Siendo jovencito, estuve varias veces en el País Vasco. Me atraían esos bosques frondosos, la neblina, la lluvia infinita, los muros de piedra, los caserones perdidos enmedio del verde reluciente Para un joven como yo, el País Vasco era un lugar misterioso e incluso romántico, en el que intuía seres maravillosos, hombrecitos de los bosques, hadas, brujas.
A veces, llegados a un pueblecito, nos metíamos en una taberna para calentarnos un rato. Siempre nos envolvía esa música más bien celta que también induce a imaginar trasgos, gnomos y druidas. En alguna ocasión me fijé en las fotografías, en lo alto de la pared del local. Tipos rudos en blanco y negro construían un friso de templo griego, esos rostros enigmáticos y trágicos. A veces las efigies llevaban un nombre escrito debajo. Alguno de esos nombres me sonaban de algo. Claro. Lo había escuchado en la radio.
Así que, con el tiempo, descubrí que el paisaje neblinoso, la lluvia y la frondosidad de los bosques no eran otra cosa que el decorado de la escena del crimen. Con el tiempo abocerrí el País Vasco y no regresé a él nunca más. En el camino de la vida, el conocimiento empequeñece al mundo.
Acabo de ver el documental, largo y prolijo (dos horas y media) que firma Iñaki Arteta, "Bajo el silencio". Una colección de entrevistas bien conjuntadas y ordenadas que repasan los años del terror, del dolor y de las pistolas. Arteta sabe lo que cuenta y no se asusta. Y eso hay que contarlo sin descanso.
Por razón de la vida, he visto el documental sentado en una butaca catalana. Y, visto desde acá, el documental es escalofriante. Uno llega a pensar que Cataluña es un País Vasco sin pistolas. Quitando las pistolas (y las bombas, los secuestros, las palizas) el discurso es idéntico. Paso a paso, palabra a palabra. El discurso del odio se construyó sobre las mismas bases argumentales y falaces. La terrible represión, el genocidio. Y la respuesta, lógica y natural, del oprimido. Que no tiene otra solución que agarrar una pistola y pegarle dos tiros en la nuca de otro por el hecho de pensar diferente.
Lo peor del documental de Arteta, para mi, no fue la frialdad escabrosa del párroco de Lemona, hombre desprovisto no solo de piedad sino de cualquier rastro de empatía. Lo peor fue la entrevista al director de una Ikastola, con el crucifijo bien alto en la pared del despacho, metro y medio más arriba del portátil Apple. Un crucifijo tan alto como altos lo estaban los rostros de los etarras en los muros de la tabernas. Un director de ikastola justificando el asesinato, remitiéndose para ello al bombardeo de Guernica. Lo que oyen. Personas que jamás sufrieron un bombardeo le pegaban un tiro en la nuca a personas que jamás habían bombardeado a nadie, y un director de escuela lo justifica sin pestañear. Otra vez una rara frialdad en los ojos, en el mohín de esa boca hirsuta. Hay algo de locura, de locura odiadora en esos ojos que no pestañean jamás en quien, sin embargo, a menudo dice sentirse ofendido. Lleva el rostro salpicado por la sangre de los otros, pero no pestañea.
En otro instante, alguien (un poeta, dice él) afirma que lo de Eta sirvió para algo: sirvió para que el Estado Español se entretuviera persiguiendo a terroristas y se olvidara del genocidio cultural. La primera Ikastola se fundó en 1957, y la Real Academia de la Lengua Vasca consiguió ser real en 1976. Genocidio cultural, como pueden ver.
El documental de Arteta se sigue como una cinta de misterio, de intriga y de crímenes jamás resueltos. Se sigue con el corazón encogido, helado. Dedica buena parte del metraje, intermitentemente, a seguir a la viuda de un Guardia Civil y su búsqueda del lugar en el que fue asesinado. Un paraje bello, verde, frondoso. Romántico. Detonaron una bomba a su paso, cuando custodiaba los explosivos de una cantera. La detonaron desde lo alto del campanario de una iglesia, puesto privilegiado para escudriñar la carretera por donde transitaba el convoy. Quizás se colaron ahí, claro está. O quizás el guardián de la llave de la iglesia les abrió. Quien lo sabe.
Hiela la sangre la entrevista al hombre que pasó años en la cárcel acusado de matar a un policía en un bar. Salió de la cárcel al terminar la condena, pero sigue creyendo que sus actos estaban justificados en nombre de la identidad vasca, y otra vez la terrible represión, el genocidio. ¿Detuvo el supuesto genocidio la bomba que mató a un guardia civil? ¿Contribuyó en algo la muerte de un guardia civil a la pervivencia de la lengua del 12% de los vascos?
Todo eso nos suena mucho en Cataluña. Lo único bueno que podemos contar de todo eso los catalanes es que aquí, por lo menos, fueron cuatro quienes empuñaron las armas. Y que, para fortuna nuestra, los armados tenían una rara tendencia a matarse a sí mismos que es de mucho agradecer. Pero las palabras están ahí, y las palabras son las mismas. Palabras destinadas, al igual que las pistolas, a acallar al adversario, al que no piensa como tu. Al otro. Maketo, charnego, colono, ñordo. Palabras pensadas para producir silencio, para producir un enemigo que debe estar asustado y en silencio.
En los cuentos de Lovecraft, cuando el desdichado héroe penetra en las tierras poseídas por el mal descubre una naturaleza rara, enfermiza, degenerada. Luego descubre que un silencio malsano invade el lugar. No supe ver en aquellos paisajes verdes la naturaleza terrorífica del nacionalismo. Los vascos tienen derecho a que volvamos a ver belleza en los paisajes de su región. Del mismo modo que los catalanes no deberíamos ceder ante quienes nos quieren llevar por la senda del horror silencioso.
Yo he estado muchas veces en el País Vasco, tengo familia allí, tengo amigos alli, tengo clientes allí y se de lo que hablas. En Hermua, poco antes de lo de MIguel Angel Blanco, no se me olvidará nunca, a un amigo mio le hizo callar un chaval de 15-16 años con el dedo índice en la boca, a un amigo mio que es bravo pero se tuvo que callar, la semana siguiente ocurrió lo de Miguel Angel Blanco. Un primo de mi ex mujer exiliado ( a eso lo llaman democracia) por amenazas, robos y extorsiones. Otro cliente mio y amigo mío al que le enseñan ante su negativa a pagar "el impuesto revolucionario" le enseñan las fotos de su mujer y sus hijos y sus horarios. Es odio, en toda la dimensión de la palabra, un odio que se refleja en sus asquerosos y putrefactos rostros, en sus ademanes, en sus formas. Es la brutalidad justificada e institucionalizada con el implícito beneplácito del PNV ese mezquino y ruin partido político, compuesto por la más rancia iglesia de este país, una cuadrilla de curas que llevan manejando el cotarro desde décadas y que curiosamente no ha tenido un solo caso de corrupcion, cuando los hay, y muy graves, lo se y todo el mundo que vive allí, pero nadie se mete con el partido bisagra en Madrid y nadie se mete con el "amo del corral" allí, porque te quedas sin empleo y sin futuro.
ResponEliminaEs una mafia y algunos, ahora, quieren pintar un cuadro a sus colores, pero solo hay un color, que es el rojo, el rojo de la sangre y las lágrimas de la impotencia y el abandono de quien debiera haberles amparado. Hay que ser, con perdón, muy hijoputa para hacer según que cosas y según con quien, y aquí lo dejo.
Un saludo
A mi me asusta lo que cuenta el documental, y me asusta que en cataluña haya gente que no solo admira al mundo abertzale sino que les gustaría importar aquel clima.
EliminaMagnífico artículo.
ResponEliminaGracias, María.
EliminaEl fundamento del nacionalismo siempre es el mismo. Colores atractivos, épica del sufrimiento y de la lucha, mitos ancestrales, ideales altísimos pero en su plasmación concreta está lleno de bajeza y miseria, odio y sangre real o imaginada. Aquí imaginan con hacernos desaparecer para que no se mancille su ideal puro de una Cataluña inmaculada, patriótica y catalana. No existimos para ellos sino como pesadilla contaminante y sucia. La esencia de todo nacionalismo es el odio por más que se miren en Rosa Parks, Gandhi o Martin Luther King. Son dos caras del nacionalismo, el ideal imaginado y el odio sin remisión al que no encaja con esa utopía.
ResponEliminaPues así es. Es asombrosamente idéntico.
EliminaEstuvieron muy cerca de matarme, pero no por ello he sufrido de fobia hacia los vascos.
ResponEliminaEso si, la noche siguiente al atentado, en Astillero ( Santander ) me día el lujo de partirle la cara a un energúmeno que me espetó con odio : "os tendrían que haber matado a todos". Y si mis compañeros no me hubiesen sujetado tras el primer puñetazo, aquél tipo habría pasado la noche en las urgencias del hospital de Valdecilla
Porque hay que diferenciar entre verdugos, cómplices y cobardes. Cobardes fueron la mayoría de vascos, que no simpatizaban con los asesinos ni sus cómplices, pero que no movieron un dedo, ni tuvieron una palabra de consuelo para las victimas y los oprimidos.
Estuve en innumerables ocasiones en el País Vasco, cuando ETA seguía activa, y pude percibir la "geografía del miedo", las pequeñas poblaciones donde el silencio era espeso, y los ademanes medidos. Bilbao, Easo y Vitoria eran otra cosa ( dependiendo de los barrios )
Quizás, en descargo de los cobardes, he de reconocer la dificultad de vivir en esos lugares, con una presencia invisible que lo dominaba todo, y con ojos en todas las esquinas.
No consigo entender como ese tiempo, ese lugar y esos asesinos fascinan tanto a nuestros "indepes".
La miseria moral, la sangre y la violencia siempre han estado a la vista de todos
Algún día deberías contar esa experiencia. Para que sirva de aviso y quizás de vacuna. Contra el nacionalismo hay que hacer lo que podamos. Que el nacionalismo es la muerte lo sabemos. El asunto es: ¿qué podemos hacer para combatirlo?
EliminaMe costaría mucho hablar en profundidad de todo aquello, Lluis. No solo por lo que me sucedió en primera persona, sino también por todo lo que vino después ( 1.981 ).
EliminaSobre todo, reconocer que estoy vivo aún, y algunos de mis compañeros de entonces, por un extraño azar, una suerte de la que no disfrutaron muchos otros que pagaron con su vida la barbarie irracional.
Lo realmente duro, fue seguir durante años la retahíla de crímenes injustificables, de secuestros, de un asesinato anunciado como fue el de Miguel Ángel Blanco, de que a escasos centenares de metros de mi casa acabasen con la vida de Ernest Lluch, un político honrado, dialogante y tremendamente comprometido con la paz en Euskadi.
Lluch, alguien irrepetible, al que cada vez añoro mucho mas, a medida que la política actual se sumerge el la mierda y la indignidad.
Cuesta mucho asumir todo este sinsentido, lo he digerido, pero no puedo asumir que tanta sangre y tanto dolor hayan sido inútiles. De que haya que recordarles a algunos a cada momento que a ETA la vencieron los cuerpos de seguridad y la justicia, y que no tuvieron ningún arrebato pacifista de motu propio.
Fracasaron, sencillamente porque solo les movía la irracionalidad, la inercia, y el miedo a reconocer sus errores.
Cuesta poner por escrito sentimientos, miedos, asco, esperanzas, y al final de todo, el notar la prisa que tienen muchos por olvidar a toda costa esos años de pesadilla, como si nada hubiese pasado, como si fuesen "batallitas" de viejos.
Perdonar, quizás, es imposible vivir con odio y resentimientos, pero olvidar, nunca.
Muchas gracias por tu relato. Eso lo deberíamos hablar por otro canal, y espero que eso sea posible. Veremos.
EliminaCreo que está todo dicho.
ResponEliminaNo puedo aportar nada más.
Hay mucho miserable que se esconde detrás de los trapos. A eso le llaman ideario.
Salut
El cierto. Lo que se llama "ideario nacionalista" no es más que una violencia insoportable envuelta en un trapo de colores.
EliminaMe sumo a lo dicho por los comentaristas anteriores, comparto plenamente sus comentarios. Poco que añadir; solo agradecer tu texto, tan certero y bien escrito.
ResponEliminaBueno, yo te agradezco ese comentario. Es bueno saber que no estamos solos ante la barbarie.
EliminaRecuerdan aquella película:" La fuga de Segovia"? Qué inocencia! O era indecencia?.... La vía con trece años y me repugnó.... Y con el Ovidi.... En fin...
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