27 de juny 2021

Los tres grandes poetas catalanes

En respuesta a una sugerencia post mortem de Roberto Bolaño (in memoriam), pensé quienes eran los tres mejores poetas catalanes y tomé una decisión. La que pueden leer en la foto justo encima de estas palabras.

A lo largo de la vida uno toma opciones éticas y políticas. Es inevitable y se hace, consciente o inconscientemente. Entiendo que tomar una opción ética y política es algo tan simple como decidir a qué supermercado se acude para comprar, o si no se acude al supermercado y se prefiere el mercado municipal de la plaza mayor (yo suelo ir al Mercadona). Si uno se suscribe a Filmin o a Netflix, si uno se pasa unos días de sus vacaciones en una fonda del Maestrazgo o en un resort de Punta Cana. Todas y cada una de esas elecciones son elecciones políticas. La política no está los votos: el votismo no es política, es una confesión. Adorar a las urnas es como adorar a Baal.

Así, por ejemplo, este mes he optado por mostrar mi adhesión al colectivo LGTBI, con todas las cautelas y las dudas que me conlleva. Pero siempre estaré a favor de defender a los colectivos cuyos derechos están pendientes. No hay que ser homosexual para defender los derechos de los homosexuales, del mismo modo que no hace falta ser negro para defender los derechos de las personas de piel oscura: si cada colectivo lucha por sus derechos excluyendo a los demás, jamás llegaremos a ser una especie digna y entonces quizás nos merecemos el cometa redentor, esa expiación final caída del cielo como meteorito de mayo.

Hace pocos días me interesé por una empresa algo siniestra, llamada Sigma Vox, cuyos operarios ejecutaron el desahucio de unos vecinos y ante mis narices. Interpelé a los trabajadores. Uno de ellos era un chavalote de piel blanca y de gimnasio, y el otro un chaval negro sin gimnasio, de esos a quienes llaman subsaharianos como si a nosotros nos llamasen subpirenaicos para indicar cierta deficiencia. Ambos me miraron con sorpresa y disgusto.

-Aquí vivían unos gitanos. O unos moros, yo que sé. Estaban ilegales y les echaron, ya sabes, okupas de esos.

Yo pensé: han echado a la calle a una familia por gitana o por mora o por ilegal o por okupa. Hemos aceptado todos esos términos como sinónimos de personas de segundo orden, que pueden ser echadas a la calle con toda la moralidad posible, y con toda la legalidad de la parte del que echa a la calle. Mañana podría estar yo en la lista de los de segundo orden. Por catalán botifler, por ejemplo.

A los que nos sentimos de izquierdas nos lo ponen difícil: debemos aceptar giros de guión un poco raros por parte de nuestros partidos preferidos. Y, a la vez, nos resulta muy difícil (por no decir imposible) votar a esa derecha rancia, iliberal y neanderthal que se opone a todo: al divorcio, al aborto, al matrimonio igualitario, a la eutanasia. Quizás más de uno nos plantearíamos votar a un partido derechón pero liberal, pero nunca a esos que  nos quieren nacionalcatólicos y sumisos, ya a la vez hipócritas.

Es difícil ser socialdemócrata en España, e imposible ser conservador. Estamos a la espera de una democracia liberal europea, sensata, ecuánime, tolerante. Por lo menos para pensar si es una alternativa posible. Los de Casado y Ayuso, sin duda, son inviables y no ganarán nunca unas elecciones. Su España no es un sueño: es una pesadilla retrógrada e inaceptable.

Así que me reitero en mi elección ética y política. Los tres grandes poetas catalanes son dos: Jaime Gil de Biedma. Ya que esa selección molesta a la derecha identitaria catalana y a la derecha rancia española por igual.


24 de juny 2021

Señalar al traidor a la patria


¿Tiene gracia la frase Si señalamos al traidor todo irá bien?

Pues ya lo ven, ese es el título de un acto celebrado por Arran, rama juvenil de la CUP, la extrema izquierda catalana (?), independentista por supuesto, en la bella localidad de Sant Cugat, una de las ciudades con el PIB más alto de España. Tot anirà bé si assenyalem els botiflers, en VO.

Ya lo saben. Botifler = traidor a la patria.

Por si alguien duda, cambie el sustantivo traidor por negro o por judío y vuelva a pensarlo. O cámbielo por marica, o por rumano o por gitano. O por facha, por comunista, por anarquista, por hereje. Por pobre, por yonqui, por quinqui. Por latino, mulato, charnego.

Todo irá bien si señalamos al traidor. Ese es el título de un acto pretendidamente desenfadado y jocoso, celebrado a las puertas del verano, como para inaugurar la temporada de relax, fiestas mayores patronales, paellas en la terraza y vermús a la sombrita. Señalar al traidor para que todo vaya bien y luego el veranito sin mascarillas ni máscaras con revolucionarias sonrisas.

Quizás hacen bien y mejor que yo mis dos columnistas preferidos, Albert Soler i Ramón de España, cuando se mofan de ellos. Soler presentó su candidatura a botifler para la ocasión, y argumentó con sus muchísimos méritos. Es oportuno responder así, con la burla. Claro que sí. Es una forma de desactivar la capacidad dañina y perversa del acto, de la muy lamentable ocurrencia.

Lo que me pasa a mi es que se me torció el ánimo y se me asomó un mohín de terror en la cara. Señalar al traidor para que todo vaya bien. No, lo siento pero no me hace ni pizca de gracia. Aún viendo la parte grotesca de la propuesta, no puedo evitar la punzada gélida en la sangre.

Todo irá bien si... ¿qué es lo que mejorará una vez señalado el traidor? ¿Mejorará la sanidad pública, la educación y el servicio de Correos si señalamos al traidor? ¿Bajarán el precio de la luz y el abandono escolar si señalamos al traidor? Bueno, me temo que todo eso que me gustaría ver a mi no les preocupa mucho a los chicos y las chicas de Arran de Sant Cugat, para quienes los precios, el fracaso de los demás o su pobreza son problemas marcianos (o murcianos), algo en lo que no suelen pensar, algo demasiado lejano como para prestarle atención y dedicarle una tarde. Y menos en fin de semana. 

Y luego está la pregunta consiguiente, la lógica: tras señalar al traidor... ¿qué haremos con él? ¿Lapidarle enfrente del Monasterio de la villa? ¿Publicar sus fotos y pegarlas por las calles? ¿Quemarle en efigie? ¿Exigir que sea despedido de su trabajo? ¿Raparle la cabeza y arrastrarle por las calles del centro? ¿Coserle una pegatina en la solapa para que todo el mundo le escupa cuando se lo encuentre? No: a mi no me hacen ni pizca de gracia. Sabemos por donde se empieza, pero nunca por donde se termina. Y da miedo pensar que esa propuesta, presentada como jocosa y dicharachera, sale de unas mentes que se autoproclaman de izquierdas, defensoras de todos los derechos, de las libertades colectivas e individuales, progresistas, etc.

Quizás no se merecían que escribiese esto, pero algo que no puedo evitar me empuja a hacerlo. Quizás espero una rectificación pública, aunque sea un humilde gesto de disculpa, un cierto reconocimiento del error. Pero no lo habrá. Hay que ser muy mujer o muy hombre para pedir perdón, y esos chicos y chicas de Arran, jóvenes consentidos con chalé y piscina, no suelen pedir perdón por nada. Quienes todo lo tienen se lo pueden permitir todo, puesto que todo es suyo. Su actitud suele ser la opuesta: creen que somos los demás quienes debemos excusarnos por existir y causarles tantas molestias.

A ellos, que tanto se preocupan por la mejora de la vida en el planeta Tierra, planeta que les pertenece por derecho de herencia.

22 de juny 2021

¿Qué negociaremos en la mesa?


Digan lo que digan y les guste o no, los indultos están tramitados. Es asombroso, pero España no se ha hundido. La brocha gorda ha actuado de nuevo, pero sus trazos se los llevará el viento. Traidor, vendido, vendepatrias: algunos políticos y muchas redes se han llenado de insultos y augurios de hecatombe.

Es curioso lo mucho que nos gusta, en España, la tragedia, cuando somos país más de sainete. Y saineteros fueron los políticos que vendieron una república que no existía (ni existirá), y lo son quienes ahora pronostican el hundimiento de España, el fin del estado de derecho y otras cosas más, todas funestas. Les aporto un dato para sostener mi hipótesis del sainete: a esos políticos, el indulto les ha pillado en plena calle y no en el trullo. Ya lo saben ustedes: gozan de más días de permiso que de celda de modo que la coincidencia era lo más previsible.

Audaces fortuna iuvat, decían los romanos. Es cierto que perdieron su imperio, si, eso también es así. ¿Quizás los romanos no fueron lo bastante audaces?. Yo voy a seguir creyendo en la audacia de Sánchez. Por lo menos por un tiempo: si su teoría es buena y los indultos rebajan el tono y el malestar, serán buenos. Si no lo consiguen, habrán sido una mala jugada. Pero eso solo lo sabe el tiempo y la inteligencia con la que el estado actúe a partir de ahora. El secesionismo ha dado algunas muestras de astucia, pero jamás ni una sola de inteligencia. Piénsenlo y lo verán.

Digan lo que digan los sobreactuados independentistas, el indulto reafirma el poder del estado y no lo contrario. Y ellos saben perfectamente que el indulto certifica su derrota. Hay que andarse con tiento con el lenguaje del secesionismo, que tiende a pintar, con su relato, la realidad de un color muy raro. 

Pero vayamos al segundo asunto, que es el de la mesa del diálogo. Lo que, presumiblemente vendrá muy pronto. Yo diría que la mesa ya está en marcha, ya que de otro modo no se comprende el indulto. Nadie indulta al adversario justo antes de sentarse a negociar, y mucho menos cuando tiene todo el poder en su mano. Así que deberemos estar al tanto de esa negociación.

Por lo que se de la negociación, cada uno defiende sus posiciones y negocia hasta llegar a un punto medio tras haber cedido ambas partes. El secesionismo simula no ceder nada, pero solo un ingenuo o un orate acudiría así a una negociación.

Quizás es ahora cuando toca pedir, exigir y vigilar a los chicos de Sánchez.

En primer lugar, que tengan muy claro que Cataluña no negocia con España, ni Cataluña tiene ningún conflicto con España. El único conflicto que tenemos aquí es el de media Cataluña contra la otra media. Eso debe ser una premisa muy clara y bien escrita en el portafolios del negociador. El único lío es de los políticos secesionistas contra media Cataluña, y el Estado, que somos todos, debe defender nuestra existencia y sus intereses.

En esa mesa ya sabemos todos lo que llevará el secesionismo. Lo que no se sabe muy bien es con qué exigencias se presentará el Estado. A mi me gustaría que el Partido Socialista, al lado de los demás partidos, se apresurasen en recoger estas demandas, las de la otra media Cataluña. Si no lo hacen cometerán un error muy grave. Hay que aprovechar el instante, hacer política y hacer democracia. Eso que los secesionistas no tienen ni idea de como se hace: democracia es algo complejo. Democracia no es poner urnas en las esquinas un domingo por la mañana.

Se debe recoger el malestar de la media Cataluña no secesionista, de quienes llevamos por lo menos 12 años defendiendo la democracia, la constitución y la igualdad. Quienes llevamos más de una década dejados de la mano de Dios: no se olviden de que el Partido Popular, diga lo que diga ahora, jamás movió un dedo por nosotros.

Debemos estar atentos y hablar de bilingüismo, de igualdad, de la televisión pública y los medios en general, de educación. Debemos vigilar, atentamente, el uso del romanticismo en las leyes y los decretos, debemos exigir que se hable de ciudadanía y no de pueblos o naciones. Y también debemos ser capaces de encontrar nuestros puntos en común, que son muchos pero no están en la Plaza de Colón. Debemos darles una lección de democracia.

De lo contrario, y eso lo sabe todo el mundo, vendrá una ola de jacobinismo y recentralización.

Yo soy de los que prefiere el modelo alemán al francés. Pero Alemania y el federalismo hay que ganárselo con democracia, inteligencia y lealtad. De lo contrario, les espera la jacobina Francia.

20 de juny 2021

Por ver Criando ratas

Me resulta difícil: ¿por donde empezar? Llegué a Criando ratas por pura casualidad, casualidad de la buena, cuando cacé algo al vuelo en Radio Nacional. Escuché una entrevista a Carlos Salado en el coche cuando la emisora que sintonizaba se puso a hablar de fútbol y me salí de ella echando chispas. Ahí estaba Salado, artista completo y director de la cinta, aparte de músico con una obra muy extensa. Salado estaba presentando su disco de rumbas Uña y carne, que es una prolongación de Criando ratas en plan work in progress. (Hay que reseñar la voz de Antonio Clavería, con un desgarro en la garganta que hiela la sangre).

La visión de Criando ratas (exhibida en Youtube... ¡gratis!) crea una extraña sensación de déja vu y a la vez de fascinación, casi una epifanía. La parte del déja vu es por haber visto, antes, algunas cintas de lo que se denominó el cine quinqui: ya lo saben, el Vaquilla y el Torete, las películas que nos mostraron la España de la que nadie hablaba pero muchos conocíamos.

Mi vida profesional me ha llevado a los barrios del cine quinqui, y tras muchos años en esos barrios uno los siente como algo tan familiar, próximo y entrañable como su propia vida. De ahí, pues la epifanía: Salado vuelve al cine de los barrios de la periferia con una mirada nueva, más próxima al documental que al naif de Perros callejeros y sus secuelas. Salado consigue momentos de una poesía cruda y brutal poquísimas veces logradas en el cine español. Casi nunca.

Salado es un poeta metido en el cine, del mismo modo que lo fueron Tarkovsky y Pasolini, de quien hay algo en esta cinta. (Aunque Salado no incurre en la obsesión por el perfeccionismo del maestro ruso, y tolera la imperfección con una naturalidad y una solvencia apabullante). Si ustedes le piden al cine que les emocione y les ponga la piel de gallina, deben ver Criando ratas. Y quizás harán como yo, que la vi dos veces seguidas, tras un breve instante de pausa para fumar un pitillo y mirar al techo, absolutamente trastornado y habiendo perdido el sentido del tiempo.

Como en las películas de Pasolini, su protagonista, este Cristo impagable, podría ser un modelo de Caravaggio que ha cobrado vida y se mueve ante sus narices. Con el tiempo me van a dar la razón. Repánselo despacio y encontrarán a varios Caravaggios en esta película.

Ese barrio que filma Salado parece ser un barrio de Alicante, pero yo lo llevo viendo desde hace muchos años en Cataluña, aunque es una Cataluña de la que no se habla cual tabú, puesto que Cataluña vive ensimismada en un esencialismo que necesita soslayar la realidad para seguir existiendo en los discursos de algunos políticos, de algunas cadenas de televisión. Ese barrio está en Barcelona, en Badalona, en Hospitalet, en Sabadell, en Terrassa, en Santa Coloma, en Castelldefels, en San Adrián, en Gavá, en Viladecans. También en Martorell, en Igualada, en Gerona, en Tarragona, en Reus. En Balaguer, en Lleida. Y también está, aunque nos lo oculten, en las muy nuestras Ripoll, Vic, Olot, Berga. Y perdónenme por las ciudades que olvido, quizás por una razón de economía o de estilo.

Debo agradecerle a Carlos Salado ese trabajo fascinante, esa poesía arrolladora y llena de verdad que se mete en las venas, abre los ojos y cierra la boca.

Lo dice muy bien Carlos: yo les cuento la realidad. Luego los profesores, los padres y los políticos sabrán lo que deben hacer. Yo no se lo voy a decir.

Así que nada, Carlos, si por un casual lees estas torpes líneas apresuradas, sepas que aquí hay un catalán fascinado y agradecido por tu obra. Que solo ha empezado.

Por si alguien decide dedicarle poco más de una hora, les dejo el enlace a la película aquí.



18 de juny 2021

Mi patria es una foto en sepia

Esa foto en sepia que ven justo encima de esas palabras no lleva fecha, ni nada que permita situarla con exactitud en el tiempo. No es muy antigua: quienes aparecen retratados son mis ancestros valencianos. La instantánea, algo preparada, se tomó en el Valle de Albaida, a principios del siglo XX.

Les contaré lo poco que se de ella. El decorado es la vivienda en la que nació y creció mi abuela, la que emigró a Barcelona a la edad de 15 años, para ponerse a servir en casas de barceloneses adinerados. Por lo que ella contaba, fue el hambre estricta quien la empujó a tomar el hatillo. El significado de maleta lo aprendió en Barcelona, cuando vio lo que preparaban sus amos en verano, para irse a la casita de Collserola.

En la foto sepia hay un cierto atrezzo. Los cántaros demasiado bien dispuestos (quizás el único ajuar y las únicas propiedades de la familia, quizás el préstamo de un vecino), la hogaza de pan y algo que podría ser un queso resquebrajado, la coreografía de la mujer que le alcanza el vaso de vino al joven, el gesto del anciano que hace como si tuviese un vaso en la mano y como si se sonriese, el mohín severo de la vieja, de negro, la piel curtida por el trabajo en el campo (entonces no estaba de moda la piel bronceada, que solo delataba a la clase trabajadora, quemada por el sol del trabajo en la intemperie). La burguesía era pálida de piel, por más negra que tuviese el alma.

Por la parte izquierda asoma la cabeza de alguien, como un fantasma para regocijo de los seguidores de Iker Jiménez, con todos mis respetos. El que asoma debe de ser, sin duda, el fotógrafo que quiso aparecer en la imagen vaya usted a saber por qué motivo. Quizás solo por el deseo de firmar la obra, como cualquier autor de cualquier cosa. Nadie quiere el anonimato en una vida efímera y trémula.

Jamás supe el nombre ni la filiación de los personajes. Una de ellas es mi abuela paterna, pero no se cual. Puede ser la joven o la niña. Salvo los ancianos, nadie se quedó en la barraca decorada con cántaros. Todos emigraron. Esos dos viejos asistieron, tan impávidos como en la fotografía sepia, al fin de una época, de un mundo, de una verdad. El universo se extinguió en sus narices. 

En mis ancestros más antiguos hay un leve asomo de dinosaurios, pero su dignidad está escrita en ese ademán. Muchas veces he pensado que hicieron la fotografía cuando supieron que los hijos emigraban y que ellos eran los últimos. Quizás más heroicos que los últimos de Filipinas, los que defendían a tiros inútiles una colonia de ultramar por las mismas fechas.

De esos personajes casi irreales desciendo, casi sin saberlo, solo de oídas. Todos pensamos que el presente es terrible y algunos se permiten decir que antes vivíamos mejor, por no haber encontrado nunca fotografías en sepia de sus ancestros. Algunos creen que sus pisos, sus casas y sus coches las consiguieron con su esfuerzo y su inteligencia, con su destreza. Muchos son los que creen nada deber a nadie, y se sienten únicos y especiales y por consiguiente insultan o desprecian a quienes ahora llegan para ganarse el pan que les negaron, para burlar el hambre infinita.

Otros se piensan superiores y se alistan a la clase superior exhibiendo méritos nuevos y olvidando memorias antiguas, olvidando de donde venimos y quienes somos. Y justificando el estúpido sentimiento de superioridad de quienes se proclaman herederos de naciones que jamás fueron, salvo en las fantasías románticas más delirantes.

La nación de la que provengo, mi nación, es la pobreza que se cuenta en esta fotografía en sepia. No conozco ni reconozco a otra nación más que a esa, ni a ningún rey más que a los cántaros y la hogaza de pan. No tengo nada más parecido a una nación o a una patria. Y eso no es una poesía: es una foto.

 

 

14 de juny 2021

Es la estupidez, señores y señoras

Hay que recurrir a Adolfo Bioy Casares, el escritor amigo de Borges, cuando sentenció (cito de memoria): la novela negra pone el foco en la maldad del criminal, cuando debería ponerlo en su estupidez.

Eso viene a cuento de los últimos crímenes, especialmente horrendos, cometidos por progenitores contra sus vástagos. A la sociedad actual la horrorizan con especial virulencia los asesinatos de menores, claro: las sociedades avanzadas han construido un discurso sobre la protección del menor que arranca de Rousseau aunque, sin duda, esos crímenes ya horrorizaban a los romanos. El asesinato de una niña nos pone los pelos de punta de un modo distinto a la noticia del asesinato de un adulto.

En la contemporaneidad, al horror ante el asesinato de un menor le hemos añadido el asunto del machismo y eso provoca torrentes de tinta y grandes ríos de bits. Algunos ven monstruosidad pero no machismo en el asesinato de una hija. Otros aprovechan que el Pisuerga pasa por Tenerife y lo comparan con el caso de Sant Joan Despí. ¡El monstruo! Esa es una de las construcciones más complejas de la modernidad, algo que en la cultura clásica tenía otro enfoque, pero ya se le atribuía al monstruo algo inhumano.  Solo cabe pensar en el Minotauro, que solo era mitad hombre. Pero medio hombre, que no se nos olvide: algo de humanidad había en el bicho. Y regreso a Borges cuando observa que no hay laberinto que se precie si no contiene un Minotauro: ¿qué sería de nosotros si no hubiese un monstruo paseándose por el laberinto (la vida)? Necesitamos al monstruo, sugiere Borges.

Y al monstruo recurren quienes niegan el machismo tras los crímenes que dan titulares a la prensa, ocupan horas de TV y millones de quilobites en las redes sociales: no hay red social sin monstruo, como otro laberinto cualquiera, otro laberinto más, un laberinto añadido que extiende al laberinto y al monstruo hacia la realidad paralela, nuestro gemelo virtual.

Por supuesto que el machismo está ahí, pero es un machismo imbricado con la estupidez, y eso debe contarse sin tapujos. Quizás haya más hombres machistas que hombres no-machistas, y por lo tanto eso nos lleva a sospechar que el asesino machista es, también y por obligación, un estúpido. No tenemos un problema: tenemos dos. El machismo y la estupidez, cuya suma nos ofrece esos resultados escalofriantes. 

Hace algún tiempo, en una tertulia sobre feminismo, alguien expuso que en vez de ofrecer tanta protección legal a la mujer se debería practicar la educación-represión del hombre. A lo que tuve que responderle: tras más de 50 años como hombre en este planeta, jamás he violado a mujer alguna ni he matado a nadie, y conste que no viví, en mi infancia, ninguna formación feminista, como se puede inferir de mi edad.

Creo que se debe contar así: si al machismo se le suma la estupidez, el problema se agrava. El foco está en la estupidez y con eso regreso a Bioy Casares, (un autor fabuloso cuya mejor obra según mi parecer es La invención de Morel, en donde ya hay algo de todo eso). Mi sospecha es que hay más estupidez en el hombre que en la mujer, y alguna sinrazón evolutiva y biológica debe haber en ello. Quienes nacimos hombres debemos esforzarnos más en doblegar al machismo y en combatir a la estupidez que vive en nosotros. Pero la estupidez está repartida de forma ecuánime y democrática.

El asesino de Tenerife era machista, sin duda. Y, sobretodo, estúpido. No era un monstruo: era humano. Humano pero machista estúpido.

13 de juny 2021

Magnanimidad, federalismo y buen humor

El mapamundi nos cuenta cuales son los estados federales del planeta. Es imposible decir si son mejores o peores los federales que los demás. Incluso es imposible decir si son más democráticos los unos que los otros. Tampoco nos cuenta nada acerca de la calidad de vida de sus ciudadanos, de la calidad de su justicia o del índice de éxito escolar. La opción federal es una opción más, y nada más que eso. Ahí va lo que quiero contar: es muy posible que España se encamine a pintar de verde oscuro lo que aquí es gris. Para ello hay que quitar hierro, ponerle humor y ¿porqué no? magnanimidad. ¡Magnanimidad! ¡Vaya palabra!

John Carlin, el periodista divertido y que por fortuna podemos leer en español, ha dejado un artículo magnífico sobre el asunto de los indultos, las manifestaciones en contra de ellos y alguna que otra cuestión afín, con una imperdible comparación con el asunto escocés. El título de Carlin es, justamente, Magnanimidad. Cuatro ojos ven más que dos, y si dos de ellos son extranjeros, mejor. Otra contribución a los beneficios de la mezcla, el mestizaje, el encuentro y la diversidad.

No resulta fácil leer algo o alguien que se expresa con calma y con sentido del humor. Quizás es lo que más falta nos hace ahora, cuando tanto conciudadano nos presenta la realidad como una tragedia horrible. La realidad tiende más bien a la comedia según yo lo veo, y España sabe más de comedias que de tragedias, aunque estas últimas no nos hayan faltado: mis abuelos sufrieron una guerra fratricida y atroz, la miseria rampante que le siguió y las mil y una dificultades y sacrificios que acontecieron a lo largo de sus vidas.

Sin embargo... seamos ecuánimes. Nuestras vidas son algo mejores que las de nuestros abuelos y además estamos en Europa, continente al que hasta poco solo pertenecíamos por razones geográficas. Ahora estas razones son también políticas, administrativas, jurídicas y sociales. Aún siendo todo eso muy mejorable, aquí estamos: en la Europa de la democracia y los derechos, un oasis casi increíble en un mundo muy bestia.

El artículo de John Carlin que les mencionaba habla de la magnanimidad, palabra difícil en la política actual, más proclive a la dureza, la inflexibilidad y la mano dura. Cuando se habla de la mano dura conviene recordar la metáfora del roble y el junco bajo el vendaval, que es aplicable hoy y aquí.

Conviene recordar la actitud del gobierno inglés para con el secesionismo escocés: hay que tomárselo poco en serio. Cada manifestación contra el secesionismo y a favor de la mano dura crea más independentistas en Cataluña, que no se nos olvide. Al secesionismo se le puede vencer con razón, con mucha democracia y, si hace falta, con magnanimidad. Y hay que insistir en ello: solo se puede permitir la magnanimidad quien gobierna y, en este caso, quien ha vencido ante el envite iliberal y antidemocrático.

A mi modo de ver, y respetando los demás puntos de vista, la manifestación de la Plaza de Colón es un error garrafal. Las consecuencias de este error no las pagarán los ciudadanos de Madrid: las pagaremos los ciudadanos catalanes que no somos independentistas. De Vox no espero nada que no hagan: seamos honestos y admitamos que este partido es más previsible que la muerte. Pero me temo que el Partido Popular navega sin rumbo y sin estrategia alguna, por no hablar de esos Ciudadanos desnortados que, en su declive imparable, pisotean la brújula que se les cayó del bolsillo hace un tiempo.

Es probable que España sea distinta dentro de poco. Pero ¿será peor? Solo la desconfianza en el progreso y en el cambio nos llevaría a esta conclusión. Hay algo en las personas que nos lleva a las unas a pensar que cualquier cambio nos mejora y a otras a pensar en todo lo contrario. Quizás eso define la división entre conservadores y progresistas, división que no indica solo ser de derechas o de izquierdas: hay izquierdosos muy conservadores y derechistas de progreso, aunque quizás no lo sepan ni ellos mismos. En cualquier caso, es imposible decidir quien es más bueno, más agudo o más clarividente.

Ya he contado alguna vez que yo vería con buenos ojos una España federal, al estilo de Alemania o de los Estados Unidos (salvando las distancias, por supuesto). Tener buenos modelos ayuda un montón: a eso le llamaba Paulo Freire caminar a hombros de gigantes. La España federal no es, por consiguiente, ninguna ocurrencia. Si algo me enfría en mi federalismo solo es una duda: el federalismo exige corresponsabilidad y, sobretodo, lealtad entre socios federales. ¿Serían corresponsables, honestos y leales los gobernantes catalanes en una España federal? Esa pregunta viene a cuento a día de hoy. Y la respuesta deberíamos tenerla en la reacción que muestren ante la magnanimidad del Estado. Lo sabremos en breve.

Y una última reflexión: todo lo que nos aleje de la guerra, la muerte y el nacionalismo me parece bueno.

[No se pierdan el artículo de John Carlin que les enlazo aquí].

11 de juny 2021

¡Aleluya, Emmanuel!

España, a menudo acomplejada por la potencia de la francofonía y la cultura anglosajona, esos vecinos gigantescos, se puede enorgullecer de haberle dado el Premio Princesa de Asturias al escritor Emmanuel Carrère, quien no ha sido premiado con el Goncourt en su país. Esta vez, España se ha adelantado y es probable que el vecino francés se sienta ahora obligado a premiarle.

De Carrère lo he leído casi todo, y me resulta difícil decidir cual es el libro que más me ha gustado. Quizás El Reino, pero es posible que sea por haberlo leído el último, y hace poco. Emmanuel practica ese género (¿nuevo?¡no lo creo! Laurence Sterne ya lo hizo, a mediados del siglo XVIII ) que algunos llaman el género de la Transparencia, en donde el autor cuenta como escribe, los problemas que le surgen, las dudas, y como el proceso de escritura se imbrica con la vida, como el pensamiento el pensamiento de la vida es la vida. En francés escriben así el maravilloso Laurent Binet de HHhH y el Patrick Deville de Pura Vida. Y en español los mejores textos de Javier Cercas. Recuerdo a algunos mozalbetes de mi adolescencia y primera juventud, cuando discutíamos si era más importante vivir que escribir, o si era posible escribir sin haber vivido. Si aquel ayer fuese hoy, les podría responder que Carrère resolvió el problema: escribir es vivir. Alguien podría invertir la frase y quizás seguiría siendo válida, pero eso es más arriesgado.

Augusto Monterroso dijo que la primera vez que uno lee a Borges experimenta lo mismo que cuando se contrae una enfermedad. Y lo que sucede con Carrère es similar, aunque de Borges a Carrère haya un abismo de océano, de años y de estilo. 

No se debe confundir la Transparencia con la autoficción, eso tan de moda aunque nos esté dando resultados tan parcos cuando no lamentables. Quizás alguien dirá que ambas tendencias tienen puntos en común y eso debe ser innegable. Pero la autoficción, quizás por estar de moda, me fatiga. Juan Marsé, que era uno de los grandes pero también cometía errores, dijo que cuando ve una película basada en hechos reales, la abandona enseguida. De obrar así, uno no podría leer a Carrère y luego, con el tiempo, se daría cabezazos contra una pared por su fanatismo estúpido. Ya que Carrère resuelve, de un plumazo (y 500 páginas) otro viejo dilema: ¿qué relación tiene la realidad con la ficción? ¿cuál de las dos opciones prefiero?.

Ay... ¡si yo fuese Carrère! me murmuro muchas veces, en el duermevela de la siesta, que es el instante más creativo del día. Y entonces suplico que la vida me dé temas, situaciones, angustias y dilemas morales para ponerme a escribir, y pienso, entonces, en todas las cosas que viví y que pudiera haber escrito, de haber sido Carrère: cuando fui cristiano y dejé de serlo, cuando me pensé de izquierdas y opté por la socialdemocracia, cuando me creí escritor y luego decidí no escribir, de cuando me sentía catalán y dejé de sentirlo. De cada una de esas circunstancias de la vida, Emmanuel hubiese escrito un libro. Pero yo no soy tu, Emmanuel. Así que nada, felicidades por el premio español, Emmanuel Carrère.

4 de juny 2021

El charnego internacional (poesía)

Cuando me cuentan lo que sucedió en el gueto de Varsovia siento que me apellido Cohen. Cuando me cuentan lo de Gaza, siento que soy Mohamed Najar. Siempre soy, en todas partes, el paria, el perdedor, el exterminado en nombre de una idea superior.

Soy la mujer peruana que limpia chalés en Sant Cugat y en Matadepera. La marroquina que hace la colada en Pedralbes, el negro que riega las calles a las cinco de la mañana, la kosovar que levanta carteras en los Ferrocarriles Catalanes y duerme, detenida, en el cuartelillo de Les Corts.

Y también soy la gitana vestida de negro que vende ajos en el linde del mercadillo. A un euro la bolsita.

En Vic me apellido López, o Idrissi. En Manlleu soy Ilham Maroun, o Lorena Martínez, la reponedora del súper regentado por Maroun.

Cuando el hombre cree que posee un ideal comete las mayores atrocidades contra los demás hombres.

A veces es el nombre, a veces el apellido, a veces nada, solo el aire del crimen. A veces nada. A veces nada. El lugar equivocado, la palabra incorrecta, la falta de ortografía, el error en el cromosoma.

El charnego internacional siempre está fuera del lugar, fuera del tiempo, fuera, fuera, que se vaya. Que se largue. Aquí no le queremos, aquí no el volem. Fuera charnegos. Esto es solo para nosotros, para lo nuestro, y viva el Cromañón.

En la edad de piedra fui neandertal y en la Cataluña de hoy, hijo de andaluz de Cádiz. O de Huelva. Mi playa preferida está en Los Caños de Meca. Jamás pertenecí a un lugar y de todos los lugares me echaron para fuera, pafuera, vete, tu no eres de los nuestros. Sin embargo, soy de todo los lugares. Es decir, de ninguno. Es decir, de todos.

Vete, vetedaquí, aquí no te queremos porque los de aquí somos mucho mejores que tu. Vivo de alquiler como prevención, como estrategia apátrida. Pertenezco a la cultura del alquiler y la maleta de cuerdas. Todos mis coches fueron de segunda mano (cuando no de tercera o cuarta). No me pongo a la sombra de ninguna bandera y, para secarme las lágrimas uso kleenex de marca blanca del Mercadona.

Me gustaría haber sido, por unos días, Roberto Bolaño haciendo de recepcionista en el cámpin la Ballena Alegre. Pero solo por unos días, y luego a otra cosa,

mariposa.

1 de juny 2021

Por haber nacido en Cataluña

Para celebrar el final del curso, las alumnas escogen una lista de canciones para cantar y bailar. No hay ni tan solo una en catalán. Todas las alumnas han nacido en Cataluña y, por consiguiente, todas se han escolarizado aquí.

Luego, ya en casa, leo el tuit de un patriota, aparentemente del Front Nacional de Catalunya, en el que advierte: haber nacido en Cataluña no te hace catalán. Me sonrío con cierta ternura ante la amenaza del nacionalista. ¿Qué nos hace o nos deshace catalanes? A la mayoría eso les importa muy poco, como a mi. Es más: me produce un cierto alivio saber que puedo dejar de ser catalán sin más, fácilmente, como quien respira. 

Las primeras veces que viajé más allá de las fronteras, siendo muy joven, respondía soy de Barcelona cuando (en Francia, Portugal o Italia) me preguntaban por mi origen, una pregunta que siempre me fastidia bastante. Una vez, en el Sur de Francia, un hombre mayor me preguntó, tras escucharme: ¿eres catalán? Yo le respondí: no, soy de Barcelona. La catalanidad me ha resultado siempre un poco áspera y la respuesta soy español, durante muchos años se me antojó difícil por motivos que luego he debido repensar.

En otra ocasión, en Belém, un hombre reconoció mi acento y me preguntó si era catalán. Y otra vez yo respondí no, soy de Barcelona. La respuesta soy de Barcelona era un subterfugio para equidistantes. Barcelona tenía, por entonces, un marchamo cosmopolita indiscutible que, a día de hoy, quizás haya perdido. Hoy, ser de Barcelona ya no me apetece como identidad alternativa. Bueno, en realidad no me apetece ninguna identidad regional, nacional o municipal. Por cierto: el señor de Belém me contó: gracias a los catalanes somos independientes los portugueses. Tiene algo de razón, aunque el argumento histórico sea un poco rocambolesco.

Hace unos pocos años, un amigo me habló de una identidad alternativa, la del charnego internacional. Quizás se puede debatir o matizar, pero de momento me parece las más atractiva y evita caer en el topicazo del ciudadano universal, de contenido borroso y raíz ambigua. Algunos creímos, al principio del "procés", que tras la andanada nacionalista vendría una ola internacionalista imparable. Como todos ustedes pueden ver, el internacionalismo no llega y nada en Europa nos indica que esté en camino. El fantasma que recorre Europa es otro, y todos sabemos cual es. Quizás por eso mismo haya que insistir en ello.

Es bueno saber que los más intolerantes patriotas nos otorgan la libertad identitaria, aunque en su boca esa negación de la identidad sea una amenaza. También Jordi Pujol nos lo dijo: catalán es quien vive y trabaja en Cataluña... y tiene voluntad de serlo. Normalmente se olvidan de la última parte de la frase quienes le citan, aunque esta última parte sea la esencial. Pero sea como sea no andaba desencaminado: la identidad nacional es una elección personal. Yo vivo y trabajo en Cataluña pero no tengo voluntad de ser. Me conformo con vivir, con vivir en paz, con vivir en paz y obtener ciertos momentos de bienestar o de placer, con sentir que vale la pena haber vivido pensando.

De modo que vuelvo a la imagen del principio, a las alumnas pensando en sus canciones favoritas sin atender a ninguna identidad. Esa es la Cataluña que me gusta, la plural y abierta, la que algún día nos permitirá poder decir soy catalán. Y luego: y eso ¿qué importa?

Del mismo modo en que quizás nadie se enamoraría si no le hubiesen dicho que debe enamorarse, quizás nadie se sentiría nacional si no le dijeran, una y otra vez, que debe sentirse nacional.