para un roble. Pero se debe intentar y eso parece una exigencia objetiva y razonable. Lo opuesto no es apetecible, aunque podemos morir en el intento.

8 d’abr. 2021

Juan Belmonte y la muerte

Mi madre murió cuatro años después de que muriese mi padre. Se apagó. La causa de la muerte de mi madre fue incierta: diríase que fue la suma muy grande de muchos factores pequeños. No digo que mi madre desease morir, pero era evidente que había perdido el interés por vivir. Tal como yo lo veo, mi madre, simplemente, dejó de desear vivir. Hasta que la vida la dejó a ella, una tarde domingo, en un invierno de hace...

Mi madre aborrecía los toros, y se molestaría conmigo si le contase que, hace poco, la comparé al matador de toros sevillano Juan Belmonte. Belmonte quiso morir en la arena y, cuando se dio cuenta de que eso ya no sería posible, llamó a la muerte por otros caminos y se citó con ella en otra plaza. La historia dice que Juan Belmonte se suicidó, y la historia va bastante acertada: Juan se descerrajó un tiro en la cabeza un 8 de abril del año...

En España se habla de eutanasia y algunos se ponen malos cuando sale el tema. La muerte no es tema fácil ni plato de buen gusto, claro. Es curioso que se crispen tanto ante la eutanasia, derecho que no obliga a nadie a morir ni permite el asesinato. Y es curioso que, entre los que más se crispan con la eutanasia, estén los que desearían reincorporar la pena de muerte en el código penal. ¿La muerte de los demás es cosa pública?. Por cierto: a Juan Belmonte le permitieron ser enterrado en un cementerio católico, algo que muchas veces se niega a los suicidas. 

Por todo eso comparo a mi madre con Juan Belmonte. Mi madre pasó los últimos diez años de su vida cuidando al gran dependiente en que se convirtió su marido (mi padre), mayor que ella, víctima de una enfermedad lenta pero inexorable, terrible. Mi madre lidió en esa arena sin espectadores ni aplausos y, cuando la función terminó, no supo qué más podía hacer con su vida. Las luces se habían apagado, la banda de músicos se había ido a otra parte. Tras la misa de difuntos solo había la nada.

Fue en vano contarle, con sonrisa boba y confianza inútil, que la vida le ofrecería otros placeres a partir de la viudez recién inaugurada, otros estímulos, que la vida le depararía sorpresas bellas e inesperadas. Mi madre no se creía nada. Mi madre no era el diablo, simplemente era vieja. Y sabía que tras la función no hay nada. Salvo el silencio de la alcoba solitaria, la radio repitiendo sandeces, el calendario de la cocina con quince citas mensuales para acudir a ambulatorios, a hospitales y a especialistas de la artrosis, más la mañanita en La Caixa para ver como hacemos la declaración de la renta o donde ponemos sus ahorrillos, ya lo sabes, ahora hay grandes oportunidades para invertir tus veinte mil euritos en los mercados emergentes.

Cuando tuve que vaciar el piso de mi madre encontré sus últimos cuadernos. Ella, que antaño había escrito largas frases sobre pintura, libros y recuerdos antiguos, se limitó a anotar la hora y el minuto en que salía el sol, la hora y el minuto en que el sol se ocultaba en sus últimas semanas. La última anotación solo reporta el alba. Con una letra temblorosa, aunque quizás es temblorosa solo porqué le importaba un pimiento incluso eso, lo más pequeño y a la vez lo más grande. 


7 d’abr. 2021

Una de muertitas en Semana Santa

Quizás hubiese sido más oportuno poner esa entrada durante la Semana Santa recién terminada, ya que trata de personas muertas y espíritus parlanchines. Que son asuntos muy propios de la Semana de Pasión y muerte. Pero las cosas van como van y uno no hace siempre solo lo que le apetece o mejor le parece. La vida, sin embargo, tiene sus exigencias y sus directrices, no siempre fáciles de descifrar. La vida manda, hasta que la muerte le manda a uno al banquillo (o se manda uno mismo a él, como lo hizo Juan Belmonte). 

Ayer supe que murió un compañero de trabajo de mi edad, profesor de filosofía en un instituto de la comarca. Pensé en los muertitos y las muertitas, en los cementerios y las bibliotecas en donde se guardan libros, en los campos del paisaje de secano, en las personas que emigran de una parte hacia otra sin cesar, en las que sufren, en las que viven en los barrios con bloques inspirados en nichos y sin embargo están más vivos que quienes viven en chalés con piscina, jardín con rosales, barbacoa lateral y césped perimetral.


3 d’abr. 2021

La vulgaridad en Cataluña


Sostenía, el discurso nacionalista catalán clásico, algo sobre la superioridad moral de los catalanes. Cuando yo era chico, me contaban que los catalanes éramos lo más parecido a los europeos del norte: los más limpios, educados y cultos al sur de los Pirineos. Durante la etapa pujolista ese discurso se hizo institucional y hegemónico, como el tumor que se instala en el organismo que lo acoge y no despierta a los anticuerpos. Sin evidencia científica alguna, la superioridad de los catalanes se presentaba como una obviedad. A nadie le molestó esa idea: a nadie le molesta que le tilden de superior y cualquier mentira es eficaz en tanto y cuanto dé satisfacción al que la escucha.

Es más: en mi primera visita a Madrid, siendo yo muy joven, intenté ver suciedad e incultura en la ciudad de la Meseta a pesar de que, empíricamente, la veía mucho más limpia y educada que Barcelona. Me dije a mi mismo que había visto un Madrid parcial o quizás sesgado, que quizás no había estado en los lugares oportunos, aquéllos que me iban a desvelar la ciudad miserable que me habían vaticinado. Tardé décadas en aceptar lo evidente: Madrid es más cosmopolita, culta y limpia que Barcelona. Y no pasa nada. También París es más interesante que Lyon o Marsella, Londres mejor que Manchester o Liverpool, Berlín que Hamburgo. (Quizás Lisboa no sea mejor que Porto, pero eso es otro asunto).

Una amiga me contó, cuando yo era un jovenzuelo imberbe, pazguato y atónito, que su hermano había hecho la mili en la división Brunete y que allí había descubierto la cocina mesetaria, que me describió como una cocina de platos densos, áridos, adustos e indigeribles. Me dijo ella: su mentalidad es como su cocina. No es como la nuestra, que es abierta y ligera. La verdad es esa: yo me creí aquella definición y sus consecuencias.

Muchos años más tarde llegaron los magrebíes, los africanos subsaharianos, los americanos latinos, los asiáticos. El discurso de la superioridad catalana se desbordó por todas partes. Y el servicio militar obligatorio se terminó. España adquirió otro aspecto, la democracia y la Constitución se afianzaron, ingresamos en Europa y en la Otan, el estado de las autonomías avanzó a grandes zancadas y los españoles nos convertimos en el país más descentralizado de Europa, en el país en donde las autonomías disponen de mayor autogobierno. Uno como yo, que trabaja en educación, sabe de lo que habla. 

Tras mucho autogobierno y mucha autonomía, la impresión general es que Cataluña ha optado por la vulgaridad y, lo que es peor, por un nacionalismo excluyente con tintes supremacistas (absurdos a todas luces) y por un tono agresivo que la equipara a las peores opciones de la Europa xenófoba, antifeminista y clasista. Cataluña ha optado por la vulgaridad protofascista, una vez caída hacia la parte del populismo nacionalista más soez. Esa no es es la Cataluña que quiere la mayoría.

Cataluña es de todos, para todos. No hay otra opción. Y la mayoría desea una Cataluña que priorice la educación inclusiva, la sanidad universal, la equidad y la igualdad de oportunidades y de resultados, la justicia. El nacionalismo ya no sirve para nada. La mayoría de los catalanes hemos optado por una Cataluña plural, abierta y empática. Todo lo demás es vulgaridad tribal, y nadie en Cataluña quiere ser equiparado a los más oscuros reductos de la Europa feudalista que se extingue entre estertores melancólicos. Queremos dejar de ser vulgares y queremos ser abiertos, multilingües, pluriculturales, cosmopolitas. Debemos decirles a nuestros representantes políticos que preferimos ser como Nueva York y no queremos ser como Amer.

 

1 d’abr. 2021

La república intermitente


Deberían incluir, propongo, en los programas de estudio así como en los de la televisión, algo que se titulase "valores republicanos", o cualquier cosa por el estilo. La Ilustración de Diderot y sus colegas, así, con mayúscula en la I, se dedicó a ello y no les fue nada mal. Aquellos valores de hace algo más de doscientos años, son los que nos orientan y, con más o menos intensidad o fortuna, rigen nuestro país, nuestras leyes y nuestra jurisprudencia. Casi todo lo que somos y lo que tenemos quienes no disponemos de hacienda o de apellido ilustre, valga la ironía, emana de esos valores paridos en la Francia del XVIII pero amamantados en medio mundo.

Deberían explicar que el republicanismo no consiste en cortarle la cabeza a un rey, del mismo modo que quienes creemos que la Tierra es esférica no proponemos, como argumento ni como estrategia, la decapitación de los terraplanistas. La palabra república está aquejada del mismo mal que lo está la palabra democracia y, en cierto sentido, las palabras fascismo o comunismo.

Demasiadas conversaciones terminan con la reductio at fascium, cuya expresión anterior era la reductio ad hitlerum. Si no estás a favor de los míos eres un facha, y discusión zanjada. Lo he visto (lo he vivido) demasiadas veces. Es un recurso infantil y torpe, pero muy eficaz: en cuanto me llaman facha se que la charla ha terminado, que no puede haber más diálogo y que será mucho más productivo que me ponga a regar las plantas de mi balcón.

Otra palabra severamente enferma es libertad, que cayó en manos de los liberales por razones obvias y semánticas, pero es un tema más complejo y hoy no tengo el cuerpo para eso.

En Cataluña llevamos muchos años metidos en un laberinto, quizás sin salida, cuyos muros son el palabrerío vaciado de sentido, y en ese vericueto imposible andamos cada día un poco más perdidos, más extraviados, más perplejos. Y quizás más tristes, más apesadumbrados. Quienes creemos en los valores republicanos debemos ver como unos que reivindican una república reniegan de todos los valores republicanos para imponernos la dictadura de la masa, generalmente enfurecida. La masa, el pueblo, el pueblo verdadero. ¡Claro! La palabra verdad no podía faltar en la lista de las palabras malitas. Aunque hay que ser honestos: verdad lleva muchísimos años enferma. Y, por lo visto, las palabras enfermas se han agrupado y las han confinado, bajo llave, y la llave se la tragó el dueño del sanatorio.

Hay, en Cataluña, una república intermitente que viene y va por los meandros de los discursos, las declaraciones solemnes, los atletas de la democracia, los héroes/víctimas de las esencias. A veces aparece la democracia, a veces se va: es imposible discernir qué hay de democrático en el Consell de la República que se ha pergeñado un señor en Waterloo, imposible encontrar indicios de republicanismo en sus textos repletos de épica, de drama, de comedia y de mala uva. Y de una visión, medio eufórica medio naif, sobre el mundo en el que vivimos. No encuentro rastro de aquella mirada, quizás también demasiado optimista, que creó una cultura europea, una democracia europea medio imperfecta pero que, al fin y al cabo, es el mejor de los mundos dentro del mundo. Me refiero al mundo real: el de los sueños me encanta, pero uno debe acordarse del principio de realidad, tan grave y tan pesado como la gravedad que tanto nos pesa. Al igual que la gravedad, que nos mantiene unidos a la tierra, la realidad nos mantiene unidos entre nosotros en la necesidad, única e imperiosa, de comprender que el planeta es para todos y que solo el diálogo, el pacto y el acuerdo entre los distintos es el único valor a tener en cuenta. Y es un valor republicano.

[Ahora, si lo desean, llámenme facha o botifler por haber escrito en favor del diálogo. Las plantitas de mi balcón necesitan un poco de agua, eso traslúcido y bueno que nos mantiene con vida].