29 de maig 2012

Piso Barcelona (relectura de Juan Marsé)



Esta es, creo yo, la mejor adaptación de Juan Marsé al cine


Desde que me marché a vivir fuera de Barcelona, cada día amo menos a la ciudad donde nací. El desarraigo, la levedad. Al principio sentía pereza cuando debía ir. Cuidar o visitar enfermos, atender tristes quehaceres, trámites, papeles.
Ahora siento asco por ella. La veo grotesca, contrahecha, maloliente, chocha. Ando por las calles como pisándole la espalda, con fatiga y con desprecio. La gente me resulta ridícula, con eso de cómico y de patético que tiene lo provinciano cuando se disfraza de algo, cuando se emperifolla. La impostura necia de los adornos monstruosos -esos edificios de una grandeza crepuscular-, las ruinas de la época del diseño, aquél timo de la posmodernidad.

Cuando mi madre agonizaba en el Hospital de Sant Pau, muchas tardes a la caída del sol me iba a contemplar el ocaso desde los ventanales que dan al sureste.
Al fondo, bajo brumas y rumores sordos asoman las botellas grises de la Sagrada Familia y más lejos las negras agujas de la Catedral, el casco antiguo: un coágulo de sombras. El puerto y el horizonte del mar cierran el borroso panorama, y las torres metálicas del transbordador, la silueta agresiva de Montjuic.


Atardecer en Barcelona, vista desde una sala de espera del Hospital de Sant Pau. El sol baja entre las torres mientras los otros se mueren. La foto se hizo en mayo de 2010 y hoy sería imposible. Para dar confianza a los mercados, el Govern de la Generalitat ordenó el cierre de esta planta, entre otras. 

He terminado la relectura de Últimas tardes con Teresa veinte años más tarde, que no es nada. Lo he aprovechado para volver a pisar la ciudad pero con otro motivo, para buscarme, para probar con otra actitud. He recordado que entonces leí muchas páginas al aire libre, sentado en muchas terrazas y algunos parques, como solía hacer en aquélla edad. He recordado que enseguida sentí una tremenda simpatía por el autor. Simpatía auspiciada y promovida porqué yo ya sabía cómo le trataban los zafios miopes de la cultureta, los eternos gilipollas de la caseta i l'hortet.

No puedo dejar de pensar en las cosas vencidas, las perdidas, las dejadas atrás con indolencia arrogante, las olvidadas en esos veinte años que median entre la lectura y la relectura. Tanto es así que -pienso, de repente- yo ya no debo ser quién leyó la novela por las terrazas. Era uno parecido a mi en cierto modo, como se parecen los hermanos cuando ya son muy mayores.

Meditaciones sobre el paso de la vida aparte, siento que algo me revuelve las tripas. Uno de aquéllos tontos que tanto daño nos hicieron ahora es el alcalde de Barcelona. Barcelona ha tenido poca suerte con sus alcaldes en general, pero ese es como la idiotez quintaesenciada, un destilado de señorito memo, consentido y vacuo. Enano y tomado por unos rampantes defectos de dicción que delatan al niño malcriado que fue. Y que es todavía, bajo su piel apergaminada.

La novela sigue ahí. Vigorosa, ágil. Creada sobre un álbum de imágenes poderosas y eficaces. Cinematográfica, aunque el autor lamenta a menudo su poca suerte con las adaptaciones al cine. Quizá le habría ido mejor con un buen ilustrador fotógrafo que con un peliculero, no lo se. En la (re)lectura a mi se me sugerían grandes diapositivas proyectadas sobre las fachadas y las nubes. O más bien sobre las paredes blancas y desnudas del piso: esta vez, la lectura ha sido más de interior.


Finalmente me marcho. Devuelvo el Pijoaparte a las sombras cuando concluyo esa segunda lectura que nada le debe a la primera, puesto que no recuerdo bien como era el lector que se quedó ahí, veinte años atrás. Debo decir que no me ha hecho sentir nada nuevo por la ciudad cansada y grotesca, llena de gentes más bien feas y envejecidas. Sin embargo, he vivido con enorme placer entre las páginas de la mejor novela sobre esa ciudad. Eso mismo debí decirlo entonces, aunque no me acuerde (a lo mejor ¿no habré cambiado tanto?).

Mientras me iba me he preguntado donde estará el Pijoaparte de 2012. Ya se que es una pregunta retórica e innecesaria, pero me he entretenido un rato. Pues posiblemente ya no andará entre los charnegos, sinó entre los magrebíes o los senegaleses, tan apuestos, descarados y arrogantes en su juventud insultante. Pronto caerán las últimas torres con jardín de esa ciudad.

*     *     *
En sueños me deslizo con una Ossa robada, precipitándome por las laderas del Monte Carmelo. Llevo bajo el brazo mi libro preferido de poesía urbana. Si Juan Marsé me escucha hablando así de su relato seguro que me arrea un mamporrazo con sus obras completas (¡poesía urbana...!) en esa calvita de fraile que ahora tengo y no tenía entonces, cuando me lo leí entre cañas de cerveza, en el tórrido verano de 1991.

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Nota: en el texto se ha incluido un párrafo procedente de Últimas tardes con Teresa, página 27 en la 5a reedición de Seix Barral, de 1979.

22 de maig 2012

Cada vez lo entiendo menos

En la muerte de Carlos Fuentes


Observé en mi padre una inesperada tendencia hacia las posiciones radicales a medida que se acercaba su hora. Me sorprendía mucho esa deriva, porqué contradecía la idea que yo tenía de la vejez, la enfermedad y la proximidad de la muerte.

A lo mejor me había dejado influir por la evolución de sujetos anómalos o extraordinarios, pensadores y sabios que están como flotando un poco, levitando. A lo mejor me pesaban las lecturas de Raimon Panikker, no lo sé. O ese hechizo perpetuo que ejerce Gandhi sobre las mentes occidentales, siempre hipnotizadas por los gurús orientales. Mi padre, al que yo conocía como a un hombre de orden (había militado activamente en Convergència), conservador y tradicionalista, empezó a mostrar simpatías (empatías) hacia movimientos sociales que yo creía patrimonio de mis ideales: le caían bien los zapatistas del Yucatán, por ejemplo. Y hablaba con una cierta admiración de algunos postulados de ETA o del Ejército Irlandés.

Aunque lamentaba las víctimas inocentes comprendía que un buen día alguien se harte, se pille una ametralladora, se eche al monte y se quede mucho más tranquilo. ¿De qué me extrañaba yo? Incluso un tipo como Shakespeare le dedica una obra al tema de la venganza existencial.
Pero a mi me sorprendía, y llegué a imaginarle con el pasamontañas puesto y pegando tiros al lado de los indios de Chiapas.

Un día se lo dije, cuando su diagnóstico ya estaba muy definido. Lo recuerdo muy bien. El cáncer lo tenía agarrado por la espina dorsal del alma y apenas podía moverse, comer ni beber por su cuenta.
-Si fuese más joven... -soltó él, como para si mismo.
Me quedé silencioso. Días más tarde me puse a escribir un cuento: el protagonista narra como su padre, jubilado y artrítico, desaparece de casa. Y meses más tarde su familia recibe un telegrama del gobierno mexicano informando que el sujeto ha sido abatido en Chiapas, y que los gastos de la repatriación del cadáver corren a cuenta de la familia, ya que el Consulado español se niega a colaborar.


La vejez ha inspirado radicalismos. Contra el mito de la vejez pacífica y pacificadora, relativista, conformada. Ambrose Bierce tenía setenta años cuando se fué a colaborar con la revolución mexicana,  y se fué a morir allí. Y parece que lo hizo a conciencia, a sabiendas. A la guerra española (he obviado el adjetivo civil) también acudió gente de edad avanzada, aunque el exponente paradigmático sea George Orwell, que por entonces era un joven idealista.

A veces me he preguntado si eso me podría suceder a mi. Bueno, pues no lo descarto: tal como lo veo todo, cada vez lo entiendo menos. Es exctamente esa frase cada vez lo entiendo menos una de las últimas respuestas que dió el (de nuevo) mexicano Carlos Fuentes, el autor de Gringo viejo que ahora viene de morir. Gringo viejo... murmuro.... ¡pues claro! la novela en la que se narra a Ambrose Bierce al lado de Pancho Villa. Ese tremendo Gregory Peck encanecido, despidiendo al público dos años antes de su muerte... El capitán Achab al lado de Pancho Villa. Eso estuvo perfecto.


Quizás uno en la vejez se conforma, pacta con el mundo y se rinde. O quizás no se resigna a irse sin hacer algo. Algo de lo que no hizo antes. Esa idea me da vueltas por la mente como un anguila joven, y quizá como una anguila joven con trastorno de hiperactividad. A lo mejor, antes de irse, uno no se conforma con haberse dejado maltratar y humillar por un banquero gilipollas, un político mezquino o un presidente de comunidad autónoma lerdo. Rebelarse contra el poder, aunque sea lo último que se haga: ¿era eso? Pues no lo se, igual me espero un tiempo y luego la armo. ¿Hay una revolución en marcha en alguna parte del mundo? Si voy para allá, igual redimo la imagen de Cataluña en el planeta.

O puede que suceda otra cosa: que me ponga a escribir de nuevo aquél cuento. Sobre el viejete que se va a pegar tiros con los indios de Chiapas, contra el imperialismo y el capitalismo. Y ya está. Que lo escriba mientras envejezco, me arrugo y me dejo matar suavemente. Has de cambiar tu vida, dice el terrible y enigmático último verso de un soneto de Rilke [Torso de Apolo arcaico]. Creo que Rilke, aparte de escribir, poco más.

17 de maig 2012

Deshacer el amor


Hace justo un año andaba por el Pirineo deshaciendo el amor. Por carreteras que ascienden bajo picos sombríos, angustiados por rocas cortantes. El trabajo me llevó dos meses a un pueblo del Pallars, y cada tarde, después del trabajo, me metía en el coche y lo dejaba a la entrada de cualquier sendero. Penetraba en el bosque a la caída de la tarde. Me daba prisa por si las sombras me alcanzaban demasiado lejos.

Una mezcla de miedo y de asombro ante lo maravilloso vivía en aquéllos caminos. Yo estaba cansado, triste, asustado ante el dolor. Muy lejos de allí, enmedio de Barcelona, debía vaciar el piso en el que, hasta hacía muy poco vivió mi madre. Sin embargo, cada tarde sucedía algún milagro. Sin apariciones de vírgenes ni de santos, sin capillas, sin luces bajando del cielo ni cánticos angelicales. Todo era dulce enmedio del bosque de los abetos parlantes. Me agachaba a sorber el agua de los riachuelos, me detenía ante las hojas alucinadas por un rayo de solecito tibio y mortecino. Me daba cuenta de que mis pies, a veces, no pisaban en suelo. Sin dolor no hay esperanza.


A veces me detenía, me sentaba en una roca floreciente. Y cuando me levantaba para irme sentía la humedad en las mejillas. Sin ningún reparo las lágrimas habían brotado, como la roca brota del suelo fértil y caliente. La tierra respiraba ante mi y tampoco se ruborizaba por mostrarse como el vientre de una mujer. Me preguntaba -a veces- adónde se va el amor cuándo se va. ¿Se va a la tierra y a las plantas? ¿Vuelve?

Más tarde, por la noche -algunas noches- hablaba contigo o bien nos intercambiábamos palabras escritas por el ordenador. Me iba muy bien, te lo agradezco. Aunque fuesen palabras me retornaban el eco de tu cuerpo, tu cuerpo entre los vivos, en la ciudad, en el tiempo. Allí, perdido en los cerros del Pallars, llegaba un cable de cobre con tus palabras, y aparecían en la pantalla. Justo a mi lado, algunas noches dejaba encendida una vela, y junto a ella dejaba un lápiz de grafito blando para dibujantes y una libretita abierta. Porqué pensaba que quizás, quién sabe, ella se había ido pero igual su amor no, no del todo. Quizá esa fuerza sería capaz de agarrar el lápiz y escribir algo.

Tengo la libreta aquí todavía. La he mirado muchas veces, más tarde. Incluso hoy, cuando se cumple un año de los días vividos en el Pirineo. No hay ninguna señal. Nada. Páginas en blanco una tras otra, inmaculadas.





Por aquéllos días conseguí una lista de pueblos abandonados. Y me los visitaba por las tardes, y me sentaba en portales abolidos y escribía cosas, y escuchaba. A veces sólo mi corazón acelerado por la caminata. Los caminos del Pallars siempre ascienden, siempre cuestan, siempre resoplan. Creo que una tarde -una tarde en concreto, ahora se cumple un año-, allí sentado, percibí el aliento del dios que respira. Él puso su mano en mi hombro. Luego vinieron mosquitos y lagartijas, un pequeño escarabajo verde brillante, las nubes. Creo que en ese momento supe adónde se va el amor cuando el amor se deshace.

Pero lo he olvidado. Y he pensado en todo eso porqué hace apenas dos días me dijiste: mira. Y tu dedo, lentamente, señaló un escarabajito verde que se paseaba por una hoja, hasta que se puso a copular con una escarabajita verde.

13 de maig 2012

Ya no soy catalán


Creo que fue en el mes de noviembre póstumo. No me acuerdo bien, y si no fuese tan perezoso habría bajado a verlo. Pero digamos que fue en noviembre cuando este blog, hasta entonces en catalán, se mudó al castellano. Empecé a escribir bajo la etiqueta mil demonios en castellano luego de dudar un poco, porqué no sabía si ponerle eso o bien mil demonios en español. Descubrí así que lo del castellano-español también es territorio minado por prejuicios, historicismos, romanticismos y esa desgracia de los nacionalismos.

Cambié de lengua tal como se hacen todos los cambios importantes de la vida: porqué sí. Sin razones ni meditación ni nada de nada. Sin sueño ni insomnio. Me pasé a la lengua del vecino como quien se levanta de la mesa a media tarde, agarra una manzana y se la come. Luego busqué los motivos y las causas, y los argumentos para tenerlos a mano. Eso pasó luego. Me guardé un par de argumentos en el refajo, como el pastor se guarda un par de piedras, o el villano una navaja automática. Por si acaso.

El primer argumento era un argumento elegante y de estilo. Diría: quiero aprender esta lengua, es un experimento, me pongo a prueba, etcétera. Diría: llevo años fascinado por la prosa de Borges y García Márquez, César Aira, Álvaro Custodio. Me dolería no haberlo intentado, siendo el castellano la única lengua en la que -sin ser la materna- soy capaz de escribir alguna prosa decente. [Ese tipo de pensamiento indica, sin duda y otra vez ese estado de ánimo tan raro que me habita, lo que vendría en resumirse como Nel mezzo del cammin di nostra vita mi ritrovai per una selva oscura ché la diritta via era smarrita. Eso, si fuese italiano. Una forma improvisada y azarosa de dedirme: ¿y si probase a ser otro, a vivir distinto? ¿Y si probase a vivir?]

Luego está el otro argumento -la otra piedra. Que no es exactamente un argumento, sinó una rabieta. En noviembre se colmó el vaso de mi paciencia con la cosa catalana. En Cataluña ganaron las elecciones (¡otra vez!) la coalición de derechas populistas, católicos y nacionalistas. Hablando claro: los eternos fascistas, la puta burguesía ramplona, los mezquinos. En esa noche (electoral) decidí hacer un acto pequeño, íntimo. Y me puse a escribir el blog en castellano, prometiéndo(me) que no volvería a la lengua materna hasta que las cosas cambien. Con lo que -si mantengo mi promesa- podría ser que jamás vuelva al catalán. Nadie se va a rasgar las vestiduras y el planeta seguirá girando impávido, y las golondrinas volverán a migrar y los gatos a mearse por los rincones.


[Esta noche soñé que un poderoso grupo de intelectuales españoles había observado mi giro sociolingüístico y me aprovecharon para arremeter contra Cataluña. Me promovieron para el Nobel de literatura.Y lo gané. Una jugada precisa y bien calculada para dar ejemplo y promover más deserciones. Me acuerdo de la pompa sueca, ese salón apabullante, rodeado de la más alta casta: poder e intelecuales, sin duda engrandecidos por la magia onírica. Allí estaban Bauman y Vargas dándome golpecitos en la espalda.Voltaire, Hemingway y Rimbaud asaltando el bar, Proust calibrando mi entrepierna y Sigmund solo, sentado en el fondo, con el ceño fruncido. Pero todos ellos, a pesar de las apariencias y acciones descuidadas, esperando mi discurso. Pendientes de mi. De lo que podía soltar un paria advenedizo, un apátrida y un botifler del sur de Europa.

Recuerdo el eco del equipo de sonido, los golpecitos en la alcachofa que tenía ante mi. En los sueños siempre soy locuaz, ingenioso, casi verborreico. Me aclaré la voz, rompí el guión que llevaba escrito en cuatro trozos y empecé mi discurso de aceptación. Pero justo en este instante estallaba el techo enmedio de una gran explosión. Entre los cascotes bajaban oscuros guerreros descolgándose por cuerdas, un comando de intervención. Y nada más. Nunca llegué a ver las insignias de sus uniformes, ni a distinguir una sola palabra de lo que decían. No supe quién había sido mi aguafiestas. ¿Los Mossos d'Escuadra? Quizás si, pero no podría asegurarlo. En el sueño creo que me mataban de una veintena de tiros, y creo que por error también se cargaban a Bernard-Hénri Lévy (¿o era Jorge Semprún?). El sueño me dejó angustiado e intrigado.

Me he levantado de la cama con el corazón palpitando a todo ritmo, desbocado. Me he puesto a escribir (a veces ayuda a recuperar el sueño). De repente el ordenador me ha mandado un mensaje en inglés. No lo he sabido leer. Después se ha apagado. Mientras esperaba que arrancase de nuevo me preguntaba porqué vivo enmedio de tantas tonterías. Porqué pierdo (o me hacen perder) tanto tiempo en debates idiotas, incapaces de generar nada nuevo, nada interesante.

En este mismo instante, la policía, con enorme furia, cargaba contra los manifestantes de Madrid. Lo vi en la TV y me dolieron las costillas por no haber estado allí, por no haber recibido una buena hostia en las costillas que ahora se dolían de tedio, de aburrimiento, de desuso.


NOTA: A las 12 horas de haber publicado el post, una seguidor/a de la etapa catalana se ha dado de baja.

9 de maig 2012

Enagua




He soñado varias veces que me ahogo. Bajo toneladas de un agua verdosa, turbia y a la vez transparente. Cada vez que eso sucede me despierto boqueando, angustiado, con las sábanas pegadas a la piel húmeda. Como si en verdad saliese del agua. El sueño es real. Quiero decir realista. Sin trucos, sin trampas que delaten que sólo era un sueño. Y cada vez me acuerdo de que el agua me ha querido llevar dos veces ya. A los catorce y luego sobre los treinta y pocos. Una playa revuelta, unas olas sucias. Parecía imposible avanzar hasta la arena, aunque sólo me separaban de ella un par de metros.

De pequeño me llevaron a un curso de natación con mi hermano, en una piscina de la Barceloneta. A mi me gustaba porqué luego, al salir de la piscina, mi madre nos sentaba en la cafetería y desayunábamos allí, y venía un camarero a servirnos. No me acuerdo de como fué, pero quizá porqué eran otros tiempos, allí me tomé el primer café con leche de mi vida. Aún me parece recordar una mueca en el rostro de mi madre como diciendo no se si son demasiado pequeños esos dos mocosos para el café, pero enfin... Pero la piscina me angustiaba un poco. Lo llamaban calle, pero era un tramo de agua delimitada por unas boyas pequeñas, unas bolitas amarillas enlazadas en una cuerda roja. Si te cansabas y te agarrabas a ellas en mitad de la calle, las bolitas simplemente se hundían contigo.

Cuando murió mi abuelo paterno llovió a cántaros. Me acuerdo de aquélla lluvia furiosa. Yo tenía once años y todavía me tragaba los cuentos de la iglesia. Pensé que, con aquella lluvia, el espíritu del abuelo no iba a poder ascender, sinó que lo arrastraría hacia las cloacas para desaguarlo en las aguas de la Barceloneta. Mezclado con dodotis, mierda y colillas.


Muchos años más tarde me encontré confuso y perdido y acudí a libros y curanderos. A uno de estos le conté lo del agua. -Uhm, murmuró: el agua representa a la madre, él útero. Tu tienes un conflicto con tu madre o, en su defecto, con tu parte femenina. Me hechó el Tarot y me salió la carta de la luna. Me contó algo sobre la Luna, el agua, las mareas y el escorpión que aparece en el dibujo. Lo comprendí a medias, como intuyendo algo remoto e inalcanzable, pero cierto. Hace muy poco, en La Fuentona de Muriel de la Fuente, descubrí la existencia del bicho cuyo nombre es escorpión de agua. Ese es el animal representado en el Tarot, ahora lo he comprendido.

Hoy, comiendo con los compañeros del trabajo, hablamos de hundimientos: el hundimiento de la economía, de la confianza en los políticos y el sistema. El aniversario del Titanic. El sistema se hunde y no tenemos muy claro si nos alegramos, o tememos que nos vaya a arrastrar a nosotros -pobres personitas sin flotador y sin hacienda- hacia el fondo fangoso y maloliente. Me viene la imagen de una película de gángsteres en la que a un desgraciado le ahogan en el agua del inodoro (¿o era un cubo?). A lo mejor -intuyes como en el ensueño- el barco de la civilización europea era un espejismo.

Me acuerdo de Esbjörn Svensson, que murió ahogado mientras hacía submarinismo. De la angustia que sentía mientras leía Nosotros, los ahogados. El frenesí asesino del mar en Puerto humano. La figura de Holly Hunter hundiéndose en el mar, en el final de El piano. ¿Porqué vivo con miedo? Lo del paro y la pobreza está ahí, a la vuelta de la esquina. El hundimiento de Bankia lo anuncia más todavía: el Estado sacará dineros de otras partes para sanear el banco, y los maestros interinos muy posiblemente vamos a irnos al paro para reflotar al banco. La pobreza será, sin duda, la mejor metáfora del ahogamiento, de la sepultura de agua que me anuncian los sueños. Pienso en el cuento de Cortázar, el Axolotl.


A lo mejor allá abajo, en el fondo, nos encontraremos de nuevo y nos diremos pues no había para tanto. Igual está el espíritu del abuelo, encarnado en un rechoncho pez globo. A lo mejor me acostumbro a respirar agua y me reencuentro, como en el útero. A lo mejor yo sólo era un aliento de agua dentro del agua. A lo mejor resulta que no éramos nada más que eso. Quizá nos habíamos obsesionado en ser de otra materia. Unos de papel moneda, otros de madera flotadora, otros de acero alemán o incluso de piedra.

Pero éramos de agua. Y el agua es el único elemento del mundo que no puede ahogarse jamás.

[El tarotista me mira, se rasca la barbilla. -¿No será usted ascendente Piscis? pregunta. No. Soy acuario -le respondo. En contra de lo que sugiere el nombre, es un signo de aire.]


7 de maig 2012

Las brujas de Salem

El librito es rojo y pequeño, diez centímetros por seis. Deduje, por el lugar y los detalles que acompañaron el hallazgo, que llevaba unos veinticinco años oculto en un rincón del piso. En un armario que fue abandonado mucho tiempo atrás, mientras el piso aún estaba habitado. Un piso que fué mi casa y la de otra gente. El librito estuvo en una habitación cerrada y sumida en la tristeza, la humedad y la sombra. No hay un sola familia sana, limpia y luminosa. No entiendo porqué eso de la familia tiene tantos defensores. Familia suena a oscuro y lúgubre, falsa piedad, culpas, chantajes. O complicidad de silencios, a la siciliana. Será por eso que a la iglesia le gusta tanto.

La mano, palpando a ciegas, encontró una textura extraña. No sé como lo supe, pero supe que tenía las cubiertas rojas. Para un daltónico es raro, de repente, sentir el rojo en la palma de la mano. Lo estuve hojeando a la luz de la bombilla agónica. Ella también llevaba veinticinco años en la oscuridad.

Hojeo el libro. Me pregunto qué esperaba. Quién esperaba. ¿El libro me esperaba a mi?


La cubierta es muda. Una cenefa austera. Hay que abrirlo para descubrir que se trata de La Perfecta Casada, un texto de Fray Luis de León. No hay fecha de edición, pero sí estos datos:

M. Aguilar, Editor 
Bolaño y Aguilar, (S.L.)
Calle Altamirano, 50 - Madrid
Colección "Breviarios"

El libro tuvo difusión en tiempos de sombras. Tanto debió de ser así que mi abuela Milagros (atea, espiritista y sarcástica) lo leía con asiduidad y lo citaba. Especialmente a partir del momento en que enviudó y se permitió reirse de la santa institución del matrimonio. Creo que lo encontraba divertido, una colección de ironías hiladas por por el ingenio de un soltero.

Mientras paso las hojas descubro las fotografías que habitan el libro. Me detengo para ver si señalan algo del texto, pero soy incapaz. Aunque estoy convencido de que hay una clave y una gramática, no la puedo descifrar. Perdí ese lenguaje. O quizás no lo he tenido nunca.

Mi padre, cuando hacía la mili en Melilla. Primavera de 1948.

La última estampa es terrible. En el anverso, la imagen de un Jesucristo con capa de rojo sangre y el grial en la mano. Está entrando en la casa de alguien. Lleva la cabeza agachada, inesperadamente humilde. Bajo sus pies hay hojas de vid. Más abajo el texto invita al vampirismo y la antropofagia:


Quien
coma mi carne y
beba mi sangre,
tendrá vida eterna.

El reverso es más enigmático:

Recuerdo de la Primera Comunión de 
María Orts Orts,
Recibida de manos del Sr. Arzobispo en la Iglesia Parroquial de Salem
el día Primero de Junio de 1911

No sé de nadie con esos nombres y apellidos. Supongo que es una amiga de la infancia de la abuela Milagros. Nacida en Salem, la que leía a Fray Luis de León.


La abuela Milagros, propietaria del libro, en una fotografía sin fecha.
En la misma página aparece, la imagen troquelada de una virgen renacentista.




Mucho tiempo después, una noche, llegué a Salem. No está nada claro si la abuela Milagros nació aquí, o bien en Muro de Salem, a unos quilómetros. Eran tiempos terribles, su padre era extremadamente pobre. Un jornalero del campo que desplazaba a la familia hacia allí donde le saliera trabajo.

Sabemos que venimos de la miseria, la pena y el hambre. Que venimos de la tiniebla. Es posible que avancemos hacia la luz. Sólo sabemos que avanzamos enmedio de las sombras aulladoras.

2 de maig 2012

Carta al señor Evo Morales

Señor Evo,

Le escribo en mi propio nombre, aunque me gustaría escribirle en nombre de otros muchos vecinos de la península ibérica. Ante todo, quiero que sepa usted que me alegré de su decisión de nacionalizar la filial de Red Eléctrica española. Tengo varios motivos para alegrarme de su acto legítimo y lógico. El primero de ellos es que las naciones deben autogestionarse, y debería estar prohibido por alguna ley universal apropiarse de los bienes naturales de otras naciones.

Le escribo así, sin mucho protocolo, porqué conozco su biografía y en cierto modo me identifico con usted: soy hijo de una familia muy humilde que nunca tuvo nada, ninguna otra cosa que su trabajo. Me siento orgulloso de eso, y de haber sido capaz de seguir ese modelo de vida. Ante todo, la dignidad. La dignidad de la clase obrera, de cualquier parte del mundo de donde sea. Desde que usted es presidente de Bolivia, mi patria también es Bolivia. Sin importarme lo que pueda argumentar la prensa.

Obtuve el título de maestro de enseñanza primaria, y trabajo como maestro en mi país. No sin dificultades: aunque el número de alumnos por aula aumentan, nuestras autoridades reducen los maestros en nombre de los ajustes y las necesidades presupuestarias del pais. Antes que nada quieren dar satisfacción a los bancos y a los accionistas, los mismos que hoy lamentan que usted haya nacionalizado la empresa eléctrica. Es en este sentido en el que pienso que usted y yo sabemos muy bien cuáles son las verdaderas prioridades y cuáles los verdaderos enemigos del pueblo.

Y como yo, lo saben muchos otros. Somos muchos quiénes no nos dejamos engañar por la propaganda capitalista, tan facilona y tergiversadora. El mundo debe cambiar de forma radical y usted ha dado un paso pequeño pero muy importante. Estoy con usted, me siento orgulloso de usted. Que nació en una casa humilde como la mía y supo plantarles cara a los poderosos seculares. Eso que usted hizo no es fácil, lo sabemos muy bien. Ojalá los políticos que viven a nuestra costa supieran comprender algo de usted. Ojalá comprendieran y aprendieran algo de sus gestos, señor Evo.

Yo, que no soy nadie, le felicito en nombre de los nadies. De los que no tenemos nada, poco más que nuestras palabras. Usted está permitiendo que los nadies empecemos a ser algunos.

Si algún día en su país le faltan maestros, sepa usted que estaría orgulloso de serlo. Para poder estar al lado de los maestros que están ahí, educando a la humanidad que nos llevará al futuro.

Atentamente,

Lluís Bosch

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El Presidente Evo Morales es una persona que me ha emocionado siempre. Y digo emocionado en el sentido más sencillo de la palabra: alguien que me pone la piel de gallina. Por más defectos que tenga, Evo Morales es la imagen del presidente que a uno le gustaría tener para su país. Ya nos gustaría aquí, tener por presidente a una persona con coraje, ideas y verbo.

Por su historia, sus orígenes, su forma de tratar eso que llamamos el poder, y que en Europa está tan viciado. En contra de toda la propaganda, Evo Morales es un ejemplo a veces difícil de seguir objetivamente, porqué los medios maltratan los ejemplos de las nuevas democracias latinoamericanas.

La realidad es que en américa latina han surgido formas alternativas a las democracias occidentales mucho más evolucionadas y capaces de transiciones mucho más reales y justas que la española. Evo Morales es un ejemplo a seguir, y aunque parezca algo inalcanzable, no lo es. Es una realidad. La posibilidad de un socialismo justo, original, radical. Evo Morales es sólo un hombre. Pero es la posibilidad de un mundo nuevo.

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El texto ha sido mandado al consulado de Bolivia a través de su página en facebook. La respuesta ha sido ésta:
Gracias Lluis, por tan acertado y alentador comentario, saludos y no deje de escribirnos.

Me creí que era Dios


Un día me levanté con energía y buen humor, y creí que era Dios. Lo primero que hice (aparte de limpiarme los dientes y pasarle la esponjita mágica por los zapatos) fué perdonarme por haber sido un idiota. Me perdoné por haberlo hecho todo tan mal. Por haber permitido la existencia de ciertos tipos, empresas, leyes y latifundios. Por haber inspirado la idea de la propiedad privada, Convergència i Unió, la revista Hola, los cajeros automáticos, El código da Vinci y La Regenta.

Mientras me duchaba -sin duda con el agua más bendita de todas- me acongojé un poco: si yo soy Dios, me dije, ¿quién me amparará? ¿A quién me encomiendo? Descubrí de esa forma que ser Dios también es jodido y tiene sus servidumbres. Pero aún así, sentía que el universo giraba a mi antojo, que yo era su eje y mis caprichos leyes universales. No me extrañó nada, pues, que mientras me calzaba los gayumbos llamasen a la puerta. Me cubrí como pude y abrí la puerta.

Era un mensajero de MRW, que son quiénes me traen las compras del Amazon. Eso de comprar un libro desde tu casa y que tras 48 horas te lo lleve un trabajador uniformado de azul es realmente milagroso. Lo abrí intentando recordar cuál era. Tengo demasiadas cosas en la cabeza, pensaba, debe ser normal que Dios sufra lapsus de esta índole. Y tan frecuentes. Eso explicaría muchas cosas: sus olvidos, sus actos fallidos, sus amnesias y sus largos silencios. Sólo tienes que meterte un rato en la piel de Dios para comprender su obra.

Me quedé algo perplejo al ver la cubierta: El eco de los pasos, las memorias del fundador de la FAI. Dios mío: son ochocientas páginas de letra pequeña y bigarrada. Qué vida tan intensa, tan apretada, tan llena. Si yo soy Dios debería estar orgulloso de que mi creación incluya a hombres como Juan García Oliver. A lo mejor debería esforzarme en crear otros como él, porqué parece que no hay ninguno ahora. Ese tío atentó contra un dictador, detuvo (momentáneamente, claro está) una sublevación militar y le plantó cara al poder. Sólo con un fusil y un grupo de obreros dispuestos a seguirle.



Dios mío, toda esa gentuza que ahora están en los palacios aprobando leyes a lo mejor se lo pensarían dos veces si García Oliver pegase cuatro tiros y se cabrease un poco. Si por lo menos supieran que se juegan el pellejo con sus reformas, igual reflexionan. Debería pensar en eso. Pero enseguida se me va el santo al cielo y me lío a regar las plantas. Esta noche ha soplado el cierzo, me digo: están resecas y dolidas. Luego me peleo con la cafetera y entonces soy yo quién se mosquea: ¿cómo puede ser que ese estúpido trasto se me rebele? ¿Qué clase de Dios soy?

A media mañana ya me asaltan grandes dudas sobre mi condición divina: he bajado a tomar un café y se me ha olvidado el monedero en el piso. Tengo que dar explicaciones humillantes al camarero, prometerle bondad y jurar y prometer. Iba a jurarle por mi padre pero si le digo que yo soy mi propio padre, ese hombre me tomará por un loco o un gilipollas, y aún me las tendré que ver con esos borregos uniformados de los Mossos, que por mucho menos sacan la porra y te arrean. Esos no se detienen ni ante Dios, me murmuro.

A media mañana, y viendo como van las cosas, ya he renunciado a ser Dios. Si soy Dios lo puedo todo -razono yo- de modo que también puedo dejar de serlo. No ando muy fuerte en teología, pero diría que eso es posible. Así que nada, aquí os quedáis, suelto enmedio de la calle, como un orate. Me quedo un instante quieto y obervando. Para ver si de repente hay un temblor de tierra, me abofetea un huracán o sucede algun fenómeno que señale el cataclismo metafísico que ha sucedido. Abdicación de Dios, debe de llamarse eso. Pero ya no estoy seguro de nada. Ya todo es leve y tambaleante, los conceptos y las ideas se han vuelto débiles. Me duele el dedo gordo del pie derecho: he vuelto a ser un triste humanoide.

Me vuelvo a casa, para seguir leyendo a García Oliver. Ese tipo tenía las ideas claras y no se andaba con chiquitas. Para mi que se sintió como un Dios varias veces, por más anarcosindicalista que fuera. Hay días en que tendrías que volver a la cama y volver a empezar. O bien levantarte, pero decidido a ser un hombre.