24 de des. 2011

Fin de año en el puente de Borén, hacia Àrreu

Para subir hasta Àrreu desde Borén no hay carreteras. Apenas un caminito desdibujado, vertical, pedregoso. Una vez arriba sólo hay silencio y casas vacías. En algunas de ellas los vestigios y las antiguallas conviven con los desechos de vagabundos contemporáneos y fugaces. Soledad, silencio y puertas desvencijadas. Rastros de huídas, de caídas, de pérdidas tremendas. La historia de la calle única que conforma el pueblo habla de muchas cosas y de mucha miseria.


Porqué una vez abandonado a la naturaleza, Àrreu sigue escribiendo capítulos sobre nuestra miseria. La humana, que es la mía. Aquél día, en mitad del año, me senté en un viejo abrevadero para el ganado. Uno diría que el abrevadero fue originalmente una tumba. Vete a saber de qué tiempos. Donde habitó la muerte bebió la vida y luego volvió el olvido.

En un portal encuentro los trastos para afeitarse de alguien que se marchó hace poco. Pero ya están resecos y corrompidos. Hay residuos cochambrosos y signos incomprensibles pero espantosos, como avisos para el que llega. Con cuatro tristes trastos, te susurran la frase del Dante: pierda toda esperanza quien cruce este umbral.

A principios del verano subí hasta Àrreu buscando algo maravilloso. Tuve la impresión de haberlo agarrado un instante, y de que luego se me escurría de entre los dedos como un pececillo, como el agua del río donde vive el pez. Eso pasó en mitad del año que ahora termina. No sé porqué hoy estaba pensando en el puente, el caminito y el pueblo abandonado de Àrreu. Si le quitas el acento, arreu significa (en catalán) en todas partes. 


Pero no quiero estar triste. Àrreu es un templo de la tristeza, pero también del sueño. Lo que ahora está vacío se podría llenar de gritos y de jolgorio, de voces de chiquillos, fuegos, estallidos de botellas que se descorchan, alegría de piernas que se abren y de penes que quieren penetrar. La vida puede aparecer donde sea, sólo hay que cerrar los ojos, abandonarse.

Lo puedo contar más claro: en mitad del año, cuando subí a Àrreu, pensaba en ti y te quería, pero en realidad estábamos muy lejos. Me inventé que subía para buscar el santo Grial, cuando sólo te buscaba a ti. Ahora lo comprendo mejor: me marché de Àrreu pensando que no había encontrado el Grial, cuando resulta que sí lo encontré. Lo llevaba metido dentro y eras tu. Por eso ahora cuando termina el año cruzaré otro puente sobre otro río (pero el agua será la misma), y lo haré contigo. Àrreu ya está habitado.





22 de des. 2011

El perroflauta en navidad

(nota sobre el video: la sardina sobrante y que permanece en la lata será ofrecida a la Pachamama, e irá a alimentar una maceta de plantas crasas procedentes del Pirineo -en un próximo video de aparición inminente en sus pantallas)


Esta navidad no voy celebrar nada: la trataré como se trata a un lunes cualquiera, a un martes, a un miércoles de mierda. Me refiero a que no habrá ningún festejo, ninguna comilona, nada.

Escribo navidad en minúscula consciente y en la supuesta plenitud mental que me otorgo. Porqué no me da la gana la mayúscula. No para nombrar al hipotético nacimiento de un dios grotesco y judío, responsable de tantos males y tantos pesares. Un dios representado en la Tierra por un teutón que militó, de joven, en las unidades juveniles del nazismo alemán. Es el colmo, la historia. A esa casualidad la llamarían rizar el rizo en cualquier tertulia radiofónica matutina.

Excusas tengo varias, y no las voy a nombrar: sería redundante, cansino y morboso. Pero ganas tengo muchas: hace años que le tengo ganas a la navidad y apenas me atreví. Pero este año sí. Este año el día de navidad se va a joder: me voy a sentar en el sofá en cuánto me levante de la cama, y me voy a poner el dvd de una peli rusa de los tiempos soviéticos, con subtítulos. A lo mejor será La infancia de Iván, que tanto me conmueve. O quizás El espejo, porqué me da por llorar cada vez que la veo. Y cuando me entre el hambre de los humanos me voy a zampar un bocadillo de sardinas en lata marca Carrefour aliñadas con limón. Lo juro por mi madre. Y porqué además la lata ya la tengo en el armario de la cocina: caduca en febrero de 2013: sin problemas.

Es más que probable que el día de navidad sea el INEM quién me lo pague: esa será mi contribución al sosiego español, a la paz europea. Mi forma de decirle al mercado global que puede confiar en España y en sus españolitos. Por austeridad no será: les brindo una majestuosa y ejemplar austeridad.

A lo mejor va y resulta que tanta austeridad es casi miserable, y entonces alguien dirá que esa navidad es la más cristiana que ha visto jamás, y que ojalá y etcétera. A lo mejor alguien va y me cita el famoso poema de la navidad del anarquista Salvat-Papasseit, y me lo escribe con los dedos untados de aceite, pringados en los langostinos sacrificados al dios de Palestina, la bombardeada Palestina.

En cuantó el dvd se termine, creo que me quedaré dormido en el sofá. De puro aburrimiento, de tedio. Lamentaré no estar contigo, eso sí lo voy a lamentar: no poder desnudarte poco a poco o deprisa, deprisa. No poder oler tu sexo y meter mi lengua en él. Ese es el único instante en que creo que alguien supremo hizo el mundo. Y además lo hizo bien, redondo, bello, cálido.

La austeridad perrofláutica navideña expresada en euros:
Pan: 0,57 euros
Lata de sardinas: 0,97 euros
Agua: 0,02 euros
Postre y café: 0,55 euros
(precios calculados tomando como referencia la cadena Carrefour y los cánones actuales del agua).
Total: 2,11 euros

Calcule usted mismo el coste de la navidad católico-tradicional, compare y llegue a sus conclusiones, según la estrategia del pensamiento libre. Calcule el porcentaje sobre su nómina o pensión o subsidio de desempleo. Medite sobre las tradiciones, el catolicismo, la publicidad, el miedo al qué dirán y la bienaventuranza de Mateo, 5, 3: Bienaventurados los pobres... 


19 de des. 2011

No puedo escribir (Андрея Рублева, y 2)



Definitivamente: no puedo escribir sobre Andrei Rubliev. Dudo incluso de este nombre: ¿cuál sería la transcripción correcta para Андрея Рублева? Aunque ese es un problema menor, sólo para muy quisquillosos o gente muy culta. Ninguno de los dos casos no es mi caso.

No puedo escribir con tanto ruido de fondo. Mañana (mañana mismo) podrían decirme si sigo en el trabajo, o si ya no tengo que volver, muchas gracias por todo, con la que nos está cayendo debes comprenderlo, y entonces hay que coleccionar los papeles para irse al INEM.

Se trata de lo siguiente: un pintor recibe el encargo de irse a una iglesia a pintar imágenes piadosas que le den esperanzas, paz o quietud a quién allí se adentra, a rezar o a cobijarse. A los que huyen del horror. Durante dos horas muy largas, el pintor no pinta nada. No puede. Apenas un manotazo en la pared recién encalada, con la mano sucia que se estampa en el blanco como un grito oscuro. La furia y el terror están ahí.

¿Cómo se puede escribir sobre ese momento?



El pintor piensa cuál debería ser su trabajo, para quién pinta, porqué pinta. Mientras los demás lloran o son torturados, o vejados, o perseguidos. ¿De verdad puedo escribir en un blog y escribir sobre un director de cine ruso que murió hace años dejando siete cintas de celuloide?

La cinta titulada así (Andrei Rubliev) tiene un prólogo: unos individuos han construido un globo areostático que se levanta, tambaleante e impreciso, pero atañe el cielo. Aunque uno diría que ese globo se dará de bruces contra el suelo en cuanto estés confiado. Y un prólogo: un titubeante y adolescente artesano funde hierro y arranca de la tierra una campana enorme. Ahí enmedio está la historia del pintor. Ahora dejaría caer mi cabeza sobre tu hombro, como ayer, medio desnudo, en el sofá de tu casa -o en la mía. Y de repente te preguntaría:
-¿Porqué no puede dar ni una sola pincelada Andrei Rubliev?


¿Porqué este tiempo de duda y de parálisis es tan bello? No nos queda nada más que eso: ver la belleza allí donde parecía no haber nada. O sólo dolor y gritos y desesperación. No los había. No había nada de eso. Sólo había la increíble belleza constante, como los bajos continuos de Bach. La belleza que nunca cesa, nunca se detiene, nunca se va.


15 de des. 2011

Андрея Рублева (1)




El dolor, la belleza y la mierda

Llevo varios días escribiendo sobe Andrei Rubliev, la cinta que me convirtió: durante ese metraje comprendí que no estaba viendo cine. Estaba sentado en un templo. Asistía a algo que iba más allá. Me estaba pasando algo. Algo que había intuído en mis estados de duermevela adolescente.

Durante esos días he intentado escribir, pero cada dos palabras chocaba contra mi estupidez, mis limitaciones, mi perplejidad, mi incultura. Ver Andrei Rubliev es algo así como lo que les pasó a quienes escucharon La pasión según san Mateo en algún lejano siglo alemán. Lo que les pudo pasar a los devotos burgueses que escuchaban a Wagner en el diecinueve. A los romanos que contemplaron la Capilla sixtina en el quinientos. Es lo mismo pero no es lo mismo.

Porqué a Andrei Tarkovski el mundo le maltrató, y algo de ese maltrato hay aquí. Escondido y a la vez flotando en la pantalla. Hay tanto dolor como belleza. Y esa ecuación permite que yo ya no sea el mismo después de contemplarlo. Nunca más volví a ver el mundo como antes. Pero eso no se puede contar con palabras: nunca más volví a ver el mundo como antes es una frase de mierda que no cuenta nada.

Llevo varios días enfrentado a mis limitaciones pero la puñetera radio repite el nombre de un antiguo deportista de élite (lo llaman así, como queriendo darle un sentido aún más elitista a la élite), un cerdo estúpido y codicioso que llevó la camiseta del Barça.

Ese hijodeputa me distrae de Tarkovski, y eso me molesta mucho. He oído que la directiva del Barça estudiará si elimina su camiseta del museo de las celebridades. Bueno, en ese limbo del estudio debe de esconderse algún asqueroso vínculo, vete a saber cuál es. No será el melifluo Sandro quién nos revele las intimidades pecuniarias que le unen al cerdo.

Hoy, camino del trabajo, en la radio del régimen catalán escucho la abyecta tertulia mortecina de los tertulianos oficiales. El Palau de la Generalitat mantiene su vieja tradición de premiar a los conversos, a los que abrazaron la causa del poder a su debido tiempo. Voces antaño de la izquierda (incluso de la izquierda alternativa) hoy protegen al suegro del cerdo. Tienen miedo. En un país de pequeñoburgueses, vendedores de vetes i fils y empleados de La Caixa, cualquier disturbio es un contratiempo y una amenaza para su chiringuito. Una alteración en el orden superior es una pesadilla, por si mañana las ventas disminuyen. Si la recaudación disminuye, igual el señorito no se podrá ir de putas, o la señora no podrá ser tan generosa en su piadoso donativo a Santa Llúcia. Estoy viviendo en un pseudopaís decepcionantemente mierdoso. Cada día un poco más mierdoso.

Me siento impulsado a cubrirme con la manta hasta la cabeza. Darme la vuelta, pegar mi nariz contra la almohada. Pero si hago eso... ¿cómo narices podría seguir mirando el dvd de Andrei Tarkovski que me regalaste por mi cumpleaños? Prefiero seguir viendo a Rubliev, porqué verlo me lleva a sentir tu mano cuando me diste el pequeño envoltorio envuelto en papel azul cielo, y ese beso lento que vino después.

 


Quiero olvidarme del cerdo, y del suegro del cerdo. Vuelvo a mi lápiz y leo ese decepcionante, pomposo y vulgar párrafo. Vaya mierda escribí. Por culpa de las cosas, del mundo maltratador.

La catedral del cine se llama Andrei Rubliev. Sólo unas pezuñas de caballo cruzando el río ya contienen más verdad, más arte y más arte de verdad que millares de quilómetros de otros celuloides. Lo siento por Einseinstein, por Pasolini, Fellini, Visconti y demás. Las cosas fueron así. No era una cuestión de presupuesto, porqué Andrei filmó Rubliev bajo los rigores del Insituto de Cinematografía soviético. 

12 de des. 2011

Solaris

en el veinticinco aniversario de la muerte de Andrei Tarkovski





Tres instantes del agua

1. Clepsidra, clepsidra, reloj de agua. Le pusieron este nombre bello y musical, y era un reloj que medía el tiempo con un mecanismo de agua. Se usaba por la noche, cuando los relojes de sol morían de tiniebla. Parece ser que es un invento egipcio, de la época de Amenhotep. Eso es hace tres mil quinientos años.

Un reloj de agua que se parece a un reloj de arena. ¿En qué se parecen el agua y la arena? ¿Los dos avanzan en olas por la superficie del planeta? Tu vientre es más bien de agua pero tu piel tiene el color de la arena.

No se si será culpa del cine, pero solemos imaginar un Egipto de arena y dunas, amarillo y polvoriento. Sin embargo era un país de agua. El país era un río, y del agua salían los feroces cocodrilos, pero también el agua anidaba toda la vida. Sus inundaciones garantizaban la cosecha y en torno a ellas se organizaron los ciclos, los ritos. Los faraones difuntos disponían de un navío para después, y hay dioses que son aves zancudas, de la ribera. Los amantes se citaban en la orilla o entre los juncos y la planta del papiro, y allí debían de prometerse amor, y luego se libraban al deseo.

Las grandes piedras viajaban desde las canteras hasta los templos y las pirámides. Enormes masas de roca arenisca o de granito flotaban en el relámpago del sol sobre el agua. La roca se transformaba en escultura de dios navegando el río enorme.

Hace poco tu y yo nos bañamos en unas aguas termales con olor a azufre. Ese azufre fué una roca, y sin embargo nadamos en ella. Y tu vientre dorado flotaba entre los vapores.



2. Me encontré un reloj de agua. Eso me pasó una tarde, cuando iba a visitar una antigua ermita oculta entre la vegetación, más arriba del Santuario de Santa Maria de Talló y en dirección a Santa Magdalena. El sol se desplomaba. Dirías que el Sol chocaría contra la Tierra, que ese momento era el fin.

Yo andaba tan aprisa como podía, para llegar antes que la noche. Pero eso sucedía después de una jornada de trabajo, y mis pasos no eran tan enérgicos como quería. Quizás fue por esa lentitud que me fijé en el pequeño reloj. Delicado, frágil, imposible. A un lado del caminito, silencioso y casi tímido. Recuerdo que me arrodillé ante él con la excusa de sacar una foto.

3. Solaris es una narración sobre el deseo sobre un fondo de agua. Deseos, terrores y agua están estrechamente vinculados en las ideas y las imágenes de Freud y de Jung. El agua profunda es la madre y a la vez el subconsciente, el territorio infinito. En su negrura profunda nos sumergimos en sueños, y por eso despertamos húmedos de las pesadillas pero también de los sueños eróticos. En el orgasmo, nuestro cuerpo busca la licuefacción. Quizás lo que más tememos es aquéllo que más deseamos, y no nos atrevemos: eso dice Freud en el análisis de un cuento de E.T.A. Hoffmann, El hombre de la arena.

Los personajes de Solaris flotan sobre un mar infinito y esférico que está en sus sueños. Pero sospechan que ellos son tan sólo un sueño del mar, un pequeño e imperfecto sueño que ha tomado forma humana. Al fin y al cabo eso no es nada sorprendente: a nosotros también nos soñó el mar original, y algún día volveremos, despiertos pero soñando, hacia su vientre lleno de deseo. La próxima vez que hagamos el amor te voy a proponer la bañera.

Solaris aparece de nuevo en el firmamento cinefílico de la mano de Lars von Trier, aunque esta vez se llama Melancholia.


6 de des. 2011

зеркало

en el veinticinco aniversario de la muerte de Andrei Tarkovski




A finales de enero cruzó el espejo y se fué para el otro lado. Creo que llegó hasta la orilla del mar, se sentó en la playa y sigue allí. Pero en realidad no lo se, sólo lo supongo.

31 de enero de 2011 es la fecha en que murió mi madre. Hija de emigrantes y huérfana de padre a los tres añitos, por la guerra de los fascistas. Desde esa fecha sé más cosas. Aunque sé pocas cosas, sé más cosas de las que sabía hasta el día 31 de enero a las cuatro de la tarde. A partir de las cinco y pico empecé a conocer más. Ahora ya se que la muerte no existe.

Existe la luz. Existe el baile de la verbena de San Juan, en un lejano mes de junio de mil novecientos cincuenta y seis. Existen las carreteras y los relojes, pero la muerte no. Existe mi hermano, que vive arriba de una montaña rodeado de aire, lleno de aire. Existen estos fogones en donde me cocino la cena, y a veces te cocino la cena a ti también. Pero no existen ni el dolor ni la tiniebla. Tengo aquélla fotografía en que Roser toma el sol con una compañera de trabajo en el balcón de los estudios de animación, cerca de la plaza de los Quince, en mitad del Paseo de Maragall. Mil novecientos cincuenta y ocho.


Sí existe la niebla, pero siempre se termina bruscamente en mitad del camino hacia tu casa. Y entonces me abrazas: ese abrazo sí existe, y tu me preguntas: -Te sientes triste todavía? Van a ser unas fechas raras para tí, decías. Y yo metía más honda mi cara en tu pecho. Eso también es de verdad.

Existen las tardes en tu cama. Y a veces en la mía. Existe ese melocotón de fuego que desciende hacia la izquierda de la enredadera, entre las hojas de la vid que plantó tu padre, o igual tu abuelo (pero yo diría que fue tu padre).

Existen las sábanas blancas de tu cama. Y existe la luz grávida, lenta y antigua que se posa en ellas. Siento que es de verdad que nos amamos cuando de repente, en un recodo del camino y sin decir nada, nos abrazamos más fuerte. Es así como el soplo de aire frío que salía del bosque pasa y casi no nos enteramos.

Todo eso existe, pero la muerte no. Sólo hay vida bajo el sol. La muerte no.


Nota: el video que encabeza el post es una réplica, un plagio o un homenaje (cada uno puede elegir su preferencia) de Andy Goldsworthy, un tremedo artista del llamado landart.

1 de des. 2011

Offret

en el veinticinco aniversario de la muerte de Andrei Tarkovski



Amor mío:

Te escribo para contarte banalidades, ya lo se. Aunque a mi me parezcan cosas importantes, sólo son importantes para mi. Desde hace unos días el sol sale por el oeste y se pone en el este.

Las mañanas son noches. Cuando me levanto la luz se oscurece y se va, y siempre llego demasiado fatigado al final del día, cuando debería levantarse una aurora que ya no veo. Toda la jornada transcurre en un deseo nocturno de ti. Durante las horas visito las imágenes de ti. Sueño que estás conmigo, que nos paseamos por la arena blanca. En el principio del sueño, beso tu pie derecho mientras una gaviota se mete en la casa por el balcón abierto de par en par. El pájaro chilla y luego se vuelve al cielo, tu y yo nos reímos. Luego cogemos un tren, tu pierdes tu monedero, yo lo encuentro y te lo devuelvo. Hay luces y oscuridades: deben de ser los túneles. Al fin sólo recuerdo tu sonrisa blanca en tus labios rosas y blandos.

La radio de noche, ya se sabe: cuenta desastres y amenazas, anuncia catástrofes sin fin. Mercados, primas de riesgo, el paro, el consejero de Sanidad, el presidente electo y fascistoide con su zafia sonrisa de niño privilegiado. Apocalipsis en miniatura. La oigo, más no la escucho. Es un remoto eco de voces que al fin termina por parecerse al zumbido de un avión de guerra. Me cubro los oídos con las manos, cierro los ojos, junto las piernas y siento mi sexo pequeño y fláccido, presionado entre los muslos.

Si no fuese porqué deseo tu cuerpo más que nada en el mundo pensaría de mi que estoy aniquilado. Vencido por la iniquidad. Pero está tu cuerpo: tu cuerpo que tiene algo de bruja. Ni bruja buena ni bruja mala: bruja tan sólo.

Hoy he visitado el árbol seco que crece cerca de aquí.

Voy a quemar esta casa por ti, y así llegaré hasta tu cuerpo.