30 d’oct. 2019

El último del Cercas


A veces hablo mal de libros que no he leído, por el puro placer de hacerlo. Lo hago porque me disgusta algo de un libro: el título, la filiación política de su autor, sus postulados estéticos. No creo que hablar mal de un libro, de un autor o de un editor sea un delito ni una falta. Ni tan siquiera debería estar mal visto.

Además, me parece elegante.

Del mismo modo, quizás para compensar lo anterior, a veces elogio un libro que no he leído. Elogio un libro que ni tan solo está publicado, del que solo tengo referencias escasas. Pero se trata de una novela de Javier Cercas. Es "el último del Cercas". Y con eso me basta.

Y además, Cercas me cae bien.

Creo que fue Tolstoi quien dijo que algún día nos avergonzaremos de haber escrito ficción. Cercas se avergonzará menos que los demás. Me resistí durante años a leer "Soldados de Salamina" por el agobio publicitario que le rodeaba, por el aire de best-seller con el que emponzoñaban el texto. Hasta que un día descubrí a un compañero de trabajo que, durante el descanso del mediodía, estaba sentado encima de unos fardos leyendo "Soldados de Salamina" mientras engullía un bocata de panceta al que no le prestaba una sola mirada de cariño. Javi era un chavalote que a duras penas había terminado los estudios obligatorios.

Cercas demuestra, otra vez, que lo mejor que se escribe en Cataluña se escribe en lengua castellana. Y al que le pique, que se rasque: contra una evidencia es inútil rascarse, es estéril combatirla con lamentos románticos o quejas nacionalistas. Recuerdo que, cuando yo era un niño y el presidente del Gobierno era Adolfo Suárez, se formó un revuelo enorme porque Suárez puso en duda que el catalán fuese una lengua válida para la ciencia. Poco después rectificó, pero la tribu local ya estaba alterada, indignada, enojada y todo lo demás. Debemos ser honestos: he leído textos científicos traducidos al catalán y parece que funciona. Hablo de sociología, pedagogía, antropología y etc. También debo decir, a tenor de las traducciones, que no deben perder mucho tiempo ustedes buscando a los grandes de la neurociencia (por poner un ejemplo) en catalán. Prueben con Eric Kandel, por ejemplo: nada traducido al catalán. Si Kandel no está traducido será por lo que será, pero no porqué sea intraducible al catalán. Los motivos están en otra parte.

Así, una vez sabemos que el catalán es válido para la ciencia, cada vez resulta más dudoso que sirva para la literatura, que era la opción que todos dábamos por supuesta. Pues bien, tengo una mala noticia: no lo es. Nuestros creadores literarios están en horas bajas o bajísimas, y tenemos ejemplos tan escasos para argumentar lo contrario que estos ejemplos tienen más aspecto de rarezas y de excepciones que de otra cosa. Aunque... quizás yo soy un mal defensor de esta causa, ya que, desde octubre de 2017, más o menos, no he leído ni comprado nada de ningún autor que escriba en catalán, y cuando compro traducciones siempre opto por la castellana. Aunque mi lengua materna sea la catalana, mi lengua literaria es la castellana, y debo cultivarla. No necesito más motivos.

Y además, como dije, Cercas me cae bien.

En Cataluña abundan (e incluso sobran) los escritorzuelos que escriben para agradar a alguien, que escriben como si quisieran obtener un puestecito, un carguito. O un comisariado del "Any Pipiolo", o un negociado en el Departament de Cultura, o un despachito en el Institut d'Estudis Catalanets, o incluso una mención en la gala del Premi d'Honor de les Dèries catalanes, una sillita en un programa semanal de Tv3, algo, por favor, lo que sea para sacar tajadita de la coseta nostra. Es esa una actitud muy menestral y muy catalana. Cercas no pretende gustarle a nadie: solo hay que ver lo que le dijeron a raíz de "El monarca de las sombras", texto ambicioso y arriesgado que pareció disgustar a muchos y que les sirvió, a los catalanes más cerriles, para demostrar de Cercas su tesis preferida: el que no piensa como yo es un facha. La actitud de los cerriles ante Cercas demuestra, justamente, que Cercas es el escritor que nos acompaña mejor.

De esos nos quedan pocos, y en Cataluña casi sólo Cercas. Por eso me permito elogiar un libro que no está en las librerías y del que desconozco su título. Que Cercas se haya adentrado en el registro del género negro o policial, además, es una gran noticia: me figuro la lección que les dará a los pánfilos que se acercan a este género sin haber comprendido nada y con la espuria intención de publicar ejercicios de escuela de escritura de barrio que presentan un nivel literario de trabajo de la ESO y que todo lo que saben del género es lo que pretenden haber aprendido viendo series de Netflix o, sobretodo, capítulos de CSI Miami. Creo que las peores bazofias en forma de libro que vi, en catalán, en el último lustro, pertenecían al género negro o policial.

Este artículo es un homenaje a dos Javieres: uno es el Javi, el chaval que leía "Soldados de Salamina" en un rincón de la nave inhóspita, fría y oscura de aquel almacén de una empresa de logística, allá por el 2001. El otro es Javier Cercas, el mejor escritor catalán de mi generación. Y le pido perdón al tercer Javier, que es Pérez Andújar, sin duda alguna nuestra otra gran referencia.

28 d’oct. 2019

El odio en la casa del vegetariano


Domingo 27. Tras la manifestación nos acercamos a una de las pocas librerías abiertas en la ciudad. Me compro "El adversario", de Emmanuel Carrère, traducción al castellano de Jaime Zulaika. Como pueden ver, no me interesan demasiado las novedades, puesto que ese título se publicó en el 2000 (ahora reeditado para celebrar los 50 añitos de Anagrama). Luego, y puesto que estamos en el Raval (no se si en el 2000 ya era Raval o todavía Chino), terminamos en un restaurante cercano, a reponer fuerzas. Es un garito vegetariano y con mucha solera.

No me chiflan los vegetarianos y no me gusta el tofu, pero este está casi vacío y muy tranquilo. Tras el bullicio de una manifestación, apetece la calma. Tras las horas en la calle bajo el sol acerado de octubre, la penumbra del local viene como agua de mayo en otoño.
-¿Tenían reserva? -pregunta mecánicamente la persona que nos atiende.
Observo el aforo: de la decena de mesas que hay en el comedor, solo una de ellas está ocupada. "No", le respondo con tranquilidad, y disimulando la sonrisa que no será correspondida.

Mientras esperamos, una vez sentados, ojeo el libro de Carrère. Me basta con el primer párrafo para saber que he acertado con la compra aunque, conociendo otras obras de Carrère, ya sé que me arriesgo poco. La prosa de este hombre, que me recuerda a la de Javier Cercas aunque no sepa argumentarlo, me cautiva enseguida. Al poco rato se abre la puerta y entra un matrimonio de bastante edad. Por su conducta y por como son recibidos por el personal del restaurante se infiere que son clientes asiduos, posiblemente vecinos. Hay una familiaridad que ya se me antoja rara cuando me muevo por el centro de la ciudad, turistificada o gentrificada o como se llame a esta desgracia.

Ella, que tiene dificultades con la movilidad, le pregunta a la camarera, con un mohín de preocupación, si cree que el almuerzo podría terminar mal, porqué hoy hay una manifestación "de esos". A lo cual la camarera, responde rauda y desafiante que, "si esos vienen... ¡aquí nos encontrarán!". Con esa frase pretende transmitir seguridad a la anciana temerosa. La conversación, se me olvidó decirlo -pero debe ser innecesario-, transcurre en catalán.

Yo hablo un catalán estándar que deben asociar, como no, a los de su bando. Creo que alguna gente, poseída por la propaganda del régimen totalitario, da por supuesto que los que hablamos en catalán somos los buenos, los suyos, dels nostres. Creo que ni se les ocurre, ni por asomo, que podemos ser catalanes catalanohablantes y a la vez partidarios de vivir en España, no independentistas, no nacionalistas. Dios mío. Ni se les ocurre esta posibilidad, la más sencilla. En la respuesta de la camarera hay odio, desafío al otro. El discurso del odio que transmite la propaganda nacionalista es un veneno terrible que destruye la racionalidad, no sólo la convivencia. El nacionalismo deshumaniza al adversario (son "los otros", como los muertos vivientes o los extraterrestres) y renuncia, aplaudido por el grupo alborozado, a una parte de lo humano que hay en nosotros.

Estoy tentado de contarle a la camarera que yo, con mi catalán estándar, vengo de la manifestación "de esos", que yo soy uno "de esos", un español que habla catalán, una de las lenguas de España.  Las ganas de contárselo ascienden por mis venas durante unos segundos, y durante este tiempo pienso cual sería la mejor forma de contárselo, cual la más asertiva, la más democrática. Es inútil: no la encontraré. Y sé muy bien cómo terminará mi debate interno. Terminaré escribiéndolo más tarde, esa será mi solución, lo sé porque me conozco. Cada uno ha nacido para lo que ha nacido.

Un par de horas antes, en la manifestación, también he estado tentado de sumarme a los gritos de "Puigdemont a prisión" que soltaban todos a mi alrededor. Y no lo he hecho. No porqué no comparta eso, ya que yo también creo que el señor Puigdemont debería sentarse ante el juez y darnos explicaciones a todos, como el servidor público que fue antes de optar por ser un nada heroico ni nada romántico fugado de la justicia. No lo he hecho porque creo que hay que dejar que la justicia actúe con sus medios, y no exigir veredictos ni sentencias previas.

Por fin terminamos la comida, pagamos y nos vamos. Nos despedimos educadamente de la camarera que alienta al odio. Nos espera una hora de camino hasta nuestras casas (que son pisos) en una ciudad empobrecida del cinturón metropolitano.

En cuanto llegué, escribí eso. Luego me puse música de Bach de fondo, mientras leía a Carrère. Los dos juntos (Carrère y Bach) me reconfortan con su idea de lo humano que jamás consentirá los corsés nacionalistas, las llamadas del odio, sirenas ansiosas por hundirnos en el abismo. El nacionalismo es la muerte de la cultura, la muerte de la civilización y la muerte así, sin más, la muerte. Una ideología de muerte. Deberíamos pensar en la vida.


25 d’oct. 2019

¿Hablamos de Cambó y del Tercio de Montserrat?

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Nos repiten, los políticos de la cosa indepe, que en democracia se puede y se debe hablar de todo. Quizás tienen ganas de hablar de agujeros negros, exoplanetas o la posibilidad de la vida extraterrestre. Quizás solo se refieren al sexo de los ángeles, tema que les encanta dada su filiación cristiano-rancia. Pero sea como sea estamos de acuerdo: se puede y se debe hablar de todo.

Lo malo es que esa afirmación (o súplica) tiene visos de ser solo otra de sus trampas pueriles y retóricas, me temo: me temo que ellos solo quieren hablar de lo suyo y de sus privilegios. Quieren hablar de referéndum y de derechos ficticios, y de identidades nacionales de naciones tan fantásticas como la Tierra Media, la Atlántida o Liliput. (Lo de Liliput, ahora caigo, les encaja bastante bien).

Pero supongamos que creen en su propia palabra y que están dispuestos a hablar de todo. ¿Hablamos de la inmersión lingüística? ¿O eso no se toca, como respondería el Sátrapa de Mitre?

Y sigamos suponiendo que quieren hablar. ¿Hablamos del monumento a Cambó en Vía Layetana (antes Vía Durruti)? ¿Hablamos de la Capilla, del monumento y de la bandera del Tercio de Montserrat al ladito del Monasterio?

Es realmente conmovedor y raro que la Alcalde Colau no haya protestado ni desmontado el monumento a Cambó, algo que está bajo su jurisdicción y a su alcance. Quizás podría sustuírla por un monumento a Pepe Rubianes, a Joan Capri o a Jair Domínguez. Bueno, o -hablando de cómicos- a Pilar Rahola. Y es igualmente raro que, con todas las manifestaciones revolucionarias que transitan, transitaron y transitarán por Vía Layetana (antes Vía Durruti), nunca jamás el monumento al señor Cambó haya sufrido la más mínima agresión. ¿Se dan cuenta? A los viejos franquistas y a los recientes independentistas les unen un montón de mitos, de ídolos y de referencias. Y eso... ¿por qué será?. A ver si resulta que a Cambó no se le puede tocar, igual que a los cachorros indepes que salen a quemar contenedores, apedrear, pisotear y saquear. ¿Será la ignorancia? Bien podría ser la ignorancia: me temo mucho la respuesta que me darían esos jóvenes airados si les preguntasen por el hombre de la escultura rampante, esa escultura de un hombre que parece arder en llamas interiores. La escultura del marqués de Comillas (que se dedicaba a lo mismo que Joan Mas de Vilasar de Mar, tatarabuelete de Artur Mas) ya no está, aunque su influencia en la cultura sea antigua y menos lesiva para el presente que la de Cambó. Curioso, ¿no?

El otro asunto es el triple homenaje al Tercio de Nuestra Señora de Montserrat que se exhibe en el Monasterio de los frailes libidinosos. Un monumento (más horroroso que feo, por cierto) en la explanada del párking más caro de Cataluña, una capillita adjunta al bochornoso engendro escultórico y por fin la bandera del tercio, pomposamente exhibida en un rellano de las escaleras que suben para ver a la virgencita negra, puesta ahí, como el que no quiere la cosa, para que todos los fieles fetichistas (o idólatras) besucones de esculturas desfilen ante ella. ¿De eso podemos hablar? Creo que sucede lo mismo: pregunten ustedes a sus seres queridos qué cosa fue el Tercio de Montserrat. La mayoría no lo sabrán, y algunos de los que lo saben se harán el sueco: más que nada porqué entre los apellidos del Tercio están apellidos que uno relacionaría con Convergència y con los amiguetes de Pujol.

Lo dicho: si quieren que hablemos de todo hablaremos de todo.

23 d’oct. 2019

Los cachorros de los ojos verdes

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En un famoso experimento psicosocial de los años 60, la maestra Jane Elliot, de una escuela de Iowa, les expuso un día a los niños (de 8 años) que las personas con los ojos verdes eran muy distintas a las personas con los ojos marrones. Que eran más limpias y mejores. Los niños olvidaron las amistades con ojos de otro color y se reagruparon en función del iris. Los dos grupos se fueron separando, aparecieron rivalidades, odios, rencillas y peleas. En otro experimento optaron por algo todavía más estrambótico. Tiraron una moneda al aire y agruparon a los que les había salido cara a un lado y los de la cruz en el otro. El observador se dio cuenta de que no solo los dos grupos se distanciaban, se identificaban con los similares y despreciaban a los otros si no que enseguida se radicalizaron. El proceso de radicalización y el extremismo tardaron poquísimo en aparecer. Fascinante ¿verdad?

Según la antropología, el cerebro humano responde muy bien al "sesgo tribal", una distorsión cognitiva que, cuando vivíamos en las cuevas debió de dar buenos resultados. A pesar de las decenas de miles de años transcurridos desde las cuevas, el sesgo tribal sigue enquistado en la mente humana y por eso es muy fácil despertarlo, y por consiguiente usarlo (manipularlo) con fines que siempre son espurios porque solo pueden ser espurios.

Pues eso, parece que en Cataluña hay un ánimo cándido pero violento, y muy efervescente, por volver a la caverna. Quizás no es nada raro si se contemplan las decenas de años que llevamos escuchando (en las escuelas, en la tv, en la prensa y en algunos libros) que los catalanes somos catalanes y no españoles, que los catalanes somos distintos -lo cual significa siempre superiores al resto-, más europeos, nos decían, más cultos, nos insistían, más pulcros e industriosos. Nos repitieron, incluso, que los catalanes éramos más y mejores lectores (???), y más puntuales, y más mejores en general. Décadas y más décadas repitiendo el mensaje de la diferencia, una diferencia estúpida e indemostrable, un insulto a la evidencia.

¿El resultado? La más apabullante construcción del "ellos" y el "nosotros", el experimento más horrible y logrado para romper una sociedad y proveer a todo el mundo de grandes dosis de malestar y frustración, para enfrentarnos, para que nos discutamos sobre cosas que importan un pimiento, como lo es, por ejemplo, una nación inexistente e ilusoria que no se fraguó en la historia si no en algunas mentes perturbadas. En cuanto se azuza el sesgo tribal, personas que parecían sensatas y cultivadas se convierten en energúmenos que recitan ocurrencias y eslóganes (ocurrencias y eslóganes de otros, y esos otros sólo pretenden aprovecharse del sesgo tribal para salvaguardar sus privilegios ancestrales).

Ese es el resultado del experimento independentista catalán, y se pueden felicitar por el éxito, a fe de Dios, porque les ha salido bordado. Tenemos a miles de cachorros con ojos verdes en las calles dispuestos a lo que sea por algo que no existe ni existió, poseídos por el sesgo tribal. Y tenemos a sus padres, disfrazados de pacifistas con el único propósito de proteger a sus cachorros de ojos verdes mientras lo rompen todo pero sobretodo para que no les zurren los malditos marrones a sus cachorros verdes. Magnífico escenario, ese paisaje calamitoso que es la única herencia del independentismo: enfrentamiento, la convivencia destruída (si es que existió), el malestar enquistado, la vida diaria asaltada, la cultura arrasada, la historia violada. El paisaje antes de los Balcanes. Si la convivencia pacífica y la democracia son bienes superiores ¿por qué permitieron el adoctrinamiento? ¿Estamos a tiempo o ya es tarde?
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Lectura necesaria: Soy mejor que tú por esta razón que me acabo de inventar. El problema del tribalismo nacionalista.

21 d’oct. 2019

Causas grandes y bellas

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Me cae en las manos un artículo firmado por un señor que se llama Bernat Dedéu, o sea, de Dios. El señor, que se presenta por los puestos como "filósofo", cuenta que ejercer la violencia es legítimo cuando se trata de defender causas que son grandes y bellas. Lo plantea así, como un axioma. Eso ya da bastante de sí para un buen debate, la pena es que lo estropea a continuación, cuando afirma que hay otro motivo que legitima la violencia: cuando la causa es una causa por la que vale la pena romperse la cara por ella, afirmación que se parece a una tautología: la violencia es legítima cuando merece la pena, que es como decir, más o menos, que la violencia es legítima cuando es legítima. Para ser un filósofo lo veo justito per enfin, quizás también se podría debatir.

Me puse a pensar cual podría ser una causa grande y bella, y se me ocurrieron dos: Sigourney Weaver y el panteón de Agripa, en Roma. Quizás él se refiere a la montaña de Montserrat, que es grande pero no habría consenso en que es bella (con tanto monje desatado más bien da un poco de grima), y desde luego no se refiere al templo de la Sagrada Familia, que es grande y feo, y en su fealdad sí hay consenso.

Sin embargo, mucho me temo que el señor filósofo y furioso se está refiriendo a Cataluña, o sea, a la independización de la misma. No entiendo muy bien como encajar ese objetivo dentro de la categoría "causas grandes y bellas", a ver si me lo cuenta en un artículo venidero. A mi, que conozco un porcentaje del territorio de Cataluña que no sabría cuantificar, no me ha parecido nunca especialmente bella, pero sí es cuantificable que es pequeña. De entre todos los indepes que conozco o que leo, ni uno solo me ha sabido contar para qué quiere la independencia: solo me cuentan pasiones, emociones y muchas ilusiones. Incluso algunas muy ilusas, como quienes afirman que la república será feliz, igualitaria, feminista, ecologista y muy de izquierdas, algo que suena a chiste negro viendo a los caciques del invento secesionista: es decir: me resulta imposible valorar la grandeza y la belleza de un objetivo impreciso, difuso y nunca concretado.

Hasta aquí la broma. Ahora vienen los llantos: llevamos algunos meses asistiendo a la aparición del discurso de la violencia. La revolución de las sonrisas se ha esfumado tras una bocanada de niebla siniestra, y ahora asoman los colmillos de la bestia. Ahora hay menos Gandhi y más Mussolini, menos Luther King y más camisas pardas. Y el señor filósofo se ha apuntado al carro, aunque creo que él siempre había tildado de cursi al pacifismo, una opción que debe creer propia de nenazas y claro, el independentismo es cosa de hombres, tanto o más que el coñac Soberano (¿será por el coñac, que se proclaman "soberanistas"?). Eso es menos cómico, aún siendo ridículo. Es una ridiculez temible. ¿Qué frustraciones íntimas encubre el giro violento? ¿Qué déficits personales, qué psicopatología social enmascara el giro violento?. Si hace unos años pedíamos un barco cargado de psiquiatras argentinos para socorrer a Cataluña, hoy debemos pedir otro cargamento: en ese caso no uno si no dos barcos, el uno cargado de enfermeros fornidos y el otro de camisas de fuerza.

A los que legitiman, defienden o promueven la violencia, resulta casi penoso decirlo, se les olvida siempre contar (o no caen en la cuenta) de que el estado tiene también derecho a defender lo que para él es grande y bello, aunque no voy a caer en la trampa de justificar violencias.

Todo eso resulta grave y penoso para los que trabajamos en la educación, como se pueden imaginar. Para los que llevamos años y más años contando los valores de la mediación, de la resolución alternativa de conflictos, de la negociación dialógica y etcétera. Debe creer el señor filósofo que hemos convertido a nuestros alumnos en nenazas y que nosotros no somos otra cosa que nenazas, que les hemos invalidado para su revolución a pedradas y que para eso le puso la Providencia a él en el mundo: para enmendarlo.

Por lo que veo en las noticias, está ganando él y yo puedo irme a llorar a la cama: tantos años de educación contra la violencia para nada, para ver a miles de chavales jugando a subcomandantes marcos de casa bien, alegres y vivaces y con zapatillas de Nike. Y ahora con la cobertura filosófica del filósofo grunge del Eixample.

20 d’oct. 2019

Una carta enviada a la Catalunya profunda


Amic S.,

Fa un temps em vas explicar que havies decidit anar-te'n de Barcelona, i que marxaves a viure a una població de l'interior, amb l'objectiu de millorar la qualitat de vida, la teva i la dels teus. Jo, fa més de vint anys, vaig prendre una decisió com la teva, i un temps després vaig desfer el camí. La vida no és fàcil enlloc, i parlo pels qui hem nascut de classe treballadora, sense cap més patrimoni que l'ofici, i per als quals els nostres béns més preuats són la salut, l'esforç i els serveis públics. Aquella classe mitjana que tremola quan s'enfosqueix l'horitzó.

Quan em vas explicar la teva pensada no vaig gosar dir-te res: les persones som autònomes i mai no se m'acudiria donar consells ni pronunciar auguris. De manera que et desitjo, de veres, que trobis allò que buscaves, tot i creure que el sentit és al camí, no a la fita. Ara que han passat uns mesos i que estàs instal·lat ja et puc explicar com vaig viure aquella experiència de l'interior, lluny de la ciutat. Em vaig trobar una comunitat cerril, gelosa i desconfiada de tot el que li arriba. Passaven els anys i jo sempre era un foraster: el meu accent em delatava, no procedia de cap família local, ni bona ni dolenta, era poc més que un aventurer sense hisenda, sense arrels. Tot sovint m'ho recordaven, ja fos per impedir-me participar en debats com per assegurar-se que no perdés la meva condició d'inferioritat metafísica. Vivien amb la seva història sempre present, una història de mites medievals, d'idealitzacions feudals o de prejudicis carlistes, i tenien la consciència clara de representar i de defensar un mandat sagrat: les essències patriòtiques, com qui viu en una guerra eterna i és un guerrer escollit, sempre al bàndols dels bons, dels que tenen la veritat, heretada al bressol. El cognom era molt important, i el nom de la casa ho era tant o més. La combinació dels dos substantius els era molt útil per distingir-se enfront dels altres i per delimitar, entre ells, qui era millor, qui era noble i qui tan sols plebeu malgrat que autòcton. Vaig descobrir que es casaven entre semblants, i que quan els impulsos naturals subvertien l'ordre, un divorci oportú retornava les coses al seu lloc: el de casa bona corregia i es casava altre cop amb un dels seus, i el plebeu s'amistançava amb un semblant de classe. I així van transcorrent els segles a la Catalunya profunda, la del Carles (abans el Carles era l'Arxiduc d'Àustria, avui el Carles Vivales de Waterloo).

La il·lustració, els valors democràtics i la racionalitat havien fregat el poble, però feien la impressió d'haver-hi lliscat sense haver-hi deixat cap empremta visible. En canvi, l'horror medieval era com una ombra solidificada i venerada amb devoció. La vida dóna tombs, de vegades inesperats com bé saps, i quan va arribar el moment de prendre una nova decisió, no vaig dubtar gens en desfer el camí i retornar a la ciutat. Potser podia haver romàs al poble, i lluitar per reivindicar-hi un lloc, però vaig pensar -segurament amb raó, o potser només amb una prudència esquitxada de covardia i de mandra- que no té sentit gastar les forces en aquesta lluita. Jo no he nascut per guerrejar. L'ambient de la ciutat em permet destinar l'esforç a les coses que sento que de veritat m'importen: la cultura, la racionalitat, i aquest ofici d'educador que tant m'estimo.

Tampoc no et pensis que a la ciutat tot són flors i violes. Els conflictes i la tensió són constants, però sento que els conflictes, a la ciutat, són eines de transformació i que, des d'aquí, resulta més salubable treballar per la millora, pel progrés i pel bé de tots. Pel bé de la majoria: el bé sempre serà el bé de la majoria. A lluitar pel meu propi bé no hi trobo cap goig perquè no hi ha goig en l'egoïsme.

I d'altra banda, fa pocs dies va aparèixer a la ciutat una gernació que provenia de les comarques amb un indissimulat ànim de revenja, de reconquesta. Es van passar uns dies aquí, fent soroll i calant foc per reclamar el retorn al passat més obscur, al deliri d'una pàtria il·lusòria i llòbrega d'antics privilegis per als de sempre, i et miren amb aquella mirada superba del qui, com et deia, creu que el seu cognom l'ha situat al bàndol correcte. La seva mirada ens jutja i ens sentencia sense necessitar cap codi penal ni cap llei, i per això calen foc a les cantonades. Practiquen un aquelarre ancestral. I els de la ciutat ¿què fem? Ens ho mirem amb temor, ens tanquem a casa. Aquests no són els bàrbars que reclamava Kavafis, que venien a liquidar l'imperi decadent per alçar una nova civilització: són els bàrbars que volen retornar-nos a la tenebra d'abans de la il·lustració. Volen substituir la novel·la pel romanço, el piano per la gralla, les sabates per les espardenyes, l'enciclopèdia per l'escut heràldic, la constitució pels furs medievals, la ciència pel dogma i, en definitiva, el mèrit pel cognom. Diuen que són pacífics, i que els violents són altres o infiltrats, però mai no hi ha hagut un nacionalisme pacífic al llarg de la història: ens volen prendre la nacionalitat d'un estat d'Europa i atorgar-nos, si la gràcia ho vol, un salconduit signat per un senyor feudal. No són pacífics, no ho són tampoc els qui desfilen sense calar foc: el seu objectiu conté una violència esgarrifosa. Diuen que volen diàleg però és mentida: volen renúncia. Diuen que volen referèndums perquè no volen consensos: no hi ha res més poc democràtic que un referèndum: només és democràtic el consens i per això el rebutgen.

Malgrat tot, jo encara confio. Confio en l'ànima humana, en el bon sentit, en la capacitat de superar els cognoms i els escuts heràldics, en la cooperació entre uns i altres sota la llum tènue del racionalisme, la igualtat entre els diversos, la solidaritat, en el consens que evita les votacions en què els uns perden i els altres guanyen. Només hem progressat quan hem actuat mirant més enllà del melic, aquest foradet minúscul, fosc i sovint pelut que ens recorda d'on venim, que som mamífers tristos i que sol recollir brossa.

Però et desitjo que trobis allò que vas anar a buscar. Em sembla entendre que ara et vols fer un lloc al teu nou poble, i que per això et mostres més guerrer català que mai, segurament per ser acceptat i acollit. No oblidis que aquest país interior mai no ha volgut acollir ningú, que la seva prioritat sempre ha estat la presservació d'unes essències mitològiques i obscures. D'aquí a 10 anys et recordaran que ets un foraster, que els qui de fora vingueren...

I tal vegada m'equivoco. No saps prou bé quantes vegades me n'he alegrat d'haver-me equivocat, ni quina alegria he sentit en descobrir l'error ni la joia que sento quan puc dir-me: em temia el pitjor quan havia d'haver confiat, vaig veure núvols negres i vaig perdre l'esperança, quan havia d'haver confiat. És en aquests instants de canvi quan sento, quasi feliç, que no sóc res, una puça, una formigueta en la història, un bri de pols que s'alça del sòl un segon i després no-res, una contribució minúscula i prescindible. ¿Què són les pàtries i les fogueres votives? Molèsties petites i res més.

T'envejo, això sí, els paisatges i el verd que tens a l'abast dels ulls.

Salut, amic.

L.

16 d’oct. 2019

El Presidente no tiene quien le quiera

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El hombre todavía no comprende cómo llegó tan alto. Quizás lo atribuye a la gracia, deudora para con toda una vida de devoción. Tampoco comprendió nunca que el cargo, inesperado, comportaba asumir algunos deberes. Como, por ejemplo, hacerse merecedor de ser el representante de una ciudadanía que, por más regional que sea, comprende a más de siete millones de personas. No tuvo en cuenta el significado de la palabra "institución pública".

El hombre provenía de un activismo llamado "cultural", algo que es difícil de comprender desde fuera de Cataluña. Aquí, el activismo cultural era una mezcla de excursionismo, folklore, tradicionalismo y algo de poesía, salteada con un poco de antifranquismo dentro de un orden. El hombre aceptó el cargo y fue nombrado presidente, y supongo que juró desempeñarlo según las normas y el buen sentido, aunque lo jurase con sus alocuciones perifrásticas, ocurrencias rocambolescas verbalizadas con ese verbo florido y decimonónico que tanto le encanta, cuando se escucha a sí mismo.

El presidente no comprendió jamás cuál era el sentido simbólico de su cargo, y está por demostrar que comprendiese la parte de gestor del presupuesto público que conlleva el puesto. No lo comprendió, pero el drama verdadero no está dentro de él, si no a su alrededor. Nadie le quiere, al presidente. Está solo. Y en esa soledad que le ilumina y le ciega cual sol abrasador en el trópico de Capricornio se nos aparece como un triste hombrecito gris, desubicado, desorientado. Que es él y que somos usted y yo, no lo olvidemos: hombres perdidos en el siglo, desbordados por la complejidad y todavía arrasados por las dudas, el horror y los temores pequeños que nos acechan des del principio de los tiempos.

Ahí está, solo. Nadie le quiere y por eso nadie le cuenta que está errado, además de desorientado. Nadie empatiza con él cuando le ve ese mohín que es una media sonrisa y una media mueca de asco o de miedo, esa mirada que se alza y se cae, pupilas que revolotean como la mariposa blanca del ocaso, buscando a trompicones una fuente de calor. Es ahí cuando uno se da cuenta de lo importante que es estar cerca de personas que nos quieran. Al presidente nadie le quiere, nadie le ayuda, nadie le aconseja. Y lo más dramático es la razón por la que no lo hacen: porqué en la soledad dolorosa del presidente, en su desorientación física y metafísica ven la sucia grieta por la que asomará una patria ilusoria, vieja y lúgubre.

15 d’oct. 2019

Marchena contra el Tsunami

Resultat d'imatges de el juicio de nuremberg

Cuando el que dicta sentencia irrita a los más radicales de ambos bandos, el sentido común indica que lo ha hecho bien. ¿De qué otra forma podría ser? Entre los irritados, pero solo de verbo, están empatados el señor Torra y el señor Ortega Smith, dos hombres cuyos apellidos siempre me hacen pensar en empresarios del vino, de empresa familiar vitivinícola (el uno del Penedès, el otro de Jerez, por la coletilla anglosajona de su apellido). Luego están los del Tsunami, que en realidad se hubiesen comportado igual de mal fuera cual fuera la sentencia. Esos chavalotes valentones y malotes de patio de colegio de barrio bien están ávidos por insistirnos en lo de que las calles siempre serán suyas. Del mismo modo que son suyos los chalés, los coches caros, la ropa de marca y el bolso de Gucci (desconozco si el señor Gucci hace bolsos).

Mientras regresaba del trabajo para casa en mi Dacia (que antes que mío fue de otro alguien, puesto que lo compré de segunda mano), iba escuchando la radio. Algo nervioso, lo reconozco, por si me encontraba a esos guerrilleros aburridos que cortan calles y carreteras de sus vecinos para recordarles de quienes son las calles, como si no lo supiéramos ya, des de niños, des de que supimos que son suyas las tiendas, las empresas, los jardines privados, el perro que muerde y la criada ecuatoriana, antes filipina, antes andaluza. Regresaba nervioso por la amenaza que flota en el aire súbitamente frío y, en vez de poner la emisora del rock puse las noticias. Unos 50.000 tsunimeros (o tsunimistas) están liándola en varios puntos de la geografía del paisito. Bueno, me he dicho, eso es de chichinabo: en el campo del Barça se reúnen el doble en cada partido y no es noticia. Que la gente necesite salir a gritar para desbravarse es normal. El aburrimiento, la buena vida demasiado inane y la ausencia de emociones verdaderas llevan a eso. Alguien me susurra que quizás tenga algo que ver la represión sexual y todo el embrollo de las pulsiones ahogadas bajo el manto montserratino, la mirada fija y como ausente de la Moreneta, la mano fría, huesuda y pérfida del Pare Abat (tipo que habla con el mismo tono, timbre y cantinela que el Prior del Valle de los Caídos): lo dicho, los extremos se irritan.

Los del tsunami, iluminados por el fuego que procede de Hong Kong que ven en los noticiarios, sentados en su sillón de Conforama, en su pantalla extra larga, smarttv de leds, querían emular a los tipos de Hong Kong. Pero solo emulan a sus ancestros, aquellos entrañables Boixos Nois que no sabían ni escribir el nombre de su grupo de gamberros.

Nunca fui aficionado al cine judicial, y creo que aparte de "Doce hombres sin piedad" he visto poco de este género. Sin embargo, me apunté a la página de Facebook "Club de Fans del Juez Marchena", tras ver algunas sesiones del juicio: hay que ser muy insensible para no apreciar el buen hacer de este juez y su incuestionable sentido de lo trágico, su alma de actor sobrio, contenido. Ahora comprendo que estuve acertado. Es posible que Marchena nos haya dado una lección a todos y que no esté indicando el camino que los políticos no supieron (o más bien no quisiseron) ver. Debe ser la hora de empezar a escribir el "relato" de Marchena: la quimera de unos sediciosos de pacotilla contra una España de todos y para todos. Si yo hubiese sido el juez hubiese buscado la inhabilitación de por vida de todos los acusados, decisión que habría desarmado a ambas partes, pero no soy juez y entiendo poco de derecho, por no decir nada. De lo poco de lo mío y que entiendo, a veces me las veo negras para resolver los retos diarios.

En el caso de Marchena contra el Tsunami, gana Marchena. Racional, ponderado, ecuánime, respetuoso. Respetuoso, esa es la palabra que ilustra la mente del juez y la que huyó de las mentes (anónimas) de los tsunamitas cual ave migratoria que migró hacia otros pagos para no volver jamás.

Enfin, que cada uno a lo suyo y Marchena en lo de todos.




11 d’oct. 2019

A propósito de Ros de Olano

Mientras andaba buscando información sobre mi difunto tatarabuelo José Coronado Ladrón de Guevara, di con un documento firmado por el Marqués de Guad-el-Jelú, que en la época de mi antepasado no era otro que Antonio José Teodoro Ros de Olano, militar, político y escritor de buen estilo y pluma aguda. Así pues, aún sigo sin saber gran cosa de mi antecesor pero sin embargo estoy gozando de la prosa de Ros de Olano. Un descubrimiento que me empuja a seguir investigando sobre los tiempos de José Coronado. Seguiremos informando.

9 d’oct. 2019

¿La poesía es de homosexuales?

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Lo cuenta Roberto Bolaño en el primer capítulo de "Los sinsabores del verdadero policía", una novela que terminó en las listas de las novelas de culto. Dice Bolaño: La novela es, generalmente, heterosexual. La poesía, en cambio, es absolutamente homosexual. A continuación el escritor chileno y catalán, que escribió poesía antes que novela, elabora una lista de escritores de poesía que clasifica entre estas varias corrientes de la homosexualidad: maricones, maricas, mariquitas, locas, bujarrones, mariposas, ninfos y filenos. Luego están las combinaciones de estas categorías, de modo que Borges, por ejemplo —dice Bolaño—, podía ser de improviso maricón y de improviso simplemente asexual.

Me pasó lo que le podría pasar a cualquier lector atento: me estremecí. Temí ser fileno por lo menos, ya que escribí varias poesías hasta los 17 años, más o menos. A esta edad gané un concurso de poesía en el instituto. Añadiré, con cierto rubor, que en el mismo certamen literario también gané un premio de narrativa (con un cuento que plagiaba a uno de Lovecraft, un narrador que podría ser tildado de fileno sin grandes esfuerzos). A la misma edad llegué a finalista de un premio poético convocado por la parroquia del barrio. No lo gané, sin embargo —y ahora lo celebro en nombre de mi virilidad—. No lo gané porqué el jurado seleccionó a tres finalistas, leyó las tres poesías en un acto público y el público votó. Ganó una poesía piadosa, escrita por una muchacha de pelo largo, lacio y rubio que respondía al nombre de Montse. Montse era cristiana y catalanista, y rasgaba la guitarra en la misa de los jóvenes, los domingos a las ocho. No creo que Montse fuese lesbiana, pero no lo puedo negar con pretensión de validez. Si mal no lo recuerdo, una vez le eché los tejos a Montse la guitarrista y ella me dio calabazas sin piedad cristiana alguna, pero de esa anécdota no se puede inferir nada más que mi torpeza y mi poca fe.

Algunos años más tarde, yo me había inclinado por la narración de forma indudable y sin fisuras, pero tenía un amigo poeta con quien solía debatir sobre Mallarmé, Baudelaire, Verlaine y Lautréamont. Creo que también sobre Rilke y Hermann Broch. Yo solo había leído algo de Rimbaud, y solo los textos en prosa del francés que se perdió en Abisinia. A Broch sí lo había leído, también. Nuestros debates eran, en realidad, largos monólogos por su parte. Por aquel tiempo yo me había liado con mi primera novia formal, una chica rubia y muy mona que detestaba las tonterías y amaba el cine de terror visto desde la última fila, las partidas de billar y los negros muy grandes que juegan al baloncesto. Mi amigo poeta también era amante del billar. Era amante del billar y no tenía novia ni se le conocía amiga íntima alguna, de modo que, durante una partida de billar entre los tres, intentó birlarme a mi novia formal.

Mi amigo el poeta le dijo a ella que no obraba bien yendo conmigo, y que más le valdría concubinarse con un tipo como, pongamos por ejemplo, por ejemplo como él mismo. Lo he expresado de un modo rudo, pero estoy convencido de que mi amigo poeta fué poético cuando le propuso el intercambio. Al pobre poeta amigo le salió el tiro por la culata: ella se partió de risa contándome la situación aquella misma noche, tras retozar conmigo en la cama de sus padres. Sus padres se habían ido al apartamento de Vilasar de Mar. El acoso de mi amigo el poeta excitó la líbido de mi joven novia de modo que, gracias la ocurrencia del poeta, tuvimos una noche muy feliz.

Luego supe que el poeta había actuado de igual modo con el resto de las novias de sus amigos, y que siempre tuvo el mismo resultado.

Mi poeta estuvo ingresado en una clínica psiquiátrica de la provincia de Gerona, a consecuencia de unos delirios graves. Le vi cuando ya le habían dado el alta y había recuperado una cierta normalidad. Por entonces había obtenido el estatuto de discapacitado español, una categoría de veras envidiable que le permitió llevar una vida bastante buena dentro de lo que cabe, con una pensión digna. De eso me alegro por él y sin rencores (como a todos los hombres del género masculino, los rencores me duran poco). A día de hoy, mi amigo poeta es un independentista catalán furibundo que escribe poesías nacionalistas y se empeña en fundar la asociación de "Poetas para la independencia". Yo cambié varias veces de pareja, abandoné la prosa, volví a ella, me hice pintor, volví a la prosa. Hice lo posible para evitar la locura, la poesía y el primo de ambas, el nacionalismo.

6 d’oct. 2019

Los sellos del coronel Kurtz

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Creo que Albert Soler Bufí comprenderá la broma que es dedicarle este artículo

Escribió el crítico de cine Carlos Boyero (nuestro crítico decano) que el director de "Apocalypse Now" y el de "Ad Astra", la peli de Brad Pitt, deberían de haber citado a la novela de Joseph Conrad en los créditos de sus respectivas cintas, y eso me empujó a comprar la entrada para "Ad Astra" (con una excelente banda sonora debida a Max Richter). Sin embargo, este film no versiona en modo alguno "El corazón de las tinieblas" aunque contenga algo de ella, de la misma forma que no versiona el 2001 de Kubrik a pesar de hacerle varias referencias obvias. Yo diría que cuestiona los axiomas de ambas. Y diría que también hay referencias más que evidentes al "Solaris" de Tarkovsky, ya que, como en la cinta del ruso, la relación padre-hijo es el núcleo principal del drama, aunque que en Tarkovsky se cuenta al final y en "Ad Astra" al principio. En ambos casos, la moraleja creo que es: menos tecnología y más cuidarse de las relaciones humanas de calidad. Pero vamos a dejar las cuestiones del cine para otra ocasión y para los que saben más que yo, que son muchos.

"El corazón de las tinieblas" debe ser una de las novelas más influyentes en la literatura y el cine del XX y del XXI. Entre otras razones por la presencia/ausencia apabullante del personaje de Kurtz, ese tipo al que mandaron a una expedición hacia el interior y una vez allí enloqueció, se endiosó y empezó a actuar de por libre, enloqueciendo también a los que estaban a su lado. El Kurtz de Conrad es un delegado comercial que Coppola convirtió en un coronel norteamericno de la guerra en Vietnam, personaje que interpretó un Marlon Brando ya decadente, en donde apareció con la cabeza afeitada. Poco después de ver la cinta de Pitt empecé a darle vueltas a la idea de una versión catalana y nostrada de Conrad y me di cuenta de que la novela (¡oh, Dios!) ya está escrita.

Con una mata de pelo notable en vez de con la cabezota rasurada de Brando, nosotros tenemos a nuestro Kurtz.

Nuestro Kurtz, el Kurtz catalán, es un tipo que salió zumbando, temeroso de la ley, y se refugió en un país del norte, en donde o bien enloqueció o bien terminó de enloquecer por completo, un proceso que empezó mucho antes, posiblemente en la bella y florida (1) ciudad de Gerona. Una vez en los confines del mundo, el hombre se creyó un poderoso presidente de una república ilusoria y empezó a comportarse como tal. Hasta aquí, más o menos como Kurtz. (Fíjense que usa una cuenta de Tuiter llamada Krls: ¿acaso eso no prueba la influenza de Kurtz?). Se hizo con una mansión espléndida e hizo en ella lo que los aristócratas hacen con los lugares en que residen: el lugar pasa a ser considerado un palacio por el simple hecho de estar habitado por un noble. Aunque el noble viva en una chabola, la chabola se convierte en palacio por un fenómeno de contagio: las paredes que albergan al rey son, por definición y por obligación (y por la anuencia de los que son o desean ser sus súbditos) paredes reales.

Dijo Rousseau, mucho antes que Conrad y que Coppola, que el problema se origina en un tiempo muy remoto, cuando alguien proclamó: "yo soy el propietario de este pedazo de tierra". Dice Rousseau, más o menos: el problema empezó cuando los demás le creyeron y lo aceptaron en vez de darle un sopapo que le rebajase los humos. Este y no otro es el orígen de la nobleza o de la realeza: alguien dijo "yo soy el rey" y los demás acataron. El primero que dijo "yo soy el rey" era un jetas, un vivales. Y los que estaban a su alrededor, pusilánimes y con voluntad de súbditos cuando no de esclavos. Algo muy parecido sucede con el Kurtz a la catalana que nos ocupa. Nadie le soltó (cuando se estaba a tiempo) un sonoro y soberano: "¿Por qué no te callas?".

Conrad cuenta (y eso lo aprovecha Coppola) que un tiempo atrás mandaron a un emisario para ver qué sucedía en los confines en donde andaba Kurtz, pero que no se supo más de él y se temen que el emisario haya caído en su red delirante, por lo que ahora mandan a un desprevenido, ingenuo y joven Marlow (Willard en Apocalypse Now). Tengo claro quien es el primer enviado en la versión catalana: un empresario madurito de las fotocopias que fué senador por unos meses. Pero el papel de Marlow me resulta más difícil de ubicar. Hasta que, de pronto, lo descubro en la prensa. Una familia catalana, de indudable clase media (esa clase en peligro de extinción inminente y por la que los ambientalistas no sufren), se fue a la mansión del enloquecido para saludarle. Pero Kurtz no quiso salir a recibirles y se llevaron un chasco de padre y muy señor mío. Se volvieron para casa cabizbajos y un poco indignados. Parece ser que alguien les dijo que Kurtz estaba muy ocupado. ¿Ocupado en qué labor?

El misterio me lo resuelve la prensa, de nuevo: Kurtz estaba ocupado diseñando sellos. Ya está, lo tengo todo y todo encaja. La versión de Conrad a la catalana debe contener los elementos narrativos del original pero debe adaptarse a la idiosincrasia catalana: debe ser más pequeñito, más ridículo, más menestral. Menos tragedia, menos. Y más de estar por casa en pantuflas y bata de boatiné. Costumbrista, una maldad doméstica, sin metafísicas nihilistas, sin Schopenhauer, drama de tono rural con familia de pasteleros de la calle mayor de un pueblecito, terruño, virolai y misa dominical, quizás una tieta monja. Y un pobre diablo dibujando sellos de un país imaginario, ensimismado. ¿Por qué ya nadie habla de los sellos de Kurtz?. ¿Qué pasó con los sellos?.

El final de la novela de Conrad (que algunos críticos ingleses consideran el mejor final de la historia de las letras) nos presenta a un Kurtz agonizante y tumbado en la cubierta de un balandro, en donde murmura, entre delirios y fiebres terminales las palabras "El horror, el horror...". El nuestro, el Kurtz nostrat, pronunciará, sin duda: "Los sellos, los sellos...".

Resultat d'imatges de carles puigdemont segells

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(1). "Florida", en catalán, significa a la vez "floreada" y "podrida". Cada lector puede escoger la acepción preferida de esa palabra polisémica.

2 d’oct. 2019

Francisco Casavella, lectura en directo

Francisco Casavella escribió la casi infinita, inabarcable "El día del Watusi", que es difícil de clasificar. Crónica barcelonesa, crónica de una vida, del extrarradio al centro (crónica centrípeta) y a la vez del centro a la periferia (crónica centrífuga), memoria de un malandrín que alcanza a codearse con los poderosos, retrato amargo y oscuro, a veces melancólico pero muy a menudo descacharrante. De las casi mil páginas que tiene el volumen de Anagrama, he seleccionado la lectura de la 525. A ver quien adivina el porqué.

En este nuevo video me he cubierto la cabeza en respuesta (en respuesta asertiva y complaciente a la vez) a la petición de un seguidor del canal de Youtube.