29 de maig 2021

Pere Aragonès, lector de Paulo Coelho


El President dice, tras su primera reunión de consejeros, que se ha propuesto trabajar para la felicidad del pueblo catalán. ¡La felicidad nada más y nada menos! Algunos nos conformábamos con el bienestar, que parece un valor algo más concreto y evaluable, ya que se puede medir con índices racionales: la calidad de los servicios públicos es un indicativo mesurable, aunque no el único: los índices de pobreza, de hambre, de atención a la infancia vulnerable, de acceso a la vivienda digna, el abandono escolar, el salario digno... tenemos muchas cosas en que fijarnos sin llegar a la cosa borrosa de la felicidad. Y Cataluña no está, que digamos, en muy buena posición en esos conceptos.

Si no ando mal de memoria, algunos países nórdicos se propusieron algo similar a Aragonès, e incluso llegaron a establecer indicadores de felicidad para sustituir al PIB, demasiado prosaico. Es posible que los nórdicos contratasen los servicios de Paulo Coelho (en castellano, Conejo), como sin duda hará el señor Aragonès.

Me gustaría preguntar ¿que es la felicidad? pero no me atrevo. La verdad es que yo jamás me he planteado si soy o he sido feliz alguna vez. Quizás porque me temo la respuesta, quizás porque soy incapaz de definir felicidad por mi mismo. Visto lo visto, tampoco pienso que la infancia sea la etapa feliz de la vida. Tan solo creer que existe una etapa feliz en la vida, se me aparece el espectro de Schopenhauer y me señala con el índice, murmurando algo en alemán, un idioma que, por fortuna mía, no comprendo. La infancia tampoco es una etapa despreocupada: las preocupaciones son otras, pero no menores que las de un adulto.

Lo que me pregunto en realidad, pues, es qué diablos debe ser la felicidad para Pere Aragonès. Y más inquietante es la pregunta cuando no nos referimos a la felicidad de una persona si no a la de un pueblo, ese concepto vaporoso que tanto les gusta a los políticos nacionalistas cuando intentan hablarle a la ciudadanía, que es concepto más ilustrado que pueblo. Le voy a responder con sinceridad y calma al señor Aragonès: no quiero que se interese ni trabaje por mi felicidad, aunque le agradezco el gesto. Mi felicidad (algo que no se definir), así como mi placer y mis endorfinas, son cosas mías y no me emociona mucho que el señor Aragonès se inmiscuya en mis intimidades, la verdad. Con todo el respeto pero... al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Y usted, señor, no es ni Dios ni tampoco el César: usted es un funcionario interino del estado que está ahí para mejorar el bienestar de la ciudadanía, entendiendo por ciudadanía la totalidad de los censados en la región catalana. E incluso de los no censados en ella.

A mi me haría un poco feliz que los políticos que ocupan cargos públicos dejasen de leer a Paulo Coelho, principalmente porque es un escritor pésimo y, como gurú, un patán. Preferiría que leyesen por ejemplo a Habermas, por citar a un solo pensador.

De todos modos, y ya puesto... señor Aragonès... si usted leyese o leyera este artículo... ¿me podría definir con pocas palabras el concepto felicidad? ¿Sería capaz de definirla sin usar la palabra república en su definición? Si me responde, que sepa que me habrá hecho un poco feliz. O por lo menos un poco menos infeliz. Y así, por lo menos, ya tendrá a un catalán medio feliz: algo es algo.

28 de maig 2021

La escuela, los resultados y los milagros


Unos pocos años atrás, un periódico de Barcelona presentó un publireportaje de tema educativo que tituló "Milagro en Hospitalet". Hablo de publireportaje porque tras ver algunos extremos, no estoy muy seguro de que los datos que se contaban estuviesen lo bastante contrastados: sospecho que hay una tentación literaria, de la literatura de ficción. En cualquier caso, se planteaba el resultado magnífico del alumnado en las pruebas de competencias básicas que se deben pasar en el sexto curso de primaria, al final de la etapa. Y luego se contaba: se trata de un alumnado procedente de decenas de nacionalidades, de extracción social muy baja, en un barrio muy pobre, de gran vulnerabilidad. Si uno se cree los números que se expusieron, la tentación del milagro es comprensible.

Después del reportaje del periódico vinieron un par de años durante los cuales se habló mucho del modelo de escuela denominado "comunidad de aprendizaje", vagamente inspirado en las ideas de Paulo Freire y en las escuelas que nacieron en las aldeas brasileñas. El modelo no ha triunfado en Europa, aunque hay centros públicos y privados que, en mayor o menor medida, aplican las metodologías propias de esta pedagogía. A día de hoy, mi impresión personal es que los datos sobre resultados que presentan estas escuelas me producen muchas dudas y de que, en general, hay algo opaco o incluso sectario en ellas.

No creo que debamos aspirar al milagro cuando afrontamos los problemas y los déficits de la escuela pública. Ni que debamos recurrir a experimentos que, vestidos de ciencia, huelen más bien a cientifismo y a devoción por los resultados: el resultadismo es una religión que favorece la falsificación de los datos con su propia existencia.

Cuento todo eso ya que hace un par de días visité una escuela suburbial que, sin llenarse la boca de ciencia, sin ofrecer resultados milagrosos y sin protagonizar publireportajes (aunque podría), lleva una labor que me parece más interesante, más humana y más humanista. La calle que pueden ver en la foto de la cabecera está en las inmediaciones del centro y con eso está todo contado. Se trata de una de esas calles en las que los arquitectos no han puesto jamás su divino pie ni sabrían por donde empezar: mucho mejor construir chalés inspirados en la Bauhaus y en bellos rincones de la costa salvaje.

Hace apenas diez años, esta escuela vivía (languidecía) anclada en una vía muerta del tiempo, y cuando la vi entonces uno echaba de menos el crucifijo custodiado por la foto de José Antonio y la del Caudillo, ya que todo lo demás nos remitía a los años cuarenta, a su sordidez, su tiniebla y su desamparo. Las escuelas de los barrios pobres habían quedado arrinconadas en la nada y el olvido flagrante y vergonzoso, aún habiendo transcurrido tres décadas de democracia y estado de las autonomías.

Hoy las aulas están llenas de luz y desaparecieron para siempre los pupitres verdes en donde se sometía a la pena de seis horas diarias de agachar la cabeza a los niños y las niñas de ese barrio en el que Dios no se fijó jamás. Los resultados nos interesan poco, me cuentan. Quizás eso habría que hablarlo más, pero que esos niños y esas niñas tengan unas horas al día de aulas espaciosas, alegres, coloridas y agradables no es nada malo, supongo que en eso estamos de acuerdo. Que en nombre de los resultados no nos sometan a la vieja tiranía, de nuevo. El debate es largo, profundo y puede dar vértigo. A pesar de mis dudas, que alguien se atreva a decir que no le interesan tanto los resultados como el bienestar de las personas me llena de paz y de alegría, de una alegría sencilla pero profunda.

"¿Y como habéis conseguido esa transformación tan grande?" pregunta uno de los que vienen conmigo a visitar la escuela. "Nos lo hemos creído", le responden. No se trata de una creencia en milagros, nada más lejos que el milagro aquí, en donde ni los arquitectos ni Dios se pararon un solo instante.

A día de hoy, escuelas de niños ricos invierten millones en parecerse a esta escuela de pobres adonde he visto entrar a niños sin zapatos y con el estómago tan vacío como la negrura del cosmos. Para uno, de talante pesimista como yo en el devenir de la historia de la humanidad, esta escuela es un oasis a partir del cual se puede pensar. Quizás algunas cosas las hacemos bien. A pesar de todo y contra casi todo. En esa España que se debate sin cesar entre la nostalgia de la tiniebla y la esperanza de la luz. Venimos del horror pero tendemos al bien, me murmuro al oído, luego, ya solo, por el camino de vuelta.



26 de maig 2021

¿Indulto?

Cuando una propuesta política no gusta a ninguno de los extremos, el instinto nos dice que es una buena medida. Quizás este axioma solo nos sirva a los socialdemócratas y a los moderados en general, lo se.

Estoy hablando de indultar a los presos por el atentado gravísimo a la democracia de octubre de 2017 perpetrado en el parlamento catalán. A los más enardecidos nacionalistas el indulto no les gusta, ya que ellos exigen la amnistía, aún sabiendo que es imposible. A la versión más cañí del españolismo, el indulto tampoco le gusta y lo recurrirá con todas sus fuerzas. Por desgracia, pugnarán en los juzgados para sacar un puñado de votos, al más puro estilo populista e imitando, sin quererlo, a quienes pretenden mantener en prisión. El Partido Popular siempre naufragó en inteligencia cuando abordó el asunto, y las pruebas están en las urnas. Mal que les pese a los populares, Sánchez supo como se desmonta al engaño independentista: se le desmonta con democracia y luego más democracia.

Sánchez siempre les tuvo la medida tomada a los nacionalistas catalanes y sabe como se les desactiva: si fuesen una bomba (que no lo son pero les gustaría), Sánchez sabría como anular la espoleta. Al fin y al cabo, los secesionistas no tienen otra opción racional que aceptar su fracaso en todos los frentes: sus líderes juzgados y condenados, su república duró 8 segundos, el líder huyó en el maletero de un coche, perdieron 700.000 votos en las últimas elecciones regionales y ya no convocan a casi nadie cuando todavía tienen el cuajo de convocarles. En cualquier lugar del mundo eso es una derrota sin paliativos. 

Y el indulto funcionará en ese sentido. Con que solo uno de los presos acepte el indulto, el relato del estado opresor que tantos frutos electorales da entre la parroquia indepe se habrá extinguido.  Quizás el señor Cuixart no pida el indulto y lo rechace con grandes aspavientos retóricos, pero ya lo veremos. Quizás lo aceptará de una forma oblicua o metafórica. O con el estilo de los iluminados por el rayo divino que suele usar en sus alocuciones.

En cualquier caso, lo que suceda tras la oferta del indulto es el declive del imperio independentista. Mutilada una parte muy relevante de su relato (de su cuento chino), les quedarán muy pocos argumentos y deberán ingeniarse una camama nueva, empresa nada fácil porque el agotamiento conceptual es tremebundo. El victimismo, tan cansino, habrá perdido fuelle.

Tan solo la contemplación (en pantuflas y con palomitas) de las discusiones entre los políticos independentistas por quien pide y quien rechaza el indulto ya será un espectáculo digno. A ver como nos lo cuenta la Tv3. No se olviden de que los seguidores de Puigdemont se plantaron ante la sede de ERC hace pocos días para gritar a pleno pulmón: Junqueras, traidor, púdrete en la prisión (en catalán rima: Junqueras, traïdor, podreix-te a la presó). Tampoco se olviden de que Rull y Turull abandonaron el PDECAT y se pasaron a Junts cuando el primero dejó de ingresarles 7.000 euros mensuales (¡siete mil al mes!), aduciendo que sus arcas están secas. Así están las cosas entre los socios de gobierno.

A veces, el poder se demuestra siendo magnánimo con quien fue despótico, autoritario y altanero. Siendo democrático con quien fue antidemocrático. Esa actitud funciona bien incluso con los alumnos más insurrectos del aula, con los más provocadores. Eso sí, en todos los casos se les debe recordar que existen las líneas rojas en cualquier democracia, y quizás por eso la inhabilitación para ejercer cargos públicos debe mantenerse.

25 de maig 2021

Aquí vive alguien o algo nacionalista


Se llega a este pueblecino tras tomar una carretera secundaria en el cruce inesperado y peligroso en medio de una curva de otra carretera secundaria. Quizás estamos en una carretera terciaria, si se puede nombrar así a esa pista sinuosa y melancólica. Estoy en la Cataluña interior y hay algo lúgubre en el cielo gris plata, tan triste como la plata que no supo ser oro y se quedó en gris. La senda transcurre durante algunos quilómetros entre un bosque de encinas muy jóvenes que delatan el incendio de hace veinte años. Esos arbolillos los replantó la Diputación, y dentro de ochenta años volverán a ser el bosque que fueron. A día de hoy, el aliento de la tristeza y las cenizas todavía revolotea en el aire súbitamente enfriado de una tarde de domingo. El cielo se ensombrece, los pájaros se han callado. Llevo muchos quilómetros sin ver a nadie.

Y entonces, de repente, una bandera de guerra.

La carretera es muy estrecha y sin pintura. En la entrada del pueblo, una bandera agresiva (rojo, amarillo, azul, blanco) recibe al visitante accidental. No eres bien recibido, me murmura el pedazo de tela raída, decolorada y rasgada por las dentelladas del tiempo, que se agita y se marchita. El corazón del viajero se encoje dentro del coche, que es un Dacia barato, de pobre: el coche llega resoplando tras la larga cuesta.

En la explanada ante la ermita de Santa Cecilia, el anuncio del cierzo. No hay nadie y el silencio es más aterrador que pacífico. La muerte vive aquí sin percibir el oxímoron. En el cementerio leo apellidos de quienes reposan para siempre y se me encoje el alma: Puigginestós, Girbau, Ubals, Genescà. Creo haber llegado a otra dimensión, peor y más violenta. Hay algo antiguo, peligroso y agresivo en esos apellidos. Ese es un pensamiento absurdo, me digo para consolarme: están muertos y los muertos son inofensivos. O deberían serlo. Pero puede que los muertos muy nacionalistas sean peligrosos incluso después de muertos: si el nacionalismo es la muerte, un muerto muy nacionalista vive para matarnos. Luego me digo: la muerte es la muerte, sin excepciones patrióticas. Y entonces por fin me calmo.

En la salida del pueblo, sin embargo, me espera otro susto. Con un escalofrío me detengo ante una verja. Tras ella hay un viejo columpio infantil en el que está sentada una mujer mutilada. Quizás debería calmarme comprobar que se trata de una muñeca de plástico, de dimensiones realistas. Mutilar a una muñeca no debe de ser un crimen. Faltaría más. Pero es un una advertencia rústica, difusa y enfermiza. Y concreta. Aquí vive alguien o algo que no quiero conocer. Me quiero ir cuanto antes. Rezo para que el motor del Dacia arranque sin demora, que no se le ocurra ahora al coche rumano una de esas averías de coche de pobre.

Algunos minutos más tarde entro en otro pueblo. Hay personas andando por las calles y una cafetería con una terracita fabulosa. Suena una canción de Joaquín Sabina en los altavoces y luego otra de Los Héroes del Silencio. Aunque hay banderas de guerra en las rotondas, un aire de dulce decadencia rellena las calles entre las viejas mansiones de los señoritos que se hicieron chalés para los veranos de hace cien años y hoy sus nietos permiten, sin rechistar, que  rompan los cristales de sus viejos invernaderos como quien permite que se le rompa la memoria mientras cuelga un selfie en el Instagram, ausente y como perdido, con un whisky barato apretado entre las manos para intentar retener un tiempo que se fue.

23 de maig 2021

Pedro Subercaseux pintó a Diego de Almagro


Pasé un tiempo investigando la figura de Diego de Almagro, el hombre que quiso conquistar Chile y terminó muerto a manos de Francisco Pizarro, quien antes fue su buen amigo. Los conquistadores y sus hechos, hazañas y heroicidades me importan más bien poco. Si me fijé en Diego de Almagro es porque en él todo es desastre, mala suerte, enfermedad e infortunio. No hay conquistador más desdichado que ese hombre, nacido en Almagro y muerto en Cuzco, al garrote vil, tras perder contra Pizarro una de las primeras guerras civiles españolas. Uno diría que España exportó conquistadores e importó guerras civiles.

¿Qué debe de ser lo que me atrae tanto de Diego de Almagro? Bueno, pues a decir verdad, casi todo. Hijo ilegítimo, pendenciero, tuerto, feo, rencoroso, avaricioso, mangante, liante, codicioso… Diego de Almagro compone un fresco sobre la naturaleza humana que pocos pueden igualar. Envidia de muchos. Sin embargo, Almagro me parece cercano aún sin compartir todas sus debilidades. Almagro suspendió en cuantas empresas se propuso. Diego de Almagro es la antítesis del emprendedor, lo más opuesto al éxito, el hermano íntimo del fracaso. El más humano de todos quienes se fueron a América para hacerse ricos y poderosos. Quizás exagero en eso: digamos que Almagro es el paradigma de los que fracasaron, que debieron ser muchos.

La conquista de Chile en el intento de Almagro empezó mal y terminó peor. Diego se perdió por el desierto de Atacama, durmió bajo la sombra de los tamarugos. Creo que Werner Herzog podría hacer una gran película sobre Diego de Almagro, que tiene algo de Fitzcarraldo y de Aguirre a la vez.

Así pues, investigando sobre el conquistador, di con las pinturas simbolistas e idealizadas que hizo de él un pintor chileno llamado Pedro Subercaseux a principios del siglo XX. Detallista y muy colorista, Subercaseux pinta a Almagro tuerto, y es el único retratista de Almagro que recoge esa característica suya. Si uno se fija bien en el cuadro titulado “Almagro llega al Valle del Copiapó”, descubre que al héroe le falta el ojo derecho. Me puse a buscar la obra de Subercaseux, pero caí en la tentación de fijarme en su biografía. Las tentaciones están por algo, y ese algo es la atracción del abismo.

Pedro Subercaseux se casó joven pero luego se hizo monje. Abandonó el matrimonio y la vida mundana y se metió en la vida monacal, que le deja más tiempo libre a uno. Hay fotografías de él, todavía bastante joven y apuesto, vestido con el hábito de monje. Es curioso de veras: Subercaseux es uno de los primeros dibujantes de cómic de la historia. Creó al personaje de Federico von Pilsener, tipo alemán y regordete que anda en compañía de un perro salchicha llamado Dudelsackpfeifergeselle. A Federico le mandan a Chile para investigar las tradiciones y las cosas chilenas, motivo que a Subercaseux le permite reírse de los estereotipos alemanes y de los chilenos a la vez, en una bella carambola. Subercaseux firmó sus cómics con el pseudónimo de Lustig para enmascarar esa faceta suya, que debió considerar inferior a su labor como pintor de los grandes momentos fundacionales del estado de Chile.

Sus pinturas son tan grandes como impresionantes, aunque hay algo en ellas de la estética del cómic. Subercaseux es un pop antes del pop, demasiado vibrante en el color y demasiado amanerado en el gesto. Convierte en epopeya tecnicolor las desgracias de Almagro y sus desdichados seguidores. Pero eso debe de ser un mérito. Todos pretendemos recuerdos en tecnicolor.

Lo mismo le sucedió a una antepasada mía que se marchó a la Argentina en los felices 20. De ella conservo una fotografía en sepia. Está sonriente, esplendorosa, curvosa y muy maquillada. E inevitablemente deseable. Mi familia jamás me quiso contar cómo terminó esa mujer su aventura allende los mares, pero yo sé que fue una conocida prostituta del Río de la Plata, codiciada por españoles ricos y luego por argentinos de media clase y más tarde quién sabe. Si el monje Subercaseux la hubiese pintado, lo habría hecho con amarillo limón, rosa fucsia y malvas muy subidos. Y azul de Prusia. Con toques dorados en algunos ángulos.






20 de maig 2021

Pere Aragonès en San Adrián


Hace ya algunos veranos, durante un verano de cuando gobernaba Aznar, vinieron a Barcelona una pareja de italianos. A algunos amigos nos pidieron que les organizáramos unas rutas por la ciudad. Alguien les paseó por el Barrio Gótico, otro por el Raval. Cuando vieron el mítico Barrio Chino demolido por la excavadoras se exclamaron: En Italia tuvieron que venir los cañones alemanes y los bombarderos yanquis para destruir nuestros barrios... ¡Vosotros os destruís a vosotros mismos!

Yo les llevé a la Verneda, San Adrián y los márgenes del Besós. Me lo agradecieron, y me admitieron que, de no haber visto aquella Barcelona de los bloques, el postbarraquismo y la pobreza, se habrían marchado con la idea de que Barcelona era una bella reliquia burguesa con rincones medievales y modernistas, algo que más bien les hastiaba. No les pasó por alto que en la Verneda y el Besós nadie hablaba catalán. En el resto de la ciudad, debe señalarse, el catalán tampoco era fácil de escuchar.

Siempre pensé que Barcelona se explica por sus límites, esos bloques ciclópeos, sus calles anchas con plazoletas, las terrazas y los chavalillos haciendo caballitos con sus motocicletas. Los italianos me contaron: ese barrio que aquí llamáis la Verneda existe en la periferia de todas las ciudades italianas: está en los límites de Milán, de Roma, de Nápoles. Incluso la bella Venecia tiene barrios como este mucho más extensos y populosos que la ridícula, decadente y pútrida ciudad de los canales y los turistas.

Antes de volverse a su país, tuvimos un último encuentro con los italianos. Entre las conclusiones que se llevaban había una que me interesó mucho. Viendo a la gente y las calles, uno no comprende como puede gobernar un tipo como Aznar, tan distinto a todo lo que hemos visto, dijeron.

Es decir: ¿los políticos representan verdaderamente a sus ciudadanos? Sin querer hacer un tratado sobre democracia representativa, es obvio que algo falla.

Lo cuento a propósito de Pere Aragonès, Laura Borràs, Josep Torrent, Elsa Artadi, Ramón Tremosa, Jordi Canadell, Damià Calvet, etc. Ninguno de ellos se parece a ningún conocido mío. A ninguno de mis alumnos, a ninguno de mis compañeros de trabajo. Ninguno de ellos habla mi lenguaje, ni le interesan las mismas cosas. Creo que me resultaría difícil (no impossible) encontrar espacios de encuentro. Quizás a Borràs y a mi nos gusta Borges, quizás Aragonès y yo compartimos la música de Max Richter o la Pasión según San Mateo. Me resulta muy difícil imaginarlo. E incluso así creo que entendemos cosas completamente distintas de Borges y de Bach, como si fuesen otro Borges y otro Bach.

Viendo a esos políticos que dicen hablar en mi nombre, interpretar mis deseos y mis aspiraciones, que dicen ser portavoces de un pueblo del que jamás me he sentido parte, me quedo atónito y pienso en los italianos que no comprendían como podía ser Aznar el representante de aquellos barrios del Besós. Creo que algo se ha roto en Cataluña, y esos políticos no han venido a recoser: lo que llevan en las manos son tijeras, cuchillos y demás herramientas de rasgar y romper. Tengo la impresión de que todos lucen uñas y dientes largos.

Sin embargo, esos son los representantes. Tras treinta años de nacionalismo e inmoralidad, eso es Cataluña hoy. Cada vez más lejos, más pequeña. Hay días en los que me temo que ya no volveré a ver una Cataluña de todos y para todos y me pasearé por mi propio país como un extranjero que no comprende. Quizás siempre he sido un extranjero aquí.

Aunque quizás Aragonès tampoco comprende nada. Del mismo modo que le ignoran en San Adrián, él desconoce San Adrián, la Verneda y el Besós. Su patria no es mi patria y, sin embargo, habla por mi y de un pueblo que no es el mío. ¿En qué lenguaje y de qué y para quien habla Pere Aragonès? Cuando Aragonès dice pueblo catalán ¿habla de Badia, de Cerdanyola, de Hospitalet, de Viladecans, de Llefià, de Barberà, de Santa Coloma, de San Adrián, de Castelldefels, de Terrassa, de Sabadell Sur, de Can Puiggener, de Can Serra, de Gavà, del barrio de Cerdanyola de Mataró? ¿De qué pueblo habla Aragonès? ¿Habla por los hijos y los nietos de los que vinieron con maletas de cuerdas a servir en Sant Gervasi? ¿Habla por los hijos y los nietos de quienes hicieron del textil catalán la industria que peor pagaba a sus trabajadores y por eso se hizo tan rica? ¿De qué narices hablas, Pere? 

Pere: ¿no crees que ya basta y que llegó la hora de reconstruir el paisaje tras la batalla perdida?


15 de maig 2021

Las flores


Entro en el vacunatorio. Hay un silencio serio, casi litúrgico. Por un instante creo haber entrado en un tanatorio, para visitar a un muerto desconocido. Sin embargo, el personal que atiende es afable y sonríe a pesar de su visible cansancio. Son las 9 y pico de la mañana y el aire todavía es fresco. El hombre que está delante de mi intenta ser dicharachero con la enfermera. Un cincuentón deportista y vagamente seductor. Cuando ella le pregunta por las alergias medicamentosas y todo eso, él responde con cierta arrogancia:

-Estoy sano como una rosa.

Me acuerdo entonces de las flores marchitadas en los cementerios, y en el extraño horror que me producen las de plástico. En el mercadillo de los jueves hay una parada de flores de plástico y suele haber gitanas comprando claveles, geranios y narcisos falsos. Las flores son bonitas porque son efímeras, y su imitación con polímeros es monstruosa porque es casi eterna. Las flores de plástico en los cementerios, sin embargo, me despiertan compasión. Nos desvivimos por engañar a la muerte y la muerte se ríe de nuestro empeño con el plástico de colores en los cementerios.

No he vuelto al cementerio en donde está mi madre, con su prótesis de cadera de metal imperecedero. Y a veces pienso que quizás eso sea una dejadez, incluso un desprecio del que alguien me acusará. Me exculpo diciéndome que cada uno recuerda a los suyos como puede, a su manera. La foto de arriba, por consiguiente, la recibí de un pariente que acude a veces y barre la losa. A mi padre, que jamás tuvo ninguna propiedad sobre la Tierra, se le ocurrió comprarse esa tumba bajo ella. Hizo esgrafiar la bandera catalana en el granito: cuando me entierren estaré bajo una piedra con un sello nacional para impedir mi regreso. Mi tumba será catalana por los siglos. Yo, que siempre me sentí extranjero en todas partes, charnego internacional malgré mis apellidos, que solo son una anécdota muy escasa.

El cementerio en donde está mi madre se acerca unas veces y se aleja otras. No hace mucho tiempo, caminando por un bosque, descubrí el sendero que lleva hacia abajo, hacia el cementerio tras los pinos exsangües. Lo soslayé y seguí por el camino hacia arriba. Pero pude ver las comitivas de coches serios, negros y alemanes que avanzaban a paso lento por la carretera que solo lleva a los nichos, con esa solemnidad estricta que desprende la lentitud de un Mercedes Benz. A veces, en un mal momento, se me ocurre imaginar el aspecto que debe tener ahora mi madre, tras diez años bajo el granito. Tengo mis estrategias para ahuyentar esas ideas negras y basta con salir al balcón y mirar los cuerpos que andan arriba y abajo, atareados en sus cuitas.

A veces, el cementerio en donde está mi madre se me aparece como un lugar remoto, a miles de quilómetros de aquí.

Ahora, cuando llega el calor y la gente muestra brazos y piernas rosadas, me es muy fácil quitarme de los pensamientos lúgubres. En el portal de enfrente, su arquitectura ofrece un escondrijo para parejas de amantes jovencitos que se acurrucan para besuquearse, hablar bajito i tomarse de las manos. Con eso me basta. Cuarenta años atrás yo también buscaba portales íntimos y por entonces me importaban un bledo las vacunas y los cementerios.

14 de maig 2021

CATALUÑA Y TABARNIA, O ISRAEL Y PALESTINA

La madre de los conflictos presentes. En el conflicto entre Israel y Palestina están los elementos de los demás conflictos en los que la identidad y el territorio, la codicia y la crueldad compiten por llevarse el premio. Como en tiempos medievales, pero en el siglo XXI.

Quizás no sea casualidad que la derecha nacionalista catalana siempre le haya puesto ojitos a Israel: ahí está Pilar Rahola, por ejemplo, que de desvive por elogiar al estado israelita y no duda en presentarse como martillo de musulmanes, herejes y botiflers. Artur Mas y su gobierno de los Más mejores tuvieron buena relación con la derecha nacionalista de Israel, y se proponían imitarles aunque no sepamos muy bien en qué sentido. Por otra parte tenemos a nuestra izquierda acrítica, algo paternalista y generalmente desnortada, que se propone ayudar a los palestinos. La izquierda se muestra partidaria comprensiva de su causa o les manda algún dinerillo, sin pasarse, claro, y algún que otro cooperante de vez en cuando. La comunidad europea se calla y los EUA de Biden siguen en la línea de Trump, pensando, sin duda, que en boca cerrada no entran moscas.

Entre las propuestas que hay sobre la mesa, en el caso israelí-palestino, está la idea de crear dos estados. Del mismo modo, no falta quien, en Cataluña, está por la opción Tabarnia, que se mueve en el filo entre la broma y lo serio sin saber de qué lado se cae. Reconozco que, como broma, Tabarnia es ocurrente porque confronta a los nacionalistas o, dicho de otro modo, les obliga a probar su propia medicina. Por eso les duele y Tabarnia no les hace ni pizca de gracia ni tan solo a los más graciosos de la república mediática de Tv3.

La idea de partir Cataluña en dos, con una mitad independiente y otra adscrita como región autónoma de España, crea grandes dudas si uno se sale del registro bromista: ¿qué pasaría con los ciudadanos unionistas que caerían en la parte independiente? Y lo mismo alrevés, claro: la idea de Tabarnia es una forma de prolongar el conflicto o incluso de agravarlo, o de hacerlo más dramático. Imagínense el asunto de las fronteras, el embrollo comercial, las familias partidas por una línea absurda. Y el tráfico de trabajadores que, del lado independiente y pobre, quisieran trabajar en el lado español, formado por casi toda la provincia de Barcelona y gran parte de la de Tarragona. La Cataluña independiente según el modelo Tabarnia es la Cataluña rural, la que ofrece pocas oportunidades laborales. No lo descarten: hay más días que longanizas y todo puede pasar.

En Canadá (por lo de Québec), las autoridades canadienses amenazaron con tabarnias infinitas y los independentistas quebequeses se dieron cuenta del dislate en el que se metían. Percibieron que sus ansias separatistas les iban a meter en un atolladero y, por consiguiente, lo dejaron para otro día. Los canadienses son gente sensata.

Por cierto, y siguiendo con el excurso canadiense: a día de hoy, Québec, que fue la región más próspera del país, se ha empobrecido y ya pinta poco en la economía nacional. Ese detalle quizás debería promover algunas reflexiones en las sedes de Òmnium, de la ANC e incluso en la Casa dels Canonges.

La comparación de Israel y Palestina con las dos Cataluñas es odiosa, pero da mucho de sí. Si lo piensan despacio lo verán. Para empezar, deberíamos admitir que el nacionalismo catalán ha conseguido crear, argumentar y sostener que existen dos Cataluñas: por tanto insistir en la unidad del pueblo catalán, nos han demostrado que no solo no existe tal cosa si no que estamos profundamente divididos, con pocas opciones de diálogo y casi ninguna de entendimiento. Ni tan solo la conllevancia de Ortega se vislumbra por ahí. A día de hoy, los partidos de ERC y de JuntsxCat se disputan la representación del pueblo catalán, aunque en realidad solo hablan de una mitad de la ciudadanía. A la otra ni la nombran.

En este sentido, esperemos que Tabarnia siga como una broma y que, con el tiempo, se disipen las similitudes entre Israel-Palestina y Cataluña-Tabarnia. Estamos obligados a convivir y debemos convivir, ya que la vida y el mundo son de todos. Los indepes y los unionistas estamos condenados a compartir el tiempo y el espacio. Estamos obligados a conllevarnos y, por lo tanto, a acordar.

11 de maig 2021

Stanley y Livingstone, las cervezas y la libertad

Tanto David Livingstone como Henry Morton Stanley tuvieron una infancia dickensiana: ambos pobres, hambrientos y desdichados. Sin embargo, Stanley se sentía el más desfavorecido de los dos y eso explica la desfachatez arrogante en su anécdota más célebre: "Mister Livingstone, I suppose." Stanley odió a muerte y durante toda su vida a las clases altas y a los aristócratas. Más de uno pagó con la vida el odio de Henry hacia los favorecidos.

De algún modo, ambos se consideraban oprimidos, por decirlo con palabras de hoy. Livingstone se marchó a África y ese viaje podría ser visto como una huída de su oscura Escocia natal y nacionalista. Una vez allí se puso a predicar el mensaje de Jesucristo a una gente que vivían muy bien sin Jesucristo y ni les hacía falta ni se lo habían pedido. Stanley, por el contrario, buscó la fama y el dinero a través de gestas militares, la mayoría escabrosas. Stanley, en su tiempo, llegó a ser mucho más famoso de lo que hoy lo es Bono, el de U2. El famoseo, como el postureo, no es un invento de Tele5. Está casi todo dicho y escrito (y lo que no lo está me da un poco de miedo).

Stanley accedió a la fama y al dinero exagerando sus hazañas, maquillando las derrotas bajo capas de maquillaje victorioso, y por jactarse de haber matado a millares de africanos. Eso era admirable por entonces, en la Europa que hablaba de democracia, de derechos humanos y de parlamentarismo. Europa solo se aplicó los derechos humanos para consigo misma: la hipocresía y el cinismo no son, tampoco, un invento de los políticos actuales. Se cuenta en los libros que Stanley, tras una gesta bélica más que dudosa que él solo se encargó de narrar, fue agasajado por el rey belga con un banquete jamás visto y en un salón decorado con cuatrocientos colmillos de elefante. Un capricho de Leopoldo II. Parece que los reyes europeos y los elefantes llevan una larga tradición fraterna.

En tiempos de Stanley había alguien, en Inglaterra, que le combatía: los líderes de un movimiento que, años más tarde, se iba a llamar socialismo. Como es de suponer, a los futuros socialistas les tildaron de adanistas, de buenistas y de tontos nocivos por oponerse al progreso y a la libertad. A la libertad de matar a cuantos elefantes me dé la real gana, a cuantos negros quiera. El derecho a decidir que puedo hacer lo que me guste, ya que no hay más ley que la mía. La libertad de los fuertes, que es el fantasma de la libertad que todavía da tumbos por la Europa de hoy y que, de vez en cuando, se sienta a tomarse unas cañas en la Plaza Real.

(Continuará).


7 de maig 2021

Liberisliber s'ha mort

Rebo un comunicat lacònic a la bústia electrònica. La fira del llibre independent Liberisliber ha llançat la tovallola. El festival no se celebrarà més. Al comunicat, signat pels seus dos responsables, s'hi explica que d'aquesta renúncia no n'és culpable el virus. No té res a veure amb l'epidèmia. La culpa és d'un altre mal, molt més antic i, presumiblement, molt més longeu.

A continuació, els autors del comunicat expliquen que ja no poden més després de tant de menyspreu, de centralisme, després d'un abandonament tan perllongat per part de les autoritats culturals catalanes. Lamenten, i suposo que amb bones raons, una deixadesa històrica, uns greuges comparatius insuportables. Damunt de cadascuna de les línies del text hi alena una fatiga desesperada, una lectura tràgica del destí català.

El text aprofita l'avinentesa per fer un repàs de les polítiques culturals catalanes. La política cultural de la Generalitat nacionalista es pot resumir amb aquetes paraules: als governants que més estimen el país, la llengua i els llibres (escrits en aquesta llengua), resulta que el país, la llengua i els llibres els importen un bledo. És clar que també podríem resumir les línies mestres de la política cultural d'aquesta altra faiçó: a la cultura li destinen el 0,8% dels pressupostos públics. ¡I això que es tracta de la sacrosanta cultura catalana!

Al certificat de defunció de Liberisliber hi ha un cansament existencial, i més fastigueig que ràbia, més fàstic que ira. S'assembla a la nota que deixa un suicida que s'ha afartat de sofrir i acaba de llegir Schopenhauer. La retirada és dolorosa i trista.

No obstant això, tot d'una me n'adono que el correu que m'han enviat permet respondre. De manera que, sense perdre més temps, els expresso el meu condol:

Senyors de Liberisliber,

Després de llegir la vostra carta de comiat, voldria fer-vos unes observacions. He assistit uns quants anys a la vostra fira, la que se celebra a la plaça major de la bonica vila de Besalú, aprop de la trista d'Olot -que no és menys trista que la de Vic. Us he d'explicar que, a mida que se succeïen les edicions, més grans i més nombroses eren les banderes estel·lades, les pancartes exigint l'alliberament d'uns polítics delinqüents (i maldestres) i els llaços de plàstic groc. Al capdavall se'm va fer insuportable: la darrera vegada que hi vaig ser, quan vaig decidir no posar-hi mai més els peus, fou quan vaig sofrir la sensació molt desagradable d'estar, insensat de mi, en territori hostil, rodejat de persones que em perceben com un enemic a abatre, un botifler. Em vaig sentir en perill: és una experiència física difícil d'explicar que només comprèn qui s'ha sentit en perill. Augment de les pulsacions, sensació d'ofec, tots els indicadors d'alerta activats. 

Jo no sóc un dels seus. I ells ho saben. No sortiré viu d'aquí, m'he fotut a la gola del llop. Sóc un pobre liberal en territori carlista, estic perdut. Adéu, mareta, adéu...

La veritat, doncs, és que després de llegir el vostre comunicat m'envaeix una perplexitat profunda: esperàveu una política d'ajuda a la cultura de part dels polítics nacionalistes? Vau creure, de veres, en algun instant de les vostres vides, que la cultura catalana interessa als polítics catalans? Vau pensar que es gastarien un euro dels pressupostos per ajudar una fira de llibres d'editorials pobres que se celebra en un poblet medieval? Si és així, em temo que teniu el que us mereixeu: a determinades altures de la vida (altures que heu assolit en escreix) es pot ser innocent, però no tan ingenu.

Un parell de dies més tard els organitzadors de Liberisliber em van respondre. M'expliquen, ara, que les banderes no les va posar l'organització del festival, que això era cosa dels veïns o dels expositors. Suposo que això és una apel·lació a la llibertat d'expressió, perquè és l'argument més recurrent en l'univers de l'hegemonia nacionalista.

Per Déu! Per descomptat que l'organització no es gastaria els quartos -que diu no tenir- en banderes i pancartes...! Però no ho fa perquè no li fa falta, era innecessari: l'atrezzo patriòtic passiu-agressiu era cosa del poble, i el poble decideix. Ja se sap. Qualsevol acte públic en aquesta dissortada Catalunya profunda i sinistra, i envil·lida pel nacionalisme llacista (bressol del carlisme) és així de macabre. Les autoritats culturals no els subvencionen i ells foragiten els qui estimem els llibres però ja no suportem més dosis de nacionalisme excloent. El nacionalisme ens ha expulsat a tots. El nacionalisme va matar la cultura que més estimava.

Tal vegada, senyors de Liberisliber, us hauria anat millor a vosaltres -i a nosaltres- si haguessiu decidit plantar la parada a Cornellà. Em refereixo al Cornellà de Llobregat -no al de Terri. O Sabadell sud, per exemple, on hi ha tantes banderes que tothom admet, per fi, que és més intel·ligent no disposar cap bandera al balcó i vetllar per la convivència, la pau i la cohesió. La cultura floreix en llocs així. Penseu-vos-ho i ja em direu alguna cosa.

El futur de Catalunya, si és que això existeix, aneu a buscar-lo allà on no hi ha banderes als balcons. Allà el trobareu. Entre els mestissos, els xarnegos, els criolls i els mesclats. No hi ha cap altra opció.


5 de maig 2021

España y el deseo de la guerra


El hombre de la foto es mi abuelo, uno de los dos. Murió por España y por la democracia, y por lo tanto no le puedo preguntar por España. Murió en 1941. A los 34 años. Y murió por España en un campo de refugiados, en Francia. La vida es rara y contiene esos giros trágicos. En España solo parece real lo que sangra, por eso gustan tanto los toros y el vino tinto.

Así las gasta España cuando España se lía a tiros contra sus hijos: uno amanece muerto en una playa, en Francia.

Hubo un tiempo en el que la guerra fue el signo de España. Ese tiempo se prolongó durante siglos. La España en guerra llegó a su clímax en 1936 y tuvo su fin, aparente, en 1939. Entre esos años se desató una masacre jamás vista entre vecinos, parientes y conocidos. Inglaterra y Alemania vieron sus ciudades destruídas bajo los bombardeos, pero los bombarderos eran del otro país. En España nos bastamos solos y nos bombardeamos entre nosotros. En algún momento aprendimos a destruirnos juntos y parece que eso nos gusta. Parece que nos guste ver al otro como a un enemigo a batir y, a ser posible, a humillar. ¿De qué sirven los programas educativos sobre tolerancia, diversidad y convivencia? ¿Dónde se quedó la conllevancia de Ortega? ¿Cuándo olvidaron los líderes políticos que también son pedagogos y ejemplares?

En 1939 terminó la guerra pero no llegó la paz: la paz no es la ausencia de la guerra, es la ausencia de la injusticia. La paz, o lo que más se le parece por el momento, no llegó hasta 1978. La paz está en la Constitución. En 1978 llegó la democracia, eso que algunos, por ignorancia o por mala fe llaman "el régimen del 78" como si fuese algo malo o un objetivo a derribar. Sin embargo, lo que sucedió en el 78 fue eso y nada más que eso: llegó la democracia. Con todas sus imperfecciones, la democracia más longeva jamás vista al sur de los Pirineos.

Quizás algunos sueñan con la España en guerra, quizás porque la guerra ofrece grandes oportunidades a los bestias, a los poderosos, a los violentos sin duda. El recuerdo de la última guerra alienta algunos discursos: el que nos llega desde Waterloo, el que metaforiza Vox a veces y el que usa Podemos cuando rescata des del abismo y las tinieblas eslóganes marchitos como No pasarán. En Cataluña, por paradójico que sea, la derecha nacionalista entona a veces el Bella Ciao en su más lamentable disonancia cognitiva.

En esa coyuntura, contar que la humanidad progresa cuando colabora parece buenista o naif, parece que es decir algo que nadie quiere escuchar, ya que lo que gusta de veras es la confrontación. Aún sin recordar de qué es capaz una España confrontada. Los abuelos murieron y ya no les podemos preguntar qué carajo sucede cuando España se enfrenta.

Los discursos del odio y del enfrentamiento no buscan lo mejor para la mayoría: buscan mantener los privilegios de los fuertes. Y la democracia (o el régimen del 78, que es lo mismo) nacieron para buscar la igualdad, una igualdad real entre géneros y territorios, entre lenguas, entre clases. Ese no es un camino fácil. Nadie dijo que la democracia fuese un camino de rosas ni que la vida iba a ser fabulosa.

Pero nadie quiere vivir en la noche ni en la guerra. Salvo los bestias, los violentos y los más fuertes. Algún día deberíamos hablar del asunto.