29 de maig 2017

Ramadan Mubarak, Malak, Assía y Omar


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Pienso lo mismo de Yahvé que de Alá, de Cristo que de Cthulhu: que son ficciones bastante bien elaboradas y con un sólido cuerpo literario que les ampara, y que en su nombre se ha llenado nuestra cultura de símbolos, arquitectura y arte que son dignos de admirar -así como nuestra historia se ha llenado de muertos y de infamia cometida en sus nombres-, pero que, en caso de existir, serían malas personas. O malos dioses. Joan Brossa lo expresaba muy bien y en pocas palabras: "No crec en Déu, però si existís seria un fill de puta".

Tanto en Brossa como en mi hay una puerta entreabierta por donde asoma la sombra de la duda, como la patita enharinada del lobo en el cuento de los cabritillos que están encerrados en casa, temerosos de la existencia de un ente superior y peludo, peligroso y hambriento. Jamás he sido un ateo: a lo sumo, un hereje.

Luego está el asunto de las religiones, que son a la idea de dios lo que las novelas de Pilar Rahola a la literatura, o lo que una defecación a la gastronomía.

Todo eso lo he contado para evitar suspicacias. Porqué lo que quiero contar es otro asunto: lo del respeto a las ideas del otro, tanto al que cree en Alá como al que lee a Rahola (y le gusta). El planeta nos ha puesto a todos en el mismo momento de pies en la vida y debemos convivir. Eso o la barbarie que, por más de moda que esté, no es una buena opción.

En la escuela en donde trabajo este curso, más del 60% de los alumnos son de familia de religión musulmana. Los de mi aula son muy pequeños, pero todos ellos viven el recién estrenado Ramadán de sus padres, hermanos y parientes. El Ramadán es algo que sucede en su casa, en su vida. Quizás es algo extraño y complejo el Ramadán para niños de 7 años, pero saben que es algo importante. Por este motivo, en la charla del lunes por la mañana le hemos dedicado un rato a hablar del Ramadán en el aula, porqué es algo de su vida y creo que deben encontrar, en la escuela, un espacio acogedor y amable en el que se pueda hablar, también, del Ramadán. Pienso de veras que ofrecer estos espacios de charla previene más desgracias que las horas extras de 500 policías autonómicos pertrechados con esos subfusiles que -Dios mío:- ¿cuánto deben valer? vigilando por las esquinas. Eso solo es una hipótesis.

Al empezar la charla sobre el Ramadán, he percibido en sus caras una mezcla de sorpresa, de alivio, de alegría y casi de incredulidad. En los ojos de Malak, repentinamente grandes como platos, he leído perfectamente: "De veras podemos hablar del Ramadán en el cole"? Estoy completamente seguro de que nunca hasta hoy había podido hacerlo. Tras diez meses de curso escolar he aprendido a conocerles y se qué me cuentan cuando callan, cuando me miran con esos ojazos moros. Hoy ha sucedido algo parecido a lo que sucede cuando, en clase de lengua, comparamos una palabra catalana con una castellana y luego con una árabe (marroquina, la llaman ellos). Se sorprenden y se sienten contentos y de repente descubren que si, que en la escuela dejan entrar la vida y que la vida está en el aula.
-¿De veras no está prohibido hablar marroquí en el cole? -me preguntó Assía, a mediados de curso.

Tuve que contarle que las clases se hacen en catalán, que también hay unas horas de castellano y unas de inglés, pero que su lengua no es nada malo aunque no tenga un espacio definido en el horario escolar -y eso es algo que algún día debería ser motivo de reflexión, porqué le estamos cediendo el estudio de la lengua materna a los cursos que hacen en las mezquitas: estamos haciéndonos trampas al solitario. Eso se debe contar: en las mezquitas enseñan el árabe leyendo el Corán, que es como si enseñásemos el catalá leyendo los discursos de Pujol en 1983. Si la lengua materna de los niños marroquíes estuviese en los colegios públicos, podríamos ejercer con más intligencia la convivencia, y los alumnos podrían aprender su lengua con los bellos poemas de Omar Khayyam o con los cuentos de Mahfuz, por decir algo.

Resulta paradójico que en Cataluña -la tierra que clama por el respeto a la lengua materna, el respeto a las comunidades lingüísticas minoritarias y blablablá- debamos explicar que respetamos las lenguas maternas y las lenguas de las comunidades minoritarias en voz baja y casi clandestinamente. Eso no ha sido jamás una tierra de acogida, y ahora menos todavía. ¿Cuál es el significado de "acoger"? Y debo decir: no sé qué me diría la dirección de la escuela si supiera que hacemos lingüística comparada, que hablamos del Ramadán y que respetamos las lengua maternas.

A veces sueño con la España antigua, en donde convivían cristianos y judíos y moros, en donde se hablaba catalán, castellano, árabe, sefardí y todas sus variantes. Hoy hay quién aplaude a Rosa Zaragoza, a María del Mar Bonet y a Jordi Savall cuando reivindica las músicas sefardíes y los sonidos andalusíes, pero no se si esos mismos son conscientes de lo que está pasando en Cataluña, en sus escuelas. Sueño con añoraza en aquella España de la convivencia, en aquélla España que hoy se intenta liquidar -otra vez- des de los esencialismos más abruptos, como si la Cataluña "auténtica" fuese un fenómeno que sucede en el valle del Fluvià y, a veces, en el del Onyar, ese río que se está secando.

En el aula también hemos hablado del idioma guaraní, porqué hay una niña que tiene el guaraní por lengua materna. Y del chileno y del peruano y del ecuatoriano. Y del castellano, porqué hay un buen número de niños y niñas cuya lengua materna es la castellana. (Dato marginal: ningún alumno del aula es catalanohablante). Hemos hablado de la Feria de Abril y del flamenco, y de "Despacito" y de la serie "Soy Luna". Los niños y las niñas de la clase llegan muy contentos a la escuela y su alegría matutina es el mejor dato que tengo, lo mejor que me llevo, lo único que de verdad me importa -salvo comprobar que han aprendido a leer y a escribir.

La satisfacción del trabajador público que soy es esa: sentir que se está en paz con el dinero que el estado ha puesto en mi nómina de servidor público, que significa trabajar con todos y para todos, para la felicidad del mayor número de ciudadanos.
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"La prima vez", canción en lengua ladina encontrada gracias a Wim Wenders y Pina Bausch. Y luego alguien se pregunta si son más cultos en Alemania o en Cataluña.



24 de maig 2017

Acercamiento a Kosovo

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Hace muchos, muchos años, en un país que se llamaba "Cataluña" pero que era distinto de este, un escritor de novelas patrióticas llamado Alfred Bosch publicó una columnita en el períodico "Avui" (un periódico que entonces se titulaba "Avui" a secas y todavía no era "El Punt/Avui") en donde felicitaba a Kosovo por su recién independencia y terminaba con un lacónico: "mire usted por donde, Kosovo se habrá independizado antes que nosaltres".

Escribo "nosaltres" así, en catalán, porqué el pronombre catalán precisa mejor el concepto, al igual que "cosa nuestra" no significa lo mismo que "cosa nostra": "cosa nuestra", en castellano, podría referirse, elípticamente, a un asunto sexual o a un apaño privado de cualquier otra clase. "Nosaltres", en catalán, no es solo un pronombre: es un pronombre que es cuestión de infraestructuras de estado -de estado que no existe-, es una bandera y un grito de guerra. "Nosaltres sols", por poner una ilustración ejemplar,  fué un grupúsculo de Estat Català, el protopartido que está en la génesis de Esquerra Republicana de Cataluña, el invento de Francesc Macià, el coronel que intentó invadir Cataluña para independizarla con cuatro mamarrachos por el paso pirenaico dels Prats de Molló. Se rindieron al escuchar el primer tiro, huelga decirlo: la valentía catalana es procaz pero limitada. Hace demasiados siglos que, en vez de almogávares, hay señoritos del Eixample. Y es por esa razón que la Diagonal se llenó de catalanes en 1939, catalanes brazo en alto, que acudieron a saludar al Caudillo. Algunos de ellos y la mayoría de sus hijos y nietos son quienes hoy desfilan a las órdenes de Forcadell. Catalanes todos.

Y ahora vuelvo a Alfred Bosch. Nuestro escritor ganó algunos premios de novela y luego se organizó un referéndum intinerante por los pueblos, cual feriante que sortea muñecas Chochonas (empezando por Premià de Dalt, en donde la familia Pujol tiene un chalecito). De aquel referéndum jocoso, campechano y desenfadado como un Borbón, nació el referéndum del 9N. Y luego vino todo lo demás, lo que todo el mundo sabe. A día de hoy Alfred es un concejal de Barcelona en la oposición, más bien tristón, ojeroso y alicaído porqué iba por ahí presentándose como el alcalde inminente de la Ciudad Condal pero el título se lo adjudicó la señora Colau y eso lo encajó mal, lo vivió como una usurpación. Tal como hizo la Ferrusola cuando el PSC se hizo con el gobierno autónomo, y dijo que se sentía como si unos okupas la hubieran echado de su casa.

Bosch, en su columnita de antaño y de ese país de entonces, que parece como si hubiera sucedido en el límite de un agujero negro, en un mundo paralelo, no mencionaba la historia agazapada tras la independencia de Kosovo, la magnitud del desastre que la precedía. Ni tampoco hablaba del acuerdo con los Estados Unidos para financiar la nueva república calamitosa, lo deficitaria e insostenible que es. A día de hoy, no es por casualidad que ningún independentista catalán pone el ejemplo de Kosovo, lo cual es comprensible y a la vez significativo. El olvido de Kosovo en el imaginario secesionista (olvido o elipsis elegante) es casi literario.

Y sin embargo, leyendo la prensa de las últimas semanas, uno juraría que el modelo kosovar podría ser el modelo escogido por nuestros amiguetes soberanistas, esa mezcla imposible de momias procedentes de Convergència la difunta, la siempre oscura ERC  y las entrañables militantes de la CUP, un trío que tiene algo de Trío Lalalá, un algo de la Trinca y unas pinceladas -por el lado dramático- de "El gran Gatsby", aquel triángulo amoroso que termina en tragedia.

Tengo algún amigo y algunos conocidos que se conocen bien la historia reciente de los países balcánicos y la destrucción de Yugoslavia, y les veo angustiados por las similitudes que tiene el proceso Yugoslavo con el procés: con la deriva de los sucesos previos a las guerras, el tono y el estilo de los discursos, el énfasis en la palabra "patria", en la palabra "nación", en la gesticulación exagerada y la sobreactuación, en poner el acento en lo que nos diferencia y jamás en lo que nos une. Yo quise tranquilizar a uno de ellos:

-Aquí no puede haber una guerra como las de allá, porqué solo hay un bando armado y no corremos ese peligro.

-Exacto -me repondió apesadumbrado- Dices lo mismo que decían la gente de Serbia, la de Bosnia y la de Croacia meses antes de que estallara la guerra.

Yo le insisto en que aquí no puede haber ni tan siquiera el socorrido "choque de trenes" que vaticinó el señorito Mas: para que se de un choque de trenes debe haber dos trenes y aquí solo hay uno. Como mucho, podemos asistir a un descarrilamiento, o al descarrilamiento de un vagón.

Y él me insiste, a su vez, cada vez más cabizbajo:
-Estás hablando como la gente de Croacia y de Serbia pocos meses antes...

Peter Handke, el escritor alemán que fue guionista de Wim Wenders (en "El cielo sobre Berlín", por ejemplo), manifestó hace poco que el proceso catalán le da miedo. Handke se involucró en las guerras balcánicas aún sabiendo que lo podía pagar caro, ya que dijo cosas que nadie decía por entonces, cuando los serbios eran unos malos muy malos y, los demás, víctimas angelicales. Su discurso tenía algo que ver con esa película de Emir Kusturika que jamás pasará la Tv3, "Underground".

Por todo eso a mi me ha entrado un poco de miedo. Llevo años (unos cinco años) de angustia progresiva por culpa del asunto procesista, pero hasta hace poco me parecía una kermesse de barretina y banderolas (y camisetas de Textiles Forcadell). Pero de repente mi angustia aumenta y me siento intranquilo de veras. Surgen amenazas en boca de tipos que creíamos tiernos abueletes folklóricos, como Lluís Llach, y se filtran proyectos de ley con un deje alemán (de la Alemania de 1930), y hay un presidente regional (un tal Carles el Pil·lós) que amenaza con un golpe de estado, y periodistas que lo aplauden y lo promueven. Y el estado titubea porqué está flaco y enfermo, porqué el estado está dominado por un partido político podrido (sinónimo de corrupto) y no se atreve a nada, y porqué la oposición más o menos de izquierdas permanece, melancólica, en una duda existencial que le impide ver que detrás del nacionalismo solo hay nacionalismo y nada más: ni democracia ni buen rollo de sonrisas ni hostias.

Nos acercamos a Kosovo y a mi me vienen ganas de apearme de ese tren en el próximo apeadero, pero no se como hacerlo ni donde está. Las cosas se ponen feas. Hasta ahora eran tristes, pero ahora ya son feas. Cuando un tren descarrila las víctimas siempre son las mismas: los pobres, los currantes, los de familia de pobre y de currante, los del futuro incierto y nómina con IRPF al día, los que no tienen dineros en Andorra ni en Liechtenstein ni en Panamá. Los que no tenemos, en Andorra, ni el coixinet ni la deixa de l'avi. Somos las futuras víctimas las que debríamos pedir amparo, ayuda. O por lo menos no ayudar más a los señoritos, y confabularnos para descabalgarlos de sus sus silloncitos mullidos en sus palacetes. Antes de que nos descarrilen.

21 de maig 2017

Marta Pascal connais pas Convergència

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Marta Pascal lleva el apellido de un filósofo francés pero se comporta como un comisario político tosco y cualquiera, de cualquier parte del ancho mundo autoritario. Le han encomendado la tarea árdua de crear una niebla conceptual tremebunda cuyo objetivo es convencer a las buenas gentes de que Convergència Democrática de Cataluña desapareció en la nada, en un agujero negro perdido, lejano, olvidado. Y de que el PDeCAT es un partido político-bebé, tierno como todos los recién nacidos, todo él pura inocencia, sonrisa, cariño y ternura impoluta, sin interés. No tengo ni idea de cuánto le pagan a Pascal por ejercer ese papel que tiene algo de cortafuegos, de embarullador y de prestidigitador de feria, pero debe ser bastante suculenta la contrapartida económica, ya que la señora Pascal lo arriesga todo y con ilusión desmedida. Igual es como una de las stagiers de Jordi Cruz, el mesonero engreído, igual resulta que no cobra y lo hace todo por adornar un currículum con aspiraciones. En Cataluña, la juventud lo tiene jodido. Excepto la Pascal y los Pujolets, que lo tienen bien por familia y por partido.

Pero en realidad lo tiene mal la Pascal, porqué la maniobra de CDC que le convierte en PDeCAT llega en una era en la que la mentira, la postverdad y todo eso ya no cuela. Y ella lo sabe porqué se ha formado en las mejores escuelas y en las universidades más prestigiosas del mundo, incluyendo su paso por no se qué mítica universidad de los Estados Unidos, cuna del federalismo. Pascal me parece un personaje bastante shakesperiano aunque no sabría situarla en ninguna tragedia en concreto de las que escribió el genio de Stratford-upon-Avon. Quizás podría tener un papel oscuro y secundario en Ricardo II, pero lo digo a bote pronto y sin esa convicción de mártir procesista que a ella Dios le ha dado.

Pascal es la portavoz del PDeCAT y se presta a ser su cara visible en los malos y terribles momentos por los que transita su putrefacto partido, el que fundó el gran Jordiet Garbancito del Eixample. Lo cual dice de ella que, o bien es muy ingenua, o bien le han prometido algo en un futuro incierto. ¿Una consejería? ¿La embajada catalana en Prístina? Marta Pascal es un rostro joven con un destello de familia buena de las de pueblo del interior, auténtico y entrañable, y exhibe un aire de sana salud pastoril criada en una masía carlista, como la versión en joven y femenino de Francesc Homs, una vez que el pobre chico Homs está inhabilitado, amortizado y crepuscularizado.

La prosodia de Pascal la remite a un origen provinciano, comarcal, convenientemente alejado de los señoritos de Barcelona que fundaron la vieja -y corrupta- Convergencia, y desprende un aura como de persona verosímil, de las del campo, las abejas y las flores, la fiesta del segar i batre vista des del palco de los señoritos aunque luego baja y habla con el populacho sin remilgos y es tan natural y accesible. Ay... ¿quién no la recuerda bailando con la música de Els Pets en la festa major como una chica más, tan como asín, tan sencilla?. Pascal es de esa clase de señoritos rancios y a la vez campechanos, como lo fué el monarca Juan Carlos en su día.

Pero cuando hay que sacar el genio, Pascal va y lo saca. ¡Vamos si lo saca! Menuda es la Pascal. Porqué los de su clase saben que la clase se defiende con uñas y dientes. Ya lo decía Vázquez Montalbán: que en Cataluña solo queda una clase social con consciencia de clase, y esta clase es la burguesía, incluso la del sector porcino-rural, la de la Pascal. Ahora, por ejemplo, Marta Pascal solicita vía Tuiter -como un Trump de Idaho -uy, perdón de Vic- que la justicia (¡española!) empapele a la tertuliana de RAC1 Gemma Galdón por osar decir que el gobierno catalán es la cueva de Alí Babá, cosa que todos sabemos a ciencia cierta. Dice la Pascal en el Tuiter que quién insulta al governet catalán insulta a los catalanes, pero en eso comete un error monumental: a mi no me han insultado. ¿Acaso insultan al "pueblo de España" Pablo Iglesias o el español Pedro Sánchez cuando dicen que su gobierno es un gobierno de corruptos? Igual en España (en el "resto de España) están más sanos que en esa pobre Cataluña que es más española que la España de la meseta.

Marta Pascal es, como Carles Puigdemont, paradigma de la deriva rústica de la nueva política catalana. Estamos gobernados por rústicos exitosos, por descendientes de la pequeña menestralía rural y, cuando no, por hijos de los empresarios del sector porcino, procedentes de las lúgubres comarcas de la neblina y los purines vertidos ilegalmente.

Uno de los mejores cineastas catalanes de las últimas décadas, mi añorado Joaquim Jordá, dirigió una cinta gamberra y lúcida, "Un cos al bosc", mezcla de cine negro y de parodia de las esencias catalanas precisamente en la comarca de Pascal, la comarca de Osona. Vista a día de hoy, la cinta de Jordá es un retrato de la Cataluña profunda y lúgubre que quiere imponerse a la Cataluña real, con sus referéndums y sus martaspascals y sus carlespuigdemonts.

Haber nacido y vivir (todavía) en Cataluña es divertido gracias a personas como Joaquim Jordá. Pero es indescriptiblemente dadaísta gracias a personas como Marta Pascal, que podría haber aparecido en la cinta "Un cos al bosc" en el papel de la hija de un muy digno caciquillo de la región.

Si yo pudiese... le diría a Marta Pascal que se cuide de sus colegas de partido, que son gente muy cabrona. Cuidado, Marta, vete con cuidado y cuídate de que no te usen y te tiren luego, porqué eso ya lo han hecho varias veces, y sobretodo no te tomes tan en serio el asunto de eso de la "nación catalana" y sus derechos extramundanos, porqué en tu partido eso no se lo cree nadie y las patrias, ya lo sabes, son como los kleenex: se usan y se tiran cuando converge -perdón, cuando conviene. Al tanto que no te manden de embajadora catalana en Kosovo, que es un país independiente y con un clima por el estilo del clima de Vic, sí, pero un paisito de mierda.

20 de maig 2017

Cataluña y la infelicidad

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El derecho a ser feliz es un derecho desconocido en el derecho romano, el derecho civil, el penal y el constitucional. Como el derecho a decidir, es un derecho de apariencia pueril, delicadamente infantil. Uno puede querer ser feliz incluso sin poder definir qué narices es la felicidad, tal como uno puede decidir que quiere vivir 300 años. Pero... ¿ese deseo genera un derecho? Si uno reivindica el derecho a vivir 300 años ¿debe ser reconocido en una ley su derecho?

Algo así reivindican ahora una parte de los españoles que viven en el territorio denominado "Cataluña", que es una comunidad autónoma tratada con generosidad, paciencia y tolerancia extremas por parte del gobierno español. Hay una parte de los españoles de Cataluña que reclaman el derecho a decidir, que se presenta como una antesala de su felicidad. A menudo escuchamos cosas sobre la felicidad, que es un estado ilusorio, soñado, un estado límbico: la infancia es una etapa feliz, el día más feliz de mi vida (el día de la primera comunión o el de la primera boda, ambos con traje de luces blancas).

¿Nadie habla de la infelicidad?

Hace un tiempo leí que Albert Boadella dijo de que "la lengua catalana produce infelicidad" y en el primer instante me sentí perplejo e incluso apesadumbrado, ya que yo soy catalanohablante por vía materna, que es la única vía a tener en cuenta. Pero pasado el primer instante de perplejidad empecé a pensar que Boadella había dado en el clavo: la lengua catalana produce infelicidad tanto en los que la sufren por imposición de una oligarquía decadente, corrupta y crepuscular -hoy liderada por el extravagante señorito Carles Puigdemont- como en los que la hemos heredado, ya que nos obliga (so pena de ser tildados de traidores y botiflers y mals catalans) a defenderla más allá del sentido común.

La lengua catalana es la lengua de mi madre. Y por esa razón lo que publico en papel lo hago en esa lengua, y por esa razón la hablo y la quiero mantener viva. En mi trabajo como maestro de primaria me esfuerzo en enseñar esa lengua. Pero hasta aquí hemos llegado. No creo que existan "lenguas propias". No creo que los territorios tengan una lengua propia, porqué los territorios no hablan y la lengua catalana no tiene más derechos que cualquier otra lengua, y si la catalana ya no es la lengua con la que se relaciona la mayoría de las personas de esta región.... ¿con qué argumento se argumenta que la lengua catalana es "propia" de un territorio?

 Y, llevado por mi espírito crítico, también digo, con Boadella, que la lengua catalana no genera felicidad. Y es por algo parecido a eso que los hombres y mujeres que llegan a esta parte de España procedentes de otras partes del mundo no incorporan el catalán, una lengua latina que, por más latina que sea, no consigue desembarazarse del estigma de ser una lengua de señoritos, de señoritos de mierda que se imponen.

Hablo en catalán, intento enseñar el catalán a mis alumnos, publico novelitas en catalán. Pero hasta ahí. Creo que el idioma catalán tiene los días contados gracias a todos los furibundos estúpidos que quisieron imponerlo, gracias a todos los que han contribuído en hacer del idioma de mi madre una imposición antipática y odiosa, impuesta por una ley paradójicamente española. Aquí hay algo que no funciona pero que casi todo el mundo se calla, como sucedía con el imposible vestido del emperador.

Soy catalanohablante pero doy gracias al universo por ser bilingüe, y creo que poder leer a García Márquez, a Juan Rulfo, a Vargas Llosa, a Cervantes, a Quevedo y a Bolaño en versión original es un regalo de la vida. Más que nada porqué Salvador Espriu, Jaume Cabré y Martí i Pol me parecen muy mediocres. Aunque Juli Vallmitjana y Casasses y Salvat Papasseit son genios indiscutibles, quienes mejor me explican Cataluña en clave literaria todavía son Marsé, Casavella, Vila-Matas, Ledesma, Antonio Soler y Cercas.

15 de maig 2017

Robin Hood es catalán y se llama Marta Ferrusola

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¿El Ángelus de Millet?

Por lo visto, en la alta Edad media, en Inglaterra, hubo un forajido legendario cuyo nombre era "Robin Hood" que inspiró a varios escritores. El personaje obtuvo la máxima popularidad gracias a Walter Scott, un escritor romántico conocido por su novela "Ivanhoe". Según Walter Scott, Robin de los bosques era un asaltador de caminos que robaba a los ricos para dárselo a los pobres. Sabiendo que Scott era un romántico empedreído, un ingenuo y un mitificador, se entiende eso del "buen ladron".

En nuestros tiempos tan poco románticos abunda la figura reversa de Robin Hood: todos podemos citar de memoria y a bote pronto a un montón de ricos que roban a los pobres para repartírselo con los amiguetes. O con la família. Ese sería el caso, por ejemplo, de la señora Marta Ferrusola: una delincuente que expoliaba a su amado pueblo para robustecer el porvenir de sus siete hijos (en el número siete siempre hay leyenda y esoterismo).

El caso Pujol-Ferrusola es, aparentemente, un caso más de corrupción política española. Pero debe desconfiarse de las apariencias, metódicamente, por lo engañosas que son. El matrimonio Pujol-Ferrusola podría haber mangado más de 70 millones de euros, que escondieron en varios paraísos fiscales. Pero ahora, a Marta, ya le ha salido un exégeta (no sabemos si gratis o cobrando) que desvela un fondo menos simplón. Se llama Enric Vila y ejerce de tertuliano en TV3 y en Catalunya Ràdio. Vila defiende a Ferrusola con argumentos variopintos que tienden a convertirla en una suerte de Robin Hood catalán, católico y muy patriota de la patria catalana, que robaba a los españoles de forma legítima, ya que el objetivo del robo no era otro que el de darles el botín a los catalanes: a siete catalanes en concreto, que son -quizás por casualidad- sus siete hijos. Vila lo suelta sin ambages: la función de una madre verdadera, cristiana y catalana es velar por el bienestar de sus hijos. [No se pierdan el artículo, por favor: todo el mundo debe saber quienes son los intelectuales del proceso soberanista catalán].

A partir de aquí, en el caso Pujol-Ferrusola, las apariencias se desmoronan y aparece un fondo turbio, siciliano, apestoso. Una maldad oscura gorgotea -como la de aquellos monstruos de Lovecraft- y asoma en las maniobras que pretenden salvar o bien a la señora Ferrusola, o bien a su marido. Hace pocos días leí el primer intento de transformación alquímica del asunto: Francesc-Marc Álvaro, periodista del régimen, elaboró un articulo en el cual exculpaba a Jordi Pujol y atribuía toda la maldad a su señora esposa. El argumento de Álvaro es tan simple como peregrino: mientras el bon Jordiet se deslomaba en fer país, su siniestra esposa construía las cloacas catalanas y excelía en el latrocinio, que es otra forma de fer país. Álvaro, en su empeño por salvar al Cigronet de l'Eixample, insinúa que doña Marta es nuestra Lady Macbeth (¡al final será verdad que Shakespeare también era catalán!). Este periodista no se debe haber leído jamás "Macbeth", porqué, de haberlo hecho, sabría que Lady Macbeth solo anima a su perverso marido a que actualice sus deseos, pero no es ella quien delinque.

Después de Francesc-Marc Álvaro fundido a negro y entonces aparece el oscuro Enric Vila en escena y le añade un giro inesperado al cuento, con mitología patriótica y con tonos amenazantes, con música lúgubre de fondo. Su texto es un hito auténtico de la desfachatez, la obra de un siniestro aspirante a comisario político, un texto con tintes de un protofascismo escalofriante. La principal disculpa que le brinda Vila a la señora Ferrusola es que, al fin y al cabo, robaba -presuntamente, claro- a los españoles, esos que nos han robado tanto. Pero lo tremendo de verdad es todo lo demás: el terror que pretende y el deseo de una patria medieval, sanguinolenta, de un romanticismo gótico y pendenciero, de valores antiguos en guerra eterna y sin cuartel contra la transformación. En su patria soñada, -la de Vila y Ferrusola- la mujer adúltera será lapidada y el hereje, quemado. Ambos en la Plaza de Cataluña. O en la de Sant Jaume.

En mi segunda lectura del texto he sentido un aire gélido y tremebundo que me recorría el espinazo por dentro: si Cataluña se independiza gracias a tipos como Vila, deberíamos pensar en exiliarnos. Y no lo digo por decir: en una hipotética república catalana no mandarían las chicas enrolladas de la CUP, si no los SS Oberführer como Vila. Eso no pinta nada bien. 

A pesar del terror que me atenaza todavía encuentro instantes breves de buen humor, y en esos instantes es cuando creo que el vodevil secesionista está alcanzando cumbres de ignominia nunca sospechadas. La suma de los artículos de Alvaro y de Vila abunda en la hipótesis de que el separatismo catalán es, como me dijo años atrás un sabio, un fenómeno típicamente español, un ejemplo más de folklore profundamente español. Me temo que esta conclusión molestaría mucho a mucha gente -además de a los dos periodistas del régimen-, pero a mi me parece cada vez más clara.

Tan clara como que, si uno piensa en la fe católica profunda de la señora Ferrusola, comprenderá que la señora siempre tenía muy presente el dogma y la promesa del paraíso: el paraíso fiscal. La burguesía es una clase de gente poco dada a lo metafísico.

9 de maig 2017

En el sanatorio psiquiátrico catalán

el título de este apunte improvisado iba dedicado a Marta Ferrusola, la madre superiora. Pero prefiero dedicárselo a Ramón de España, autor de "El manicomio catalán". Soy incapaz de decidir cual de los dos me ha regalado más carcajadas. En cualquier caso, reír es bueno.

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Aunque afirmar que Cataluña ha sido alguna vez una nación es un disparate (hablando en términos científicos), sí se puede hablar de reyes "catalanes", así, entre comillas siempre. Condes y demás gaitas nobiliarias más o menos catalanas. Sin embargo, la historia de los reyezuelos pseudocatalanes está teñida por una especie de mala suerte endémica, rara, mitológica. ¿Será una maldición? Nombro algunos casos sintomáticos: Pere el Gran, que debería ser recordado como Pere el Dipsòman, sufrió una derrota monumental al pillar el ejército enemigo las huestes catalanas en estado de embriaguez. Una victoria fácil y vergonzosa. Luego están el pobrecito Martí l'Humà (llamarle "el humano" a un rey contiene una sorna que cada uno debe decidir de qué se burla), o Ferran d'Antequera. Repasar la biografía y las grandes decisiones de estos monarcas da alguna pista sobre la mala sombra apoteósica que se ha cernido sobre la desdichada Cataluña des de tiempos inmemoriales. Podría detenerme ahora en el gafe de Guifré el Velloso, pero no lo haré, quizás otro día.

Podríamos hablar también de la Guerra de Sucesión (esa guerra tan cacareada por nuestros amiguetes indepes y llorones, la del 1714 de marras), en que la nobleza catalana, ante el dilema, eligió al bando perdedor para sublimar su conflicto -antes de Freud, con mucho mérito. Los nobles catalanes de 1714 fueron algo así como nuestro Fernando Alonso crepuscular, el que escoge los equipos perdedores. Estoy seguro de que los historiadores de verdad podrían aportar muchos más ejemplos de este mal fario. Es como si, a la hora de la verdad, quién ostenta el poder en Cataluña siempre hubiera optado por impedir que el "país" fuese un estado escogiendo la alternativa más pésima. Quizás hay algún complejo profundo y colectivo. Renuevo la solicitud para que nos traigan un crucero repleto de psiquiatras de Buenos Aires (sin polizones futbolistas, por favor).

Por estos días se ha publicado la conversación entre el ministro García Añoveros con las delegaciones vasca y catalana en el inicio de la Transición: pues bien, resulta que García Añoveros ofreció el mismo tipo de "concierto económico" a vascos y a catalanes. Los primeros lo aceptaron, los segundos lo rechazaron. Ramon Trías Fargas, por el lado catalán, no le veía claro, porqué es de catalán el tembleque de piernas: se le hizo muy cuesta arriba recaudar impuestos y gestionarlos, y creyó que era más inteligente lloriquear cada año pidiendo limosna en Madrid. Si uno lo piensa bien, ahí está otra vez la maldición catalana: en esta ocasión, los señores de Cataluña prefirieron las quejas periódicas, el "peix al cove" y los lamentos que alimentan el patriotismo catalán. Ese patriotismo llorón que todavía hoy está instalado en las meninges del último presidentet de la Generalitat: "Espanya ens roba i no ens deixa votar". La opción de Trías Fargas y la Convergencia de entonces garantizaba el nacionalismo futuro, el pedigüeño y ramplón, ese que tantos buenos resultados electorales les da aunque sea a costa de empobrecer al ciuadadano (y de agobiarle con tanta lagrimilla patriótica). La opción de Trías Fargas permitió que Pujol se enquistara en la Generalitat y ese quiste es el origen de un tumor que, hoy por hoy, todavía no se ha extirpado.

Ahí quería llegar, claro, a Pujol. El señor marido de Marta Ferrusola, la señora florista que tantas carcajadas (¡increíblemente gratis!) nos está ofreciendo con ese léxico anticlerical tan inesperado en una beata de la zona alta barcelonesa. ¿Quién nos iba a decir que Ferrusola no se reía tan solo de Cataluña, sino también de la Santa Madre Iglesia -y por extensión de Nuestro Señor Jesucristo? ¿Quién habría pensado que Ferrusola era un poco como Rusiñol y Pitarra, los dramaturgos catalanes que más se han cachondeado de la burguesía catalana? Y qué pena que nuestro querido Albert Boadella ya no ande por aquí -harto y más que harto de la feliz parejita que mora en la calle General Mitre de Barcelona... [¿Eligieron los Pujol una calle con nombre de militar argentino por algún motivo que no sabemos? ¿Pensaban que el general Mitre era un general panameño?].

Si en los últimos 30 años Cataluña no ha pasado de ser una región autónoma en decadencia se debe, sin duda alguna, a la gestión de Pujol (senior). Pero no sólo a su gestión, si no también y sobretodo a su concepción de la política, de la relación entre Cataluña y España: su desaforado interés por mantener una pseudotensión de peixos al cove y de lamentos dignos de beata de misa de doce en la iglesia de Sarrià, solo es comparable en su desaforada afición al mangoneo, el latrocinio y la mezquindad, para cuyas aficiones no duda en usar el nombre de su padre difunto, ese Florenci mítico que, si ustedes recurren a la hemeroteca van a alucinar con su biografía: si el franquismo era un régimen de mangantes, ¿cuán mangante no debió de ser Florenci, que ya fue investigado incluso entonces por sus desmanes financieros? Florenci Pujol fué un emprendedor catalán avant la lettre, un referente, un visionario. Es conocido de todos: los catalanes somos el motor de España. Florenci no solo fue el motor de su hijo y de sus siete nietos, si no también de Ignacio González, de Francisco Correa, de Rita Barberá, de Granados, de Camps, de Millet, de Fabra...

No podemos soslayar otra verdad objetiva: del pujolismo de anteayer al soberanismo de ayer y al independentismo de hoy no es que haya un palmo de distancia, es que el uno es el hijo del otro, y así sucesivamente. Dicho de otro modo: sin Pujol el mangante, hoy no tendríamos a Puigdemont y su referéndum sí o si en el Palau de la Generalitat ni a Arturito Mas en la papelera de la historia pero asomando el hocico por el borde de la papelera. Sin Pujol -y sin Ferrusola-, Puigdemont estaría horneando cruasanes en la fleca de sus padre y muy posiblemente se habrá cortado mejor esa pelambrera tan poco apta para currar, y Mas estaría solicitando una PIRMI. (Y Forcadell dando clases en la escuela de primaria de donde no debió de haber salido jamás, aunque deberíamos lamentar la mala suerte de los niños que hoy fuesen sus sufridos alumnos). Sin Pujol y sin Ferrusola, todo el mundo conciliaría mejor el sueño reparador.

Sin Pujol y sin Ferrusola, todos hubiéramos sido más felices, aunque algunos menos ricos. Sin Pujol y sin Ferrusola, el asunto lingüístico en Cataluña andaría por sendas más racionales y casi seguro que el modelo de lingüístico escolar catalán se parecería más al vasco, que es mucho más serio y más sabio. Sin Pujol y sin Ferrusola, la Generalitat no sería ese monstruo torpe e ineficaz, macrocéfalo e inútil. Sin Pujol y sin Ferrusola quizás la Tv3 sería un canal digno, bilingüe y respetuosos con todos los que pagan impuestos en esta region autónoma. Sin Pujol y sin Ferrusola, quizás José María Aznar no habría firmado ningún pacto en el Hotel Majestic. Sin Pujol y sin la beata Ferrusola, Francisco Homs no sentiría el crujir de dientes que siente ahora, tras su inhabilitación, y mi vecina del primero no andaría renovando cada seis meses su estalada del balcón, que se le aja y se le corrompe con ese sol ibérico obstinado en estropearle el trapo a la pobre, que cuando se compró la primera le dijeron que en cosa de un año ya podría retirarla porqué íbamos a ser una república indepediente en un plis-plas. Solo el dueño del bazar chino que le vende las esteladas se frota las manos y sonríe con sus ojitos rasgados, parecidos a los ojitos rasgados de Pujol Padre.

Nada, lo que dije: lo de Cataluña es un caso de mala suerte palmaria, cósmica. Antes nos tocaban reyezuelos inútiles y ahora votamos a los inútiles -cuando no mangantes. Y luego sale uno y dice que no nos dejan votar. Por favor: ¡que no nos dejen votar más!

6 de maig 2017

Las naciones del baronet Pedro Sánchez

Resultat d'imatges de pedro sanchez

Si me dan a elegir, elijo a Pedro Sánchez antes que a Susana Díaz. Pero ha llovido mucho desde cuando me sentía próximo al PSOE y a sus cuitas. Ahora ese partido me trae más bien sin cuidado, como casi todos. Soy uno más de la legión de españoles vulgares que se sienten poco inclinados hacia las cosas de los partidos. A veces sueño que llega un partido nuevo y reluciente, sano, dispuesto a arreglar el país. Pero por ahora siento distancia y poco más hacia casi todos los políticos. Mi distancia de los partidos es la misma -y tiene las mismas causas- que la que me distancia de otras causas, casi todas muy nobles: ecologistas, animalistas, partidarios de las dietas saludables, veganos y macrobióticos, conspiracionistas, asamblearios, etc.

A lo mejor es por la edad que me siento distanciado: superar los 50 produce algo que todavía no defino con exactitud y me temo que tardaré en hacerlo: solo se que las cosas y los fenómenos se conocen con el tiempo, sin prisas, dejando que el conocimiento actúe a su ritmo, que es un ritmo lento. Hay algo de paciencia agrícola y de incertidumbre metódica que le llega al cuerpo, sin propónerselo, una vez ha superado las cincuenta vueltas al Sol montado en el planeta Tierra.

Cuando viví en Extremadura, un extremeño se puso a reflexionar -con locuacidad etílica, todo sea dicho- comparando el talante y la historia de su pueblo y el mío, porqué sabía que yo procedía de Cataluña e intuía un delirante empeño redentor en mi viaje hasta aquella tierra majestuosa, como si la llegada de un catalán pobre abriera puertas en su mente y, de repente, descubriera algo importante de veras. Lo único que es de veras es que yo llegué a Extremadura siendo pobre como las ratas -si es que tiene algún sentido hablar de la pobreza de las ratas.
Me dijo:
-El problema de Extremadura es la dejadez.

Y luego disertó sobre la idiosincracia catalana: dijo que los catalanes son emprendedores, activos, creativos, etc. "Los extremeños, en cambio, nos perdemos en la pereza y las cañas de media tarde, y toda la energía se nos va con las cañitas y las tapitas". Yo me callaba. Creo que mi amigo cacereño (de buena familia, por cierto) no hubiese entendido mis objeciones a su comparación. Yo siempre he sospechado que los humanos que vivimos por debajo de los Pirineos somos muy parecidos en lo esencial, y solo nos diferencia una voluntad de diferencia algo enfermiza pero a todas luces falsa. Y además, para qué negarlo, nuestras respectivas oligarquías son idénticas. ¿En qué se diferencia un cacique extremeño de un cacique catalán? En nada.

-El problema de la clase pobre catalana es la dejadez- creo que debería haberle respuesto. Pero eso lo pienso ahora.

A no ser que uno recurra a conceptos de un romanticismo trasnochado, como lo es el nacionalismo, jamás encontrará diferencia relevante alguna entre los territorios peninsulares. Y todavía digo más: a veces creo que la oligarquía catalana es más perversa y más nociva que la de Cáceres. Y quizás -solo quizás- los plebeyos catalanes somos más sumisos y más dóciles que los plebeyos extremeños. Se que eso es difícil de demostrar, pero si uno compara los datos cuantitativos de los fusilados por la represión de la postguerra de Franco en Extremadura y en Cataluña se dará cuenta de que Franco se ensañó en Extremadura y en Andalucía y que, sin embargo, trató con delicadeza a Cataluña. Y no me salgan con Carrasco i Formiguera, que ya me tienen harto.

Por todo eso me ha decepcionado el discurso de Pedro Sánchez en que afirma -con la euforia de los aspirantes jóvenes y eufóricos- que "España es una nación de naciones y Cataluña es una nación". ¿Qué arrebato romántico afecta a Pedro? ¿Se trata solamente del intento de arañar unos votos catalanes para avalar su candidatura? No tengo ni la más remota idea de las respuestas a esas preguntas. A mi me parece que España es un estado y Cataluña una de sus regiones autónomas. Pero... eso de la "nación", ¿qué demonios es? Que en Cataluña exista una masa de personas -por fortuna minoritaria- que tenga sentimientos identitarios no significa que exista una nación catalana, ni que deba existir una categoría legal para colmar un sentimiento: cuando alguien ama locamente a otra persona, no por eso la otra persona se convierte en su esposo/a. Los políticos deberían conservar un cierto empeño pedagógico.

Y además... cuidado con la palabrita "nación", Pedro: uno la nombra y luego no sabe donde termina. La historia de Europa está llena de desastres con millones de muertos sacrificados en el altar de la nación, y la mayor parte de los cadáveres fueron, antes de ser muertos, personas a quienes el asunto nacional les importaba un carajo.

Olvídate de las naciones, Pedro -le diría a Pedro. Habla de los derechos y la desigualdades, y de los derechos constitucionales que no se cumplen, que son muchos. No te metas en camisas de once varas, porqué una de esas varas te va a partir el corazón.

1 de maig 2017

Sant Jordi convierte el oro en mierda



El mito de la "caseta i l'hortet", que era el ideal civil del novecentismo catalán, nos llevó a la burbuja inmobiliaria y su estallido demoledor. La sacralización del libro y su "fiesta" del 23 de abril nos ha llevado al "Sant Jordi" de este año, en que -¡por fin!- ha iniciado su declive. La codicia se lleva por delante los ideales y lo hace con la habitual desmesura, con desvergüenza infinita. Lo que empezó como algo cívico, culto y lindo termina en abuso y en estupidez.

Por primera vez en mi vida, al día siguiente de Sant Jordi he visto más críticas que elogios, más hartazgo que ilusión, más pesadumbre.

Andreu Martín, decano de la novela policial catalana, ha publicado una carta al director de El Periódico en la que, muy enfadado, proclamaba que "este [modelo de] Sant Jordi no es para mi, que no me esperen más". Uno se imagina a Martín sentado en un puesto de libros, bolígrafo en mano, deseando a estampar su firma a los compradores que han adquirido alguna de sus novelas. Muy de vez en cuando acude alguno, despistado o pariente o conocido. A su lado, un famoso "youtuber" firma miles de ejemplares y la cola ante él se le antoja infinita a Martín.

Una librería barcelonesa, bastante nueva pero emblemática, ha decidido no participar de la fiesta y se monta su propio "Sant Jordi", fuera del circuito. Proponen un nuevo modelo, sin novedades ni autores mediáticos ni best sellers. Una bloguera que sigo con admiración, persona de talante conservador pero analítica y lúcida, escribió sobre la vergüenza que le produce la deriva de "Sant Jordi", esa fiesta del libro comercial y la rosa de invernadero. Hay que nombrar a las cosas por su nombre, sí señora.

A mi me extraña que los ecologistas todavía no hayan levantado sus iras contra el genocidio masivo de rosas de cada 23 de abril, cuando el planeta masacra la flor mística para beneficio de unos cuantos bolsillos. Ya le llegará su sanmartín: cuando algo entra en declive, todo le son pulgas.

El día 26 de abril, tres días después de la feria de los codiciosos, me fui a una librería de la calle Verdi y me compré "El día del Watusi", la grandiosa novela de Francisco Casavella que llevo tiempo deseando leer. Unos años atrás habría ido a comprarla a un puesto de Sant Jordi, pero ya no me da la gana. Lo hice tres días más tarde, armado con la paciencia del que sabe que la venganza se sirve fría, como el Chardonnay. Me sorprendió ver la librería bastante llena de público que preguntaba, miraba e incluso compraba. En sus ojos vi que les sucedía lo mismo que a mi: nos hemos esperado a que pase la fiesta para no engrosar las cifras de la tontería. Fue entonces cuando pensé: quizás esa juerga de la codicia ha empezado su declive. Amén.

Lo de "Sant Jordi" es el cuento del Rey Midas pero con un epílogo nuevo: el rey convierte en oro todo lo que toca, pero un tiempo más tarde el oro se le convierte en mierda putrefacta. Ese nuevo cuento podría aplicarse a la historia general del capitalismo, que es la versión técnica del pecado de codicia para tiempos descreídos.

Todos los desastres tienen unas causas reconocibles. Tras el asunto de "Sant Jordi" yo he descubierto algunas, que no son ni las únicas ni las mejores:

  • Cuando yo era pequeñito, el 23 de abril era Sant Jordi, el "Día del libro". Ahora es "Sant Jordi" a secas, más en consonancia con la euforia nacionalista que arrasa Europa y emponzoña la vida en Cataluña.
  • Un fenómeno extraño recorre el mundo: la sacralización del libro y de la lectura, inversamente proporcional a la caída de lectores y compradores de libros. Trabajo como docente de niños pequeños, y ayudarles en el aprendizaje de la lectura es lo más importante de mi tarea. Saber leer es muy importante, vaya eso por delante. Pero no más que saber convivir, ser analítico, ser crítico, curioso. Hay libros buenos, libros malos y libros malísimos: saber distinguir entre ellos es esencial. 
  • La prensa y su manía por los ránkings y los números: no entiendo esa obsesión de la prensa por hablar de los libros más vendidos, como si el dato numérico contuviera alguna verdad de la buena. Si fuese así, McDonald's sería el mejor restaurante del mundo, y que se quite la dichosa Guía Michelin. Eso lleva tiempo sucediendo -y va a más-. Por eso, la protesta de Andreu Martín me parece ingenua: ¿no se había dado cuenta hasta ahora de que ese Sant Jordi no es para él si no para Pilar Rahola y los youtubers?
  • Hablando de cifras: se habla de los números de libros más vendidos porqué no hay forma de contabilizar la lectura. ¿Cuál será el libro más leído? El análisis cuantitativo es impotente aquí y es por eso que deviene ridículo. De los miles que se han comprado el último Rahola, solo unas decenas se lo van a leer: esa afirmación es gratuita e intuitiva, y la escribo para demostrar la papanatez de los números y los ránkings. (Bueno, y también la escribo porqué no soporto a Pilar, la trabucaire).
  • Las estrategias comerciales de las editoriales presentan el libro tal como Nike sus nuevas zapatillas, Decathlon sus vestimentas para runners o Jean Paul Gaultier un perfume. La palabra "literatura" ha desaparecido, la crítica literaria es residual y el ensayo literario ha muerto.
Debo añadir algo más, y advirtiendo que es una apostilla prescindible que solo me atañe a mi: un día antes del 23 de abril tuve la mala suerte de escuchar el discursito del esforzado Puigdemont, que arengaba a los catalanes a salir por Sant Jordi y comprarse rosas y libros. Dijo que pasearse por la calle con un libro y/o una rosa es un acto de afirmación de la identidad catalana. Fue así como Puigdemont me dió la estocada definitiva que me dejó encerrado en casa el día 23. Me quedé encerrado y escribiendo mi novela: nadie es perfecto, ni del todo coherente. El día 26 compré un libro y el 21, dos.