26 de des. 2020

Pedro Sánchez y el San Jorge jubilado



Lo cuenta muy bien Douglas Murray(1): tras haber matado al dragón y haber liberado a la princesita, San Jorge se quedó ensimismado. ¿Qué sentido tenía su vida tras la hazaña, una vez lograda? San Jorge se dio cuenta de que debía proponerse nuevos retos y nuevas gestas. No sabemos qué hizo San Jorge, pero sí sabemos en qué consiste el síndrome del San Jorge jubilado. 

Creo que Pedro Sánchez conocía solo a medias el síndrome del San Jorge jubilado. Lo conocía, pero solo de oídas. Pedro se precipitó queriendo jubilar al sanjorge secesionista y no sabía lo que hacen los sanjorges catalanes una vez jubilados. O descabalgados, que es más o menos lo mismo.

Creo que Pedro Sánchez, con ese talante astuto de Maquiavelo moderno, descubrió que era imprescindible jubilar a los líderes del procés catalán. No lo hizo mal. Es más, y lo digo sin dudas: lo hizo bien. ERC pactó los presupuestos estatales con él. Pero no solo eso, no vayamos a caer en el engaño: la Diputación de Barcelona surge de un pacto entre el PSOE y el partido de Puigdemont, aunque nadie sepa como se llama ese partido. Vamos a dejarlo en el partido de Puigdemont. Lo mismo sucedió en muchas alcaldías. Sánchez descabalgó a centenares de sanjorges con un pellizco de dinero. Bravo.

Que al procés de los secesionistas catalanes se le liquidaba con pactos y dineros era algo que todo el mundo sabía: son catalanes, quieren dinero. Les damos algo de dinero y se les pasan las ínfulas separatistas. Además, para qué obviarlo: Cataluña se empobrece a toda máquina, así que se conformarán con menos dinero a cada día que pase. Las cifras macroeconómicas catalanas llevan varios años en caída libre. No solo eso: las cifras del éxito escolar, las de la inversión en ciencia, sanidad, cultura y educación nos dejan a Cataluña justito por encima de Ceuta y Melilla. Estamos en la cola. El canto del cisne catalán empezó hace cien años y se termina ahora. El tiempo ha terminado con Cataluña.

Pedro negoció y desactivó a gran parte de los políticos del secesionismo catalán. Les jubiló. Aunque había un pequeño problema por resolver: el asunto escabroso de los políticos encerrados en la cárcel por secesionismo y malversación de dineros públicos. A Pedro se le ocurrió lo más obvio: les doy un indulto y así les jubilo para siempre. La idea no es mala: si les indulto, dejarán de gritar sus eslóganes. Si les indulto, desactivo su último argumento.

Pedro, sin embargo, se equivocó en un par de detalles. Una vez jubilados los sanjorges catalanes, deberán buscarse otra causa para mantenerse en el candelero: ahí está Laura Borràs, por ejemplo, al frente de su Jaguar. Hay que mantener el ritmo de vida. Ahí está Joan Canadell, el gasolinero que le llena el depósito al Jaguar de Laura Borràs y por eso va de número dos en su lista de listillos.

Pedro: yo, que nací en Cataluña, te voy a contar una cosita. Puedes desactivarles en apariencia con indultos y pactos y monsergas, pero no podrás quitarle su único modus vivendi: sin el nacionalismo secesionista esa gente no son nada, no los escucha nadie, no los mira nadie. Ándate con cuidado con esa gente, Pedro: Cataluña es tan pequeña como mezquina y esa gente no tiene nada más que su pequeñez y su mezquindad. No te fíes nunca de ellos. Un sanjorge jubilado te puede fastidiar una táctica que no era mala del todo. No te fíes, y te lo digo con cariño. Si les quieres jubilar, jubílales. Pero mándales al asilo. Si te descuidas, esa gente joderá a España. Y España es todo lo que tenemos, lo único que tenemos quienes nacimos en la clase trabajadora.

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(1) Murray, D. La masa enfurecida. Ediciones Península. Barcelona, 2020.




24 de des. 2020

Cuento de Navidad en la carretera


Pasé la Nochebuena de hace algunos años en una pensión de carretera. Estaba casi vacía. Salvo un par de camioneros, de países que antaño fueron comunistas, no había nadie más. Y la familia que regenta la pensión, claro, una madre cansada y muy mayor y su hijo discapacitado, que ejercía de recepcionista con una sonrisa triste. La pensión está en un lugar de la Meseta, azotada por el cierzo, y sobre la cual se abatía un aliento gélido y apesadumbrado, lleno de pena.

Yo iba camino de una casita que me habían prestado, en un pueblecino a mil kilómetros de mi ciudad. Eso sucedió hace años, en la edad de la vida cuando todavía me llamaban "joven". Había decidido vivir con lo mínimo, casi con nada. Me quise desprender de todo lo que me sobraba, y como resultaba difícil tirar muebles y ropa y objetos, lo que hice fue irme yo, dejándolo todo. Con el coche avejentado que tenía entonces me lancé a la carretera. Solo me llevé lo que cabía en el maletero.

Quería ser pobre en una tierra de pobres, y sabe Dios que lo conseguí.

La casa que me habían prestado era una casa casi abandonada que está en la ribera del Tajo, muy cerca de la frontera con Portugal. A medio camino y antes de llegar a Madrid, ya entrada la noche, un coche de la Guardia Civil me obligó a pararme, con un juego de luces multicolores.
-¿Sabe usted que lleva una luz trasera fundida? -me dijo el hombre, bastante joven, metido dentro de un anorak que le llegaba hasta las orejas. -¿Va muy lejos?

Le respondí con la verdad. Incluso le confesé el nombre del pueblo adonde me dirigía. Valencia de Alcántara. Me faltaban algo más de 500 kilómetros, según me dijo después de un cálculo muy rápido. Luego se quedó en silencio, meditando, como si algo le hubiese ensimismado. "Conozco el pueblo", dijo. "Vaya qué casualidad. Y ¿que le lleva allí?".

Le dije la verdad otra vez: que estaba huyendo de Cataluña y posiblemente de mi. El tipo se quedó pensativo de nuevo, y a mi se me hizo evidente que le había tocado una fibra del alma. Pero entonces hubo algo que se le pasó por la cabeza y le llevó a dudar. Creo que, por un instante, la posible simpatía dejó paso a la sospecha. Al fin y al cabo, su trabajo es sospechar. "Abra el maletero", dijo, ahora en un tono más serio, repentinamente profesional.

Contempló el maletero repleto hasta arriba. Lo alumbraba con la linterna. Intenté mirar mi maletero con sus ojos y me di cuenta de que aquello era un contenedor de basura: libros desparramados, ropa en fardos mal pertrechados, zapatos viejos, un ordenador anticuado, y mi títere descoyuntado encima de todos los trastos, medio envuelto en una mantita gris con una cenefa roja.

Su sospecha se convirtió en algo parecido a la pena. Me miró con compasión, creo. Cuando un hombre más joven te mira así sucede algo muy difícil de explicar, y es algo que solo sabe quién lo ha vivido. Quizás los emigrantes ilegales pueden contar eso.
-Mis padres se marcharon de ahí y jamás volvieron -murmuró- Es curioso... y usted se va para allá...
-He decidido cambiar de vida -dije mientras intentaba esbozar una sonrisa- Bueno, empezar otra vez. Por eso no me llevo nada.

¡Nada! Escuché esa palabra pronunciada por mis labios y avergoncé enseguida de haberla pronunciado. "Nada" significaba un maletero lleno hasta arriba, además de un coche que, por más desvencijado que estuviese, todavía era un coche que anda. Es muy posible que un africano, un peruano o un afgano tengan otro concepto de "no llevarse nada", un concepto bastante más ajustado al significado de la expresión. Creo que ellos son más precisos cuando hablan. Por eso me reí por dentro: en ese instante me di cuenta de que uno no se libra nunca de ciertas manías, de ciertos tics, de eso que llaman "cultura" y que es lo que hemos heredado de las generaciones precedentes. ¡Qué difícil es dejar de ser catalán! estuve a punto de pronunciar en voz alta.

-Supongo que no pretenderá usted conducir hasta el pueblo sin parar ¿verdad? Con una luz fundida no es buen plan, y además seguro que otra patrulla le va a parar y quizás le multen... Mire, a sólo unos diez minutos de aquí hay una pensión. Barata, apañada. Para transportistas. Quédese a dormir allí.

Hice lo que me había sugerido, más por cansancio que por obediencia. Encontré la pensión y dejé el coche en el aparcamiento junto al edificio, me metí un cepillo de dientes en un bolsillo y unos calzoncillos limpios en el otro y entré, pedí una cama y me quedé dormido al cabo de pocos minutos. Recuerdo que me cobraron mil pesetas. Pero no tengo ningún otro recuerdo de aquella noche. En mi memoria, es como si hubiese dormido en una cama que flotaba en una nada negra, insípida, inodora. Sabía que era Nochebuena y mañana Navidad, pero ese pensamiento no me inspiraba nada. Nada en absoluto. Solo se que floté en una oscuridad abisal.

A la mañana siguiente bajé a tomar un café. El hombre estaba abstraído contemplando el televisor, en donde pasaban un inventario de los sucesos más mortíferos del año que terminaba. Cuando salí al exterior me di cuenta de que había algo raro en el coche. Atrapada por el limpiaparabrisas, una hojita de papel se agitaba con la brisa, como un insecto torpe que pretende volar. El cierzo había cejado. Era una nota escrita en letra azul y menuda, sin firma. "Debe cuidar mejor de sus cosas. El maletero estaba abierto". El texto de la nota quizás no es exacto, ya que no me fío de una memoria que jamás ha sido muy de fiar. Pero el sentido era este, exactamente este.

Abrí el maletero, temiendo que lo iba a encontrar vacío. En los brevísimos segundos que transcurrieron mientras me precipitaba hasta la portezuela, intenté escudriñar dentro de mi para saber si prefería encontrarme sin nada -pero ahora de verdad de la buena- o si prefería conservar mis cositas. Lo abrí. Estaba todo ahí, tal como lo recordaba. Sólo había una única diferencia: la linterna del guardia civil encima del títere. Le había cogido las manitas y se las había puesto como abrazando a la linterna, tal como se abraza a un niño muy pequeño, a un perrito o a cualquier ser desvalido.

Hoy todavía conservo el títere y la linterna.

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La primera versión de este cuento de navidad se publicó, en el blog, en las navidades de 2017. La versión presente está revisada y modificada aunque los cambios son sutiles y parecen remitir al juego de "Encuentre las 7 diferencias". A medida que uno cumple años, tiende a pensar que todo lo que acontece ya está visto, aunque siempre se puede jugar a encontrar las siete (o las 3) diferencias.

22 de des. 2020

En català t'ho diré, perquè ho entenguis bé

Heu matat la llengua de la meva mare, però no ho podeu entendre. Ni ho podreu entendre. Potser ho entendreu quan sigui tard, com tot: hom comprèn quan ja és tard.

Heu matat la llengua catalana amb el vostre procés. Heu matat una llengua. La llengua de la meva mare ha mort a les vostres mans. L'heu feta antipàtica. I després d'antipàtica, inservible. Una llengua antipàtica ja no és una llengua útil. Una llengua antipàtica i inútil deixa de ser una llengua i esdevé una peça de museu, tan seca i tan eixuta com una mòmia peruana.

Heu trencat el consens. Heu liquidat la llengua de la mare. No es parlava als patis de les escoles i vau voler vigilar els patis de les escoles. Vau voler vigilar els carrers. Vau voler imposar una llengua que es feia inservible. Vau ser antipàtics, grollers, solemnes, estúpids. I així us vau carregar la llengua de la meva mare. No vau entendre res.

Vau ser rucs de tant patriotes que foreu. No hi ha res com els nacionalistes per anorrear el país que mai no fou. Quan ho teníeu tot a favor, us ho vau carregar tot. Ara teniu un erm, el vostre erm, l'erm que sempre vau voler ser: el desert us espera. La vostra identitat sempre fou l'erm, el camp buit, el no-res. Aquí el teniu. Aquí teniu el que vau voler ser. Vau voler desaparèixer i heu desaparegut. El món no us mira. Ni us trobarà a faltar.

20 de des. 2020

Jordi Cafca i Puigdengolas, tu candidato indepe

Jordi Cafca, en una instantánea tomada en 1992

Jordi Cafca i Puigdengolas (1954) nació en el barcelonés barrio de Gracia, barrio lleno de gracia progresista, ecológica y sostenible. Actualmente retirado, Jordi vive en una bella población de la Costa Brava junto a su joven y bella tercera esposa, Grunilde Eve Marie von Eschenbach Holstein-Strümpfen zu Sayn Wittgenstein (2001), de origen humilde y catalán, hija de un modestísimo porquerizo de Torelló. Como su nombre indica.

Jordi es muy transversal.

Su padre, Baldiri, heredó Tejidos Cafca del fundador, Arsenio Cafca i Borràs, que creó el negocio en mayo de 1939. Durante décadas Tejidos Cafca fue la empresa proveedora de cortinas, sábanas y cubrecamas de varios prostíbulos barceloneses, de un par o tres de palacetes de Pedralbes, de un obispo y de dos banqueros, uno de los cuales muy nacionalista. Un negocio familiar pero próspero, modelo de la industriosa industria textil catalana.

Sin embargo, los años no pasan en balde. Jordi Cafca se vendió Teixits Cafca a un grupo de inversores de Delaware y se largó a vivir a la casita que Arsenio había levantado en un páramo de Begur (Costa Brava), la misma casita en la que Baldiri, el falangista, invitaba a las dependientas más jóvenes del negocio familiar. Baldiri convirtió la casita de pescadores en una villa de diseño. De diseño más bien zafio, antropológico y nacionalista. Pero diseño al fin y al cabo.

Entre las piezas que decoran la chimenea hay una reproducción en escayola de la Virgen de Montserrat que todo el mundo adora, aunque algunos le quitan la bola para que les sostenga el rom cremat tras un par de habaneras a cargo de Els tres Jordiets, dos de l'Escala i un de Sant Feliu. En el jardín, un Timbaler del Bruc de granito hecha agua por la boca a un estanque con cuatro nenúfares y dos peces amarillos. Los nenúfares son muy caros y los peces comen muchísimo.

Jordi, una vez instalado en Villa Cafca, remodeló la casita. Le añadió un piso, un jardín francés y un claustro de inspiración románica, pero del románico catalán. Todo el mundo sabe que el románico catalán es distinto a los demás románicos de la península y del mundo. Le dio un toque todavía más catalán, si se puede: levantó una réplica del Cavall Bernat en la cabecera de la cama principal, hizo construir un Palau dels Canonges en miniatura en el jardín (cerca de la estatua del Timbaler) y un busto del presidente Joaquim encima del depósito de retrete. Luego inscribió, en latín, una frase sobre la libertad de los presos políticos. La inscribió en la fachada posterior, la que da al mar y nadie la ve: uno debe mostrarse sin ser visto. Lo hizo así por prudencia. La prudencia también la heredó. Su padre, Arsenio, siempre tuvo la prudencia por divisa: a sus dependientas preferidas les ponía pisitos en barrios discretos. En barrios discretos y pobres, sobra decirlo: todas alojadas entre San Cosme y Bellvitge.

Cuando se terminó el dinero de Delaware, Jordi se preocupó del futuro por primera vez en su vida. De modo que, ni corto ni perezoso, Jordi se hizo independentista del sector furibundo pasivo-agresivo.

-¿Cómo puedo forjarme una carrera política en Cataluña y, si Dios quiere, en España? -se preguntó.

Jordi Cafca i Puigdendolas se abrió una cuenta en Tuiter (@jordillibertat) y dedicaba las tardes a escribir soflamas independentistas entre los gin tonics de las cinco y los daikiris de las seis. Se ganó un lugar entre los grandes y obtuvo más de 20.000 seguidores. Se proclamó víctima del expolio español, víctima de la persecución horrorosa y de la represión sin límites del siniestro Estado Español, cifró el déficit fiscal en una cifra astronómica, culpó de todos los males a España, afirmó que Juan Marsé era un escritorzuelo infame y un traidor a la patria. Lo mismo dijo de Eduardo Mendoza y de Zafón. Afirmó que el camarero peruano del Bar Levante --en donde a veces se toma un cafelito y la pasta que va de regalo-- es un colono despreciable y promovió una campaña en su contra, y prometió no cesar hasta que echasen a la calle al camarero colonizador. Hizo lo mismo con el local de Marcelo, la pizzería argentina del paseo marítimo. Y luego otra vez lo mismo con la panadería en donde trabaja Gladys, la ecuatoriana. Luego cambió de tema y arremetió contra los hombres que les pegan a sus mujeres. Pero no por la violencia, si no por el idioma del violento: Los maltratadores son castellanohablantes, escribió (en catalán).

3543 likes en el primer día. 45.000 al cabo de una semana, gracias al retuiteo de un tal Mark.

Jordi Cafca recibió una llamada des de Waterloo unos días atrás.

-Hola Jordi, com estàs? dijo una voz aflautada y gangosa. Y añadió: -El país et necessita. Catalunya, Catalunya, Catalunya. Sempre Catalunya. Ja saps de què et parlo. Saps de què et parlo?

-De Catalunya, respondió Jordi el transversal: Crec que em parles de Catalunya. Vaig bé?

Luego coincidieron en que los catalanes están oprimidos. Jordi le susurró que no le llegaba para el cloro de la piscina y que andaba escaso de hielo y hierbabuena para los mojitos. ¡Puta España! concluyeron ambos.

Jordi aceptó la propuesta gangosa. El salario de un diputado regional no es algo que se pueda rechazar y supone un buen flotador. En tiempos de incertidumbre.

Jordi va en el puesto número 13 de la lista nacionalista de Waterloo. Le pueden votar en el Día de los Enamorados de 2021.

17 de des. 2020

Bajo un régimen de no-discriminación


Paradojas contemporáneas. En el mundo que vela, con cuidado exquisito, por no discriminar a ningún colectivo minoritario, le pueden discriminar a usted por formar parte de un colectivo mayoritario. De modo que el opresor se puede convertir en oprimido. Y viceversa. 

¿Qué pasará cuando el colectivo mayoritario se convierta en minoritario por obra de la política de discriminar al mayoritario en favor del minoritario? ¿Será el nuevo minoritario --antes mayoritario-- objeto de una política de no-discriminación para compensar su minoría? ¿Hemos entrado en un bucle tragicómico?

Lo contaré con un ejemplo catalán. Si usted escribe en castellano en Cataluña y le presenta un proyecto de cine, de literatura o de teatro a la administración regional, la dicha administración le dará menos valoración que a un proyecto escrito en catalán. ¿El motivo? Muy evidente: proteger a la lengua minoritaria. Las causas pequeñas, las perdidas y la locas siempre han resultado muy atractivas, por ese romanticismo que nos emponzoña los dos últimos siglos. O por la cosa nacionalista.

Otro ejemplo: si usted es hombre tiene menos posibilidades de obtener el beneplácito de la administración. Hay que favorecer al colectivo oprimido. Muy bien. No seré yo quien niegue lo que Felipe González llamó la deuda histórica. Estoy de acuerdo con González: tras décadas de desinversión estatal en Andalucía, Andalucía merecía un trato especial para compensar el antiguo desprecio. Y hay que hacer lo mismo con otras circunstancias, tanto regionales como de cualquier otro colectivo. Pero... ¿hasta dónde y hasta cuándo? Y en cualquier caso: ¿cuándo fue discriminada la inversión en Cataluña?

Lo malo --lo paradójico-- llega cuando la compensación desequilibra de nuevo, esta vez hacia el otro lado de la balanza.
¡Qué difícil, diablos, qué difícil es equilibrar una balanza!
Siempre he creído (y lo sigo creyendo) que la cultura y la civilización son lo opuesto al darwinismo, pero también creo que son lo opuesto al darwinismo inverso.

Volvamos al caso del catalán: la administración catalana prima la producción en lengua catalana. Es decir: discrimina a la lengua castellana en nombre del principio de no-discriminación. ¿Se dan cuenta?

Por otra parte, hay algo más que chirría: si cuando la administración regional da cifras sobre conocimiento y uso del catalán en Cataluña se jacta de que el 90% de la población lo entiende, lo lee y lo habla... ¿dónde está la necesidad de discriminar al castellano para favorecer al minoritario y al oprimido? ¿En qué quedamos?

Yendo como vamos hacia una campaña electoral catalana con uñas, dientes, zarpas y puñales, es posible que escuchemos propuestas y promesas de lo más pintoresco.

No me extrañaría nada que la troupe circense de Borràs y Canadell dijesen que, para compensar la colonización española de Cataluña, subvencionarán a cuántos catalanes estén dispuestos a colonizar parte de Aragón o de Murcia. Para compensar el viejo agravio.

El asunto da para un ensayo de 400 páginas, pero es tarde, estoy cansado y formo parte del colectivo de los cansados. Y me pregunto: los cansados... ¿somos minoría o mayoría? Si somos mayoría lo tenemos mal.

 

15 de des. 2020

¿Marine Le Pen es Laura Borràs?

Les voy a contar cómo escribí el título de este artículo.

Lo escribí sin interrogantes, afirmando algo que me podría costar caro: una denuncia, una inhabilitación, una multa. Le puse los interrogantes como quién se pone un preservativo, un chubasquero, una vacuna, unas botas de goma impermeables. Los catalanes que no somos de la cosa nacionalista nos andamos con tiento. Llevamos años aprendiendo a pisar el hielo con miedo a que se nos rompa debajo de los zapatos y nos hundamos en una ciénaga helada.

Le añadí los interrogantes. No estoy llamado a ser un héroe. Ni un valiente. Ni nada. Mi único propósito es sobrevivir en Cataluña. Y vivir en la Tierra.

Algunos de los catalanes que no somos nacionalistas llevamos años leyendo a Lovecraft y escudriñando en sus interlineados. Usted me comprenderá, sin duda. Lo primero es sobrevivir. Y luego, vivir. Para sobrevivir en esa Cataluña de los nacionalistas hay que andarse con cuidado. Vivir es imposible, de modo que ya no nos lo planteamos. Con sobrevivir enmedio del horror nacionalista nos basta. Hay que fingir, callarse, soslayar. Cada uno se sabe lo suyo. Yo estoy harto de ver a los que soslayan, a los que se callan, a los que fingen. Y si estoy harto de ellos es porque yo he fingido, callado, soslayado como el que más. Lo dicho: no soy un valiente ni lo pretendo. Y lo he hecho diez, cien, mil veces. O diez mil veces. Una vez cometida la falta, da lo mismo cometerla mil veces más.

Volvamos al asunto: ¿Marine Le Pen es Laura Borràs?. O dicho de otro modo: ¿Laura Borràs es como Marine Le Pen? Bueno, ante todo hay que afirmar que Marine y Laura son personas distintas. Pero muy parecidas. Salvando algunas características físicas, tienen mucho en común. Francia para los franceses, Cataluña para los catalanes. Esa es la única base argumental del supuesto ideario político de ambas, si al odio se le puede llamar ideario político.

Y entonces... ¿quiénes son los franceses y quiénes son los catalanes? ¿Los que nacieron aquí? ¿Los que llevan trescientos años aquí? ¿Los descendientes de Jaume I? ¿Los que solo hablan catalán?

Es en este momento en el que descubrimos que no solo nada separa a Laura de Marine, sino que nada separa a Laura Borràs de Santiago Abascal. Son uno y lo mismo el bestia de tu marido, los memos de tus amantes, dijo Jaime Gil en un poema.

Ambos (o ambas, perdón por el sesgo machista) afirman que la identidad nacional es algo importante, algo a tener en cuenta: algo que le diferencia a usted de los demás. Que un trabajador precario catalán es más catalán que trabajador precario, y que por lo tanto su aliado (y su líder) es un rico catalán, y su enemigo un trabajador precario extremeño. Eso es lo que nos cuentan Laura Borràs en Cataluña y Marine Le Pen en Francia.

Bueno, recapacitemos: Marine no es Laura ni Laura es Marine. Y Santiago se les arrimado a ambas sin ser lo mismo que Laura o que Marine. Pero en realidad sí son lo mismo. O casi. Lo dejaremos en el casi.

Sin embargo, si quiere usted un mundo peor, vote a Laura. Lo he dejado para el final: Laura es peor que Marine. El mundo sería peor con Laura. Quienes leímos a Lovecraft lo sabemos muy bien: la nostalgia de los viejos mitos es más dañina en los pueblos pequeños, en aquellos pueblecitos oscuros en donde la civilización no llegó jamás o llegó muy poco y en donde todavía hoy se jactan de que los romanos no llegaron. Como el pueblecito de Asterix que muchos confunden con una cierta Cataluña.


12 de des. 2020

¡Qué bonito es el infierno en Badalona!

Un incendio puso a Badalona en los noticiosos y situó el mapa del infierno. 

El infierno se manifestó en Badalona, la bonita. Los demonios abandonaron el infierno y se vinieron para Badalona. Los demonios, que siempre andan atareados, se citaron en una callejuela de Badalona y en una tarde del mes de diciembre de 2020. El infierno está vacío porque todos los demonios están en Badalona.

A primera hora de la mañana, tras la tragedia, se conjuraron allí el alcalde de la población, el presidentito de Cataluña y el consejerito de Interior de la causa regional. En vez de callarse, con un residuo de dignidad, no perdieron la ocasión de perder la ocasión. Y hablaron. Cada uno echó las culpas a otro, pelotas fuera. Incluso echaron balones fuera unos baloncestistas que, mira tu por donde, resultan ser los accionistas y dueños del edificio en llamas, de ese infierno de dimensiones catalanas que todavía humea en Badalona.

Todos olvidaron lo que cuenta el artículo 137 del Estatuto regional: que las competencias sobre vivienda son exclusivas de la Generalitat de Cataluña. Cínicos hasta la repugnancia. Los demonios humean en las calles y hablan ante las cámaras. Los muertos son negros. Ellos, tan rosados como los cerditos buenos.

No estuvo en el evento la anterior alcaldesa de Badalona, alcaldesa rosada y lila y verde, y muy de izquierdas, y mucho de Open Arms y de Óscar Camps y de "Queremos acoger". No tenía nada que contar la alcaldesa de esa izquierda diabolicamente nacionalista. Casi que mejor así, y que no hable más. Una alcaldesa de la izquierda purista y exquisita, la izquierda de los sermones. La que quizás será candidata de la izquierda nacionalista a la cosa de la Generalitat en las próximas elecciones por San Valentín, el santo eterno enamorado.

Puigdemont lanzó uno de sus tuits agónicos desde su chalecito en Waterloo que nadie sabe muy bien como demonios se paga. Está bien que hable Puigdemont sobre refugiados: eso es enternecedor. Él se considera un refugiado en el extranjero, vive en un chalé de a 4000 euros al mes y se solidariza con los africanos que arden en Badalona. Un líder nato, vamos. Lo de Puigdemont es cada vez más grotesco.

Murieron tres personas entre las llamas. Y los políticos debaten hablando de competencias. También arde la descentralización de España en el incendio de Badalona, la que ahora está en el mapa y en las noticias. Dice el alcalde que la gestión de los extranjeros sin papeles está por encima de la declaración de los derechos humanos. Bueno, quizás no se puede esperar nada mejor de ese hombre. Pero lo de Aragonès, de Sàmper y de Puigdemont es otro asunto: que se quejen de las competencias autonómicas es realmente asombroso.

Las competencias eran suyas y de nadie más. ¿Para qué diablos quieren tantas competencias cuando no saben gestionar las que tienen? ¿En qué infierno arderán los cínicos?

10 de des. 2020

Bajo el silencio abertzale

Siendo jovencito, estuve varias veces en el País Vasco. Me atraían esos bosques frondosos, la neblina, la lluvia infinita, los muros de piedra, los caserones perdidos enmedio del verde reluciente Para un joven como yo, el País Vasco era un lugar misterioso e incluso romántico, en el que intuía seres maravillosos, hombrecitos de los bosques, hadas, brujas. 

A veces, llegados a un pueblecito, nos metíamos en una taberna para calentarnos un rato. Siempre nos envolvía esa música más bien celta que también induce a imaginar trasgos, gnomos y druidas. En alguna ocasión me fijé en las fotografías, en lo alto de la pared del local. Tipos rudos en blanco y negro construían un friso de templo griego, esos rostros enigmáticos y trágicos. A veces las efigies llevaban un nombre escrito debajo. Alguno de esos nombres me sonaban de algo. Claro. Lo había escuchado en la radio.

Así que, con el tiempo, descubrí que el paisaje neblinoso, la lluvia y la frondosidad de los bosques no eran otra cosa que el decorado de la escena del crimen. Con el tiempo abocerrí el País Vasco y no regresé a él nunca más. En el camino de la vida, el conocimiento empequeñece al mundo.

Acabo de ver el documental, largo y prolijo (dos horas y media) que firma Iñaki Arteta, "Bajo el silencio". Una colección de entrevistas bien conjuntadas y ordenadas que repasan los años del terror, del dolor y de las pistolas. Arteta sabe lo que cuenta y no se asusta. Y eso hay que contarlo sin descanso.

Por razón de la vida, he visto el documental sentado en una butaca catalana. Y, visto desde acá, el documental es escalofriante. Uno llega a pensar que Cataluña es un País Vasco sin pistolas. Quitando las pistolas (y las bombas, los secuestros, las palizas) el discurso es idéntico. Paso a paso, palabra a palabra. El discurso del odio se construyó sobre las mismas bases argumentales y falaces. La terrible represión, el genocidio. Y la respuesta, lógica y natural, del oprimido. Que no tiene otra solución que agarrar una pistola y pegarle dos tiros en la nuca de otro por el hecho de pensar diferente.

Lo peor del documental de Arteta, para mi, no fue la frialdad escabrosa del párroco de Lemona, hombre desprovisto no solo de piedad sino de cualquier rastro de empatía. Lo peor fue la entrevista al director de una Ikastola, con el crucifijo bien alto en la pared del despacho, metro y medio más arriba del portátil Apple. Un crucifijo tan alto como altos lo estaban los rostros de los etarras en los muros de la tabernas. Un director de ikastola justificando el asesinato, remitiéndose para ello al bombardeo de Guernica. Lo que oyen. Personas que jamás sufrieron un bombardeo le pegaban un tiro en la nuca a personas que jamás habían bombardeado a nadie, y un director de escuela lo justifica sin pestañear. Otra vez una rara frialdad en los ojos, en el mohín de esa boca hirsuta. Hay algo de locura, de locura odiadora en esos ojos que no pestañean jamás en quien, sin embargo, a menudo dice sentirse ofendido. Lleva el rostro salpicado por la sangre de los otros, pero no pestañea.

En otro instante, alguien (un poeta, dice él) afirma que lo de Eta sirvió para algo: sirvió para que el Estado Español se entretuviera persiguiendo a terroristas y se olvidara del genocidio cultural. La primera Ikastola se fundó en 1957, y la Real Academia de la Lengua Vasca consiguió ser real en 1976. Genocidio cultural, como pueden ver.

El documental de Arteta se sigue como una cinta de misterio, de intriga y de crímenes jamás resueltos. Se sigue con el corazón encogido, helado. Dedica buena parte del metraje, intermitentemente, a seguir a la viuda de un Guardia Civil y su búsqueda del lugar en el que fue asesinado. Un paraje bello, verde, frondoso. Romántico. Detonaron una bomba a su paso, cuando custodiaba los explosivos de una cantera. La detonaron desde lo alto del campanario de una iglesia, puesto privilegiado para escudriñar la carretera por donde transitaba el convoy. Quizás se colaron ahí, claro está. O quizás el guardián de la llave de la iglesia les abrió. Quien lo sabe.

Hiela la sangre la entrevista al hombre que pasó años en la cárcel acusado de matar a un policía en un bar. Salió de la cárcel al terminar la condena, pero sigue creyendo que sus actos estaban justificados en nombre de la identidad vasca, y otra vez la terrible represión, el genocidio. ¿Detuvo el supuesto genocidio la bomba que mató a un guardia civil? ¿Contribuyó en algo la muerte de un guardia civil a la pervivencia de la lengua del 12% de los vascos?

Todo eso nos suena mucho en Cataluña. Lo único bueno que podemos contar de todo eso los catalanes es que aquí, por lo menos, fueron cuatro quienes empuñaron las armas. Y que, para fortuna nuestra, los armados tenían una rara tendencia a matarse a sí mismos que es de mucho agradecer. Pero las palabras están ahí, y las palabras son las mismas. Palabras destinadas, al igual que las pistolas, a acallar al adversario, al que no piensa como tu. Al otro. Maketo, charnego, colono, ñordo. Palabras pensadas para producir silencio, para producir un enemigo que debe estar asustado y en silencio.

En los cuentos de Lovecraft, cuando el desdichado héroe penetra en las tierras poseídas por el mal descubre una naturaleza rara, enfermiza, degenerada. Luego descubre que un silencio malsano invade el lugar. No supe ver en aquellos paisajes verdes la naturaleza terrorífica del nacionalismo. Los vascos tienen derecho a que volvamos a ver belleza en los paisajes de su región. Del mismo modo que los catalanes no deberíamos ceder ante quienes nos quieren llevar por la senda del horror silencioso.

7 de des. 2020

Estamos en España, no te olvides



 

Porque estamos en España.
Porque son uno y lo mismo
los memos de tus amantes,
el bestia de tu marido.

Así termina el poema A una dama muy joven, separada en el poemario Moralidades de Jaime Gil.

Y algo así ando pensando yo, por estos días, viendo ir y venir a los unos y a los otros. En España resulta bastante fácil hacer el bocazas. Unos prometieron una república, los otros un 155 fulgurante. Pues bien: ni hubo república ni fue fulgurante el 155. Todo huele a timo, a facilón, a truco de cuñado aficionado a la prestidigitación. Los últimos han sido unos que proponen fusilar a otros, como si fuese una broma ocurrente. Todo parece teatro amateur, improvisación, bocachancla, matón de patio de colegio. Como cuando dijeron: en Cataluña vamos a prohibir el castellano, impondremos nuestra lengua propia y expropiaremos la lengua de los demás.

Pero estamos en España, y eso no hay que olvidarlo jamás.

En España, dos generaciones atrás se estaban pegando tiros por los campos, las calles y las plazas. Todavía hay muertos tirados por ahí. En España nadie olvida, nadie perdona. Hay que recordar que en España nadie olvida, nadie perdona. Aunque somos católicos, no nos perdonamos.

Creo que sería bueno el olvido, y aunque el olvido y el perdón sean cosas distintas, parece que el uno acompaña al otro.

Hace unos años, ya más de 20, vivía yo en un pueblo de la Cataluña interior. Su posición en el mapa, algo aislada, y la ausencia de línea ferroviaria, hicieron que el tiempo se detuviera en aquel pueblo. Un vecino odiaba al otro porque sus abuelos respectivos estaban en bandos opuestos durante la guerra. Se odiaban porque tu abuelo era facha, porque el tuyo era rojo. Una vez hube preguntado, descubrí que ni el uno era facha ni rojo el otro: tras el simulacro ideológico, lo que les enfrentó fue un oscuro asunto de tierras colindantes y de dinero, deudas y riñas prostibularias. Similares en la codicia, los dos abuelos se valieron del rojo y del azul para odiar, denunciar y, finalmente, para matar. La tierra codiciada, al final, tras la sangre vieja, fue para uno de los herederos. No recuerdo si para el heredero del rojo o del azul. Pero eso importa poco.

Al pueblo subieron un par de veces los milicianos de la ciudad industrial más cercana. Preguntaron por los fascistas. Les persiguieron, les juntaron junto al muro de un huerto y les fusilaron. Meses más tarde llegaron los falangistas. Preguntaron por los rojos, les juntaron en la tapia del cementerio y les pasaron por las armas. En ambos casos, los vecinos aprovecharon la visita para denunciar a quienes les estorbaban en sus propósitos: de tierras, de haciendas, de propiedades, de mujeres. Incluso de vacas y ovejas. Eso fue la guerra, o eso también fue la guerra. Mis vecinos, en vez de olvidar la codicia asesina del abuelo propio, se echaban en cara la codicia asesina del abuelo del otro. Estamos en España. En ese pueblo, a día de hoy, son casi todos muy independentistas. Nacionalistas. No han olvidado al abuelo, pero han olvidado que estamos en España. Creen a pies juntillas que su Cataluña no es España. Y, sin embargo, su Cataluña es la quintaesencia de España. Son muy españoles, rematadamente españoles. Les guste o no les guste, esos independentistas son el alma vieja de España. 

Yo buscaría el olvido, el perdón llegará luego. No buscaría el recuerdo. Recordaría que eso es España y recordaría, sobretodo, que por primera vez en varios siglos, llevamos 40 años sin matarnos por las calles a tiro limpio. No debería ser tan difícil olvidarse del terruño, de la lengua propia y la impropia, de la bandera medieval, de los fueros antiguos. No debería ser tan costoso pensar en vivir en paz, preocuparse por el bien común, arriar lacitos y banderolas.

Mi amigo P. me cuenta que ha ido a visitar a sus padres, octogenarios. Viven en su pisito de Bellvitge, casi siempre asustados, encerrados por miedo al virus. Llevan más de 50 años en el bloque del polígono, calle de Francia, por El Gornal. Me cuenta que vinieron desde un pueblecito de Almería lindante con el desierto de Tabernas, con una maleta de cuerdas. Han descubierto que los buenos catalanes les llaman colonos. Colonos aunque colonos involuntarios como leve desagravio, con cierta condescendencia. Colonos involuntarios, les llaman, cómplices de un genocidio cultural, les dicen, perpetrado por un dictador que lleva muerto 40 años. Estamos en la España sin perdón, en España. No hubo piedad ni olvido ni perdón en la España católica. En las cárceles catalanas, los políticos presos acuden a misa sin falta. Pero no perdonan: los dos abuelos del polígono Gornal son culpables para siempre. Eso es España.

Estamos en España. No lo olvido nunca, ni tan solo cuando escribo aquí. A veces me pongo temeroso y pienso que quizás estaría mejor callado, a mis cosas, con mis cuentos o mis pinturas y preparando las clases y leyendo ensayos antiguos.

A veces escribo cosas que no le gustan a nadie, y cuando digo nadie me incluyo en el gran nadie. Las escribo tan solo para sacarlas de mis pesadillas de español que recuerda cuando quisiera no recordar. Como el gato que regurgita la bola de pelo y piensa que le gustaría ser ratón o pato en vez de gato que escupe bolas de pelo. Y porque pienso que es mejor dedicarse al bien común, a lo que nos va bien a todos. Estoy contento de pocas cosas mías, pero una de esas pocas es ser un español bilingüe. Del mismo modo que tener un abuelo facha y otro rojo me gusta y me transmite algo de una paz melancólica.

6 de des. 2020

Un hombrecito catalán

El hombrecito patalea un rato intentando no hacer ruido. Patalea para calentarse los pies. Patalea encima de una baldosa gélida. Las normas de la ventilación obligan a abrir las ventanas durante 20 minutos cada hora. Por la mañana advirtieron, en el noticioso, de la llegada de un aire siberiano. El hombrecito, precavido, se calzó unos calcetines de lana que tenía guardados en el fondo del armario. Están viejitos, los pobres calcetines, y se insinúa un tomate talón y otro en el dedo gordo. Luego enfundó sus pies en las botas buenas, las de piel. Se las compró con la última paga extra, hace tres años.

El hombrecito pasa un dedo por debajo de la nariz y recoge una gota de moquillo helado. hay que ver lo rápido que se enfría un fluido corporal. Quizás el cuerpo está helado. Patalea de nuevo. Luego se acerca al radiador de hierro colado. Un radiador de los tiempos del antiguo Caudillo. Está frío. Entonces recuerda que las autoridades decretaron que la calefacción se prendería durante un par de los horas, de cinco a siete de la tarde. Son las tres. Faltan dos. Al hombrecito se le ocurre escribir una carta de queja a la autoridad, pero enseguida abandona el proyecto. Teme que, por escribir una misiva como esa le manden un par de años a Kolimá. Kolimá como metáfora, se sonríe. No se debe perder el humor ni la metáfora.

El hombrecito hurga en su zurrón. Creía haber guardado un pedazo de bocadillo, pero ahí no está. Solo hay una libreta, un bolígrafo, la gamuza de un palmo cuadrado para limpiarse los lentes y algo de tabaco para liar. Y luego se consuela: aunque el comer le dé una sensación de paz al espíritu, no se debe olvidar que la digestión consume muchas calorías y, probablemente, esas calorías perdidas le enfríen un poco más los pinreles. Llegado a este punto, incluso celebra haber perdido el pedazo de pan.

Luego el hombrecito se levanta y empieza a caminar por el perímetro de la estancia. Cuenta los pasos. Ocho arriba, luego cinco a la izquierda, ocho abajo, cinco a la izquierda de nuevo. 26 pasos en total. Cada cuatro vueltas, ciento y pico de pasos. Es bueno hacer ejercicio. El ejercicio calienta un poco el cuerpo y aclara la mente. Hay que mantenerse en forma. Quieto y frío uno empieza a emular a un cadáver, y eso no es una buena idea: tras unas horas que quietud y de frío a uno le da por pensar en las ideas más oscuras de Schopenhauer. Bueno, eso solo pasa si uno a leído previamente a Schopenhauer, pero por desgracia el hombrecito leyó al pensador alemán.

El hombrecito pega su nariz a la ventana. Observa como ese sol blanco y pequeño se esconde por detrás de un bloque de pisos. Arrima una silla al lado de la ventana, se sube a ella y cierra los ojos para gozar con más intensidad de los rayos del astro rey. ¡Qué grandes son los placeres diminutos! se dice a sí mismo, y recuerda que una vez le dijo algo así a una mujer, hace mucho tiempo y en un lugar lejano. Se le aparecen unas flores de cerezo en la memoria, una flores medio blancas y medio rosadas, depende de cómo les dé el sol. Quizás es una foto del Japón, un lugar que solo ha visto en el cine.

Cuando por fin se oculta el sol, un aullido de viento helado le devuelve a la vida y pierde la ensoñación con flores de cerezo.

Entonces el hombrecito regresa a la silla, ya sumida en las sombras, se sienta y enciende la cámara del ordenador. El hombrecito es un profesor de un instituto catalán que debe hacer clase por internet. Estamos en diciembre de 2020 y en Cataluña.

3 de des. 2020

Nuestras lenguas en la educación.

Tras muchas semanas y algunos meses de preparación, aquí está por fin el diálogo que tuvimos la mañana del 30 de noviembre. No ha sido fácil llegar hasta aquí. Debo agradecer infinitamente la paciencia de todos y de todas. De los dialogantes y de las personas que no aparecen en el video: la responsable de prensa y de relaciones públicas del CLAC, su impulsora original, el magnífico moderador, el técnico que nos organizó y no editó. Tras el diálogo hay historia y tecnología y logística, y todos deben constar.

El resultado es este, el que verán en el video. Ojalá eso sea el principio de algo, de una amistad por lo menos. En este país desdichado pero con una historia tan rica necesitamos hablar. 




2 de des. 2020

Yo voté al PSOE

Pero no se si lo volveré a hacer. Es cierto: voté al PSOE en la últimas elecciones nacionales. Tenía varios motivos para hacerlo. Voy a exponer solo dos: el PSOE votó a favor de la aplicación del artículo 155 en la Cataluña golpista del 2017 y, como socialdemócrata, esperaba un PSOE lo bastante fuerte para poder gobernar sin Podemos. Con todo lo que eso significa: creo en la socialdemocracia y creo en la vigencia de la Constitución de 1978. 

El PSOE no es el partido de mis sueños, pero se le acerca un poco más que los demás. Con eso me bastaba para votarle. Llevo muchos años votando a partidos que quizás no me entusiasman demasiado, pero que me deprimen menos que los otros. Eso también es democrático. Aunque también lo es la abstención. Que conste la opción abstencionista, una opción que practiqué durante varios años.

Cuando vi que los partidos del centroderecha empujaban al PSOE hacia su izquierda me sentí apenado. Apenado pero no culpable: yo solo les había dado un voto. Ya entonces comprendí que el centroderecha empujaba al PSOE hacia su izquierda y hacia los buitres nacionalistas por un puro cálculo de encuestas y esas cosas: no por beneficiar a la ciudadanía española, ya que el bienestar de la ciudadanía me temo que les importa un pimiento. A todos. España (el bienestar de sus ciudadanos, la cultura democrática y sus valores... ¿le importan a alguien?

Luego comprendí que Podemos usaría su pequeña fuerza oportunista para sumarse a todas las transaccionalidades posibles: su pequeña fuerza consiste en añadir a su causa a todos los colectivos que les resultan simpáticos por oprimidos, en virtud de la teoría de la transaccionalidad que tanto les gusta. Incluídos --paradójicamente-- nacionalistas periféricos, los nacionalismos tóxicos. Poco le importa a Podemos que los nacionalismos periféricos muestren un perfil de derecha carlista, de identitarismo caciquil: ellos solo ven las gracias de la minoría oprimida. Una minoría étnica que explota y oprime, pero una minoría al fin y al cabo. Con eso les basta. 

Volveré a votar al PSOE, con altas probabilidades, en las próximas elecciones. En las catalanas ya lo veremos: votar al PSOE, aquí, significa votar al PSC. Y eso duele más todavía. Es lo que tenemos los socialdemócratas: que creemos en la socialdemocracia. Me gustaría que el candidato fuese otro, claro. Y que fuese un candidato al estilo de la socialdemocracia europea, capaz de pactar con el centro. Lo que significa que deseo un centroderecha más europeo que ibérico, y que tenga claro que con la ultraderecha identitaria y los nacionalismos no hay nada que hablar ni nada que hacer. No soy nada partidario de los cordones sanitarios, pero tampoco de pactar con quien no es de fiar.

Hay que estar a favor de los que están a favor de la España del siglo XXI, no de los nostálgicos de un pasado medieval que, por suerte, no volverá: en el ensueño medieval coinciden la ultraderecha española de Abascal con la ultraderecha catalana de Puigdemont.

Yo voté al PSOE y quizás lo haga otra vez. No lo se, veremos. No lo puedo afirmar rotundamente. El PSOE debe aclararse las ideas y olvidarse de los identitarismos facilones y de los identitarismos nacionales, de todo eso que nos está llevando a la locura que promovieron individuos tan dudosos como Ernesto Laclau. Y en ese esfuerzo deben ponerse, también, quienes quieran una España moderna, democrática, limpia de nacionalismos. Nos va España en ello. Nos va España: no es moco de pavo.

Eso es muy serio. Lo que está en juego es la democracia. ¿De qué nos serviría una España sin democracia? ¿De qué nos serviría una España de naciones feudales o parapetadas detrás de esos fueros ancestrales, predemocráticos, como en una versión celtibérica de un Juego de Tronitos?

1 de des. 2020

La villa de Valls, del calçot al carallot

El alcalde de la villa de Valls conmina a sus jóvenes a no decir gilipollas. Deben decir carallot. Eso sucede a finales del año 2020, no a finales del 1920. ¿Llegan tarde? ¿Nunca es tarde para la patria?

He estado pocas veces en la villa de Valls, población discreta y gris cercana a Tarragona, conocida por ser la patria del calçot, y reina de esa tradición bárbara y deplorable de los "castells".  Valls es otra de esas poblaciones entre chicas y medianas que vivieron un cierto momento, los cinco minutos de gloria que prometió a todo el mundo el artista Andy Warhol. Luego, como tantas otras poblaciones catalanas, se hundió en lo gris y lo triste. Todavía tienen a medio montar su museo dels castells, obra faraónica, carísima y, decididamente, estúpida.

Valls había desaparecido del mapa, como Gomorra. Se la tragó el nacionalismo y la decadencia. Es otra más de esas pequeñas ciudades que declinan, asombradas y estupefactas, por la pendiente de la decadencia catalana. Pronto deberá ser aceptado que, en Cataluña, el único hecho diferencial es Barcelona: todo lo demás tiende a la oscuridad, al lacito que imita un rayito de sol extinto, a las moscas y al abandono.

Recuerdo la entrada a Valls: una avenida entre restaurantes feos y mastodónticos dedicados a la cocina del calçot, algo que ni Masterchef puede resucitar. La carretera se convierte en avenida del Calçot entre arbolillos esqueléticos, solares polvorientos para dejar el coche y ruinas de la vieja industria, ya olvidada. El calçot es una de esas comidas indigestas que le sacan, al comensal, el ser primitivo que lleva dentro. Tras pegarse una comilona de calçots, más de uno se ha sentido poseído por un Braveheart anxaneta.

Así que, quizás para combatir con alguna ocurrencia la pérdida de visibilidad, sus señorías las autoridades municipales de la villa han dado con un proyecto novedoso: nada más y nada menos que conseguir que los jóvenes de Valls se insulten en catalán. Saben que una idiotez de ese tamaño les pondrá en los titulares del planeta. En efecto. En eso acertaron. Y para tan noble fin no han reparado en gastos: han editado una cantidad indeterminada de carteles en donde instan a la juventud a rescatar los viejos improperios vernáculos: torracollons, carallot, figaflor, matat... que equivalen a los insultos de la lengua del opresor borde, gilipollas, pava, pringao. Y hay más.

Cuando yo era jovencito hubo una primera campaña de normalización lingüística, muy agresiva, que nos conminó a dejar de decir buzón para pasarnos a la muy genuina bústia. Hay que reconocer que fue un éxito rotundo. Por aquí decíamos bussó, bussón. Ahora todos decimos bústia. Ej.: M'han deixat a la bústia el pamfletu de la Laura Borràs.

No tendrá la misma suerte la campaña del insulto que la del buzón. Se lo advierto. Habrá que ver si cambian gilipollas por carallot los jóvenes. Lo que les puedo asegurar es que la campaña da una risa muy oronda y plantea preguntas: ¿porqué dirigen a los jóvenes la campaña del insulto? ¿Debemos inferir de eso que, en Valls, cuando uno se hace adulto deja de insultar? Eso sí sería algo remarcable y maravilloso para contárselo al mundo entero.

Llevo años sin pasar por Valls, y no creo que vuelva pronto. De Valls es (o vive en ella) la escritora Margarida Aritzeta, escritora narcisista (sin motivos racionales), que intentó escribir novela negra en catalán y prorrumpió en un ridículo majestuoso: el catalán es parco, discapacitado para ese género. Entre otras razones porqué no dispone de vocabulario que haga verosímil ese subgénero. Que se lo pregunten al Koiné Pau Vidal, que lleva años emperrado en resucitar a un muerto. No me sorprendería nada que ambos, Aritzeta y Vidal, estuvieran detrás de la campaña para los jóvenes vallencs. Ya que no les dejan hacer castells, que se insulten en catalán. ¡La patria necesita insultos en catalán!.